Pentecostalismo_y_mision-Cover.jpg
PentecostalismoMisionIntegral-Portada.jpg

Pentecostalismo y misión integral

Teología del Espíritu, Teología de la Vida

Darío López Rodríguez

© 2014 Centro de Investigaciones y Publicaciones (cenip) – Ediciones Puma

ISBN N° 978-612-4252-02-0

Primera edición digital: setiembre 2014

Categoría: Vida de la iglesia - Iglesia y ministerio

Primera edición impresa: agosto 2008

ISBN N° 978-9972-701-48-1

Editado por:

© 2014 Centro de Investigaciones y Publicaciones (cenip) – Ediciones Puma

Apartado postal: 11-168, Lima - Perú

Av. 28 de Julio 314, Int. G, Jesús María, Lima - Perú

Telf.: (511) 423–2772

E-mail: administracion@edicionespuma.org

ventas@edicionespuma.org

Web: www.edicionespuma.org

Ediciones Puma es un programa del Centro de Investigaciones y Publicaciones (cenip)

Diseño de carátula: Adilson Proc

Diagramación: Hansel J. Huaynate Ventocilla

Reservados todos los derechos

All rights reserved

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada o introducida en un sistema de recuperación, o transmitida de ninguna forma, ni por ningún medio sea electrónico, mecánico, fotocopia, grabación o cualquier otro, sin previa autorización de los editores.

Las citas bíblicas corresponden a la versión Reina Valera 1960

A mis padres, Adela y Eugenio, cuyas ausencias alimentan la esperanza de encontrarnos nuevamente en la mesa del reino.

A mis hermanos y sobrinos que me recuerdan que el Dios de la vida camina entre nosotros.

Prefacio

Con cierta ironía alguien ha señalado que en América Latina los teólogos de la liberación optaron por los pobres, pero los pobres optaron por los pentecostales. Este libro demuestra que en el movimiento pentecostal latinoamericano se está dando una importante fusión entre la opción por los pobres —un rasgo característico, aunque no exclusivamente, de la teología de la liberación— y una reflexión teológica enraizada en la revelación bíblica.

No es accidental que Darío López inicie su reflexión aquí con un estudio de Hechos 2, un capítulo que se encuentra en la lista pentecostal (si la hay) de pasajes predilectos de la Biblia. Su intención es clara: desde dentro de las filas pentecostales quiere “subrayar que la experiencia del Bautismo en el Espíritu exige encarnarse en el contexto de misión para, desde esta realidad concreta, dar testimonio de todo el consejo de Dios a todos los seres humanos”. Aparece así, de entrada, la nota dominante de esta obra, que es la necesidad de una espiritualidad que se niega a separar lo religioso de lo secular y la fe de las obras, y que afirma una espiritualidad integral.

Como su título sugiere, esta obra es otro aporte a la creciente bibliografía sobre un tema que en las tres últimas décadas ha dado ricos frutos en el mundo de la teología evangélica latinoamericana —el tema de la misión integral. Como tal, comparte los mismos puntos de vista de las obras de teólogos que en su mayoría se han identificado con la Fraternidad Teológica Latinoamericana: la perspectiva trinitaria; el redescubrimiento del Reino de Dios, en sus dimensiones presente y futura, como la base para la misión de la iglesia; la centralidad de Jesucristo como Señor de la totalidad de la vida; la iglesia como una comunidad alternativa que encarna los valores del Reino de Dios y como agente de transformación integral; el compromiso social y político como aspectos esenciales de la misión de la iglesia; el énfasis en una espiritualidad que integra la fe con la vida, lo personal con lo comunitario, la justificación por la fe con la búsqueda de la justicia. Así, pues, esta es una obra evangélica.

