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Fotografía de portada:
Selma Ancira

LEV TOLSTÓI
Aforismos

BIBLIOTECA UNIVERSITARIA DE BOLSILLO

Lev Tolstói

Aforismos

Selección, traducción y prólogo
SELMA ANCIRA

Cronología
RICARDO SAN VICENTE

Fondo de Cultura Económica

FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

Primera edición, 2019
Primera edición electrónica, 2019

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ÍNDICE

A modo de prólogo

Nota del autor a la edición de El camino de la vida (1911)

AFORISMOS

      I. La fe

     II. El alma

    III. Una sola alma para todos

     IV. Dios

      V. El amor

    VI. Pecados, tentaciones y supersticiones

   VII. Los excesos

  VIII. La lujuria

    IX. La holgazanería

     X. La avaricia

    XI. La ira

   XII. La soberbia

    XIII. La desigualdad

     XIV. La violencia

      XV. El castigo

    XVI. La vanidad

   XVII. La superstición del Estado

  XVIII. Las falsas creencias

    XIX. La falsa ciencia

     XX. El esfuerzo

    XXI. La vida está en el presente

   XXII. El no hacer

  XXIII. La palabra

   XXIV. El pensamiento

    XXV. La abnegación

  XXVI. La humildad

 XXVII. La veracidad

XXVIII. Los males

  XXIX. La muerte

   XXX. Después de la muerte

  XXXI. La vida es un bien

Acerca de los autores

Cronología

A MODO DE PRÓLOGO

Hace ya muchos años que mis relaciones afectivas con los escritores rusos se han ido definiendo… Comencé mi viaje eslavo sintiendo pasión por Dostoievski, bajo la influencia indiscutible de mi padre. Más tarde, en la universidad, descubrí y amé a otros autores, los leí, los estudié. El interés por algunos de ellos fue pasajero; otros, por el contrario, forman parte de mí. Por la mayoría siento admiración y gratitud, todos me han enseñado algo. Pero con quien más me identifico es, sin lugar a dudas, con dos de ellos: Marina Tsvietáieva y Lev Tolstói.

A Tsvietáieva le debo mi vocación. A partir de mi primer encuentro con ella, un encuentro febril, apasionado, la necesidad de traducirla ha sido siempre imperiosa.

Con Tolstói, la relación es distinta, como distintos son ellos entre sí. Comencé a conocerlo más de cerca en la facultad, cuando, por fin, pude leerlo en ruso. Se me reveló como un escritor inmenso con una prosa espléndida, y también como un hombre con una personalidad desmesurada y deslumbrante. Con el tiempo fui conociéndolo mejor, aprendiendo de él mientras lo seguía por el camino que recorrió hasta llegar a convertirse en el apóstol de Yásnaia Poliana.

Mi acercamiento a él, como traductora, ha sido, pues, mucho más pausado. Lo primero que traduje fue una selección representativa de sus diarios. Luego abordé su correspondencia. Entre unos y la otra pasé casi diez años conviviendo de forma cotidiana con Tolstói. Aprendí a quererlo como a un pariente cercano con quien se comparten intereses y se generan complicidades. Poco a poco comenzó a formar parte de mí. A lo largo del tiempo he traducido también algunas de sus novelas cortas. Durante esos periodos me he alejado del Tolstói ser humano para entregarme sin reservas al Tolstói creador. Cuando he traducido su literatura, he sufrido intentando emular su prosa en español, pero también he disfrutado recreando sus descripciones, y siempre le he agradecido su genialidad. Pero una y otra vez vuelvo al Tolstói-personaje, consciente de que su biografía es su tercera gran novela, una creación tan extraordinaria e importante como La guerra y la paz y Anna Karénina.

Hace relativamente poco me sumergí en las memorias de sus contemporáneos con la idea de entenderlo mejor. De verlo, ya no desde su propia perspectiva, sino con los ojos de quienes vivieron cerca de él o por alguna circunstancia lo conocieron. El autorretrato que Tolstói traza en sus diarios y sus cartas ya me era familiar; me interesaba, pues, descubrir los retratos que otros habían hecho de él, y poder presentarlo desde ángulos diferentes a los lectores. En mi opinión, autorretrato y retratos se complementarían y enriquecerían la idea que el lector en español pudiera tener de Tolstói. Fue así como se inició la publicación de una pequeña serie titulada “Así era Lev Tolstói”.

