José Ingenieros
Las fuerzas morales
Barcelona 2022
linkgua-digital.com
Título original: Las fuerzas morales.
© 2022, Red ediciones S.L.
e-mail: info@linkgua.com
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN rústica: 978-84-9897-491-1.
ISBN ebook: 978-84-9897-493-5.
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Sumario
Créditos 4
Brevísima presentación 9
La vida 9
Advertencia del autor 11
Capítulo 1. Se transmutan sin cesar en la humanidad 13
Capítulo 2. Juventud, entusiasmo, energía 16
I. De la juventud 16
II. Del entusiasmo 19
III. De la energía 20
Capítulo 3. Voluntad, iniciativa, trabajo 25
I. De la voluntad 25
II. De la iniciativa 27
III. Del trabajo 29
Capítulo 4. Simpatía, justicia, solidaridad 33
I. De la simpatía 33
II. De la justicia 35
III. De la solidaridad 38
Capítulo 5. Inquietud, rebeldía, perfección 41
I. De la inquietud 41
II. De la rebeldía 43
III. De la perfección 46
Capítulo 6. Firmeza, dignidad, deber 49
I. De la firmeza 49
II. De la dignidad 51
III. Del deber 53
Capítulo 7. Mérito, tiempo, estilo 57
I. Del mérito 57
II. Del tiempo 59
III. Del estilo 61
Capítulo 8. Bondad, moral, religión 66
I. De la bondad 66
II. De la moral 68
III. De la religión 70
Capítulo 9. Verdad, ciencia, ideal 74
I. De la verdad 74
II. De la ciencia 77
III. Del ideal 80
Capítulo 10. Educación, escuela, maestro 84
I. De la educación 84
II. De la escuela 86
III. Del maestro 89
Capítulo 11. Historia, progreso, porvenir 93
I. De la historia 93
II. Del progreso 95
III. Del porvenir 98
Capítulo 12. Terruño, nación, humanidad 103
I. Del terruño 103
II. De la nación 105
III. De la humanidad 109
Libros a la carta 115
En 1892, tras terminar sus estudios secundarios, fundó el periódico La Reforma. Hacia 1893, estudió en la Facultad de Medicina de Buenos Aires, de la que se graduó en 1897 de farmacéutico y en 1900 de médico.
Ingenieros fue un miembro relevante de la Cátedra de Neurología y del Servicio de Observación de Alienados de la Policía de la Capital, el cual llegó a dirigir.
Entre 1902-1913 dirigió los archivos de Psiquiatría y Criminología y se hizo cargo del Instituto de Criminología de la Penitenciaría Nacional de Buenos Aires, alternando su trabajo con conferencias en universidades europeas.
En 1908 ocupó la Cátedra de Psicología Experimental en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Ese año fundó la Sociedad de Psicología.
Ingenieros terminó sus estudios en las universidades de París, Ginebra, Lausana y Heidelberg. Sus ensayos sociológicos El hombre mediocre y sus ensayos críticos y políticos, Hacia una moral sin dogmas, Las fuerzas morales tuvieron un gran influencia en el ámbito universitario de Argentina.
En 1914 José Ingenieros se casó con Eva Rutenberg en Lausana, Suiza. Tuvieron cuatro hijos, Delia, Amalia, Julio y Cecilia.
Hacia 1919 renunció a todos los cargos docentes y comenzó hacia 1920 su etapa política, participando de manera activa en favor del grupo Claridad, de tendencia comunista.
Unos años después propuso la formación de la Unión Latinoamericana, una organización que difundió sus ideas antiimperialistas.
En 1925, poco antes de morir fundó la revista Renovación, en la que escribió con los pseudónimos de Julio Barreda Lynch y de Raúl H. Cisneros.
Ingenieros se distanció del socialismo de Estado y empezó a colaborar con periódicos anarquistas, varias de sus obras literarias reflejan este acercamiento. Murió el 31 de octubre de 1925, a los cuarenta y ocho años.
