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Fray Luis de León

Fragmentos de la Biblia:
Libro de Job
Cantar de los Cantares

Créditos

ISBN rústica: 978-84-9816-774-0.

ISBN ebook: 978-84-9897-791-2.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 11

La vida 11

Libro de Job 13

Capítulo I 15

Capítulo II 18

Capítulo III 20

Capítulo IV 23

Capítulo V 26

Capítulo VI 29

Capítulo VII 32

Capítulo VIII 35

Capítulo IX 38

Capítulo X 42

Capítulo XI 45

Capítulo XII 47

Capítulo XIII 50

Capítulo XIV 53

Capítulo XV 56

Capítulo XVI 60

Capítulo XVII 63

Capítulo XVIII 65

Capítulo XIX 67

Capítulo XX 70

Capítulo XXI 73

Capítulo XXII 76

Capítulo XXIII 79

Capítulo XXIV 81

Capítulo XXV 82

Capítulo XXVI 83

Capítulo XXVII 85

Capítulo XXVIII 86

Capítulo XXIX 88

Capítulo XXX 91

Capítulo XXXI 92

Capítulo XXXII 94

Capítulo XXXIII 97

Capítulo XXXIV 101

Capítulo XXXV 105

Capítulo XXXVI 107

Capítulo XXXVII 110

Capítulo XXXVIII 113

Capítulo XXXIX 117

Capítulo XL 121

Capítulo XLI 124

Capítulo XLII 127

Salmos 131

Salmo I. Beatus vir 133

Salmo XI. Salvum me fac, Domine 135

Salmo XII. Usquequo, Domine 136

Salmo XVII. Diligam te, Domine 137

Salmo XVIII. Caeli enarrant 142

Salmo XXIV. Ad te, Domine, levavi 144

Salmo XXVI. Dominus illuminatio 148

Salmo XXXVIII. Dixi, custodiam 151

Salmo XLI. Quemadmodum desiderat 153

Salmo XLIV. Eructavit 156

Salmo LXXI. Deus, iudicium 159

Salmo LXXXVII. Domine, Deus salutis meae 162

Salmo CII. Benedic, anima mea, Domino, et omnia. [1ª versión] 164

Salmo CII. Benedic, etc. [1ª versión] 167

Salmo CIII. Benedic, anima mea, Domino: Domine Deus 170

Salmo CVI. Confitemini Domino 173

Salmo CIX. Dixit Dominus 177

Salmo CXXIV. Qui confidunt 178

Salmo CXXIX. De profundis 179

Salmo CXLV. Lauda, anima mea 181

Salmo CXLVII. Lauda, Ierusalem 183

De los Proverbios de Salomón 185

Cantar de los Cantares 189

Capítulo I 191

Capítulo II 193

Capítulo III 194

Capítulo IV 195

Capítulo V 196

Capítulo VI 198

Capítulo VII 199

Capítulo VIII 200

Libros a la carta 203

Brevísima presentación

La vida

Fray Luis de León (Belmonte, Cuenca, 1527-Madrigal de las Altas Torres, Ávila, 1591). España.

De familia ilustre con ascendientes judíos, Luis Ponce de León estudió en Alcalá de Henares y Toledo antes de ingresar como novicio en el convento salmantino de San Agustín. Participó en las polémicas que enfrentaban a dominicos y agustinos en la universidad de Salamanca. Frente al tomismo conservador de los primeros, postuló el análisis de las fuentes hebreas en los estudios bíblicos.

Cuando se difundió su traducción al castellano del Cantar de los cantares a partir del hebreo, fue acusado de infringir la prohibición del Concilio de Trento, que estableció como oficial la versión latina de san Jerónimo. Procesado por la Inquisición, estuvo encarcelado entre 1572 y 1577, al final fue declarado inocente y pudo volver a sus clases.