Poco a poco, he ido viendo aparecer a un Tolstói de cuerpo entero. He aprendido mucho. He cambiado mucho también. Su influencia ha resultado imbatible… Y mientras más lo conozco, más se acentúa en mí la necesidad de entenderlo.

Pero entender a Tolstói sin conocer su doctrina filosófica resulta imposible… Y sus tratados filosóficos, al contrario de lo que ha ocurrido con sus novelas y sus cuentos, se han traducido poco. Existe, incluso, un libro inédito en español. Un libro en el que Tolstói trabajó con verdadero ahínco durante los últimos años de su vida y por el que sentía un apego muy grande. Se trata de una selección de pensamientos, tanto suyos como de los grandes sabios de la humanidad, que Tolstói consideraba indispensables para que el hombre pudiese vivir una vida de bien. Un libro en el que el autor invita a la reflexión. El título provisional que dio a esta obra, que probablemente sea la expresión más completa de la doctrina tolstoiana, fue El camino de la vida. El libro se publicó con ese título en 1911, unos meses después de la muerte de su autor.

El material reunido por Tolstói es extensísimo. Son cientos de sentencias propias a las que se suman otras, tomadas de las más diversas fuentes… Tolstói cita, por ejemplo, los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles, el Talmud, el Corán… Cita a Buda, a Lao-Tse, a Confucio… Incluye también máximas de la sabiduría popular china, hindú, árabe, persa… Reflexiones de filósofos griegos y romanos; de pensadores y poetas franceses, ingleses, alemanes… Cita a humanistas y escritores rusos… Cualquier pensamiento que tuviera valor en sí mismo le interesaba, independientemente de la tendencia ideológica de su autor. La diversidad de pensadores incluidos en ese libro es asombrosa.

Tolstói divide el volumen en treinta y un capítulos, con la idea de que el lector pudiese leer un capítulo por día y que la lectura se prolongara a lo largo de un mes. Cada capítulo está dedicado a un tema fundamental: la fe, el alma, el amor, la lujuria, la abnegación, la violencia, el esfuerzo… y juntos dan una idea clara de la doctrina tolstoiana.

Uno de los grandes temas tratados en este libro es la muerte, un tema fundamental en la obra de Tolstói. En el capítulo dedicado a ella, Lev Nikoláievich me tenía reservada una sorpresa. En el trenzado que forman sus pensamientos unidos a los de Séneca, Cicerón, Marco Aurelio, Pascal, Amiel, Erasmo, Henry George… de pronto me encontré con un fragmento de Nezahualcóyotl, escrito en una bella prosa. Me embargó una alegría súbita. ¡Nezahualcóyotl! Encontrándome donde me encontraba, en la isla sueca de Gotland, lo único que podía hacer, para localizar el fragmento en español, es decir, para saber a qué canto correspondía el texto citado por Tolstói, era rastrear en internet los poemas de Nezahualcóyotl. No tardé en darme cuenta de que iba a ser imposible localizar el fragmento sin ayuda. Acudí a mi amigo Adolfo Castañón, quien, a su vez, acudió a su amigo Rodrigo Martínez Baracs. Se inició así una correspondencia a tres, en la que cada carta que llegaba de Rodrigo significaba un paso más en la localización de un poema perdido que, sin embargo, forma parte de esa última gran obra del autor ruso. Mi gratitud infinita para ambos.

De las casi quinientas páginas de las que consta el libro en la edición en noventa volúmenes de las Obras completas de Tolstói, he hecho una selección procurando conservar el equilibrio interno de la obra. Me pareció importante incluir a la mayor parte de los autores citados para dar al lector una idea cabal de la universalidad de Tolstói. He procurado, como lo hice también cuando traduje sus diarios y sus cartas, mantenerme lo más cerca posible del original. Es decir, he respetado las constantes repeticiones, el vocabulario sencillo, no rebuscado, directo, la expresión simplificada de las ideas, con los que Tolstói pretendía llegar a todos los lectores, incluso a los menos versados en temas filosóficos.

