Cubierta

Ilie Cioara

El Viaje Maravilloso

Hacia las profundidades de nuestro ser

Editorial Sirio

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Título original: The Wondrous Journey

Traducido del inglés por Elsa Gómez

Diseño de portada: Editorial Sirio, S.A.

Ilustración de portada: Arkgarden - Fotolia.com

Composición ePub: Pablo Barrio

Introducción

Este libro es un mensaje dirigido a todos aquellos interesados en descubrir la Gran Verdad. Cada capítulo refleja un aspecto del encuentro con la Vida en Su Eterno movimiento, novedad y frescura intrínsecos, momento tras momento.

En cada capítulo, se revela la unicidad de la experiencia –el encuentro directo y personal con el momento–, lo cual subraya el valor práctico de este libro. De hecho, se describe en él una manera nueva de relacionarnos con la Vida, completamente distinta a todo lo que la humanidad ha hecho durante miles y miles de años y a lo que continúa haciendo en el camino de la evolución espiritual.

Con este nueva perspectiva, invito al lector a combinar la lectura con la práctica; es una invitación a conocerse a sí mismo. Sin esta aplicación personal, directa e inmediata, el lector nunca alcanzará una verdadera comprensión, ni las bendiciones espirituales que nacen de ese descubrimiento que es siempre nuevo.

Las palabras que he empleado para describir el fenómeno del «Conocerse a sí mismo» tal vez se repitan a veces, pero la experiencia real de la integración con la Verdad Sublime siempre ocurre espontáneamente, como una realidad que se descubre momento tras momento.

La maravillosa aventura de recorrer el camino sin retorno que es la evolución espiritual excluye –desde el primer instante– cualquier idea preconcebida sobre el autor o sobre cualquiera de los temas que trata este libro. Elimina, por tanto, la presencia del autor y quédate solo, cara a cara con cada título y su significado. De esta manera, la investigación de cada fenómeno de la vida que describe el autor será enteramente un descubrimiento personal tuyo. Y para que puedas explorar de verdad ese estado, el único instrumento que vas a necesitar es una atención lúcida, viva, total y absolutamente desinteresada, pues el efecto espontáneo de la atención es similar al de los rayos del sol: cuando abrimos las ventanas en una habitación a oscuras, ante la luz del sol desaparece cualquier sombra u oscuridad, incluso de sus rincones más tenebrosos.

Gracias a la luz de la Atención, conseguimos disolver sin esfuerzo las reacciones mecánicas de la mente y nos fundimos con el «vacío psicológico». En la paz o pasividad de la mente, tiene lugar entonces un fenómeno que es puro gozo: trascendemos el mundo finito y nos adentramos en lo Ilimitado. Y en este nuevo estado, el ego ha desaparecido por completo.

En ese maravilloso momento logramos una mente nueva, de proporciones universales, que se renueva eternamente con cada instante de conciencia, a la par que empiezan a funcionar células cerebrales nuevas que nos permiten comprender la Singularidad de la Verdad, revelada espontáneamente en el deslumbrante fulgor del momento.

He aquí algo que nos permitirá comprobar si hemos aplicado correctamente la llama de la Atención: en ese instante afortunado experimentamos un auténtico estado de paz en la totalidad del ser, y alcanzamos de inmediato el estado de «ser», o de «Conciencia Pura».

Al fenómeno de la fusión espiritual absoluta con el Gran Todo, se le suelen dar diferentes nombres: Soledad Interior, Iluminación, Reino de los cielos, Nirvana, Divinidad Creativa o Dios. En realidad, dado que en el estado de Superconciencia existimos y nos manifestamos enteramente como Amor, Belleza, Bondad y Felicidad, todas esas denominaciones, que encontramos con frecuencia en las diversas formas de literatura religiosa, son y seguirán siendo vagos intentos de expresar y definir «Aquello que es inexpresable e indefinible».

