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Kendall y Max comparten un pequeño secreto que los mantiene alejados, así que cuando se encuentran por casualidad en Nueva York, lo último que esperan es que una desgracia vuelva a juntarlos: tienen la oportunidad de evitar un accidente, pero ninguno actúa a tiempo.

La culpa los corroe y, en un intento desesperado por aliviarla, aceptan el desafío de una extraña que los incita a realizar siete actos de bondad espontáneos a desconocidos antes de que culmine el año. Sin embargo, esta misión no será nada sencilla y los llevará por caminos más profundos e introspectivos de lo que esperan.

Una historia que invita a reflexionar sobre la conexión humana y la manera en la que encontramos y construimos nuestro lugar en el mundo.

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A Kathleen Spring, quien
hizo que pareciera fácil

26 de diciembre

Kendall

Aquí va, una lista:

Cosas que hacer para que el próximo año sea perfecto.

De acuerdo, eso es demasiada presión. Tacho Perfecto y lo reemplazo por Que no apeste, consciente de que incluso Que no apeste sería pretender demasiado.

1) Estar totalmente lista para regresar a Fitzpatrick.

No estoy segura de cómo lograr lo de “totalmente lista para regresar”, pero escribirlo se siente como un primer paso. Pasé el último semestre en un programa de estudios de intercambio y ahora estoy en casa. Mi escuela secundaria sigue aquí, justo donde la dejé. No explotó en una ráfaga de ardiente gloria mientras yo no estuve, por ejemplo. Cuando las vacaciones terminen, en siete días, tendré que existir en ella otra vez.

2) Comenzar tu libro. Y, por el amor de todos los santos, TERMINARLO.

Mi novela trata sobre el fin del mundo y, hasta ahora, tengo un título: Juntos a medianoche, bocetos dibujados y biografías de todos los personajes principales. Ahora solo tengo que comenzar a escribir en serio. Esa es la parte poco divertida, que es por lo que nunca lo hago y es por lo que tengo que ponerlo en una maldita lista.

3) Pasar tiempo de calidad con Ari.

Mi mejor amiga. Nunca antes pasamos tanto tiempo separadas. Intercambiamos e-mails mientras no estuve, pero necesito saber que ella aún encaja cómodamente en su lugar en mi vida. Especialmente, porque ahora ese lugar tiene que incluir a su novio. (Suspiro).

4) Ponerme en contacto con Jamie.

Miro a esas simples cinco palabras. Luego agrego:

Hacerle saber que estoy en casa. Arreglar un día para vernos.

Aún no parece suficiente, así que agrego algo más:

Convertirnos en una pareja. Pasar una primavera increíble juntos. Ir al baile. ENAMORARNOS.

Nop. Cálmate, chica. Tacho esa última parte.

Conocí a Jamie el verano pasado, cuando Ari y su amigo Camden comenzaron a salir. Conectamos y en verdad me gustó, hasta que me dijo que no pensaba en mí de esa forma. Luego, una vez que me fui a Europa, me envió una de sus fotografías. Le envié una en respuesta, y durante los últimos meses hemos mantenido la clase de correspondencia que hace que te obsesiones con tu buzón y lo odias, lo odias, lo odias, pero lo amas.

Así que aquí estamos, con una lista que me motivará a salir de la cama o me hundirá más profundamente en las sábanas. Ya lo veremos. Al menos, ya conseguí lo que todas mis listas pretenden: persuadir a los Pensamientos Parásitos en mi cabeza para que dejen de esconderse, susurrándoles: ¡Ya no tienen que molestar a Kendall! ¡Vengan a jugar en esta hermosa página en blanco!

Dejo mi cuaderno y el lápiz, y miro a la habitación a mi alrededor. Durante mi tiempo en el programa de la Escuela Móvil estuve en París, Roma y Londres, Saint-Tropez y Mónaco, las verdes colinas de Irlanda y los blancos acantilados de Dover. Ahora estoy de vuelta entre estas paredes rosadas y púrpuras, mirando un póster de unos gatitos que comen pastel. (Los gatitos son tan adorables como cuando tenía once, pero da igual). ¿Cómo hago para volver a encajar en este lugar?

En la casa hay otra persona que sabe cómo se siente esto y quizás podría decirme qué hacer al respecto, así que me levanto para ir en su búsqueda.

