F. Scott Fitzgerald

El arte de perder. Una vida en cartas

 

De esta edición:

 

© Círculo de Tiza (Derecho y Revés, S. L.), 2016, Madrid

www.circulodetiza.es

 

Coordinación y cuidado de la edición de las cartas:

Giselle Etcheverry Walker

 

© de la selección: Yolanda Delgado, 2015

© de la traducción, introducción y notas: Martín Schifino, 2015

© del epílogo: Alejandro Gándara, 2015

© de las fotografías: Getty Images y Biblioteca de la Universidad de Princeton

 

Primera edición: febrero de 2016

Diseño gráfico: Miguel Sánchez Lindo

Corrección: Alfredo Blanco

ISBN: 978-84-945719-6-1

 

 

Reservados todos los derechos. No está permitida la reproducción total ni parcial de esta obra, ni su almacenamiento, tratamiento o transmisión de ninguna manera y por ningún medio, ya sea electrónico, físico, químico, mecánico, óptico, de grabación o fotocopia sin autorización previa por escrito de la editorial.

 

 

 

 

Introducción

 

 

 

 

Desde sus comienzos, F. Scott Fitzgerald fue un escritor reñido con su oficio. «La historia de mi vida —afirmó en un ensayo de 1920— es la de la lucha entre una imperiosa necesidad de escribir y una combinación de circunstancias que se aliaban para impedírmelo». Con veinticuatro años, se refería a dificultades de su etapa de formación, pero el aserto suena profético. El círculo vicioso comienza con el éxito, cuando Fitzgerald, a poco de publicar su primera novela, A este lado del paraíso, se descubre rico y famoso de la noche a la mañana; más o menos por entonces, encuentra una fuente de ingresos aún mayor en las publicaciones periódicas, que le ofrecen grandes sumas por cuentos populares. Adepto al despilfarro, opta por escribir novelas en los ratos que le dejan los cuentos, a pesar de considerarlas lo único importante. Sin ser traumática, la historia empieza por un desdoblamiento: el cuentista mantiene al novelista, el novelista desprecia al cuentista y ambos conviven a disgusto. Que el asunto parezca una fábula de Henry James no lo hace menos incómodo.

Narrador autobiográfico por naturaleza, Fitzgerald habló continuamente de sí mismo en su obra, y no solo a través de personajes como Amory Blaine, el protagonista de Paraíso. Durante toda su carrera escribió ensayos personales que exponían sus dilemas de manera más o menos directa, sin otro disfraz que la retórica. De variado tenor, esos textos abarcan un espectro que va de la ironía a la amargura, pasando por una especie de aceptación aguerrida, como en los ensayos que reuniría más tarde Edmund Wilson en El crack-up. El famoso «La fisura» y sus dos continuaciones son de lectura obligatoria para todo interesado en la ética de la derrota, pero no menos reveladores son los de la primera etapa, cuando Fitzgerald presenta su vida bajo la lente de la comedia. «Cómo vivir con 36.000 dólares al año» y «Cómo vivir con casi nada al año» son dos piezas muy entretenidas sobre lo difícil que puede ser mantenerse a la altura de aspiraciones desmesuradas. En ambas, la literatura sale triunfante, por más que el literato y su familia gasten la pequeña fortuna del título y acumulen deudas de hasta 5.000 dólares (en dinero de hoy, multiplíquese por doce o trece). Y la solución la proporciona la pluma, cuando el escritor profesional compone unos cuantos cuentos para vendérselos a revistas por 2.000 o 3.000 dólares cada uno. «Fueron necesarias doce horas al día durante cinco semanas para salir de la abyecta pobreza y volver a la clase media», escribe Fitzgerald. La nota de autosatisfacción es inconfundible, sin que sea difícil detectar un armónico de arribismo. Pero poco después aparece, también, una frase como la siguiente: «No estaba ni remotamente satisfecho con aquel asunto. Un joven puede trabajar a velocidad excesiva sin efectos perjudiciales, pero por desgracia la juventud no es una condición permanente de la vida».

