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La seducción del poder

Los evangélicos y la política en el Perú de los noventa

Darío López Rodríguez

© 2014 Centro de Investigaciones y Publicaciones (cenip) – Ediciones Puma

© 2004 Darío López Rodríguez

ISBN N° 978-612-4252-00-6

Primera edición digital: setiembre 2014

Categoría: Vida práctica - Vida cristiana - Política

Primera edición impresa: agosto 2004

ISBN N° 978-9972-701-35-1

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A la memoria de don José Ferreira García, pionero de presencia evangélica en el escenario público, modelo de ciudadano del Reino de Dios.

A las mujeres y a los campesinos de confesión evangélica que insertados en los movimientos populares, y sin renunciar a su identidad cristiana como discípulos de Jesús de Nazaret crucificado y resucitado, fueron forjando durante los años críticos de violencia política y de deconstrucción de la legalidad democrática, nuevos modelos de práctica política desde la otra orilla de la historia.

 

Presentación

Uno de los objetivos del Instituto de Ciencias Políticas, Investigación y Promoción del Desarrollo “Nueva Humanidad” se relaciona con el interés de estudiar utilizando distintos marcos teóricos y enfoques metodológicos, desde una perspectiva interdisciplinaria, la presencia de ciudadanos de confesión evangélica en los movimientos sociales y en la comunidad política. Precisamente, la investigación post-doctoral realizada por el Dr. Darío López Rodríguez bajo los auspicios del Oxford Centre For Mission Studies (Oxford, Inglaterra) y de la International Fellowship of Evangelical Mission Theologians (infemit), se inscribe dentro de los lineamientos institucionales de Nueva Humanidad. El Dr. Darío López, un pastor y teólogo evangélico bastante conocido en América Latina y en otras regiones del mundo, ha sido por cuatro períodos consecutivos, durante los años 2000-2003, Presidente del Concilio Nacional Evangélico del Perú (conep). Y, actualmente, es el Vicepresidente de esta entidad que representa a una amplia mayoría de la comunidad evangélica.

La publicación del libro La Seducción del Poder: Evangélicos y Política en la década de los noventa, prologado por el Dr. Daniel Levine, un académico de bastante prestigio en el ámbito académico internacional, inaugura el programa de publicaciones de Nueva Humanidad y se constituye, además, en su carta de presentación a la comunidad política, a la sociedad civil, al mundo académico y a las iglesias. Nueva Humanidad, como se define en sus objetivos, intenta desarrollar una práctica política que siendo orgánica en todos sus niveles, sea también consecuente con los valores innegociables del evangelio. Los que formamos parte de Nueva Humanidad estamos conscientes del déficit testimonial de los cristianos evangélicos en el terreno de la vida pública. Un hecho que fue notorio, particularmente, durante el período de predominio del fujimorismo en el escenario público nacional. Pero también en estos últimos años en los que la corrupción se ha convertido en un mal sistémico que corroe todo el tejido social y que está afectando notablemente a las distintas instituciones. En tal sentido, la autocrítica madura es imprescindible, especialmente si se quiere coadyuvar a un cambio radical del rostro público de los llamados políticos tradicionales y, consecuentemente, del sistema de partidos y de las instituciones vinculadas al Estado.

De acuerdo a la fe evangélica, la práctica política desde el Estado y desde la participación responsable de los ciudadanos en el quehacer de la polis, tiene un irrefutable fundamento en las Sagradas Escrituras. En efecto, dos de los ejes transversales que hilvanan el mensaje del Antiguo y Nuevo Testamento, son la presencia activa de Dios en la vida política de las naciones y la preocupación especial que él tiene por los indefensos del mundo. Ambos temas bíblicos indican que el amor al prójimo tiene que ser el combustible que impulse la presencia de los cristianos en el escenario público para defender la causa del pobre y para luchar por la justicia social. Más aún, desde una perspectiva evangélica, la marca característica de la inserción cristiana en la llamada cosa pública tiene que ser la actitud y la práctica del servicio. Así, cuando un creyente evangélico ingresa a la vida pública por mérito propio, antes que por un favor político o por haber utilizado a las iglesias como su despensa electoral o como su chacra particular, necesita entender que está en ese lugar para servir a todos los ciudadanos y no para beneficio propio o para favorecer a los miembros de una determinada confesión religiosa. Necesita entender, por eso mismo, que sus tres tareas fundamentales son representar, legislar y fiscalizar.