Este libro completa la visión panorámica de una Ética Funcional. El hombre mediocre es una crítica de la moralidad; Hacia una moral sin dogmas, una teoría de la moralidad; Las fuerzas morales, una deontología de la moralidad. Prevalece en todo el concepto de un idealismo ético, en función de la experiencia social, inconfundible con los capciosos idealismos de la vieja metafísica.
Cada generación renueva sus ideales. Si este libro pudiera estimular a los jóvenes a descubrir los propios, quedarían satisfechos los anhelos del autor, que siempre estuvo en la vanguardia de la suya y espera tener la dicha de morir antes de envejecer.
José Ingenieros
Buenos Aires, 1925
El hombre que atesora esas fuerzas adquiere valor moral, recto sentimiento del deber que condiciona su dignidad. Piensa como debe, dice como siente, obra como quiere. No persigue recompensas ni le arredran desventuras. Recibe con serenidad el contraste y con prudencia la victoria. Acepta las responsabilidades de sus propios yerros y rehusa su complicidad a los errores ajenos. Solo el valor moral puede sostener a los que impenden la vida por su arte o por su doctrina, ascendiendo al heroísmo. Nada se les parece menos que la temeridad ocasional del matamoros o del pretoriano, que afrontan riesgos estériles por vanidad o por mesada. Una hora de bravura episódica no equivale al valor de Sócrates, de Cristo, de Spinoza, constante convergencia de pensamiento y de acción, pulcritud de condena frente a las insanas supersticiones del pasado.
Las fuerzas morales no son virtudes de catálogo, sino moralidad viva. El perfeccionamiento de la ética no consiste en reglosar categorías tradicionales. Nacen, viven y mueren, en función de las sociedades; difieren en el Rig Veda y en la Ilíada, en la Biblia y en el Corán, en el Romancero y en la Enciclopedia. Las corrientes en los catecismos usuales poseen el encanto de una abstracta vaguedad, que permite acomodarlas a los más opuestos intereses. Son viejas, multiseculares; están ya apergaminadas. Las cuatro virtudes cardinales: Prudencia, Templanza, Coraje y Justicia, eran ya para los socráticos formas diversas de una misma virtud: la Sabiduría. Las conservó Platón, pero supo idealizar la virtud en un concepto de armonía universal. Aristóteles, en cambio, las descendió a ras de tierra, definiendo la virtud como el hábito de atenerse al justo medio y de evitar en todo los extremos. De esta noción no se apartó Tomás de Aquino, que a las cardinales del estagirita agregó las teologales, sin evitar que sus continuadores las complicaran. Estáticas, absolutas, invariables, son frías escorias dejadas por la fervorosa moralidad de culturas pretéritas, reglas anfibológicas que de tiempo en tiempo resucitan nuevos retóricos de añejas teologías.
Poner la virtud en el justo medio fue negarle toda función en el desenvolvimiento moral de la humanidad; punto de equilibrio entre fuerzas contrarias que se anulan, la virtud resultó, apenas, una prudente transacción entre las perfecciones y los vicios.
La concepción dinámica del universo relega a las vitrinas de museo esas momias éticas, inútiles ya para el devenir de la moralidad en la historia humana. Solo merecen el nombre de Virtudes las fuerzas que obran en tensión activa hacia la perfección, funcionales, generadoras. En su vidente libro de juventud escribió Renán: El gran progreso de la reflexión moderna ha sido sustituir la categoría del devenir a la categoría del ser, la concepción de lo relativo a la concepción de lo absoluto, el movimiento a la inmovilidad. Pocas sentencias son más justas que la del sutil maestro de idealismo.
Para la joven generación de nuestro tiempo es esencial conocer las fuerzas morales que obran en las sociedades contemporáneas: virtudes para la vida social, que no descansan bajo ninguna cúpula. Más que enseñarlas o difundirlas, conviene despertarlas en la juventud que virtualmente las posee. Si la catequesis favorece la perpetuación del pasado, la mayéutica es propicia al florecimiento del porvenir.
Dichosos los pueblos de la América Latina si los jóvenes de la Nueva Generación descubren en sí mismos las fuerzas morales necesarias para la magna Obra: desenvolver la justicia social en la nacionalidad continental.