Hombre vehemente, sufrió otra amonestación inquisitorial en 1584. Tuvo las cátedras de filosofía y estudios bíblicos, y poco antes de su muerte, en 1591, fue nombrado provincial de la orden agustina en Castilla. Dominaba el griego, el latín, el hebreo, el caldeo y el italiano. Fue admirado por Cervantes (que lo llamó «ingenio que al mundo pone espanto»), por Lope de Vega (que escribió: «Tu prosa y verso iguales / conservarán la gloria de tu nombre») y sobre todo por Francisco de Quevedo (quien lo consideró el «mejor blasón de la habla castellana»).

Libro de Job

Capítulo I

En la región de Hus, en la primera

edad, fue un hombre justo, Job llamado,

ejemplo de virtud, simple y entera;

Temeroso de Dios y del pecado

enemigo mortal, y juntamente

de bienes y riquezas abastado;

Clarísimo entre todos los de Oriente.

Hijos e hijas bellas Job tenía,

y de servicio innumerable gente.

Los anchos campos fértiles rompía

con toros más de mil; tres mil camellos

y siete mil ovejas poseía.

Sus hijos, por su orden, uno de ellos

(el uno cada día) convidaba

en su casa a comer a todos ellos.

Acabada la rueda, madrugaba

el padre de mañana, y con fe pura

por cada uno a Dios ofrenda alzaba.

Porque decía ansí: «Si por ventura

mis hijos allá dentro de su pecho

usaron contra Dios de desmesura».

Aquesta fue de Job la vida y hecho,

mientras los tiempos claros le duraron,

y tuvo el viento próspero y derecho.

Mas fue que un día, entre otros que pasaron,

delante de la Majestad divina

Satanás y los ángeles llegaron.

De Satanás la furia serpentina:

Y díjole el Señor, como le vido

(a cuya voz la tierra y mar se inclina):

—¿De dónde vienes tú? Dice: —He corrido

por la tierra, Señor, y paseado

cuanto es de los mortales poseído.

Y Dios: —Di, ¿por ventura has contemplado

en mi sirviente Job, que en virtud pasa

a todos cuantos moran lo poblado?

—Por la defensa suya y de su casa

te pones tú por muro diamantino;

¿y es mucho si tus leyes no traspasa?

—Sigue —dice—, Señor, otro camino;

toquémosle con mano más pesada,

veréis do llegará su desatino.

—Dispón de su hacienda, reservada

quedando su persona —dijo el Alto

Señor, y la consulta fue acabada.

Teñido de tristeza y de luz falto

el Sol por el oriente se mostraba,

cuando con turbación y sobresalto

A Job le vino un mozo y le contaba:

«Tus bueyes, ¡oh señor!, iban arando,

y el hato de las yeguas junto andaba;

Y súbito su furia demostrando,

sobre nosotros el sabeo viene;

yo solo me escapé por pies volando.»

Esto contaba el mozo, y sobreviene

un otro luego, y dícele afligido,

que ni camellos ya ni guardas tiene.

Que el escuadrón caldeo, dividido

en tres partes, lo uno había robado,

los otros a cruel fierro metido.

Había aqueste apenas acabado,

y llega otro diciéndole que el cielo

con fuego las ovejas ha abrasado.

Y para dar remate al desconsuelo,

otro con lloro amargo le decía

que vista por sus hijos negro duelo;

Porque estando comiendo en compañía,

la casa, derrocada de un gran viento,

debajo de sí muertos los tenía.

Aquí se levantó Job de su asiento,

rompió sus vestiduras, y tendido

por tierra con humilde sentimiento,

Dijo: «Cual el principio el fin ha sido;

desnudo vine al mundo, y es forzado

tornar desnudo allí donde he salido.

Diómelo Dios, y Dios me lo ha quitado.

¡Alabado su nombre santo sea!».

En todo aquesto Job nunca ha pecado,

ni dicho contra Dios palabra fea.

Capítulo II

Despojado Job de todos sus bienes, y no por eso vencido, torna el demonio a pedir licencia a Dios para afligirle más. Dásela y hiérele el cuerpo con enfermedad y llagas feas. Por donde su mujer, aborreciéndole, le convida a que desespere; a la cual él, con ánimo paciente y varonil, la reprende; y se asienta en el polvo, adonde cuatro amigos suyos que le vienen a ver y se admiran de verle, asentados y callando y mirándose entre sí, pasan siete días.