Lo señalado hasta este momento, indica claramente que Nueva Humanidad pretende nutrirse de lo mejor de la herencia evangélica, potenciándola aún más todavía y dándole mayor organicidad, pero sin hacer concesiones a la tentación personalista que tanto daño le ha hecho —y le hace actualmente— a la comunidad política nacional. Nueva Humanidad está conformada por líderes evangélicos, científicos sociales, teólogos y activistas sociales, que creen que la política es un espacio legítimo de testimonio cristiano y que en ese campo la eficacia en la gestión pública tiene que estar íntimamente asociada a la ética. El sugestivo nombre de Nueva Humanidad, lo hemos tomado prestado de los capítulos 2 y 4 de la Epístola del Apóstol San Pablo a los Efesios; intentando comunicar así, de modo condensado, tanto la naturaleza como la perspectiva de lo que somos y de lo que buscamos ser como institución preocupada por la realidad nacional signada por una crisis larga y múltiple; que tiene en la injusticia económica y en la impunidad, dos de sus flancos más crónicos. Una realidad nacional que se percibe incluso como dramática, ya que las mayorías empobrecidas están perdiendo toda confianza y esperanza en la clase política, señalada frecuentemente como uno de los factores responsables de la fragilidad del sistema democrático y de los desencuentros históricos del país. Nueva Humanidad irrumpe públicamente como un espacio de reflexión y acción política colectiva que apuesta por la democracia y el desarrollo. Dos categorías políticas que, aunque desgastadas en los últimos años, requieren sumergirse permanentemente en principios y valores éticos. En tal sentido, afirmamos que el enlace entre la ética y la economía, es una de las claves para la refundación del discurso y la práctica política. Particularmente, si se tiene en cuenta que la dignidad de la persona humana, está relacionada estrechamente con los valores democráticos de la búsqueda activa de la fraternidad y la integración, la promoción de la verdad, el establecimiento de la justicia, una lucha activa por la paz, la tolerancia mutua, y la libertad, entre otros.

La publicación del libro La Seducción del Poder: Evangélicos y Política en la década de los noventa, escrito por el Dr. Darío López, Presidente de Nueva Humanidad, expresa nuestro deseo de constituirnos en participantes activos en la construcción de un nuevo Perú, un Estado-Nación en el que todos los ciudadanos tengan igualdad de oportunidades, no solo en el papel, sino en todas las instancias de la vida nacional. Aunque la tarea de Nueva Humanidad se concentrará principalmente en la investigación de la realidad nacional, la capacitación y formación de líderes para la acción política y el servicio social, la difusión y la publicación, así como la promoción del desarrollo. La participación de algunos de sus integrantes en la gestión pública, vía los partidos políticos, no está descartada, porque consideramos que sería irresponsable escribir sobre la realidad nacional y opinar sobre la práctica política, sin sembrar ejemplos concretos de servicio al prójimo, modelos de políticos que se preocupen sinceramente por el bienestar de todos los ciudadanos y que en la gestión pública demuestren que la eficacia no tiene que estar reñida con la ética.

Lima, agosto de 2004

Nelson Ayllón Flores

Vicepresidente de Nueva Humanidad

 

Prólogo

La primera vez que conocí a Darío López y pude leer su trabajo, fue en un congreso sobre Los evangélicos y la democracia en el tercer mundo, hace unos años en Washington DC. En aquel evento académico, sociólogos, politólogos, y pastores evangélicos de América Latina, África y Asia presentaron estudios sobre el estado actual del movimiento evangélico en el Tercer Mundo, y su contribución en la construcción de la democracia. Fue un momento extraordinario y lleno de promesas para el futuro.

Desde el primer momento, me impactó la presentación y el trabajo de Darío López por el alto grado de realismo de su análisis socio político, combinado con un fuerte compromiso con su fe y con sus comunidades. Lamentablemente, esta combinación de fe y realismo no es común en los escritos sobre religión y política en América Latina. De modo que este libro llena un vacío, proporcionando valiosos elementos de reflexión y herramientas de trabajo.