Por último, quisiera aclarar que la finalidad de este libro no es la exactitud bibliográfica, como no lo fue tampoco para Tolstói, quien por lo general no indica la fuente de la que ha tomado los aforismos. Además, como el propio Tolstói señala en su breve prólogo al libro, los pensamientos ajenos que cita han sido a tal punto reelaborados por él, que muchas veces apenas recuerdan el original. La finalidad de este libro es dar a conocer su doctrina, transmitir sus ideas como él quería. Es, sobre todo, un llamado a la reflexión, al pensamiento. Es, también, una guía para acompañarnos en el intrincado camino de la vida.

SELMA ANCIRA

NOTA DEL AUTOR A LA EDICIÓN DE EL CAMINO DE LA VIDA (1911)

Los pensamientos aquí reunidos pertenecen a los más diversos autores, comenzando por la escritura brahmi, la confucionista y la budista, y llegando hasta el Evangelio, las epístolas y a muchos, muchos pensadores tanto antiguos como modernos. La mayoría de estos pensamientos, así en su traducción como en su reconstrucción, han sufrido una modificación tan grande, que me resulta incómodo calzarlos con la firma de sus autores. Los mejores de estos pensamientos anónimos no son míos, sino de los sabios más grandes del mundo.

LEV TOLSTÓI

AFORISMOS

I. LA FE

Para que el hombre pueda llevar una vida de bien es necesario que sepa lo que debe y lo que no debe hacer. Y para saberlo, necesita una religión. La religión es el conocimiento de lo que el hombre es y para qué vive en el mundo. Y esta religión la han tenido y la tienen todas las personas sensatas.

*

En qué consiste la verdadera religión

Para poder llevar una vida de bien es necesario entender qué es la vida y lo que se debe y lo que no se debe hacer en esa vida. Eso es lo que a lo largo de todos los tiempos han enseñado los hombres más sabios de todos los pueblos, aquellos que han llevado una vida de bien. Todas las doctrinas de esos sabios llegan, en lo esencial, a lo mismo: a que la enseñanza de lo que es la vida humana y de cómo hay que vivirla es lo que constituye la verdadera religión.

*

¿Qué es este universo infinito de cuyo principio y final no sé absolutamente nada? ¿Y qué es mi vida en este universo infinito? ¿Y cómo debo vivirla?

Sólo la fe responde a estas preguntas.

*

La verdadera religión consiste en conocer esa ley que está por encima del resto de las leyes humanas y que es una y única para todos los habitantes del mundo.

*

Si dudas de tu fe, es que no es fe.

La fe es fe únicamente cuando no se te ocurre pensar que aquello en lo que crees podría no ser verdad.

*

La enseñanza de la verdadera fe es siempre clara y simple

La verdadera ley de la vida es tan simple, tan clara y tan comprensible que los hombres no pueden justificar la mala vida que llevan arguyendo que no conocen la ley. Si los hombres viven contrariamente a la ley de la vida verdadera, no les queda más que renunciar a la razón. Y eso es lo que hacen.

*

Dicen que el cumplimiento de la ley de Dios es arduo. No es cierto. La ley de la vida no exige de nosotros nada más que el amor al prójimo. Y amar no implica dificultad sino alegría.

Según Grigory Skovorodá

*

La verdadera religión consiste en el amor a Dios y al prójimo

La verdadera religión es una: el amor a todo lo vivo.

Ibrahim de Córdoba

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El amor da la felicidad a los hombres, porque une al hombre con Dios.

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La fe dirige la vida de los hombres

Toda fe no es sino la respuesta a cómo debo vivir en este mundo no a los ojos de los hombres, sino de Quien me envió a este mundo.

*

La verdadera fe no es saber razonar bien de Dios, del alma, de lo que fue y lo que será, sino sólo saber firmemente lo que se debe y lo que no se debe hacer en esta vida.

Según Immanuel Kant

*

Si un hombre vive infeliz, es sólo porque este hombre carece de fe. Lo mismo ocurre con los pueblos. Si un pueblo vive infeliz, es sólo porque ha perdido la fe.

*

Cuanto más fuerte es la fe del hombre, más firme es su vida. La vida de un hombre sin fe es la vida de un animal.