Mientras salgo de la habitación, le doy una palmadita en el hombro a mi maleta roja. Está instalada justo en la entrada, solo abierta a medias. Hace tres días, desde que regresé de Europa, que me reta a que la desempaque y hace tres días que pierdo el reto.

Mi hermano Emerson está desparramado en su cama, como si alguien lo hubiera lanzado desde cinco metros de altura y hubiera aterrizado así. Al principio, no puedo distinguir qué es cada bulto de las sábanas. Definitivamente no quiero tocar su cabeza y que resulte que no era su cabeza. He cometido ese error antes. Lo observo un momento, partes de él cuelgan fuera del colchón, porque es el mismo que tiene desde los doce.

Uno de los bultos se mueve. Su cabeza, definitivamente. Me acerco y la pico a través de las sábanas.

–Oye –murmuro.

Mi hermano gime como un animal adolorido. Todo un mamut hundiéndose en un pozo de alquitrán.

–Soy Kendall –agrego.

–Lo sé –responde Emerson–. Shampoo de fresa.

–Tengo que preguntarte algo.

–Ken, es muy temprano para una de tus preguntas inesperadas.

–¿Cómo soportas haber regresado a casa?

–Bienvenida al resto de tu vida, niña –Em ríe entre un quejido.

–En serio –insisto y lo vuelvo a picar–. Necesito saberlo antes de que te vayas.

Él gira y baja las sábanas para que pueda ver su rostro. Mirarlo es como verme a mí misma en una línea de tiempo alternativa en la que nací varón. El mismo cabello rojizo, la misma nariz extraña. Pero claro que en él todo encaja. En mí, no tanto.

–A veces finjo que no estoy realmente en mi cuerpo –responde Emerson–, y que la parte de mí que piensa y siente está flotando cerca del techo, observando todo lo que sucede.

–¿Como las personas que describen experiencias cercanas a la muerte?

–Inténtalo alguna vez.

–¿A qué hora se cambió Andrew? –pregunto.

Andrew es el novio de Emerson. A pesar de que los dos tienen veintidós, y viven juntos en Manhattan, y que mis padres supieron que Em era gay desde que tenía trece y probablemente mucho antes, mi papá tiene la regla de “las parejas no casadas no duermen juntas bajo mi techo”. Mi papá dice que fue igual cuando mis otros dos hermanos trajeron a sus novias de visita a casa. Sostiene que cambiar la regla porque Andrew y Emerson son los dos chicos sería discriminación inversa, un buen punto que ninguno quiso admitir en voz alta.

Emerson me ofrece su mejor expresión de falsa inocencia, con ojos grandes y todo, algo que yo no puedo lograr a pesar de que tenemos casi el mismo rostro.

–Ah, vamos –presiono–. Vino aquí en cuanto mamá y papá se fueron a la cama, ¿cierto?

–¿Qué puedo decir? –Emerson ríe–. Duermo mejor si él está conmigo. Regresó al sofá en algún momento esta mañana. ¿Qué hora es ahora?

Ojeo el reloj sobre su cama.

–Ocho cuarenta y cinco.

–¡Dios! –exclama y patea las sábanas–. Un taxi vendrá por nosotros a las nueve para llevarnos a la estación del tren. ¿Puedes ver si Andrew se levantó?

Mientras Emerson comienza a vestirse frenéticamente, salgo corriendo hacia abajo. Paso por la habitación de Walker, en la que mi hermano probablemente duerma el resto del día. Siempre percibo aroma a marihuana al pasar por allí y pienso que está impregnado de forma permanente a la madera de su puerta. Luego paso por la de mi hermano mayor, Sullivan, cerrada herméticamente. Lleva sin abrirse desde hace tanto tiempo que a veces se me olvida que no se trata de un armario. No está aquí porque él y su esposa se quedan en un hotel durante su visita por Navidad, una de las muchas razones por las que tener veintiséis suena increíble.

Sip, somos Sullivan, Walker, Emerson y Kendall. Las personas bromean con que mi papá intentaba crear su propia firma legal, pero mis hermanos en realidad fueron bautizados por artistas y escritores que mis padres admiraban. Yo fui el hijo accidental, también conocido como el hijo “no puedo creer que nuestros padres aún tengan sexo”. Podrían pensar que, luego de tres niños, mi mamá sería feliz de poder escoger un nombre de niña, algo que termine en a, o que tenga íes en las que los puntos puedan ser corazones. Pero no, Kendall era el segundo nombre de la profesora que la inspiró a enseñar Historia. Muchas gracias, mujer-que-murió-mucho-antes-de-mi-nacimiento.

