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Bob Dylan

Manuel López Poy

Un sello de Redbook ediciones

Indústria 11 (pol. Ind. Buvisa)

08329 Teià (barcelona)

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www.redbookediciones.com

© 2016, Manuel López Poy

© 2016, Redbook Ediciones, s. l., Barcelona

Diseño de cubierta: Regina Richling

Diseño de interior: Amanda Martínez

ISBN: 978-84-945961-6-2

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Introducción

Sí, otro libro sobre Dylan

Sobre Bob Dylan han corrido ríos, cuando no océanos, de tinta. Su vida, obra y, por qué no, milagros, han sido objeto de biografías, análisis, ensayos, entrevistas y disecciones múltiples. Hay libros dedicados a una sola de sus canciones, obras que recogen todas sus letras, publicaciones con sus dibujos y sus poemas, relatos pormenorizados sobre su vida y cronologías exhaustivas sobre su obra. Por haber, hay incluso un libro titulado Oh no! Not Another Bob Dylan Book (¡Oh no! Otro libro sobre Bob Dylan no). Podría decirse, valga la redundancia, que está todo dicho, pero Bob Dylan es un tipo escurridizo. La historia acreditada en datos fidedignos, contrastados, incontrovertibles, no va con él, a pesar de ser la suya una de las historias más estudiadas, investigadas y acreditadas del siglo XX. Su propia autobiografía es un ejemplo de realidad subjetiva, desenfocada a veces, errática otras, equívoca siempre. Esa es su manera de preservar su intimidad, siempre expuesta a la mirada incisiva de la prensa y los aficionados, la forma de desviar el interés llamando la atención. Quizá uno de los estudiosos dylanianos que mejor lo ha expresado sea Eduardo Izquierdo en el broche final de su obra Bob Dylan. La trilogía del tiempo y el amor: «Dylan siempre ha sido un cachondo, al que tomamos más en serio los demás que él mismo».

Dylan es un personaje poliédrico y como tal es necesario abordarlo desde distintos ángulos, desde sus diversas facetas, aunque la mayor parte de las veces estas se mezclen, confundan y solapen. Por eso en este libro hemos tratado de parcelar su trayectoria, hemos querido estructurar la partitura de su vida. Hemos pretendido, en definitiva, organizar el caos que siempre rodea a los genios. De Dylan se ha dicho que es megalómano, inconformista, controvertido, desafiante, cínico, polémico... eso sí, nadie le ha calificado nunca de gris y mediocre.

Los más grandes le han definido con lo mejor de su repertorio verbal. Es el hombre del que Chuck Berry dijo «Nada de folkie o poeta. Es la gran bestia del rock and roll», al que Leonard Cohen definió: «Bob Dylan es uno de esos personajes que sólo aparecen una vez cada 300 o 400 años» al que Bruce Springsteen alabó: «En la música, Frank Sinatra puso la voz, Elvis Presley puso el cuerpo... Bob Dylan puso el cerebro».

En el universo musical hay dylanólogos, dylanófobos, dylanogistas, dylanofilos, dylanianos, dylanitas, pero nadie parece estar inmunizado ante el virus de un artista que se desmiente a sí mismo, un aspirante al Nobel de Literatura que desdeña sus capacidades poéticas, un mito de la canción protesta que lleva décadas intentando convencernos de que nunca le interesó ser un abanderado de los derechos humanos, un libertario que afirma que nunca le preocupó demasiado la defensa de la libertad.

En 1999 fue incluido en la lista de las cien personas más influyentes del siglo XX elaborada por la revista Time. Pero ni eso, ni el Premio Pulitzer, ni el Príncipe de Asturias de las Artes, ni el homenaje de más de medio centenar de músicos en el aniversario de Amnistía Internacional, ni las medallas del presidente de los Estados Unidos parecen hacer mella en un músico que soñó un día con ser Elvis Presley y acabó ocupando el mismo pedestal, el de los artistas venerados y cuestionados casi a partes iguales, pero cuyas canciones pasan de una generación a otra y forman parte inseparable del imaginario cultural universal.