*

La falsa fe

La ley de la vida que dice que se debe amar a Dios y al prójimo es simple y clara: todo ser humano, al llegar a la edad de la razón, la percibe en su interior. Y por eso, si no hubiera falsas doctrinas, todos los hombres se ceñirían a esta ley y el reino de los cielos sería en la tierra.

Pero, en todo momento y en todo lugar, los falsos maestros han enseñado a los hombres a considerar como Dios a algo que no es Dios, y como ley divina algo que no es una ley divina. Y la gente ha creído esas falsas enseñanzas y se ha alejado de la verdadera ley de vida y del cumplimiento de la verdadera ley de Dios, y por esa razón la vida de la gente se ha hecho más difícil y más desdichada.

De ahí que no se deba creer en ninguna doctrina que no concuerde con el amor a Dios y al prójimo.

*

Para que el hombre pueda conocer la verdadera fe, primero que nada ha de abandonar por un cierto tiempo la religión en la que ha creído ciegamente y examinar a la luz de la razón todo aquello que le han enseñado desde la infancia.

*

Del culto exterior

La verdadera fe no está en creer en los milagros, los sacramentos, los ritos, sino en creer en una sola ley que convenga a todos los hombres del universo.

*

La verdadera religión no necesita de templos, ni de iconos, ni de salmos, ni de reuniones multitudinarias. Al contrario, la verdadera religión entra en el corazón únicamente en el silencio y la soledad.

*

Si el hombre quiere complacer a Dios con rezos y ritos, es porque busca engañar a Dios. Pero a Dios no lo puedes engañar, sólo te engañas a ti mismo.

*

La verdadera religión no consiste en saber qué días se ha de guardar el ayuno, ni qué días se ha de ir a la iglesia, ni qué oraciones se deben oír y leer, sino en vivir siempre una vida de bien, de amor por todos, actuando con el prójimo como quieres que actúen contigo.

En eso consiste la verdadera religión. Y ésa es la religión que han enseñado siempre los verdaderos sabios, los hombres santos de todos los pueblos.

*

La idea de la recompensa por la buena conducta es incompatible con la verdadera fe

Si el hombre practica una religión únicamente pensando en que por cumplir con los preceptos de la fe, en el futuro le esperan todo tipo de bienes, eso no es fe, sino cálculo, y el cálculo siempre es falso. El cálculo es falso porque la verdadera fe brinda el bienestar sólo en el presente, y no da ni puede dar ningún bienestar en el futuro.

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Si sirves a Dios en aras de la felicidad eterna, te estás sirviendo a ti mismo y no a Dios.

Angelus Silesius

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La diferencia principal entre la fe verdadera y la falsa es que en la fe falsa el hombre pide a Dios que lo recompense por sus sacrificios y sus plegarias. En la fe verdadera, en cambio, el hombre sólo quiere una cosa: aprender a complacer a Dios.

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La razón verifica los dogmas de la fe

No se llega a la fe a través de la razón. Pero la razón nos es necesaria para comprobar la fe que nos enseñan.

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Un no creyente no es quien no cree en lo que creen quienes lo rodean; un verdadero no creyente es quien piensa y dice que cree en lo que no cree.

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La conciencia religiosa de los hombres no cesa de perfeccionarse

Debemos valernos de las enseñanzas que los antiguos sabios y los santos nos han dejado sobre la ley de la vida, pero debemos comprobar con la razón aquello que nos enseñan: aceptar lo que está de acuerdo con la razón y rechazar lo que le es contrario.

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La ley de la vida no puede cambiar, pero las personas pueden comprenderla cada vez más claramente y aprender cómo valerse de ella en la vida.

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La religión no es verdadera porque la hayan predicado los santos; los santos la han predicado porque es verdadera.

Gotthold Ephraim Lessing

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Cuando el agua de la lluvia gotea por los canalones, tenemos la impresión de que sale de ellos. Pero el agua cae del cielo. Lo mismo ocurre con las doctrinas de los sabios y de los santos: nos parece que vienen de ellos, cuando en realidad vienen de Dios.

Según Sri Ramakrishna

II. EL ALMA

A lo impalpable, invisible e incorpóreo que da vida a todo lo existente y existe por sí mismo lo llamamos Dios. A ese mismo principio impalpable, invisible e incorpóreo, separado por el cuerpo de todo lo demás y al que reconocemos como nosotros mismos, lo llamamos alma.

