Gustavo Adolfo Bécquer
Rimas y leyendas
Barcelona 2022
linkgua-digital.com
Título original: Rimas y leyendas.
© 2022, Red ediciones S.L.
e-mail: info@linkgua.com
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN rústica: 978-84-9816-253-0.
ISBN ebook: 978-84-9897-826-1.
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.
Sumario
Créditos 4
Brevísima presentación 7
La vida 7
Índice alfabético de los primeros versos 9
Introducción 13
Rimas 17
Leyendas 61
I 61
II 65
III 68
IV 72
Los ojos verdes 74
I 75
II 77
III 80
El rayo de Luna 82
I 82
II 83
III 85
IV 86
V 88
VI 90
Tres fechas 91
I 92
II 95
III 101
La rosa de pasión 108
I 109
II 112
III 114
IV 116
La promesa 117
I 117
II 119
III 120
IV 122
V 126
El Monte de las Ánimas 127
I 127
II 129
III 132
IV 134
El Miserere 134
I 135
II 139
III 142
La Venta de los Gatos 143
I 143
II 148
Libros a la carta 157
En 1846 Bécquer ingresó en el Colegio de Náutica de San Telmo, en Sevilla. Quedó huérfano de madre al año siguiente, el 27 de febrero de 1847, y fue adoptado por su tía María Bastida.
Poco después pasó a vivir con su madrina Manuela Monahay, acomodada y de cierta sensibilidad literaria. En su biblioteca empezó su afición por la lectura. Inició entonces estudios de pintura en los talleres de los pintores Antonio Cabral Bejarano y Joaquín Domínguez Bécquer, tío suyo. Tras ciertos escarceos literarios (escribe en El trono y la nobleza y en las revistas sevillanas La Aurora y El Porvenir) marchó a Madrid en 1854. Para ganar algún dinero escribió con sus amigos (Julio Nombela y Luis García Luna) comedias y zarzuelas como La novia y el pantalón (1856), en que satiriza el ambiente burgués y antiartístico que le rodea, o La venta encantada, basada en el Quijote.
Hacia 1858 conoció a la que sería su musa, la cantante de ópera Julia Espín. Pero la relación no fructificó porque ella tenía más altas miras y le disgustaba la vida bohemia del escritor, que aún no era famoso.
En 1860, en la casa del médico que le trataba de una enfermedad venérea, conoció a Casta Esteban Navarro. Se casaron el 19 de mayo de 1861.
En 1860, González Bravo, con el apoyo del financiero Salamanca, fundó El Contemporáneo. Su amigo, Rodríguez Correa, redactor del nuevo diario, consiguió un puesto en él para Bécquer.
Más tarde Bécquer dirigió La Ilustración de Madrid hasta poco antes de su muerte el 22 de diciembre de 1870.
¿A qué me lo dices? Lo sé: es mudable,
Al brillar un relámpago nacemos
Al ver mis horas de fiebre
Alguna vez la encuentro por el mundo
Antes que tú me moriré escondido;
Así los barqueros pasaban cantando
Asomaba a sus ojos una lágrima
Besa el aura que gime blandamente
Cendal flotante de leve bruma,
Cerraron sus ojos,
Como en un libro abierto
Como enjambre de abejas irritadas,
Como guarda el avaro su tesoro,
Como la brisa que la sangre orea
Como se arranca el hierro de una herida
¿Cómo vive esa rosa que has prendido
Cruza callada, y son sus movimientos
Cuando en la noche te envuelven
Cuando entre la sombra oscura
Cuando me lo contaron sentí el frío
Cuando miro el azul horizonte
Cuando sobre el pecho inclinas
Cuando volvemos las fugaces horas
¡Cuántas veces al pie de las musgosas
¿De dónde vengo?... El más horrible y áspero
De lo poco de vida que me resta
Dejé la luz a un lado, y en el borde
Del salón en el ángulo oscuro,
Despierta, tiemblo al mirarte;
Dos rojas lenguas de fuego
En la clave del arco mal seguro,
En la imponente nave
Entre el discorde estruendo de la orgía
Es cuestión de palabras, y, no obstante,
Espíritu sin nombre,
Este armazón de huesos y pellejo,
Fatigada del baile,
Hoy como ayer, mañana como hoy,
Hoy la tierra y los cielos me sonríen;
Las ropas desceñidas,
Llegó la noche y no encontré un asilo;
Lo que el salvaje que con torpe mano
Los invisibles átomos del aire
Los suspiros son aire y van al aire.
Me han herido recatándose en las sombras,
Mi vida es un erial:
No digáis que agotado su tesoro,
No dormía; vagaba en ese limbo
¡No me admiró tu olvido! Aunque de un día
No sé lo que he soñado
Nuestra pasión fue un trágico sainete
Olas gigantes que os rompéis bramando
Pasaba arrolladora en su hermosura
Por una mirada, un mundo;
Porque son, niña, tus ojos
Primero es un albor trémulo y vago,
¡Qué hermoso es ver el día
¿Quieres que de ese néctar delicioso
Sabe, si alguna vez tus labios rojos
Sacudimiento extraño
Saeta que voladora
¿Será verdad que cuando toca el sueño
Si al mecer las azules campanillas
Si de nuestros agravios en un libro
Sobre la falda tenía
Su mano entre mis manos,
Te vi un punto, y, flotando ante mis ojos,
Tú eras el huracán y yo la alta
Tu pupila es azul, y cuando ríes
Volverán las oscuras golondrinas
Voy contra mi interés al confesarlo;
Yo me he asomado a las profundas simas
Yo sé cuál el objeto
Yo sé un himno gigante y extraño
—Yo soy ardiente, yo soy morena,
—¿Qué es poesía? —dices mientras clavas
Por los tenebrosos rincones de mi cerebro, acurrucados y desnudos, duermen los extravagantes hijos de mi fantasía, esperando en silencio que el arte los vista de la palabra para poderse presentar decentes en la escena del mundo.