Las cifras siempre son frías, pero sirven para dar una idea de la magnitud del protagonista de este libro. Bob Dylan lleva cincuenta y cinco años subido a los escenarios, ha vendido más de ciento veinticinco millones de álbumes en todo el mundo, sus canciones han sido versionadas treinta mil veces, en el año 2004 alcanzó el segundo puesto en la lista de los cien mejores artistas de todos los tiempos elaborada por la revista Rolling Stone, después de The Beatles, el manuscrito original con la letra de «Like a Rolling Stone» fue vendido en el año 2014 por un millón cuatrocientos mil euros, convirtiéndose en el documento más caro de la historia del rock. Sólo desde 1988 ha actuado en más de dos mil quinientos conciertos.

Hay también otras cifras que revelan su especial personalidad: el uno, del récord de menos jornadas que tardó en grabar un disco, o el diez, del número de canciones que incluyen sus álbumes desde 1975. Podríamos seguir así durante páginas, porque lo que ha dicho y hecho Dylan ha sido escudriñado hasta la saciedad, pero siempre con conclusiones nuevas y distintas. Y siempre convergiendo inevitablemente en lugares comunes: un artista irrepetible, carismático, huraño, excéntrico, cascarrabias, imprevisible…pero por encima de todo, genial.

Este libro es una guía y, como tal, pretende facilitar el trabajo a quienes, neófitos, curiosos, expertos o escépticos quieran aproximarse a uno de los más importantes protagonistas de la cultura popular de la segunda mitad del siglo XX de una forma ágil, amena, ordenada y, en la medida de lo posible, sencilla. Nada más y nada menos. Pero estas páginas son además un paseo por la historia de más de medio siglo y una ventana a toda una generación, la de los años sesenta, de la que el llamado Bardo de Minnesota es uno de los escasos supervivientes y probablemente el más legendario de todos ellos, lo que le convierte en algo tan manido como complejo: una leyenda viva. Y como todas las leyendas vivas todavía no ha escrito el último capítulo, que tratándose de Dylan todavía puede deparar muchas sorpresas.

1. Su vida, su tiempo y su obra

Los Orígenes

(1941 - 1960)

Sueños de rock & roll adolescente

Robert Allen Zimmerman nació en Duluth, una pequeña ciudad portuaria a orillas del Lago Superior, en Minnesota, el 24 de mayo de 1941, en el seno de una familia de clase media. Sus padres, Abe Zimmerman y Beatrice Stone, conocida familiarmente como Beatty, eran judíos originarios del este de Europa, en el caso del padre de Odessa, una ciudad ucraniana al borde del Mar Negro, y en el caso de la madre, de Lituania. Se casaron en 1934, cuando los Estados Unidos se hallaban hundidos de lleno en la Gran Depresión, y durante los primeros años el matrimonio tuvo que vivir en casa de la madre de Abe, hasta que Beatty se quedó embarazada. Para entonces Abe había logrado un trabajo en la Standard Oil y pudieron trasladarse a un apartamento de dos habitaciones en un barrio de mayoría judía y polaca.

El pequeño Robert comenzó a ir a la escuela primaria Nettleton, muy cerca de su casa, en 1946, cuando comenzaban a regresar a la ciudad los soldados que habían estado en la Segunda Guerra Mundial. Pronto se hizo popular entre sus vecinos y su familia por sus dotes como cantante. Interpretaba con soltura canciones populares en las fiestas familiares, como en la boda de la hermana de su madre, Irene, donde cautivó a los invitados.