Ábrese ya otra vez la etérea entrada,

y del Eterno Padre a la presencia

la Corte celestial es convocada.

Vino toda la angélica potencia,

y vino allí el demonio juntamente,

haciendo su debida reverencia.

Y preguntóle Dios encontinente:

—¿De dónde vienes tú? Y dice: —He andado

todo lo poseído de la gente.

Y Dios: —Di: ¿por ventura has contemplado

en mi sirviente Job, que resplandece

de perfecta virtud raro dechado,

Y en cómo perseguido permanece

entero en su bondad? Tú me has movido

sin causa a dalle el mal que no merece.

—Todo —dice— lo da por bien perdido,

desde el primero bien hasta el postrero,

si queda con salud, el afligido.

Aún este mal no le ha pasado al cuero;

en lo vivo le toque vuestra mano,

veréis quién es con testimonio entero.

—No toques en su vida —el soberano

Señor dice— y dispón de todo el resto.

Y el demonio se parte alegre, ufano.

Y con hediondas llagas cuerpo y gesto

hiriéndole cruel, le cubre todo

bien como lo llevaba presupuesto.

Mas él, perseverando en su buen modo,

tomó para raerse una corteza,

sentándose en vil polvo, en torpe lodo.

—¿Y dudas todavía en tu simpleza?

—entonces su mujer le dijo airada—.

¡Ahógate ya y sal de tu bajeza!

—Hablaste como hembra mal mirada,

—responde—, que ¿por qué do el bien recibo,

la pena huiré cuando me es dada?

Si Dios nos place, bueno, ¿por qué, esquivo,

nos ha de desplacer? —En tal manera

el sancto no ha pecado en cuanto escribo.

La fama voladora y pregonera

en mil naciones cuenta, en mil oídos

de Job la desventura grave y fiera.

Por do tres sus amigos conmovidos,

Elifaz, temanés, y Zofarano,

de Amatós, y Bildad, que en los tendidos

Suguises imperaba, con humano,

intento se disponen, aviniendo

mover en su consuelo boca y mano.

Y ya que se acercaban, extendiendo,

los ojos, a Job vieron, y espantados

quedaron, lo que vían no creyendo.

Y levantando el lloro, y sus preciados

mantos rasgando, polvo en sí esparcieron

y al cielo le lanzaron a puñados.

Y atónitos doliéndose estuvieron

callando muchos días, sin que alguno

su boca desplegase, porque vieron

cuán grande es su dolor, cuán importuno.

Capítulo III

Job, al fin, rompe el silencio, y maldice el día en que nació y su suerte dura, no por desesperación ni por impaciencia, sino por aborrecimiento de los trabajos de la vida y de su condición miserable, sujeta por el pecado primero a tan desastrados reveses. Y así dice que es mejor el morir que el vivir, y la suerte de los muertos más descansada mucho que la de los vivos; y refiere cuán sin pensar, y a su parecer, sin merecerlo, vino sobre él este mal.

Al fin, creciendo en Job el dolor fiero,

gimió del hondo pecho y, convertido

al cielo, lagrimoso habló el primero.

Y dijo maldiciendo: «¡Ay!, destruido

el día en que nací y la noche fuera,

en que mezquino yo fui concebido».

Tornárase aquel día triste en fiera

tiniebla, y no le viera alegre el cielo,

ni resplandor de luz en él luciera;

Tuviérale por suyo en negro velo

la muerte rodeada, para asiento

de nubes, de amargor, de horror, recelo.

Y aquella triste noche no entre en cuento

con meses ni con años, condenada

a tempestad escura y fiero viento.

Fue noche solitaria y desastrada,

ni canto sonó en ella ni alegría,

ni música de amor dulce, acordada.

Maldíganla los que su amargo día

lamentando maldicen, los que hallaron

al fin de su pescar la red vacía.