Es un perfecto remate aforístico, muy propio del autor, con una igualmente perfecta combinación de ligereza y ansiedad; aun así, lo más llamativo es la conciencia tácita de que la bonanza no puede durar. Muchos de los cuentos que Fitzgerald escribió en esa década —«El diamante tan grande como el Ritz» o «El curioso caso de Benjamin Button» vienen en mente— corroboran esa impresión. Y el propio autor, al volver la vista sobre la llamada «era del jazz», señalará más tarde: «Las historias que se me ocurrían tenían algo de desastroso: las criaturas amables y jóvenes de mis novelas acababan en la ruina, las montañas de diamantes de mis cuentos saltaban por los aires, mis millonarios eran hermosos y malditos […]. En la vida estas cosas no habían ocurrido aún, pero yo estaba seguro de que vivir no era el quehacer descuidado e irreverente que se suponía». ¿Qué le pasaba a Fitzgerald? Las biografías aportan los lineamientos de la historia, a estas alturas legendaria, pero la leyenda deja fuera el punto de vista del primer interesado, las percepciones que registran el día a día de sus esfuerzos, las dificultades concretas de sus «circunstancias».

No hay mejor manera de alinearse con ese punto de vista que recurrir a las cartas. Y en el caso de Fitzgerald, que llevó durante años una vida itinerante en Europa y Estados Unidos, tenemos una enorme cantidad de cartas a las que recurrir. El presente volumen, una selección hecha a partir de un número al menos tres veces más amplio, abarca toda la etapa de madurez de Fitzgerald, coincidiendo con sus dos décadas de actividad profesional, desde el momento en que vende su primera novela a la editorial Scribner’s hasta sus últimos días como guionista en Hollywood, cuando era un novelista olvidado y tenía la salud hecha pedazos. Más aún, las cartas permiten escapar al orden cerrado de la leyenda: al sucederse de manera cronológica, sin el beneficio de la retrospección, restituyen el drama impredecible de la vida, mientras aportan un retrato de primera mano de los demás actores. Vemos a Fitzgerald hablando con su agente, Harold Ober; con su editor, Maxwell Perkins; con su esposa, Zelda Sayre; con amigos escritores como Ernest Hemingway y Thomas Wolfe; y con varios familiares y personas relacionadas con su trabajo. En diversa medida, el énfasis y los temas cambian según el interlocutor, y no es de sorprender, dado el interés puntual de muchos de ellos, que a menudo las cartas del autor se hayan publicado en forma de diálogos (hay volúmenes de su correspondencia con Ober, con Perkins, con Zelda, incluso con su hija); pero nada sustituye a la visión de conjunto, que muestra no solo sus distintas facetas, sino sus obsesiones. Cuando un tema se repite en cartas dirigidas a interlocutores muy distintos, no cabe duda de que el escritor pensaba en ello de manera constante.

Algo esquemáticamente, las correspondencias de escritores podrían dividirse en las que hablan de literatura y las que hablan de la vida literaria. Flaubert, dándole lecciones de prosodia a Louise Colet o a Maupassant, aporta un claro ejemplo de las primeras; Fitzgerald pertenece más bien al segundo grupo. Sin que se echen en falta recomendaciones de libros (en sus cartas a Perkins), análisis de obras concretas (en las que intercambia con Hemingway) o consejos prácticos sobre la escritura en general (al hablarle a su hija Scottie), el grueso de estos papeles privados atañe a cuestiones prácticas de la profesión: Fitzgerald negocia contratos, pide adelantos, promete entregas, se disculpa por saltarse plazos, planea a qué revista enviar determinado cuento, se queja de las condiciones que ofrece tal o cual editor y así sucesivamente. Nadie que haya pasado una velada con escritores se sorprenderá de que aquí se hable mucho de dinero, pero incluso quien no haya tenido el gusto (o disgusto) encontrará una contracara realista de la impostura de tranquilidad que asomaba en «Cómo vivir con 36.000 dólares al año», donde la literatura parecía una eflorescencia indolora. En las cartas, queda bien claro que Fitzgerald tiene que ganarse cada dólar a pulso. Y también que el pulso tiembla. A Zelda le confiesa que se ha «arrancado El gran Gatsby de la boca del estómago en un momento de pena»; y a Scottie, que sus «escasos logros han sido fruto del trabajo más intenso y laborioso».