En 1946 nace su hermano David, pero el feliz acontecimiento se ve empañado por una epidemia de polio que asola la ciudad y que afecta a su padre, quien tras su estancia en el hospital queda tan debilitado que pierde su trabajo y la familia atraviesa una grave crisis económica que les obliga a trasladarse a Hibbing, una ciudad situada cien kilómetros más al norte, en la que vivía la familia de Beatty y además tenían un negocio dos hermanos de Abe. Era una ciudad minera pegada a Mesabi Iron Range, el mayor yacimiento de hierro de los Estados Unidos y la mayor mina a cielo abierto del mundo. Por aquel entonces tenía poco más de 16.000 habitantes de mayoría abrumadoramente blanca, con un buen número de emigrantes y refugiados europeos que acudían a buscar trabajo en la mina en una época en la que el país pasaba una ligera recesión. Hibbing siempre había sido un lugar próspero y prueba de ello es que allí se creó la primera línea de los famosos autobuses Greyhound, la que unió en 1914 Hibbing con Alice, a unos cuatrocientos kilómetros.

En una entrevista concedida en 2012 al periodista Mikal Gilmore de la revista Rolling Stone, Dylan definía así el pueblo donde se crió: «El pueblo en el que crecí estaba totalmente apartado del centro de la cultura. Estaba fuera de los márgenes del momento. Tenías todo el pueblo para vagabundear, y no existían sensaciones como la tristeza o la inseguridad. Simplemente había bosques, cielo, ríos y corrientes, invierno, verano, primavera y otoño. La cultura se basaba fundamentalmente en circos y carnavales, predicadores y pilotos, espectáculos para leñadores y cómicos, bandas de música y demás. Programas de radio excepcionales y música muy interesante. Todo esto, antes de los supermercados, los centros comerciales, los multicines y todo lo demás. Ya sabes, todo era mucho más fácil».

Tras unos meses viviendo en casa de la familia de Beatty, los Zimmerman se instalan en una casa de dos pisos en el número 2.425 de la Séptima Avenida. Abe y sus dos hermanos, Maurice y Paul, regentan Micka Electric, un negocio familiar de electrodomésticos que permite al clan llevar una vida desahogada. A los ocho años, Bob comienza a hacer sus primeros pinitos con el piano y a los diez se compra sus primeros instrumentos: una guitarra y una armónica. Comienza a escuchar la radio en casa, sobre todos a cantantes como Nat King Cole y Bing Crosby, los favoritos de su padre. En 1952, el mismo año en el que su familia se compra la primera televisión, el pequeño escribe sus primeras poesías. Es un niño un tanto solitario y retraído, al que le gusta leer, pasear e ir a los cines del centro a gastarse lo que ganaba haciendo recados para la tienda de su padre.

El 30 de octubre de 1954 celebra su bar mitzva, el rito con el que en la religión judía se celebra el fin de la infancia y el inicio de la madurez. El de Shabtai Zissel, que tal era el nombre hebreo del joven Zimmerman, fue un evento social relevante ya que su familia tenía cierto peso en la comunidad judía de su ciudad, que por aquellos días estaba integrada por unos trescientos miembros reunidos en torno a la sinagoga de la Congregación Agudath Achim. Esa llegada a la adolescencia marca también el principio del interés por la música del futuro Bob Dylan, que comienza a frecuentar la tienda de discos Crippa’s, donde se aficiona al country y al blues. Hank Williams, el gran mito del country, se convierte en su referente, pero los bluesmen como Howlin’ Wolf, Muddy Waters y John Lee Hooker moldean para siempre su forma de entender la música.

En 1955 sufre la misma revelación que miles de muchachos norteamericanos al escuchar por primera vez a Bill Haley cantando «Rock Around the Clock» en la escena con la que comienza la película Blackboard Jungle (Semilla de maldad). Es el nuevo sonido que llama a la juventud hacia la rebeldía primero y al consumismo después: el rock and roll. Pocos meses después ya tiene su primera banda, Golden Chords, con la que se dedica a tocar sobre todo temas de Little Richard. Bob toca el piano, Monte Edwarson la guitarra y LeRoy Hoikkala la batería. Pero sus gustos son divergentes: mientras Bob se inclina por la autenticidad del rhythm & blues negro, sus compañeros prefieren el nuevo rock & roll blanco. El grupo se separa y Bob se asocia con Larry Fabbro, que toca la guitarra, el contrabajista Bill Marinak y el batería Chuck Nara. Son The Shadow Blasters.