En definitiva, por muy bello que sea su sonido, las palabras no son ni serán nunca la Realidad, sino una mera descripción de ella. Es imposible descubrir la Verdad utilizando la mente repleta de conocimientos; sin embargo, la Verdad se puede experimentar directamente. Para encontrarnos con la Realidad, tenemos que profundizar hasta lo más hondo, traspasando el significado de los símbolos. Todo ser humano es capaz de encontrarse con esa Singularidad, pero a condición de sacrificar el «yo personal» o «ego», esa estructura posesiva, sectaria y que tanto nos confunde.

Disolver o disipar la estructura del ego –alimentada por las imágenes de la memoria– no es tan difícil como parece a primera vista. Lo cierto es que la sencillez de la experiencia, así como la ausencia de cualquier meta o propósito, hacen que al principio cueste creer que de verdad haya sucedido.

Intentemos entender partiendo de una observación innegable, lógica y obvia. Por una parte, está nuestra mente, siempre limitada por su contenido y por la naturaleza de su bagaje de recuerdos, que se manifiesta en el momento presente como una entidad fragmentaria, imaginativa y subjetiva; por otra, está la Existencia Infinita, en eterno movimiento, que se manifiesta como novedad y sorpresa en cada momento que se nos revela.

Al ver esta realidad, nos preguntamos: ¿puede la mente abarcar y comprender al Infinito? Por supuesto que no, y nunca podrá hacerlo, pues se trata de dos dimensiones separadas. ¡Lo que es limitado no puede abrazar Aquello que no tiene límites!

Ante este problema que la vida nos plantea, ¿qué podemos hacer con respecto a la mente? Y la respuesta es: ¡absolutamente nada! Al darse cuenta de su impotencia, la mente se vuelve humilde, y, en el silencio que llega, toda especulación intelectual toca a su fin sin ningún esfuerzo. El silencio incondicional de la mente permite que la Realidad Única –que existe dentro de cada uno de nosotros, así como en cada milímetro de este Universo– se revele por Sí sola, dándonos la oportunidad de vivir en total armonía con nosotros mismos y con el resto del mundo.

Por eso, nunca debemos contentarnos con el mero conocimiento intelectual, pues ese tipo de saber es y será siempre solo un fragmento impotente, no será nunca la totalidad; puede ser incluso perjudicial, ya que, debido a él, el individuo le concede una importancia aún mayor a su ficticio «yo personal», aumentando así su condicionamiento.

Para disipar cualquier duda, debemos mencionar que es imposible alcanzar la Verdad Absoluta con la ayuda de la razón, el análisis, la imaginación, las oraciones, la repetición de fórmulas o mantras, etcétera. No La podemos descubrir mediante la búsqueda, el esfuerzo ni la voluntad, sometiendo nuestro cuerpo físico a privaciones, ni deteniendo por la fuerza el constante vagar de la mente, ya que cualquiera de estas tentativas está fundamentada y sustentada en un conocimiento previo, y esa expectación que se crea, basada en una imagen de lo que sería alcanzar la meta deseada, no tiene nada en común con la Verdad, la cual se manifiesta como lo Desconocido, como algo nuevo e íntimamente conectado con el instante presente. Lo conocido y lo Desconocido no pueden coexistir bajo ninguna circunstancia; la presencia de lo uno excluye categóricamente a lo otro.

Tampoco puede ninguna fe religiosa, concepto filosófico, análisis, psicoanálisis ni método –por muy prometedor que parezca– conducirnos jamás al umbral de la Eternidad, por la simple, lógica y objetiva razón de que todas esas formas de abordar la Existencia y de hacer realidad la Verdad Sagrada tienen su origen en lo conocido, y se basan en residuos de la memoria almacenados a modo de imágenes. Este bagaje de información –«la mente docta»– solo puede funcionar en sentido egocéntrico; por eso, cualquier logro que creamos haber alcanzado con ella ha de ser por fuerza ficticio, engañoso, confuso y efímero.


