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Inca Garcilaso

La florida del Inca

Créditos

ISBN rústica: 978-84-9816-646-0.

ISBN ebook: 978-84-9897-837-7.

Sumario

Créditos 4

Presentación 15

La vida 15

Historia del adelantado Hernando de Soto, gobernador y capitán general del reino de la Florida, y de otros heroicos caballeros españoles e indios, escrita por el Inca Garcilaso de la Vega, capitán de su majestad, natural de la gran ciudad del Cuzco, cabeza de los reinos y provincias del Perú 17

Al excelentísimo señor 17

Proemio al lector 19

Libro primero de la historia de la Florida del Inca 25

Capítulo I. Hernando de Soto pide la conquista de la Florida al emperador Carlos V. Su Majestad le hace merced de ella 25

Capítulo II. Descripción de la Florida y quién fue el primer descubridor de ella, y el segundo, y tercero 26

Capítulo III. De otros descubridores que a la Florida han ido 29

Capítulo IV. De otros más que han hecho la misma jornada de la Florida y de las costumbres y armas en común de los naturales de ella 31

Capítulo V. Publícanse en España las provisiones de la conquista y del aparato grande que para ella se hace 35

Capítulo VI. Del número de gente y capitanes que para la Florida se embarcaron 36

Capítulo VII. Lo que sucedió a la armada la primera nocbe de su navegación 38

Capítulo VIII. Llega la armada a Santiago de Cuba, y lo que a la nao capitana sucedió a la entrada del puerto 41

Capítulo IX. Batalla naval de dos navíos que duró cuatro días dentro en el puerto de Santiago de Cuba 44

Capítulo X. Prosigue el suceso de la batalla naval hasta el fin de ella 46

Capítulo XI. De las fiestas que al gobernador hicieron en Santiago de Cuba 48

Capítulo XII. Las provisiones que el gobernador proveyó en Santiago de Cuba, y de un caso notable de los naturales de aquellas islas 50

Capítulo XIII. El gobernador va a La Habana, y las prevenciones que en ella hace para su conquista 52

Capítulo XIV. Llega a La Habana una nao en la cual viene Hernán Ponce, compañero del gobernador 55

Capítulo XV. Las cosas que pasan entre Hernán Ponce de León y Hernando de Soto, y cómo el gobernador se embarcó para la Florida 57

Primera parte del libro II de la historia de la Florida del Inca 61

Capítulo I. El gobernador llega a la Florida y halla rastro de Pánfilo de Narváez 61

Capítulo II. De los tormentos que un cacique daba a un español esclavo suyo 63

Capítulo III. Prosigue la mala vida del cautivo cristiano y cómo se huyó de su amo 67

Capítulo IV. De la magnanimidad del curaca o cacique Mucozo, a quien se encomendó el cautivo 69

Capítulo V. Envía el gobernador por Juan Ortiz 71

Capítulo VI. Lo que sucedió a Juan Ortiz con los españoles que por él iban 74

Capítulo VII. La fiesta que todo el ejército hizo a Juan Ortiz, y cómo vino Mucozo a visitar al gobernador 77

Capítulo VIII. Viene la madre de Mucozo muy ansiosa por su hijo 80

Capítulo IX. De las Prevenciones que para el descubrimiento se hicieron y cómo prendieron los indios a un español 81

Capítulo X. Cómo se empieza el descubrimiento y la entrada de los españoles la tierra adentro 85

Capítulo XI. Lo que sucedió al teniente general yendo a prender a un curaca 87

Capítulo XII. La relación que Baltasar de Gallegos envió de lo que había descubierto 90

Capítulo XIII. Pasan mal dos veces la ciénaga grande y el gobernador sale a buscarle paso y lo halla 92

Capítulo XIV. Lo que pasaron los dos españoles en su viaje hasta que llegaron al real 95

Capítulo XV. Salen treinta lanzas con el socorro del bizcocho en pos del gobernador 99

Capítulo XVI. Descomedida respuesta del señor de la provincia Acuera 102

Capítulo XVII. Llega el gobernador a la provincia Ocali y lo que en ella sucedió 104

Capítulo XVIII. De otros sucesos que acaecieron en la provincia de Ocali 107

Capítulo XIX. Hacen los españoles un puente y pasan el río de Ocali y llegan [a] Ochile 109

Capítulo XX. Viene de paz el hermano del curaca Ochile y envían embajadores a Vitachuco 112

Capítulo XXI. De la soberbia y desatinada respuesta de Vitachuco, y cómo sus hermanos van a persuadirle a la paz 114

Capítulo XXII. Vitachuco sale de paz y arma traición a los españoles, y la comunica a los intérpretes 116

Capítulo XXIII. Vitachuco manda a sus capitanes concluyan la traición, y pide al gobernador salga a ver su gente 120

Capítulo XXIV. Cómo prendieron a Vitachuco, y el rompimiento de batalla que hubo entre indios y españoles 122

Capítulo XXV. Del espacioso rendirse de los indios vencidos y de la constancia de siete de ellos 125

Capítulo XXVI. De lo que el gobernador pasó con los tres indios señores de vasallos y con el curaca Vitachuco 129

Capítulo XXVII. Donde se responde a una objeción 132

Capítulo XXVIII. De un desatino que Vitachuco ordenó para matar los españoles y causó su muerte 135

Capítulo XXIX. De la extraña batalla que los indios presos tuvieron con sus amos 137

Capítulo XXX. El gobernador pasa a Osachile. Cuéntase la manera que los indios de la Florida fundan sus pueblos 140

Segunda parte del libro segundo de la historia de la florida del Inca 144

Capítulo I. Llegan los españoles a la famosa provincia de Apalache, y de la resistencia de los indios 144

Capítulo II. Ganan los españoles el paso de la ciénaga, y la mucha y brava pelea que hubo en ella 146

Capítulo III. De la continua pelea que hubo hasta llegar al pueblo principal de Apalache 149

