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Tomás de Iriarte

Fábulas literarias

Créditos

ISBN rústica: 978-84-96290-42-6.

ISBN ebook: 978-84-9897-706-6.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 11

La vida 11

Prólogo: El elefante y otros animales 13

El gusano de seda y la araña 16

El oso, la mona y el cerdo 17

La abeja y los zánganos 19

Los dos loros y la cotorra 21

El mono y el titiritero 23

La campana y el esquilón 25

El burro flautista 26

La hormiga y la pulga 28

La parietaria y el tomillo 30

Los dos conejos 31

Los huevos 33

El pato y la serpiente 35

El manguito, el abanico y el quitasol 36

La rana y el renacuajo 37

La avutarda 38

El jilguero y el cisne 39

El caminante y la mula de alquiler 40

La cabra y el caballo 42

La abeja y el cuclillo 43

El ratón y el gato 44

La lechuza 45

Los perros y el trapero 46

El papagayo, el tordo y la marica 47

El lobo y el pastor 48

El león y el águila 49

La mona 51

El asno y su amo 54

El gozque y el macho de noria 55

El erudito y el ratón 57

La ardilla y el caballo 59

El galán y la dama 61

El avestruz, el dromedario y la zorra 62

El cuervo y el pavo 63

La oruga y la zorra 65

La compra del asno 66

El buey y la cigarra 68

El guacamayo y la marmota 69

El retrato de golilla 70

Los dos huéspedes 72

El té y la salvia 74

El gato, el lagarto y el grillo 75

La música de los animales 77

La espada y el asador 80

Los cuatro lisiados 82

El pollo y los dos gallos 84

La urraca y la mona 85

El ruiseñor y el gorrión 88

El jardinero y su amo 89

Los dos tordos 91

El fabricante de galones y la encajera 93

El cazador y el hurón 94

El gallo, el cerdo y el cordero 96

El pedernal y el eslabón 98

El juez y el bandolero 99

La criada y la escoba 100

El naturalista y las lagartijas 101

La discordia de los relojes 104

El topo y otros animales 106

El volatín y su maestro 108

El sapo y el mochuelo 109

El burro del aceitero 110

La contienda de los mosquitos 111

La rana y la gallina 114

El escarabajo 115

El ricote erudito 117

La víbora y la sanguijuela 119

El ricacho metido a arquitecto 120

El médico, el enfermo y la enfermedad 121

El canario y el grajo 123

El guacamayo y el topo 124

El canario y otros animales 125

El mono y el elefante 127

El río Tajo, una fuente y un arroyo 128

El caracol y los galápagos 129

La verruga, el lobanillo y la corcova 130

Libros a la carta 133

Brevísima presentación

La vida

Tomás de Iriarte (1750-1791). España.

Nació en el Puerto de la Cruz de Orotava (Canarias) el 18 de septiembre de 1750. Estudió en Madrid con su tío don Juan de Iriarte. Fue oficial traductor de la Secretaría de Estado y archivero del Consejo Supremo de la Guerra. Amigo de los autores más destacados de su época, Iriarte concurrió a la tertulia de la Fonda de San Sebastián y tomó parte en las polémicas contra Sedano, Huerta y Forner. La obra más conocida de Iriarte es las Fábulas literarias (1782). Fue procesado por la Inquisición en 1786 y murió de gota, en Madrid, el 17 de septiembre de 1791.

Las Fábulas literarias aparecieron en 1782, un año más tarde que las de Samaniego; son poemas satíricos y morales con una ironía acerada. Iriarte utilizó en estos apólogos los preceptos clasicistas.

Prólogo: El elefante y otros animales

Ningún particular debe ofenderse de lo que se dice en común.

Allá, en tiempo de entonces

y en tierras muy remotas,

cuando hablaban los brutos

su cierta jerigonza,

notó el sabio elefante 5

que entre ellos era moda

incurrir en abusos

dignos de gran reforma.

Afeárselos quiere

y a este fin los convoca. 10

Hace una reverencia

a todos con la trompa

y empieza a persuadirlos

en una arenga docta

que para aquel intento 15

estudió de memoria.

Abominando estuvo,

por más de un cuarto de hora,

mil ridículas faltas,

mil costumbres viciosas: 20

la nociva pereza,

la afectada bambolla,

la arrogante ignorancia,

la envidia maliciosa.

Gustosos en extremo 25

y abriendo tanta boca,

sus consejos oían

muchos de aquella tropa:

el cordero inocente,

la siempre fiel paloma, 30

el leal perdiguero,

la abeja artificiosa,

el caballo obediente,

la hormiga afanadora,

el hábil jilguerillo, 35

la simple mariposa.

Pero del auditorio

otra porción no corta,

ofendida, no pudo

sufrir tanta parola. 40

El tigre, el rapaz lobo

contra el censor se enojan.

¡Qué de injurias vomita

la sierpe venenosa!

Murmuran por lo bajo, 45

zumbando en voces roncas,

el zángano, la avispa,

el tábano y la mosca.

