Créditos



V.1: marzo de 2020

Título original: The Glass Magician


© Charlie N. Holmberg, 2014

© de la traducción, Olga Hernández, 2016

© de esta edición, Futurbox Project, S.L., 2020

Todos los derechos reservados.


Diseño de cubierta: Taller de los Libros


Publicado originalmente en Estados Unidos por Amazon Publishing en 2015. Esta edición ha sido posible bajo acuerdo con Amazon Publishing, www.apub.com.


Publicado por Oz Editorial

C/ Aragó, n.º 287, 2º 1ª

08009 Barcelona

info@ozeditorial.com

www.ozeditorial.com


ISBN: 978-84-17525-88-0

THEMA: YFH

Conversión a ebook: Taller de los Libros


Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

EL MAGO DE CRISTAL

Charlie N. Holmberg

Traducción de Olga Hernández

Serie El mago de papel 2

1

Sobre la autora

3

Charlie N. Holmberg nació en Salt Lake City y creció siendo una Trekkie (gran aficionada de Star Trek) con sus tres hermanas, que también tienen nombres de chico. Además de escribir novelas de fantasía, es editora. Se licenció en la Universidad de Brigham Young, toca el ukelele, tiene demasiadas gafas y espera tener un perro en un futuro cercano. El mago de cristal es el segundo libro de la trilogía fantástica El mago de papel,que explora el mundo de los magos que dan vida a materiales. Actualmente, vive en Utah con su familia.

El mago de cristal

¿Cuánta magia estarías dispuesto a emplear para salvar a los que amas?


Tres meses después de devolver el corazón del mago Emery a su cuerpo, Ceony Twill está cada vez más cerca de dominar la magia del papel y convertirse en plegadora. Pero no todos los pensamientos de Ceony se han centrado en la magia: una caja de la fortuna le prometió un futuro lleno de amor, y aunque Ceony y Emery están cada vez más unidos, todavía no han roto la barrera entre profesor y estudiante.

La aparición de un mago que busca venganza complicará la vida de Ceony. Cree que ella guarda un secreto y hará lo imposible por descubrirlo. La joven deberá hallar el verdadero límite de sus poderes para impedir que el mago que la persigue la destruya a ella, a aquellos a los que quiere o cambie la magia para siempre.




«Me impresionó mucho el nivel de conflicto y la complejidad de sus personajes. Esperaré ansioso hasta que salga el siguiente.»

The Figmentist

Contenido


Página de créditos

Sinopsis de El mago de cristal

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Agradecimientos

Notas

Sobre la autora




Dedicado a mi hermana Alex, que creyó en mí antes de que nadie más lo hiciera.


Agradecimientos


Hay muchas personas a las que les estoy agradecida por como ha acabado esta historia. En primer lugar, a mi marido, Jordan, que se lee todo lo que le envío y me escucha hablar, hablar y hablar de este libro (y de otros) constantemente sin un asomo de queja. Muchísimas gracias también a mis lectores: Juliana, Lauren, Laura, Hayley, Andrew, Lindsey, Whit, Alex, y Bekah; todos ellos me han ayudado a adecentar esta historia. Por supuesto, no puedo olvidarme de Marlene, quien me dio el impulso que necesitaba para saltar la valla de publicación con esta trilogía. Quiero darle las gracias a Angela Polidoro, que es una correctora fantástica, mandarles un beso a los del equipo de 47North por su duro trabajo y también reconocer la labor de mis editores, David Pomerico y Jason Kirk, por hacer de mis palabras algo aceptable. Y, como siempre, me quito el sombrero ante Dios, que me dio el cerebro que produce todas mis ideas.

Capítulo 1


Una brisa de finales de verano entró por la ventana abierta de la cocina y las veinte diminutas llamas de la tarta de Ceony bailaron sobre las mechas de las velas. Por supuesto, Ceony no había hecho la tarta; uno jamás debe hacerse su propio pastel de cumpleaños. Pero su madre era una buena cocinera y mejor repostera, así que Ceony no tenía la menor duda de que la tarta, con un glaseado de cereza y rellena de mermelada, estaría deliciosa.

Mientras sus padres y sus tres hermanos le cantaban el cumpleaños feliz, la mente de Ceony se alejó del postre y de la celebración que estaba teniendo lugar. Sus pensamientos se centraron en la imagen que había visto en la caja de la fortuna hacía tres meses, cuando le leyó el futuro al mago Emery Thane: una colina llena de flores durante la puesta de sol, el aroma a trébol inundándolo todo y Emery sentado junto a ella con sus brillantes ojos verdes mientras dos niños jugaban cerca de ellos.

Habían pasado tres meses y la visión no se había materializado. Es cierto que Ceony no podría haber esperado otra cosa, sobre todo teniendo en cuenta a los niños, pero anhelaba un pedacito de esa visión. Emery —es decir, el mago Thane— y ella se habían unido cada vez más en su periodo como aprendiz, sobre todo después de que Ceony recuperara su corazón. Peor aun así, la joven ansiaba que su relación se estrechara todavía más.

