Cubierta

GONZALO IPARRAGUIRRE

IMAGINARIOS DEL DESARROLLO

Gestión política y científica de la cultura

Editorial Biblos

A Jorgelina Rotellini, y a mis hijos Dante y Fausto.

 

 

A la memoria de Franz Boas, Marcel Mauss y Claude Lévi-Strauss.

IMAGINARIOS DEL DESARROLLO

Este libro es un viaje conceptual y etnográfico por nociones como espacio, tiempo, territorio y desarrollo que para el sentido común aparecen como autoevidentes, claras, y como algo dado inmediatamente a la experiencia. A lo largo de estas páginas se descubre que estas nociones, como cualquier término de esos usuales que pueblan las conversaciones cotidianas –y que también adquieren estatura de conceptos usados por ciencias como la física, la geografía o la economía–, tienen una historia que se entronca en la tradición occidental y en sus cosmologías. Sus sentidos conforman un sutil hojaldre de experiencias históricas, relaciones de poder y horizontes culturales más o menos compartidos. Podríamos decir que si la antropología hace etnográfico lo filosófico, podemos analizar, como lo hace este libro, cómo las concepciones del tiempo, del espacio y del desarrollo aparecen como construcciones sociohistóricas, y no nociones universales y absolutas. Esta tarea la desarrolla Gonzalo Iparraguirre a partir de sus investigaciones de campo en el suroeste de la provincia de Buenos Aires. El material empírico proviene de investigaciones extensas en terreno, y alcanza una dimensión ampliable, desde la propuesta teórica y metodológica, a cualquier estudio que indague los imaginarios acerca del patrimonio, la producción y el desarrollo, ejes que organizaron toda la investigación.
Al ser al mismo tiempo una obra de densidad teórica pero también de casuística etnográfica, se trata de una herramienta útil de consulta para un sinnúmero de actores individuales e institucionales para quienes la tierra, el paisaje o el desarrollo son un horizonte ontológico muchas veces reacio a las aparentes verdades absolutas de la técnica y de la economía.

Del prólogo de Pablo Wright

Gonzalo Iparraguirre. Doctor en Antropología por la Universidad de Buenos Aires. Cuenta con más de treinta producciones científicas, ha participado en numerosos eventos de divulgación científica y realizado diversas consultorías y asistencias técnicas a organizaciones privadas y públicas. Realizó cursos y formación de posgrado en la Universidad de Berna, Suiza, y en la Universidad de São Paulo, Brasil. Actualmente se desempeña como secretario de Desarrollo en el Municipio de Tornquist y como docente de nivel terciario y de posgrado.

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SEGUNDA PARTE
Casos

Introducción

El tema central de este libro es la comprensión de los imaginarios sociales sobre el “desarrollo” de diversos grupos sociales y su intrínseca articulación con los ritmos de vida. Su propósito es producir conocimiento antropológico sobre la dinámica sociocultural y productiva de un territorio, principalmente en su dimensión simbólica, como insumo para políticas públicas de planificación, prospectiva e intervención en el territorio.

Para abordarlo, se elaboró una etnografía de los imaginarios sobre el desarrollo territorial del suroeste de la provincia de Buenos Aires, particularmente en el distrito de Tornquist, a partir de tres casos de estudio complementarios, sistematizados a partir del trabajo de campo entre 2006 y 2014: patrimonio cultural, turismo rural y producción agropecuaria.

Los imaginarios sociales son conjuntos de representaciones mentales sobre los modos de pensar y actuar de un grupo social en su vida cotidiana. No se reducen a un agrupamiento de “opiniones” o “percepciones” de sujetos o grupos sociales que limitan la interpretación al campo discursivo y afectivo, sino que, sin desconocer la relevancia de los componentes lingüísticos y emocionales de toda comunicación, integran a estos en un sistema de significación que conecta a los interlocutores con los procesos históricos que perfilan su imaginación contextualizada. La importancia de reconocerlos y analizarlos como construcciones culturales, desde un enfoque antropológico, reside en el valor descriptivo y diagnóstico que tienen sobre los grupos humanos y sus prácticas cotidianas, desde ritmos de vida hasta modos de producir.

La obra se ha enfocado en conjuntos específicos de ritmos de vida (rítmicas culturales) en torno al “desarrollo territorial” como forma de acceder de forma sistemática a los usos y las representaciones del desarrollo y del territorio, de los diferentes grupos sociales identificados. La construcción de las rítmicas culturales se da en la interpretación simultánea de los imaginarios, los discursos y las prácticas, anclados en categorías como sustentabilidad, producción, tecnología, transferencia, extensión, agricultura, campo, ruralidad, agroecología, usos del suelo, patrimonio, turismo rural y otras de similar recurrencia entre los interlocutores. Fijar la atención en los imaginarios es decidir escuchar a las personas en una dimensión holística, que integra temporalidad y espacialidad: se escucha su presente y su pasado a la vez, se intenta decodificar su discurso actual y saberes históricos, sus prácticas en terreno y sus ritmos de vida; se pregunta por su futuro, por su mirada al horizonte y sus representaciones del espacio que vendrá.