Por esa época consigue su primera motocicleta, una Harley de segunda mano que le otorga una independencia y una libertad de movimientos que comparte con John Bucklen, su mejor amigo, con el que hace escapadas a Duluth, su ciudad natal, o Saint Paul, donde conoció a los primeros músicos negros, los cantantes de una banda de doo-wop. En otoño de 1957 Bob se enamora de Echo Helstrom, una compañera de instituto que se caracterizaba por su personalidad a contracorriente. Rubia platino, con cazadora de cuero y pantalones vaqueros, era la imagen de la chica rebelde de la era dorada del rock & roll que cautivó a Bob hasta que a éste el pueblo se le hizo pequeño y se marchó a estudiar a Minneapolis. En sus últimos tiempos en el instituto, el futuro Dylan insistió una y otra vez en convertirse en músico de rock. Poco antes de su graduación actuó por última vez en Hibbing con una banda montada para la ocasión y llamada Elston Gunn and The Rock Boppers, en la que estaba acompañado por John Bucklen a la guitarra, Bill Marinac al contrabajo y tres chicas cantando doo-wop. Unos días después la futura estrella de la música acudió a Duluth para asistir a un concierto de Buddy Holly, Ritchie Valens y Bob Bopper, que tres días después fallecerían en el trágico accidente de avión que pasaría a la historia como ‘El día que murió la música’. Bob nunca olvidó aquel concierto en el que siempre afirmó haber mantenido un momento de especial conexión visual con Buddy Holly. Son esos momentos los que convierten la historia del rock en leyenda.

El 5 de junio de 1959 se gradúa y dos meses después, gracias a una beca, ingresa en la facultad de Artes de la Universidad de Minnesota. Primero vive en una residencia estudiantil para judíos y poco después se instala en el barrio bohemio de Minneapolis, Dinkytown, donde su aspecto de rocker juvenil da paso a una imagen hipster más acorde con la moda del momento y el lugar, en el que abundan los poetas, los cantautores folk y los jóvenes escritores que emulaban al beatnik por excelencia, Jack Kerouac, el autor de On the Road (En el camino). Pronto se convierte en cliente habitual del Purple Onion o el Ten O’Clock Scholar, unos cafés frecuentados por jóvenes músicos como John ‘Spider’ Koerner, Dave Ray y el poeta Dave Morton, que eran fans incondicionales de bluesmen clásicos como Leadbelly o Josh White y cantantes de folk como Woody Guthrie o Pete Seeger.

Fue en el Scholar donde Robert Zimmerman actuó por primera vez bajo el nombre de Bob Dylan, cuyo origen fue, es y será, motivo de controversia. En un primer momento afirmó que lo había adoptado como homenaje al poeta Dylan Thomas, y así perduró durante años, después Robert Shelton autor de la biografía No Direction Home, publicada por primera vez en 1965, afirmó que no había sido así, que en 1958 le comentó a su novia Echo Helstrom que había encontrado un nombre artístico, Bob Dillon, una mezcla de inspiraciones de un actor de televisión y una familia de Hibbing y que al final lo había cambiado a Dylan porque le sonaba mejor. Para rematar la jugada, en su autobiografía, Crónicas Volumen 1, publicada originalmente en 2004, volvió a insistir en que sí se había inspirado de alguna forma en el nombre del poeta inglés. De hecho, una de las razones más íntimas para su cambio de nombre, nuca confesada, habría sido su intención inicial de camuflar su origen judío, con el que nunca se sintió muy a gusto en sus días de bohemia universitaria, a pesar de que en el ambiente intelectual de Dinkytown había importantes personajes judíos, como Tova Hammerman, una destacada beatnik con la que nunca se llevó demasiado bien.