En el curso de los últimos cincuenta años, los pueblos de América Latina han gestado una serie de transformaciones profundas tanto en la manera en que viven su fe y organizan su vida política, como en la relación entre estos dos aspectos que caracteriza a sus sociedades. Entre estos cambios, sobresalen los que se han producido en el campo religioso, con el fin del monopolio católico, el surgimiento de un verdadero pluralismo religioso, la transformación del protestantismo latinoamericano de una colección de pequeños grupos y aislados que se interesaban poco por «las cosas de este mundo», en sujetos colectivos importantes y organizados que reclaman voz y participación en la vida de la sociedad. En el ámbito político, en estas mismas décadas, hemos visto experiencias de todo tipo, desde los abismos de guerra civil y represión feroz a las transiciones democráticas con aspiraciones de construir sistemas políticos auténticamente abiertos y libres —en una palabra, democráticos.

Para que las nuevas comunidades evangélicas puedan reclamar un rol en la vida política de sus países, y para cumplir este rol con eficacia y honestidad, no basta que sus líderes o representantes sean (o creen ser) personalmente honestas y morales. Bien podrían serlo, y sin embargo caer bajo la influencia de la corrupción y el abuso de poder en la política. Como nos señala Darío López, la política tiene sus propias reglas de juego, y quienes las ignoren resultan ser fácil blanco de manipulación. Lamentablemente, tal ha sido el caso de muchos de los representantes evangélicos que entraron en la política del Perú con el surgimiento de la figura del Ing. Alberto Fujimori, y que luego se comprometieron con su régimen durante la década en que se mantuvo en el poder. Resultaron tan ineficaces y tan corruptos como cualquier otro grupo de políticos.

Esta experiencia deja a los ciudadanos evangélicos frente a un dilema. Si el camino para tener voz e impacto positivos para la democracia no es la política normal (por ejemplo, partidos, bloques de votos, o candidatos específicamente evangélicos), entonces ¿cómo podrán lograr eficacia en su empeño democrático? Con lujo de detalle, Darío López nos demuestra que sí existe otro camino, que se construye por medio de la creación de una cultura democrática (de honestidad y transparencia) y de una sociedad civil autónoma, y de ciudadanos y ciudadanas capaces y dispuestos a actuar como sujetos colectivos en busca de una sociedad democrática. La democracia se construye desde abajo, como muestran las experiencias analizadas por el autor, relacionadas con la participación evangélica en los movimientos de sobre vivencia en las ciudades, en la lucha por defender los derechos humanos, y en la formación de las rondas campesinas.

Las experiencias de la comunidad evangélica en el Perú durante el período fujimorista, es portadora de lecciones importantes para cualquier comunidad de fe que busca combatir el autoritarismo y construir la democracia sin perder contacto con los valores básicos de su compromiso religioso. En primer lugar, no dejarse seducir por el poder, ni por las dádivas clientelistas que proporciona el régimen de turno. Los favores, privilegios y beneficios materiales que se obtienen de un gobierno autoritario, traen su propio veneno y corrompen profundamente.

En segundo lugar, si la comunidad religiosa realmente desea construir y participar en una sociedad democrática, debe tener una vida democrática dentro de la misma comunidad religiosa; es decir, necesita abrir espacios para los talentos tanto de mujeres como de hombres, de jóvenes como de mayores, de analfabetos como de los más letrados. En tercer lugar, y como observación final, no debe encerrarse en su propia comunidad, sino abrirse definitivamente a relaciones de cooperación con otros grupos en una sociedad diversa. En otras palabras, estar abierto a un sano ecumenismo en un marco de respeto mutuo.

En efecto, éste fue el caso de las experiencias de la sociedad civil de la que da cuenta el autor. Aunque queda mucho por hacer, creo que el autor da pruebas de las grandes reservas humanas y morales de la comunidad evangélica en el Perú y de su capacidad para contribuir a la construcción de una sociedad mejor.

Este libro sobresale por su inteligencia, por su alto grado de realismo y por su compromiso con los auténticos valores de fe forjados y puestos a prueba en el conflictivo contexto del Perú de los años noventa. Ha sido un honor escribir estas breves líneas de prólogo.