A nivel metodológico, esta obra es la reformulación y puesta a prueba de un método de investigación y tratamiento de problemáticas socioculturales, las rítmicas culturales, que puede ser aplicado en diferentes contextos sociales y naturales. Como se verá a lo largo de la obra, la observación de imaginarios sociales se construye sobre la base del estudio de la espacialidad y la temporalidad que un grupo social sostiene en su habitus diario y en sus esquemas prácticos cíclicos. En este sentido, se intenta demostrar que los imaginarios pueden ser el acceso al plano simbólico de la cultura material. O, mejor dicho, estudiar los imaginarios de una sociedad nos permite acceder, a través de sus códigos simbólicos y su lenguaje, al mundo material que los sujetos habitan y transforman. A su vez, estudiar los ritmos de vida nos brinda el correlato práctico de esos imaginarios, que son el acceso a los procesos cotidianos que definen y articulan la comunicación entre actores y grupos sociales. De ahí la importancia de la etnografía como método de abordaje de estos procesos simbólicos y fácticos que sostienen y expresan las acciones humanas.

En antropología, la etnografía tiene hoy tres acepciones bien definidas: enfoque, método y texto (Guber, 2004: 12). Como enfoque, la etnografía es “una concepción y práctica de conocimiento que busca comprender los fenómenos sociales desde la perspectiva de sus miembros (entendidos como «actores», «agentes» o «sujetos sociales»)” (12). Como método abierto de investigación en terreno, “la etnografía es el conjunto de actividades que se suele designar como «trabajo de campo» y cuyo resultado se emplea como evidencia para la descripción” (12). Asimismo, en tanto el foco está puesto en los interlocutores, “replantea la centralidad del investigador como sujeto asertivo de un conocimiento preexistente convirtiéndolo, más bien, en un sujeto cognoscente que deberá recorrer el arduo camino del des-conocimiento al re-conocimiento” (16). Dicho esto último en otras palabras, “la investigación etnográfica es una tarea cuyos resultados pueden introducir recursivamente sospechas acerca de las propias ideas raíces que forman toda la empresa” (Wright, 2008: 229). Y, como texto, es la relación concreta entre teoría y campo, mediada precisamente por la acción de etnografiar.1

La primera etapa de este proyecto (2006-2010) se remonta a mi interés primigenio por los imaginarios sociales de esta región y sus localidades cuando comencé a visitarlas periódicamente en 2006. Luego de la primera investigación sobre manejo de recursos culturales en el Parque Provincial Ernesto Tornquist (Iparraguirre, 2007a, 2007b), comencé el registro de las representaciones sociales de diversos agentes sobre “lo natural”, “el patrimonio”, “los monumentos naturales”, “lo exótico y lo nativo” y otros conceptos que fueron sentando las bases de un acervo de datos e hipótesis que utilicé posteriormente en diferentes trabajos de investigación y divulgación (Iparraguirre, Algrain y Menéndez, 2010; Iparraguirre, 2011b). Durante ese período fui compilando material de lectura, registros de campo, fotografías, videos y múltiples actividades de observación participante que sentaron la base de una etnografía densa sobre “las imágenes” del patrimonio, el paisaje, las sociedades y el territorio de Ventania.2 Trabajé en asesoramiento y gestión del patrimonio cultural para el parque Tornquist (durante 2007) y para el Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires (entre 2008 y 2010), experiencias capitalizadas posteriormente para comprender relaciones intrínsecas entre ciencia y política, entre el estudio y la gestión del patrimonio cultural (Iparraguirre, 2014b).

La introducción a las problemáticas centrales de esta obra se presenta brevemente en dos etapas correspondientes a diferentes procesos de investigación y gestión que fueron dando forma al proyecto doctoral que culmina con este trabajo. El inicio formal del proyecto fue en 2010, luego de finalizar mi tesis de Licenciatura (Iparraguirre, 2011a). A partir de esa fecha comencé a recapitular y sistematizar el trabajo de campo y la experiencia laboral previa, realizada en paralelo a la última etapa de la Licenciatura.

El inicio de esta primera etapa de la obra en 2006 coincidió con el fin de mi experiencia en el Chaco junto a grupos mocovíes. Decidí en aquel momento investigar el interior de mi sociedad, en los áridos meridianos del suroeste bonaerense, parafraseando y retomando el tono reflexivo y crítico de Claude Lévi-Strauss en Tristes trópicos (1976). Ya en ese período comencé a experimentar una contradicción entre la práctica etnográfica desplazada en el terreno, una permanente reflexión sobre lo inmediato de mi praxis antropológica, y la particular situación de campo que se fue construyendo en estos áridos meridianos. En mi caso, el desplazamiento ontológico, como lo denomina Pablo Wright (2005: 71), se dio desde lo indígena hacia mi contexto social cotidiano: “Me vi llevado a reconocer que el cuerpo, y el ser entero, sin un viaje a lugares distantes, podía observar y participar antropológicamente en la vida social”. Mi contradicción resultaba de tener que escribir sobre una experiencia desplazada –el Chaco– y no lograr transmitir mis intervenciones en el territorio con mis interlocutores inmediatos en Ventania. Me preguntaba entonces: ¿cómo puedo aplicar mis conocimientos sobre la temporalidad de otras sociedades en la mía, en esta en la que elijo vivir y en la región con la cual me vinculo? ¿Qué me conecta a esta región, a estas sierras, a este “paisaje” que me lleva a reflexionar el territorio, a pensar el espacio que habito? Pensar el espacio a habitar fue entonces el leitmotiv de mis primeras incursiones en el parque Tornquist, y era mi melodía al oído que no paraba de resonar; si yo optaba por vivir en esta parte del mundo, quería entenderla, y de algún modo dar cuenta del vínculo humano con la tierra, de la conexión entre anthropos y territorio.