Sea como sea, en los días que comenzó a llamarse Bob Dylan tenía una novia, Bonnie Jean Beecher, a la que había conocido durante sus escapadas a Minneapolis antes de acabar el instituto. La chica estudiaba interpretación, era aficionada al blues y se conocía la intelectualidad local al dedillo. Fue ella quien inspiró poemas de Dylan de aquellos días como My Life in a Stolen Moment. Pero el joven aspirante a genio musical era un corazón inquieto y frecuentaba a otras chicas, como Gretel Hoffman, con la que actuaría en un par de ocasiones y que le dejaría por su amigo David Whittaker, o Ellen Baker, una amiga de Bonnie, cuya madre le ayudó a atravesar aquel duro invierno, sobre todo cuando se fue a vivir a una habitación desangelada en el corazón de Dinkytown y tuvo que sobrevivir tocando a veces a cambio de un café y un bocadillo. Tuvo incluso que empeñar su guitarra pero logró salir del agujero gracias a la oferta fija del Purple Onion, donde le pagaban cinco dólares por actuación y le dejaban dormir cuando no tenía otro sitio al que ir.

En el verano de 1960, emulando a los héroes de la generación beat, se echó a la carretera para irse a Colorado y trabajó durante una corta temporada en Central City. A su regreso abandonó la universidad y sobrevivió tocando donde pudo y viviendo en casa de amigos. Por aquellos días comenzó su afición a la marihuana, que corría con tanta fluidez como los panfletos izquierdistas en las fiestas de los jóvenes e ideologizados bohemios en las que acabó conociendo a un joven llamado Dave Whitaker, el mismo que le quitaría a su novia Gretel pero que le daría a conocer a Allen Ginsberg, William Burroughs y el resto de escritores de la generación beat, y sobre todo el que pondría en sus manos Bound for Glory,  la autobiografía de Woody Guthrie que cambiaría su vida para siempre, aunque según la versión de Howard Sounes, quien le prestó el libro fue un compañero de facultad llamado Harry Weber. En cualquier caso, su lectura supuso una revelación, o como él mismo explicó de forma diáfana: «Fue la verdadera voz del espíritu americano. Me dije a mí mismo que iba a ser el discípulo más grande de Guthrie».

Woody se convierte en su obsesión y en diciembre de 1960 llama el hospital donde está internado aquejado de una afección llamada Corea de Huntington que le he convertido en un enfermo terminal con menos de cincuenta años. Con Whitaker como testigo de la conversación, Bob le dice a quien sea que se haya puesto al teléfono: «Voy para allá. Dígale a Woody que voy a verlo».

Tras una triste visita navideña a Hibbing para comunicar a su padres que ha dejado los estudios y que quiere irse a Nueva York, regresa a Minneapolis para anunciar a sus escépticos amigos que se marcha a la ciudad de los rascacielos para ver a Guthrie. Intenta pasar las fiestas con Bonnie Beecher, pero los padres de ella se oponen, así que abandona la ciudad haciendo autoestop rumbo a Chicago, donde pasará varias semanas antes de ir a Madison (Wisconsin), última parada antes del gran sueño: Nueva York.

Nueva York

(1961)

En las entrañas de la bohemia

Finales de enero de 1961. Dylan llega por fin a Nueva York. La ciudad lo recibió con un clima gélido. Aquel mes, los termómetro marcar los ocho grados bajo cero de media por las noches y en ocasiones incluso menos, por lo que Bob se refugió en los cafés del Greenwich Village, el barrio que acogía a cientos de jóvenes como él, chicos de provincias ilusionados y sin un dólar en el bolsillo. El Gerde’s, el Cafe Wha?, el Common’s o The Gaslight acogían cada noche a noctámbulos, curiosos y músicos aficionados al folk urbano heredero de la música popular norteamericana de los cantantes blancos del campo y de los bluesmen negros. Son tiempos de cambio en los Estados Unidos, sobre todo del American Way of Life. El 26 de enero, el nuevo presidente John Fitzgerald Kennedy ofrece su primera rueda de prensa y anuncia la liberación por parte de la Unión Soviética de dos militares capturados durante un grave incidente entre los ejércitos de los dos países. Ese mismo mes muere el escritor Dashiell Hammett, uno de los creadores de la novela negra y víctima de la caza de brujas anticomunista. Y también en enero, cinco estudiantes afroamericanos entran por primera vez en la Universidad de Georgia. El ambiente en los cafés del Village es un hervidero de poetas y escritores con ideas contestatarias, de publicaciones izquierdistas más o menos artesanales. Casi cada noche en algunos de ellos se celebra un Hootennany, una reunión en la que cualquiera puede subir al escenario e interpretar algo, eso sí, siempre que sea capaz de hacerse oír con su guitarra por encima del ruido de las apasionadas discusiones política e intelectuales.

