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Francisco de Quevedo y Villegas

Vida de Marco Bruto

Créditos

ISBN rústica: 978-84-9816-884-6.

ISBN ebook: 978-84-9897-764-6.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 9

La vida 9

Vida de Marco Bruto 11

Dedicatoria 11

Aprobaciones 12

Aprobación del doctor don Antonio Calderón, canónigo magistral de la santa iglesia de Toledo 12

Juicio que de Marco Bruto hicieron los autores en sus obras 13

De la medalla de Bruto y de su reverso 17

A quien leyere 17

Primera parte de la vida de Marco Bruto 21

Texto 21

Discurso 21

Texto 22

Discurso 23

Texto 23

Discurso 23

Texto 24

Discurso 24

Texto 24

Discurso 25

Texto 26

Discurso 26

Texto 27

Discurso 27

Texto 29

Discurso 29

Texto 30

Discurso 31

Texto 32

Discurso 33

Texto 36

Discurso 37

Texto 39

Discurso 40

Texto 42

Discurso 42

Texto 43

Discurso 44

Texto 45

Discurso 45

Texto 48

Discurso 49

Oración de Casio 49

Casio a Bruto 50

Texto 51

Discurso 52

Oración de Bruto 53

Oración de Ligario 55

Texto 57

Discurso 58

Oración de Porcia 59

Segunda oración de Porcia 59

Texto 60

Discurso 60

Texto 62

Discurso 62

Texto 65

Discurso 66

Texto 66

Discurso 68

Texto 70

Discurso 70

Texto 73

Discurso 73

Texto 76

Discurso 76

Texto 77

Discurso 78

Oración primera de Bruto 78

Oración segunda de Bruto 78

Texto 80

Discurso 80

Texto 81

Discurso 81

Texto 83

Discurso 83

Oración de Marco Antonio 85

Texto 86

Discurso 87

Carta de Bruto a Cicerón 87

Cuestiones políticas 92

Instrucción 94

Respuesta del rey Católico al alcaide Francisco Pérez de Barradas 97

Libros a la carta 107

Brevísima presentación

La vida

Francisco de Quevedo y Villegas (Madrid, 1580-Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, 1645). España.

Hijo de Pedro Gómez de Quevedo, noble y secretario de una hija de Carlos V y de la reina Ana de Austria. Francisco de Quevedo estudió con los jesuitas en Madrid, y luego en las universidades de Alcalá (lenguas clásicas y modernas) y Valladolid (teología). Tras su regreso a Madrid tuvo la protección del duque de Osuna, con quien viajó a Sicilia en 1613. Osuna fue nombrado virrey de Nápoles y Quevedo ocupó su secretaría de hacienda y participó en misiones políticas contra Venecia promovidas por su protector. Cuando éste cayó en desgracia Quevedo sufrió destierro y prisión, pero regresó a la corte tras la muerte de Felipe III. Durante años tuvo buenas relaciones con Felipe IV, aunque no consiguió ganarse la simpatía de su favorito, el conde-duque de Olivares. Se especula que dejó bajo la servilleta del monarca el memorial contra Olivares titulado «Católica, sacra, real Majestad», lo que motivó su detención en 1639. Se cree, en cambio, que terminó en un calabozo del convento de San Marcos de León, donde estuvo hasta 1643, víctima de una conspiración.

Murió en Villanueva de los Infantes.

La Vida de Marco Bruto es un ensayo de reflexión política en el que se glosa la vida del célebre asesino de César escrita por Plutarco.

Vida de Marco Bruto

Escríbele por el texto de Plutarco don Francisco de Quevedo Villegas, Caballero del Hábito de Santiago y Señor de la Torre de Juan Abad

Dedicatoria

Al Excelentísimo señor don Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza de la Vega y Luna, Duque del Infantado, Señor de las Casas de Mendoza y de la Vega, Conde de Lerma y Marqués de Cea, Marqués del Cenete, Marqués de Santillana, Marqués de Argüeso, Marqués de Campo, Conde de Saldaña, Conde del Real de Manzanares, Conde del Cid, Señor de Hita y Buitrago, Señor de las Baronías de Alberique, Alcocer, Alazquer y Gavarda, Señor de la Provincia de Liébana y de las Hermandades de Álava, Señor de la villa de Jadraque y su tierra, Señor de las villas del Sexmo de Durón, Señor de Ayora y Tordehumos, etc.; Comendador de Zalamea, de la Orden de Caballería de Alcántara, mi señor.