A fines de 2010, elaboré el primer proyecto de doctorado orientado a realizar una etnografía de los imaginarios sobre el patrimonio y la naturaleza en el parque Tornquist y en una región geográfica más amplia. Si bien el proyecto se centró en esta área protegida por ser un territorio social y natural clave, donde confluyen discursos, prácticas e instituciones sobre la construcción social del patrimonio y la naturaleza de Ventania, fue reformulado a partir del avance logrado en la investigación y en la compilación de nuevos datos. El estudio de los imaginarios al interior del parque pasó a ser un caso importante dentro del enfoque de un tema más amplio, el desarrollo territorial en el suroeste bonaerense. Durante ese proceso trabajé principalmente el marco teórico de los imaginarios sociales y la imaginación cultural, y se definieron las estrategias metodológicas para consolidar una etnografía de mayor alcance, que permitiera integrar las tensiones entre discursos globales y prácticas locales, en las diferentes escalas de campo establecidas: parque Tornquist, Comarca Turística Sierra de la Ventana, distrito de Tornquist, sistema serrano de Ventania y suroeste bonaerense. A partir de la experiencia en terreno de esta primera etapa, se compiló el material etnográfico del caso 1.

El patrimonio cultural se transformó gradualmente en mi vector de conexión socioterritorial con Ventania y con esa comunidad. Aunque en principio parecía ser un conjunto de “objetos e ideas” confuso y amorfo, el patrimonio cultural me permitió establecer un nexo entre mis inquietudes paisajísticas (disfrutar de vivir en un ambiente serrano) y mis inquietu-des teóricas (la vinculación del pasado, el lugar y la construcción de identidad), entre otras. La concreción de mi tesis de Licenciatura en 2010 cerró aquel proceso ambiguo de pensar un lugar y vivir en otro. El camino transitado en Ventania me daba la seguridad de que era posible afrontar un proceso inquisitivo sobre problemas socioculturales “en mi vecindad”, en un desplazamiento espacial que en principio parecía ser nulo, y que finalmente corroboré que nunca lo es. A su vez, decidí transformar sistemáticamente la práctica laboral en material etnográfico, tarea que por la proximidad física y por la permanente reflexividad resultó complicada para desnaturalizar y dar cuenta de procesos demasiados cercanos. Aquel primer trabajo sobre patrimonio (Iparraguirre, 2007b) buscó aportar una caracterización sociocultural de la región que era necesaria para poder abordar los procesos históricos de la construcción identitaria en torno al patrimonio que fui descubriendo en el parque Tornquist y en las colecciones arqueológicas locales, en el registro y la interpretación de la cultura material local.

Durante la segunda etapa (2011-2014) centré la investigación en la Agencia de Extensión Rural (AER) del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) en Tornquist, dependiente de la Estación Experimental Agropecuaria Bordenave (EEA). Mi desempeño como promotor-asesor del programa Cambio Rural del INTA y del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación desde fines de 2009 me permitió un acercamiento conceptual y fáctico al problema del desarrollo territorial en este organismo público, tanto desde el enfoque turístico como desde el agronómico. Mi motivación inicial fue preguntarme qué es el desarrollo territorial y por qué organiza mi trabajo y el de toda una institución como el INTA. Esta dio impulso a otras preguntas que se fueron delineando al emprender un análisis etnográfico sobre la relación entre discursos, procesos productivos y políticas públicas sobre el terreno, capitalizando el permanente contacto con profesionales del turismo, prestadores turísticos, agrónomos, funcionarios, productores y otros actores vinculados al turismo rural y a la producción agropecuaria. Asimismo, a partir del trabajo diario con extensionistas e investigadores del INTA, conversé con ellos la relevancia de vincular esta etnografía al proyecto “Evaluación y promoción de la sustentabilidad de agroecosistemas en el área del Centro Regional Buenos Aires Sur (CERBAS)”,3 coordinado por el ingeniero agrónomo Hugo Kruger, quien accedió, a partir de este vínculo, a ser el codirector de beca para el Conicet y reforzar el asesoramiento técnico-agronómico requerido para llevar adelante el caso agropecuario.

Contextualizados por el trabajo como asesor al interior de INTA, surgen los casos 2 y 3, que se proponen, desde un enfoque antropológico centrado en la valoración de la diversidad cultural y el fortalecimiento de las identidades locales, contribuir a los lineamientos generales del Plan Nacional de Apoyo al Desarrollo Territorial del INTA (INTA, 2008). Su documento base sostiene que este plan “representa una oportunidad para incorporar a la práctica institucional metodologías de diagnóstico y planificación comprensivas de las dinámicas territoriales y útiles para orientar programas de desarrollo basados en alianzas progresivas entre los actores del territorio” (7). Desde 2013, este plan nacional ha sido reemplazado por uno nuevo cuyos objetivos siguen vigentes en los diferentes proyectos específicos que lo conforman (INTA, 2013). Asimismo, se busca contribuir con estas herramientas a elaborar instrumentos de intervención institucional para el desarrollo sustentable de los territorios en la zona de influencia de la EEA Bordenave y, en particular, de la Agencia de Extensión Rural de Tornquist.