Daniel H. Levine

Universidad de Michigan, Estados Unidos

 

Introducción

En las dos últimas décadas, muchos cambios se han dado en el escenario nacional. Nuevos protagonistas emergieron y nuevas formas de participación ciudadana se fueron articulando desde la experiencia colectiva de los diversos sectores organizados de la sociedad civil. Durante ese período, fue cambiando también el mapa religioso y actualmente estamos en tránsito a un creciente pluralismo en ese campo. Un dato que confirma ese hecho es la notoria presencia de las iglesias evangélicas en todo el territorio nacional. Desde hace varios años atrás estas iglesias forman parte de nuestra realidad, constituyen la primera minoría religiosa cuya esfera de influencia no está restringida al ámbito privado de la vida, y representan una manera de ser peruano en nuestros días.

Las iglesias evangélicas, de distinto trasfondo histórico y perspectiva teológica, no son únicamente asociaciones voluntarias conformadas por individuos que tienen las mismas convicciones religiosas y principios éticos comunes. Las iglesias evangélicas que en conjunto configuran la comunidad evangélica nacional, son también sujetos sociales y actores colectivos, inmersos en un contexto histórico específico que condiciona y moldea —hasta cierto punto— su conducta social y su práctica política. En tal sentido, los miembros de las diversas iglesias evangélicas, más que simples personas religiosas dedicadas a actividades puramente espirituales, son ciudadanos de carne y hueso que viven dentro de una realidad concreta en la que están presentes diversos movimientos sociales y coexisten varias opciones políticas.

Esto explica por qué para estudiar la incursión de los evangélicos en el campo de la política, se tienen que examinar tanto sus motivaciones como el marco temporal en el que esas motivaciones emergieron, ya que los evangélicos, como cualquier otro ciudadano, tienen también preocupaciones sociales y preferencias políticas que se manifiestan de varias formas y se expresan por diversos canales. Uno de estos canales son los movimientos sociales que emergen y se articulan en torno a una agenda de interés común. Estos han sido los vehículos colectivos a través de los cuales los sectores organizados de la sociedad civil, entre ellos los evangélicos, han canalizado en los últimos años sus expectativas sociales y sus aspiraciones políticas. El otro canal, más tradicional, son los procesos electorales periódicos que han sido —históricamente— las vías formales utilizadas por los ciudadanos, evangélicos y no evangélicos, para manifestar mediante el voto su opinión política.

En el presente estudio, para examinar la conducta social y la práctica política de los evangélicos durante la década pasada, caracterizada por un paulatino desmantelamiento de la legalidad democrática, se parte de un marco interpretativo en el que se considera que la política tiene un horizonte más amplio que el de la gestión pública. Esto es así porque tanto la participación ciudadana en los asuntos públicos como el fortalecimiento de la sociedad civil son también elementos centrales para la construcción y la consolidación de la democracia. Más particularmente, para explicar la irrupción de los evangélicos en la política pública y en la sociedad civil durante la década del noventa, así como en las distintas expresiones que tuvo esa irrupción, se ubica en el marco temporal 1990–2000 en el que Alberto Fujimori fungió como Presidente de la República en períodos sucesivos.

Teniendo en cuenta ese marco temporal específico, se analiza críticamente la presencia de ciudadanos de confesión evangélica en la gestión pública, especialmente en el ámbito parlamentario. Y se analiza críticamente también la presencia de ciudadanos de confesión evangélica en los movimientos sociales y en los movimientos de acción ciudadana que se articularon o emergieron en esos años.

El análisis de la incursión de los evangélicos en la política formal y en la sociedad civil no está estructurado cronológicamente ni en orden de importancia, sino en forma temática. La información sobre estos hechos se ha obtenido mediante el análisis bibliográfico y documental, las entrevistas a personas claves, la observación directa y la participación en los eventos que se describen y examinan. Metodológicamente, se ubican los casos de estudio según los canales o los medios de presencia ciudadana utilizados por los evangélicos, ilustrando cada caso con modelos o con ejemplos paradigmáticos concretos. Esto explica por qué se hace un análisis panorámico de la gestión pública de los evangélicos y se ilustra la misma con el examen particular de la conducta política de uno de los congresistas evangélicos conocidos por haber sido uno de los más conspicuos defensores del régimen fujimorista. De las múltiples experiencias individuales y colectivas de presencia evangélica en la sociedad civil, por su relevancia para nuestro estudio, se ha escogido los casos de participación en la lucha por el retorno a la institucionalidad democrática durante los años 2000–2001, de una entidad ampliamente representativa como el Concilio Nacional Evangélico del Perú (conep) y de un colectivo que se formó en una coyuntura política específica con una agenda ciudadana concreta como el Movimiento Civil Evangélicos por la Democracia (med). Y se ha escogido también los casos de participación de mujeres evangélicas en las organizaciones populares y el de la presencia de ciudadanos evangélicos en las rondas campesinas.