Excelentísimo señor:

Marco Bruto (excelentísimo señor) fue por sus virtudes, esclarecida nobleza, elocuencia incomparable y valor militar, el único blasón de la república romana; lo que mostró yéndose en defensa de la patria a los riesgos de la batalla farsálica, en que se perdió con el grande Pompeyo en las guerras civiles. Invíole a vuecelencia para que, escrito, aprenda con mortificación suya a militar en semejantes guerras parientas con vitoria. Tales han sido las de Cataluña, con el raro y sin comparación glorioso suceso de Lérida, en cuyo sitio vuecelencia ha sido soldado en el ejército y ejemplo a los soldados, coronando su grandeza más gloriosamente con lo rústico de la fagina, que con las presunciones del laurel, cuyas ramas mancilla la recordación de haber sido ninfa. No pidió menor desempeño el determinarse vuecelencia a seguir, como le fue posible, el ejemplo nunca bastantemente admirado de nuestro grande, mayor y máximo monarca don Felipe IV: su determinación añadió al ejército lo que le faltaba para tan dilatada circunvalación; su constancia ha sido batería; sus órdenes, vitoria; su piedad magnánima, logro del triunfo. Esto, pues, estando tanto peor alojado que los más pobres mosqueteros, cuanto es peor que una barraca un hospital, siendo así que Fraga lo ha sido de todo el campo, habitada del horror de heridos y muertos: sitio menos seguro de la enfermedad y del enemigo, que los cuarteles. Señor, no presumo que vuecelencia leerá este libro; prométome le recibirá. Séame lícito compararme conmigo: si todo lo que he escrito ha sido defetuoso, esto es lo menos malo. Si algo ha sido razonable, esto es mejor. De mucho que debo a vuecelencia le doy lo menos, y me quedo con lo más. Lo que invío es una demostración en pocas hojas. Quédome con inmenso cúmulo de honras y favores que de vuecelencia he recibido. Guarde nuestro Señor a vuecelencia, como deseo. Madrid, 4 de agosto de 1644.

Don Francisco de Quevedo Villegas.

Aprobaciones

Por comisión del señor licenciado Gabriel de Aldama, vicario general de Madrid, he visto este libro intitulado Vida de Marco Bruto, cuyo autor es don Francisco de Quevedo Villegas, caballero de la Orden de Santiago; y reconozco en él muy útiles advertimientos políticos para ejemplo y escarmiento, tanto que se conoce en ellos más intención de aprovechar a otros que ambición de alabanza propia. El estilo es el que en tantas obras suyas hemos leído, traducidas en los idiomas italiano, inglés, flamenco, francés y latino. No hay en esto voz que ofenda las buenas costumbres, ni discurso contrario a nuestra santa fe católica romana, y así, me parece digno de la licencia que pide.

En Madrid, a 16 de junio de 1644. Doctor don Diego de Córdoba.

Aprobación del doctor don Antonio Calderón, canónigo magistral de la santa iglesia de Toledo

Vuestra alteza me mandó viese la Vida de Marco Bruto que ha escrito don Francisco de Quevedo Villegas, caballero de la Orden de Santiago. Hela visto, y no hallo en ella cosa que desdiga de la religión y costumbres cristianas. Lo que hallo es en pocas hojas muchos volúmenes de la más atenta política. Aquí enseña a los príncipes el gobierno, a los vasallos la obediencia, a todos el celo del bien público. Traduce don Francisco a Plutarco y le comenta; y aunque aquel autor dejó mucho y bien dicho, muestra don Francisco en la traducción que lo bien dicho se pudo decir mejor, y en el comento que lo mucho pudo ser más. Y excediendo a Plutarco don Francisco en los discursos, hace que Plutarco exceda a Plutarco en el texto. En esta obra une a la lengua española la majestad de la latina, con la hermosura de la griega, para envidia y admiración de las demás. La Cuestión política de Julio César es otro testigo desta verdad; y la Suasoria séptima de Marco Séneca, traducida, muestra que Séneca, como español, habla mejor en español que en latín, y que persevera en España la familia de los Sénecas en el ingenio, ya que no en la sangre. Dejose el cordobés indefensa la segunda parte de la Suasoria, porque la juzgó indefensible; y don Francisco, tomándola a su cargo, la ha hecho más fácil y aun la ha persuadido. Parece que Séneca se ha estado casi dieciséis siglos estudiando la respuesta, y que ahora la pronuncia por boca de don Francisco con las ventajas de tan larga meditación. Ceso, porque no se me manda panegírico, sino censura; y solo digo que en esta obra no solo se ha excedido don Francisco a todos, sino a sí mismo; y que es digna de la estampa por el más ilustre blasón del lenguaje español, y la más ardiente envidia de los extranjeros. Éste es mi parecer, etc.

