REMY

Este libro es una obra de ficción. Cualquier referencia a hechos históricos, gente real o lugares reales se han usado en un contexto de ficción. Otros nombres, personajes, lugares y hechos son producto de la imaginación de la autora, y cualquier parecido a hechos reales, lugares o personas, vivas o muertas, es puramente casual.


V.1.1: octubre, 2016

Título original: Remy

© Katy Evans, 2013

© de la traducción, Olga Hernández, 2016

© de esta edición, Futurbox Project S.L., 2016

Todos los derechos reservados.


Diseño de cubierta: Taller de los Libros


Los derechos de traducción de esta obra han sido cedidos por la agencia literaria Jane Rotrosen y gestionados para España por International Editors Co. Todos los derechos reservados.


Publicado por Principal de los Libros

C/ Mallorca, 303, 2º 1ª

08037 Barcelona

info@principaldeloslibros.com

www.principaldeloslibros.com


ISBN: 978-84-16223-62-6

IBIC: FP

Conversión a ebook: Taller de los Libros


Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

REMY

Katy Evans


Traducción de Olga Hernández


1


A mi marido, ya conoces los millones de razones.


CANCIONES DE REMY

Iris de Goo Goo Dolls

I Love You de Avril Lavigne

Kiss Me de Ed Sheeran

Will You Marry Me de John Berry

Everything de Lifehouse

Sobre la autora

2


Katy Evans ha saltado a la fama en pocos meses. Su debut como escritora, Real, ha acumulado una legión de seguidores en tiempo récord. En cuestión de un par de meses, esta novela erótica autoeditada llamó la atención de varias editoriales y sus derechos han sido adquiridos por editoriales como Gallery Books (Simon & Schuster) en lengua inglesa, o Principal de los Libros en castellano. Los derechos de traducción se han vendido a Brasil, Italia, Alemania, Turquía, Francia, Corea y España/América Latina. Mía es la continuación de la saga. 

Katy Evans creció acompañada de libros. De hecho, durante una época eran prácticamente como su pareja. Hasta que un día, Katy encontró una pareja de verdad y muy sexy, se casó y ahora cada día se esfuerzan por conseguir su particular «y vivieron felices y comieron perdices». A Katy le encanta pasar tiempo con la familia y amigos, leer, caminar, cocinar y por supuesto, escribir.


Para más información sobre Real y Katy Evans:

Página web http://www.katyevans.net

Twitter: @authorkatyevans

REMY


¿Qué motiva a un hombre como Remington Tate?

Deja que él mismo te lo cuente


El boxeador Remington Tate es todo un misterio, incluso para sí mismo. Solo la joven Brooke Dumas ha logrado conocer algunos de sus secretos y pasiones más profundas. Desde el momento en que se fijó en ella, Remy supo que tendría que luchar por conseguirla.


Su intensa historia de amor pasa al siguiente nivel en esta novela narrada por Remy y que aúna deseo, necesidad, pasión y amor.


Con Remy, Katy Evans se adentra en la mente del atractivo boxeador para revivir su historia de amor con Brooke.



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CONTENIDOS

Portada

Página de créditos

Sobre este libro

Dedicatoria

Canciones de Remy


1. Presente: Seattle

2. Pasado: El día en que la vi

3. Pasado: Hacia Atlanta

4. Presente: Seattle

5. Pasado: Atlanta

6. Pasado: Ella lucha

7. Presente: Seattle

8. Pasado: Hacia Miami

9. Pasado: Denver

10. Pasado: Los Ángeles

11. Pasado: Austin

12. Presente: Seattle

13. Pasado: Nueva York

14. Presente: Seattle

15. Pasado: Phoenix

16. Presente: Seattle

17. Pasado: Malas noticias

18. Presente: Seattle

19. Presente: Seattle


Agradecimientos

Sobre la autora



Presente

Seattle


Habrá cientos de días en mi vida que no recordaré.

Pero este día jamás lo olvidaré.

Hoy me caso con mi mujer. Brooke Dumas, Dinamita.

Le prometí una boda por la iglesia. Y una boda por la iglesia es lo que tendrá.


♥ ♥ ♥


—Te juro que como sigas mirando a la puerta con ese ceño fruncido, vas a hacer que se derrumbe —comenta mi asistente personal, Pete, desde el sofá.

Me doy la vuelta para mirar a Pete y Riley. Han estado ahí sentados viéndome caminar en círculos por la sala de estar del viejo piso de Brooke en Seattle. Parece que estos dos se están divirtiendo de cojones gracias a mí. Capullos. No le veo la gracia. Tras voltearme de nuevo hacia la puerta del dormitorio, sigo caminando de un lado para otro.

Por el amor de Dios, no puedo imaginarme por qué tarda tanto. Han pasado exactamente cincuenta y ocho minutos desde que se encerró en nuestro dormitorio para prepararse, cuando Brooke, mi Brooke, normalmente se viste en cinco.

—Tío, es el día de su boda. Las mujeres tardan un montón en prepararse. —Riley lanza los brazos al aire en un gesto que sugiere: ¡Así es la vida!

—Ahora resulta que eres un experto en la materia —se mofa Pete.

—¡Es por el vestido! —dice Melanie, la mejor amiga de Brooke, que sale como un vendaval del dormitorio principal con una cola blanca de tela que parece un velo—. Tiene un montonazo de botones… ¿Y qué hacéis vosotros tres aquí? Remington, he hablado con Brooke. Deberíais marcharos ya. Nos veremos en el altar.

—Eso es ridículo —replico riéndome. Pero como Melanie se nos queda mirando a los tres, sobre todo a mí, con una expresión que uno podría emplear para ahuyentar a los perros, frunzo el ceño y doy unos pasos hacia la puerta del dormitorio.