En una de esas reuniones en el Cafe Wha?, un garito de la calle McDougal, hace su primera aparición el joven cantante de Duluth, y a partir de ese momento empieza a echar mano de todo su encanto personal y sus habilidades artísticas para conseguir cada día una comida y una cama. Pero su prioridad es conocer a Woodie Guthrie y con esa intención se presenta en casa de la ex esposa del maestro el folk, Marjorie, que vive en Queens con sus tres hijos (Arlo, que seguirá los pasos de su padre y que entonces tiene treces años, Joady y Nora, que es la que abre la puerta y reconoce en el desaliñado muchacho a uno de los típicos seguidores de su padre). Marjorie está fuera, trabajando, y es Arlo quien deja entrar a Bob y le explica que su padre está en hospital. El domingo 29 de enero, Dylan cumple al fin su sueño y conoce a Guthrie en casa de Bob y Sidsel Geason, un matrimonio amigo de Woody que solía llevárselo a pasar el fin de semana con ellos para que pudiera recibir las visitas que no podían acudir al hospital, como su antiguo representante Harold Leventhal o compañeros como Pete Seeger o Ramblin’ Jack Elliot. Dylan se añade a la larga lista de admiradores que acuden a charlar con el viejo maestro, como Peter La Farge, Phil Ochs o John Coen. Todos ellos animan la existencia del anciano prematuro consumido por una enfermedad que casi no le permite hablar y mucho menos cantar, cosa que hacen sus acólitos -entre ellos el joven de Minnesota- para que él siga disfrutando de la música.

En los meses siguientes, Dylan visitará con cierta regularidad a quien considera su maestro y consigue que le dedique unas letras en las que hay poco más que la escueta frase «Todavía no estoy muerto» que el aspirante a artista guarda como un verdadero tesoro. Aquella ansiada amistad da a Bob la fuerza suficiente para seguir sobreviviendo en el crudo invierno neoyorquino, mientras va haciendo nuevos amigos como Mark Spoelstra que, aunque sólo lleva un par de meses en la ciudad, le sirve para establecer sus primeros contactos, convirtiéndose ambos en figuras populares del Village.

El hecho de que toque la armónica le facilita a Bob acompañar a otros músicos, aunque vivir de las propinas le sigue resultando complicado y tiene que echar mano de todos sus encantos personales para ir saliendo del paso. El matrimonio Gleason lo acoge esporádicamente en su casa y grupos de música consolidados, como New World Singers -integrados por Gil Turner, Happy Traum y Bob Cohen- le van cediendo espacio al final de sus espectáculos para que se vaya dando a conocer. No sólo cae bien a todos sino que resulta bastante atractivo para las chicas.

El 5 de abril actúa en el Loeb Student Center de la Universidad de Nueva York y seis días después consigue un contrato para actuar durante dos semanas como telonero del bluesman John Lee Hoocker en el Gerde’s Folk City, un restaurante italiano que por las noches se convertía en el templo del folk neoyorquino, cuyo dueño -Mike Porco- dedica los lunes a la actuaciones de jóvenes promesas como Dylan. En ese local será descubierto por Joan Baez, Tom Paxton, Dave Van Ronk y otras figuras de la canción y la contracultura muy populares en el Greenwich Village. Van Ronk se convierte en una especie de padrino para él y le permite pasar alguna noche en su casa, además de darle consejos musicales, y su esposa Terri hace las veces de mánager, tratando de conseguirle algunos trabajos. También consigue cobijo en casa de Eve y Mac McKenzie, un matrimonio que conoció a través de Marjorie Guthrie durante un concierto de Cisco Houston, viejo compañero de correrías de Woody. En casa de los McKenzie conoce a una de sus primeras novias en Nueva York, Avril, y allí compone algunas de sus primeras canciones.