Por lo demás, el dinero nunca alcanzaba. Hoy en día, cuando se han revisado hasta las declaraciones de renta de Fitzgerald, se sabe que en los años veinte ganó en promedio 24.000 dólares anuales y, a fines de los treinta, llegó a cobrar 1.250 dólares por semana en Hollywood. Una pregunta algo ingenua, pero inevitable, es adónde iban a parar semejantes cantidades; las cartas la responden indirectamente en pasajes como el siguiente, de junio de 1925: «No sé cuándo regresaremos a Estados Unidos; puede que nunca. Nos quedaremos aquí [París] hasta enero, salvo por un mes en Antibes, y luego iremos a Niza en primavera, con un viaje a Oxford planeado el verano próximo»; o el siguiente, de junio de 1940: «Vivo en el apartamento más pequeño que puedo sin parecer pobre, un lujo que no me puedo permitir en Hollywood». Si la pobreza era un lujo, la simple frugalidad era una opción que Fitzgerald parece haber sido incapaz de contemplar. De ahí, en parte, que estuviera constantemente buscando fuentes adicionales de ingresos con cuentos, guiones cinematográficos, ensayos periodísticos, adaptaciones teatrales y hasta una pieza original, que pasó sin pena ni gloria. La gran ironía de su carrera es que el género en el que haría su contribución más perdurable, la novela, fue el que menos dinero le reportó, a excepción de Paraíso, un libro mediocre aupado por la moda. Y la ironía es aún mayor en un sentido histórico: en lo que al público se refiere, la decadencia del Fitzgerald novelista comenzó, no en sus últimos dos o tres años, cuando Hollywood le impidió terminar El último magnate (publicada póstumamente en 1941), sino con la publicación El gran Gatsby (1925), la misma novela que, desde su muerte, ha vendido millones de ejemplares y lo ha situado en el panteón de «grandes novelistas americanos». Es para llorar.

Fitzgerald optó por una opción equivalente: beber. O, mejor dicho, seguir bebiendo. Desde sus días de alumno en Princeton, según diversos testimonios, había sido un alcohólico más o menos funcional, pero a la larga debió aceptar que aquel funcionamiento era análogo al de una bomba de relojería («la juventud no es una condición permanente de la vida»). Las cartas hablan de dolencias pulmonares y cardiacas, y el agotamiento mental que sufrió después de Gatsby explica en parte por qué hay una brecha de nueve años entre esa novela y la no menos lograda que le sigue, Suave es la noche. Pero la explicación no termina ahí. Las famosas «circunstancias», que en gran medida Fitzgerald se ocupó de generar él mismo, le pasaron factura en la segunda mitad de los años veinte. Al alcoholismo y el estilo de vida insostenible se sumaron las trifulcas, las aventuras extramaritales, las legítimas ansiedades de Zelda y una monstruosa crisis de pareja. «Recuerdo preguntarme por qué trabajaba para pagar las cuentas de aquel desolado ménage», escribe Fitzgerald. Y el contexto fue a peor: cuando cayó la nueva década, Zelda sufrió un colapso nervioso y tuvo que ser internada en una clínica de las afueras de París, luego en una de Suiza y finalmente en Baltimore. El diagnóstico inicial fue esquizofrenia, aunque hoy se cree que sufría de un trastorno bipolar; en cualquier caso, pasó el resto de su vida en instituciones psiquiátricas.

Lo que nos lleva, sin eludir el drama humano, la infelicidad de fondo, las acusaciones y los mea culpas, de vuelta al dinero. En una carta de 1930, dirigida a la psiquiatra personal de Zelda, Fitzgerald se lamenta por tener que costear «lujos como la locura». Y aunque la palabra «lujos» es una inconfundible muestra de rencor, la nota más patética viene a continuación: «Scottie y yo tenemos que vivir». Pase lo que pase, seguirá produciendo «las bagatelas convincentes y bien decoradas por las que el señor Lorimer me soborna con dinero». (Lorimer era el editor de The Saturday Evening Post, una de las revistas que mejor pagaban a Fitzgerald). A esas alturas, no tenía alternativa. Pero el escritor forzado a escribir bagatelas es una figura tan frustrada como el que nada puede escribir. Y si apostar por una novela era inviable, Fitzgerald no hacía sino pensar en la novela que por entonces tenía más o menos aparcada. En esas condiciones, que acabara Suave es la noche a principios de 1934 habla muy bien de su ambición, aunque su ambición no hable muy bien de su altruismo.