Envuelvo el pomo con los dedos y hablo a través de la ranura.

—¿Brooke?

—¡Remy, no entres, por favor!

—Pues acércate a la puerta.

Cuando escucho unos pies arrastrándose, me aprieto más contra el marco de la puerta y bajo la voz para que los capullos de la sala de estar no puedan oírme.

—¿Por qué coño no puedo verte ahora, cariño?

Melanie no deja de entrar y salir ¿y yo tengo que permanecer separado de mi futura esposa por una puerta cerrada? No me gusta. Y encima se supone que se está vistiendo para .

—Supongo que porque quiero que me veas cuando camine hacia ti —susurra.

Dios, esa voz, ahí mismo. Me hace querer echar la puerta abajo y besarla hasta el fin de los tiempos, para luego hacerle cosas bajo ese traje que está tratando de ponerse, cosas que los maridos hacen a sus mujeres.

—Te veré caminando hacia mí, cariño, pero quiero verte ahora también. Abre la puerta, y yo me encargo de los botones.

—Después podrás desabrochármelos y encargarte de . —Al descarado comentario le sigue un suave «Gaaah», como si a alguien muy pequeñito le hiciera gracia alguna cosa al otro lado de la puerta.

—Si me disculpas, Depredador —dice Melanie al regresar, quien agita la mano para que me aleje de la puerta—. Chicos, deberías ir yendo a la iglesia. Os veremos allí en media hora.

Frunzo el ceño cuando se desliza al interior del dormitorio como un maldito gusano, a través de una abertura diminuta, evitando que pueda siquiera vislumbrar a Brooke. Con la misma técnica, Josephine, bastante más voluminosa que ella, sale con algo que se retuerce a la altura del pecho. Mi hijo me mira desde el hueco de su brazo y se queda quieto; tiene los labios fruncidos de modo que exhibe prácticamente la misma expresión divertida de Pete y Riley.

Saca la mano que tiene metida en la boca y la apoya totalmente abierta y húmeda contra mi mandíbula.

—¡Gah! —balbucea, luego se retuerce y se inclina hacia mí.

Después de cogerlo en brazos, le acaricio el estómago con la nariz y gruño, lo que suscita otro «¡Gaaaaaah!».

Cuando levanto la cabeza para mirarlo a los ojos, está encantado de la vida. Y yo también, pero vuelvo a gruñir como si no lo estuviera, y refunfuño:

—¿Te parezco gracioso?

—¡Gaaah!

Sus ojos son traviesos. Tiene la cabeza más pequeña que mi palma, y yo la acuno mientras soplo el pelo de su cabezita. Mi pequeño de cuatro meses, Racer, el hijo que Brooke me ha dado, es lo más perfecto que he hecho en toda mi vida.

Nunca pensé que tendría algo como él. Ahora mi vida gira en torno a esta ardillita con un hoyuelo, que vomita en todas mis camisetas, y mi Brooke. Y, Dios santo, ¿por dónde empiezo con ella?

Pete me da una palmada en la espalda tan fuerte que resuena.

—Vale, tío, ya las has oído. Y ándate con cuidado, ¡a ver si te va a pringar el traje!

Con la boca cerrada, acaricio la cabeza de Racer mientras él me sonríe. Tiene un hoyuelo, no dos. Brooke dice que es porque solo es mitad mío. Yo replico que él es todo mío, igual que ella.

Le devuelvo la sonrisa antes de volver a confiárselo a Josephine, quien me tranquiliza:

—Vaya en paz, señor Tate. Yo me encargo de él.

Se supone que es la guardaespaldas, pero ahora ya no sé qué coño que es. Lleva a Racer de paseo por la calle y hace de canguro. Él le mete los dedos en el cabello y tira, y parece que a ella incluso le gusta.

Tras echar un vistazo al reloj de la cocina, vuelvo a mirarla.

—La quiero allí en quince minutos —digo, y ella asiente.

Una limusina está esperando a la novia, pero Riley tiene las llaves del descapotable de Melanie, aparcado justo en el exterior con el techo cerrado. Todos nos subimos en este. Me sitúo en el asiento del copiloto y luego alzo la mirada hacia la ventana de nuestro piso temporal. No entiendo todo ese rollo de los botones del vestido de novia. Si de mí dependiera, iría con mi mujer en el mismo coche a la iglesia. Punto.

—Rem. No te va a dejar tirado en el altar, macho —dice Riley, riendo.

—Ya lo sé —susurro, girándome en el asiento. Pero, a veces, simplemente… no lo sé. A veces siento un nudo en el pecho y pienso que un día me levantaré y Brooke y mi hijo se habrán ido, y morir es algo demasiado fácil para describir lo que quiero hacer.

—En veintiocho minutos estará caminando hacia el altar de blanco, solo por ti —dice Pete.

Miro al exterior en silencio.

Brooke lleva emocionada con todo este asunto de la boda el mes entero. Planteándose una cosa, luego otra, si una tarta, si no. Yo he dicho que sí a todo lo que provocara más entusiasmo en su voz, y ella me besaba como a mí me gusta. Ahora parece más tranquila, vistiéndose y preparándose para este día, y yo estoy hecho un lío porque dijo que no le importaría ir a la iglesia conmigo en el coche. Y entonces su mejor amiga le metió en la cabeza tonterías de chicas. Así que voy solo. A una iglesia a la que nunca voy. Para casarme con mi mujer. Llegará enseguida, pero no me siento demasiado bien. Estoy de los putos nervios, y me habría calmado si ella hubiera abierto la puerta para mirarme con esos ojos dorados; mi mente se habría sosegado y la agitación en mi estómago se habría calmado.

Pero eso no va a pasar.

Ahora tengo que aguantar veintisiete minutos infernales… y mi mente me hace jugarretas como cuando empieza a oscilar como un péndulo, y la única forma para detener eso, según parece, es estar con ella.