Reflexionó sobre su deseo de cumpleaños y se preguntó qué era mejor, si pedir amor o paciencia.

—¡La cera está goteando en la tarta! —exclamó Zina, la hermana de Ceony, que tenía dos años y medio menos que ella, desde el otro lado de la mesa.

Zina daba golpecitos de impaciencia con el pie y se apartó de un soplo un mechón de cabello oscuro que caía por su cara.

Margo, que tenía once años y era la hermana más joven, dio un empujoncito a Ceony en la cadera.

—¡Pide un deseo!

Ceony aspiró una profunda bocanada de aire y se aferró al recuerdo de la colina en flor y la puesta de sol, para luego inclinarse y soplar las velas, con cuidado de que su trenza no se prendiera fuego.

Diecinueve se apagaron, sumiendo la cocina en una oscuridad casi total. Ceony rápidamente tomó aire y extinguió la rebelde vigésima vela, rezando porque no le fastidiara el deseo.

La familia aplaudió mientras Zina se apresuraba a encender la única bombilla que colgaba del techo de la cocina, la cual parpadeó tres veces antes de explotar, enviando un chaparrón de cristal y oscuridad a los presentes.

—Pues qué bien —se quejó el único hermano de Ceony, Marshall, de trece años.

Oyeron sus manos moviéndose sobre la mesa, buscando cerillas… o, quizás, intentando probar la tarta antes que los demás.

—¡Cuidado por dónde andáis! —exclamó la madre de Ceony.

—Todo controlado, todo controlado —dijo el padre de Ceony, arrastrando los pies hacia donde se intuían las formas de los armarios. Un instante después, encendió una gruesa vela, para luego ponerse a rebuscar en un cajón una nueva bombilla—. Realmente son muy útiles cuando funcionan.

—Bueno —le cortó la madre de Ceony, comprobando que no hubieran caído trozos de cristal sobre la tarta—, un poco de oscuridad nunca ha hecho daño a nadie. ¡Vamos a cortar la tarta! Pero come con cuidado, Margo.

—Por fin —suspiró Zina.

—Gracias —dijo Ceony mientras su madre cortaba una porción de tarta de cumpleaños en forma de triángulo y se la ofrecía—. Te lo agradezco mucho.

—Siempre tendremos tarta para ti, no importa lo mayor que te hagas —replicó su madre, casi regañándola—. Sobre todo, siendo la aprendiz de un mago. —Sonrió con orgullo.

—¿Me has hecho algo? —preguntó Marshall, mirando los bolsillos del mandil rojo de aprendiz de Ceony—. Me lo prometiste en una de tus cartas, ¿recuerdas?

Ceony asintió. Probó un bocado de la tarta antes de dejar el plato en la mesa y dirigirse a la reducida sala de estar, donde su bolso colgaba de un gancho oxidado en la pared. Marshall la siguió pisándole los talones, entusiasmado.

Del interior del bolso, Ceony sacó un trozo de papel violeta plegado y sintió un ligero y familiar hormigueo bajo los dedos. Marshall la observó mientras ella lo presionaba contra la pared y realizaba los pliegues que faltaban para formar las alas y las orejas del murciélago. Prestó especial atención a que los bordes del papel estuvieran perfectamente alineados para que la magia surtiera efecto. Entonces, sosteniendo la tripa del murciélago en la mano, le ordenó:

—Respira.

El murciélago de papel se encorvó y luego se enderezó sobre su palma, con sus pequeñas alas de papel en forma de gancho.

—¡Fantástico! —exclamó Marshall, que atrapó el murciélago antes de que pudiera salir volando.

—¡Trátalo con cuidado! —le gritó Ceony mientras él se alejaba por el pasillo en dirección a su habitación, que compartía con Zina y Margo.

Tras rebuscar en su bolso de nuevo, Ceony extrajo un sencillo marcapáginas, era largo y puntiagudo en uno de los bordes. Se lo entregó a Zina.

Su hermana arqueó una ceja.

—Eh… ¿qué es?

—Un marcapáginas —contestó Ceony—. Dile el título del libro que estás leyendo y déjalo en la mesilla de noche. Él solo marcará la página por la que vas. —Señaló el centro del marcapáginas, donde había un pequeño cuadrado de papel superpuesto—. El número de la página aparecerá aquí, con mi letra. Debería servir también para tus cuadernos de bocetos.

Zina suspiró.

—Qué raro. Gracias.

Margo unió las manos bajo la barbilla.

—¿Y yo?

Ceony sonrió y le acarició el cabello, cuyo color naranja era idéntico al suyo. Se giró y sacó un pequeño tulipán de papel del bolsillo lateral de su bolso de tela. Su tallo estaba confeccionado con papel verde; sus seis pétalos estaban hechos con papel rojo y amarillo, que se superponían en los bordes alternando los colores.

La boca de Margo formaba una «o» perfecta cuando Ceony le entregó la flor.