La puerta de la habitación de mis padres siempre tiene una hendija abierta para que el gato pueda entrar y salir. Por allí veo a papá durmiendo, pero no a mamá.

Abajo, en la cocina, Andrew ya está preparando café. Que conste que en verdad amo a Andrew.

–Oye, mono –me saluda Andrew. (También amo que me llame así)–. ¿Está despierto?

–Acaba de levantarse. ¿Dónde está mamá?

–Salió a correr, pero dijo que regresaría antes de que llegue nuestro taxi.

Asiento. Claro que salió a correr. Janet Parisi no deja que las calorías de Navidad se asienten en su cuerpo, ociosas.

De repente, la bocina de un auto nos hace saltar a los dos. Andrew mira por la ventana.

–Santo Dios. El taxi llegó temprano.

–¡Maldición! –grita Emerson desde arriba–. ¡Es temprano!

–Iré a decirle que espere –suspira Andrew.

Se coloca las botas y el abrigo, luego toma su prolija maleta con ruedas y se dirige a la puerta. Un aire dolorosamente frío llega desde el exterior. Lo observo arrastrar su maleta por el camino congelado hacia la calle. El taxista sale disparado del coche, abre el maletero y toma el equipaje de Andrew.

Me veo a mí misma corriendo hacia el taxi, abriendo la puerta y saltando adentro.

No, esperen. Eso solo está ocurriendo en mi mente.

Apoyo mi mano en la ventana y me obligo a presionar toda la palma contra el helado, helado vidrio. Esto debería mantenerme aquí, en la realidad.

Emerson baja disparado por las escaleras, con un enorme bolso de cuero colgado por su cuerpo y una bolsa llena de regalos de navidad abiertos en una mano. Su cabello, que nunca está desarreglado, está desarreglado.

–¿Por qué tienes que regresar? –le pregunto–. Andrew es el que tiene que trabajar. Tú tienes la semana libre.

Andrew escribe para una revista en línea. Emerson enseña Ciencias en el sexto año de primaria de una escuela privada. Han estado juntos desde segundo año de la universidad y todo es increíblemente adorable.

–Desearía poder quedarme –él niega con la cabeza–, pero otra noche aquí está más allá de los límites de mi mecanismo de salir de mi cuerpo.

–¿Listo? –Andrew está de vuelta dentro de la casa.

–Listo –Emerson toma la jarra de café de la cafetera, bebe un trago directo de la jarra, luego la devuelve a su lugar y se seca la boca.

–Tu mamá aún no regresó de correr –dice Andrew–. Se enfadará por no haber podido despedirse.

–Ya las veremos a ella y a Kendall en unos días cuando vengan a la ciudad a ver Wicked.

Andrew toma la bolsa de regalos de Emerson y le entrega su chaqueta. Emerson se dirige a mí.

–Me alegra que estés en casa, Ken. Y me alegra de que la hayas pasado bien en Europa.

Por alguna razón, eso me da ganas de llorar.

–Fue una linda Navidad –afirmo, asintiendo con la cabeza, aún con la mano sobre la ventana.

–Te veo el miércoles.

Me aparto de la ventana para poder abrazar a Emerson. Luego abrazo a Andrew, y los dos salen de la casa. Al abrirse la puerta, el aire golpea mi rostro y se siente terrible, pero igual no me importa porque siento ese destello otra vez.

Esta vez, me veo a mí misma sentada entre Emerson y Andrew en el asiento trasero del taxi.

Antes de comprender lo que hago, salgo al frente de la casa y grito.

–¡Esperen!

Mierda, el frío atraviesa las plantas de mis pies en calcetines. Andrew, Emerson y el taxista me miran, y creo que se supone que continúe con algo. Así que grito:

–¿Puedo ir con ustedes?

Los dos solo me miran, en blanco, como la nieve entre nosotros, hasta que Emerson habla.

–¿Qué quieres decir?

–¿Puedo ir a quedarme con ustedes? ¿En la ciudad? ¿Por unos días?

Emerson camina con cuidado de regreso por el camino hacia mí, sin apartar la mirada de mi rostro. ¿Se notará lo mucho que necesito ir con él?