Estas dos experiencias de gestión ciudadana se han escogido porque las organizaciones populares (comités de vaso de leche, comedores autogestionarios, clubes de madres) y las rondas campesinas, con sus acciones sociales y su práctica política concreta, hicieron frente a la violencia política y a la crisis económica; precisamente dos de los problemas centrales planteados en la década del noventa.

Este estudio pretende demostrar que la conducta política de los ciudadanos evangélicos que incursionaron en la vida pública, de manera improvisada y con desconocimiento de las reglas de juego político, sin programa propio y sin mayor experiencia en este campo, no fue tan distinta a la conducta individual y colectiva de los llamados políticos profesionales. De hecho, los parlamentarios evangélicos que apoyaron al gobierno de Fujimori actuaron como seres humanos de carne y hueso o como políticos «normales», cuya ética en la práctica política no fue mejor ni superior a la de la mayoría de los políticos no evangélicos. Igualmente pretende demostrar que en coyunturas de crisis social y política, iluminados por la fe bíblica, ciudadanos de confesión evangélica insertados en los sectores organizados de la sociedad civil, actúan proféticamente coadyuvando así a la reconstrucción, el fortalecimiento y la consolidación de la democracia. Ésa es la razón por la cual se examinan las motivaciones de los evangélicos que estuvieron inmersos en diferentes instancias de acción política y compromiso social a la luz del marco temporal en el que emergieron en el escenario público.

Un examen crítico de estas experiencias permitirá conocer hasta qué punto los miembros de las comunidades evangélicas que incursionaron en los distintos espacios de gestión política o de participación ciudadana, coadyuvaron al fortalecimiento y a la consolidación de la institucionalidad democrática, o si más bien, cooperaron con el desmantelamiento de la misma.

Villa María del Triunfo, junio de 2004

Darío López Rodríguez

 

Capítulo 1

Antecedentes históricos

Existen varios puntos de vista con respecto a los antecedentes de participación política de los evangélicos. Unos ven ciertos indicios casi desde el comienzo de la República, tomando como antecedente histórico la experiencia del evangélico de origen escocés Diego Thomson, promotor del sistema lancasteriano, mediante el cual se intentó implementar una red de escuelas populares durante el gobierno del general José de San Martín en 1822 (Arroyo y Paredes 1992:15). Pero este punto de vista tiene como inconveniente el hecho de que la primera iglesia evangélica se fundó apenas en 1889. Por ello, antes de esa fecha, no se puede afirmar categóricamente que hubo presencia orgánica de los evangélicos en la arena política. Otros han señalado que la participación de los evangélicos en las jornadas de lucha para conseguir la Ley de Libertad de Cultos en 1915 debe considerarse como un antecedente histórico (Gutiérrez 2000:41–47). Y estudios recientes señalan que en las primeras décadas del siglo xx hubo evangélicos que participaron en los movimientos sociales reivindicativos (Inocencio 1998:175–178; Fonseca 2002:185–274). Sin embargo, teniendo en cuenta que la comunidad evangélica comenzó a consolidarse sólo a mediados de la década del cincuenta, parece más acertada la opinión de otros autores que ven en esa década, cuando ya existía una comunidad evangélica suficientemente establecida y había niveles de organicidad desarrollados, un período en el que se comenzó a notar un creciente interés de evangélicos vinculados a partidos de masas como La Alianza Popular Revolucionaria Americana (apra) por incursionar en la vida política1.

En ese sentido, la gestión pública de José Ferreira en las décadas del cincuenta y del sesenta, como integrante de la célula parlamentaria del apra, sí puede considerarse como un antecedente y como una experiencia pionera en este campo por parte de un ciudadano de confesión evangélica. José Ferreira García fue miembro del Congreso de la República en tres oportunidades. Primero como diputado (1958–1962) y, posteriormente, como senador (1963–1968 y 1985–1990). Lo mismo se puede decir, respecto a la presencia del pastor presbiteriano Pedro Arana Quiroz en la Asamblea Constituyente de 1978–1979, como uno de los representantes del apra.

