Cada mañana, desde que nuestra primera hija me hizo madre, me veo en la labor de gestionar vidas, desde lo material, simple y cotidiano, hasta lo más importante que anida dentro de los corazones de mis hijos. Me veo desafiada a hacer lo que pueda para darles lo que necesitan: sentirse amados, seguros y empoderados; además de recibir instrucción, dirección y corrección. Todo para ser ayudados a llegar a la casa del Padre. Sin embargo, me pasa que no siempre cuento con las capacidades, los conocimientos, la estrategia, la energía o el tiempo necesarios. A veces, mantenerme en la carrera me parece más fácil; y otras, me parece demasiado arduo.
Asumo que a los demás padres les pasa lo mismo. Después de más de 23 años trabajando con ellos y rodeada de amigas y familias en los mismos procesos, he constatado que todos nos vemos enfrentados a los mismos desafíos. Mucho depende de nuestro momento personal y también del momento que estén enfrentando los hijos.
Nuestro momento personal está sujeto a nuestras circunstancias. He visto a muchos padres atravesar momentos de suma dificultad, algunas veces estoicamente protegen a los hijos en medio de la tormenta; y otras, naufragan con ellos. También está sujeto a nuestro bienestar físico y emocional. Algunas temporadas nos descuidamos de lo más básico: nuestra alimentación, el descanso y conservar un estado de paz y equilibrio. Tarde o temprano, los problemas y nuestro desgaste nos pasan la cuenta. Quiero profundizar en este libro, entre otras cosas, algunas ideas básicas sobre el autocuidado y cómo impacta en nuestro desempeño cotidiano; porque nuestro cambio de estado emocional en nuestros procesos de vida, nos puede hacer inconsistentes.
Aparte de nuestro momento, es clave el momento por el que atraviesan nuestros hijos, siendo diferente la energía que necesitamos invertir en ellos y las estrategias que nos pueden ayudar. ¿Habías pensado que tu hijo pequeño también pasa por momentos difíciles? ¡Claro que sí! Es un mal momento si tiene hambre y tarda la comida, si está frente a una tienda de caramelos y le dices que no le comprarás uno, si está en el parque y un niño le quitó un juguete, si está feliz jugando y lo llamas a bañarse, si está cansado y es la hora de levantarse, si te extraña y el tiempo para verte es muy largo, si le levantas la voz… Si es mayor, atraviesa un mal momento si se saca una mala nota, lo molestan en el colegio, se siente solo, si no le das un permiso o intenta algo sin los resultados que espera. En los momentos difíciles de ellos, surgen las emociones intensas. Cambia la forma de expresión de acuerdo a su edad o características personales. Pueden aparecer las caritas largas, rabietas, portazos o malas conductas y nos veremos enfrentados a una demanda mayor de energía y recursos. Esa precisa interacción con nosotros requiere mayor esfuerzo y disposición cuando ellos no están bien. En sus momentos tranquilos, necesitaremos invertir menos.
Comienzo este nuevo libro con nuestra hija mayor recién casada y llena de desafíos laborales por los primeros años de su emprendimiento; con la segunda hija enamorada y a punto de entrar a su internado de nutrición, llena de sueños y también temores; y con el más pequeño con un síndrome de inflación intestinal1 que ha desordenado su sistema inmune, descompensando su dermatitis atópica, lo que lo tiene con respuesta alérgica a muchos alimentos y, como tratamiento, debe llevar dieta estricta y muy limitada. Cada uno, en un momento general diferente, cada uno, con necesidades diferentes de mí. He experimentado muchas veces la presión de responder a ellos y empatizo completamente con tu vida agitada y demandada. Sé que es muy difícil. Es claro que ser padres es un desafío supremo.
Sin embargo, aunque nos podemos sentir abrumados y solos, no lo estamos. Dios no nos ha dado hijos para transferirnos su cuidado. Él es el más interesado en ellos, son SU sueño. Más que “ayudarnos a hacer bien la tarea”, nos llama a alinearnos con Él en lo que ya está haciendo en sus vidas y quiere equiparnos para el momento preciso que estamos viviendo. Es más sencillo descansar en Él y aceptar su provisión y guía.
He compartido ya algunos de mis aprendizajes como hija de Dios, madre y psicóloga llamada por el Padre. En mi primer libro, Un Mensaje, abordo con detalle las diferentes etapas de la vida por la que atraviesan los hijos, desde su gestación hasta su vida adulta; describo sus necesidades y los desafíos a los que nos vemos enfrentados los padres, junto a lo primordial que debemos aportarles. En dicho libro, comparto también “un mensaje” que Dios me dio para los padres de este tiempo. Básicamente, Él me mostró que nos llama a tres simples pero relevantes procesos: preparar la tierra, sembrar la mejor semilla y regar la tierra. Él se encargará de dar fruto en su momento.