–Tenemos que irnos ya mismo o perderemos el tren –dice.

–Dame dos minutos.

–Mamá estará furiosa. Y confundida.

–Puedo manejarlo.

–Ahora tenemos una habitación de invitados –comenta Andrew–. Sería genial estrenarla.

Emerson suspira y mira a un lado y al otro entre Andrew y yo.

–Bien –accede finalmente con una sonrisa.

Desaparezco dentro de la casa, subo las escaleras y entro a mi habitación. Guardo mi teléfono en el bolsillo de la camiseta de mi pijama. Al sujetar la manija de la maleta, casi que puedo escucharla murmurar ¡Sí! Para evitar hacer ruido, la levanto. Está obscenamente pesada. Podría morir así.

Llego a la puerta de entrada, me pongo mi abrigo largo de lana y mis botas de invierno y luego arrastro la maleta hacia fuera.

–Por amor de Dios –exclama Emerson al verla.

En un momento, el maletero está lleno y cerrado de un golpe y es justo como lo imaginé: estoy en medio de Emerson y Andrew de camino a la estación de tren en Poughkeepsie.

Esto estaba totalmente fuera de la lista.

Max

–Deja esa cosa en CNN o te borraré del testamento.

La voz de mi abuelo retumba por todo el apartamento. Me ha despertado. Al principio, pensé que era la voz de Dios y, déjenme decirles, es una terrible forma de recuperar la conciencia. Ahora estoy recostado en la cama, escuchando a Dios ser un cretino.

–Esa amenaza ya no funciona –escucho decir a mi papá–. ¿Puedes pensar en algo un poco menos ridículo?

–Por favor, Big E –agrega una voz aguda y reprimida. Mi tía. La hermana de papá–. Los niños no deberían estar viendo todas esas imágenes de refugiados. Tendrán pesadillas durante días. Solo media hora de Nickelodeon, ¿de acuerdo? ¿Mientras terminamos de empacar?

Escucho un sonido, como si algo se hubiera caído. O hubiera sido arrojado. Ese pobre control remoto. Tiene más cinta adhesiva que, no sé, un rollo de cinta.

Mi abuelo, Ezra Levine, apodado Big E por todos los que estamos obligados a aguantarlo, está en buena forma. Tiene una afección cardíaca, presión alta y las dos caderas afectadas, pero su mayor dolencia es ser un bastardo crónico. Siempre lo ha sido, pero más desde que mi abuela murió en marzo. Fue en honor a ella, nuestra Nana, que nos reunimos en el enorme apartamento de Big E en Park Avenue para pasar la Navidad. Ella era la chica católica e irlandesa que hacía que fuera mágico para todos. Especialmente para su gruñón esposo judío.

Todos significa mis padres, mi hermana, mi tía y mi tío, sus dos hijos y yo. Me metieron en la antigua habitación de mi papá con mis dos primos gemelos, Theo y Ezra. Yo tengo dieciocho. Ellos cuatro. Es como la pijamada más pequeña y extraña del mundo.

No puedo esperar para regresar a casa. Al trabajo. Lejos de las miradas de mi extensa familia. Hasta los de cuatro años me miran como si dijeran: dime otra vez, ¿por qué no estás en la universidad en este momento?

Alguien golpea.

–Max, soy papá. ¿Estás despierto?

–Sí.

Mi papá entra y mira a la habitación. El empapelado de aeronaves sigue ahí desde su infancia, junto con un póster desteñido de Freddie Mercury de Queen sin camisa, con unos pantalones blancos ajustados, sujetando un micrófono. Así que sí, hay una vibra extraña.

Papá retira la pequeña silla de abajo del todavía más pequeño escritorio de madera. Ahí es donde debe haber hecho muchas horas de tarea de su escuela de elite. Luego, respira profundo y me mira. Esto no parece bueno.

–Fue una linda Navidad –comento.

–Lo fue, considerando…

–¿Considerando que Big E se está portando como un bastardo con todos?

–No seas irrespetuoso –dice papá, pero se ríe–. Está bien, bastardo es una palabra apropiada.

–La tía Suze dijo que su enfermera renunció.

–Sí. De eso queríamos hablarte.

Miro alrededor. ¿Quiénes querían? La expresión en el rostro de papá lo dice todo: no me gustará lo que viene a continuación.