Capítulo IV. Tres capitanes van a descubrir la comarca de Apalache y la relación que traen 152

Capítulo V. De los trabajos que pasó Juan de Añasco para descubrir la costa de la mar 153

Capítulo VI. El capitán Juan de Añasco llegó a la bahía de Aute, y lo que halla en ella 155

Capítulo VII. Apercíbense treinta lanzas para volver a la bahía de Espíritu Santo 158

Capítulo VIII. Lo que hicieron los treinta caballeros hasta llegar a Vitachuco, y lo que en ella hallaron 160

Capítulo IX. Prosigue el viaje de las treinta lanzas hasta llegar al río de Ochile 162

Capítulo X. El gobernador prende al curaca de Apalache 165

Capítulo XI. El cacique de Apalache va con orden del gobernador a reducir sus indios 167

Capítulo XII. El cacique de Apalache, siendo tullido, se huyó a gatas de los españoles 169

Capítulo XIII. El suceso del viaje de los treinta caballeros hasta llegar a la ciénaga grande 172

Capítulo XIV. Del trabajo incomportable que los treinta caballeros pasaron al pasar de la ciénaga grande 175

Capítulo XV. Que cuenta el viaje de los treinta caballeros hasta llegar media legua del pueblo de Hirrihigua 177

Capítulo XVI. Llegan los treinta caballeros donde está el capitán Pedro Calderón y cómo fueron recibidos 180

Capítulo XVII. De las cosas que los capitanes Juan de Añasco y Pedro Calderón ordenaron en cumplimiento de lo que el general les había mandado 183

Capítulo XVIII. Sale Pedro Calderón con su gente, y el suceso de su camino hasta llegar a la ciénaga grande 187

Capítulo XIX. Pedro Calderón pasa la ciénaga grande, y llega a la de Apalache 190

Capítulo XX. Prosigue el camino Pedro Calderón, y la continua pelea de los enemigos con él 193

Capítulo XXI. Pedro Calderón, con la porfía de su pelea, llega donde está el gobernador 195

Capítulo XXII. Juan de Añasco llega a Apalache y lo que el gobernador proveyó para descubrir puerto en la costa 197

Capítulo XXIII. El gobernador envía la relación de su descubrimento a La Habana. Cuéntase la temeridad de un indio 199

Capítulo XXIV. Dos indios se ofrecieron a guiar los españoles donde hallen mucho oro 202

Capítulo XXV. De algunos trances de armas que acaecieron en Apalache, y de la fertilidad de aquella provincia 205

Libro III de la historia de la Florida del Inca 210

Capítulo I. Sale el gobernador de Apalache y dan una batalla de siete a siete 210

Capítulo II. Llegan los españoles a Altapaha, y de la manera que fueron hospedados 213

Capítulo III. De la provincia Cofa y de su cacique, y de una pieza de artillería que le dejaron en guarda 216

Capítulo IV. Trata del curaca Cofaqui, y del mucho regalo que a los españoles hizo en su tierra 218

Capítulo V. Patofa promete venganza a su curaca, y cuéntase un caso extraño que acaeció en un indio guía 221

Capítulo VI. El gobernador y su ejército se hallan en mucha confusión, por verse perdidos en unos desiertos y sin comida 224

Capítulo VII. Van cuatro capitanes a descubrir la tierra, y un extraño castigo que Patofa hizo a un indio 228

Capítulo VIII. De un cuento particular acerca de la hambre que los españoles pasaron, y cómo hallaron comida 230

Capítulo IX. Llega el ejército donde hay bastimento. Patofa se vuelve a su casa y Juan de Añasco va a descubrir tierra 232

Capítulo X. Sale la señora de Cofachiqui a hablar al gobernador, y ofrece bastimento y pasaje para el ejército 236

Capítulo XI. Pasa el ejército el río de Cofachiqui, y alójase en el pueblo y envían a Juan de Añasco por una viuda 239

Capítulo XII. Degüéllase el indio embajador, y Juan de Añasco pasa adelante en su camino 242

Capítulo XIII. Juan de Añasco se vuelve al ejército sin la viuda, y lo que hubo acerca del oro y plata de Cofachiqui 244

Capítulo XIV. Los españoles visitan el entierro de los nobles de Cofachiqui y el de los curacas 247

Capítulo XV. Cuenta las grandezas que se hallaron en el templo y entierro de los señores de Cofachiqui 249

Capítulo XVI. Que prosigue las riquezas del entierro y el depósito de armas que en él había 252

Capítulo XVII. Sale de Cofachiqui el ejército dividido en dos partes 255

Capítulo XVIII. Del suceso que tuvieron los tres capitanes en su viaje, y cómo llegó el ejército a Xuala 258

Capítulo XIX. Donde se cuentan algunas grandezas de ánimo de la señora de Cofachiqui 261

Capítulo XX. Sucesos del ejército hasta llegar a Guaxule y a Ychiaha 263

Capítulo XXI. Cómo sacan las perlas de sus conchas, y la relación que trajeron los descubridores de las minas de oro 266

Capítulo XXII. El ejército sale de Ychiaha y entra en Acoste y en Coza, y el hospedaje que en estas provincias se les hizo 268

Capítulo XXIII. Ofrece el cacique Coza su estado al gobernador para que asiente y pueble en él, y cómo el ejército sale de aquella provincia 271

Capítulo XXIV. Del bravo curaca Tascaluza, casi gigante, y cómo recibió al gobernador 274

Capítulo XXV. Llega el gobernador a Mauvila y halla indicios de traición 277

Capítulo XXVI. Resuélvense los del consejo de Tascaluza de matar los españoles; cuéntase el principio de la batalla que tuvieron 281

Capítulo XXVII. Do se cuentan los sucesos de la batalla de Mauvila hasta el primer tercio de ella 284

Capítulo XXVIII. Que prosigue la batalla de Mauvila hasta el segundo tercio de ella 287