—Colócala en la ventana y por la mañana se abrirá, como una flor de verdad —explicó Ceony—. ¡Pero no la riegues!

Margo asintió con entusiasmo y siguió los pasos de Marshall hacia el dormitorio, protegiendo el tulipán como si fuera de cristal.

Ceony tomó asiento en la sala de estar para terminarse la tarta con sus padres mientras Marshall y Margo jugaban con sus nuevos hechizos en el dormitorio. Zina se había ido a una cita en Parliament Square. Bizzy, la Jack Russell terrier que Ceony se había visto obligada a dejar atrás al empezar su aprendizaje, estaba acurrucada perezosamente a los pies de Ceony, alzando la cabeza de vez en cuando para que le dieran algunas migajas.

—Bueno —empezó la madre de Ceony tras su segunda porción de tarta—, por lo que se ve, te está yendo bien. El mago Thane parece un profesor muy simpático.

—Sí que lo es —afirmó Ceony, y confió en que la escasez de luz ocultase el rubor que le coloreaba las mejillas. Dejó el plato en el suelo para que Bizzy lo lamiera—. Es muy simpático.

El padre de Ceony puso las manos en las rodillas y exhaló un largo suspiro.

—Bueno, más vale que te consigamos un automóvil para que puedas irte antes de que sea demasiado tarde. —Miró por la ventana hacia el cielo nocturno. Acto seguido, se levantó y extendió los brazos para que lo abrazara.

Ceony se puso en pie de un salto y abrazó a su padre con fuerza; después, a su madre.

—Vendré a visitaros pronto —prometió.

Sin tráfico, le había llevado más de una hora llegar a Whitechapel’s Mill Squats desde la casita de campo de Emery, así que Ceony no visitaba a su familia tan a menudo como le gustaría. Estaba segura de que podría hacer el viaje en un cuarto de hora montada sobre el planeador de papel de Emery, pero él insistía en que el mundo no estaba preparado para aquella excentricidad.

El padre de Ceony llamó al servicio de automóviles, que ella insistió en pagar. Poco después, estaba sentada en la parte trasera de un coche, dejando atrás las edificaciones demasiado juntas de Mill Squats y avanzando sobre un camino empedrado que serpenteaba entre las casas. Pasó junto a la oficina de correos, una tienda de comida y la curva que llevaba hacia el parque infantil, hasta que el coche tomó la sinuosa ruta que salía de la silenciosa ciudad. Pronto, las luces del automóvil eran las únicas en la carretera. Ceony contempló las estrellas por la ventanilla abierta, cuyo número aumentaba según se aproximaba a la casa de campo. Los grillos cantaban desde las hierbas altas que bordeaban el camino que se alejaba de Londres y el río que fluía a su lado borboteaba y formaba remolinos.

El corazón le empezó a latir un poco más deprisa a Ceony cuando el automóvil aparcó. Después de pagar, se bajó y caminó hasta dejar atrás los amenazadores hechizos de la casa, que hacían que pareciese una mansión en decadencia, con ventanas rotas y tejas caídas. Al otro lado de la verja, la vivienda tenía una altura de tres pisos. Estaba construida con ladrillo de color amarillo y la rodeaba un jardín de vibrantes flores de papel, cuyos capullos se encontraban cerrados porque era de noche. Una luz llameaba en la ventana de la biblioteca. Emery había estado fuera toda la semana por una conferencia de materiales mágicos en la arquitectura, a la que el Gabinete de Magos le había pedido que asistiera. Rápidamente, Ceony se estiró la falda y volvió a trenzarse la melena para atar cualquier cabello suelto.

Oyó el golpeteo de unas patas de papel brincando detrás de la puerta antes de que hubiese terminado de girar la llave. Una vez en el interior, Hinojo saltó a sus brazos y agitó su cola de papel, al tiempo que emitía sus ladridos susurrantes. Su lengua seca de papel le lamió el mentón.

Ceony se echó a reír.

—No he estado fuera ni siquiera un día entero, tontito —dijo mientras rascaba al perro por detrás de las orejas de papel, antes de volverlo a dejar en el suelo. Hinojo dio dos pequeñas vueltas en círculo corriendo antes de saltar sobre una pila de huesos de papel al final del recibidor. Cuando se hechizaban, aquellos huesos formaban el cuerpo del mayordomo esqueleto de Emery, Jonto, al cual Ceony por fin había conseguido acostumbrarse. No obstante, después de haberse despertado varias veces con el esqueleto de papel quitando el polvo de la cabecera de su cama, había decidido empezar a cerrar su puerta con llave.

—Con cuidado —le advirtió Ceony a Hinojo, que se afanaba en morder el fémur de Jonto. Afortunadamente, sus dientes de papel apenas podían hacerle nada.

Pasó caminando junto a la pila de huesos y encendió la luz de la cocina. La sencilla habitación contenía un pequeño fogón a su derecha y unos armarios a su izquierda, que estaban colocados formando una herradura. Detrás de ellos se hallaba la puerta trasera y la fresquera. No vio platos sucios en el fregadero. ¿Emery habría comido?