–Maxie –continúa–. Necesitamos que nos hagas un favor. Es algo grande, pero sé que podrás con la tarea.

Ah, mierda. Me pedirá ayuda para meter a mi abuelo en la ducha.

–Suze y yo contrataremos a una nueva enfermera. Pero tomará algunos días encontrar a alguien. Tengo que regresar al trabajo mañana. Y tu tía tiene que llevar a los chicos de vuelta a casa en Nueva Jersey.

La imagen toma forma. Implica mucho, mucho más que un viejo hombre desnudo en un cuarto de baño.

–Maxie, eres el único de nosotros que no tiene compromisos esta semana…

Adelante, échamelo en cara. Soy el idiota que tenía todo listo para comenzar en Brown y luego, en el último minuto, apenas una semana antes de la orientación de primer año, dijo: Oigan, ¿puedo dejarlo para después?

Una de mis razones para hacerlo era correcta. La otra no. Era tan mala como para opacar la buena. Para hacerme lamentar cada día que no estoy en Providence, Rhode Island. Me guardan el lugar hasta el próximo año, pero debería estar en ese espacio vacío ahora. Llenando cada rincón. Y dejando que me llene a mí.

–Te necesitamos… –sigue mi papá–. No, te estamos pidiendo que tú… te quedes aquí hasta que pueda comenzar la nueva enfermera. Estamos hablando de dos días probablemente, como mucho. Tiene que haber alguien en el apartamento o al menos cerca, en caso de que necesite algo.

–Big E y yo… –comienzo la oración, pero no puedo completarla. No tenemos nada de qué hablar. Él cree que ser un abuelo significa enviarme recortes de revistas que quiere que lea. No estoy seguro siquiera de que yo le agrade.

–Lo sé –asiente papá y, tal vez, en verdad lo sepa–. Mira, no estarás encerrado en el apartamento con él. Puedes salir, hacer tus cosas. Ver una película. Ir a un museo. Solo mantente en el área, en caso de que él llame.

La verdad es que realmente no tengo nada mejor que hacer en casa. Estoy trabajando en una compañía de telemarketing, con la idea de ahorrar todo el dinero posible para la universidad, pero nos dieron la semana libre a todos. Además, si estoy aquí no podré salir con mis amigos de la escuela o ver a mi ex novia, Eliza. Todo está bien.

–Seguro, papá –digo finalmente–. Tienes razón. Tengo que ser yo.

–Eres un gran chico, Maxie –papá me da una palmadita en el hombro–. Siempre se puede contar contigo en un apuro.

Totalmente. Cuando alguien necesita algo, ahí estoy.

Pero ¿dónde estoy cuando nadie necesita nada? ¿Quién soy cuando nadie necesita nada? Esa, amigos míos, es la cuestión.

Una hora más tarde, ambas familias terminaron de empacar y están listas para irse.

A excepción de mí, por supuesto. Yo estoy en la cocina con una enorme taza de café. Mi hermana, Allie, aparece y toma un trago. Ella tiene quince.

–Vaya con Dios, hermano –dice.

–Gracias.

Mamá y la tía Suze me abrazan rápidamente una detrás de la otra. Mis pequeños primos me abrazan, porque la tía Suze les ordena que lo hagan. Papá vuelve a darme una palmadita en el hombro. Big E se quedó dormido en su silla reclinable y no sé qué es más ruidoso, si la televisión o sus ronquidos.

La tía Suze me llama a un costado y repasa la lista de sus medicamentos.

–Él sabe qué tiene que tomar y cuándo. Solo habla con él un par de veces al día para asegurarte de que las tome.

Ya ha vaciado el refrigerador de cualquier cosa que el abuelo no debería comer, y ahora me entrega una pila de menús de restaurantes cercanos, con algunas opciones marcadas. Puedo ordenar el almuerzo y la cena para él de cualquiera de esas opciones. Luego me entrega una lista con los números telefónicos de sus miles de médicos.

–Pero, si no es una emergencia, llámame primero a mí –agrega–. Puedo estar aquí en una hora.

Observo la línea entre sus cejas y comprendo, por primera vez, la cantidad de energía que ella invierte en mi abuelo. Debe ser como tener tres hijos en lugar de dos. Me encuentro superado por compasión y afecto hacia ella. Luego, por alivio. Por poder ser útil.