Sálense del concurso,

por no escuchar sus glorias, 50

el cigarrón dañino,

la oruga y la langosta.

La garduña se encoge,

disimula la zorra,

y el insolente mono 55

hace de todo mofa.

Estaba el elefante

viéndolo con pachorra,

y su razonamiento

concluyó en esta forma: 60

«A todos y a ninguno

mis advertencias tocan:

quien las siente, se culpa;

el que no, que las oiga.»

Quien mis fábulas lea, 65

sepa también que todas

hablan a mil naciones,

no solo a la española.

Ni de estos tiempos hablan,

porque defectos notan 70

que hubo en el mundo siempre,

como los hay ahora.

Y, pues no vituperan

señaladas personas,

quien haga aplicaciones, 75

con su pan se lo coma.

El gusano de seda y la araña

Se ha de considerar la calidad de la obra, y no el tiempo que se ha tardado en hacerla.

Trabajando un gusano su capullo,

la araña, que tejía a toda prisa,

de esta suerte le habló con falsa risa,

muy propia de su orgullo:

«¿Qué dice de mi tela el seor gusano? 5

Esta mañana la empecé temprano,

y ya estará acabada a mediodía.

¡Mire qué sutil es, mire qué bella!...»

El gusano, con sorna, respondía:

«¡Usted tiene razón; así sale ella!» 10

El oso, la mona y el cerdo

Nunca una obra se acredita tanto de mala como cuando la aplauden los necios.

Un oso, con que la vida

ganaba un piamontés,

la no muy bien aprendida

danza ensayaba en dos pies.

Queriendo hacer de persona, 5

dijo a una mona: «¿Qué tal?».

Era perita la mona,

y respondióle: «Muy mal».

«Yo creo —replicó el oso—

que me haces poco favor. 10

Pues ¿qué?, ¿mi aire no es garboso?

¿No hago el paso con primor?»

Estaba el cerdo presente,

y dijo: «¡Bravo! ¡Bien va!

Bailarín más excelente 15

no se ha visto ni verá».

Echó el oso, al oír esto,

sus cuentas allá entre sí,

y con ademán modesto,

hubo de exclamar así: 20

«Cuando me desaprobaba

la mona, llegué a dudar;

mas ya que el cerdo me alaba,

muy mal debo de bailar.»

Guarde para su regalo 25

esta sentencia un autor:

si el sabio no aprueba, ¡malo!

si el necio aplaude, ¡peor!

La abeja y los zánganos

Fácilmente se luce con citar y elogiar a los hombres grandes de la Antigüedad; el mérito está en imitarlos.

A tratar de un gravísimo negocio

se juntaron los zánganos un día.

Cada cual varios medios discurría

para disimular su inútil ocio;

y, por librarse de tan fea nota 5

a vista de los otros animales,

aun el más perezoso y más idiota

quería, bien o mal, hacer panales.

Mas como el trabajar les era duro,

y el enjambre inexperto 10

no estaba muy seguro

de rematar la empresa con acierto,

intentaron salir de aquel apuro

con acudir a una colmena vieja,

y sacar el cadáver de una abeja 15

muy hábil en su tiempo y laboriosa;

hacerla, con la pompa más honrosa,

unas grandes exequias funerales,

y susurrar elogios inmortales

de lo ingeniosa que era 20

en labrar dulce miel y blanda cera.

Con esto se alababan tan ufanos,

que una abeja les dijo por despique:

«¿No trabajáis más que eso? Pues, hermanos,

jamás equivaldrá vuestro zumbido 25

a una gota de miel que yo fabrique.»

¡Cuántos pasar por sabios han querido

con citar a los muertos que lo han sido!

¡Y qué pomposamente que los citan!

Mas pregunto yo ahora: ¿los imitan? 30

Los dos loros y la cotorra

Los que corrompen su idioma no tienen otro desquite que llamar puristas a los que le hablan con propiedad, como si el serlo fuera tacha.

De Santo Domingo trajo

dos loros una señora.

La isla en parte es francesa,

y en otra parte española.

Así, cada animalito 5

hablaba distinto idioma.

Pusiéronlos al balcón,

y aquello era Babilonia.

De francés y castellano

hicieron tal pepitoria, 10

que al cabo ya no sabían

hablar ni una lengua ni otra.

El francés, del español

tomó voces, aunque pocas;

el español al francés, 15

casi se las toma todas.

Manda el ama separarlos,

y el francés luego reforma

las palabras que aprendió

de lengua que no es de moda. 20

El español, al contrario,

no olvida la jerigonza,

y aun discurre que con ella

ilustra su lengua propia.

Llegó a pedir en francés 25

los garbanzos de la olla;

y desde el balcón de enfrente

una erudita cotorra

30

Él respondió solamente,

como por tacha afrentosa:

«Vos no sois que una PURISTA.»

Y ella dijo: «A mucha honra».

¡Vaya, que los loros son 35

lo mismo que las personas!