Capítulo XXIX. Cuenta el fin de la batalla de Mauvila y cuán mal parados quedaron los españoles 291

Capítulo XXX. Las diligencias que los españoles en socorro de sí mismos hicieron, y de dos casos extraños que sucedieron en la batalla 295

Capítulo XXXI. Del número de los indios que en la batalla de Mauvila murieron 298

Capítulo XXXII. Lo que hicieron los españoles después de la batalla de Mauvila, y de un motín que entre ellos se trataba 300

Capítulo XXXIII. El gobernador se certifica del motín y trueca sus propósitos 303

Capítulo XXXIV. Dos leyes que los indios de la Florida guardaban contra las adúlteras 305

Capítulo XXXV. Salen de Mauvila los españoles y entran en Chicaza y hacen piraguas para pasar un río grande 307

Capítulo XXXVI. Alójanse los nuestros en Chicaza. Danles los indios una cruelísima y repentina batalla nocturna 311

Capítulo XXXVII. Prosigue la batalla de Chicaza hasta el fin de ella 314

Capítulo XXXVIII. Hechos notables que pasaron en la batalla de Chicaza 317

Capítulo XXXIX. De una defensa que un español inventó contra el frío que padecían en Chicaza 320

Libro IV de la historia de la Florida del Inca 323

Capítulo I. Salen los españoles del alojamiento Chicaza y combaten el fuerte de Alibamo 323

Capítulo II. Prosigue la batalla del fuerte hasta el fin de ella 326

Capítulo III. Por falta de sal mueren muchos españoles, y cómo llegan a Chisca 328

Capítulo IV. Los españoles vuelven el saco al curaca Chisca, y huelgan de tener paz con él 330

Capítulo V. Salen los españoles de Chisca y hacen barcas para pasar el Río Grande, y llegan a Casquin 333

Capítulo VI. Hácese una solemne procesión de indios y españoles para adorar la cruz 335

Capítulo VII. Indios y españoles van contra Capaha. Descríbese el sitio de su pueblo 338

Capítulo VIII. Saquean los casquines el pueblo y entierro de Capaha, y van en su busca 340

Capítulo IX. Huyen los casquines de la batalla, y Capaha pide paz al gobernador 343

Capítulo X. Apadrina el gobernador a Casquin dos veces y hace amigos los dos curacas 346

Capítulo XI. Envían los españoles a buscar sal y minas de oro, y pasan a Quiguate 348

Capítulo XII. Llega el ejército a Colima, halla invención de hacer sal y pasa a la provincia Tula 351

Capítulo XIII. De la extraña fiereza de ánimo de los tulas, y de los trances de armas que con ellos tuvieron los españoles 354

Capítulo XIV. Batalla de un indio tula con tres españoles de a pie y uno de a caballo 357

Capítulo XV. Los españoles salen de Tula y entran en Utiangue; alojándose en ella para invernar 360

Capítulo XVI. Del buen invierno que se pasó en Utiangue y de una traición contra los españoles 363

Primera parte del libro V de la historia de la Florida del Inca 366

Capítulo I. Entran los españoles en Naguatex y uno de ellos se queda en ella 366

Capítulo II. De las diligencias que se hicieron por haber a Diego de Guzmán, y de su respuesta y la del curaca 369

Capítulo III. Sale el gobernador de Guancane, pasa por otras siete provincias pequeñas y llega a la de Anilco 372

Capítulo IV. Entran los españoles en Guachoya. Cuéntase cómo los indios tienen guerra perpetua unos con otros 375

Capítulo V. Cómo Guachoya visita al gobernador y ambos vuelven sobre Anilco 377

Capítulo VI. Prosiguen las crueldades de los guachoyas, y cómo el gobernador pretende pedir socorro 380

Capítulo VII. Do se cuenta la muerte del gobernador y el sucesor que dejó nombrado 383

Capítulo VIII. Dos entierros que hicieron al adelantado Hernando de Soto 385

Segunda parte del libro V de la historia de la Florida del Inca 390

Capítulo I. Determinaron los españoles desamparar la Florida y salirse de ella 390

Capítulo II. De algunas supersticiones de indios, así de la Florida como del Perú, y cómo los españoles llegan a Auche 392

Capítulo III. Los españoles matan a la guía. Cuéntase un hecho particular de un indio 394

Capítulo IV. Dos indios dan a entender que desafían a los españoles a batalla singular 397

Capítulo V. Vuelven los españoles en demanda del Río Grande y los trabajos que en el camino pasaron 399

Capítulo VI. De los trabajos incomportables que los españoles pasaron hasta llegar al Río Grande 404

Capítulo VII. Los indios desamparan dos pueblos donde se alojan los españoles para invernar 407

Capítulo VIII. Dos curacas vienen de paz. Los españoles tratan de hacer siete bergantines 410

Capítulo IX. Hacen liga diez curacas contra los españoles y el apu Anilco avisa de ella 412

Capítulo X. Guachoya habla mal de Anilco ante el gobernador y Anilco le responde y desafía a singular batalla 415

Capítulo XI. Hieren los españoles un indio espía y la queja que sobre ello tuvieron los curacas 419

Capítulo XII. Diligencia de los españoles en hacer los bergantines, y de una bravísima creciente del Río Grande 422

Capítulo XIII. Envían un caudillo español al curaca Anilco por socorro para acabar los bergantines 425

Capítulo XIV. Sucesos que durante el crecer y menguar del Río Grande pasaron, y el aviso que de la liga dio Anilco 428

Capítulo XV. El castigo que a los embajadores de la liga se les dio y las diligencias que los españoles les hicieron hasta que se embarcaron 431

Libro VI de la historia de la Florida del Inca 435

Capítulo I. Eligen capitanes para las carabelas y embárcanse los españoles para su navegación 435

Capítulo II. Maneras [de] balsas que los indios hacían para pasar los ríos 437

Capítulo III. Del tamaño de las canoas, y la gala y orden que los indios sacaron en ellas 439

