9788498974935.jpg

José Ingenieros

Las fuerzas morales

Créditos

ISBN rústica: 978-84-9897-491-1.

ISBN ebook: 978-84-9897-493-5.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 9

La vida 9

Advertencia del autor 11

Capítulo 1. Se transmutan sin cesar en la humanidad 13

Capítulo 2. Juventud, entusiasmo, energía 16

I. De la juventud 16

II. Del entusiasmo 19

III. De la energía 20

Capítulo 3. Voluntad, iniciativa, trabajo 25

I. De la voluntad 25

II. De la iniciativa 27

III. Del trabajo 29

Capítulo 4. Simpatía, justicia, solidaridad 33

I. De la simpatía 33

II. De la justicia 35

III. De la solidaridad 38

Capítulo 5. Inquietud, rebeldía, perfección 41

I. De la inquietud 41

II. De la rebeldía 43

III. De la perfección 46

Capítulo 6. Firmeza, dignidad, deber 49

I. De la firmeza 49

II. De la dignidad 51

III. Del deber 53

Capítulo 7. Mérito, tiempo, estilo 57

I. Del mérito 57

II. Del tiempo 59

III. Del estilo 61

Capítulo 8. Bondad, moral, religión 66

I. De la bondad 66

II. De la moral 68

III. De la religión 70

Capítulo 9. Verdad, ciencia, ideal 74

I. De la verdad 74

II. De la ciencia 77

III. Del ideal 80

Capítulo 10. Educación, escuela, maestro 84

I. De la educación 84

II. De la escuela 86

III. Del maestro 89

Capítulo 11. Historia, progreso, porvenir 93

I. De la historia 93

II. Del progreso 95

III. Del porvenir 98

Capítulo 12. Terruño, nación, humanidad 103

I. Del terruño 103

II. De la nación 105

III. De la humanidad 109

Libros a la carta 115

Brevísima presentación

La vida

José Ingenieros (1877, Palermo (Italia)-1925, Buenos Aires)

Su nombre original era Giuseppe Ingegneri. Fue médico, psiquiatra, psicólogo, farmacéutico, escritor, docente, filósofo y sociólogo.

En 1892, tras terminar sus estudios secundarios, fundó el periódico La Reforma. Hacia 1893, estudió en la Facultad de Medicina de Buenos Aires, de la que se graduó en 1897 de farmacéutico y en 1900 de médico.

Ingenieros fue un miembro relevante de la Cátedra de Neurología y del Servicio de Observación de Alienados de la Policía de la Capital, el cual llegó a dirigir.

Entre 1902-1913 dirigió los archivos de Psiquiatría y Criminología y se hizo cargo del Instituto de Criminología de la Penitenciaría Nacional de Buenos Aires, alternando su trabajo con conferencias en universidades europeas.

En 1908 ocupó la Cátedra de Psicología Experimental en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Ese año fundó la Sociedad de Psicología.

Ingenieros terminó sus estudios en las universidades de París, Ginebra, Lausana y Heidelberg. Sus ensayos sociológicos El hombre mediocre y sus ensayos críticos y políticos, Hacia una moral sin dogmas, Las fuerzas morales tuvieron un gran influencia en el ámbito universitario de Argentina.

En 1914 José Ingenieros se casó con Eva Rutenberg en Lausana, Suiza. Tuvieron cuatro hijos, Delia, Amalia, Julio y Cecilia.

Hacia 1919 renunció a todos los cargos docentes y comenzó hacia 1920 su etapa política, participando de manera activa en favor del grupo Claridad, de tendencia comunista.

Unos años después propuso la formación de la Unión Latinoamericana, una organización que difundió sus ideas antiimperialistas.

En 1925, poco antes de morir fundó la revista Renovación, en la que escribió con los pseudónimos de Julio Barreda Lynch y de Raúl H. Cisneros.

Ingenieros se distanció del socialismo de Estado y empezó a colaborar con periódicos anarquistas, varias de sus obras literarias reflejan este acercamiento. Murió el 31 de octubre de 1925, a los cuarenta y ocho años.

Advertencia del autor

Los sermones laicos reunidos en el presente volumen fueron publicados en revistas estudiantiles y universitarias entre 1918 y 1923, quinquenio generador de un nuevo espíritu en nuestra América Latina.

Este libro completa la visión panorámica de una Ética Funcional. El hombre mediocre es una crítica de la moralidad; Hacia una moral sin dogmas, una teoría de la moralidad; Las fuerzas morales, una deontología de la moralidad. Prevalece en todo el concepto de un idealismo ético, en función de la experiencia social, inconfundible con los capciosos idealismos de la vieja metafísica.

Cada generación renueva sus ideales. Si este libro pudiera estimular a los jóvenes a descubrir los propios, quedarían satisfechos los anhelos del autor, que siempre estuvo en la vanguardia de la suya y espera tener la dicha de morir antes de envejecer.

