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Ocampo Giraldo, Rodrigo Jesús

Compasión y justicia con los animales / Rodrigo Jesús Ocampo Giraldo.-- Primera edición.-- Cali: Programa Editorial Universidad Autónoma de Occidente, 2019. 168 páginas, ilustraciones.

Contiene referencias bibliográficas.

ISBN: 978-958-8994-74-1

1. Moral 2. Trato de los animales. 3. Derechos de los animales. 4. Filosofía. I. Universidad Autónoma de Occidente.

179.3- dc23

Primera edición, 2019

Autor

© Rodrigo Jesús Ocampo Giraldo

ISBN: 978-958-8994-74-1

ISBN (e): 978-958-8994-75-8

ISBN PDF: 978-958-8994-76-5

Gestión editorial

Dirección de Investigaciones y Desarrollo Tecnológico

Alexander García Dávalos

Jefe del Programa Editorial

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jjserrano@uao.edu.co

Coordinación Editorial

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jjgarcia@uao.edu.co

Correción de estilo

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Diseño y diagramación

Eduard Orozco Ocampo

Imágenes de portada y entradas de capítulo:

image Wassily Kandinsky & Franz Marc.

© Universidad Autónoma de Occidente

Km. 2 Vía Cali - Jamundí, A.A. 2790, Cali, Valle del Cauca, Colombia

El contenido de esta publicación es responsabilidad absoluta de su autor y no compromete el pensamiento de la Institución.

Este libro no podrá ser reproducido por ningún medio impreso o de reproducción sin permiso escrito de las titulares del Copyright.

Personería jurídica, Res. No. 0618, de la Gobernación del Valle del Cauca, del 20 de febrero de 1970. Universidad Autónoma de Occidente, Res. No. 2766, del Ministerio de Educación Nacional, del 13 de noviembre de 2003. Acreditación Institucional de Alta Calidad, Res. No. 16740, del 24 de agosto de 2017, con vigencia hasta el 2021. Vigilada MinEducación.

Diseño epub:
Hipertexto – Netizen Digital Solutions

A mi hijo Emmanuel,

por su nobleza y espíritu inquieto.

CONTENIDO

  Introducción

1.  La pregunta por los deberes con los animales

2.  Animales no humanos e interacción social

3.  El cálculo utilitario del placer y el sufrimiento

4.  Derechos de los animales y deberes de justicia

5.  Simpatía con el animal no humano

6.  Los vínculos sociales de la empatía y la cooperación

7.  Simpatía, compasión y sentimiento de justicia

8.  Florecimiento, vulnerabilidad y prácticas del cuidado

  Epílogo

  Bibliografía

INTRODUCCIÓN

La relación con los animales no humanos suele centrarse en definir si ellos poseen un valor intrínseco o cualidades dignas de admiración, y si el reconocimiento de dicho estatus o cualidades conducen a un sentido de la responsabilidad moral de manera análoga, como ocurre en la interacción humana.

En este trabajo se intenta reorientar el enfoque de estas reflexiones sosteniendo que el sentido ético del respeto y el compromiso con los animales no humanos es principalmente una representación de orden relacional, inmersa en un escenario de vínculos emocionales. Tal escenario consiste en el dinamismo de afecciones de interés y de sentimientos morales de compasión, benevolencia y justicia, constituyentes de una condición subjetiva necesaria para asumir encuentros valorativos auténticos, cultivo de virtudes y sentidos del deber con un mundo no humano. Lo anterior conduce a plantear algunas preguntas: ¿qué significa pensar en términos de consideración moral en la relación con los animales?, ¿es indispensable reconocer formalmente un estatus moral a organismos no humanos para concederles consideración moral?, ¿cómo se derivan compromisos y responsabilidades de la consideración moral hacia los animales no humanos?, ¿cómo opera la simpatía, la compasión y la justicia en algunas concepciones éticas al momento de dar cuenta del encuentro con los animales no humanos?

Para abordar las cuestiones enunciadas, el presente trabajo parte de la tradición deontológica kantiana y el contractualismo de Carruthers, para identificar sus alcances al momento de dar cuenta de la consideración y el compromiso moral hacia los animales. Básicamente, se rastrea cómo los sentimientos de simpatía y de benevolencia operan en ambos enfoques para dar razón de deberes indirectos hacia los animales. También se indagan las concepciones utilitarista de Singer y de los derechos en Regan para identificar sus argumentos a favor del reconocimiento de un estatus moral en los animales no humanos. Se analiza igualmente en qué medida los sentimientos de compasión y justicia operan al momento de explicar deberes y derechos, señalando las limitaciones de tales perspectivas para hacer extensiva la consideración moral a un universo amplio de organismos no humanos.