Cada apartado o tema que aparece en este libro te ofrece –constante y continuamente– la llave de oro; y si, con espontaneidad la usas de la manera correcta, te abrirá la puerta al Paraíso o Reino de los Cielos, el cual solo se puede encontrar en nuestro interior.

Aquí, en las profundidades de tu ser, descubrirás la Perfección Divina, el Gran Amor, que provoca –por Sí mismo– transformaciones radicales y que elimina todos los residuos acumulados en la superficie de la conciencia y también en sus capas más profundas. En ese estado, como el «yo personal» –creación del intelecto– ha desaparecido por completo, es imposible hacer daño a nadie, ya que ese alguien es «Uno» con nosotros.

He aquí otro modo de integrar tu ser con la Gran Energía Cósmica. Allí donde estés –en casa con tu familia, en la calle, en el trabajo, solo o en medio de una multitud–, hazte la siguiente pregunta: «¿Funciono como una «Unidad»? ¿Soy un «Todo» –cuerpo, mente y espíritu– perfectamente consciente, en «el aquí y el ahora»?».

Si aparece un pensamiento o una imagen que te saca del momento presente, que te atrae hacia el pasado o hacia el futuro, sencillamente sé consciente de él haciendo uso de una Atención total; verás que el simple hecho de sacar a la luz su aparición hace que el pensamiento o la imagen desaparezca espontáneamente. Entonces, libres por completo del pasado, nos encontramos con el momento siguiente, y lo único que ha hecho falta es que fuéramos «Uno» con el movimiento de la Vida.

Ten cuidado, no obstante, con la astucia del ego, pues intentará introducir un propósito o una meta –es decir, intentará introducirse– en la experiencia de vivir como un ser completo. El propio «yo individual» –al notar que va perdiendo importancia– te aconsejará que confíes en profesores del mundo exterior: en predicadores o maestros.

Ten cuidado con todos esos impostores espirituales, que te engañan, y además se aprovechan de ti en sentido material. Si de verdad se hubieran encontrado con la Verdad Sublime una sola vez, se habrían separado por completo de todas las fes y métodos prácticos que tratan de imponerte. En cualquier caso, desapegarse de esos falsos expertos es decididamente más fácil que desapegarse del «yo personal».

No hagas de lo que te estoy explicando –el simple encuentro con uno mismo– un ideal, una meta ni un propósito a alcanzar.

Estemos siempre a disposición del flujo de la Vida, que es una sorpresa constante en cada momento. Esa Vida o Divinidad se manifiesta siempre como frescura perpetua, y por lo tanto exige que la recibamos con la misma frescura.

Para lograrlo, bastará que, con la llama de la Atención, disipemos las reacciones de la mente, pues no son más que apariciones mecánicas por las que nos dejamos confundir. Su desaparición incondicional nos transporta entonces a un estado de libertad psicológica y de armonía interior, que nacen nuevas un momento tras otro. Nuestra mente se extiende así hasta lo Infinito y nos une con el movimiento total de la Vida.

Ilie Cioara

El Amor

La palabra escrita o hablada jamás podrá ser la realidad. Pronunciar la palabra «amor» nunca será el amor verdadero; no es más que un símbolo sin importancia, pues falta la experiencia que lo armonice todo en una sola percepción.

El verdadero amor no tiene motivo. El pensamiento no lo puede concebir, ni los sentidos pueden percibirlo. El amor no conoce el miedo, no tiene propósito, no es un estado emocional, ni es ardor del ánimo.

El amor no se puede cultivar como la flor de un jardín, abonándola para que crezca, ni se puede ofrecer como obsequio al individuo que vive atrapado en la dimensión limitada.

Los patrones y las normas no lo pueden contener, pues no se le puede hacer prisionero del pasado. El amor está presente en un ambiente de libertad, cuando el pensar obsesivo detiene su locura.