José Ingenieros

Buenos Aires, 1925

Capítulo 1. Se transmutan sin cesar en la humanidad

En el perpetuo fluir del universo nada es y todo deviene, como anunció el oscuro Heráclito efesio. Al par de lo cósmico, lo humano vive en eterno movimiento; la experiencia social es incesante renovación de conceptos, normas y valores. Las fuerzas morales son plásticas, proteiformes, como las costumbres y las instituciones. No son tangibles ni mensurables, pero la humanidad siente su empuje. Imantan los corazones y fecundan los ingenios. Dan elocuencia al apóstol cuando predica su credo, aunque pocos le escuchen y ninguno le siga; dan heroísmo al mártir cuando afirma su fe, aunque le hostilicen escribas y fariseos. Sostienen al filósofo que medita largas noches insomnes, al poeta que canta un dolor o alienta una esperanza, al sabio que enciende una chispa en su crisol, al utopista que persigue una perfección ilusoria. Seducen al que logra escuchar su canto sirenio; confunden al que pretende en vano desoírlo. Son tribunal supremo que transmite al porvenir lo mejor del presente, lo que embellece y dignifica la vida. Todo rango es transitorio sin su sanción inapelable. Su imperio es superior a la coacción y la violencia. Las temen los poderosos y hacen temblar a los tiranos. Su heraclia firmeza vence, pronto o tarde, a la Injusticia, hidra generadora de la inmoralidad social.

El hombre que atesora esas fuerzas adquiere valor moral, recto sentimiento del deber que condiciona su dignidad. Piensa como debe, dice como siente, obra como quiere. No persigue recompensas ni le arredran desventuras. Recibe con serenidad el contraste y con prudencia la victoria. Acepta las responsabilidades de sus propios yerros y rehusa su complicidad a los errores ajenos. Solo el valor moral puede sostener a los que impenden la vida por su arte o por su doctrina, ascendiendo al heroísmo. Nada se les parece menos que la temeridad ocasional del matamoros o del pretoriano, que afrontan riesgos estériles por vanidad o por mesada. Una hora de bravura episódica no equivale al valor de Sócrates, de Cristo, de Spinoza, constante convergencia de pensamiento y de acción, pulcritud de condena frente a las insanas supersticiones del pasado.

Las fuerzas morales no son virtudes de catálogo, sino moralidad viva. El perfeccionamiento de la ética no consiste en reglosar categorías tradicionales. Nacen, viven y mueren, en función de las sociedades; difieren en el Rig Veda y en la Ilíada, en la Biblia y en el Corán, en el Romancero y en la Enciclopedia. Las corrientes en los catecismos usuales poseen el encanto de una abstracta vaguedad, que permite acomodarlas a los más opuestos intereses. Son viejas, multiseculares; están ya apergaminadas. Las cuatro virtudes cardinales: Prudencia, Templanza, Coraje y Justicia, eran ya para los socráticos formas diversas de una misma virtud: la Sabiduría. Las conservó Platón, pero supo idealizar la virtud en un concepto de armonía universal. Aristóteles, en cambio, las descendió a ras de tierra, definiendo la virtud como el hábito de atenerse al justo medio y de evitar en todo los extremos. De esta noción no se apartó Tomás de Aquino, que a las cardinales del estagirita agregó las teologales, sin evitar que sus continuadores las complicaran. Estáticas, absolutas, invariables, son frías escorias dejadas por la fervorosa moralidad de culturas pretéritas, reglas anfibológicas que de tiempo en tiempo resucitan nuevos retóricos de añejas teologías.

Poner la virtud en el justo medio fue negarle toda función en el desenvolvimiento moral de la humanidad; punto de equilibrio entre fuerzas contrarias que se anulan, la virtud resultó, apenas, una prudente transacción entre las perfecciones y los vicios.

La concepción dinámica del universo relega a las vitrinas de museo esas momias éticas, inútiles ya para el devenir de la moralidad en la historia humana. Solo merecen el nombre de Virtudes las fuerzas que obran en tensión activa hacia la perfección, funcionales, generadoras. En su vidente libro de juventud escribió Renán: El gran progreso de la reflexión moderna ha sido sustituir la categoría del devenir a la categoría del ser, la concepción de lo relativo a la concepción de lo absoluto, el movimiento a la inmovilidad. Pocas sentencias son más justas que la del sutil maestro de idealismo.

Para la joven generación de nuestro tiempo es esencial conocer las fuerzas morales que obran en las sociedades contemporáneas: virtudes para la vida social, que no descansan bajo ninguna cúpula. Más que enseñarlas o difundirlas, conviene despertarlas en la juventud que virtualmente las posee. Si la catequesis favorece la perpetuación del pasado, la mayéutica es propicia al florecimiento del porvenir.

Dichosos los pueblos de la América Latina si los jóvenes de la Nueva Generación descubren en sí mismos las fuerzas morales necesarias para la magna Obra: desenvolver la justicia social en la nacionalidad continental.