Capítulo IV. La manera de pelear que los indios tuvieron con los españoles por el río abajo 441

Capítulo V. Lo que sucedió el onceno día de la navegación de los españoles 443

Capítulo VI. Llegan los indios casi a rendir una carabela, y el desatino de un español desvanecido 445

Capítulo VII. Matan los indios cuarenta y ocho españoles por el desconcierto de uno de ellos 447

Capítulo VIII. Los indios se vuelven a sus casas y los españoles navegan hasta reconocer la mar 450

Capítulo IX. Número de las leguas que los españoles entraron la tierra adentro 452

Capítulo X. De una batalla que los españoles tuvieron con los indios de la costa 455

Capítulo XI. Hacen a la vela los españoles, y el suceso de los primeros veintitrés días de su navegación 457

Capítulo XII. Prosigue la navegación hasta los cincuenta y tres días de ella, y de una tormenta que les dio 460

Capítulo XIII. De una brava tormenta que corrieron dos carabelas y cómo dieron al través en tierra 462

Capítulo XIV. Lo que ordenaron los capitanes y soldados de las dos carabelas 464

Capítulo XV. Lo que sucedió a los tres capitanes exploradores 467

Capítulo XVI. Saben los españoles que están en tierra de México 469

Capítulo XVII. Júntanse los españoles en Pánuco. Nacen crueles pendencias entre ellos y la causa por qué 471

Capítulo XVIII. Cómo los españoles fueron a México y de la buena acogida que aquella insigne ciudad les hizo 474

Capítulo XIX. Dan cuenta al visorrey de los casos más notables que en la Florida sucedieron 478

Capítulo XX. Nuestros españoles se derramaron por diversas partes del mundo, y lo que Gómez Arias y Diego Maldonado trabajaron por saber nuevas de Hernando de Soto 481

Capítulo XXI. Prosigue la peregrinación de Gómez Arias y Diego Maldonado 484

Capítulo XXII. Del número de los cristianos seglares y religiosos que en la Florida han muerto hasta el año de 1568 487

Libros a la carta 493

Presentación

La vida

Inca Garcilaso (1539-1616). Perú.

Escritor e historiador peruano. Hijo del conquistador español Sebastián Garcilaso de la Vega y de la princesa inca Isabel Chimpo Ocllo. Combatió junto a las tropas de Francisco Pizarro hasta que se pasó al bando del virrey La Gasca.

Tuvo una excelente formación y se fue a España a los veintiún años. Era capitán del ejército español cuando participó en la represión de los moriscos de Granada, y más tarde estuvo en servicio en Italia, donde conoció al filósofo neoplatónico León Hebreo.

En 1590, dejó las armas y entró en religión. Frecuentó los círculos humanísticos de Sevilla, Montilla y Córdoba y estudió historia y leyó a los poetas clásicos y renacentistas.

La Florida del Inca relata las aventuras de los expedicionarios españoles en sus incursiones en la península de la Florida en Norteamérica.

Historia del adelantado Hernando de Soto, gobernador y capitán general del reino de la Florida, y de otros heroicos caballeros españoles e indios, escrita por el Inca Garcilaso de la Vega, capitán de su majestad, natural de la gran ciudad del Cuzco, cabeza de los reinos y provincias del Perú

Al excelentísimo señor

DON TEODOSIO DE PORTUGAL,

DUQUE DE BRAGANZA Y DE BARCELÓS, ETC.

Por haber en mis niñeces, Serenísimo Príncipe, oído a mi padre y a sus deudos las heroicas virtudes y las grandes hazañas de los reyes y príncipes de gloriosa memoria, progenitores de Vuestra Excelencia, y las proezas en armas de la nobleza de ese famoso reino de Portugal, y por haberlas yo leído después acá en el discurso de mi vida, no solamente las que han hecbo en España, mas también las de África, y las de la gran India oriental y su larga y admirable navegación, y los trabajos y afanes en la conquista de ella y en la predicación del Santo Evangelio los ilustres lusitanos han pasado, y las grandezas que los reyes y príncipes para lo uno y para lo otro han ordenado y mandado, he sido siempre muy aficionado al servicio de Sus Majestades y a todos los de su reino. Esta afición se convirtió el tiempo adelante en obligación, porque la primera tierra que vi cuando vine de la mía, que es el Perú, fue la de Portugal, la isla del Fayal y la Tercera, y la real ciudad de Lisbona, en las cuales, como gente tan religiosa y caritativa, me hicieron los ministros reales y los ciudadanos y los de las islas toda buena acogida, como si yo fuera hijo natural de alguna de ellas, que, por no cansar a Vuestra Excelencia, no doy cuenta en particular de los regalos y favores que me hicieron, que uno de ellos fue librarme de la muerte. Viéndome, pues, por una parte tan obligado y por otra tan aficionado, no supe con qué corresponder a la obligación ni cómo poder mostrar la afición sino con hacer este atrevimiento (para un indio demasiado) de ofrecer y dedicar a Vuestra Excelencia esta historia. A lo cual no me dio poco ánimo las hazañas que en ella se cuentan de los caballeros hijosdalgo naturales de ese reino que fueron a la conquista de la gran Florida, que es razón que se empleen y dediquen digna y apropiadamente para que, debajo de la sombra de Vuestra Excelencia, vivan y sean estimadas y favorecidas como ellas lo merecen.

Suplico a Vuestra Excelencia que con la afabilidad y aplauso que vuestra real sangre os obliga se digne de admitir y recibir este pequeño servicio y el ánimo que siempre he tenido y tengo de verme puesto en el número de los súbditos y criados de la real casa de Vuestra Excelencia. Que haciéndose esta merced como la espero, quedaré con mucbas ventajas gratificado de mi afición, y, con la misma merced, podré pagar y satisfacer la obligación que a los naturales de este cristianísimo reino tengo, porque mediante el don y favor de Vuestra Excelencia seré uno de ellos. Nuestro Señor guarde a Vuestra Excelencia mucbos y felices años para refugio y amparo de pobres necesitados. Amén.