Leer, en El antropólogo inocente, los preparativos del viaje a Camerún que hizo Nigel Barley para financiar su trabajo de campo entre los dowoya me hizo recordar que gran parte de este trabajo fue hecho sin financiamiento específico, y esto quizá, pueda explicar el permanente salto que hice entre mis rutinas laborales de subsistencia y mis rutinas laborales investigativas, entre mi trabajo docente y como asesor en el INTA, y mi trabajo de campo y de redacción. Su lectura también me activó el recuerdo de que mi primera experiencia concreta con el patrimonio cultural, aun cuando no sabía en lo absoluto que aquello era “patrimonio”, fue trabajar sobre la catalogación de una colección de piezas etnográficas ashanti (también de África), en el depósito de etnografía del Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti. Tanto la “inocencia” como la “potencia” de ciertos procesos transitados no toman sentido hasta que uno los pone en palabras y logra explicarlos desde sus implicancias en el devenir.

Al momento de estructurar la redacción del trabajo, decidí organizar la relación cotidiana entre el material etnográfico y la experiencia laboral en tres casos de estudio representativos de la dinámica socioterritorial investigada: 1) patrimonio cultural; 2) turismo rural, y 3) producción agropecuaria. La metodología implementada para analizarlos propone abordar los casos como sitios de campo antropológicos, conformados por grupos sociales posicionados en el territorio (esquemas 1, 2 y 3). Estos sitios de campo se conciben como una combinación del concepto de campo simbólico formulado por Pierre Bourdieu (2008, 2014), la noción de lugar antropológico de Marc Augé (2000, 2011) y conceptualizaciones sobre las prácticas espaciales en torno al trabajo etnográfico (Clifford, 1999; De Certeau, 2009; Hall, 1999; Wright, 2005, 2012). Los grupos sociales identificados interactúan al interior de cada sitio de campo antropológico en estudio, activando relaciones de poder y demarcando posiciones sociopolíticas en el territorio, que en su conjunto conforman multiterritorialidades (Deleuze y Guattari, 1988; Haesbaert, 2011).

La experiencia incorporada durante esos ocho años en los diferentes ámbitos mencionados fue perfilando una mirada crítica sobre el “desarrollo” en ese territorio y generando un conjunto de interrogantes que motivaron y orientaron el sentido de la investigación. Estos giran en torno a la inquietud de por qué grupos sociales que viven en un mismo territorio se comportan de formas muy diferentes y tienen concepciones contrapuestas sobre prácticas cotidianas de la dinámica social, entendiendo a esta como el conjunto de procesos sociales y estrategias culturales que dinamizan un territorio. Por ejemplo: cómo se debe proteger y divulgar el patrimonio, cómo se debe hacer turismo, cómo se debe cuidar o utilizar un área protegida, cómo se debe generar desarrollo local sin dejar de lado lo “sustentable”, cómo se pueden articular políticas productivas en consenso con productores; en fin, sobre una inquietud clave y transversal a todas las demás: ¿qué es y cómo funciona el desarrollo de un territorio específico en las prácticas cotidianas de los distintos grupos sociales que lo conforman? Este “funcionamiento” –noción que prefiero conceptualizar como dinámica social– fue puesto en foco a partir de delimitar, durante los trabajos de gestión, el territorio factible de ser investigado y la fijación de objetivos precisos para poder llevar adelante el trabajo.

En esta dirección, el primer objetivo formulado fue observar y sistematizar, a partir del trabajo de campo etnográfico, cuáles son los imaginarios sobre el desarrollo territorial por parte de los actores sociales identificados en cada uno de los casos. Esto requirió, primeramente, la identificación de actores sociales, grupos sociales e instituciones representativas de cada problemática, así como su posicionamiento en los campos simbólicos interactuantes (científico, patrimonial, político, agropecuario, turístico, económico). El segundo objetivo fue identificar, en cada uno de los grupos, la construcción histórica de los imaginarios a partir de sus categorías centrales. Esto motivó la elaboración de una metodología específica de análisis e interpretación que se explaya en el capítulo 1. El tercero fue relevar y analizar los discursos que legitiman los imaginarios del sentido común sobre la base de dicotomías como lo natural y lo cultural en la vida del campo, lo exótico y lo nativo, la conservación y la explotación de la biodiversidad, el productivismo y la sustentabilidad, la agricultura familiar y la industrial, lo urbano y lo rural, el crecimiento económico y el bienestar social, entre otras similares. El cuarto y último objetivo trazado fue analizar las confrontaciones de intereses y los conflictos institucionales que se dan en el ejercicio de la toma de decisiones políticas, en el marco de prácticas locales-globales como el auge de la agricultura intensiva, la desterritorialización, el uso turístico del patrimonio rural, la crisis ecológica mundial, la insustentabilidad territorial, entre otras. Como se verá en cada uno de los tres casos, también se definieron objetivos específicos con relación a los imaginarios detectados en cada uno de ellos.