Son tres cosas simples, pero tan profundas. Entendí que lo que me decía aplicaba a momentos diferentes del desarrollo de los hijos. Mi objetivo en este segundo libro es enfocarme en lo que Dios me mostró como el primer llamado a los padres: “preparen la tierra”. Desde la perspectiva de la psicología, correspondería al periodo de la vida que va desde el nacimiento hasta los 5 años, que es el más sensible. El frágil ser humano en desarrollo está formando las primeras conexiones que darán piso a aspectos emocionales, cognitivos y relacionales de su vida posterior. Sin embargo, el cerebro también es plástico y puede seguir cambiando en muchos sentidos. Como creyentes, sabemos que para Dios no hay límites cuando Él quiere obrar. Muchos que tienen hijos mayores podrán evaluar cómo se dio ese proceso en cada uno de ellos y encontrar nueva esperanza en Dios para reparar áreas que quedaron agrietadas.
En términos generales, “preparar la tierra” tiene relación con habilidades emocionales y relacionales, de modo que mi centro en este libro, es ocuparme de tu vida desde estos sentidos y empoderarte a trabajar y aportar al desarrollo óptimo de la vida emocional y relacional de tus hijos en la etapa en que se encuentren.
Mi compromiso es ayudarte a desarrollar y entrenar las habilidades adecuadas para eso. Si tienes hijos pequeños, es el momento preciso de enfocarte en invertir en aquello en que su cerebro está abocado. Si son mayores, te animo a identificar los puntos débiles y dar a tus hijos un cuidado especial para sanar, reparar o fortalecer. Los padres somos los llamados a ese cuidado especial. En Dios siempre hay esperanza porque el poder viene de Él.
Tengo la convicción de que leer este libro será para ti una experiencia renovadora, porque Dios mismo abrirá tus ojos a verdades nuevas que Él quiere que sepas. Tu mente será reverdecida y tu manera de actuar irá demostrando tu amor de una forma nueva, porque nos ha dicho que en Él somos nuevas creaturas y que las viejas han pasado.
En Él, puede haber un nuevo comienzo cada vez que sea necesario. Cuando te da una nueva revelación, te da un nuevo desafío y te muestra cómo subir el peldaño siguiente. Podemos dejar atrás pautas y patrones viejos y renacer con Él. Te invito a darle espacio a la nueva versión de ti que Dios está queriendo formar, en beneficio de tus (sus) hijitos.
1 Quizás no sea el nombre técnico preciso. Lo describo tan solo como lo entiendo como madre.
En principio y desde cualquier punto de vista lógico, uno pensaría que en una tierra estéril no es posible sembrar vida. No obstante, Dios creó el mundo desde la nada. También en la Biblia se nos muestra cómo Dios sembró vida en el vientre de Sara. Personalmente he conocido al menos dos historias similares, donde Dios puso vida en vientres estériles.
Una tierra estéril puede ser una mente llena de paradigmas que no se dejan derribar, patrones de comportamiento que no se quieren soltar, pensamientos negativos o deseos de hacer las cosas a la propia manera. Para efectos de este proceso de ser modelados hasta alcanzar el ejemplo de Padre que es Dios, es necesario abandonarnos a sus manos con un compromiso consciente. Hace falta estar dispuestos a decirle: “Padre, eres mi Señor y como tal, quiero que me enseñes cosas nuevas y quiero cambiar”. No se va a tratar de lo que yo escriba en este libro, por muy “inspirada” que crea que estoy. Se va a tratar de lo que Dios revele a tu corazón mientras lo lees. Tu decisión de soltar el control para que Él lo tome, hará el cambio en ti, hará fértil tu tierra y la buena semilla de Dios dará fruto.
Por si aún no lo has notado, ¡TÚ eres el recurso principal! Dios te ha designado para ser quien prepara la tierra dentro del corazón de tu hijo, para que su llamado sea escuchado y pueda ser activado en su vida. En el tiempo más sensible de la vida de tus hijos, todo pasa por ti. Algunos padres (por la razón que sea) no alimentan a sus hijos y se desnutren. Otros los descuidan (por la razón que sea) y se accidentan. Otros los maltratan (por la razón que sea) y quedan heridos y vulnerables. En general, la mayoría de nosotros podríamos decir que los alimentamos, los cuidamos y no los maltratamos; eso hilando grueso.