Por estos años, tiene lugar uno de los episodios más discutidos de la vida de los Fitzgerald. En 1932, mientras recibía tratamiento psiquiátrico en la clínica suiza, Zelda escribió en pocos meses una novela autobiográfica, Resérvame el vals, que compartía con el manuscrito de Suave es la noche bastante «material». Conviene entrecomillar la palabra no solo porque la usaba Fitzgerald, sino porque su existencia es bastante cuestionable. ¿Cuál es el material de un escritor? ¿Su vida? ¿Y cuando la vida es compartida? Fitzgerald, en todo caso, protestó que había plagio e intercedió ante los médicos de su esposa para que esta hiciera algunos cambios («solo le he pedido que elimine dos episodios»). A regañadientes, como también se infiere en las cartas, Zelda se los concedió, y la novela vio la luz en la misma editorial que publicaba a su marido, Scribner’s. Fitzgerald cuidó que la publicación llegara a buen puerto, como se ve en su correspondencia con Perkins, pero hasta hoy carga con la condena de censor. Lo indudable es que el orgullo profesional se mezclaba con el orgullo herido, y la idea de plagio se aliaba con la de traición: «Mis libros la convirtieron en leyenda y lo único que ella pretende con este retrato indisimulado es convertirme en una nulidad». Se trata de una de las frases más famosas de la correspondencia, y no sería un puro delirio revisionista leer en ella la voluntad masculina de definir los términos en los que ha de considerarse a la mujer (una «leyenda», no un agente libre). No obstante, queda resonando el final de la oración. ¿Es de sorprender que Fitzgerald, un escritor cada vez más apremiado por el fracaso, más consciente de la disminución, se resistiera a que su esposa confirmara la imagen que él temía dar?

La publicación de Suave es la noche no hizo gran cosa por disipar los temores. Al igual que Gatsby, la novela se topó con una acogida comercial tibia, y esta vez ni siquiera las críticas fueron entusiastas. Quedaba el negocio de los cuentos, pero incluso eso empezó a tambalearse, y ya nadie le pagaba los exorbitantes 3.500 dólares por texto que el Post le había ofrecido en 1930. Entretanto, las deudas se acumulaban, la salud iba de mal en peor. Hacia 1937, Fitzgerald razonó que la solución económica se encontraba en Hollywood, donde había pasado breves temporadas como guionista en 1927 y en 1932, y decidió probar suerte una vez más. «Me temo que deberé ir a trabajar a Hollywood», le escribe a Scottie en junio de 1937; y si eso suena como la frase de una persona resignada, lo es. No hay más que repasar lo que había escrito a Maxwell Perkins doce años antes: «Si puedo ganarme la vida […] seguiré como novelista. Si no, voy a renunciar, volver a casa, marcharme a Hollywood y aprender el negocio del cine». Recordemos que sus dos intentos anteriores habían acabado mal. ¿Qué posibilidades tenía Fitzgerald de aprender el negocio del cine a los cuarenta y pico, cansado y lleno de manías? La respuesta llega tres años más tarde, en una carta a Perkins: «No me ha ido bien como escritor a sueldo». Pero el problema no era de Hollywood; en muchos sentidos, aquella fue una época dorada para los escritores que buscaban trabajo bien pagado en los estudios, y hasta se dieron triangulaciones irrepetibles de talento como la de William Faulkner adaptando novelas de Hemingway y Raymond Chandler para que las dirigiera Howard Hawks. Fitzgerald colaboró brevemente en el guion de Lo que el viento se llevó y en otras producciones hoy olvidadas, pero su único crédito como guionista lo obtuvo por Tres camaradas, una película que le parecía fallida por culpa del coguionista. Quizá en ese juicio hay una clave. El medio colaborativo del cine, las correcciones y reescrituras constantes, la figura subordinada del guionista, no casaban con su idea de cómo debía ser un escritor.

Puede que Fitzgerald estuviera demasiado apegado a un ideal romántico, pero en ello reside también su integridad. Quería creer, y no se equivocaba, que un escritor solo debe rendir cuentas a su propia visión. «No soy un gran hombre —le escribió a Scottie hacia el final de su vida—, pero a veces creo que el aspecto impersonal y objetivo de mi talento, y los sacrificios que, aun en pedazos, hago por conservar su valor esencial tienen una especie de grandeza épica». Matthew Bruccoli, el gran experto en el autor, usó estas últimas cinco palabras como subtítulo de su biografía. Es un lema bonito, pero conviene estar atento a dos detalles. Primero, el matiz: una especie de grandeza, con lo que Fitzgerald daba a entender que en su ambición había modestia; y luego el adjetivo: épica. «Muéstrame un héroe, y te escribiré una tragedia», había anotado Fitzgerald en uno de sus cuadernos. Cabría concluir que, si más tarde él mismo se guardó de apelar al heroísmo, lo justo sería no tachar su vida de trágica. Las cartas, por lo pronto, reflejan una epopeya privada: Fitzgerald da batalla hasta el final, animado por una imperiosa necesidad de escribir.

