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Irene de Puig y Angélica Sátiro

Ilustraciones de Clàudia de Puig

Jugar a pensar
con cuentos

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Índice

Garbancito

Había una vez un sací pereré

Aladino y la lámpara maravillosa

La gallina Lina

El patito feo

La bella durmiente

A quienes acompañan a los niños y las niñas en la lectura

Paseando por su jardín, Juanita encontró un viejo papelito enrollado debajo de una flor. Lo desenrolló cuidadosamente para poderlo leer.

¡Qué sorpresa! ¡Era un mapa!

Muy feliz, pensó: «¡Qué bien! Yo quería viajar para conocer otros jardines y otros lugares del mundo. Ahora ya tengo un mapa que me orientará. ¿Adónde iré?».

Decidió ir saltando sobre el mapa para escoger los lugares que visitaría. Iría allí donde cayesen sus patitas.

¿Cuál era su primer destino?

Acercándose mucho a las letras, leyó con cierta dificultad:

—Ca-ta-lu-ña.

Miró con más atención: cerca del mar Mediterráneo.

Una vez decidido su destino, se echó a volar con su mochilita a cuestas. La mochila que Pol, su amigo caracol, le había regalado en aquel día de lluvia… Ojalá pudiera viajar con Pol, pero sería en otra ocasión porque en esos momentos él estaba en tierras muy lejanas, acompañando a su amiga Luci, la luciérnaga.

Juanita vio muchas cosas sorprendentes en Cataluña, quedó muy impresionada con las obras de Gaudí, Dalí y Miró. Pero una cosa le interesó especialmente:

—Me gustan mucho los cuentos y allí me contaron uno que me divirtió especialmente, por eso lo traigo en mi mochila.

A continuación, sacó el cuento de la mochila y empezó a leerlo. ¿Por qué estaría tan encantada Juanita con aquel cuento? ¿Qué tipo de cuentos te gustan a ti? ¿Qué hace que un cuento sea divertido? ¿Quieres que lo leamos con ella?

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Garbancito

Érase una vez un padre, una madre y un hijo tan y tan pequeñito que le llamaban Garbancito. Era pequeño como un garbanzo, pero listo como el que más. También era muy trabajador, todo lo quería hacer, a todas partes quería ir.

Un buen día, su madre, mientras preparaba la comida, se dio cuenta de que le faltaba azafrán. Dijo en voz alta y un poco preocupada:

—¡Vaya, no tengo azafrán y lo tendré que ir a comprar!

Pero Garbancito, que la oyó, le dijo:

—No, mamá, no te preocupes, ya iré yo a comprarlo.

Su madre le dijo que de ninguna manera, que era demasiado pequeño y que al andar por la calle las personas no lo verían y podían pisarlo.

Garbancito le respondió que iría cantando por la calle y así la gente, si no lo veía, por lo menos lo oiría.

Tanto insistió Garbancito que al final la convenció. Así que su madre le dio un céntimo y Garbancito se fue contentísimo a la tienda.

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Por el camino, para que la gente no lo pisara, Garbancito iba cantando:

PATÍM, PATÁM, PATÚM,

PONGAN TODOS ATENCIÓN.

PATÍM, PATÁM, PATÚM,

NO ME DEN UN PISOTÓN.

Al llegar a la tienda nadie vio a Garbancito y, para que le atendieran, se puso a gritar:

—¡Por favor, señor, señor! ¡Quisiera un céntimo de azafrán!

El vendedor miraba y miraba por todas partes, pero no conseguía ver de dónde venía aquella voz:

—¿Quién grita por ahí?

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Hasta que vio una moneda que se movía. La recogió y puso un cucurucho con azafrán allí donde estaba la moneda.

Garbancito se cargó el cucurucho a cuestas y se fue a casa muy satisfecho cantando:

PATÍM, PATÁM, PATÚM,

PONGAN TODOS ATENCIÓN.

PATÍM, PATÁM, PATÚM,

NO ME DEN UN PISOTÓN.

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Cuando la madre lo vio llegar se puso muy contenta, y le dijo:

—Ahora quédate aquí que yo iré al campo a llevar el cesto de la comida a papá.

Pero Garbancito se sentía tan valiente y tan mayor que le pidió permiso para ir él.

La madre no quería de ninguna de las maneras, pero él insistió tanto que al final le dio el cesto, y le dijo:

—Pero tienes que ir con mucho cuidado, hijo mío, porque ir por el campo es más difícil que ir por la calle.

—No tengas miedo, mamá, por si acaso yo iré cantando mi canción.

Y así lo hizo. Mientras caminaba con el cesto de la comida, iba cantando:

PATÍM, PATÁM, PATÚM,

PONGAN TODOS ATENCIÓN.

PATÍM, PATÁM, PATÚM,

NO ME DEN UN PISOTÓN.

Pero todavía no iba por la mitad del camino cuando un nubarrón negro se acercó y empezó a llover a mares. Garbancito, para no mojarse ni él ni el cesto, se resguardó bajo una col muy grande.

Por allí paseaba un buey que, al ver aquella col tan preciosa, se la zampó, y con la col se tragó también a Garbancito y el cesto de la comida.