Pero si hilamos más fino y nos vamos al mundo emocional más secreto y bien guardado, ese que solo Dios conoce y a veces nosotros alcanzamos a divisar, hay un símil de desnutrición, de accidentes, de maltrato. Espero que no duelan mucho mis ejemplos, pero lo tengo que decir. Una madre que amamanta y, mientras lo hace, está conectada a Whatsapp no entregó alimento emocional. Otras escenas podrían ser: un niñito que vio el aviso de un monstruo al pasar por el living cuando sus hermanos mayores veían una película y luego tuvo pesadillas. Un zamarreo y tirón de pelo cuando derramó su leche sobre la mesa. Quizás “un evento” no signifique mucho, pero “eventos reiterados”, pueden dejar huellas más profundas de lo que imaginas.
No quiero sembrar culpa en ti ni añadir peso. Tan solo quiero hacerte retomar las riendas, que te des cuenta de que tú eres relevante y que es importante que estés consciente de la etapa de la vida de tus hijos, de sus momentos y sus necesidades. Parafraseando lo que decía Blaine Cook2 en una conferencia a la que asistí hace poco: No te pierdas la oportunidad; porque si no vas tú, enviará a otros. Yo agregaría, en relación a la vida de padres, que ese primer llamado es nuestro, no lo podemos desaprovechar. No desperdicies la oportunidad de ser para tu hijo el indicado, el primero, el que le marcó para bien, el que derramó en su vida tanto amor que él no puede dejar de hacer lo mismo por otros. Pero Dios no pierde las batallas ni deja promesas incumplidas. Si nosotros hemos fallado, Él restaurará la vida de ellos con otros a su paso. Porque a pesar de nosotros, él cumplirá SUS sueños.
Si estás pensando, por si acaso, que tu infancia te dejó tan seco y tan destruido que tienes poco para dar, te levanto en esta hora para que declares que en Él no hay tierra estéril y que te puede convertir en la plantación más frondosa que existe. Sólo necesita tu corazón dispuesto y rendido. Lo demás lo hace Él. No se trata de hacerlo nosotros, se trata de dejarlo obrar a Él.
Si estás pensando, tal vez, que no sabes cómo, te animo en esta hora a que entiendas que esto no es por ti (por supuesto que tampoco por mí), sino que Él hará a través de ti (y de mí). No habrá padres sin fuerzas, porque Él los levanta; ni habrá padres sin instrucción, porque él mismo los guiará. No habrá padres incapaces, porque Él los hará capaces por medio de su gracia.
Mira tu vida. ¿Identificas heridas en tu historia? ¿Fuiste dañado, desnutrido, descuidado, maltratado? ¿Ya has sido sanado? ¿Estás en proceso? ¿Cómo te ha sanado Dios? Déjate tiempo para pensar, toma notas si quieres. Puedes usar un cuaderno personal en este proceso de ser guiado por Dios hacia una paternidad y maternidad renovadas.
¿Pensaste alguna vez en las cosas que tus padres habían hecho y que de alguna manera te dañaron, proponiéndote jamás repetirlas con tus hijos? ¿Te has visto repitiendo sin querer ese mismo patrón? ¿Te ha causado dolor verte a ti mismo actuando del mismo modo en que tus padres te dañaron a ti? ¿Lo estás viendo ahora por primera vez? Es difícil que esto no ocurra de alguna manera o en alguna ocasión. Porque las heridas, aunque sean pequeños rasguños, tienden a movilizar en nosotros pautas aprendidas. Activan en nosotros todo que hemos levantado para defendernos de ellas y ahora salen ante la mínima señal de ataque. Quiero ejemplificarlo con esta historia:
Víctor venía dotado por Dios con una sensibilidad especial a los cariños y abrazos, se sentía bien y cómodo siendo acunado y mimado. Pero sus padres no eran tan expresivos ni les quedaba cómodo mostrar su amor con abrazos. Sumado a esto, la llegada de un hermano menor, que tuvo necesidades especiales de atención y cuidado, fuer dejando vacíos y heridas por momentos de cariño físico no expresado y necesidades emocionales no correspondidas. Conforme crecía, Víctor, para no sufrir por lo que leía como rechazo, fue distanciándose físicamente de las personas, ya no buscaba abrazos ni esperaba besos ni caricias. Cuando fue adolescente y tenía que describirse, se dijo a sí mismo que era “frío”. Esta etiqueta fue aceptada por su esposa, también herida, sin descubrir ambos que habían sido creados para disfrutar y dar demostraciones de cariño físico.