Posteriormente, se retoma la tradición de Hume y Smith, en torno a la simpatía y la justicia, y su lectura actual a partir de los aportes de De Waal y Bekoff, para pensar por vía analógica la condición del animal no humano. Se tiene en cuenta la función de la empatía en la cooperación y reciprocidad humanas, y en la interacción de algunos animales no humanos. La apertura a la motivación moral atendiendo a un cuerpo emocional y afectivo, conduce a recuperar el pensamiento de Schopenhauer en torno a la compasión y al sentimiento de justicia, y a precisar las diferencias entre empatía, simpatía y benevolencia, entre otras disposiciones ético-afectivas. Se suma la crítica de Tugendhat a la compasión de Schopenhauer, con base en la distinción entre sentimientos naturales y sentimiento moral.

El contraste establecido por Schopenhauer entre las virtudes de la caridad y las virtudes de la justicia, cuya base común es la compasión, contribuye a abordar en el último capítulo los deberes de benevolencia y de justicia hacia los animales no humanos, según una perspectiva de los sentimientos morales identificable en las posturas de Nussbaum y MacIntyre. El enfoque neoaristotélico de los fines, las virtudes, el florecimiento y las capacidades, permite traducir la cuestión de la consideración moral hacia los animales en clave de una justificación ético-afectiva de la responsabilidad y la protección. Es decir, el juicio teleológico se ve ligado a la aceptación de intuiciones sobre la realización y, por ende, es susceptible al desarrollo de sentimientos definidos de asombro, interés y simpatía frente a la identificación, por vía analógica, de la persecución de fines en organismos no humanos.

A lo largo de esta obra se resalta cómo la función del interés en el encuentro con animales no humanos, asume una perspectiva ética por cuanto conduce a atender la adopción de un giro emocional, es decir; una reorientación de la racionalidad para poder conjugar diferentes formas y gradaciones, sentimientos y capacidades empáticas. Se trata por ello de dilucidar un sentido de la consideración moral para con los animales no humanos, en clave de su relación con afectaciones de agrado y desagrado (donde prima el interés o el rechazo), de analogías (basadas en la imaginación y la intuición), de capacidades empáticas (soportadas en narrativas del cuidado de organismos no humanos), y de sentimientos morales de benevolencia y de justicia (atendiendo a una sanción interna o conciencia sensible a lo vulnerable, lo floreciente y lo dependiente).

En síntesis, en el presente trabajo se argumenta sobre la existencia de un núcleo básico de sentimientos morales y experiencias emocionales asociadas a estos, presentes en la tradición filosófica deontológica, contractualista y utilitarista, caracterizada por un marcado racionalismo. También se evalúa cómo las éticas vinculadas de forma más directa a la tradición de los sentimientos, caso de las concepciones de Hume, Smith y Schopenhauer, pueden ser recuperadas para nutrir el pensamiento animalista en su propósito de explicar un encuentro con los animales no humanos significado moralmente. En general, se sostiene que la recuperación de la mediación sentimental en la ética, permite un escenario reflexivo para promover un mayor diálogo y aproximar concepciones interpretadas como distantes y hasta antagónicas, caso de las éticas del deber, los derechos, las virtudes y la felicidad, sin negar por ello sus diferencias en la forma de comprender la función de la dimensión socio-normativa y subjetiva-emocional.

Esta aproximación se logra por vía del vínculo de la consideración moral con la actitud y el comportamiento expuesto en el encuentro: más allá de los problemas sobre el valor intrínseco, el estatus moral de los animales, y de las razones por las cuales expresar consideración hacia ellos, las teorías éticas estudiadas aceptan una serie de sentimientos con potencial subyacente para dar cuenta de cuidado y protección al identificar en los animales cualidades dignas de estima o aprecio, de manera independiente al ámbito de fundamentación de lo moral del cual parten. Estos sentimientos pueden reconocerse siendo resultado de la evolución biológica humana, o producto de un proceso de refinamiento mediado por la cultura, o constituyendo una realidad intrínseca simplemente innata. Sin embargo, lo relevante es comprender cómo se despliegan y determinar sus alcances para esperar sociedades conformadas por individuos cada vez más dispuestos a manifestar actitudes y acciones respetuosas con los animales no humanos.

Por último, cabe señalar que la presente obra retoma productos de investigación del proyecto Fronteras de la consideración moral: disposiciones ético-afectivas y encuentro con la naturaleza, orientado por el profesor Sergio Muñoz en el marco del doctorado en Filosofía de la Universidad de Antioquia. En este sentido, deseo expresar mi gratitud a todos aquellos estudiantes y profesores con los cuales pude dialogar o presentar avances de este trabajo en seminarios, cursos y coloquios. De igual manera, es importante reconocer cómo parte de esta investigación fue posible gracias a la comisión de estudios gestionada desde la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Autónoma de Occidente. También expreso mi profundo agradecimiento a familiares y amigos por su motivación y apoyo ,en especial el inspirador espíritu de cuidado y cariño de mi esposa e hijos.