EL INCA GARCILASO DE LA VEGA

Proemio al lector

Conversando mucho tiempo y en diversos lugares con un caballero, grande amigo mío, que se halló en esta jornada, y oyéndole muchas y muy grandes hazañas que en ella hicieron así españoles como indios, me pareció cosa indigna y de mucha lástima que obras tan heroicas que en el mundo han pasado quedasen en perpetuo olvido. Por lo cual, viéndome obligado de ambas naciones, porque soy hijo de un español y de una india, importuné muchas veces a aquel caballero escribiésemos esta historia, sirviéndole yo de escribiente. Y, aunque de ambas partes se deseaba el efecto, lo estorbaban los tiempos y las ocasiones que se ofrecieron, ya de guerra, por acudir yo a ella, ya de largas ausencias que entre nosotros hubo, en que se gastaron más de veinte años. Empero, creciéndome con el tiempo el deseo, y por otra parte el temor, que si alguno de los dos faltaba perecía nuestro intento, porque, muerto yo, no había él de tener quién le incitase y sirviese de escribiente, y, faltándome él, no sabía yo de quién podría haber la relación que él podía darme, determiné atajar los estorbos y dilaciones que había con dejar el asiento y comodidad que tenía en un pueblo donde yo vivía y pasarme al suyo, donde atendimos con cuidado y diligencia a escribir todo lo que en esta jornada sucedió, desde el principio de ella hasta su fin, para honra y fama de la nación española, que tan grandes cosas ha hecho en el nuevo mundo, y no menos de los indios que en la historia se mostraren y parecieren dignos del mismo honor.

En la cual historia —sin hazañas y trabajos que, en particular y en común, los cristianos pasaron e hicieron, y sin las cosas notables que entre los indios se hallaron— se hace relación de las muchas y muy grandes provincias que el gobernador y adelantado Hernando de Soto y otros muchos caballeros extremeños, portugueses, andaluces, castellanos, y de todas las demás provincias de España, descubrieron en el gran reino de la Florida. Para que de hoy más (borrado el mal nombre que aquella tierra tiene de estéril y cenagosa, lo cual es a la costa de la mar) se esfuerce España a la ganar y poblar, aunque sin lo principal, que es el aumento de nuestra Santa Fe Católica, no sea más de para hacer colonias donde envíe a habitar a sus hijos, como hacían los antiguos romanos cuando no cabían en su patria, porque es tierra fértil y abundante de todo lo necesario para la vida humana, y se puede fertilizar mucho más de lo que al presente lo es de suyo con las semillas y ganados que de España y otras partes se le pueden llevar, a que está muy dispuesta, como en el discurso de la historia se verá.

El mayor cuidado que se tuvo fue escribir las cosas que en ella se cuentan como son y pasaron, porque, siendo mi principal intención que aquella tierra se gane para lo que se ha dicho, procuré desentrañar al que me daba la relación de todo lo que vio, el cual era hombre noble hijodalgo y, como tal, se preciaba tratar verdad en toda cosa. Y el Consejo Real de las Indias, por hombre fidedigno, le llamaba muchas veces (como yo lo vi), para certificarse de él así de las cosas que en esta jornada pasaron como de otras en que él se había hallado.

Fue muy buen soldado y muchas veces fue caudillo, y se halló en todos los sucesos de este descubrimiento, y así pudo dar la relación de esta historia tan cumplida como va. Y si alguno dijere lo que se suele decir, queriendo motejar de cobardes o mentirosos a los que dan buena cuenta de los particulares hechos que pasaron en las batallas en que se hallaron, porque dicen que, si pelearon, cómo vieron todo lo que en la batalla pasó, y, si lo vieron, cómo pelearon, porque dos oficios juntos, como mirar y pelear, no se pueden hacer bien, a esto se responde que era común costumbre, entre estos soldados, como lo es en todas las guerras del mundo, volver a referir delante del general y de los demás capitanes los trances más notables que en las batallas habían pasado. Y muchas veces, cuando lo que contaba algún capitán o soldado era muy hazañoso y difícil de creer, lo iban a ver los que lo habían oído, por certificarse del hecho por vista de ojos. Y de esta manera pudo haber noticia de todo lo que me relató, para que yo lo escribiese. Y no le ayudaban poco, para volver a la memoria los sucesos pasados, las muchas preguntas y repreguntas que yo sobre ellos y sobre las particularidades y calidades de aquella tierra le hacía.

Sin la autoridad de mi autor, tengo la contestación de otros dos soldados, testigos de vista, que se hallaron en la misma jornada. El uno se dice Alonso de Carmona, natural de la Villa de Priego. El cual, habiendo peregrinado por la Florida los seis años de este descubrimiento, y después otros muchos en el Perú, y habiéndose vuelto a su patria, por el gusto que recibía con la recordación de los trabajos pasados escribió estas dos peregrinaciones suyas, y así las llamó. Y sin saber que yo escribía esta historia, me las envió ambas para que las viese. Con las cuales holgué mucho, porque la relación de la Florida, aunque muy breve y sin orden de tiempo ni de los hechos, y sin nombrar provincias, sino muy pocas, cuenta, saltando de unas partes a otras, los hechos más notables de nuestra historia.