*

Qué es el alma

El hombre, si ha vivido mucho tiempo, ha sufrido muchos cambios. Primero fue un lactante, después un niño, después un adulto, después un anciano. Pero por más que el hombre haya cambiado, siempre se ha referido a sí mismo como “yo”. Y ese “yo” siempre ha sido en él el mismo. Ese mismo “yo” ha estado en el lactante, en el adulto y en el anciano. Justamente a ese “yo” inmutable es a lo que llamamos alma.

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Si el hombre piensa que todo lo que ve a su alrededor, que el universo infinito es exactamente como él lo ve, se equivoca grandemente. El hombre conoce lo material sólo porque tiene esa vista, ese oído y ese tacto, y no otros. Si esos sentidos fuesen distintos, el mundo entero sería distinto. Así que no sabemos y no podemos saber cómo es el mundo material en el que vivimos. Lo único que conocemos bien y verdaderamente es nuestra alma.

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El “yo” espiritual

Cuando reflexiono, me es más difícil entender qué es mi cuerpo, a qué es mi alma. Por más cercano que sea el cuerpo, no deja de ser ajeno; sólo el alma es propia.

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Igual que una vela no puede estar encendida sin llama, así el hombre no puede vivir sin fuerza espiritual. El espíritu vive en todos los seres humanos, pero no todos lo saben.

La vida de quienes lo saben es feliz, y la de quienes no lo saben, infeliz.

Según Sri Ramakrishna

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El alma y el mundo material

A menudo la gente piensa que sólo existe lo que puede ser palpado con las manos, cuando es al contrario. Únicamente existe lo que no puede ser visto, ni oído, ni palpado, eso que llamamos nuestro “yo”, es decir, nuestra alma.

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El hierro es más acerado que la piedra, la piedra más acerada que la madera, la madera más que el agua, el agua más que el aire. Y lo que no se puede palpar, y no se ve y no se oye, eso es lo más acerado de todo. Sólo eso fue, es y será y no dejará de ser nunca.

¿Qué es?

El alma en el hombre.

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Le hace bien al hombre pensar en qué son él y su cuerpo. El cuerpo parece grande comparado con el de una pulga, y minúsculo si se le compara con la Tierra. Le hace bien también pensar que toda nuestra Tierra es un grano de arena en comparación con el Sol, y el Sol es un grano de arena comparado con la estrella Sirio, y Sirio es nada comparada con otras estrellas más grandes que ella, y así hasta el infinito.

Está claro que el hombre con su cuerpo no es nada si se le compara con el Sol y las estrellas. Si además pensamos que nuestra existencia ni siquiera se sospechaba cuando hace cien años, mil años, o muchos miles de años vivieron en la Tierra personas como yo, que nacieron, crecieron, envejecieron y murieron; que de esos millones de millones de personas como yo no han quedado ya no digamos los huesos, ni siquiera las cenizas, y que después de mí vivirán, igual que yo, millones de millones de personas, y que de mis cenizas brotará hierba, que las ovejas se comerán esa hierba, las personas se comerán a esas ovejas, ¡y de mí no quedará ni una partícula de polvo! ¡Ni el recuerdo siquiera! ¿Acaso no queda claro que no soy nada?

Nada es nada; pero sucede que esta nada entiende quién es y el lugar que ocupa en el mundo. Y si lo entiende, esa comprensión hace que deje de ser nada para ser algo, que es más importante que este mundo infinito, porque sin esta comprensión en mí y en otros seres como yo no habría todo eso que yo llamo este mundo infinito.

El lado espiritual y el lado carnal del hombre

Alguien toca la puerta. Pregunto: —¿Quién es? Responden: —Yo. —¿Quién es yo? —Pues yo —responde aquel que ha llegado. Y había llegado un muchachito campesino. Le sorprende que se pueda preguntar quién es yo. Y le sorprende porque percibe dentro de su persona a ese ser espiritual que es uno en todos, y por eso le asombra que alguien pueda preguntar algo que está claro para todo el mundo. Él responde sobre el “yo” espiritual, yo en cambio pregunto sobre esa ventanita a través de la cual mira ese “yo”.