 

Martín Schifino

 

 

 

 

 

Y si uno quiere expresar la grande e inevitable derrota que nos espera a todos, tiene que hacerlo dentro de los límites estrictos de la dignidad y de la belleza.

 

Leonard Cohen.

Del discurso pronunciado al recibir
el Premio Príncipe de Asturias en 2011.

 

 

 

Nota a la edición

 

 

 

 

La correspondencia de F. Scott Fitzgerald está llena de símbolos, dibujos y líneas que ponen de manifiesto su sentido del humor e imaginario. Este volumen de cartas se apoya principalmente en la edición de Matthew J. Bruccoli (A Life in Letters. MacMillan, 1994), que es fiel a esos detalles con los que el autor «enriquecía» sus cartas. Aunque todo esto es importante para no perder de vista ni un ápice del espíritu del autor, en esta edición se ha optado por favorecer la lectura y se han sustituido algunos de esos símbolos, al tiempo que conservado algunos otros detalles, como, por ejemplo, la escritura de los telegramas sin signos de puntuación, la forma en que están escritas las firmas o la carencia de ellas. Del mismo modo, se han incluido cursivas donde Fitzgerald colocaba subrayados a modo de énfasis. Como si a un diálogo propio con el autor se atendiese, se ha hecho caso del mandato de nunca pasar por alto este detalle, tal como se puede leer en una carta recogida en este volumen a su editor, Maxwell Perkins. Por último, los encabezados de las cartas muestran la fecha a la derecha solo cuando esta es estimada, en los casos en los que por alguna razón el propio escritor no la hubiera indicado.

Como constatará el lector, las cartas son una notable fuente de referencias literarias y de nombres de artistas y escritores, como corresponde a la vida de un autor que viajó y se relacionó con un buen número de sus pares. Se han colocado notas allí donde parecía importante dar noticia, o aclaración, de sucesos, obras literarias o personas mencionadas para enriquecer la lectura, intentando, a su vez, no abrumar al lector.

 

 

 

Cronología esencial de la vida
de F. Scott Fitzgerald

 

 

 

 

24 de septiembre de 1896

Nace F. Scott Fitzgerald en el 481 de Laurel Avenue, St. Paul, Minnesota.

 

Septiembre de 1913

Ingresa en la Universidad de Princeton, donde conoce a Edmund Wilson, John Peale Bishop y John Biggs.

 

1917

Fitzgerald se une al ejército y es designado subteniente de Infantería.

 

Marzo de 1918

Termina el primer borrador de novela, El egoísta romántico (publicado posteriormente por la editorial Scribner’s con el título de A este lado del paraíso).

 

Julio de 1918

Conoce a Zelda Sayre en el baile de un club de campo en Montgomery, Alabama.

 

Agosto de 1918

Scribner’s le devuelve el manuscrito de El egoísta romántico para su revisión, aunque finalmente, en octubre de ese mismo año, la novela es rechazada.

 

 

Febrero de 1919

Encuentra trabajo en la agencia de publicidad Barron Collier. Vive en una habitación en Nueva York, en el 200 de Claremont Avenue.

 

Julio de 1919

El compromiso matrimonial entre Zelda Sayre y Fitzgerald se rompe debido a la inestabilidad económica de este último, por lo que decide volver a Minnesota y terminar la novela en la que estaba trabajando.

 

16 de septiembre de 1919

El editor de Scribner’s, Maxwell Perkins, acepta la novela A este lado del paraíso, reescritura de El egoísta romántico.

 

Otoño - invierno de 1919

Comienza su carrera como escritor de relatos en revistas, momento en el que inicia su relación con Harold Ober, su agente literario para publicaciones periódicas.

 

Noviembre de 1919

Se compromete nuevamente con Zelda Sayre.

 

26 de marzo de 1920

Se publica A este lado del paraíso. Con la aparición del libro, Fitzgerald se convierte a los 24 años, casi de la noche a la mañana, en un hombre famoso.

 

3 de abril de 1920

F. Scott Fitzgerald y Zelda Sayre se casan en la catedral de St. Patrick, en Nueva York. Se van de luna de miel a Baltimore y luego al hotel Commodore en St. Paul, Minnesota.

 

10 de septiembre de 1920

Se publica Flappers y filósofos, la primera recopilación de cuentos de Fitzgerald.

 

Mayo - julio de 1921

Estando Zelda embarazada viajan por primera vez a Europa. Visitan Inglaterra, Francia e Italia.

 

26 de octubre de 1921

Nace Frances Scott («Scottie») Fitzgerald en St. Paul, Minnesota.