El otro soldado se dice Juan Coles, natural de la Villa de Zafra, el cual escribió otra desordenada y breve relación de este mismo descubrimiento, y cuenta las cosas más hazañosas que en él pasaron. Escribiolas a pedimiento de un provincial de la provincia de Santa Fe en las Indias, llamado fray Pedro Aguado, de la religión del seráfico padre San Francisco. El cual, con deseo de servir al rey católico don Felipe Segundo, había juntado muchas y diversas relaciones de personas fidedignas de los descubrimientos que en el nuevo mundo hubiesen visto hacer, particularmente de esto primero de las Indias, como son todas las islas que llaman de Barlovento, Veracruz, Tierra Firme, el Darién, y otras provincias de aquellas regiones. Las cuales relaciones dejó en Córdoba, en poder y guarda de un impresor, y acudió a otras cosas de la obediencia de su religión y desamparó sus relaciones, que aún no estaban en forma de poderse imprimir. Yo las vi, y estaban muy maltratadas, comidas las medias de polilla y ratones. Tenían más de una resma de papel en cuadernos divididos, como los había escrito cada relator, y entre ellas hallé la que digo de Juan Coles; y esto fue poco después que Alonso de Carmona me había enviado la suya. Y, aunque es verdad que yo había acabado de escribir esta historia, viendo estos dos testigos de vista tan conformes con ella, me pareció, volviéndola a escribir de nuevo, nombrarlos en sus lugares y referir en muchos pasos las mismas palabras que ellos dicen sacadas a la letra, por presentar dos testigos contestes con mi autor, para que se vea cómo todas tres relaciones son una misma.

Verdad es que en su proceder no llevan sucesión de tiempo, si no es al principio, ni orden en los hechos que cuentan, porque van anteponiendo unos y posponiendo otros, ni nombran provincias, sino muy pocas y salteadas. Solamente van diciendo las cosas mayores que vieron, como se iban acordando de ellas; empero, cotejados los hechos que cuentan con los de nuestra historia, son los mismos; y algunos casos dicen con adición de mayor encarecimiento y admiración, como los verán notados con sus mismas palabras.

Estas inadvertencias que tuvieron, debieron de nacer de que no escribieron con intención de imprimir, a lo menos el Carmona, porque no quiso más de que sus parientes y vecinos leyesen las cosas que había visto por el nuevo mundo, y así me envió las relaciones como a uno de sus conocidos nacidos en las Indias, para que yo también las viese. Y Juan Coles tampoco puso su relación en modo historial, y la causa debió de ser que, como la obra no había de salir en su nombre, no se le debió de dar nada por ponerla en orden y dijo lo que se le acordó, más como testigo de vista que no como autor de la obra, entendiendo que el padre provincial que pidió la relación la pondría en forma para poderse imprimir. Y así va la relación escrita en modo procesal, que parece que escribía otro lo que él decía, porque unas veces dice: «Este testigo dice esto y esto»; y otras veces dice: «Este testigo dice que vio tal y tal cosa»; y en otras partes habla como que él mismo la hubiese escrito, diciendo vimos esto e hicimos esto, etc. Y son tan cortas ambas relaciones que la de Juan Coles no tiene más de diez pliegos de papel, de letra procesada muy tendida; y la de Alonso de Carmona tiene ocho pliegos y medio, aunque, por el contrario, de letra muy recogida.

Algunas cosas dignas de memoria que ellos cuentan, como decir Juan Coles que yendo él con otros infantes —debió de ser sin orden del general— halló un templo con un ídolo guarnecido con muchas perlas y aljófar, y que en la boca tenía un jacinto colorado de un jeme en largo y como el dedo pulgar en grueso, y que lo tomó sin que nadie lo viese, etc., esto, y otras cosas semejantes, no las puse en nuestra historia, por no saber en cuáles provincias pasaron, porque en esto de nombrar las tierras que anduvieron, como ya lo he dicho, son ambos muy escasos, y mucho más el Juan Coles. Y, en suma, digo que no escribieron más sucesos de aquellos en que hago mención de ellos, que son los mayores, y huelgo de referirlos en sus lugares por poder decir que escribo de relación de tres autores contestes. Sin los cuales tengo en mi favor una gran merced que un cronista de la Majestad Católica me hizo por escrito, diciendo, entre otras cosas, lo que sigue: «Yo he conferido esta historia con una relación que tengo, que es la que las reliquias de este excelente castellano que entró en la Florida, hicieron en México a don Antonio de Mendoza, y hallo que es verdadera, y se conforma con la dicha relación, etc.».

Y esto baste para que se crea que no escribimos ficciones, que no me fuera lícito hacerlo habiéndose de presentar esta relación a toda la república de España, la cual tendría razón de indignarse contra mí, si se la hubiese hecho siniestra y falsa.

Ni la Majestad Eterna, que es lo que más debemos temer, dejará de ofenderse gravemente, si, pretendiendo yo incitar y persuadir con la relación de esta historia a que los españoles ganen aquella tierra para aumento de nuestra Santa Fe Católica, engañase con fábulas y ficciones a los que en tal empresa quisieron emplear sus haciendas y vidas. Que cierto, confesando toda verdad, digo que, para trabajar y haberla escrito, no me movió otro fin sino el deseo de que por aquella tierra tan larga y ancha se extienda la religión cristiana; que ni pretendo ni espero por este largo afán mercedes temporales; que muchos días ha desconfié de las pretensiones y despedí las esperanzas por la contradicción de mi fortuna. Aunque, mirándolo desapasionadamente, debo agradecerle muy mucho el haberme tratado mal, porque, si de sus bienes y favores hubiera partido largamente conmigo, quizá yo hubiera echado por otros caminos y senderos que me hubieran llevado a peores despeñaderos o me hubieran anegado en ese gran mar de sus olas y tempestades, como casi siempre suele anegar a los que más ha favorecido y levantado en grandezas de este mundo; y con sus disfavores y persecuciones me ha forzado a que, habiéndolas yo experimentado, le huyese y me escondiese en el puerto y abrigo de los desengañados, que son los rincones de la soledad y pobreza, donde, consolado y satisfecho con la escasez de mi poca hacienda, paso una vida, gracias al Rey de los Reyes y Señor de los Señores, quieta y pacífica más envidiada de ricos, que envidiosa de ellos. En la cual, por no estar ocioso, que cansa más que el trabajar, he dado en otras pretensiones y esperanzas de mayor contento y recreación del ánimo que las de la hacienda, como fue traducir los tres Diálogos de Amor de León Hebreo, y, habiéndolos sacado a la luz, di en escribir esta historia, y con el mismo deleite quedo fabricando, forjando y limando la del Perú, del origen de los reyes incas, sus antiguallas, idolatría y conquistas, sus leyes y el orden de su gobierno, en paz y en guerra. En todo lo cual, mediante el favor divino, voy ya casi al fin. Y aunque son trabajos, y no pequeños, por pretender y atinar yo a otro fin mejor, los tengo en más que las mercedes que mi fortuna pudiera haberme hecho cuando me hubiera sido muy próspera y favorable, porque espero en Dios que estos trabajos me serán de más honra y de mejor nombre que el vínculo que de los bienes de esta señora pudiera dejar. Por todo lo cual, antes le soy deudor que acreedor, y como tal, le doy muchas gracias, porque a su pesar, forzada de la divina clemencia, me deja ofrecer y presentar esta historia a todo el mundo, la cual va escrita en seis libros, conforme a los seis años que en la jornada gastaron. El libro segundo y el quinto se dividieron en cada dos partes. El segundo, porque no fuese tan largo que cansase la vista, que, como en aquel año acaecieron más cosas que contar que en cada uno de los otros, me pareció dividirlo en dos partes, porque cada parte se proporcionase con los otros libros, y los sucesos de un año hiciesen un libro entero.