En Madrid, a 22 de junio de 1644. Doctor don Antonio Calderón.

Juicio que de Marco Bruto hicieron los autores en sus obras

Cicerón, libro 14 de las Epístolas a Ático, epístola 17.

Siempre amé, como sabes, a Marco Bruto, por su ingenio sumo, suavísimas costumbres, singular bondad y constancia; empero en los idus de marzo tan grande amor añadió al que le tenía, que me admira hubiese lugar de aumentar la afición que a sus méritos, en mí, parecía no poder ser mayor.

Veleyo, en el libro 2 de su Historia.

Fue, empero, Casio tanto mejor capitán, cuanto varón Bruto. De los cuales más desearas a Bruto por amigo, y más temieras a Casio por contrario: en el uno era mayor fuerza, en el otro mayor virtud. Los cuales si vencieran, cuanto importara a la república más que reinara César que Antonio, tanto fuera más útil tener a Bruto que a Casio.

Séneca, en el libro 2 de los Beneficios, cap. 20.

Suélese disputar de Marco Bruto, si por ventura debió recibir la vida del Divo Julio, supuesto había determinado darle muerte. La razón que siguió en dársela, otra vez la trataremos. Cuanto a mí, si bien en otras corsas fue gran varón, en este hecho vehementemente juzgo que erró, y que no se gobernó según la dotrina estoica; porque o temió el nombre de rey (cuando debajo del poder del rey justo se juzga el mejor estado de la república), o allí esperó había de haber libertad, donde había tan grande premio al mandar y al servir; o se persuadió que la república se podía restituir al estado antiguo, perdidas las costumbres antiguas, y que allí habría igualdad del derecho civil, y que allí estarían las leyes en su lugar, donde vía pelear tantos millares de hombres, no por si servirían, sino por a quién servirían. ¡Oh cuánto olvido le embarazó, u de la naturaleza, u de su ciudad, pues muerto uno, creyó faltaría otro que quisiese lo propio! ¿Pues no se halló Tarquino, después de tantos reyes muertos, con hierro y rayos? Empero debió recibir la vida; mas por esto no le había de tener en lugar de padre al que por la injuria había venido al derecho de dar el beneficio. Porque no le guardó quien no le dio muerte: no le dio beneficio, sino licencia.

Séneca, en el libro de la Consolación a Helvila, cap. 8.

Marco Bruto juzga que basta a los desterrados (por consuelo) llevar sus virtudes consigo.

En el propio libro, cap. 9.

Bruto, en el libro que compuso De la Virtud, dice vio a Marcelo desterrado en Mitilene, y que vivía beatísimamente, cuanto entonces permitía su naturaleza; que nunca había estado más cudicioso de las buenas artes que entonces. Por eso añadió: «Que le parecía que iba el más desterrado en volver sin él, que Marcelo en quedar desterrado». ¡Oh, más dichoso Marcelo en aquel tiempo en que Bruto aprobó tu destierro, que en el que el pueblo romano aprobó tu consulado! ¡Cuán grande varón fue aquél que obligó a que alguno se juzgase desterrado en apartarse del que estaba desterrado! ¡Cuán grande varón fue el que admiró al varón que a su mismo Catón fue admirable!

El autor del Diálogo de los oradores, que, con nombre de Quintillano, abulta las obras de Tácito, cap. 25.

Porque me persuado que Calvo y Asinio, y el propio Cicerón, eran acostumbrados a invidiar y aborrecer, inficionados de todas las enfermedades humanas; solamente juzgo que, entre todos éstos, Bruto descubrió el juicio de su ánimo, no con malignidad ni con invidia, sino con simplicidad ingenua. El juicio de Suetonio y de los demás historiadores en César dejo por remitirme al contexto de su obra, de que habla cada uno, conforme su dictamen, con afición o aborrecimiento de Marco Bruto.

Floro, libro 4, cap. 7, de la Guerra de Casio y Bruto.