En concordancia con estos objetivos, las hipótesis de trabajo se fueron estructurando y reformulando durante el avance del trabajo, siguiendo un criterio de integración de lo local y lo global, así como de lo empírico y lo conceptual. Además de las cuatro hipótesis generales que abarcan todo el trabajo, hay un grupo de hipótesis específicas para cada uno de los casos de estudio que se tratarán en sus respectivos capítulos. La primera de las hipótesis generales refiere que los diferentes discursos sobre la relación sociedad-naturaleza-desarrollo que se confrontan en esta región responden a una serie de hipótesis y supuestos basados en representaciones sociales naturalizadas, como la ruralidad, lo natural y lo cultural, lo exótico y nativo, la conservación y la explotación de la biodiversidad, lo productivo y lo sustentable, la agricultura familiar y la agricultura industrial. La segunda afirma que los imaginarios sociales sobre el “desarrollo territorial” y la “sustentabilidad” tienen elementos del discurso agronómico, así como del biológico, naturalizados y legitimados por el conocimiento científico en circulación, los cuales están construidos, a su vez, en relación al contexto histórico en el que se forjaron. La tercera hipótesis propone que la confrontación de representaciones y de intereses locales están atravesados por imaginarios o prácticas globales como la sustentabilidad, la preservación de los “monumentos naturales”, el turismo en territorios rurales, el progreso económico y científico, la crisis ecológica mundial, los ritmos de producción globalizados, entre otros. La cuarta sostiene que la tensión entre imaginarios locales y globales tiene un impacto significativo en las instituciones asignadas para promover el desarrollo, así como en la comunidad de pobladores locales, de acuerdo con el uso estratégico que se realice de esta tensión, y que se manifiestan en las prácticas de gestión administrativa, productiva, turística y política, tanto como en la producción de conocimiento científico-técnico y en su transferencia a la población.

El libro se estructura en dos partes que agrupan a los principales procesos de elaboración y análisis: 1) “Armonía”, y 2) “Casos”. La primera parte (capítulos 1 y 2) presenta el marco teórico y metodológico que estructura toda la obra. En primer lugar, se recapitulan los antecedentes incorporados y las principales obras de referencia. Se propone el marco conceptual de los imaginarios en sus diferentes orientaciones, los fundamentos para tratar al desarrollo como temporalidad y la articulación de imaginarios, discursos y prácticas con el método rítmico elaborado para estudiar las dinámicas sociales de los diferentes casos. El segundo capítulo presenta los lineamientos de una teoría antropológica del espacio, elaborada para efectuar un análisis ontológico del concepto territorio. Se expone una distinción exhaustiva entre los conceptos “espacio”, “espacialidad” y “territorio”, a partir de la recapitulación de antecedentes tanto desde la antropología como desde la geografía. Se propone finalmente el tratamiento del territorio como patrimonio, para comprender los procesos de patrimonialización que acontecen en los tres casos etnográficos.

En la segunda parte, los capítulos 3, 4 y 5 integran los tres casos, conformados por diferentes sitios de campo, grupos sociales y territorios. El primer caso abarca los imaginarios patrimoniales, territoriales y científicos sobre el patrimonio cultural en el suroeste bonaerense, haciendo foco en experiencias de gestión e investigación en problemáticas arqueológicas y paleontológicas. El segundo describe y analiza las principales rítmicas del turismo rural, detectadas en el trabajo junto a prestadores turísticos de la Comarca Turística Sierra de la Ventana y con técnicos e integrantes de grupos Cambio Rural de INTA en el sur de la provincia. Se presenta la matriz de imaginarios elaborada para abordar el análisis y se aplican las rítmicas culturales a las experiencias turísticas y la patrimonialización que se dan en torno al turismo rural. El último caso agrupa el conjunto de imaginarios en torno a la producción agropecuaria en Tornquist, relevados en la interacción con tres grupos sociales (productores, técnicos y funcionarios). Asimismo, se propone articular, al igual que en los dos casos previos, los imaginarios sociales relevados con las rítmicas culturales que dinamizan la vida cotidiana de los grupos mencionados.

Finalmente, el epílogo condensa las conclusiones generales de cada caso, las posibles aplicaciones de las herramientas elaboradas, así como las reflexiones finales de todo el estudio. Se aplican las metodologías de interpretación ya descriptas al análisis de los conceptos transversales de la obra (desarrollo, territorio, progreso, patrimonio, devenir) y se repasan los resultados obtenidos en el marco más general de la dinámica sociocultural del desarrollo territorial. Se cierra la obra con propuestas antropológicas concretas de intervención aplicadas al desarrollo social y tecnológico. Se revisan las principales reflexiones del trabajo sobre la base de la discusión del diálogo necesario y urgente entre ciencia y política, entre la planificación etnográfica del desarrollo y su ejecución en los territorios.

1. El verbo “etnografiar”, aunque no existe formalmente en el Diccionario de la Real Academia Española, refiere a la acción de hacer etnografía o de aplicar la mirada etnográfica al hecho social en estudio (Wright et al., 2012: 9).

2. Estas actividades de permanente observación participante se intensificaron cuando me radiqué en la ciudad de Tornquist en 2008.