En su alba los luceros se añublaron,

el Sol no amaneció, ni con la aurora

las nubes retocadas variaron;

Pues de mi ser primero en la triste hora

no puso eterna llave a mi aposento,

y me quitó el sentir el mal de agora.

¿Por qué no perecí luego, al momento

que vine a aquesta luz? ¿Por qué, salido

del vientre, recogí el común aliento?

¿Por qué de la partera recibido

en el regazo fui? ¿Por qué a los pechos

maternos fui con leche mantenido?

Que si muriera entonces, mil provechos

tuviera; ya durmiendo descansara,

pagara ya a la muerte sus derechos.

Con muchos altos reyes reposara,

con muchos poderosos, que ocuparon

los campos con palacios de obra rara;

Y con mil ricos hombres que alcanzaron

del oro grandes sumas, hasta el techo

en sus casas la plata amontonaron.

¡Oh, si antes de nacer fuera deshecho,

y cual los abortados niños fuera

que del vientre a la huesa van derecho!

A do, repuesta ya la vista fiera,

el violento yace, y los cansados

brazos gozan de holganza verdadera;

A do, de las prisiones libertados

están los que ya presos estuvieron,

sin ser del acreedor más aquejados.

Los que pequeños y los que altos fueron,

mezclados allí son confusamente;

no tienen amo allí los que sirvieron.

Que ¿para qué ha de ser el Sol luciente

un miserable? ¿Y para qué es la vida

al que vive en dolor continamente;

Al que desea ansioso la venida

de la muerte que huye, y la persigue

más que la rica vena es perseguida:

Al que se goza alegre, si consigue

el fenecer muriendo, y si le es dado

hallar la sepultura, aqueso sigue;

Al que es, como yo, triste, a quien cortado

le tienen el camino, y uno a uno

los pasos con tinieblas le han cerrado?

Mi hambre con sospiros desayuno;

y como sigue al trueno, a mis gemidos

así sigue una lluvia de importuno.

Lloro, que me consume. ¡Ay! ¡Cuán cumplidos

veo ya mis temores!; ¡cuán ligeros,

cuán juntos en mi daño y cuán unidos!

¿En qué merecí yo males tan fieros?

¿Por dicha no trate templadamente

con el vecino y con los extranjeros?

¡Y soy ferido ansí severamente!

Capítulo IV

Ofendiéronse los amigos de Job de estas postreras palabras en que parece justificarse; y Elifaz, tomando la mano por todos, pídele primero licencia para hablar, y después, repréndele, lo uno de que se queje tan agriamente, y lo otro, de que ponga en duda la causa por qué es ansí castigado, como sea notorio, según él dice, venir siempre los malos sucesos a los hombres por sus pecados. Y finalmente le amonesta a que no se justifique delante de Dios, y cuéntale lo que en visión acerca de todo le fue dicho.

Elifaz de aqueste fin mal ofendido,

después de con los ojos haber dado

señas a los amigos, con fingido

Hablar, revuelto a Job: «Aunque pesado

y grave el disputar te será agora

—dice—, ¿quién callará lo que ha pensado?

¿Qué es esto? ¿Y eres tú el que antes de hora

a todos consejabas? ¿Los caídos

alzabas con tu voz consoladora?

¿Eres por quien los brazos decaídos

cobraron nueva fuerza, y el medroso

temblor huyó los pechos afligidos?

Para otros sabios y para ti faltoso,

quebraste al primer toque, y un avieso

caso nos descubrió tu ser ventoso?

¿Por dicha no demuestra este suceso

que tu deréchez era burlería,

tu religión, tu vida y tu proceso?

¿Qué sirve preguntar cuál culpa mía

es digna de este mal? ¿Qué justo ha sido

cortado en la sazón que florecía?

Como, al revés, ha siempre acontecido

que el hacedor del mal recoge el fruto,

conforme a la simiente que ha esparcido.

Su gozo se convierte en triste luto,

en soplando el Señor; ante su aliento

el mal verdor se torna seco, enjuto.

Al bramador león en un momento

y a la fiera leona vuelve mudos,

y quiebra al leoncillo el diente hambriento;

Y quita de las uñas a los crudos

tigres la amada presa, y desparcidos

los pobres hijos van de bien desnudos.