Mientras doy golpecitos con el pie, acaricio el anillo de mi mano. Entonces me lo quito porque me ayuda ver su nombre en la inscripción: para mi chico real, tu brooke dumas.

Agradecimientos

Gracias a mi maravilloso marido e hijos por ser pacientes conmigo mientras me sentaba y me perdía en esta historia. Sin vuestro apoyo, no podría mover un bolígrafo. ¡Os quiero!

Y a mis padres, por pasar días y semanas pacientemente sin tener noticias de mí y quererme a pesar de ello. Os quiero a los dos muchísimo y prometo llamaros más.

A Adam Wilson. Adam, no sé cómo conseguiste casarte con el amor de tu vida a la vez que lograbas editar y sacar Mía a tiempo para los lectores, pero te mereces una alfombra roja y no tengo palabras para agradecerte todo lo que haces por mí.

A Amy Tannenbaum, quien está ahí para mí en las buenas y en las malas, siempre con un asesoramiento muy valioso y dispuesta a echar una mano. ¡Otra alfombra roja para ti!

A mi increíble editorial de Estados Unidos, Gallery Books, a Jennifer Bergstrom y a Lauren McKenna, dos bellas damas que he conocido recientemente y a quienes tengo muchas ganas de volver a ver. ¡Gracias por ser también del equipo de Katy! A Jules, Kristin y Enn, el mejor equipo de relaciones públicas que nunca podría tener; me siento bendecida por trabajar con vosotros. A mi editora, por las fantásticas sugerencias y también por perdonarme cuando me pongo testaruda y quiero dejar una frase tal cual. A Sarah Hansen, por otra portada fantástica: tu talento no tiene límites. A mis revisores de Gallery y a Anita Saunders, gracias por detectar todos los pequeños detalles que ya no puedo ver y por ayudarme a que brille.

A mis amigos escritores, que me leen, me dan sugerencias, me animan y me apoyan. Escribir es una actividad solitaria y eres mucho más productiva cuando tienes amigos comprensivos que pueden empujarte a salir de un pequeño bache.

A Kati Brown. Mereces un agradecimiento especial y todo mi cariño. Tu contribución a este libro ha sido inestimable. ¡Gracias, Kati!

A todos los blogueros a los que conocí gracias a Real, ¡no puedo explicar lo mucho que os aprecio!

A Dana y los Scaries, ¡sois un tesoro para mí! Dana, ¡eres una JOYA!

Y, especialmente, a todo el que haya sufrido o sufra algún tipo de enfermedad mental, y a todo aquel cuyo ser querido sufre algún tipo de enfermedad mental, creo de verdad que siempre hay una luz en la oscuridad y espero que encontréis la vuestra.

Amigos, amigos escritores, blogueros y lectores: gracias por querer a Brooke y a Remy tanto como yo.

¡Besos y abrazos!



Pasado

El día en que la vi


La multitud de Seattle ruge cuando salgo trotando por el pasillo de la Liga Clandestina.

Al final del todo, directamente en mi línea de visión, el ring me espera. Siete metros por siete, cuatro cuerdas paralelas en cada lado, cuatro postes, y eso es todo.

Ese cuadrilátero es como un hogar. Cuando no estoy sobre él, lo echo de menos. Cuando entreno, pienso en él.

Cada paso que doy en su dirección me llena de energía y me mantiene a tope. Mis venas se dilatan, mi corazón trabaja para alimentar los músculos. Mi mente se vuelve más aguda y se aclara. Cada centímetro de mí se prepara para atacar, defenderse, sobrevivir… y darle a toda esta gente las emociones por las que gritan.

—¡Remy! ¡Te quiero!

—¡Te comería la polla, Remy!

—¡REMY! ¡REMY, AZÓTAME!

—¡Remington, deprédame!

Estiro los dedos y agarro la cuerda superior para saltar por encima de ella al ring, desde donde echo un vistazo a la gente que me rodea. Los focos brillan. Mi nombre está en boca de todos. Y su emoción y expectación giran en torno a mí como un divertidísimo remolino. Gritan y agitan mierdas de color rosa delante de mí. Quieren que esté aquí arriba. Aquí mismo, con algún oponente gilipollas y nuestros puños.

Me desprendo de la bata y se la doy a Riley, mi amigo y ayudante del entrenador, mientras la gente se pone en pie y grita más alto cuando me giro para saludar a la multitud. Todos están de pie. Me miran como si fuera su particular Dios de la Guerra y hoy fuera la noche en que les ofrezco venganza.

Me encanta, joder.

Me encantan esos gritos, mujeres chillando las mierdas que quieren que les haga.

—¡Remy! ¡Remy! —grita una mujer con todas sus fuerzas, fuera de sí—. ¡Estás jodidamente bueno, Remy!

Doy media vuelta, divertido, y mi mirada recorre el pasillo abarrotado hasta quedar enganchada en ella. La que tiene la melena larga de color caoba, ojos ámbar y unos labios carnosos y rosados que inmediatamente se entreabren por el shock. Me siento atontado.

Mis instintos entran en juego y analizo a la desconocida de un vistazo. Es joven, atlética y está vestida recatadamente, pero no hay nada de recatado en el modo en que me come de arriba abajo con su mirada incrédula.

Dios santo, me siento como si me hubiera pasado la lengua por toda la polla.

Cuando sus ojos conectan con los míos, alzo una ceja a modo de interrogación, preguntándole en silencio: «¿Acabas de gritarme, o no?».

Sus mejillas se cubren de un bonito tono rosado y caigo en la cuenta de que ha sido su amiga la que ha gritado; su amiga, que palidece en comparación con ella. No da la impresión de ser de las que tratan de llamar la atención de alguien como yo. Pero ha hecho que mis instintos de cazador se activen y ahora la deseo, y voy a conseguirla.