*

Cuando decimos: “Eso fue, eso será, o eso puede ser”, estamos hablando de la vida corporal. Pero, amén de la vida corporal que fue y será, sabemos que en nosotros hay otra vida: la vida espiritual. Y la vida espiritual no fue ni será, está siendo en este momento. Y ésa es la vida verdadera.

Y cuando el hombre vive una vida espiritual y no corporal, se siente bien.

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La conciencia es la voz del alma

Cuando nos enteramos de que una persona ha hecho una mala acción, decimos: no tiene conciencia.

¿Qué es la conciencia?

La conciencia es la voz del ser único y espiritual que habita en nosotros.

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La bondad verdadera está en ti mismo, en tu alma. Quien busca el bien fuera de sí mismo, actúa como el pastor que busca en el rebaño la oveja que lleva oculta en el regazo.

Del Vamaná-purana

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La divinidad y el alma

No se puede comprender a Dios mediante la razón. Sabemos que existe, no porque lo concibamos con la razón, sino porque lo reconocemos en nosotros mismos.

Para que el hombre sea un hombre verdadero, debe reconocer a Dios en él.

Preguntar si Dios existe es lo mismo que preguntar: ¿existo? Aquello de lo que yo vivo es Dios.

*

El alma es un cristal. Dios es la luz que pasa a través del cristal.

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Dios quiere el bien de todo, y por eso, si tú quieres el bien de todo, es decir, si amas, es que Dios vive en ti.

*

La vida del hombre no está en el cuerpo, sino en el alma, y no en el cuerpo y el alma, sino sólo en el alma

No hay un solo cuerpo tan fuerte y saludable que no haya estado enfermo alguna vez; no hay riqueza que no desaparezca; no hay poder que no llegue a su fin. Todo esto es frágil. Si el hombre consagra su vida a convertirse en un ser saludable, rico, importante, y aun si lo consigue, de todas formas seguirá inquietándose, temiendo y afligiéndose porque verá que todo aquello a lo que dedicó su vida se le escapa, constatará que poco a poco envejece y se aproxima a la muerte.

¿Qué hacer para no inquietarse, para no tener miedo?

Sólo hay una forma: no dedicar la vida a aquello que pasa, sino a lo que no muere y no puede morir, al espíritu que vive en el hombre.

*

Haz lo que te pide el cuerpo: busca obtener gloria, honores, riquezas y tu vida será un infierno. Haz lo que te pide el espíritu que vive en ti: busca conquistar la humildad, la clemencia, el amor y no tendrás necesidad de ningún paraíso. El paraíso estará en tu alma.

*

La verdadera felicidad del hombre es la felicidad espiritual

Todo hombre conoce dos vidas: la vida corporal y la vida espiritual. La vida corporal, cuando alcanza la plenitud, comienza a debilitarse. Y se debilita más y más y finalmente muere. La vida espiritual, por el contrario, crece y se vuelve cada vez más fuerte, del nacimiento a la muerte.

Si el hombre vive únicamente de la vida corporal, su existencia entera será la de un condenado a muerte. Si el hombre vive para su alma, su felicidad crecerá día con día, y la muerte no lo asustará.

III. UNA SOLA ALMA PARA TODOS

Todos los seres vivientes están separados unos de otros por sus cuerpos, pero lo que les da vida es uno y lo mismo para todos.

*

La conciencia de la divinidad del alma une a los hombres

Cuánto más vive el hombre para el alma, más cerca se siente de todos los seres vivientes. Si vives para el cuerpo, estarás solo entre extraños; si vives para el alma, todos serán tus parientes.

*

Un río no se parece a un estanque, y un estanque no se parece a un tonel, y un tonel no se parece a una cubeta con agua. Pero tanto en el río como en el estanque y en el tonel el agua es la misma. Así, las personas son todas distintas, pero el espíritu que vive en ellas es en todas el mismo.

*

El hombre sólo entiende su vida cuando se ve a sí mismo en cada uno de sus semejantes.

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En todo hombre habita ese espíritu por encima del cual no hay nada en el mundo; y por eso, no importa lo que el hombre sea: zar o reo, obispo o mendigo, todos los hombres son iguales, porque en cada uno de ellos vive lo que está por encima de todo. Apreciar y respetar al zar o al obispo más que al mendigo o al reo es como apreciar y respetar una moneda de oro más que otra porque una está envuelta en papel blanco y la otra en papel negro. Siempre hay que recordar que en cada uno de los seres humanos habita la misma alma que habita en mí, y por eso es necesario tratar a toda la gente por igual, con prudencia y respeto.