A la vez, sin embargo, como reconoce el autor, hay varias maneras de ser evangélico, y una manera particular de serlo es la pentecostal. Esta obra, escrita por un pastor de la Iglesia de Dios (Cleveland), es por lo tanto evangélica pentecostal. Como tal, mantiene un marcado énfasis en la relación entre el Espíritu Santo y la misión. Por supuesto, difícilmente un cristiano de alguna otra denominación negaría que, como dice López, «[...] la experiencia de Pentecostés registrada en Hechos 2 resalta que el poder del Espíritu Santo es un poder que está vinculado y es inseparable del testimonio integral de la iglesia». El hecho es que para un autor pentecostal como el de esta obra, esa vinculación del Espíritu con la misión integral se constituye en una premisa fundamental. Por lo mismo, aunque el público al cual López se dirige en primera instancia es el de «[...] los sectores más informados de la familia pentecostal», su mensaje es extensivo a toda la comunidad cristiana sin distinciones denominacionales. Este es un aporte evangélico pentecostal a toda la Iglesia de Cristo.

En varios lugares a lo largo de la obra López hace referencia a los cambios que se están dando en el mundo evangélico en general y en el pentecostalismo en particular. Uno de los más significativos tiene que ver con la toma de conciencia del papel de los cristianos en relación con la situación socioeconómica y política en la que están llamados a vivir la fe y dar testimonio de Jesucristo. Para responder a ese llamado, las teologías fraguadas en otras latitudes resultan terriblemente deficitarias. La tarea de articular una teología contextual es, por lo tanto, ineludible. Lo que López nos ofrece en esta obra es un valioso modelo de teología contextual enraizada en la revelación bíblica y a la vez atenta a las necesidades de nuestros pueblos, especialmente en las zonas periféricas de los centros urbanos o en las zonas rurales.

Quienquiera que se proponga hacer teología contextual en América Latina, tarde o temprano tiene que encarar la necesidad de tomar muy en serio las complejas cuestiones relativas a la responsabilidad cristiana en la arena política y en la defensa de los derechos humanos. ¿Qué lugar les corresponde a estas cuestiones en la misión cristiana? ¿Pueden los cristianos desentenderse de ellas a título de evitar la politización del Evangelio para dedicarse a la búsqueda de la “espiritualidad”? López no les saca el cuerpo a estas cuestiones: toma el toro por las astas y propone toda una agenda para una espiritualidad encarnada en la situación concreta. Unas más y otras menos, pero en todo caso todas sus sugerencias son realizables en el terreno de la práctica, lo cual es encomiable.

Hace cuatro décadas, José Míguez Bonino, en el prólogo a un libro escrito por Rubem Alves, afirmaba que «[...] la iglesia cristiana tiene una larga deuda con América Latina: cuatro siglos y medio de Cristianismo Católico Romano y uno de Protestantismo han producido el mínimo de pensamiento creador que estos pueblos tienen derecho de esperar de quienes sostienen haber recibido la misión de anunciar la Palabra de Dios a los hombres». Sin pretender que esa deuda haya sido cancelada totalmente, hoy es posible afirmar que se han hecho y se están haciendo pagos significativos para saldarla. Y al autor de este libro le corresponde un lugar de honor entre los que más han contribuido para lograr ese objetivo.

C. René Padilla

Buenos Aires, 16 de julio de 2008

Prólogo

El antecedente de este libro sobre el movimiento pentecostal es uno que escribí hace cinco años atrás con el título El nuevo rostro del pentecostalismo latinoamericano (López 2002). Al haberse agotado la edición se ha preparado una nueva, con ciertos cambios que considero necesarios. Así, los dos primeros capítulos han sido totalmente revisados y actualizados, y el tercero se ha suprimido, debido a que en una nueva versión aparece en el libro La seducción del poder: Los evangélicos y la política en el Perú de los noventa (López 2004).

En esta nueva versión se han incorporado tres nuevos capítulos, en los cuales se tratan varios temas vinculados con los cambios que se han dado en el horizonte teológico de sectores significativos de las iglesias pentecostales. Estos nuevos capítulos, vistos en conjunto, hilvanan una agenda misionera mínima que tiene por horizonte la inserción de estas iglesias en el espacio público como parte de la sociedad civil organizada, sin dejar a un lado su especificidad religiosa. En tal sentido, tomando como caso de estudio a la Iglesia de Dios (Cleveland), se trabaja temas que van desde el análisis de los centros de formación teológica y su forma de gobierno, hasta temas relacionados con su identidad, su espiritualidad y su práctica social y política.