Le guiño un ojo, pero advierto al instante que no quiere jugar. Parece horrorizada.

—Esta noche, con todos vosotros, ¡Kirk Dirkwood, el Martillo! —grita el hombre del micrófono.

Arrugo los labios al darme la vuelta para mirar a Dirkwood, que salta al cuadrilátero y se deshace de su bata. Flexiono los brazos y encojo los dedos para que los nudillos sobresalgan. Siento mi cuerpo a punto, todos los músculos están calientes y listos para contraerse. Sé que soy bueno de cojones, pero quiero que esta chica lo sepa. Ahora mismo me siento muy, muy posesivo, y no quiero que mire a nadie excepto a mí. Quiero que vea que soy el más fuerte, el más rápido. Demonios, solo quiero que piense que soy el único hombre en el mundo.

Kirk es grande y lento como un caracol. Lanza su primer puñetazo, pero lo veo venir desde el momento en que ha pensado en moverse. Lo esquivo y respondo con un gancho que le alcanza el costado y le hace perder el equilibrio. Ella me está mirando, lo sé. El fuego en su mirada hace que luche con más fuerza y que sea más rápido. Joder, domino este cuadrilátero. Me encanta todo. Conozco sus dimensiones, la sensación de la lona bajo los pies, el calor de los focos que me iluminan. Nunca he perdido ni un solo combate de la Liga Clandestina. La gente sabe que no importa lo fuerte que sea la paliza que me propinen, siempre vuelvo a levantarme y termino el combate a mi manera.

Pero ¿esta noche? Me siento inmortal.

El público empieza a corear mi nombre.

—REMY… REMY… REMY.

Es mi ring. Mi público. Mi pelea. Mi puta noche.

Entonces vuelvo a oír esa voz. No la suya, sino la de la chica que la acompaña.

—Oh, Dios mío, ¡pégale, Remy! ¡Machácalo, pibonazo!

Yo la complazco y lo derribo sobre la lona con un golpe seco. Los gritos estallan por todas partes.

El árbitro agarra mi brazo y lo levanta, y yo giro la cabeza para mirarla a ella, curioso por la expresión de su cara. Estoy jadeando y es posible que sangre, pero eso da igual. Lo único que me importa es darle un repaso con la mirada. ¿Ha visto cómo lo he derribado? ¿Está impresionada, o no?

Ella me devuelve la mirada y yo me retuerzo por dentro. Dios, me la está poniendo dura. La ropa que lleva le queda de muerte y juro que es la cosa con más clase que he visto nunca en un sitio como este. De todos modos, no importa lo que lleve puesto, porque es demasiado y tiene que desaparecer.

—¡REMY! ¡REMY! ¡REMY! ¡REMY! —corea el público.

Los gritos aumentan en intensidad al tiempo que sus sorprendidos ojos dorados me devoran como yo la devoro a ella.

—¿Queréis más Remy? —pregunta el presentador para animar a la multitud—. ¡De acuerdo! ¡Aquí tenemos otro rival digno de Remington Tate el Depredador!

Demonios, pueden traer lo que quieran, hombre o monstruo.

Estoy tan preparado que podría encargarme de un par a la vez.

Por el rabillo del ojo veo que está bien sentadita, inmóvil. Con esa camisa de volantes. Con esos pantalones ceñidos. Ya la he catalogado como de unos cincuenta y cinco kilos, y con una altura de un metro setenta, al menos una cabeza más baja que yo. En mi mente, ya estoy midiendo sus pechos con las manos y saboreando su piel con la lengua. De pronto, me percato de que le susurra algo a su amiga, se pone en pie, y emprende la marcha por el pasillo.

—¡Y ahora, señoras y señores, un oponente que desafiará a nuestro actual campeón! ¡Parker Drake, el Terror!

Me quedo boquiabierto mientras veo cómo se marcha, y un nudo se enrolla con fuerza en mis entrañas, pero el resto de mi cuerpo se tensa, preparándose para perseguirla.

El público se vuelve loco cuando Parker se introduce en el ring, y lo único que puedo hacer es verla abandonar el recinto mientras todas las moléculas de mi cuerpo me gritan que vaya a por ella.

Suena la campana, pero esta vez no llevo a cabo el juego de esperar y de fintas que mis oponentes y yo siempre practicamos. Pongo mis ojos en los de Parker y le echo una mirada que dice «Lo siento, tío», y voy directo al puñetazo, derribándolo.

Cae en redondo y no se mueve.

La multitud se queda en silencio por la sorpresa. El presentador se toma un momento para hablar y yo aguardo, frustrado como nunca, el corazón me martillea de anticipación mientras espero a que empiece el recuento con Parker en el suelo.

Comienza.

Venga, cabrones…

Estoy ganando el campeonato este año y ni de coña me van a descalificar…

Anuncia un K.O. y que ella lo oiga…

¡DIEZ!

—¡Caramba! ¡Qué rapidez! ¡Tenemos un K.O.! ¡Sí, señoras y señores! ¡Un K.O.! ¡Y en un tiempo récord para nuestro vencedor, el Depredador, que salta fuera del cuadrilátero y…! ¿Dónde diablos va?

El público enloquece cuando aterrizo sobre los pies en el pasillo. Los bramidos me persiguen por todo el camino hasta el recibidor. La gente grita por mí mientras mi cuerpo me grita que la alcance.

—¡Depredador! ¡Depredador!

Mi corazón bombea frenéticamente. Ella está caminando rápido, pero yo corro. Todos mis sentidos me exigen perseguir, capturar y conseguir a esta chica. La agarro de la muñeca y le doy la vuelta.