*

El mismo principio espiritual vive no sólo en todos los hombres, sino en todo lo que está vivo

Nosotros sentimos en nuestro fuero interno que aquello de lo que vivimos, eso que llamamos nuestro verdadero “yo”, es lo mismo no sólo en cada uno de los seres humanos, sino en cada perro, cada caballo, cada ratón, cada gallina, cada gorrión, cada abeja, incluso en cada una de las plantas.

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Si dijéramos que los pájaros, los caballos, los perros y los monos nos son del todo ajenos, ¿por qué no decir entonces que los hombres salvajes, negros y amarillos nos son ajenos? Y si consideramos a esos hombres ajenos, con el mismo derecho ellos pueden considerar ajenos a los blancos. ¿Quién es, pues, nuestro prójimo? A esto hay una sola respuesta: no preguntes quién es el prójimo, y haz a todo lo que está vivo el bien que quisieras que te hicieran a ti.

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Todo lo vivo tiene miedo al sufrimiento, todo lo vivo tiene miedo a la muerte; reconócete a ti mismo no sólo en otro ser humano, sino en todo ser viviente; no mates ni causes sufrimiento y muerte.

Todo lo vivo quiere lo mismo que tú; reconócete a ti mismo en todo ser viviente.

Sabiduría budista

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No matarás no se refiere únicamente al hombre, sino a todo lo que está vivo. Este mandamiento fue inscrito en el corazón del hombre antes de que fuese inscrito en las tablas de la ley.

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La gente no considera malo comer animales porque algunos falsos maestros les han asegurado que Dios permite a los hombres comer animales. Es falso. No importa en qué libros esté escrito que matar animales y comerlos no es un pecado, en el corazón de cada ser humano está escrito con más claridad que en cualquier libro que a los animales, lo mismo que a las personas, hay que compadecerlos y no matarlos. Y todos lo sabríamos si no acalláramos la voz de nuestra conciencia.

*

Si todos aquellos que comen animales los mataran ellos mismos, más de la mitad de la gente se negaría a comer carne.

*

Nos asombra que haya habido, y aún haya, seres humanos que matan a otros seres humanos para comerse su carne. Pero llegará el día en que nuestros nietos se asombren de que sus abuelos mataran cotidianamente a millones de animales para comérselos, pese a poder alimentarse sin matar, de forma sabrosa y sana, de los frutos de la tierra.

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Uno puede dejar de sentir conmiseración incluso por las personas, y puede acostumbrarse a sentir compasión incluso por los insectos.

Mientras más compasivo sea el hombre, mejor será para su alma.

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Mientras mejor sea la vida del hombre más claramente reconocerá la unidad de ese principio divino que vive en él

Recuerda que en cada ser humano vive el mismo espíritu que vive en ti, y por eso venera, como si de una reliquia se tratara, tu alma y el alma de cada uno de los seres humanos.

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No importa cuán malo, injusto, tonto y desagradable sea un hombre, recuerda que, al dejar de respetarlo, cortas el vínculo que te une no sólo con él, sino con todo el mundo espiritual.

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Para que te sea fácil vivir con cualquier ser humano, piensa en lo que te une a él y no en lo que te separa de él.

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Se considera un pecado grande e imperdonable la profanación de los iconos, de los libros sagrados, de los templos… Pero no se considera pecado ofender a una persona. Y, sin embargo, en cada ser humano, aun en el más depravado, vive aquello que está por encima de todo lo humano. Los libros sagrados, los iconos y los templos sólo son obras hechas por el hombre.

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Las consecuencias de reconocer la unidad del alma de todos los hombres

El amor llama al amor. Y no puede ser de otra manera porque cuando Dios despierta en ti, también despierta en otro hombre.

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No hay ninguna mala acción por la que sea castigado sólo quien la ha hecho. No podemos aislarnos de forma que el mal que hay en nosotros no se extienda a otras personas. Nuestras acciones, buenas y malas, son como nuestros hijos: viven y actúan ya no por nuestra voluntad, sino por ellos mismos.

George Eliot