El amor es el movimiento de un ser integrado y armonioso, es belleza ilimitada, dicha infinita, bondad y generosidad absolutas; quedan excluidos de él por completo el odio, el egoísmo y la falsedad.

Su movimiento es la plenitud, que nunca se repite. El ser humano envuelto completamente en amor se convierte en un Universo. Pero en cuanto se lo nombra, desaparece de inmediato y el ser entero se separa de su auténtico movimiento.

Si tratas de apresarlo, de inmovilizarlo, sale volando al instante, pues significa que vuelves a estar fragmentado. El amor cura y transforma todo lo que no es natural; eleva al individuo más allá de la dimensión mundana.

Solo el amor puede transformar la fealdad y armonizarlo todo; el mundo entero cambia: el hombre salvaje evoluciona, las guerras terminan y llega una paz sagrada. El ser humano y la humanidad sanan gracias al amor.

Generalmente, usamos la palabra «Amor» demasiado a la ligera, de manera superficial. En realidad, es solo una palabra vacía, sin ningún contenido, significado ni valor. Y lo mismo ocurre cuando hacemos una confesión emocional, con la mano en el pecho. Tales tentativas de demostrar Amor no son más que declaraciones engañosas, carentes de significado.

La mente pensante, sean cuáles sean sus motivaciones, sólo puede experimentar un amor relativo. Es lo que sucede, por ejemplo, cuando amamos a nuestra esposa, a nuestros hijos y a nuestros padres, a nuestro país o a nuestros líderes políticos y religiosos porque nos ayudarán a obtener ciertos beneficios materiales o psicológicos, o porque esperamos que nos proporcionen ciertas satisfacciones en el futuro.

Este es, de hecho, el amor que solemos cultivar, en un intento de experimentarlo todo lo más plenamente posible; sin embargo, persiguiendo esa idea del amor, creamos apegos que, por su propia naturaleza, nos esclavizan ya que, a partir de ese instante, tendremos que estar siempre alerta para no perder eso que poseemos –el objeto de nuestras esperanzas– y también para que no se frustren nuestras expectativas. El proceso de pensamiento se convierte entonces en el más fiero enemigo de nuestra paz y nuestra salud. Las preocupaciones, temores y tristezas –que se manifiestan a modo de conmociones emocionales– nos crean estrés y nos degradan psicológica y físicamente. En cambio, el Amor auténtico –como verdadero fenómeno manifestado– representa la revelación de lo Sagrado que existe en nosotros y la integración de nuestro ser con lo Universal.

El pensamiento no puede ni podrá nunca crearlo, atrapado como está en el tiempo y definido por los residuos de su memoria.

La fuente del Amor verdadero reside en una dimensión diferente, a la que el pensamiento no tiene acceso y que la mente humana, por más refinada que sea, no puede abarcar ni comprender.

Finalmente, el Amor, divino en Su esencia, no es sino el ser humano original, libre de las capas superficiales que él mismo se ha creado con el paso del tiempo –fruto de la ignorancia y de la arrogancia– y que son tan obvias en la persona-ego de nuestros días.

Comprender esta verdad, no sólo intelectualmente, sino por un encuentro inmediato con nuestra conciencia superficial, entorpecedora y obsoleta, nos conduce a un silencio incondicional. La estructura que sostiene al ego se queda toda ella en silencio al darse cuenta de su impotencia, y, en el espacio vacío que queda, aparece espontáneamente el Amor.

A partir de ese momento, el nuevo ser humano es un universo entero que lo abarca todo con un simple abrazo: personas, animales, plantas, y también a la vida que llamamos inerte. Aquello que considerábamos próximo a nosotros, lo que quiera que prefiriéramos anteriormente, recibe ahora la misma consideración indiscriminada y está en el mismo nivel que todo lo demás. No hay distinción entre lo que es «mío» y el resto del mundo.

Sólo un encuentro así nos transforma radicalmente, pues es la purificación perpetua, que crea, a través de nosotros, las condiciones favorables para la transformación del mundo como un todo.