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Combinación de Obras:

“The Red Deer” (arriba)

“Affenfries” (abajo)

Franz Marc

En la ética kantiana se establece una distinción entre el sentimiento patológico y el moral. Mientras el primero depende de resortes sensibles, el segundo posibilita el respeto por la ley moral, siendo por ello indispensable en la configuración de la comunidad humana. El problema se da cuando se evalúan las posibilidades de extender sentimientos de respeto, benevolencia y compasión en el encuentro con el animal no humano y con la naturaleza. Dichos sentimientos operan de cara al desarrollo de la moralidad humana con lo cual se restringe su potencial para dirigirlos hacia organismos no humanos. Por esto cobra importancia el sentimiento de lo agradable y la apreciación de lo bello y lo sublime en la naturaleza, asociados a sentimientos estéticos de asombro, admiración y respeto. Ellos constituirán experiencias subjetivas importantes para valorar a un mundo no humano, pero están por fuera del ámbito de la ética. El sentido de la responsabilidad hacia los animales no humanos y la naturaleza se despliega entonces de forma indirecta para contraponerse a una inclinación al mal: el perverso espíritu de destrucción (spiritus destructionis) censurable tanto si se dirige al mundo social como al natural.

El enfoque kantiano de la consideración moral.

Una parte de las concepciones morales interesadas en la relación del ser humano con animales no humanos y con entidades naturales no sentientes, caso de los árboles y los bosques, se enmarca en la perspectiva deontológica inaugurada por Kant, por posibilitar algunos argumentos justificadores de consideración moral hacia ellos. En La Metafísica de las Costumbres Kant diferencia efectivamente cuatro tipos de deberes según el objeto hacia el cual se dirigen: uno mismo, los demás, organismos infrahumanos (plantas, animales) y seres sobrehumanos (ángeles, Dios) (Kant, 1993: 272). Mientras los deberes para con Dios sobrepasan los límites de la razón práctica, y, por ende, forman parte de un credo religioso, los deberes con animales y plantas cobran sentido moral al constituir una extensión de los deberes hacia sí mismo. En otras palabras, entre los deberes del ser humano hacia sí mismo se encuentra deberes indirectos, como es el caso de tratar con benevolencia a los animales, pues, argumenta el filósofo de Könisberg, un individuo con disposición a maltratar a los irracionales, seguramente desarrolla tendencias a ejercer violencia contra un semejante.

Kant también sostiene la posibilidad de pensar un deber indirecto de proteger y cuidar las plantas, en tanto ello promueve una especial sensibilidad para lo moral. El siguiente pasaje brinda especial claridad sobre esta concepción atendiendo el hecho de que son realmente escasas las referencias a deberes hacia no humanos en sus escritos:

Con respecto a lo bello en la naturaleza, aunque inanimado, la propensión a la simple destrucción (spiritus destructionis) se opone al deber del hombre hacia sí mismo: porque debilita o destruye en el hombre aquel sentimiento que, sin duda, todavía no es moral por sí solo, pero que predispone al menos a aquella disposición de la sensibilidad que favorece en buena medida la moralidad, es decir, predispone a amar algo también sin un propósito de utilidad (por ejemplo, las bellas cristalizaciones, la indescriptible belleza del reino vegetal). Con respecto a la parte viviente, aunque no racional, de la creación, el trato violento y cruel a los animales se opone mucho más íntimamente al deber del hombre hacia sí mismo, porque con ello se embota en el hombre la compasión por su sufrimiento, debilitándose así y destruyéndose paulatinamente una predisposición natural muy útil a la moralidad en la relación con los demás hombres; si bien el hombre tiene derecho a matarlos con rapidez (sin sufrimiento) o también a que trabajen intensamente, aunque no más allá de sus fuerzas (lo mismo que tienen que admitir los hombres), son, por el contrario, abominables los experimentos físicos acompañados de torturas, que tienen por fin únicamente la especulación, cuando el fin pudiera alcanzarse también sin ellos. –Incluso la gratitud por los servicios largo tiempo prestados por un viejo caballo o por un perro (como si fueran miembros de la casa) forma parte indirectamente del deber del hombre, es decir, del deber con respecto a estos animales, pero si lo consideramos directamente, es sólo un deber del hombre hacia sí mismo. (Kant, 1993: 309, 310)

Kant no acepta un estatus moral en los animales. Ciertamente está de acuerdo en mantener consideración hacia ellos, pero esto justificado desde un deber moral del ser humano para consigo mismo. La relación con los animales es meramente instrumental. La comunidad moral se desenvuelve propiamente a partir del reconocimiento entre seres racionales quienes tienen la facultad de ejercer una voluntad libre y autonomía moral, por lo cual no es extraño que finalice La Metafísica de las Costumbres enfatizando en la imposibilidad de ampliar la ética hacia deberes más allá de las interrelaciones humanas (Kant, 1993: 371). Con todo, cabe reconocer que la articulación del deber con los sentimientos de la compasión, la benevolencia y la gratitud1 resulta significativa para evaluar el alcance de esta propuesta, por cuanto no es ajena a la mediación de la sensibilidad al momento de aceptar obligaciones morales indirectas con seres sentientes no humanos y con el entorno vital natural.