Y así como así, las dos familias se marcharon. Nadie quiso despertar a Big E, así que se fueron sin despedirse. Eso debe enfurecer al hombre o, tal vez, no le importe en absoluto. Lo miro un momento, su pecho sube y baja con movimientos pesados. Sé que es solo una persona. Él me ha conocido toda mi vida. Compartimos sangre y un segundo nombre.

Tengo un miedo que me cago.

Kendall

Corremos para alcanzar el metro hasta el apartamento de Emerson y Andrew, y no quiero hablar de lo difícil que fue arrastrar mi pesada maleta a través de la estación Grand Central. Ahora estoy recuperándome en un asiento pegado contra la pared. El hombre sentado a mi lado lleva puestas unas gafas Ray-Ban, guantes negros sin dedos y una chaqueta de cuero. Está leyendo un libro en francés y no parece importarle que una chica que jadea y su enorme equipaje estén invadiendo su espacio personal.

Si él fuera un personaje de mi libro, sería como Judd Nelson, de El club de los cinco, pero también el mejor de su clase. Callado y lleno de secretos. Todas las chicas de la escuela se burlarían de él, pero lo desearían en secreto. Una chica en particular estaría obsesionada con las uñas que asoman de esos guantes, porque siempre están limpias y brillantes.

Esta es una cosa que hago: convierto a las personas en personajes de lo que sea que esté escribiendo. Hago un boceto de ellas y luego escribo algunos detalles. Un nombre y el lugar donde viven, lo que hacen, lo que quieren. Pensamientos Parásitos que se arrastran liberados de la nada y de todos lados.

La observación de personas es la razón por la que amo viajar en metro en Nueva York. Además, estoy fascinada de que pueda ser ruidoso y silencioso al mismo tiempo. Fuera del tren, suena como si hubiera universos colisionando y haciéndose añicos, pero dentro del vagón casi nadie habla.

Compruebo mi celular. Tengo un mensaje reciente de mamá.

¿A qué hora regresarás de la ciudad?

Esto es embarazoso. Respondo:

Pasaré la noche en casa de Emerson, te escribo más tarde.

Porque esta es toda la información que tengo para ella y también para mí.

OK, responde ella y, si es que un par de letras pueden lucir enfadadas, estas lo hacen. No la culpo. Estuve fuera por cuatro meses y mamá esperaba que pasáramos un tiempo de calidad de madre e hija. Y esto prueba que soy horrible.

Ella también sabe lo estúpida que es esta idea. ¿Qué voy a hacer en Manhattan? Casi no me queda dinero. Regresé de Europa con veinticuatro dólares y algunas monedas de diferentes países. Monedas que no se sienten del peso indicado, billetes de colores extraños, todos con rostros y nombres que no reconozco (a excepción de la Reina Isabel, duh). Si me encuentro desesperada, los cambiaré. Pero por ahora me gusta verlos en mi cartera, porque se siente como si el resto del mundo estuviera saludándome.

Abro un álbum de fotografías de mi celular que tiene veintisiete imágenes. Recuerdo cuándo me envió Jamie cada una de ellas y dónde estaba y lo que le envié en respuesta. Una fotografía es de la copa de un árbol con hojas rojas y un cielo claro por detrás. La otra es una toma de dos frascos de propina en una cafetería, uno de ellos dice “Invisibilidad” y el otro dice “Volar”. El de Invisibilidad lleva la delantera.

Jamie nunca escribió nada junto con esas fotografías y me alegra, porque no tenía que hacerlo.

Tengo tantas ganas de verlo que lo siento en la base de mi garganta, como acidez, pero más romántico. El número cuatro de mi lista está ahí, ansioso porque lo tache. Ah, qué demonios. Voy viajando en el metro con mi pijama de polar de pingüinos, básicamente no puedo volverme más patética el día de hoy. Encuentro su nombre en mi celular y comienzo a escribir.

Hola, soy Kendall. Espero que hayas pasado una buena Navidad.

Estoy de regreso en la ciudad, ¿quieres que nos veamos?

ENVIAR.

Claro que no se enviará realmente hasta que esté fuera del metro, pero la parte difícil ya está hecha.

–Kendall –grita Emerson sobre el sonido del tren–. ¿Me escuchaste? ¡Bajamos en la próxima parada! –me toca el codo, porque aprendió que es una parte importante para llamar y mantener mi atención.