3. CERBAS: área administrativa de INTA para el sur de la provincia de Buenos Aires.

 

 

 

CAPÍTULO 2
Imaginar el espacio, habitar el territorio

 

 

 

Así como el capítulo 1 presenta el planteo teórico-metodológico para interpretar problemáticas socioculturales en clave de rítmicas culturales e imaginarios sociales, aquí es necesario profundizar la conceptualización de la dimensión territorial de la investigación. La metodología formulada hasta aquí para afrontar la comprensión de la dinámica social entre los grupos señalados carece del anclaje territorial que le da entidad fáctica y posibilita bajar a tierra la teoría. La metáfora del ancla es precisa en señalar que si bien uno puede navegar con un marco teórico por cualquier región del océano de las ideas, el anclaje posiciona a este en un lugar específico y singular, y por lo tanto se debe desembarcar atento a los condicionamientos locales, es decir, a las cualidades locales de espacio y espacialidad. En esta dirección, se propone construir un encuadre epistemológico específico para caracterizar al territorio en estudio, sobre la base de la revisión crítica de la construcción histórica de categorías geográficas, como límite, frontera, región y territorio. El foco analítico está puesto en destacar matices de interpretación de estas categorías, al distinguir con precisión cuándo estas aluden al espacio como fenómeno, y cuándo connotan una noción de espacio, es decir, una espacialidad. En otras palabras, se busca construir y promover una epistemología localmente viable.

Analizar el territorio en clave antropológica y, específicamente, como una espacialidad, es el tercer axioma vertebral de esta obra. Esto requiere, preliminarmente, conocer los antecedentes sobre los que se fue construyendo el sistema de interpretación científico del espacio, su concepto matriz. El concepto espacio ha sido problematizado en profundidad tanto por la antropología como por la geografía. Ambas ciencias demostraron una preocupación por el tema desde sus albores en el siglo XIX y, por lo tanto resulta adecuado revisar las reflexiones centrales, así como los avances teóricos recientes, para consolidar, junto con los demás antecedentes del capítulo 1, los lineamientos de una teoría social del espacio apta para analizar problemáticas socioterritoriales contemporáneas. En este sentido, el tratamiento del territorio en sus múltiples acepciones que se efectúa en esta obra requiere, en simultáneo al anclaje en terreno, del despliegue de un marco teórico específico, que bien puede interpretarse como una antropología del espacio.

Este capítulo considera, en primer lugar, los antecedentes y referentes que han permitido compilar un marco teórico filosófico y antropológico sobre el espacio, centrado en la distinción con el concepto espacialidad. A este marco se le integran las perspectivas geográficas y se despliega la proposición de considerar el territorio como espacialidad. Pensar el espacio a habitar fue, como ya anuncié en la Introducción, el leitmotiv de mis primeras inquisiciones territoriales en la región, y por este motivo opto por intitular los resultados de todo este periplo “Imaginar el espacio, habitar el territorio”.

1. Espacio y espacialidad

De una forma elegante y punzante, propia de su estilo, Jorge Luis Borges (1996a: 52) trata la noción de espacio en esta exquisita disquisición sobre las diferencias entre plantas, animales y hombres:

 

La vida de los vegetales es una vida en longitud. La vida de los animales es una vida en latitud. La vida de los hombres es una vida en profundidad […] La diferencia sustantiva entre la vida vegetal y la vida animal reside en una noción. La noción de espacio. Mientras las plantas la ignoran, los animales la poseen […] vecino al vegetal que acapara energía y al animal que amontona espacio, el hombre acapara tiempo.

 

La idea de que el animal amontona espacio y que el hombre acapara tiempo permite introducir la problemática: ¿el animal amontona espacio literalmente o es una interpretación respecto a las acciones y actitudes de los animales en el espacio? ¿A qué noción de espacio se refiere Borges como forma de distinción entre plantas y animales? Y cuando menciona que el tiempo se acapara, ¿de qué modo es esto físicamente posible? ¿O se trata solo de un uso metafórico de ambos conceptos? Está claro que, literariamente, el sentido de amontonar y acaparar es metafórico, inspira a la imaginación a dar otra mirada a las dos categorías centrales de nuestra cognición, tiempo y espacio; sin embargo, a un nivel conceptual, ¿qué nos dice la amplitud de sentido que abre la metáfora?

Entiendo que la paradoja que suscita su creación literaria es movilizadora para reflexionar sobre la diferencia entre el espacio como fenómeno y las interpretaciones humanas sobre este fenómeno llamado espacio. Es precisamente la noción de espacio lo que aquí se pretende diferenciar del espacio en sí. Asimismo, sin pretender discutir aquí las implicancias filosóficas de estas ideas, son por demás motivadoras para pensar la articulación entre estas dos categorías (espacio y tiempo) que siempre, como lo enfatiza Hermann Minkowski (1923: 23) –quien junto con Albert Einstein desarrolló la idea del espacio-tiempo–, deben ser tratadas de forma unida, en conjunto, integradas, para intentar dar cuenta de la sintaxis de “la realidad”, ya sea de orden fenomenológico o sociológico: “El espacio y el tiempo por separado están destinados a desvanecerse entre las sombras y tan solo una unión de ambos puede representar la realidad”.