La gratitud a los animales domésticos por sus servicios y la compasión por su sufrimiento, descansa en una perspectiva antropocéntrica de la obligación ética, en la cual confluye el juicio y el sentimiento. El móvil moral del cumplimiento del deber del hombre hacia sí mismo, como agente racional, conduce a la autoimposición de límites en la utilización de animales para experimentos y al rechazo de toda inclinación de destrucción hacia la naturaleza. Respecto a la superación de esta inclinación destructora, de la flora y la fauna, el punto de vista kantiano tiene presente la relación entre ética y estética2. La apreciación estética de la naturaleza resulta indispensable en la regulación de las relaciones con paisajes y sus elementos constituyentes (árboles, montañas, ríos).

El encuentro con organismos no sentientes, esto es, incapaces de la experiencia del placer y el dolor, impide sustentar deberes indirectos con base en la expresión del sentimiento de la compasión. Pero el asombro y el respeto por la diversidad de las formas y su belleza, contribuye a la educación de la sensibilidad para lo moral. La naturaleza no sentiente es objeto de apreciación estética y por ende, es generadora de sentimientos de agrado por la contemplación de lo bello y lo sublime en ella. Tal apreciación dispone el ánimo de cada individuo para estimar representaciones de lo real sin restricciones a un valor de uso.

Los sentimientos son experiencias subjetivas distintas a las sensaciones o representaciones objetivas de los sentidos: “El color verde de los prados pertenece a la sensación objetiva […] el carácter agradable del mismo, empero, pertenece a la sensación subjetiva, […] al sentimiento […]” (Kant, 2007: 118). Así, la inclinación a destruir la naturaleza va en contra del deber del ser humano para consigo mismo, por cuanto debilita la disposición sensible a amar “sin un propósito de utilidad”, en este caso, la belleza y la majestuosidad del entorno natural. Esta disposición es importante para el desarrollo de la moralidad, pues cultiva en el espíritu la cualidad de apreciar algo por su valor intrínseco, caso de la dignidad humana.

Por su parte, el sufrimiento de los animales se convierte en un móvil para acciones de consideración y protección, resultando fácil para el deontologismo kantiano rechazar experimentos con ellos, cuando son acompañados de crueldad y torturas.

El pensador de Könisberg reconoce también un derecho del ser humano a matar animales de forma rápida y sin causar dolor, quizá teniendo en cuenta las necesidades de consumo de la sociedad. pPero con todo, acepta un principio obligante de compasión para los animales domésticos o expuestos a abusos con fines investigativos, y para aquellos destinados al sacrificio para cubrir necesidades humanas, atemperando con ello, el derecho a matar por razones de subsistencia.

Las disposiciones morales3.

El trato adecuado a plantas, bosques, montañas y animales favorece disposiciones del ánimo necesarias para asumir deberes hacia sí mismo y los demás, y por ende, para el desarrollo de la moralidad. Kant reconoce cuatro disposiciones morales para posibilitar la acción bajo la guía del deber: la conciencia moral, el sentimiento moral, el amor al prójimo y el respeto por sí mismo o autoestima (Kant, 1993: 253). A partir de ellas se establece un puente entre el precepto objetivo racional y el dinamismo interno necesario para su incorporación y práctica.

Las disposiciones morales hacen posible la afectación del sujeto ante la representación de la ley moral, son condiciones subjetivas de la receptividad del ánimo para el concepto de deber. Por esta vía, la deontología kantiana logra sustentar deberes indirectos hacia los animales y la naturaleza, por cuanto el cumplimiento de ellos permite cultivar cualidades del carácter cuyo desarrollo es necesario para consolidar una auténtica actitud interna para lo moral.

Kant no desconoce el papel del sentimiento al momento de valorar la moralidad de la acción. Si bien el incentivo para la acción sólo puede descansar en una recta voluntad que busca someterse a los dictados de la ley moral interna, representada por la razón práctica4, no se desconoce el lugar importante ocupado por el sentimiento moral para buscar realizar lo que incondicionalmente es impuesto por el ejercicio de la racionalidad. Como experiencia subjetiva, cabe esperar de la conciencia de una acción realizada por deber5, un sentimiento de agrado, el cual no es patológico ni sensible. Igualmente, se espera de una acción contraria al deber, un sentimiento de desagrado. Esto es claro en la definición kantiana del sentimiento moral: “receptividad para el placer o el desagrado, que surge simplemente de la conciencia de la coincidencia o la discrepancia entre nuestra acción y la ley del deber”. (Kant, 1993: 254).