Nota al margen es explicar que esta característica no es igual para todas las personas, sino que es una de las cinco formas en que las personas expresan amor y esperan recibirlo.3
Cuando fue padre y cada uno de sus hijos fue pequeño, era muy sencillo demostrar cariño físico, ya que los hijos pequeños no son de temer porque no rechazan. Pero cuando cada uno creció, cualquier señal de rechazo (un “no te pesco” del niño pequeño o del adolescente) activaba todas las alertas del vulnerable sistema y se levantaban todas las defensas de distancia y frialdad. En consciencia, siempre se dijo a sí mismo “no seré frío como mis padres”, pero al momento de ser padre, afloraba sin intención como mecanismo de sobrevivencia.
No es a propósito que actuamos como lo hacemos. La mayoría de las veces, actuamos sin la menor consciencia. Incluso aunque nos esforcemos, a veces aparece lo que nos hemos propuesto encarcelar.
¿Pensaste alguna vez en las cosas que tus padres no habían hecho y que de alguna manera esa falta o carencia te dañó? ¿Te propusiste que sí lo darías o lo harías con tus hijos? ¿Te has visto repitiendo sin querer ese mismo patrón? ¿Te ha causado dolor verte sin hacer o dar lo que decidiste? ¿Lo estás viendo ahora por primera vez? De nuevo, es sencillo fallar. Es difícil dar lo que no hemos tenido porque implica aprender y entrenarse en algo nuevo. Quiero ejemplificarlo con esta otra historia:
Amanda vivió una infancia llena de dificultades familiares y económicas. Particularmente, su adolescencia fue muy difícil porque estas circunstancias mantenían a sus padres muy atareados y descoordinados. Se sintió muy sola en una etapa vulnerable. Tuvo que escoger por sí misma lo que estaría bien o no, y muchas veces se equivocó porque no contó con un consejo oportuno ni consuelo cuando lo requería. Cuando fue madre, se propuso estar muy presente para sus hijos, especialmente en la adolescencia. Sin embargo, en esos momentos tan centrales de ellos, la vida pareció jugarle una mala pasada con temas que la distrajeron lo suficiente. No pudo ver lo que necesitaba su hija adolescente y no pudo aconsejarla ni guiarla como hubiera querido. Cuando los errores de la joven pesaron demasiado, llegó el dolor y la culpa, entonces pudo ver con claridad que el patrón ya estaba calcado.
Como compartí en mi primer libro, es inevitable para los padres cometer errores. Pero podemos estar lo suficientemente disponibles para que Dios nos corrija, nos guíe y nos sople lo necesario a tiempo.
Por favor, no pierdas de vista el hecho de que Él siempre nos quiere hablar y guiar. Somos nosotros los que, muchas veces, no damos a Dios la oportunidad.
2 Pastor y evangelista que sirve al Reino enseñando sobre los dones espirituales, la curación y el evangelismo de poder.
3 Esto alude a los postulados de Gary Chapman sobre los cinco lenguajes del amor. Tiene un libro con el mismo nombre y versiones para el matrimonio, los niños y los adolescentes.
La vida adulta, en términos ideales, implica muchas cosas, pero básicamente se refiere a dos ideas centrales: desarrollar capacidades que posibiliten la autosustentación y contar con la capacidad de establecer una familia propia o redes de relaciones equivalentes.
El desarrollo laboral tiene en cuenta la formación y el ejercicio de una profesión u oficio. Aunque en su forma, esto ha ido cambiando a lo largo de la historia, sigue siendo necesario ejercer algún rol en la sociedad que sea un aporte y nos dé la retribución económica adecuada para subsistir. Es esperable que cada miembro de la sociedad aporte a la comunidad y sea capaz de sustentarse a través de su trabajo o de su servicio a ella.
Si lo analizamos desde otra perspectiva, es esperable que a mayor nivel de estudio haya mejores posibilidades laborales. Sin embargo, aunque aplica en términos generales, es un hecho comprobado hoy que las llamadas “habilidades blandas” son más determinantes a la hora de medir éxito en la vida adulta. Pero más complejo aún es definir el éxito.
En realidad, una vida exitosa no está determinada por los logros de posición laboral, ni los económicos, materiales o sociales. Es más sensato definir el éxito como el cumplimiento adecuado del fin que responde a al diseño original de cada uno. Dicho de otra forma, un adulto sería exitoso si despliega su potencial de modo que cumple adecuadamente el propósito general y específico para el que Dios lo ha creado. Por ejemplo, un propósito general para todos los seguidores de Cristo es extender el evangelio para la salvación y traer el reino a la tierra.
Dada la relevancia explicitada en este llamado, todos estamos convocados a cooperar para que muchos alcancen a conocer al Dios vivo. Pero también muchos estamos llamados a traer ese pedacito de cielo que se nos ha concedido, en Su nombre, de alguna manera específica en el tiempo dado.