Otros de sus primeros padrinos fueron el veterano cantante Ramblin’ Jack Elliot, a quien conoce durante una de sus visitas a Woody Guthrie y en quien se inspira para mejorar su estilo musical, o Liam Clancy, uno de los componentes de The Clancy Brothers, grupo de folclore tradicional irlandés con letras muy combativas. El centro de reunión de toda aquella pandilla es el Gerde’s, que se convierte en la verdadera casa de Bob y su amigo Spoelstra. Allí conoce a también grandes mitos del blues como Big Joe Williams, Lonnie Johnson o Victoria Spivey, una cantante afroamericana que posee un modesto sello discográfico en el que produce discos de músicos de blues y jazz, como Muddy Waters, Memphis Slim o Louis Amstrong, y donde el 2 de marzo Bob consigue colocar su armónica en cuatro temas del álbum Three Kings And The Queen, de Roosevelt Sykes, Big Joe Williams, Lonnie Johnson y Victoria Spivey. De esa jornada queda una histórica foto del joven cantautor junto a la propia Victoria, Big Joe y el productor Len Kunstadt.

En mayo, Bob y su amigo Mark Spoelstra consiguen participar en el Indian Neck Folk Festival de Branford (Connecticut), tras lo que Dylan hace un viaje a Minneapolis para saludar a sus amigos de los días de la universidad y contarles sus éxitos en la gran ciudad y, sobre todo, ver de nuevo a su ex novia Bonnie Beecher, cosa que hace aunque no con los resultados esperados, ya que ella está con otro chico. Eso hace que Bob decida regresar cuantos antes a Nueva York y volcarse en su carrera, que por cierto, está empezando a levantar el vuelo. De regreso a la gran manzana comienza a ampliar horizontes y actúa sin éxito en las localidades próximas de Cambrigde y Saratoga Springs. También empieza a frecuentar el Gaslight Club, otro de los templos del folk neoyorquino, donde conoce a Wavy Gravy, un poeta y actor cómico muy bien relacionado con la élite de los hipsters (como el poeta Allen Ginsberg o el cómico Lenny Bruce), y que se convierte en el nuevo protector del joven artista, compartiendo noches de charlas y marihuana que el cantante recordaría en su canción «Bob Dylan’s Dream». En el mes de junio logra por fin actuar durante una semana en el Gaslight junto a Dave Van Ronk y capta la atención del mánager Roy Silver, con quien acaba firmando un contrato por cinco años que tampoco le supone un avance espectacular en su carrera.

A finales de julio Bob actúa en un festival folk organizado por la emisora WRVR de Nueva York. En el cartel figura los más grabado del folk y el blues, como Tom Paxton, Ramblin’ Jack Elliot, Victoria Spivey o Cynthia Gooding, pero lo más destacado de ese día es una chica que se sienta entre el público con su hermana mayor, Carla, una aficionada al folk que trabaja con el famoso musicólogo Alan Lomax, el hombre que ha grabado a los históricos bluesmen rurales de los campos del sur del país. La chica en cuestión tiene sólo diecisiete años, se llama Suze Rotolo y será el primer gran amor de Bob Dylan y su primera musa. Nadie mejor que él para definir lo que significó ese encuentro, cosa que hizo en su autobiografía: «Desde el primer momento en que la vi no pude quitarle los ojos de encima, ella era la cosa más erótica que jamás había visto. Era muy hermosa, con la piel y el cabello dorados y de sangre italiana. Empezamos a hablar y mi cabeza comenzó a girar».