El libro quinto se dividió porque los hechos del gobernador y adelantado Hernando de Soto estuviesen de por sí aparte y no se juntasen con los de Luis de Moscoso de Alvarado, que fue el que le sucedió en el gobierno. Y así, en la primera parte de aquel libro, prosigue la historia hasta la muerte y entierros que a Hernando de Soto se le hicieron, que fueron dos. Y en la segunda parte se trata de lo que el sucesor hizo y ordenó hasta el fin de la jornada, que fue el año sexto de esta historia. La cual suplico se reciba en el mismo ánimo que yo la presento, y las faltas que lleva se me perdonen porque soy indio, que a los tales, por ser bárbaros y no enseñados en ciencias ni artes, no se permite que, en lo que dijeren o hicieren, los lleven por el rigor de los preceptos del arte o ciencia, por no los haber aprendido, sino que los admitan como vinieren.

Y llevando más adelante esta piadosa consideración, sería noble artificio y generosa industria favorecer en mí (aunque yo no lo merezca) a todos los indios, mestizos y criollos del Perú, para que, viendo ellos el favor y merced que los discretos y sabios hacían a su principiante, se animasen a pasar adelante en cosas semejantes, sacadas de sus no cultivados ingenios. La cual merced y favor espero que a ellos y a mí nos la harán con mucha liberalidad y aplauso los ilustres de entendimiento y generosos de ánimo, porque mi deseo y voluntad en el servicio de ellos (como mis pobres trabajos pasados y presentes, y los por salir a la luz, lo muestran), la tiene bien merecida. Nuestro Señor, etc.

Libro primero de la historia de la Florida del Inca

Contiene la descripción de ella, las costumbres de sus naturales; quién fue su primer descubridor, y los que después acá han ido; la gente que Hernando de Soto llevó; los casos extraños de su navegación; lo que en La Habana ordenó y proveyó, y cómo se embarcó para la Florida. Contiene quince capítulos.

Capítulo I. Hernando de Soto pide la conquista de la Florida al emperador Carlos V. Su Majestad le hace merced de ella

El adelantado Hernando de Soto, gobernador y capitán general que fue de las provincias y señoríos del gran reino de la Florida, cuya es esta historia, con la de otros muchos caballeros españoles e indios, que para la gloria y honra de la Santísima Trinidad, Dios Nuestro Señor, y con deseo del aumento de su Santa Fe Católica, y de la corona de España pretendemos escribir, se halló en la primera conquista del Perú y en la prisión de Atahuallpa, rey tirano, que, siendo hijo bastardo, usurpó aquel reino al legítimo heredero y fue el último de los incas que tuvo aquella monarquía, por cuyas tiranías y crueldades que en los de su propia carne y sangre usó mayores, se perdió aquel imperio, o a lo menos por la discordia y división que en los naturales su rebelión y tiranía causó, se facilitó a que los españoles lo ganasen con la facilidad que lo ganaron (como en otra parte diremos con el favor divino), de la cual, como es notorio, fue el rescate tan soberbio, grande y rico que excede a todo crédito que a historias humanas se puede dar, que según la relación de un contador de la hacienda de Su Majestad en el Perú, que dijo lo que valió el quinto de él. Y por el quinto, sacando el todo y reduciéndole a la moneda usual de los ducados de Castilla de a 365 maravedís cada uno, se sabe que valió 3.293.000 ducados, y dineros más, sin lo que se desperdició sin llegar a quintarse, que fue otra mucha suma. De esta cantidad, y de las ventajas que como a tan principal capitán se le hicieron, y con lo que en el Cuzco los indios le presentaron cuando él y Pedro del Barco solos fueron a ver aquella ciudad, y con las dádivas que el mismo rey Atahuallpa le dio (ca fue su aficionado por haber sido el primer español que vio y habló), hubo este caballero más de 100.000 ducados de parte.

Esta suma de dineros trajo Hernando de Soto cuando él y otros setenta conquistadores, juntos con las partes y ganancias que en Casamarca tuvieron, se vinieron a España: y aunque con esta cantidad de tesoro (que entonces, por no haber venido tanto de Indias como después acá se ha traído, valía más que ahora), pudiera comprar en su tierra, que era Villanueva de Barcarrota, mucha más hacienda que al presente se puede comprar, porque entonces no estaban las posesiones en la estima y valor que hoy tienen, no quiso comprarla, antes, levantando los pensamientos y el ánimo con la recordación de las cosas que por él habían pasado en el Perú, no contento con lo ya trabajado y ganado mas deseando emprender otras hazañas iguales o mayores, si mayores podían ser, se fue a Valladolid, donde entonces tenía su Corte el emperador Carlos V, rey de España, y le suplicó le hiciese merced de la conquista del reino de la Florida (llamada así por haberse descubierto la costa día de Pascua Florida), que la quería hacer a su costa y riesgo, gastando en ella su hacienda y vida, por servir a Su Majestad y aumentar la corona de España.