Quizás, para los sectores más informados de la familia pentecostal, no se diga nada nuevo en este libro. Sin embargo, la vasta mayoría del pueblo pentecostal podrá encontrar pistas para una mejor inserción misionera en su realidad histórica particular, insumos para la discusión colectiva acerca de su identidad y espiritualidad, o nuevas veredas por las cuales transitar como misioneros del Dios de la vida en las distintas avenidas sociales y políticas de su contexto histórico particular. Precisamente, para dialogar con ellos, se ha escrito estos trabajos, con la esperanza de que juntos caminemos el trecho que todavía nos falta recorrer como artesanos de la paz de Dios en el mundo convulsionado de este tiempo.

El título Pentecostalismo y misión integral: teología del Espíritu, teología de la vida, refleja la intención primaria que subyace en cada uno de los temas que se abordan, es decir, subraya que la experiencia del bautismo en el Espíritu exige encarnarse en el contexto de misión para, desde esa realidad concreta, dar testimonio de todo el consejo de Dios a todos los seres humanos. Se sobreentiende que para un discípulo lleno del Espíritu, no existe dicotomía entre lo espiritual y lo material, lo religioso y lo secular, lo privado y lo público, porque el propósito de Dios apunta a una reconciliación de todas las cosas. En consecuencia, formas “no tradicionales” de hacer misión, como la defensa de la dignidad humana de los pobres y los excluidos del mundo, así como la lucha contra la pobreza en sus diversas aristas, como la confrontación con la violencia institucionalizada, antes que intentos de “politizar” el evangelio, son una exigencia evangélica y una manera concreta de vivir en el Espíritu.

Darío Andrés López Rodríguez

Villa María del Triunfo, julio de 2008

Introducción

Hace más de dos décadas atrás, reflexionando sobre la identidad de los evangélicos latinoamericanos, Samuel Escobar afirmaba que ser evangélico «era una forma especial de ser protestante» (Escobar 1982:16). A la luz de esa caracterización y, sin alterar su sentido, se puede decir también que ser pentecostal es una forma especial de ser evangélico. Es así porque las iglesias pentecostales de diverso trasfondo, son evangélicas tanto por su base doctrinal y herencia histórica como por su dinamismo misionero y vitalidad espiritual1.

Sin embargo, lo señalado en el párrafo anterior, no significa que no existan ciertas particularidades que diferencian a las iglesias pentecostales de las otras que conforman la heterogénea comunidad evangélica latinoamericana; especialmente, por su énfasis en la persona y obra del Espíritu Santo como “motor” del testimonio personal y público de los creyentes y de las congregaciones locales. La espiritualidad de ellas se constituye así en la marca distintiva de esa forma especial de ser evangélicos que son los pentecostales.

En este tiempo de «multiplicación de las ofertas religiosas» (Bastian 1997:209) y de «desecularización del mundo» (Berger 1999:1–18), las iglesias pentecostales han experimentado también muchos cambios. Al interior de ellas existen sectores que en situaciones de crisis sociales y políticas, con una conciencia iluminada por las Escrituras y debido a la presión del contexto histórico en el que cumplen su misión, se han visto forzadas a ampliar su comprensión de la acción de Dios en el mundo. Además, han tenido que incorporar a su espiritualidad nuevas formas de dar testimonio de su fe en campos considerados, en otro momento, como “impropios” o “prohibidos” para su peregrinaje misionero colectivo.

Así, temas como la presencia de los creyentes en los movimientos sociales y la arena política, o asuntos como la incursión en la lucha por los derechos humanos y la participación en la defensa de la institucionalidad democrática en situaciones de crisis política, forman actualmente parte de la agenda misionera de un número creciente de iglesias pentecostales. No cabe duda que, si esta nueva conducta colectiva se compara con la actitud y práctica de ellas en años anteriores, se pueden notar los cambios producidos en su horizonte teológico y en su práctica social y política.

Los cinco capítulos que dan forma al presente volumen, cada uno de ellos distinto en el asunto que aborda y en el enfoque, pero cuyo tema común es un examen del movimiento pentecostal en sus aspectos teológicos y misiológicos particulares, intentan registrar y explicar parte del proceso de cambios que se ha venido dando en sectores significativos del pentecostalismo latinoamericano.