Ceony pensó en preparar algo por si acaso, pero captó un destello de color por el rabillo del ojo.

Allí, sobre la mesa, había un florero de madera repleto de rosas rojas de papel, plegadas de un modo tan intrincado que parecían reales. Ceony se aproximó lentamente y extendió una mano para rozar sus delicados pétalos, plegados con el papel más fino que Emery tenía. Entre las flores también había hojas complejas, como las de los helechos, y algunas espinas redondeadas.

Junto al florero descansaba un pasador de pelo ovalada, confeccionada con abalorios de papel y espirales enrolladas con maestría. Estaba generosamente recubierta de un lustre rígido para evitar que se doblara. Ceony tomó la horquilla y recorrió su decoración con el pulgar. A ella le llevaría horas confeccionar algo tan intrincado, por no hablar de las rosas.

Las rosas. Ceony cogió un pequeño cuadrado de papel que había en el centro del ramo. Con la perfecta letra cursiva de Emery, ponía: «Feliz cumpleaños».

Su estómago revoloteó.

Ceony se colocó el pasador detrás de la oreja y metió la nota en uno de los bolsillos laterales de su bolso, donde no se arrugaría. Tomó las escaleras hacia el segundo piso. Se pellizcó las mejillas y se recolocó la blusa para metérsela bajo la falda mientras subía al segundo piso. El alumbrado eléctrico de la biblioteca dibujaba un rectángulo asimétrico en el suelo de madera del pasillo.

Emery estaba sentado de espaldas a Ceony, ante la mesa situada en el lado más alejado de la puerta, que se hallaba rodeada de libros. Se apoyaba en una mano, tenía los dedos enredados en los mechones oscuros y ondulados de su cabello. Su otra mano pasó la página de un libro que parecía particularmente viejo, aunque Ceony no pudo adivinar de cuál se trataba. Un abrigo largo de color verde salvia colgaba del respaldo de la silla. Emery poseía un abrigo largo de cada color del arcoíris y se los ponía incluso en mitad del verano, salvo el 24 de julio, cuando se había deshecho del abrigo y había dedicado el resto del día a plegar y recortar tantos copos de nieve como cabrían en una ventisca. Ceony aún se encontraba copos de nieve de vez en cuando, atrapados entre la fresquera y la encimera, o amontonados en pilas arrugadas bajo la cama de Hinojo.

Dio unos golpecitos en el marco de la puerta con el nudillo de su mano derecha. Emery dio un respingo y se volteó. ¿De verdad no la había oído llegar?

Parecía cansado, probablemente se había pasado el día viajando para estar en casa en ese momento, pero sus ojos verdes seguían siendo tan luminosos como siempre.

—Dichosos los ojos que te ven. Lo único que he hecho toda la semana es sentarme en sillas duras y hablar con ingleses estirados. —Frunció el entrecejo—. Y me parece que me he vuelto un esnob para la comida gracias a ti.

Ceony sonrió y de pronto deseó no haberse pellizcado las mejillas con tanto empeño. Giró la cabeza para enseñarle el pasador.

—¿Qué opinas?

La expresión de Emery se suavizó.

—Creo que es bonita. Me ha quedado muy bien.

Ceony puso los ojos en blanco.

—Qué modesto. Pero gracias. Y también por las flores.

Emery asintió.

—Aunque me temo que ahora vas una semana atrasada en tus estudios.

—¡Me dijiste que iba dos meses adelantada! —Ceony frunció el entrecejo.

—Una semana atrasada —repitió, como si no la hubiera escuchado. Y puede que así fuera. Había aprendido que Emery Thane tenía un talento especial para escuchar solo lo que le interesaba—. He decidido que lo mejor es que estudies las raíces del Plegado.

—¿Los árboles? —preguntó, rozando la horquilla con el pulgar.

—Más o menos —respondió Emery—. Hay una fábrica de papel hacia el este, en Dartford. Hasta tienen una división para materiales mágicos, aunque no es que eso importe. Patrice ha solicitado que asistas a una visita guiada de la fábrica pasado mañana.

Ceony asintió. Había recibido un telegrama de la maga Aviosky con la información.

—Empezaremos con eso. Qué emocionante. —Emery soltó una risita.

Ceony suspiró. Eso significaba que no lo sería, aunque no le supuso una sorpresa. ¿Cómo de emocionante podía ser una fábrica de papel?

—Iremos en dos días, saldremos en coche a las ocho de la mañana —informó el mago de papel—, así que tendrás que levantarte temprano. Puedo hacer que Jonto…

—No, no, ya me levanto sola —se apresuró a decir Ceony. Se dio la vuelta hacia el pasillo y se detuvo—. ¿Has comido? No me importa cocinar algo si tienes hambre.

Emery le sonrió, la expresión se reflejaba más en sus ojos que en sus labios. La joven adoraba que sonriera así.