 

4 de marzo de 1922

Se publica Hermosos y malditos, que es llevada al cine ese mismo año.

 

Otoño de 1922

Se mudan a Great Neck, Long Island. El consumo de alcohol de Fitzgerald aumenta, pese a lo cual, dice poder escribir solo estando sobrio.

 

22 de septiembre de 1922

Se publica la segunda recopilación de cuentos de Fitzgerald, Cuentos de la era del jazz.

 

Primavera de 1924

Para alejarse de las distracciones se traslada a Francia. En la localidad de Valescure, St. Raphael, Riviera francesa, Fitzgerald escribe El gran Gatsby. La relación con Zelda se ve afectada por una aventura que esta tiene con un aviador. Allí conocen y establecen una estrecha relación con Gerald y Sara Murphy, una pareja de expatriados estadounidenses.

 

Invierno de 1924

Se traslada al Hotel des Princes, en Roma, donde realiza la revisión de El gran Gatsby.

 

10 de abril de 1925

Se publica El gran Gatsby. Este libro supone un importante progreso en el estilo de Fitzgerald. A pesar de recibir elogiosas críticas, las ventas son decepcionantes.

 

Mayo de 1925

Fitzgerald conoce a Ernest Hemingway en el Dingo Bar, en París.

 

1926

Se produce la primera versión de la película El gran Gatsby.

 

Enero de 1926

Zelda Fitzgerald recibe un tratamiento de aguas termales en Salies-de-Béarn, Francia.

 

Febrero de 1926

Se estrena en Broadway la obra de teatro basada en El gran Gatsby, dirigida por Owen Davis.

 

Diciembre de 1926

Los Fitzgerald regresan a Estados Unidos.

 

Enero de 1927

Viaja por primera vez a Hollywood para trabajar como guionista.

 

Abril de 1928

Viaja a París.

 

Septiembre de 1928

Regresa a Estados Unidos.

 

Marzo de 1929

Viaja a Francia, desde Génova, pasando por la Riviera, hasta París.

 

Febrero de 1930

Zelda y Scott viajan al norte de África.

 

Abril de 1930

Zelda es internada en la clínica Malmaison, a las afueras de París, tras su primera crisis nerviosa. Luego es trasladada a la clínica Valmont, en Suiza.

 

5 de junio de 1930

Zelda ingresa en la clínica Prangins, en Nyon, Suiza.

 

Enero de 1931

Muere el padre de Fitzgerald.

 

15 de septiembre de 1931

Zelda es dada de alta y la familia Fitzgerald se instala definitivamente en Estados Unidos.

 

Febrero de 1932

Zelda sufre su segundo colapso nervioso y es internada en la clínica psiquiátrica Henry Phipps del hospital Johns Hopkins, en Baltimore.

 

7 de octubre de 1932

Se publica Resérvame el vals, novela que Zelda Sayre escribe estando en el psiquiátrico y que es fuente de grandes disgustos para Fitzgerald.

 

Diciembre de 1933

Fitzgerald se muda a Baltimore.

 

Enero de 1934

Zelda tiene su tercera recaída y es ingresada en el hospital Sheppard Pratt, a las afueras de Baltimore.

 

Marzo de 1934

Zelda es trasladada a la clínica Craig House en Bacon, Nueva York.

 

12 de abril de 1934

Se publica Suave es la noche.

 

19 de mayo de 1934

Zelda es trasladada al hospital Sheppard Pratt, a las afueras de Baltimore.

 

Noviembre de 1935

Fitzgerald comienza a escribir los ensayos recopilados en El crack-up.

 

8 de abril de 1936

Zelda es ingresada en el hospital Highland, en Asheville, Carolina del Norte.

 

Julio de 1937

Fitzgerald firma un contrato de seis meses para trabajar como guionista con un salario de 1.000 dólares a la semana y se traslada a Hollywood, donde conoce a Sheilah Graham.

 

Diciembre de 1937

Prolonga su contrato un año más con unos honorarios de 1.250 dólares a la semana.

 

Septiembre de 1938

Scottie comienza sus estudios en Vassar College, una universidad privada situada en el pueblo neoyorquino de Poughkeepsie.

 

Diciembre de 1938

La productora que emplea a Fitzgerald decide no renovar una vez más su contrato, quedándose él en una situación económica muy precaria.

 

Marzo de 1939 - octubre de 1940

Trabaja por encargo para las productoras Paramount, Universal, Fox, Goldwyn y Columbia.