Si bien dichos sentimientos de agrado o desagrado no pueden constituir por sí mismos el parámetro orientador de la acción auténticamente moral, permiten explicar una mediación sentiente entre la representación de lo debido y el mundo de la acción ética, entre la razón y la sensibilidad (Ware, 2010: 126). Efectivamente, el actuar moral como experiencia psicológica, no se da de forma inmediata una vez es apreciado el deber por medio de la razón, pues existe un elemento dinamizador, el sentimiento:

[...] toda determinación del arbitrio va desde la representación de la posible acción hasta la acción, a través del sentimiento de placer o desagrado, al tomar un interés en ella o en su efecto; en tal caso el estado estético (la afección del sentido interno) es o bien un sentimiento patológico o bien un sentimiento moral. – El primero es aquel sentimiento que precede a la representación de la ley, el último, aquel sentimiento que sólo puede seguirla. (Kant, 1993: 254)

Una acción moral no puede desprenderse de un sentimiento patológico porque el incentivo deja de ser la ley moral, para basarse en una representación confusa o romántica de ella, es decir, dependería de estados fluctuantes del ánimo. Esta condición anímica revela por ello un fundamento poco confiable para propiciar la perseverancia de quien experimenta una auténtica revolución moral o conversión de la voluntad. En otras palabras, si bien el sentimiento moral media entre la representación del deber y la acción, los principios morales se establecen a partir de conceptos de la razón basados en el deber mismo, y no en sentimientos entendidos como producto del entusiasmo, por ser inestables (Kant, 1981: 216, 217). Pero la acción moral soportada en el cumplimiento del deber por respeto a la ley moral, requiere un sentimiento práctico para ser llevada a cabo, un sentimiento no patológico de agrado o satisfacción por la acción correcta, lo cual a su vez robustece la conciencia moral.

El sentimiento moral es susceptible de vincularse con el buen trato a los animales y el cuidado hacia la naturaleza por medio de la experiencia estética. Precisar tal vínculo implica comprender cómo las emociones sensibles de agrado son generadas por los sentimientos de lo sublime y de lo bello6:

La vista de una montaña cuyas nevadas cimas se alzan sobre las nubes, la descripción de una tempestad furiosa […] producen agrado, pero unido a terror; […] la contemplación de campiñas floridas, valles con arroyos serpenteantes, cubiertos de rebaños pasteando, […] proporcionan también una sensación agradable, pero alegre y sonriente […] Altas encinas y sombrías soledades en el bosque sagrado son sublimes; platabandas de flores, setos bajos y árboles recortados en figuras son bellos […] Lo sublime conmueve, lo bello encanta. (Kant, 1982: 13, 14)

La consideración moral basada en los sentimientos de lo bello y lo sublime, generados por la contemplación de la naturaleza, implica aceptar la existencia de una facultad para apreciar favorablemente la belleza, y tal es el caso del gusto estético. Por medio de este se vincula el juicio con el sentimiento moral, contribuyendo al despliegue de actitudes y comportamientos de cuidado y protección hacia lo representado como digno de admiración y respeto. Sin embargo, los sentimientos de agrado o desagrado explicados por la facultad del gusto estético distan de la peculiaridad del sentimiento moral: “

La satisfacción en una acción por causa de su carácter moral no es […] placer alguno del goce, sino de la propia actividad y de su conformidad con la idea de su determinación. Ese sentimiento, que se llama el sentimiento moral, exige empero conceptos y expone, no una finalidad libre, sino una finalidad legal […].” (Kant, 2007: 216).

El placer en lo sublime, soportado en ideas de la razón, y, en lo bello, caracterizado por su independencia de fines (Kant, 2007: 216), dista de la sensación de agrado producida por el sentimiento moral por cuanto la complacencia de este se asocia a la idea de un bien no subordinado a la representación estética.

La compasión a animales y su protección, así como el cuidado de plantas y de paisajes naturales, son deberes indirectos cuya realización expresa un tipo de virtud catalogada como bella, más no necesariamente moral. En contraste, están las virtudes sublimes producto de las acciones realizadas por deber en un escenario de relaciones simétricas. Ciertamente la contemplación de la naturaleza puede propiciar el sentimiento moral, pero este es distinto a los sentimientos de lo bello orientados por la satisfacción del gusto sensible y conducentes al extravío en pasiones (Kant, 2007: 223, 224). La relación del sentimiento moral con la contemplación de la naturaleza se da pues en otros términos, pues no dependerá de la sensibilidad sino de la representación inmediata de su valor:

[…] tomar un interés inmediato en la belleza de la naturaleza (no sólo tener gusto para juzgarla), es siempre un signo distintivo de un alma buena […] cuando ese interés es habitual y se une de buen grado con la contemplación de la naturaleza, muestra al menos una disposición de espíritu favorable al sentimiento moral.” (Kant, 2007: 224).

De manera análoga a como el trato benevolente y compasivo a los animales promueve sanas disposiciones para lo moral, la contemplación de la naturaleza, de sus bellas formas, más que de su encanto empírico, dispone al desarrollo de sentimientos morales, los cuales repercuten no sólo en la adopción de los principios morales en la relación consigo mismo y con los demás, sino, igualmente, en el cumplimiento de deberes indirectos hacia la naturaleza. La contemplación que descansa en un interés intelectual más que empírico, implica un modo de pensar moralmente bueno, y por ende, contribuye al desarrollo de la moralidad (Kant, 2007: 224, 225). Así,

[…] no puede el espíritu reflexionar sobre la belleza de la naturaleza, sin encontrarse, al mismo tiempo, interesado en ella. Pero ese interés es, según la afinidad, moral, y quien lo toma por lo bello de la naturaleza no puede tomarlo más que en cuanto ya anteriormente haya fundado bien su interés en el bien moral. A quien interese, pues, inmediatamente la belleza de la naturaleza, hay motivo para sospechar en él, por lo menos, una disposición para sentimientos morales buenos. (Kant, 2007: 226).