No te pregones justo. En mis oídos

sonó lo que diré, y a malas penas

cogieron parte dello mis sentidos.

Cuando tintas del negro humor las venas

carga la pesadilla al hombre, y cuando

la noche ofrece formas de horror llenas;

Adentro de los huesos penetrando

un súbito pavor me sobrevino,

y sin saber de qué quedé temblando.

Y como soplo, un aire peregrino

pasó sobre mi rostro, y cada pelo

se puso en mí más yerto que el espino.

Y apareció ante mí, en escuro velo,

en pie, no supe quién; vi una figura,

oí como una voz que aguza el duelo.

Y dijo: ¿A par de Dios por aventura

se abonará el mortal? ¿La vida humana

ante su Facedor mostrarse ha pura?

Si no dio a su familia soberana

constancia duradera, y si no puso

en sus ángeles luz del todo sana,

¿Cuánto menos al hombre, que compuso

de polvo, que en terrena casa mora,

que el ocio le entorpece y gasta el uso;

Que nace como flor por el aurora

y en la tarde marchito, desparece

y no queda dél rastro en breve hora,

Porque no tiene apoyo? Ansí acontece

al escogido, al vil; ansí el preciado

y el miserable vulgo ansí perece;

y en esto es como los brutos igualado».

Capítulo V

Prosigue Elifaz en su razón y pide a Job que le muestre qué hombre santo haya sido maltratado de Dios, como le mostrará el haberlo sido siempre los que son malos; que cual es cada uno, así le acontece. Y amonéstale después de esto que, vuelto a Dios, haga penitencia. Y le asegura de su favor si así lo hiciere.

Y añade: «Pero si no soy creído

llama quien te defienda (si parece

alguno), o di, ¿cuál sancto cual tú ha sido?

Cual vive, a cada uno así acontece;

a manos de su antojo el tonto muere;

el malo y revoltoso en lid perece.

Por más bien arraigado que estuviere

el malo, si le veo, le maldigo,

y más cuanto más rico y feliz fuere.

¡Ay! ¡Cuán amargo trueque, ay triste, digo,

te espera! ¡Que tus hijos condenados

por cárceles irán sin bien ni abrigo!

Langostas comerán los tus sembrados,

ni el seto los defiende ni la espina;

tus bienes del ladrón serán robados.

Que cierto es que la tierra no es malina

de suyo, ni jamás produce el suelo

por culpa suya mal o cosa indina.

El hombre es solo aquel a quien de suelo

le viene el producir por culpa pena,

como es a la centella proprio el vuelo.

Yo juzgo que el valor, la suerte buena,

es el buscar a Dios; en el su oído

mi voz y mi oración contino suena.

Gran Hacedor de hazañas que en sentido

no caben, de proezas cuyo cuento

no puede ser por sumas recogido;

Levanta adelgazando el elemento

del agua, y, vuelto en lluvia, le derrama

por la faz de la tierra en un momento;

Del polvo sube en alto, y encarama

a la bajeza humilde, y al cercado

de noche torna a luz y buena fama;

Desata y desbarata el avisado

intento del engaño, y no consiente

que consiga el traidor lo deseado.

Con sus artes enlaza al más prudente

con sus avisos mismos, y la liga

destruye de la falsa y mala gente.

La luz se le ennegrece y da fatiga,

y, como en noche escura estropezando,

no sabe el resabido por do siga.

Valiente salvador del pobre, cuando

le oprime ya el tirano, cuando el crudo

cuchillo encima dél va relumbrando.

Es para el desarmado fiel escudo;

al solo es rico bien, rica esperanza,

al opresor burlado deja y mudo.

¡Dichoso el hombre que de Dios alcanza

ser corregido aquí! Por esto, amigo,

sufre su disciplina con templanza.

Que si te pasa el pecho tu enemigo

fiero, te sanará su blanda mano;

hará venir el bien tras el castigo.

De los trabajos seis el Soberano

victoria te dará; del mal seteno