Fecunda, como el lecho de amor de la miseria, y parecida a esos padres que engendran más hijos de los que pueden alimentar, mi musa concibe y pare en el misterioso santuario de la cabeza, poblándola de creaciones sin número, a las cuales ni mi actividad ni todos los años que me restan de vida serían suficientes a dar forma.
Y aquí dentro, desnudos y deformes, revueltos y barajados en indescriptible confusión, los siento a veces agitarse y vivir con una vida oscura y extraña, semejante a la de esas miríadas de gérmenes que hierven y se estremecen en una eterna incubación dentro de las entrañas de la tierra, sin encontrar fuerzas bastantes para salir a la superficie y convertirse, al beso del Sol, en flores y frutos.
Conmigo van, destinados a morir conmigo, sin que de ellos quede otro rastro que el que deja un sueño de la media noche, que a la mañana no puede recordarse. En algunas ocasiones, y ante esta idea terrible, se subleva en ellos el instinto de la vida, y agitándose en formidable aunque silencioso tumulto, buscan en tropel por dónde salir a la luz, de entre las tinieblas en que viven. Pero, ¡ay!, que entre el mundo de la idea y el de la forma existe un abismo que solo puede salvar la palabra, y la palabra, tímida y perezosa, se niega a secundar sus esfuerzos. Mudos, sombríos e impotentes, después de la inútil lucha vuelven a caer en su antiguo marasmo. ¡Tal caen inertes en los surcos de las sendas, si cesa el viento, las hojas amarillas que levantó el remolino!
Estas sediciones de los rebeldes hijos de la imaginación explican algunas de mis fiebres: ellas son la causa, desconocida para la ciencia, de mis exaltaciones y mis abatimientos. Y así, aunque mal, vengo viviendo hasta aquí paseando por entre la indiferente multitud esta silenciosa tempestad de mi cabeza. Así vengo viviendo; pero todas las cosas tienen un término, y a éstas hay que ponerles punto.
El insomnio y la fantasía siguen y siguen procreando en monstruoso maridaje. Sus creaciones, apretadas ya como las raquíticas plantas de un vivero, pugnan por dilatar su fantástica existencia disputándose los átomos de la memoria, como el escaso jugo de una tierra estéril. Necesario es abrir paso a las aguas profundas, que acabarán por romper el dique, diariamente aumentadas por un manantial vivo.
¡Andad, pues! Andad y vivid con la única vida que puedo daros. Mi inteligencia os nutrirá lo suficiente para que seáis palpables; os vestirá, aunque sea de harapos, lo bastante para que no avergüence vuestra desnudez. Yo quisiera forjar para cada uno de vosotros una maravillosa estrofa tejida con frases exquisitas, en la que os pudierais envolver con orgullo como en un manto de púrpura. Yo quisiera poder cincelar la forma que ha de conteneros, como se cincela el vaso de oro que ha de guardar un preciado perfume. Mas es imposible.
No obstante, necesito descansar; necesito, del mismo modo que se sangra el cuerpo por cuyas henchidas venas se precipita la sangre con pletórico empuje, desahogar el cerebro, insuficiente a contener tantos absurdos.
Quedad, pues, consignados aquí como la estela nebulosa que señala el paso de un desconocido cometa, como los átomos dispersos de un mundo en embrión que avienta por el aire la muerte antes que su creador haya podido pronunciar el fiat lux que separa la claridad de las sombras.
No quiero que en mis noches sin sueño volváis a pasar por delante de mis ojos en extravagante procesión pidiéndome, con gestos y contorsiones, que os saque a la vida de la realidad, del limbo en que vivís, semejantes a fantasmas sin consistencia. No quiero que al romperse este arpa, vieja y cascada ya, se pierdan, a la vez que el instrumento, las ignoradas notas que contenía. Deseo ocuparme un poco del mundo que me rodea, pudiendo, una vez vacío, apartar los ojos de este otro mundo que llevo dentro de la cabeza. El sentido común, que es la barrera de los sueños, comienza a flaquear, y las gentes de diversos campos se mezclan y confunden. Me cuesta trabajo saber qué cosas he soñado y cuáles me han sucedido. Mis afectos se reparten entre fantasmas de la imaginación y personajes reales. Mi memoria clasifica, revueltos, nombres y fechas de mujeres y días que han muerto o han pasado, con los días y mujeres que no han existido sino en mi mente. Preciso es acabar arrojándoos de la cabeza de una vez para siempre.
Si morir es dormir, quiero dormir en paz en la noche de la muerte, sin que vengáis a ser mi pesadilla maldiciéndome por haberos condenado a la nada antes de haber nacido. Id, pues, al mundo a cuyo contacto fuisteis engendrados, y quedad en él como el eco que encontraron en un alma que pasó por la tierra sus alegrías y sus dolores, sus esperanzas y sus luchas.
Tal vez muy pronto tendré que hacer la maleta para el gran viaje. De una hora a otra puede desligarse el espíritu de la materia para remontarse a regiones más puras. No quiero, cuando esto suceda, llevar conmigo, como el abigarrado equipaje de un saltimbanqui, el tesoro de oropeles y guiñapos que ha ido acumulando la fantasía en los desvanes del cerebro.
Junio de 1868.