No se trata entonces de que la apreciación estética de la naturaleza provoque un interés por su atención y cuidado, sino, más bien, que el interés fundado en el bien moral permite desarrollar un interés por el bienestar del mundo natural, reconociendo su belleza y majestuosidad como cualidades valiosas por sí mismas, e independientemente del agrado o placer que susciten. El sentimiento moral es inherente a la condición humana y el cuidado de la naturaleza lo desarrolla. La cuestión del interés en su relación con lo agradable y lo bueno es introducida por Kant en los siguientes términos:

Bueno es lo que, por medio de la razón y por el simple concepto, place. Llamamos a una especie de bueno, bueno para algo (lo útil), cuando place sólo como medio; a otra clase, en cambio, bueno en sí, cuando place en sí mismo. En ambos está encerrado siempre el concepto de un fin, por lo tanto, la relación de la razón con el querer (al menos posible) y consiguientemente, una satisfacción en la existencia de un objeto o de una acción, es decir, un cierto interés.” (Kant, 2007: 119).

Ahora, la satisfacción en lo bueno es distinta a la satisfacción en lo bello, -la cual no depende de un concepto de la razón, pero sí de la reflexión sobre un objeto, y place de manera inmediata-, y a la satisfacción en lo agradable, la cual si bien place también de forma inmediata, dependerá de la sensación, del sentido, en vez de un concepto de la razón, caso de lo bueno.- (Kant, 2007: 119). Esta distinción entre lo bueno, lo bello y lo agradable, no impide asociarlas. El deleite en la apreciación estética de la naturaleza, puede ser considerado como bueno para relajar los sentidos, con lo cual dicho deleite queda en función de lo bueno-útil. En este caso, la experiencia de lo agradable en el encuentro con una exuberante y colorida vegetación, se cataloga como buena al enlazarse con el concepto de un fin y, por ende, con un objeto de la voluntad.

De lo anterior se puede deducir además, que una sensación de repugnancia o de desagrado por un animal herido, no tiene por qué conducir necesariamente a un interés negativo o, de rechazo, buscando la forma de deshacerse de tal ser. Por el contrario, este espectáculo “desagradable”, puede despertar un interés moral, de atracción, por cuanto puede mediar un concepto de la razón, esto es, lo bueno-útil, entendido en su relación con una voluntad deseosa de aliviar el dolor y el sufrimiento del animal moribundo.

En esta representación del bien, media igualmente la compasión. El problema con el enfoque kantiano consistirá en su representación de la moralidad: esta sólo depende de la representación del deber y no de la compasión suscitada. Si el móvil de la acción es la compasión, puede ser una buena obra, pero no una auténticamente moral, en tanto ella debería descansar necesariamente en principios de la razón. Con todo, una es la compasión resultado de una representación del bien moral, y otra es la compasión suscitada por mera inclinación o sentimentalismo. Esta última puede resultar peligrosa, pues en aras de tal compasión pueden perfilarse fácilmente, actos moralmente censurables. Pero tanto para el caso del cumplimiento del deber según principios universalizables, como para el caso de la compasión no patológica, existe el interés por cumplir con un bien, y por ende, media necesariamente un sentimiento moral. El sentimiento se da en relación con un objeto, y por ende, a partir de un interés.

La motivación para la acción moral depende de intereses, estos intereses son emocionales y no dependen únicamente de conceptos de la razón para justificar una obligación o consideración moral sino, principalmente de juicios del entendimiento vinculados al sentimiento moral y al gusto.

En este orden de ideas, se puede ver en la vergüenza y en la culpa, sentimientos negativos, los cuales revelan un sentimiento moral, cuando son resultado de una conciencia de daño, causado, por ejemplo, a un ser sentiente. Esto se explica en tanto para Kant, la receptividad del ánimo para atender el sentimiento moral, se funda en el ejercicio de la facultad para juzgar la sensibilización de ideas morales, todo lo cual permite pensar en un placer, declarado por el gusto, valedero para la humanidad en general, (Kant, 2007: 288), es decir, un placer interno, no sensible, producto del gusto moral y del interés por su cultivo.