Cada ser humano, más allá de este mandato general relevante, ha sido diseñado perfectamente por Dios, con dones, con talentos y con una creativa y única forma de ser, a fin de alcanzar propósitos específicos. En futuras publicaciones me gustaría ahondar más en este tipo de propósito, pero en este libro quiero invitarte a pensar en ese llamado específico para que consideres las particularidades de tus hijos como un especial diseño perfecto de parte de Dios. Lo particular que Dios ha depositado en cada persona tiene un sentido. Si piensas en tus hijos puedes ver que cada uno es muy diferente. Cuando les pido a los papás que asesoro que describan a sus hijos, habitualmente pueden mencionar más de 10 características muy particulares de cada uno, algunas positivas y otras negativas (para ellos). Lo que les ayudo a pensar es que cada característica que ellos desaprueban, no es un error de diseño, sino parte del propósito y camino de ese hijo. Por ejemplo, cuando me dicen que su hijo es “tan insistente”, los ayudo a mirar que este hijo puede ser muy perseverante; cuando me dicen que su hijo es “muy despistado”, les pregunto si han descubierto qué pistas personales sigue ese hijo, qué lo motiva, qué lo atrae.
Estoy afirmando que la forma de ser de los hijos es especial, única y de verdadero valor para ser quiénes Dios ha soñado que sean. Pero no estoy afirmando que eso implique que todo está bien. En realidad, hay muchas cualidades que se ven mal porque necesitan ser encausadas y llevadas al punto en que se convierten en beneficio. Como el carácter firme, que se vuelve en liderazgo; la sensibilidad que se vuelve arte; la hiperactividad que se mueve hacia actividad constructiva; la intensidad que se vuelve pasión que alcanza metas.
De este modo, volviendo al inicio de este capítulo, al referirme en positivo a las cualidades de los hijos y lo que los caracteriza, asevero que un adulto es exitoso cuando desarrolla su propósito general de acuerdo a sus propias características. De hecho, las personas más felices y desarrolladas que he conocido son las que han logrado hacer confluir todos los aspectos de su vida conforme a la expresión de su diseño particular. Entonces, disfrutan lo que hacen, desarrollan sus talentos y su trabajo es un medio para el autosustento pero, a la vez, le da sentido a quienes son.
El segundo punto que he planteado para la consolidación de la vida adulta plena, es la conformación de una familia o redes equivalentes. Menciono “redes equivalentes”, porque hay quienes han escogido poner su vida al servicio de otros sin hacer vida de matrimonio e hijos; y si ése es el llamado de Dios, me parece igualmente válido y pleno. Y aunque no fuera de libre elección, si no se da la vida de matrimonio o vida de pareja, las redes que se han construido son esenciales.
Sobre la familia, es clave considerarla como el pilar de la sociedad y como el nido mejor para la crianza y formación de las siguientes generaciones. Construir una familia tiene que ver con la vida de pareja y ésta, con la capacidad de relacionarnos en un contexto de intimidad emocional de manera estable y retribuida. Aunque no todos los adultos forman pareja, es un anhelo para la mayoría, reconociendo en esta alianza el estado de mayor resguardo emocional y práctico para un ser humano.
Los adultos tendemos a buscar pareja para vivir acompañados, compartir nuestras experiencias, nuestras emociones, hacer proyectos juntos, apoyarnos y disfrutar de la complementación y plenitud sexual. En lo profundo de nuestro ser, necesitamos de otro ser humano que camine a nuestro lado para complementarnos. Hay un íntimo sentimiento de soledad cuando esto no se da. Si se está en pareja y hay alguna forma de distancia, la soledad es la emoción dolorosa central.
La necesidad profunda de otro ser humano se genera desde la aparición de la vida, en el vientre de una madre. La dependencia física y emocional natural de los primeros años es el reflejo vital de la condición humana de no estar completos. En ningún punto del camino humano se alcanza la total independencia y, permanentemente, en algún grado y de alguna forma, se necesita de otros seres humanos. En la niñez, se depende de los adultos que te cuidan. Se necesita alcanzar un buen grado de seguridad y experimentar que si se está en apuros emocionales, otro ser humano puede calmar, ya sea con su presencia o asistencia práctica. Esa estampa, ese patrón, esa huella de aprendizaje te sigue por el resto de la vida.
En una época de mi desarrollo profesional como psicóloga clínica, la mayoría de mis pacientes eran adolescentes o adultos jóvenes. Pude notar que cuando estaban en plena pelea interna con sus padres, tratando de echarlos abajo para descubrir su propia identidad, soltaban simbólicamente su mano y se sentían solos. Muchos en esta etapa simpatizaban o se sentían atraídos por alguien que empezaba a llenar todos sus pensamientos. A menudo, esto ocultaba el proceso de duelo por dejar la cercanía con sus padres y pretendía encubrir el doloroso sentimiento de soledad.