En el primer capítulo, tomando como base para la reflexión teológica el segundo capítulo del libro de Hechos de los Apóstoles, un pasaje considerado como la matriz desde la cual se articula la espiritualidad pentecostal y se enfatiza la actualidad de los dones del Espíritu Santo, se propone que estas iglesias deben mirar su experiencia del Espíritu, no únicamente teniendo como punto de referencia la primera sección de este capítulo (Hch 2.1–13), sino a la luz de todo el relato lucano (Hch 2.14–47), especialmente porque en Hechos 2, como paradigma normativo, se presenta un modelo de testimonio integral. Modelo en el que el bautismo en el Espíritu Santo está íntimamente vinculado a la confesión y proclamación pública de Jesús de Nazaret como Señor de todo el universo, así como a la participación en una comunidad visible de fe caracterizada por su inserción en el mundo y un vigor espiritual que produjo cambios notables en los individuos y transformaciones sociales en diversos contextos culturales.

En el segundo capítulo, teniendo en cuenta el caudal bibliográfico que existe actualmente sobre este sujeto religioso, se trazan líneas pastorales y pautas para la acción que pueden coadyuvar a que el pentecostalismo sea efectivamente un agente de transformación social, cuya presencia contribuya a generar nuevos patrones de relaciones sociales en nuestros países. Los dilemas a resolver para que ello ocurra pueden ser muchos, pero el fermento está allí, principalmente en las congregaciones locales, que son una suerte de sociedades alternativas en las cuales se valoran como a seres humanos de carne y hueso a todos aquellos que en las sociedades estamentales de este tiempo son considerados como los “harapientos” del mundo.

En el tercer capítulo, tomando como caso de estudio a la Iglesia de Dios (Cleveland), se hace una evaluación de la relación entre las congregaciones locales y los centros de formación teológica; un tema medular para el futuro del movimiento pentecostal como agente de transformación social, entre otras razones, porque la formación teológica de los pastores puede ser un factor de avance o retroceso para el testimonio integral de las congregaciones locales. Teniendo en cuenta este problema crítico, se propone una agenda con puntos mínimos que deben abordarse responsablemente si se desea que el rostro público de las iglesias pentecostales sea radicalmente distinto al que tienen actualmente en la mayoría de los países latinoamericanos.

En el cuarto capítulo se aborda el tema de la espiritualidad pentecostal, por un lado, examinando las distintas formas de entender la espiritualidad cristiana presentes en el ámbito evangélico latinoamericano, y por otro, revisando las prácticas habituales de las iglesias pentecostales, las cuales en ocasiones la han enajenado de su realidad histórica. Además, se proponen puntos de agenda ineludibles que pueden coadyuvar en la articulación de una espiritualidad integral más fiel al testimonio bíblico y, por lo tanto, más pertinente para nuestra realidad misionera.

Finalmente, en el último capítulo, se trata diversos temas conectados con la identidad, la teología, y la práctica social y política de los pentecostales. En otras palabras, se aborda la relación entre el sujeto religioso colectivo bajo escrutinio, con los diversos factores internos y externos que, de una u otra manera, perfilan su presencia misionera en la sociedad circundante. Aquí también, como en los otros capítulos, se puede encontrar pistas para tejer una agenda colectiva que contribuya a dibujar una nueva presencia misionera de las iglesias pentecostales, particularmente, dentro del espacio público.

_______________

1 En palabras de un teólogo pentecostal: «Por principio y conforme a su expresión mayoritaria, el pentecostalismo afirma las doctrinas cardinales del cristianismo: La Trinidad, la encarnación y expiación de Jesucristo, la necesidad de la fe en Jesucristo para salvarse, la presencia y el poder del Espíritu Santo divino en todo auténtico creyente y la bienaventurada esperanza de que Cristo volverá para consumar el reinado de Dios» (Land 1996:530).

En la experiencia misionera de estas iglesias, se puede encontrar también lo que Samuel Escobar ha llamado las notas características del protestantismo evangélico latinoamericano: «[...] un énfasis en la conversión personal y en la vivencia individual de la fe [...], una pasión misionera y evangelizadora, un cierto puritanismo en cuestiones de conducta personal, y una concentración en aquellos aspectos de la doctrina que eran parte de la controversia con el catolicismo» (Escobar 1987:49).