La contemplación de la naturaleza se realiza en atención a las modificaciones de la luz y el sonido, las cuales pueden ser significadas como una comunicación de ella. Kant, por ejemplo, asocia el color blanco con la inocencia, y asigna a cada color del espectro la capacidad de disponer a la representación de algunas ideas: rojo; sublimidad, naranja; audacia, amarillo; franqueza, verde; afabilidad, celeste; moderación, azul; firmeza, violeta; ternura, (Kant, 2007: 227). Curiosamente, el verde, color peculiar del mundo natural, es asociado a lo suave y a lo amable, características ambas de una virtud considerada bella, femenina. Este encuentro con lo bello en la naturaleza por vía de la apreciación de su colorido se asocia con el juicio moral a partir de la analogía:

[…] los colores son llamados inocentes, modestos, tiernos, porque excitan sensaciones que encierran algo análogo a la consciencia de un estado de espíritu producido por juicios morales. El gusto hace posible, por decirlo así, el tránsito del encanto sensible al interés moral habitual, […].” (Kant, 2007: 286).

La derivación de un interés por la naturaleza no descansa en una facultad del juicio estético como lo es el gusto, sino en una facultad del juicio intelectual, como el sentimiento moral, pues este se desprende de una satisfacción a priori, la cual se hace ley (Kant, 2007: 225, 226). De ahí que se concluya que:

“[…] la verdadera propedéutica para fundar el gusto es el desarrollo de ideas morales y la cultura del sentimiento moral, puesto que solo cuando la sensibilidad es puesta de acuerdo con este, puede el verdadero gusto adoptar una determinada e incambiable forma.” (Kant, 2007: 288).

La contemplación de la unidad de la forma, el color y el sonido, en un organismo o paisaje, revelarán variados patrones de belleza, pero ello no opaca el sentimiento de lo bello en cuanto descubrimiento del juicio reflexivo, en su búsqueda de la universalidad.

Por otra parte, para el caso de los animales, por analogía con la experiencia intersubjetiva humana, el impulso compasivo pocas veces se subordina a estrictas obligaciones morales, con lo cual la compasión resulta débil y ciega, hasta el punto de contravenir deberes de justicia (Kant, 1982: 24). Un sentimiento compasivo, inclinando a contribuir económicamente con las medicinas para un animal herido, puede contradecir un deber de justicia, si el dinero usado estaba destinado a cubrir otro compromiso previamente adquirido.

El sentimiento universal de simpatía (Kant, 2007: 287), entendido como capacidad propiamente humana, pareciera poco confiable como regulador de la acción en sentido moral. Los sentimientos de amor y respeto al prójimo, importantes para comprender los deberes hacia los demás, resultan contradictores, en algunos casos, de la obligación moral, y con mayor razón dejan de operar al atender el mundo no humano, en tanto el amor moral y el respeto sólo cobran sentido a partir del reconocimiento de un estatus moral, de una dignidad intrínseca. En adelante, cabe argumentar sobre lo desafortunado de este desarrollo de perspectiva, máxime si puede resultar incoherente con la forma como Kant concibe la operación de estos sentimientos.

Amor y respeto en el encuentro con los animales y la naturaleza.

El amor al prójimo es visto como una disposición moral despertada de forma indirecta, a partir del deber de hacer el bien a los demás. En efecto, no tiene sentido hablar de un deber de amar a los demás, ya que, si el amor es un sentimiento, no puede estipularse una obligación asumirlo7. Esta disposición, junto con el respeto por sí mismo o autoestima, tienen por base el sentimiento moral. A igual que la conciencia moral, dicha disposición puede ser desconsiderada por muchos, quienes llegan incluso a la misantropía (-odio o repulsión por sus semejantes)-. Pero así como la autoestima, vista como disposición de ánimo, hace posible hablar de deberes hacia sí mismo, la disposición del amor al prójimo, la cual se desenvuelve a partir del deber de benevolencia o filantropía, hace posible hablar de toda otra clase de deberes hacia los demás.

El deber de benevolencia y el amor al prójimo son expresión del imperativo de hacerle el bien a sujetos con la dignidad y autonomía que reconozco en mí, siendo todos así miembros de una comunidad moral.

El amor como sentimiento práctico o benevolencia se convierte en precepto moral por cuanto es imperativo hacer el bien a los demás, así no los amemos en el sentido de complacencia hacia ellos. Este último es patológico, y no reside en la voluntad sino en la inclinación, es decir, en las sensaciones. El verdadero amor surge de un reconocimiento a los semejantes que conduce a hacerles el bien:

Hacer el bien es un deber. Quien lo practica a menudo y tiene éxito en su propósito benefactor, llega al final a amar efectivamente a aquél a quien ha hecho el bien. Por tanto, cuando se dice: ‘debes amar a tu prójimo como a ti mismo’, no significa: debes amar inmediatamente (primero) y mediante este amor hacer el bien (después), sino: ¡haz el bien a tu prójimo y esta beneficencia provocará en ti el amor a los hombres (como hábito de la inclinación a la beneficencia)! (Kant, 1993: 258).

El amor al prójimo es una disposición que sólo se desarrolla a partir de buscar cumplir con el deber de hacer el bien a los demás. Y a su vez, acatar este deber implica tener un sentimiento moral entendido como disposición del ánimo o condición de la receptividad del libre arbitrio, inherente al ser humano. El sentimiento de respeto por sí mismo y por los demás no se encuentra disociado del sentimiento del amor propio (–no egoísta)-, y por los otros. La disposición subjetiva del respeto interactúa con el amor y están a la base del interés por el cuidado de sí y de los demás.