—¿Pero qué…? —jadea con los ojos muy abiertos de la sorpresa.

Es tan guapa que mis pulmones se quedan congelados. Frente lisa, largas pestañas con puntas rizadas, esos ojos dorados, una nariz delicada y unos labios de malvavisco. Necesito probarlos. Ahora. La boca se me hace agua conforme un hambre primitiva se abre paso en mi interior.

—Tu nombre —gruño. Su muñeca es diminuta en mi mano, frágil, pero no pienso soltarla. Oh, no.

—Eh… Brooke.

—Brooke, ¿qué más? —espeto, apretando mi mano todavía un poco más.

Su aroma me vuelve loco. Necesito hallar la fuente de ese olor. ¿La parte de atrás de las orejas? ¿Su cabello? ¿Su cuello?

Ella trata de liberar su mano, pero yo aprieto más porque no se va a ir a ningún sitio excepto a mi dormitorio.

—Es Brooke Dumas —dice una voz detrás de mí, y luego la amiga loca que estaba con ella suelta un número que mi cerebro idiotizado no registra, dado que sigo atrapado por su nombre.

Brooke Dumas.

Frunzo los labios al conectar mi mirada con sus preciosos ojos dorados.

—Brooke Dumas —pronuncio ásperamente en voz alta, con lentitud y voz grave, mi lengua gira alrededor del nombre para saborearlo. Es un nombre potente de cojones, y con mucha clase.

Sus ojos se abren como platos, conmocionada, y muestra una mirada hambrienta de gacela con la que advierto que está un poco excitada, pero algo asustada.

Me hace perder la cabeza. Necesito tocarla, olerla, saborearla, reclamarla. Me quema la necesidad de decirle que debería temerme y, al mismo tiempo, lo único que quiero es acariciar su larga melena con la mano y prometerle que seré su protector.

Cediendo al impulso, deslizo los dedos por su nuca, esforzándome por ser delicado para que no eche a correr, y un único pensamiento permanece en mi cabeza: «Hazla tuya».

Sin apartar la mirada de la suya, deposito un áspero beso en sus labios, lentamente, procurando no asustarla, para que sepa quién soy y quién seré para ella.

—Brooke —murmuro contra sus suaves labios, luego me retiro con una sonrisa—. Soy Remington.

Sus ojos conectan con los míos y son de un oro metálico y líquido, llenos de algo que reconozco como deseo. Mi sonrisa se desvanece al bajar la mirada de nuevo a su boca. Es tan rosada y tierna que agacho la cabeza para tomarla aún más profundamente. La sangre corre por mis venas cuando su aroma me ahoga. Deseo a esta mujer. No puedo esperar otro segundo sin probarla, sin hacerla mía.

Es cálida y está temblando en mis brazos, echando la cabeza hacia atrás en silencio para obtener más; pero, un momento después, la multitud nos envuelve y alguna lunática me grita en el oído.

—¡Remy! ¡TE QUIERO CON TODA MI ALMA, Remy!

Brooke Dumas parece recuperar el movimiento y enseguida se retuerce para liberarse.

—No. —Extiendo el brazo para intentar atrapar su camisa blanca. Pero ella y su amiga avanzan apresuradamente entre el gentío como ardillitas, y yo me encuentro entre la multitud, entre dos fans que…

—Depredador, por favor, déjame acariciarte la polla.

—¡Depredador, puedes acostarte con nosotras dos!

Mientras frotan las manos contra mis abdominales, pienso «¡JODER!», y aparto las manos para echar a correr tras ella. Cuando alcanzo el ascensor, la puerta está cerrada y lo oigo subir a la calle.

—¡Remy!

—¡Remington!

Gruñendo por el cabreo, golpeo la puerta cerrada con la palma, luego esquivo a un grupo de fans que se acerca y me abro paso a empujones hasta el vestuario.

No sé si estoy enfadado, frustrado, o… no sé. ¿A dónde coño va? Me estaba mirando como si quisiera comerme; no entiendo a las chicas, y nunca lo haré. Frunzo el ceño mientras me apresuro a recoger mis cosas, y entonces doy un puñetazo a una taquilla.

—¡Cuida los nudillos, Tate! —espeta el entrenador al tiempo que mete todas mis cosas en una bolsa de viaje roja.

Detesto que me digan lo que tengo que hacer, así que golpeo otra taquilla con el puño, a la que hago una muesca como a la primera, luego clavo la mirada en el viejo y cojo los auriculares, el iPod y una bebida energética. Sigo a mi equipo hasta nuestro Escalade; estoy muy cabreado conmigo mismo por dejar que se marchara. Intento guardar su número en el móvil, al menos, los pocos dígitos que recuerdo.

—Ese K.O. ha sido increíble, tío, ¡lo derribaste en tres segundos! —exclama Riley, riéndose.

Observo por la ventanilla las luces de Seattle y doy golpecitos con los dedos sobre la rodilla.

—Vale, ¿de qué iba todo eso? ¿Vamos a hablar del elefante en el coche? —pregunta Pete desde la parte delantera del vehículo—. ¿La del pelo largo? Parecías empeñado en perseguirla, ¿eh, Rem?

—Quiero que vea mi próximo combate. —El coche se queda en silencio cuando comprenden que estoy absolutamente colgado de ella.

Pete suspira.

—Vale, veré qué puedo hacer. También tenemos algunas chicas para ti.

—Una buena selección —añade Riley—. Una rubia, una morena y una pelirroja.

Y en cuanto llegamos a la suite, allí están, aguardándome. Tres chicas con el cabello de distinto color, esperando sin apenas ropa, listas para follarse al Depredador.

Sus ojos se iluminan al verme.

—Deshazte de ellas —digo de forma tajante. Después me encierro en el dormitorio principal.