—Estoy bien —aseguró—, pero gracias. Que duermas bien, Ceony.

—Tú también. No te quedes despierto hasta muy tarde —le aconsejó.

Emery volvió a prestar atención al libro. La mirada de Ceony permaneció sobre él un segundo más, antes de ir a prepararse para irse a la cama.

Dejó las rosas en su mesilla de noche antes de quedarse dormida.

Capítulo 2


Tras preparar unas tortitas con fresas y nata para desayunar, Ceony regresó al piso de arriba y abrió la ventana y la puerta de su dormitorio para evitar que el lugar se calentara demasiado. Jugó un rato con Hinojo a lanzar unas medias hechas una bola para que fuera a buscarlas. Después se puso a trabajar en el hechizo que Emery le había asignado antes de marcharse a la conferencia: una muñeca de papel de sí misma.

La muñeca de papel resultó más complicada de lo que había imaginado y no porque fuera un concepto demasiado abstracto, sino porque para el paso inicial necesitaba la ayuda de otra persona. Al fin y al cabo, Ceony no podía delinear sola y bien su propia silueta en el papel. Como Emery se había marchado y Jonto era incapaz de sujetar un lápiz de manera estable, Ceony había enviado un telegrama a la maga Aviosky para solicitar la ayuda de su aprendiz, Delilah Berget. Delilah, que iba un curso por delante de Ceony, había tardado dos años en graduarse de Tagis Praff, en vez de uno como Ceony, así que habían coincidido en su aprendizaje. Como la maga Aviosky tenía a Delilah tremendamente ocupada, no habían trazado la silueta de Ceony hasta la tarde anterior a su cumpleaños.

Ceony estaba sentada en el suelo de su dormitorio con unas tijeras que le había comprado a un fusionador dos años antes. Sus hojas podían cortar cualquier cosa y su filo nunca se estropearía. Ceony las estudió un momento antes de acercarlas al enorme papel en el que había dibujado su silueta de frente. Si se hubiera convertido en la fusionadora que una vez había soñado ser, probablemente para ese momento ya conocería el funcionamiento de ese hechizo. A pesar de ello, no lamentaba la decisión de formarse con Emery, aunque no la hubiera tomado ella.

Recortar la silueta fue un proceso lento; Emery le había advertido de que un solo corte erróneo estropearía el hechizo, y no quería tener que empezar de nuevo. Ceony había terminado de recortar el pie izquierdo y había llegado hasta la rodilla cuando Emery apareció en la puerta, con su abrigo azul oscuro ondeándole a la altura de las pantorrillas.

Ceony apartó las tijeras del papel con cuidado antes de prestarle atención. Los ojos de Emery brillaron con diversión. ¿Había hecho algo gracioso?

—He decidido que, para la primera lección del día, voy a enseñarte a hacer trampas con las cartas —anunció Emery.

Ceony soltó las tijeras.

—¡Sabía que hacías trampas!

—Muy lista, pero no lo bastante —replicó el mago de papel, dándose golpecitos en un lado de la cabeza con su dedo índice—. A menos que puedas decirme cómo lo hago.

—¿Un especie de hechizo de localización?

Él sonrió.

—Algo así. Ven. —Le hizo señas con la mano.

Ceony levantó a Hinojo por la barriga para que no pisoteara la muñeca de papel, siguió a Emery hasta el pasillo, cerró bien la puerta y dejó al perro en el suelo. Hinojo olisqueó la tarima un instante antes de captar algo interesante en el baño y desaparecer.

En la biblioteca, Emery se sentó en el suelo junto a la mesa repleta de pilas de papel, cada una con un papel de diferente color y grosor. Dejó la tabla de plegar en el suelo delante de él y acto seguido extrajo una baraja de cartas corriente de un bolsillo interior de su abrigo.

Ceony se sentó frente a él; era la posición que adoptaban para la mayoría de sus lecciones. Emery barajó las cartas con bastante maestría, lo que le hizo preguntarse qué clase de empleo habría tenido antes de convertirse en plegador. El viaje a su corazón no le había revelado este secreto, así que decidió que era mejor no preguntar.

—Te acuerdas del hechizo de localización de documentos que te enseñé, ¿no? —preguntó.

Ceony se acordaba, del mismo modo que recordaba casi todo lo que había sucedido en su vida, ya fuera bueno o malo. En la mayoría de los casos, su memoria fotográfica era una bendición. Emery le había enseñado ese hechizo al día siguiente de recuperarse por la pérdida de su corazón: el mismo día que Ceony había empezado a tutearlo y a dirigirse a él por su nombre de pila.

Ella recitó la lección.

—Siempre y cuando haya tenido contacto físico con los papeles en cuestión, puedo realizar la orden de selección y luego recitar, palabra por palabra, el contenido escrito que esté buscando.

Le habría resultado un hechizo muy útil cuando estudiaba para los exámenes trimestrales de la Escuela Tagis Praff para Talentos Mágicos.