Esto hizo Hernando de Soto movido de generosa envidia y celo magnánimo de las hazañas nuevamente hechas en México por el marqués del Valle don Hernando Cortés y en el Perú por el marqués don Diego de Almagro, las cuales él vio y ayudó a hacer. Empero, como en su ánimo libre y generoso no cupiese súbdito, ni fuese inferior a los ya nombrados en valor y esfuerzo para la guerra ni en prudencia y discreción para la paz, dejó aquellas hazañas, aunque tan grandes, y emprendió estotras para él mayores, pues en ellas perdía la vida y la hacienda que en las otras había ganado. De donde, por haber sido así hechas casi todas las conquistas principales del nuevo mundo, algunos, no sin falta de malicia y con sobra de envidia, se han movido a decir que a costa de locos, necios y porfiados, sin haber puesto otro caudal mayor, ha comprado España el señorío de todo el nuevo mundo, y no miran que son hijos de ella, y que el mayor ser y caudal que siempre ella hubo y tiene fue producirlos y criarlos tales que hayan sido para ganar el mundo nuevo y hacerse temer del viejo. En el discurso de la historia usaremos de estos dos apellidos españoles y castellanos; adviértase que queremos significar por ellos una misma cosa.

Capítulo II. Descripción de la Florida y quién fue el primer descubridor de ella, y el segundo, y tercero

La descripción de la gran tierra Florida será cosa dificultosa poderla pintar tan cumplida como la quisiéramos dar pintada, porque como ella por todas partes sea tan ancha y larga, y no esté ganada ni aun descubierta del todo, no se sabe qué confines tenga.

Lo más cierto, y lo que no se ignora, es que al mediodía tiene el mar océano y la gran isla de Cuba. Al septentrión (aunque quieren decir que Hernando de Soto entró 1.000 leguas la tierra adentro, como adelante tocaremos), no se sabe dónde vaya a parar, si confine con la mar o con otras tierras.

Al levante, viene a descabezar con la tierra que llaman de los Bacallaos, aunque cierto cosmógrafo francés pone otra grandísima provincia en medio, que llama la Nueva Francia, por tener en ella siquiera el nombre.

Al poniente confina con las provincias de las Siete Ciudades, que llamaron así sus descubridores de aquellas tierras, los cuales, habiendo salido de México por orden del visorrey don Antonio de Mendoza, las descubrieron año de 1539, llevando por capitán a Francisco Vázquez Coronado, vecino de dicha ciudad. Por vecino se entiende en las Indias el que tiene repartimiento de indios, y esto significa el nombre vecino, porque estaban obligados a mantener vecindad donde tenían los indios y no podían venir a España sin licencia del Rey, so pena que, pasados los dos años que no tuviesen mantenido vecindad, perdían el repartimiento.

Francisco Vázquez Coronado, habiendo descubierto mucha y muy buena tierra, no pudo poblar por grandes inconvenientes que tuvo. Volviose a México, de que el visorrey hubo gran pesar, porque la mucha y muy buena provisión de gente y caballos que para la conquista había juntado se hubiese perdido sin fruto alguno. Confina asimismo la Florida al poniente con la provincia de los chichimecas, gente valentísima, que cae a los términos de las tierras de México.

El primer español que descubrió la Florida fue Juan Ponce de León, caballero natural del reino de León, hombre noble, el cual, habiendo sido gobernador de la isla de San Juan de Puerto Rico, como entonces no entendiesen los españoles sino en descubrir nuevas tierras, armó dos carabelas y fue en demanda de una isla que llamaban Bimini y según otros Buyoca, donde los indios fabulosamente decían había una fuente que remozaba a los viejos, en demanda de la cual anduvo muchos días perdido, sin la hallar. Al cabo de ellos, con tormenta, dio en la costa al septentrión de la isla de Cuba, la cual costa, por ser día de Pascua de Resurrección cuando la vio, la llamó la Florida, y fue el año de 1513, que según los computistas se celebró aquel año a los 27 de marzo.

Contentose Juan Ponce de León solo con ver que era tierra, y, sin hacer diligencia para ver si era tierra firme o isla, vino a España a pedir la gobernación y conquista de aquella tierra. Los Reyes Católicos le hicieron merced de ella, donde fue con tres navíos el año de 15. Otros dicen que fue el de 21. Yo sigo a Francisco López de Gómara; que sea el un año o el otro, importa poco. Y habiendo pasado algunas desgracias en la navegación, tomó tierra en la Florida. Los indios salieron a recibirle, y pelearon con él valerosamente hasta que le desbarataron y mataron casi todos los españoles que con él habían ido, que no escaparon más de siete, y entre ellos Juan Ponce de León; y heridos se fueron a la isla de Cuba donde todos murieron de las heridas que llevaban. Este fin desdichado tuvo la jornada de la Florida, y parece que dejó su desdicha en herencia a los que después acá le han sucedido en la misma demanda.

Pocos años después, andando rescatando con los indios, un piloto llamado Miruelo, señor de una carabela, dio con tormenta en la costa de la Florida, o en otra tierra, que no se sabe a qué parte, donde los indios le recibieron de paz, y en su contratación, llamado rescate, le dieron algunas cosillas de plata y oro en poca cantidad, con las cuales volvió muy contento a la isla de Santo Domingo, sin haber hecho el oficio de buen piloto en demarcar la tierra y tomar el altura, como le fuera bien haberlo hecho, para no verse en lo que después se vio por esta negligencia.