Sin embargo, tan pronto como maduraban un poco, notaban que buscaban algo más profundo que salidas casuales y necesitaban sentirse realmente importantes para otro. Notaban que esperaban más conexión y más compromiso. Buscaban exclusividad y estabilidad. En el proceso de convertirse en adultos, si no tenían una pareja estable que llenara sus necesidades emocionales, sentían una profunda carencia. Este tránsito de soltar a la primera figura de apego y esperar la siguiente, podía ser muy doloroso y frustrante, y muchas veces implicaba riesgos, desengaños, desilusiones y, en ocasiones, dejaba heridas.
Así como en la infancia se necesitaba de un ser humano que calmara el estrés con su presencia, con su lectura acertada y satisfacción pronta de las necesidades, lo que se busca en la vida adulta, muy en lo profundo, es a alguien que de manera similar regule el estrés emocional. El bebé llora para expresar una necesidad y espera que le adivinen y le respondan adecuadamente. El adulto necesita lo mismo, pero no lo expresa de la misma manera. La vida de pareja adulta es, en muchos sentidos, una forma nueva de reeditar la primera relación con la madre y otras figuras de apego.
Suelen repetirse en la vida de pareja adulta los patrones que se establecieron en esas relaciones tempranas, porque quedan en el cerebro los registros de las pautas relacionales que se construyeron. Quedan circuitos emocionales, conductas y defensas aprendidas que, en gran medida, definen las respuestas a las nuevas situaciones emocionales que se presenten.
Por esta razón, la inversión en la vida temprana de los hijos, es tan significativa. De algún modo, va a impactar sus vidas de adultos, en su grado de confianza social, en su elección de pareja, en su manera de cuidar o no las relaciones, en su capacidad para amar y dejarse amar, en su capacidad de buscar o no ayuda cuando la necesiten, en su capacidad de modular sus emociones y de tolerar las frustraciones de la vida. Lo que inviertas en los años tempranos de tus hijos impactará muchos ámbitos de sus vidas de adultos.
1. Todo se trata de relaciones
Como he fundamentado, la necesidad de estar en cercanía con otros seres humanos es radicalmente central. Desde los estudios de apego, nacemos diseñados para interactuar, ser receptivos y comunicarnos con otros; tendemos a configurar en la temprana infancia un patrón estable de relación que incluye formas de pensar, sentir y actuar con otros seres humanos y este patrón tiende a influir en nuestras relaciones adultas, en especial, la vida en pareja.
Me pregunto qué nos está pasando como sociedad que todo lo que estamos haciendo avanza en la dirección contraria. Las personas cada vez se sienten más solas. Todos: los adultos, los adolescentes y los niños. Hay un vacío cada vez más profundo en cada corazón. No están esos otros disponibles para llenar los vacíos del alma. Esos otros están demasiado ocupados, demasiado lejos, demasiado atrasados, demasiado estresados o deprimidos. Todos nosotros somos “esos otros” para alguien y, al mismo tiempo, esos necesitados.
Muchos adultos sobreviven el día haciendo lo que pueden entre lo que “tienen” que hacer, pero sus almas están vacías. Están perdidos en la multitud de los muchos que los rodean sin poder llegar a la intimidad emocional. Varios de ellos incluso no lo notan. Se mantienen lo suficientemente ocupados y activos para no caer en cuenta de sus sentimientos de soledad.
Pienso que muchos factores están produciendo estos efectos: la carrera del éxito que lleva a las personas a enfocarse en objetivos más que en procesos, distrayéndose de cultivar lo importante de cada momento presente; la tecnología que nos atrapa en mentiras sobre los amigos virtuales y nos seduce con su adictividad, alejándonos de la realidad y de las personas que amamos; y cada vez más frecuentes y severos trastornos emocionales, fundados en la infancia, que hacen vivir las relaciones como peligrosas, necesitando levantar murallas de defensa emocional. Los seres humanos estamos alejándonos de nuestro diseño esencial: ser seres relacionales, diseñados para conectarnos con otros seres humanos.
En Japón, hay una aplicación llamada LovePlus4 que genera parejas y citas virtuales, tanto personales como grupales. Rinko Kobayakawa es el personaje símbolo, simula a una chica perfecta. Se comunica a través de la aplicación del celular y es capaz de participar en cualquier actividad que se le incluya, conversar y expresar “emociones” a su dueño. Muchos hombres, algunos, jóvenes y solos, la eligen como pareja e incluso se casan con ella. Otros, llamados Soushoku-Kei, son hombres que no quieren una pareja amorosa real. Para ellos, Rinko es la chica perfecta que sabe lo que quieren oír, que no se queja, no demanda, comparte lo que sea. Es una proyección de ellos mismos. Nos puede parecer aberrante, pero no es tan distinto a las mascotas y amigos virtuales a los que nuestros hijos acceden. De hecho, aunque sean amigos reales compartiendo el mismo juego virtual, la experiencia relacional no puede ser la misma. A través de las pantallas no se conectan los corazones. No hay ojos que mirar ni piel que sentir.