—Efectivamente —dijo Emery asintiendo—. Con los naipes, a menos que sea una baraja alterada, se puede hacer exactamente lo mismo. Y puedes asignarle a cada carta un gesto en lugar de un nombre, para que el gesto la haga salir de entre las demás durante el juego. Deja que te lo demuestre.

Dispuso las cartas en forma de abanico, probablemente para asegurarse de que las tocaba todas, y a continuación pronunció:

—Selecciona: rey de diamantes. —Una de las cartas superiores avanzó hacia él. La levantó con la otra mano y la giró para que Ceony pudiera ver que era, en efecto, el rey de diamantes.

Entonces alejó la carta de Ceony y, como si estuviera hablándole al rey, pronunció:

—Selecciona de nuevo: gesto. —Y se dio un único toquecito en el lado derecho de la nariz.

Introdujo el rey de diamantes de nuevo entre las cartas, volvió a barajarlas y repartió cinco de ellas a Ceony y a sí mismo como si fueran a jugar al póker, una costumbre que habían adquirido casi todos los martes por la tarde a las siete y cuarto.

—Bien —dijo Emery, y alzó sus cartas—. Siempre y cuando murmure «selecciona», de forma que las cartas me oigan, puedo hacerle la señal al rey de diamantes, en este caso, tocarme la nariz. Normalmente encuentro que es mejor decir la palabra antes de entrar en la habitación en donde va a tener lugar la partida. Pero ten en cuenta que debes repetir la orden de selección para todos los naipes que pretendas robar.

Él tosió, a Ceony le pareció oír la palabra «selecciona», y se dio un toquecito en un lado de la nariz. El rey de diamantes salió volando de la baraja en dirección a la mano expectante de Emery.

—Mira que eres tramposo —lo amonestó Ceony, aunque no pudo evitar sonreír con suficiencia. ¡Cómo se enfadaría Zina si Ceony utilizara ese truco cuando volvieran a jugar a los corazones!

—Es más fácil disimular lo que estás haciendo al barajar o repartir las cartas —explicó Emery—, o cuando tu oponente se distrae con algo que está horneando en la cocina.

Ceony abrió la boca para protestar, pero al final la cerró y le lanzó una mirada de desaprobación. Él había ganado la partida el martes anterior cuando Ceony tenía rollos de canela en el horno. Le había preocupado que se quemaran. Quizás aquel era el motivo por el que Emery nunca se quedaba el dinero que ella perdía, sin importar la cantidad que fuera. Menudo tramposo.

—¿Y cómo manipulaste la baraja? —preguntó.

La diversión volvió a iluminar sus ojos.

—Esa es una lección para otro día. No puedo revelar todos mis secretos de una vez —aseguró.

Le entregó la baraja y Ceony se dispuso a realizar el hechizo, pero con la reina de picas. Para su alivio, consiguió que la carta se desplazara hasta ella al primer intento, tras un breve tirón de su trenza.

—Ya veremos quién gana ahora a las cartas —dijo Emery, riendo para sí mismo.

Recogió los naipes y volvió a colocarlos en el bolsillo de su abrigo. Para el siguiente hechizo, se puso en pie y tomó dos hojas de papel de 21x28 centímetros de medio grosor y las depositó sobre la tabla de plegar. Sus ojos se enlazaron con los de Ceony mientras regresaba a su asiento, pero ella no pudo leerle los pensamientos. Emery había mejorado en el arte de ocultarlos últimamente.

—Voy a enseñarte el hechizo de ondas, pero este no ha de hacerse precipitadamente —indicó. Bajó la mirada al papel rectangular en sus manos—. El grosor del papel afecta al hechizo: cuanto más grueso sea, más poderosa es la onda.

—¿Onda? —preguntó Ceony, con las cejas juntas—. No he leído nada de hechizos de ondas.

Emery sonrió con suficiencia y realizó un pliegue cuadrado; se trataba de un pliegue triangular que formaba un cuadrado cuando se abría después de cortar el papel sobrante. Separó las tiras que sobraban con una cortadora giratoria y realizó un pliegue de punta entera para convertir el triángulo plegado en un triángulo simétrico más pequeño.

—Es necesario eliminar lo que sobra —indicó—. No empieces con un papel cuadrado. ¿Me pasas la regla?

Ceony asió la regla del cajón superior de la mesa. Oyó lápices rodando dentro del cajón mientras lo cerraba, y Emery frunció el ceño. Probablemente reorganizaría ese cajón antes de marcharse de la biblioteca. A pesar de ser alguien que se dedicaba a acumular cosas, a Emery le gustaba tener sus pertenencias en perfecto orden. Perfecto para él, al menos.

Emery colocó la regla sobre el papel para medir el ancho y luego la dispuso a lo largo.

—Dieciséis centímetros es el número mágico. Recuérdalo —señaló. Recorrió la línea con la cortadora giratoria, pero se detuvo poco antes terminar de recortar la base del triángulo. Giró el papel y volvió a medirlo, lo recortó por el otro lado, dieciséis centímetros hacia arriba.