A fines de 1979, cuando el gobierno militar de Morales Bermúdez (1975–1980) convocó a elecciones generales para 1980, un grupo de pastores y líderes formó el Frente Evangélico (fe) con el objetivo de participar en ese proceso electoral. Sin embargo, debido a las tensiones teológicas y políticas que se generaron en el liderazgo de las iglesias evangélicas, el Frente Evangélico no pudo presentar candidatos. En su Comité Nacional de Coordinación había pastores y líderes bastante conocidos en el mundo evangélico como Samuel Escobar y Carlos García (Convención Bautista), Víctor Arroyo y Nicanor Arévalo (Iglesia Evangélica Peruana), Abner Pinedo (Asambleas de Dios) y Bolívar Perales (Iglesia del Nazareno). Una década después, dos de ellos, Arroyo (elegido senador) y García (elegido segundo vicepresidente), tendrían una presencia política visible en el único período democrático que tuvo el gobierno de Fujimori (1990–1992).

Casi cinco años después, meses antes de las elecciones de 1985, una vez más evangélicos de distintas denominaciones formaron un nuevo movimiento político denominado Asociación Movimiento Cristiano de Acción Renovadora (amar), que luego se vinculó a un frente de partidos denominado Convergencia Democrática. En esa coyuntura electoral, bajo el paraguas de ese frente de partidos no evangélicos de tendencia política conservadora, cinco evangélicos postularon como candidatos a senadores y diputados, pero ninguno de ellos resultó electo2.

Estos antecedentes de presencia evangélica en la vida pública o intentos de participación antes de la coyuntura electoral de 1990 dejan constancia, por un lado, que en todas las coyunturas electorales los canales de mediación política utilizados por los evangélicos no fueron los mismos; por otro, que durante la década del ochenta se fue haciendo más visible el interés de los evangélicos por incursionar en la cosa pública. El canal que dio mejores resultados fue la presencia de evangélicos en partidos de larga trayectoria como el apra. De hecho, José Ferreira y Pedro Arana, los dos evangélicos que ingresaron a la arena política en las décadas del cincuenta y del setenta respectivamente, fueron elegidos como representantes de ese partido. Un segundo canal fue la formación de grupos independientes como FE, de corta duración, y que no logró participar en una contienda electoral. El tercer canal fue la formación de grupos inicialmente independientes como amar que, posteriormente, formaron parte de alianzas políticas más amplias con el objetivo de llegar al Congreso de la República.

Así que, durante los años previos a la llamada participación masiva y decisiva de los evangélicos, según se cree como soporte electoral para el triunfo de Fujimori en las elecciones de 1990, su incursión en el escenario público tuvo distintas características. Pero, un elemento común en la mayoría de los casos fue que el interés por participar en la vida política afloró meses antes de una contienda electoral y se fue diluyendo cuando pasó el marco temporal en el cual dicho interés surgió. ¿Cómo se puede explicar esta preocupación coyuntural de los evangélicos por los asuntos públicos? El estudio de la presencia evangélica en el escenario público durante la década de los noventa ayudará a explicar este hecho.

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1 Antes de 1990 hubo también experiencias aisladas de presencia evangélica en los gobiernos locales. Ése fue el caso del misionero inglés Tomás Payne, elegido alcalde de Calca (Cusco) en los años 1916 y 1930 (El Cristiano 1916:16; South America 1918:104; Renacimiento 1930:1). Fue también el caso de Moisés Allauca, nombrado alcalde de San Jerónimo (Cusco) en los años 1945 y 1956. Años después, durante el régimen militar del general Francisco Morales Bermúdez, el pastor Florencio Durand de la Iglesia Bethel, fue elegido como alcalde del distrito de Huaylas (Ancash) para el período 1975–1977. Él postuló como candidato de un movimiento vecinal y fue apoyado por la «Asociación de Ciudadanos Santotoribianos de Lima». Uno de sus regidores fue el evangélico Humberto Bullón (Iglesia del Nazareno) quien se desempeñó primero como Jefe de Planificación y, posteriormente, como Teniente Alcalde en el año 1977.

2 Los candidatos a diputados fueron Abner Pinedo, Daniel Valencia, Jorge Morales y Secundino Román (todos ellos miembros de las Asambleas de Dios). Como candidato para el senado, postuló el general (r) de la Policía Nacional Roberto Acosta (Iglesia Anglicana).