No niego que la tecnología puede ser una aliada muchas veces y en muchos sentidos. Algunos de los padres que asesoro han encontrado en ella una manera de calmar su culpa o ansiedad cuando tienen que viajar y separarse de sus hijos. Les hablan por Facetime, les dejan videos, les hablan por audio o escriben por Whatsapp. Aunque claramente estas herramientas son mejor que nada, es importante asumir que no llenan el vacío de la ausencia. Cuando los padres viajan, por mucho que se hayan comunicado a través de la útil tecnología, sus niños estarán resentidos y ansiosos cuando se reencuentren. Si son pequeños, estarán pegados a sus piernas para evitar una nueva separación; si son más grandes, estarán callados y les costará compartir lo vivido. Algunos expresan su molestia portándose mal o buscan sentirse de nuevo seguros agradando a sus padres. No estoy diciendo que no sea conveniente viajar. Tan sólo estoy hablando del costo que tiene siempre la separación física o emocional, porque todo radica en las relaciones. Podemos evaluar las consecuencias de un viaje o un distanciamiento emocional y apuntar siempre a restaurar la relación, porque ésta es el sustento de nuestras almas.
Todos somos sensibles en extremo a las relaciones con otros, aunque no nos demos cuenta. Las experiencias de abandono o rechazo son vividas como alerta dolorosa y las evitamos a cualquier costo. La razón por la que nos pasa esto es nuestro diseño relacional, desde el cual anhelamos permanecer conectados, especialmente a “alguien” que nos calme y nos complete.
2. La relación primordial
La principal relación que necesitamos es la relación con el Padre. Nos ha creado tan relacionales como Él, para relacionarnos con Él. Muchos ya hemos descubierto que la plenitud sólo se encuentra en una profunda intimidad y conexión con nuestro creador. Pero para llegar a Él, tenemos que vivir todo un proceso relacional que puede tardar nuestra vida entera.
Tengo la certeza de que Dios ha tenido una idea “en mente” al crearnos según este diseño relacional. No puedo creer que sea un “sin sentido” nacer tan vulnerables, necesitados y dependientes para avanzar en nuestro crecimiento hacia mayores grados de independencia y autonomía. Nuestra intuición de padres nos lleva a intentar que nuestros hijos dejen de ser tan dependientes de nosotros e idealmente alcancen la absoluta autogestión de sus vidas.
En este punto necesito aclarar algo. En el campo de psicología clínica, se diferencia a las personas emocionalmente dependientes de las que no lo son. Se refiere a que algunas personas creen necesitar a “un otro” con el que establecen el vínculo dependiente, sintiendo que si no está, no pueden vivir. Por ejemplo, una joven que siente que si su pololo (novio) la deja, ella no podría sobrevivir porque cree que lo necesita como el aire que respira. Muchas personas con estos sentimientos buscan aferrarse a la persona en cuestión haciendo lo que sea necesario para mantenerlos cerca: a costa de anularse, acatar, someterse o lo que sea que se les pida. Y para no ser abandonados pueden desarrollar múltiples habilidades como manipular, llamar la atención o incluso permanecer en necesidad. Más adelante, relacionaré este estado de dependencia emocional con los vínculos tempranos.
Por el contrario, las personas que no son emocionalmente dependientes, sienten que quieren estar con otro, que les hace bien, los edifica, los complementa, pero sin vivirlo como una necesidad vital y, por lo tanto, sin necesidad de desplegar toda clase de trucos para atraer o atrapar al otro. Cuando somos pequeños, depender es natural y es una necesidad vital, pero el crecimiento normal nos hace evolucionar a sentimientos de menor fragilidad emocional. Llegamos a pensar que es posible procurarnos lo que necesitamos y eso nos da seguridad.
Sin que se entienda como contradictorio, en cierto sentido, todos los seres humanos nunca seremos totalmente “independientes”: en el plano emocional siempre necesitaremos de otro ser humano “especial” y “cercano”. En el ámbito de lo saludable, esta necesidad es moderada y realista y no está teñida por un temor irracional al abandono porque, de alguna manera, las relaciones se han registrado como seguras, confiables y predecibles.