—Como con la costura —apuntó Ceony, observando cómo trabajaban sus manos. Aunque sabía que se acordaría de los cortes, tardaría mucho más tiempo que él en preparar el hechizo. ¿Cómo tomaba las medidas tan rápido?

—Ah, ¿sí? —preguntó, alzando la mirada hacia ella un momento antes de realizar el tercer corte; dio la vuelta al triángulo de nuevo. Dos cortes más y por fin tuvo un triángulo uniformemente cortado en las manos.

Lo desplegó con delicadeza hasta que se trasformó en un cuadrado de una sola capa. Pellizcó el centro y levantó el papel. Ceony lo contempló; parecía una medusa geométrica escalonada. No sabría describirlo de otro modo.

Emery se puso en pie y Ceony lo imitó.

—Siempre tenía uno de estos en el bolsillo cuando… ayudaba a las fuerzas policiales —admitió. Ceony, naturalmente, sabía que en el pasado se había dedicado a dar caza a los extirpadores, practicantes de la magia prohibida: la magia de la sangre. Sencillamente, había algunas cosas de las que a Emery no le gustaba hablar—. Va bien como distracción, o también para provocarle dolor de cabeza a alguien que te caiga mal.

Emery extendió el brazo ante él y pronunció:

—Ondea. —Entonces se puso a sacudir la creación de papel arriba y abajo, con lo que se pareció aún más a una medusa.

El hechizo se desdibujó, al igual que el resto de la biblioteca. Ceony pestañeó, intentando aclararse la visión, pero el propio aire parecía tan ondulado por la medusa como las ondas que provocaría una piedra lanzada al centro de un estanque. El suelo se balanceaba, las estanterías se agitaban, el techo se retorcía y los muebles parecían nadar. Hasta el propio cuerpo de Ceony ondeaba adelante y atrás, adelante y atrás…

La cabeza le daba vueltas y el vértigo la invadía. Extendió la mano hacia la silla, hacia la mesa, pero falló su objetivo y se tambaleó.

Emery dio un paso y la agarró; su brazo rodeó firmemente los hombros de ella. Dejó caer el hechizo y la biblioteca recuperó su posición, recta y robusta como antes.

—Debería haberte pedido que te sentaras —comentó con aire de disculpa.

Ella sacudió la cabeza mientras intentaba recuperar el equilibrio.

—No… ha sido muy, eh, útil.

A medida que su visión regresaba a la normalidad, tomó conciencia de la mano de Emery en su hombro y, a pesar de las ganas que había tenido de que sucediera algo así, las mejillas le ardieron.

El brazo de Emery permaneció en el mismo sitio un momento después de que ella recuperara el equilibrio, y pareció dudar al apartarlo. ¿Le preocupaba que se cayera?

Emery carraspeó y se frotó la parte de atrás de la cabeza.

—Deberías practicar esto cuando tengas ocasión, quizás con un papel más fino para empezar, ¿vale? —Él miró hacia la puerta y luego hacia la mesa que guardaba aquellos lápices desordenados. Pasó junto a Ceony, rodeándola, y empezó a reorganizar el cajón—. Y la muñeca de papel, naturalmente. Eso bastará para mantenerte ocupada hasta la visita de mañana.

Ceony respiró hondo, confiando en que él no advirtiera el rubor en sus mejillas.

—Me parece que sí. Terminaré mi trabajo con la muñeca primero. No es tan desagradable.

Emery asintió y Ceony abandonó la habitación.

Volvió a sentarse en el suelo de su dormitorio, tras dejar la puerta ligeramente abierta. Pero cuando volvió a coger las tijeras encantadas y las sostuvo contra la muñeca de papel descubrió que le estaba costando más de lo normal controlar el temblor de su mano.

Capítulo 3


Ceony se levantó temprano al día siguiente sin la ayuda de Jonto, al que encontró merodeando sospechosamente por fuera de su dormitorio después de vestirse. Llevaba su mandil rojo de aprendiz sobre una blusa beige y una falda azul marino, y se había sujetado la melena en un moño a la altura de la nuca, donde el sombrero de copa del uniforme no le estorbaría. Le dio el tiempo justo para preparar dos sándwiches de huevo frito y ahuecar la cama de Hinojo antes de que el automóvil aparcara junto a la casa; el conductor miraba recelosamente la ilusión de la mansión oscura de postigos rotos y cuervos de ojos penetrantes. Debía de ser nuevo.

Emery no apareció hasta que sonó la bocina del coche. Parecía agotado.

—En serio, deberías acostarte más temprano —comentó Ceony mientras él cerraba con llave—. ¿Por qué te has quedado despierto?

—He estado pensando —replicó, reprimiendo un bostezo.

—¿En qué?

Él la miró, se quedó quieto un momento y sonrió.

—Como he dicho, no puedo revelar todos mis secretos.

Ceony puso los ojos en blanco y se apresuró en llegar hasta el coche.

—Creo que hay bastantes horas durante el día para pensar.