¿Quién no se admirará que a lo último los sapientísimos varones no usasen de sus manos, sino el que advirtiere que aun esto no les faltó de consideración, por no violar sus manos, usando con su juicio de la ajena maldad en la muerte de sus santísimas y piadosas vidas?

Cornelio Tácito, en el libro 4 de los Anales, parágrafo 34, habla de los varones que alabó Tito Livio.

A este mismo Casio, a este Bruto, nunca los llama ladrones y parricidas, vocablos que ahora los aplican: muchas veces los llama varones insignes.

Aurelio Víctor, de los Varones ilustres.

Marco Bruto. Marco Bruto, imitador de Catón, su tío, aprendió en Atenas la Filosofía, y en Rodas la elocuencia. Fue amante de Citeride, representanta, en competencia de Antonio y Gallo. No quiso pasar a la Galia por cuestor, reverenciando el parecer de todos los buenos, que lo contradecían. Estuvo en Cilicia con Appio Claudio, y siendo éste acusado de sobornos y hurtos del erario, Bruto no tuvo nota aun de una palabra. Fue traído por Catón desde Cilicia a la guerra civil, en que siguió a Pompeyo, y luego que con él fue vencido, tuvo el perdón de César; y procónsul, gobernó la Galia: al fin, con otros conjurados, dio en el Senado muerte a César. Y inviado a Macedonia por la invidia de los soldados viejos, vencido por Augusto en los campos filípicos, dio la cerviz a la espada de Straton.

Cayo Casio Longino. Cayo Casio Longino fue cuestor de Craso en Siria, después de cuya muerte, junto lo que había quedado del ejército, volvió a Siria. Venció a Osaco, prefecto regio, junto al río Orontes. Y porque, compradas las mercancías siríacas, negociaba feamente, fue llamado Cariota. Tribuno de la plebe, opugnó a César. En la guerra civil, general de la armada, siguió a Pompeyo: fue perdonado por César; empero contra el mismo César fue autor de los conjurados con Bruto; y dudando uno aquel día en herir a César, le dijo: «Hiérele, y sea por mis entrañas». Y habiendo juntado grande ejército en Macedonia, junto con Bruto en los campos filípicos, fue vencido por Marco Antonio. Y como pensase que a Bruto le había sucedido lo mismo, siendo así que Bruto había vencido a César, dio su garganta, que se la cortase, a Pándaro, su liberto. En oyendo su muerte Antonio, se refiere que dijo: «Vencí». El Dante sigue contraria opinión, y pone a Casio y a Bruto con Judas, no solo condenándolos por traidores, sino por pésimos traidores. Desto fue causa el ser Dante de la facción gibelina y de los emperadores.

Canto 34 y postrero del Infierno.

Quell’ànima lassù ch’ha maggiór pena,

Disse ‘l maestro, e Giuda Scariotto

Che’l capo ha dentro, e fuor le gambe mena.

Degli altri due ch’hanno ‘l capo di sotto,

Quel che pende dal nero ceffo è Bruto:

Vedi come si storce e non fa motto:

E’l altro è Cassio che par si membruto.

El señor de Montaña, libro 2, cap. 1 de las Costumbres de la isla de Cea, dice:

Marco Bruto y Casio, por darse muerte sin tiempo y aceleradamente, acabaron de perder las reliquias de la libertad romana.

De la medalla de Bruto y de su reverso

El retrato de Marco Bruto le saqué de una medalla de plata de su mismo tiempo, original, cuyo reverso va al pie de la tarjeta, bien digno de consideración, en que se ve entre los dos puñales el pileo o birrete, insignia de la libertad, y abajo en los idus de marzo la fecha del día en que dio la muerte a César. Esta moneda, preciosísima por su antigüedad, me dio el abad don Martín la Farina de Madrigal, capellán de honor de su majestad, nobilísimo caballero siciliano. Esto debe a sus ilustres ascendientes. Lo que le debemos los que en España le comunicamos, son estudios muy felices, con verdadero conocimiento y uso provechoso de las lenguas griega y latina, de que sus obras, detenidas en su modestia, serán más venerable testimonio. Pruébase que la efigie es parecida a Marco Bruto, de la epístola 20 del libro XIV de Cicerón a Ático, con estas palabras: Epicuri mentionem facis, et audes dicere Non te Bruti nostri vulticulus ab ista oratione deterret? «Haces mención de Epicuro, y atréveste a decir: el varón sabio no se ha de encargar de la república. ¿No te espanta esta proposición el ceñuelo de nuestro Bruto?». Traduje la sentencia de Epicuro entera, como lo controvertió Séneca, si bien las palabras griegas solo dicen no se ha de llegar a la república, porque suenan truncadas y impersonales. Volví la voz vulticulus, ceñuelo, que llamamos capotillo, y no carilla, porque ésta antes es ridícula que espantosa, y el ceñuelo amenaza, y tal se ve en la medalla.