La distinción entre espacio y espacialidad que aquí se presenta fue formulada inicialmente en correlación a la diferenciación entre tiempo y temporalidad (Iparraguirre, 2011a: 57-58), a la que me referí en el apartado 3 del capítulo 1, al definir el tiempo como fenómeno del devenir en sí, y temporalidad como aprehensión humana del devenir. Complementando esta conceptualización, se define espacio como fenómeno material del devenir, y espacialidad como aprehensión humana del espacio. Combinando las definiciones, obtenemos que el espacio es el fenómeno material del tiempo, y que espacialidad es la aprehensión humana del fenómeno material del devenir. Como se ve, tiempo y espacio son dos palabras que refieren al mismo proceso de comprensión, el devenir, que es útil distinguir según nos enfoquemos en su continuidad (tiempo) o en su materialidad (espacio). Remarco en devenir porque la materialidad del devenir, su tangibilidad, se da únicamente en el presente; en tanto pensar la continuidad del devenir (del tiempo), nos permite aprehender la intangibilidad, lo inmaterial, a partir de la memoria (pasado) y de la imaginación (futuro). Dicho en otros términos, a diferencia del tiempo, que nos permite relacionar tensiones del pasado, del presente o del futuro a través de nuestra cognición, el espacio, entendido como manifestación física del devenir, solo nos permite acceder al presente.

Resulta esclarecedor visualizar las definiciones con ejemplos. Si analizamos la noción de historia como temporalidad, y la de territorio como espacialidad, podemos interpretar que en tanto la historia “está” en el pasado solo accedemos a través de nuestra representación de lo histórico, de la memoria, es decir, de nuestra temporalidad. En cambio, el territorio está en el presente, adviene (es siendo) junto con el sujeto que aprehende el devenir; es precisamente su aprehensión contextualizada del devenir lo que configura la noción de territorio, que es una espacialidad.

La tesis filosófica elaborada a partir del estudio de los filósofos y físicos mencionados en el esquema 4, sostiene que el espacio es la materia del tiempo, es lo que hace fenómeno al tiempo, ya que lo contrario implicaría que el tiempo sea nada más que proceso que, aunque resulte imposible representárselo, se puede imaginar como un vacío absoluto de materia, donde sería imposible pensar una diferencia entre pasado y presente, entre lo que vimos y lo que vemos, lo que fuimos y lo que somos. Estas disquisiciones son la fuente de reflexión que nos permite pensar al tiempo y al espacio como un a priori, aun cuando lo entendamos siempre a posteriori. Sin pretender extender aquí los argumentos filosóficos ya enunciados (Iparraguirre, 2011a: 47-48), recupero solamente esta cita de Immanuel Kant que nos sirve de apoyatura para el análisis del concepto de territorio presentado en el apartado 4. Kant (1996: 43) dice en su Crítica de la razón pura:

 

El espacio no es un concepto empírico sacado de experiencias externas […] la representación del espacio no puede ser tomada, por excelencia, de las relaciones del fenómeno externo, sino que esta experiencia externa no es ella misma posible sino mediante dicha representación […] El espacio es una representación necesaria, a priori, que está a la base de todas las intuiciones externas. No podemos representarnos nunca que no haya espacio, aunque podemos pensar muy bien que no se encuentren en él objetos algunos. Es considerado, pues, el espacio como la condición de la posibilidad de los fenómenos y no como una determinación dependiente de estos, y es una representación a priori, que necesariamente está a la base de los fenómenos externos.

 

Al igual que lo propuesto para estudiar el tiempo diferenciado de la temporalidad, no utilizo aquí la palabra de origen (espacio) y trabajo sobre términos sustitutivos (ámbito, área, región, frontera, territorio, lugar) que me permitan desnaturalizar que nuestra noción de espacio, al igual que la de tiempo, sea unívoca y que, por lo tanto, se torna indispensable hablar de espacialidades y de temporalidades.

El sentido unívoco y naturalizado de la categoría espacio en el pensamiento científico occidental ha dado lugar en la actualidad a un uso sobreentendido y por demás generalizable y extrapolable a otras formas de pensar no occidentales. Este carácter puede ser rastreado en la historia del pensamiento filosófico y científico de Europa, desde la era presocrática hasta la conformación de las ciencias naturales y sociales en los últimos dos siglos. Reconsiderando la genealogía trazada para la categoría tiempo, es factible reconstruir los diferentes procesos de oficialización del “espacio occidental” y considerar que la actual noción adquiere el rango de hegemónica por sobre otras espacialidades, a las que llamo originarias (esquema 4). Se llega así a definir la espacialidad hegemónica como la conceptualización del espacio concebida por sociedades occidentales en distintos procesos de oficialización con el carácter de noción de espacio unívoca. A su vez, una espacialidad hegemónica es aquella que se impone a otras buscando naturalizar su concepción como la única posible. En contraparte, la espacialidad originaria se define como toda noción de espacio construida por un grupo social que no la concibe como noción única y unívoca. La distinción busca desnaturalizar la noción oficial que reproducen tanto los discursos políticos como los científicos que, por lo tanto, no permiten comprender otras espacialidades en las diferentes escalas de análisis geográfico y sociocultural en general.

2. Espacialidad en antropología

Los ejemplos de espacialidad originaria no solo se dan en casos indígenas, como lo demuestran los estudios entre pastores ilparakuyo masai en África (Rigby, 1985), entre esquimales en Alaska (Mauss, 1979) o entre los achuar de la selva ecuatoriana (Descola y Pálsson, 2011). Se pueden dar en el interior de toda sociedad donde se manifiesten usos y representaciones diferenciales del territorio, como mi experiencia entre grupos mocovíes en convivencia con la sociedad criolla (Iparraguirre, 2011a: 87), lo propio entre grupos tobas en el Chaco argentino (Wright, 2003, 2008), o bien al comparar marcos transculturales como el que cito a continuación.