Ahora, si hay un sentimiento de respeto por la ley moral, este implica necesariamente un sentimiento de amor por ella, por buscar cumplirla por ella misma. No se puede buscar cumplirla por ella misma si no se ama. Este amor, según se indicó, no es patológico, basado en la complacencia, sino práctico, moral. Si así no fuera, insiste el filósofo de Könisberg, cualquiera podría excusarse ante la ley moral con el pretexto de las incomodidades o perjuicios que le podría traer su cumplimiento. La interacción entre el amor y el respeto es considerada en el marco de los deberes hacia los demás, en los siguientes términos:

El amor y el respeto son los sentimientos que acompañan a la práctica de estos deberes (hacia otros). Pueden examinarse por separado (cada uno por sí solo) y también existir de este modo...Ahora bien, en el fondo, según la ley, están siempre unidos en un deber; pero sólo de tal modo que el principio lo constituye en el sujeto ora un deber ora el otro, quedando el otro ligado a él de un modo accesorio. (Kant, 1993: 316, 317)

Kant es enfático en aclarar que este sentimiento de amor al que se refiere es peculiar, igual que el sentimiento de respeto:

[...] no entendamos aquí el amor como un sentimiento (estéticamente), es decir, como un placer experimentado por la perfección de otros hombres, no lo entendemos como amor de complacencia [...] sino que tiene que concebirse como una máxima de benevolencia (en tanto que práctica), que tiene como consecuencia la beneficencia. Exactamente lo mismo hemos de decir del respeto que tenemos que manifestar a otros: que no entendemos simplemente el sentimiento que surge al comparar nuestro propio valor con el de otro...sino sólo una máxima de restringir nuestra autoestima por la dignidad de la humanidad en la persona de otro, por tanto, el respeto en sentido práctico. (Kant, 1993: 318)

Según lo anterior, no es contradictorio aceptar que en la acción moral no sólo subyace la representación del deber como imperativo de la razón a la voluntad libre, sino además, una peculiar disposición de ánimo o receptividad para que la voluntad actúe conforme a la razón práctica. Los sentimientos de amor y respeto en sentido práctico, junto con la conciencia moral, hacen posible la afectación del ánimo ante la representación de la ley moral; son condiciones subjetivas de la receptividad para asumir el imperativo del deber. Ellas no se adquieren, hacen parte de la condición humana, aunque su desenvolvimiento varía en cada persona en atención a sus decisiones, actitud, y factores socio-culturales de existencia.

Dado que estas disposiciones son favorecedoras del desarrollo moral, y su fomento hace posible pensar en el progreso de la sensibilidad ética, cabe cuestionar su escasa atención para justificar su orientación hacia los animales y la naturaleza, y para precisar su función al determinar un interés no limitado por la sola representación del beneficio moral humano. La aceptación de disposiciones morales permite comprender la estrecha relación entre el cumplimiento del deber y el sentimiento moral, entre el precepto objetivo racional y el dinamismo subjetivo necesario para su incorporación y práctica. Por lo tanto, no habría razón para limitar las dinámicas de los sentimientos de amor práctico y respeto a las relaciones entre miembros de la especie humana, y negar sus posibilidades de ser dirigidos hacia los animales y la naturaleza, por cuanto tales sentimientos se vinculan con el interés por el bien moral como representación de la razón dirigida a cualidades dignas de admiración y a propiciar el bienestar de un otro. La dificultad kantiana de extender más allá de la comunidad moral los sentimientos de amor y respeto, se sostiene incluso introduciendo un juicio teleológico de la naturaleza:

Podemos considerar como un favor que la naturaleza nos ha hecho, el que haya esparcido con tanta abundancia belleza y encanto, además de utilidad, y podemos amarla por ello, así como considerarla con respeto, a causa de su inmensurabilidad, y sentirnos ennoblecidos nosotros mismos en esa contemplación; completamente como si la naturaleza hubiera levantado y adornado su magnífico teatro propiamente con esa intención. (Kant, 2007: 313)

Los sentimientos de amor y respeto se derivan ahora de la idea de unos fines hacia los cuales se dirigen el mundo natural y los organismos que lo configuran, como es el caso de su contemplación y disfrute por parte del ser humano. Se ama la naturaleza por el beneficio y deleite que representa, y se respeta por su sublimidad, es decir, el entorno natural cobra valor ya por un juicio sensible instrumental, o ya por un juicio estético. De nuevo, queda vedado el reconocimiento de valores no instrumentales por parte de la naturaleza y la representación de amor y respeto moral a partir de ellos. Si bien son posibles sentimientos de amor y respeto hacia la naturaleza, estos pierden una connotación moral por cuanto son resultado de una experiencia sensible centrada en la utilidad, o de una apreciación estética cuya finalidad es el goce o la contemplación desinteresada8Kant, 2007