Emery se limitó a sonreír por segunda vez y la ayudó a subir al coche. Una vez estuvieron cómodamente instalados, Ceony le entregó su sándwich. Era evidente que Emery estaría pasando hambre si la maga Aviosky no la hubiera designado como su pupila, y eso le dijo Ceony mientras él masticaba su primer bocado.

—Muchas cosas habrían sido distintas sin ti, de eso no hay duda —repuso él.

Ceony le dio vueltas en la cabeza a sus palabras, buscando algún significado oculto, pero no llegó a descifrar nada. Quizás no era tan lista como debería. Se preguntó si habría algún hechizo para eso.

Dos horas de coche y once temas de conversación después, que iban desde el nuevo trabajo del padre de Ceony como empleado en la planta local de tratamiento de aguas, a los hábitos de apareamiento de las abejas, llegaron a Dartford. Ceony nunca había estado en Dartford. Miraba al exterior a través de la ventana según se aproximaban, empapándose de la imagen que ofrecía la gran ciudad industrial. Casas y pisos estrechos de aspecto angosto ocupaban ambos lados de casi todas las calles, y distintas fábricas, almacenes y escasos árboles bordeaban el perímetro de la ciudad. Datford también contaba con un río muy ancho y un puerto. Ceony se inclinó hacia adelante, cerró los ojos y contuvo la respiración mientras el coche avanzaba sobre un puente suspendido muy alto, en un intento de bloquear los pensamientos que se arremolinaban en su mente sobre los kilómetros y kilómetros de agua que había bajo ella. Emery posó una mano en su espalda para reconfortarla, que no retiró ni siquiera cuando el coche llegó a suelo firme. Ceony no hizo ningún comentario y se permitió disfrutar del calor sutil de sus dedos.

El conductor aparcó en una amplia plaza pavimentada con adoquines, en un hueco libre en medio de una larga fila de automóviles y un carruaje suelto. Cuando Ceony se bajó del coche y escrutó los alrededores en busca de la fábrica de papel, solo divisó pisos, una carnicería, una librería, un estudio de policreación, es decir, de plástico, y una tienda de comida extranjera. Todas aquellas construcciones eran más bajas y menos coloridas que los mismos negocios en la capital. Solo el edificio del banco tenía más de una planta.

Una brisa barrió el lugar y los cabellos de la nuca se le pusieron de punta. Ceony se volteó y echó un vistazo a la estrecha calle detrás de ella, pero solo vio a hombres de negocios de camino al trabajo y una pequeña bandada de pájaros mensajeros, hechizados por otro plegador de alguna ciudad cercana. Qué raro; por un instante, Ceony había tenido la sensación de que estaba siendo vigilada.

—¿Dónde está la fábrica? —preguntó Ceony después de que Emery pagara al conductor y empezara a caminar hacia la plaza.

—Está en el lado este —respondió. Movió el mentón hacia adelante, hacia un autobús pequeño de color rojo descolorido aparcado en la plaza—. El autobús te llevará hasta allí.

Ceony se quedó inmóvil.

—¿Solo a mí?

Emery sonrió y Ceony detectó un brillo travieso en sus ojos verdes.

—Es una visita bastante desagradable y, además, el sitio no huele demasiado bien. Creo que voy a pasar.

Ceony frunció el entrecejo.

—Haces que suene muy emocionante. ¿No podría leer un libro sobre la fábrica y saltarme la visita?

—Ceony, Ceony —dijo—. Todavía desconoces las maravillas que las virutas y la pulpa de madera tienen reservadas para ti. Habrá un examen. Esta visita es un requisito del Consejo de Educación para los plegadores, y un crédito opcional para los demás. Como te he dicho, la maga Aviosky solicitó tu presencia específicamente.

Ceony se encajó bien el sombrero de copa que llevaba en la cabeza.

—Hay un lugar especial en el cielo para la gente como tú.

Emery rio y le dio una palmada en el hombro con la mano.

—¡Ceony! —exclamó una voz conocida.

Ceony miró hacia el autobús y vió a Delilah, la aprendiza de la maga Aviosky, apresurándose en su dirección. Emery apartó la mano de su hombro al instante y se separó para que las mujeres se saludaran.

Delilah agarró a Ceony por el brazo y la besó en ambas mejillas; bisous franceses, como tenía por costumbre. Era lo opuesto de su reservada mentora. Mientras que la maga Aviosky tenía una conducta bastante estirada y correcta, Delilah burbujeaba por dentro y por fuera, y siempre mostraba una sonrisa que se negaba a abandonar su rostro perfectamente ovalado. Se había rizado el cabello rubio como el sol, que llevaba en una media melena, y estaba ataviada con un vestido sin mangas azul cielo debajo de su mandil de aprendiza. Ceony no era alta, pero Delilah era al menos cinco centímetros más baja que ella.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Ceony, que por el rabillo del ojo vio a la maga Aviosky acercándose a Emery—. Tú estudias el cristal.