–Entendido –asiento. No sería la primera vez que me paso de mi parada en el transporte público. Tanto ruido en mi exterior, tanto ruido en mi interior, que podrían pensar que el bramido sería ensordecedor, pero, en realidad, es la cosa más reconfortante que sentí en días.

Más lucha con la maleta y salimos a la calle.

Mierda, estoy de nuevo en una ciudad.

Ha adquirido un poco de magia desde la última vez que estuve aquí. Colores y luz, destellos y brillo. Es increíble lo que las luces eléctricas y la decoración festiva en las ventanas pueden hacerle a una esquina cualquiera. Dos calles y dos pisos por escaleras más tarde, llegamos al apartamento.

–Bienvenida –dice Andrew al abrir la puerta y yo los sigo al interior.

Un gato negro y peludo salta de algún lado y corre a recibirnos.

–¡Louis! –exclama Em mientras deja caer su bolso y levanta al gato–. ¡Papá y papi están en casa!

El apartamento es pequeño y desordenado, pero de un modo que parece cuidadosamente planeado.

–Lindo –comento al mirar alrededor–. En verdad es todo muy lindo.

Por lindo quiero decir, lo quiero. Quiero todo esto.

–¿Quieres ver la habitación de invitados? –pregunta Andrew.

Me guía hacia una puerta, me ofrece una enorme sonrisa y la abre.

Es un armario.

Con una cama adentro. Y ropa colgando de los percheros.

–Eh…

–Esta es toda la razón por la que escogimos este apartamento –explica Andrew con orgullo.

–Ella no parece impresionada –Emerson se acerca a examinar mi rostro.

–Si supiera algo acerca de la clase de viviendas disponibles para un par de chicos en sus veintes como nosotros, lo estaría –dice Andrew.

Estoy impresionada –afirmo–. Han estado hablando de vivir en Manhattan desde cinco minutos después de conocerse y mírense ahora, lo están haciendo. Son adultos.

–Bueno, eso está por verse –dice Andrew mientras mira a Emerson, que está hundiendo su rostro en el pelo del gato–. Pero nos gusta fingirlo. Y, hablando de eso, tengo que cambiarme para ir a la oficina.

Meto mi maleta en el armario. Hay espacio suficiente para pararla ahí, a los pies de la cama, pero no para abrirla. Eh, haré que funcione.

Luego de buscar ropa de verdad y vestirme, encuentro a Emerson sentado en el sofá con el gato dormido sobre su falda. Andrew ya no está.

–Así que –dice Em mientras me siento junto a él–. Adelante, mira tu teléfono otra vez.

–¿Qué quieres decir? –pregunto con una sonrisa.

–Has estado mirando tu teléfono cada seis segundos. ¿Quién es él?

–¿Cómo sabes que se trata de un él?

–Hermana –se ríe–, supe que eras hetero antes de saber que yo era gay.

–Se llama Jamie. Lo conocí el verano pasado. Es amigo del novio de Ari, Camden.

–Ah, uno de esos chicos de Dashwood de los que me hablaste –Dashwood es la escuela privada alternativa a la que asiste Jamie–. Espera, ¿no es el chico que te rompió el corazón al decir que solo le gustabas como amiga?

–No diría que lo rompió. Lo pisoteó un poco, tal vez. Está mucho mejor ahora.

Faltan muchas partes de la historia, pero no puedo ni pensar en ellas sin sentir ganas de vomitar y, ya que no quiero vomitar sobre el genial sofá beige de Emerson, no entraré en detalles.

–Entonces, cuéntamelo todo –insiste–. Necesito vivirlo indirectamente.

–Mientras estaba en París me envió un mensaje de la nada –explico–. Era una fotografía de un hombre asomando por una ventana, con el rostro sobre sus manos. La fotografía tenía toda una sensación de disculpa. Así que le envié otra fotografía en respuesta, una que tomé de una niña con un globo en el jardín de las Tullerías. Desde entonces hemos intercambiado varias.

–¿Solo fotografías? –Emerson levanta las cejas.

–Solo fotografías. Sin mensajes. Sin comentarios de las imágenes.

–Eso es bastante candente –afirma mientras se recuesta en el sofá y acaricia el lomo de Louis.

Sí, lo fue, totalmente. Pero ahora quiero las palabras, las oraciones y los párrafos. Lo quiero todo.

Casi de inmediato, mi teléfono suena.

27 de diciembre