Me ducho en tiempo récord, saco el portátil y realizo la búsqueda «Seattle, Brooke Dumas» para conseguir el resto de su número.

Cojo los auriculares, me cubro las orejas con los cascos Dr. Dre y pongo la música alta mientras busco, busco, y busco… y entonces…

Bingo.

Me deslizo en la silla y echo una ojeada a varios artículos sobre Brooke Dumas. Uno explica que es especialista en rehabilitación deportiva y que entró en una academia de Seattle; otros anteriores mencionan que es atleta de pista. Velocista. Cosas extrañas suceden en mi pecho. Vuelvo a leer esa parte y… sí. Velocista.

Ahora entiendo por qué es tan esbelta, atlética y rápida. Pero tiene curvas, el tipo de curvas que nunca he visto en una velocista. Doblo los dedos en la palma al rememorar cómo sus pequeños y firmes pechos subían y bajaban cuando me miraba. La boca se me hace agua al recordar su olor. Joder. En YouTube encuentro un vídeo suyo durante algún tipo de prueba. El corazón empieza a golpearme con fuerza de nuevo cuando me quito los auriculares y le doy al play. Viste unos pantalones cortos, lleva el pelo recogido en una coleta y veo sus largas, esbeltas y musculadas piernas. La polla se me hincha y me retuerzo, incómodo, tras lo cual me inclino para inspeccionarla mejor mientras se coloca en posición. El grupo sale disparado. Ella empieza velozmente…

Entonces una de sus piernas cede. Y ella cae. Está tirada en el suelo y empieza a sollozar, esforzándose por ponerse en pie.

Mi pecho hace algo extraño.

Mierda, está llorando tanto que su cuerpo tiembla. Con los puños cerrados con fuerza, la veo tratar de salir de la pista, cojeando, mientras el gilipollas del espectador que grabó el vídeo no para de repetir una y otra vez: «Macho, está acabada».

La cámara se acerca a su cara surcada en lágrimas y rápidamente detengo la imagen para mirarla bien. Brooke Dumas. Tiene exactamente el mismo aspecto de hoy, aunque un poco más joven, y mucho más vulnerable. Hay un pequeño hoyuelo en su barbilla debido a su expresión, y esos ojos dorados están tan llenos de lágrimas que apenas veo su precioso color whisky. Me pongo a leer los comentarios del vídeo, hay bastantes.


Iwlormw: Se rumorea que ha estado haciendo ejercicio intenso en contra de las recomendaciones de su entrenador ¡y que ya se ha fastidiado la rodilla!


Trrwoods: ¡Eso es lo que pasa cuando no te preparas como es debido!


Expertocorredor: Era buena, pero no era para tanto. Lamaske la habría machacado en las olimpiadas.


El estómago me hierve.

Vuelvo a mirar el vídeo y el estómago me hierve todavía más.

Con un gruñido de enfado, lanzo la bebida energética al otro lado de la habitación y la oigo chocar contra la pared. Quiero destrozar a todos los que se ríen de ella.

Ha estado esta noche en mi terreno, tratando de alzar sus muros ante mí, y tenía un aspecto tan orgulloso como el de una guerrera, como si no hubiera tenido que soportar que el mundo la viera caer una vez. El pecho se me retuerce tanto que no puedo respirar bien, y suelto un rugido antes de cerrar de golpe mi ordenador.

Pete llama a la puerta con los nudillos y la abre ligeramente.

—Rem, ¿seguro que no quieres participar?

Abre todavía más y gesticula hacia el trío de mujeres detrás de él, sus ojos expectantes echan un vistazo al interior de mi dormitorio. Suspiran colectivamente y una murmura:

—Por favor, Depredador…

—¿Solo una vez? —pregunta otra.

—He dicho que te deshagas de ellas, Pete.

Hago crujir los nudillos, luego el cuello. La puerta se cierra y un silencio repentino se instala en la suite, hasta que Pete regresa y vuelve a abrir la puerta.

—Pues vale, tío. Pero de verdad creo que deberías haber aprovechado… Bueno, Diane quiere saber si vas a cenar aquí.

Sacudiendo la cabeza, llevo mi iPad al comedor y me siento para engullir el contenido de mi plato en modo automático mientras Pete hace algunas llamadas para confirmar nuestras reservas de hotel en Atlanta la semana que viene.

Mientras como, lo único que veo son ojos dorados y labios entreabiertos, y el modo en que Brooke Dumas me miraba, como una cierva que cayera en la cuenta de que hay un depredador tras ella que no se rendirá hasta atraparla.

Quiero hacerla mía.

Mía.

Quiero olerla una y otra vez porque me pone, y nada me ha puesto tanto como su aroma, jamás. Quiero disfrutar de mirarla y tocarla. Y quiero. Hacerla. Mía.

Tras coger el iPad, vuelvo a buscarla por Internet mientras mastico, deteniéndome en una foto de ella en sus días de velocista. Es como una gacela, y yo seré el león que la cace.

—Pete, ¿crees que necesito un especialista en rehabilitación deportiva? —pregunto.

—No, Rem.

—¿Por qué no?

—Eres un capullo, macho. No dejas que las masajistas te toquen más de veinte minutos.

—Necesito una ahora. —Le enseño el iPad y toco la pantalla para señalar el nombre que hay bajo la imagen—. Necesito esta.

Pete alza una ceja, interesado.

—La necesitas, ¿no?

—Necesito un especialista en rehabilitación deportiva en mi equipo. Quiero que trabaje conmigo todos los días, o como sea que se hacen estas cosas.

Pete esboza una sonrisa burlona.

—No hacen mamadas, solo te digo eso.

—Si quisiera una mamada, podría haber conseguido tres hace un momento. Lo que quiero… —Una vez más, doy golpecitos sobre su nombre con el dedo—… es a esta especialista en rehabilitación deportiva.