Rotolo fue, desde el primer día, mucho más que un gran amor, fue también la persona que cambió para siempre la vida y la carrera de aquel joven cantautor que había nacido en una ciudad de provincias y que, gracias en buena medida a la influencia de aquella chica, se proyectó a todo el planeta. Suze pertenecía a una familia de intelectuales izquierdistas de origen italoamericano. Su padre era un obrero sindicalista que había fallecido tres años antes y su madre, María, era una escritora y activista política que colaboraba en varias publicaciones de signo comunista. La propia Suze, a pesar de su juventud, tenía un importante bagaje cultural, mucha relación con varios grupos feministas, militaba en el grupo antinuclear Sane y colaboraba con el Congreso por la Igualdad Racial. Con ella Bob conoce un nuevo ambiente cultural, frecuenta al domicilio de Alan Lomax y hace nuevas amistades, como Mikki Isaacson, una especie de protectora de artistas pobres, el escritor y músico de folk Richard Fariña y su esposa, la cantante Carolyn Hester. Gracias a ellos, se le abren las puertas del Club 47 de Cambridge, donde había debutado Joan Baez, y conoce al productor de la CBS, John Hammond.

En septiembre regresa al Gerder’s para actuar durante dos semanas y es descubierto por Robert Shelton, un critico del New York Times, gracias a las gestiones de Roy Silver, el representante de Bob. El 29 de septiembre el diario neoyorquino publica la primera reseña sobre Bob Dylan, que anda ya en tratos con Hammod para entrar en la CBS, al tiempo que se deja cortejar por un nuevo mánager, Albert Grossman, que acabaría convertido en su representante. El 26 de octubre firma por fin con la discográfica. Todo parece ir viento en popa, pero el camino al éxito no ha hecho más que empezar y no estará exento de problemas y desilusiones. La noche del sábado 4 de noviembre consigue su primera actuación en un escenario ‘de verdad’. Se trata del Carnegie Chapter Hall, un reducido local ubicado en la quinta planta del famoso Carnegie Hall, con aforo para doscientas personas. La entrada cuesta dos dólares pero Dylan no consigue reunir a más de cincuenta amigos y conocidos. De aquel primer intento más o menos serio saca veinte dólares y una enorme decepción. Además su relación con Suze no avanza como a él le gustaría. Quiere que se vaya a vivir con él a un apartamento que acaba de alquilar en West Forth Street, en el corazón de Greenwich Village, pero Suze es menor de edad y su madre y su hermana Carol se oponen frontalmente a semejante aventura.

Por esos días, Bob firma su primer contrato con Albert Grossman, con lo que el mánager del trío de moda, Peter, Paul & Mary, se hace con la dirección de los negocios musicales del joven cantante por un período de siete años y desbanca a Roy Silver como representante. A finales de noviembre graba con la discográfica CBS su primer LP, Bob Dylan. En total registra diecisiete canciones, nueve de ellas en una sola toma, ya que el cantante se niega a grabar repeticiones, aunque cuatro de ellas son finalmente descartadas. Al final se escogen trece canciones, todas ellas versiones de temas tradicionales o blues clásicos menos dos, «Talkin New York» y «Song to Woody», compuestas por el propio Dylan. La compañía invierte en la sesión de grabación unos cuatrocientos dólares.

En los días previos a Navidad regresa a Minneapolis. A pesar de su incipiente éxito sigue sin tener dinero ni para albergarse decentemente, así que tiene que conformarse con dormir en un rincón del apartamento de su ex novia Gretel y su amigo Dave Whitaker. Son días extraños, viendo a los viejos amigos, quedando con sus antiguas novias, Echo Helstrom y Bonnie Beecher y echando de menos a Suze, aunque su relación con la Rotolo pasa por días tormentosos. Él quiere que se casen y ella se debate entre irse a vivir con él o mantener su libertad frente al absorbente cantante y realizar su sueño de convertirse en pintora.