En un sentido espiritual, tiendo a pensar que Dios nos ha hecho dependientes emocionalmente, para llegar a depender de Él. Al parecer, todo el proceso de llegar a experimentar la independencia, se trata de ser lo adecuadamente maduros y lo suficientemente listos para elegir depender de manera exclusiva del Padre. Cuando maduramos en la fe y aprendemos a depender de Él, vamos descubriendo la verdadera experiencia de la paz interior. Sin embargo, al mismo tiempo, Él nos alienta a avanzar y a confiar en lo que ya nos ha dicho y nos ha dado.
Cuando no confiamos en Dios, estamos inquietos, nos sentimos desvalidos, solos y en peligro. Yo pienso que estos sentimientos, reeditan los aprendizajes tempranos que experimentamos con las figuras significativas que nos cuidaron. Todos experimentamos momentos en que nos dieron lo que necesitábamos y momentos en que no nos comprendieron o no llegaron a tiempo. Todas estas experiencias, dependiendo del patrón de apego que configuran, son las que favorecen o interfieren en nuestro conocimiento de Dios y nuestra relación con él.
Así me explico la razón por la que Dios mencionó en su mensaje para los padres, que el primer llamado para nosotros es preparar la tierra. La tierra es el corazón de nuestros hijos. Se prepara esencialmente en los primeros 5 años de vida. Aunque te recuerdo que en Dios no hay tiempos límites para hacer ajustes, corregir, completar y restaurar un área que quedó pobremente resuelta.
Entonces, si la relación primordial es con Él y para llegar a esa perfecta relación tenemos que transitar por muchas experiencias relacionales, entiendo el interés del Padre en que éstas sean lo suficientemente edificantes para llevarnos a relaciones saludables, en las cuales confiamos, somos capaces de pedir, esperamos recibir, toleramos la falla del otro, restauramos la relación, etc. Él sabe que transitar en este mundo es difícil y sabe, que por muy fortalecida que esté nuestra relación con Él, no somos sólo seres espirituales, sino que tenemos emociones, pensamientos y necesidades de otros reales, tan de carne y hueso como nosotros mismos. Él sabe el peso que tiene para nosotros una pelea, un rechazo, una palabra de crítica. Él sabe cuánto nos puede aniquilar la carencia afectiva y cuán difícil es avanzar sin personas que nos sostengan o levanten cuando es necesario.
El Padre no está solamente interesado en que tengamos una buena relación con Él, sino en que vivamos en este mundo caído con la suficiente contención de otros que nos sostengan. Esto me lleva a mencionar la relevancia de la familia de la iglesia como un espacio de restauración y de sustitución. Porque aunque la familia nuclear y extendida es la primera fuente relacional, muchos necesitan un espacio nuevo, más completo o sano para madurar y crecer.
No obstante, los que pertenecemos a una congregación, sabemos que somos tan solo una comunidad de pecadores que viven en la gracia. Todos con las mismas carencias y las mismas fallas, hemos encontrado el amor de Dios y estamos dejando que Él nos restaure y nos cambie. Las iglesias no son comunidades perfectas, porque ningún ser humano lo es. Todos estamos siendo trabajados para llegar a serlo el día del encuentro con el Padre. El único secreto que marca la diferencia es cuán dispuestos estamos a ser transformados por Él. Una persona madura en la fe, puede llegar a ser “la persona especial” para otro. Aquella que marca la diferencia, que está cerca, que acompaña, que alienta, que está escuchando atentamente lo que Dios le sopla que el otro necesita.
Muchas personas especiales en una congregación hacen una gran diferencia para ayudar a otros “más pequeños” a encontrar al Padre. Por eso digo que esta familia nueva puede ser el espacio de restauración que Dios provee. Una comunidad de personas que con humildad reconocen su vulnerabilidad y sus fallas, líderes íntegros que se muestran tal y como son. Eso es la clave para ser padres y madres, guías de nuestros hijos, mentores de sus vidas, edificadores de su fe.
3. Relación entre padres e hijos y su impacto
Mi esposo, que es ingeniero, tiene una simple y práctica manera de pensar que admiro mucho porque generalmente ayuda a salir rápido de los conflictos o tomar decisiones de manera más eficaz. Sin embargo, aunque sea una desventaja para mí muchas veces, no me puedo desprender de mi pensamiento divergente que busca más de una solución o perspectiva. Aunque podría haber sido práctica como él, para explicar que hay modelos de relación entre padres e hijos, yo necesito llevarlos a niveles de análisis más complejos. Para los de mente complicada como la mía, será un viaje divertido, pero para los prácticos podría ser un camino un poco escabroso. Pido la sabiduría del Espíritu Santo para animarte a no saltarte los próximos párrafos y comprenderlos con mente amplia.