Las cejas de Pete llegan hasta el nacimiento de su pelo, entonces se reclina y se cruza de brazos.

—¿Para qué la quieres, exactamente?

Mastico el resto de la comida, luego doy un largo trago de agua para poder hablar.

—La quiero para mí.

—Rem… —dice a modo de advertencia.

—Ofrécele un sueldo que no pueda rechazar.

Pete responde con un silencio de desconcierto. Parece sorprendido e intenta comprender qué me pasa. Me mira a los ojos, y sé que está comprobando si están oscuros o azules.

No estoy oscuro. Así que espero en silencio. Suspira, apunta su nombre lentamente y habla con precaución.

—De acuerdo, Remington. Pero deja que te diga que esto me parece una idea muy mala.

Aparto el plato, me reclino contra la silla y me cruzo de brazos.

Mi propia mente me traiciona la mitad de las veces. Un día, me dice que soy un dios. Al otro, me dice que no solo mando en el infierno, sino que lo he inventado. ¿Acaso Pete se cree que me importa una mierda lo que piense de mi idea? Ya no hago caso a mi cabeza. Solo hago caso a mis instintos.

—Quiero que me vea pelear el sábado —le recuerdo al levantarme y empujar la silla de nuevo bajo la mesa—. Consíguele los mejores asientos del recinto.

—Remington…

—Hazlo, Pete —insisto mientras cruzo la sala de estar para dirigirme al dormitorio.

—Ya tengo las entradas listas, tío… pero ya es bastante difícil impedir que Diane conozca tu… eh, problemilla. Va a ser incluso más difícil ocultárselo a esta especialista en rehabilitación deportiva.

Apoyo el hombro en el marco de la puerta del dormitorio y pienso en ello. Bajo la voz.

—Haz que firme un contrato, para que tenga el tiempo con ella garantizado. Y estabilízame desde el momento en que empiece a perder el control…

—Remington, deja que te traiga a otras chicas…

—No, Pete. Otras chicas no.

Me encierro en la habitación y cojo los auriculares, para después quedarme echado con el iPod en la mano, mirándolo atentamente.

¿Cómo sería hacerla mía?

No me engaño pensando que me acepará, pero ¿y si lo hace? ¿Y si me comprende? Mi forma de ser. Las dos caras que tengo. No. Dos caras, no. Cada. Puñetera. Cara. Que. Tengo.

Mis entrañas se tensan cuando recuerdo la manera en que sus ojos brillaban al examinarme. El modo en que se suavizaron después de besarla, cuando volvió a mirarme a los ojos, deseando más de mí.

Nunca he visto una mirada como esa. Me han deseado miles de mujeres. Pero nadie me ha mirado con un anhelo tan abierto y temeroso como ella. No tenía miedo de mí.

Tenía miedo de «eso». Lo mismo que me aprieta las entrañas y me tiene hecho un lío. Todas las células de mi cuerpo zumban, estimuladas. Cada centímetro de mi piel está despierto. Mis músculos se sienten preparados como cuando estoy listo para pelear. Salvo que ahora no estoy listo para luchar; estoy listo para ir a la caza de mi pareja.

Que Dios la ayude.


♥ ♥ ♥


El público de Seattle está enloquecido esta noche. Entre bastidores, el ruido reverbera en las paredes y rebota en las taquillas de metal de la habitación donde me preparo con algunos otros luchadores. Miro al entrenador, que me venda los dedos de una mano y lo único en lo que puedo pensar es que Brooke Dumas está ahí fuera entre los espectadores, sentada en uno de los asientos que le he reservado.

Estoy tan alterado que me siento como si estuviera enchufado a una toma de corriente. La sangre bombea por mis venas, estimulada. Mis músculos están relajados y calientes, listos para contraerse y golpear cualquier cosa en mi camino. Estoy preparado para montar un espectáculo de la hostia y hay una chica, una chica preciosa, que me provoca nudos en el estómago y que quiero que me vea pelear.

Le doy al entrenador la otra mano y miro mis nudillos desnudos mientras me da las mismas instrucciones de siempre.

Mi guardia… paciencia… equilibrio.

Desconecto, dejando que sus palabras se deslicen en mi subconsciente, donde deben estar. Justo antes de un combate, encuentro la paz. Oigo todo el ruido, pero no escucho nada. Una claridad acompaña a la pelea. Todos los detalles se agudizan en mi cabeza.

Esta agudeza y consciencia me impulsan a alzar la cabeza hacia la puerta. Ella se encuentra allí, como recién salida de un sueño de la infancia, mirándome únicamente a mí.

Lleva unos tejanos blancos y una camiseta de color rosa que hace que el moreno de su piel resalte y que tenga un aspecto tan delicioso que la lengua me duele en la boca. Ninguno de los dos mueve un músculo mientras nos miramos.

Martillo entra en el campo de mi visión periférica, y cuando lo veo caminar directamente hacia ella, mi enfado se enciende.

Con una calma mortal, agarro la cinta del entrenador y la arrojo a un lado antes de dirigirme silenciosamente hacia ella. Luego me posiciono justo detrás, a su derecha, reclamando mi lugar de modo que el imbécil de Martillo sepa que he nacido para estar aquí. A su lado, detrás de ella, junto a ella.

—Lárgate de aquí —le advierto con una voz baja, pero letal.

No parece dispuesto a hacerme caso, en cambio, estrecha los ojos como respuesta.

—¿Es tuya? —pregunta con los ojos entrecerrados.

Asiento y entrecierro mis propios ojos, dejando que mi mirada lo fulmine.

—Te aseguro que no es tuya.

El capullo se va y advierto que Brooke no se mueve por un momento, como si no quisiera alejarse de mí, del mismo modo que yo no quiero que se vaya a ningún sitio.