 

21 de diciembre de 1940

Fitzgerald muere de un ataque al corazón en el apartamento de Sheilah Graham, en Hollywood.

 

27 de diciembre de 1940

Es enterrado en el cementerio de Rockville Union, Rockville, Maryland.

 

10 de marzo de 1948

Zelda Fitzgerald fallece trágicamente al incendiarse el hospital Highland, Asheville, Carolina del Norte. Sus restos yacen junto a los de F. Scott Fitzgerald.

 

 

 

1919

23 años

 

 

 

 

Estoy en una etapa en la que cada mes tiene una importancia frenética y es como un porrazo en esta batalla contra reloj en pos de la felicidad.

 

(Carta a Maxwell Perkins,
18 de septiembre)

 

 

 

 

 

A Zelda Sayre

Nueva York

Después del 22 de febrero de 1919

 

 

srta zelda sayre

 

cariño tengo ambición entusiasmo y confianza declaro todo glorioso el mundo es un juego estoy seguro de tu amor todo es posible soy la tierra de ambición y éxito y solo espero y confío que mi alma esté conmigo pronto.

 

* *

 

 

A Zelda Sayre

Nueva York

22 de marzo de 1919

 

 

srta zelda sayre

 

cariño el viernes te envié un regalito recibí el anillo hoy y te lo enviaré el lunes y hoy sábado por la noche pensé en decirte lo mucho que te amo deberíamos estar juntos no dejes que tu familia se escandalice por mi regalo.

 

scott

 

* *

 

 

A Maxwell Perkins(1)

599 Summit Avenue

St. Paul, Minnesota

26 de julio de 1919

 

 

Estimado Sr. Perkins:

 

Tras cuatro meses de intentar escribir textos publicitarios durante el día y penosas y poco entusiastas imitaciones de literatura popular por la noche he decidido hacer una cosa o la otra. Así que abandoné la idea de casarme y volví a casa.

Ayer terminé el primer borrador de una novela llamada La educación de un personaje.

En modo alguno es una revisión del malhadado Egoísta romántico, aunque contiene parte del material anterior, que ha sido mejorado y corregido, y además tiene con él un marcado aire de familia.

Pero si el otro libro era un popurrí tedioso e inconexo, este es un serio intento de escribir una novela y, realmente, creo haberlo logrado: en cuanto dejé de castigarla, la musa echó a trotar obedientemente de un lado a otro y se convirtió en una amante errática, si no en una esposa constante.

Ahora bien, quisiera preguntarle lo siguiente: si le envío el libro antes del 20 de agosto y usted decide arriesgarse a publicarlo (tengo la descarada certeza de que lo hará), ¿aparecería en, digamos, octubre?, ¿o cómo se decidiría la fecha de publicación?

Me doy cuenta de que es una pregunta extraña, pues usted aún no ha visto el libro, pero en el pasado ha sido tan amable con mis cosas que me arriesgo a importunar una vez más su paciencia.

 

Atentamente,

F. Scott Fitzgerald

 

* *

 

 

A Maxwell Perkins

599 Summit Avenue

St. Paul, Minnesota

4 de septiembre de 1919

 

 

Estimado Sr. Perkins:

 

Hoy le envié el libro por separado. Quisiera comentarle algunas cosas sobre él.

Notará que hay en él mucho material de El egoísta romántico.

1. El capítulo II del volumen I del presente libro contiene material de «Torretas y gárgolas», «Ha-ha Hortense», «Bebés en el bosque» y «Crescendo», reescritos en tercera persona, abreviados y corregidos.

2. El capítulo III del volumen I contiene material del «Segundo descenso del Egoísta y el Diablo», reescrito, etc.

3. El capítulo IV del volumen I contiene material de «Los dos místicos», «Clara» y «El final de muchas cosas».

4. El capítulo III del volumen II consiste en una revisión de Eleonor en tercera persona, quitando el incidente de las pieles.

El capítulo I del volumen I y los capítulos I, II, IV y V del volumen II son totalmente nuevos.

Verá que se usa de manera muy nueva el material anterior, más allá de la revisión en tercera persona. Por ejemplo, los personajes de Princeton de El egoísta romántico Tom, Tump, Lorry, Lumpy, Fred, Dick, Jim, Burne, Judy, McIntyre y Jesse se han convertido en este libro en Fred, Dick, Alec, Tom, Kerry y Burne. Las Isabelle y Rosalind de El egoísta romántico se han fundido en Isabelle, mientras que la nueva Rosalind es una persona distinta.