A quien leyere

Para que se vea invención nueva del acierto del desorden en que la muerte y las puñaladas fueron electores del Imperio, escribo en la vida de Marco Bruto y en la muerte de Julio César los premios y los castigos que la liviandad del pueblo dio a un buen tirano y a un mal leal. Tropelía son de la malicia los buenos malos y los malos buenos. No pretendo que en el uno escarmienten los ciudadanos fieles, y menos que en el otro se alienten los príncipes violentos. Sea fruto útil a las repúblicas, temeroso a los monarcas y de enseñamiento a los súbditos, el saber recelarse del tirano que tiene algo bueno en que se disculpa y se desfigura, y del celoso que tiene algo malo en que se pierde. Y el tirano y el libertador conozcan que ni el uno logra su intento, ni el otro pierde su maldad, cuando el pueblo, en cuya memoria no tiene vida lo pasado, vende al interés propio la libertad, pobre por la sujeción, mas bien socorrida. El señor perpetuo de las edades es el dinero: o reina siempre, o quieren que siempre reine. No hay pobreza agradecida ni riqueza quejosa; es bienquista la abundancia y sediciosa la carestía. La libertad al tirano le muda el nombre, y la avaricia al príncipe. Es de ver si puede ser cruel el dadivoso y justo el avariento. La comodidad responderá que éste no lo es, ni el otro lo puede ser. Puede ser que esto no sea verdad; mas no puede dejar de ser verdad que ella responderá esto. Lágrimas contrahechas se derraman por padres, hijos y mujeres perdidos, y solamente alcanza lágrimas verdaderas la pérdida de la hacienda. Yo afirmo que lo bueno en el malo es peor, porque ordinariamente es achaque y no virtud, y lo malo en él es verdad, y lo bueno mentira. Mas no negaré que lo malo en el bueno es peligro y no mérito. Enseñaré que la maldad en el mundo antes está bien en los malos que bien en los buenos, porque tiene de su parte nuestra miseria, que sigue antes la naturaleza que la razón. No escribo historia, sino discurso con tres muertes en una vida, que a quien supiere leerlas darán muchas vidas en cada muerte. Poco escribo, no porque excuso palabras, sino porque las aprovecho, y deseo que hable la dotrina a costa de mi ostentación. Aquél calla, que escribe lo que nadie lee; y es peor que el silencio, escribir lo que no puede acabarse de leer; y más reprehensible acabar de escribir lo que cualquiera se arrepiente de acabar de leer. De mí solo aseguro que ni el que me empezare a leer se cansará mucho, ni el que me acabare de leer se arrepentirá tarde. Harto haré si alcanzo a parecer bueno por poco malo, y aun esta disculpa tan culpable no se deberá a mi ingenio, sino a mi brevedad, no imitando a aquéllos que ponen su cuidado en no empezar a decir sin acabar de hablar. Gastaré pocas palabras, y haré gastar poco tiempo. Este ahorro de tan preciosa porción de la vida me negociará perdón, si no me encaminare alabanza. Este libro tenía escrito ocho años antes de mi prisión; quedó con los demás papeles míos embargados, y fueme restituido en mi libertad. Nada de lo que es mío tiene algún precio: en todo mi propia ignorancia me sirve de penitencia. Y aunque es verdad que debo antes sentir lo que imprimo, que lo que de mis obras se pierde, he querido advertir las que me faltaron de las que tenía con ésta, para que si algún tiempo salieren, sean acusación mía y no de otro. Las que hasta ahora he echado menos son: Dichos y hechos del excelentísimo señor duque de Osuna en Flandes, Sicilia y Nápoles. Todas las Controversias de Séneca, traducidas, y cada una añadida por mí la decisión de las dos partes contrarias. Noventa epístolas de Séneca, traducidas y anotadas. Una Súplica muy reverente a su Santidad por los españoles. El opúsculo de Santo Tomás del modo de confesarse, traducido y con notas. Todos papeles que muchos vieron en mi poder.

Don Francisco de Quevedo y Villegas.