Dios santo, qué bien huele.

Me lleno los pulmones de su aroma como un yonqui y, de pronto, cada centímetro de mi cuerpo quiere que le rodee las caderas con las manos y la acerque a mí para que pueda seguir oliéndola. Gira la cabeza para mirarme y murmura un «Gracias» con suavidad antes de marcharse rápidamente.

Agacho la cabeza e inhalo todo lo que puedo antes de que se aleje.

Me quedo ahí, medio mareado, con los pantalones cortos mostrando un ridículo bulto.

—¡Depredador! ¡Martillo! ¡Sois los siguientes!

Exhalo al oír mi nombre y miro con los ojos entrecerrados a Martillo, al otro lado de la sala, a quien parece divertirle de la hostia que esté atrapado en las garras de esta chica.

Él sí que estará atrapado en mis garras.

—Remington… ¿me estás escuchando?

Me giro hacia el entrenador, que está arreglando la última venda que no pudo terminar antes. No dejo de fulminar a Martillo con la mirada mientras Riley extiende la bata de satén en mi dirección; embuto las manos en las mangas y decido que más vale que Martillo esté preparado para unas vacaciones en coma.

—He dicho que no dejes a ese cabrón meterse en tu cabeza. —El entrenador me da golpecitos en las sienes con los nudillos—. Y a esa chica tampoco.

—Esa chica lleva en su cabeza desde su primer combate aquí —le dice Riley con una sonrisita burlona—. Diablos, quiere llevarse a la chica por ahí como una accesorio de gira. Pete está redactando el borrador del contrato ahora mismo.

El entrenador me clava un dedo en el pecho y casi lo noto doblarse.

—Me importa una mierda lo que pretendas hacer esta noche con esa chica. Ahora concéntrate en el combate y punto. ¿Lo pillas?

No respondo, pero obviamente lo pillo. No hace falta que me digan estas cosas. La mitad de la pelea está en la cabeza. Pero a mi entrenador le gusta sentirse útil, así que le sigo el juego y salgo trotando. He luchado toda mi vida para mantenerme cuerdo. Estoy centrado, motivado y atento. Pero esta noche, peleo para demostrarle a una mujer mi valía.

Me subo al cuadrilátero y me dirijo a mi esquina, y oigo que el público se vuelve loco. Eso me hace sonreír.

En mi esquina, me desprendo de mi bata y se la entrego a Riley, y la multitud pierde todavía más la cabeza cuando mis músculos quedan expuestos.

Gritan mi nombre y les demuestro que me encanta, soltando una risita con ellos al estirar los brazos y enseñarles que lo estoy absorbiendo todo. Cada segundo que tengo que esperar para que sea mi turno, el corazón bombea, bombea, y bombea con euforia, porque siento unos ojos dorados a mi espalda, a punto de quemar un agujero a través de mí, haciendo que quiera más. Más de lo que obtengo aquí, de esta multitud salvaje. Más de lo que me han dado nunca en la vida.

Exhalo profundamente y me giro en su dirección; mis entrañas ya están tensas por la mera anticipación de mirarla a los ojos. Quiero que esté mirándome cuando me dé la vuelta. Sé que me va a producir adrenalina. Su atención me llena de adrenalina. Su olor en los vestuarios —tan fresco y limpio— aún me calienta la sangre en las venas. No sé qué es lo que tiene esta mujer, pero lo único en lo que he sido capaz de pensar desde que la vi es en cazar. Perseguir. Reclamar. Tomar.

—¡Y ahora, con ustedes, el Martillo!

Sonrío cuando anuncian a Martillo y, finalmente, deslizo la mirada donde ansía dirigirse… y ahí está ella. Dios. Ahí está. Y está haciendo justo lo que deseaba, está observándome.

La veo, sentada, tensa y preciosa, con la melena suelta por los hombros y los ojos muy abiertos y expectantes. Sé que estaba esperando a que me diera la vuelta. Casi puedo ver su pulso acelerarse: el mío lo hace. No sé lo que es. Si es falso. Si es real. Si ella es real. Pero sé que me marcharé pronto de esta ciudad, y no me iré sin ella.

Martillo sube al ring —a mi ring, donde jamás he dejado a otro capullo en pie— y lo señalo bruscamente con el dedo… y luego la señalo a ella.

«Esta te la dedico, Brooke Dumas».

Sus ojos brillan con incredulidad y quiero echarme a reír cuando su amiga rubia se pone a gritar. La campana suena y mi memoria muscular toma el control cuando me pongo en guardia, boto sobre los dedos de los pies y hago lo que sé.

Brincamos de un pie a otro. Hago una finta y Martillo gira, dejando su costado desprotegido, así que le golpeo las costillas y siento el puñetazo subiéndome por el brazo satisfactoriamente, y nos separamos de un salto. Martillo es estúpido. Se deja engañar por todas mis fintas y nunca se cubre adecuadamente. Lo embisto lo bastante fuerte como para hacerlo rebotar contra las cuerdas y caer de rodillas. Sacude la cabeza y se pone en pie de un salto al cabo de un instante. Me encanta esto. Mi corazón bombea lentamente. Todos mis músculos saben hacia dónde moverse, qué hacer, a dónde enviar mi fuerza, desde la mitad de mi cuerpo, a mi pecho, a mis hombros y brazos, hasta la punta de mis nudillos, que golpean con la fuerza de un toro arrollador.

Lo derribo, y luego hago lo mismo con el siguiente oponente. Y con el siguiente.

Una energía poderosa me invade el cuerpo mientras peleo, y peleo sabiendo que Brooke Dumas me está viendo. Si hay algo en mi cabeza aparte de ganar, es que quiero que esa preciosa cabecita redonda piense que nunca, jamás, ha visto a un hombre como yo.