Beatrice es un nuevo personaje; el doctor Dudly se convierte en monseñor Darcy, que está mucho mejor caracterizado. De hecho, hay más perspectiva en todos los personajes.

Dejo el prefacio a su criterio. Tal vez el tono se pase de listo; puede que usted se oponga a las personalidades literarias del capítulo II y el volumen II y a la extensión de la charla socialista del último capítulo. El libro comprende un poco más de 90.000 palabras. De verdad creo que el héroe consigue algo.

Espero ansioso su veredicto.

 

Atentamente,

F. Scott Fitzgerald

 

P. D.: Thorton Hancock es Henry Adams.(2) Por supuesto, no lo he retratado cabalmente, pero lo conocí de niño.

 

S. F.

 

* *

 

 

A Maxwell Perkins

599 Summit Avenue

St. Paul, Minnesota

18 de septiembre de 1919

 

 

Estimado Sr. Perkins:

 

Desde luego, me encantó recibir su carta y me he pasado el día en una especie de trance; no es que dudara de que usted aceptaría el manuscrito, pero por fin tengo algo que mostrar a los demás. El libro ya tiene tanta publicidad en St. Paul como para vender mil ejemplares, y creo que también lo comprarán en Princeton (en ambos sitios he sido desde hace tiempo una gran esperanza periódica y local).

Los términos, etc., los dejo a su criterio, pero hay algo a lo que no puedo renunciar sin patalear un poco. ¿Sería completamente imposible publicar el libro en Navidades o, digamos, antes de febrero? Es que muchísimas cosas dependen de su éxito —incluyendo, por supuesto, una muchacha— y, aunque no espero ganar una fortuna, el libro tendrá en mí y en mi entorno un efecto psicológico, y además me dará acceso a nuevos campos. Estoy en una etapa en la que cada mes tiene una importancia frenética y es como un porrazo en esta batalla contra reloj en pos de la felicidad. ¿Podría informarme con más precisión de qué manera la fecha de publicación influirá en las ventas y qué quiere decir con «principios de la primavera»?

Disculpe mi espantosa caligrafía, pero hoy estoy un poco nervioso. Hace cosa de un mes comencé una novela muy ambiciosa llamada El demonio amante, que probablemente me lleve un año, y también estoy escribiendo relatos. Estoy convencido de que aquello que disfruto escribiendo es lo que mejor me sale. Todo autor joven debería leer los cuadernos de Samuel Butler.(3)

Estoy escribiendo un magnífico relato sobre la posguerra. ¿Los considera anticuados el señor Bridges(4) o cree usted que le interesaría echarle un vistazo?

Reuniré los datos de publicidad y me haré una foto la semana próxima con gigantesco placer (estoy probando a usar grandes palabras pantagruélicas, como hace H. G. Wells).

Bueno, gracias por un día muy feliz y muchos otros favores, y cuénteme si existe la posibilidad de publicar antes y dele las gracias de mi parte o lo que corresponda al señor Scribner o a cualquier otra persona que haya estado en el comité editorial.

Puede que esté en la costa este el mes próximo o en noviembre.

 

Atentamente,

F. Scott Fitzgerald

 

P. D.: ¿Quién elige la portada? Me gustaría algo combinado, con un aspecto alegre y notable, como un libro de Bernard Shaw. Me he dado cuenta de que Shaw, Galsworthy y Barrie hacen eso. Pero Wells no. ¿Por qué será? No hacen falta ilustraciones, ¿verdad? En la universidad conocí a un muchacho que habría sido maravilloso para ilustrar libros como los míos: una mezcla de Aubrey Beardsley, Hogarth y James Montgomery Flagg. Pero murió en la guerra.

Disculpe esta carta desmesuradamente larga y farragosa, pero creo que tendrá que concederme varios días para reponerme.

 

Suyo,

F. S. F.


(1). Director editorial de Charles Scribner’s Sons.

(2). Hombre de letras estadounidense a quien Fitzgerald fue presentado a los dieciséis años por el padre Fay y Shane Leslie.

(3). The Note-Books of Samuel Butler (1912).

(4). Robert Bridges, editor de Scribner’s Magazine.

 

 

 

1920

24 años

 

 

 

 

Mi visión de la vida, presidente Hibben, es la de gente como Theodore Dreiser y Joseph Conrad: la vida es demasiado dura e implacable para los hijos de los hombres.

 

(Carta a John Grier Hibben,
3 de junio)