El concepto espacialidad tiene su fundamentación en los antecedentes antropológicos mencionados, entre los que se destaca Edward Hall (1999), pionero en formular los estudios proxémicos sobre el uso y percepción del espacio, en complementariedad a los estudios cronémicos, enfocados en representaciones sobre el tiempo (Hall, 1959, 1983). Publicado originalmente en 1966, el libro La dimensión oculta (1999) presenta como marco general diversos aspectos en los que la estructura de la experiencia es afectada por la cultura, haciendo un paralelismo entre las subestructuras biológicas y las culturales en el análisis comparativo del comportamiento humano. Su motivación es la creciente tendencia de los choques entre sistemas culturales de su época –hoy abiertamente exacerbada– que el antropólogo observa tanto entre culturas de diferentes países como al interior de Estados Unidos, donde existe una mezcla de culturas entre habitantes urbanos y rurales: “Superficialmente, esos grupos tal vez parezcan todos iguales y tales se proclamen, pero debajo de la superficie hay muchas diferencias no declaradas ni formuladas en la estructuración del tiempo, el espacio, los materiales y las analogías” (2). Su foco analítico es “el empleo que el hombre hace del espacio –el espacio que mantiene entre sí y sus congéneres y el que construye en torno suyo en el hogar y la oficina” (3), con el propósito de desnaturalizar los supuestos que impiden la identificación del individuo consigo mismo, a la par de disminuir la alienación propia de la vida urbana. Se orienta a investigar lo que el autor denomina “el espacio personal y social y la percepción que el hombre tiene de él” (6), y denomina proxémica a “las observaciones y teorías interrelacionadas del empleo que el hombre hace del espacio, que es una elaboración especializada de la cultura” (6).

Claramente, el enfoque de Hall es el espacio en la vida cotidiana, en los ámbitos íntimos y sociales que se habitan a diario. Su “empleo del espacio” es una espacialidad en particular que, aunque comparte componentes imaginarios con las espacialidades geográficas (principalmente la vitalista, el espacio como ámbito de vida), cuenta con una apertura a otras nociones del espacio, a las que me referí como espacialidades originarias. Hall se posiciona, siguiendo los pasos de Boas (1964), en la tradición de la antropología simbólica, para la cual la comunicación es el meollo de la cultura y el lenguaje estructura, junto con el entorno natural-cultural, la formación del pensamiento. Sostiene que no es posible que un mismo fenómeno implique la misma experiencia para diferentes personas: “Gente de diferentes culturas no solo hablan diferentes lenguajes sino, cosa posiblemente más importante, habitan diferentes mundos sensorios” (Hall, 1999: 8). Explica que la tamización selectiva de los datos percibidos se da a través de una serie de filtros sensorios que son normados culturalmente, lo cual conlleva la diversidad de las experiencias entre los sujetos. En tanto los medios arquitectónicos y urbanos son manifestaciones de este proceso de tamización y filtración, son los ambientes alternados por el humano los que nos enseñan cómo utilizan sus sentidos las diferentes sociedades. Aun cuando Hall hace foco en el empleo personal e inmediato del espacio de diferentes culturas, su objetivo es llegar a oídos de arquitectos, ingenieros y urbanistas que diseñan y construyen las ciudades sin considerar las necesidades proxémicas del humano. El hecho de que no se pueda contar con que la experiencia sea un punto de referencia estable para todos los sujetos es precisamente lo que se legitima al suponer que la espacialidad propia es la misma para los demás.

Hall presenta ejemplos concretos de espacialidad originaria al comparar la proxémica en distintos contextos culturales, como el norteamericano, el europeo, el japonés y el árabe. Por ejemplo, en el uso y la percepción del espacio, Hall (1999: 69) explica que tanto el concepto japonés como el europeo de la experiencia espacial se diferencian del norteamericano, que es mucho más limitado, y lo ejemplifica con la configuración de las oficinas, ya que en Estados Unidos todo lo que no sea necesario para trabajar es considerado superfluo.1 Resalta que la diferencia entre japoneses y occidentales no se limita solo al concepto de que los nipones no sean directos al comunicarse (indirection), o a que concedan más importancia a las intersecciones que a las líneas en la organización de las ciudades, ya que “toda la experiencia espacial del Japón, en sus aspectos más esenciales, es diferente de la occidental. Cuando los occidentales piensan y hablan del espacio se refieren a la distancia entre los objetos. En Occidente nos enseñan a percibir y reaccionar a la disposición de los objetos y a considerar el espacio «vacío».2 Esto tiene un sentido que se echa de ver comparando con la costumbre japonesa de dar importancia y significado a los espacios, de percibir la forma y la distribución de los espacios, para lo cual tienen una palabra: ma” (187).

El autor explica que ma es un intervalo básico en la construcción de toda la experiencia espacial japonesa, donde se combina una exquisita armonía entre los objetos y el vacío, entre hombre y naturaleza, y menciona el clásico ejemplo del jardín del monasterio zen de Ryoanji, construido en el siglo XV en la ciudad de Kyoto. La aprehensión del espacio para los japoneses integra, además de la visión, la olfacción, los cambios de temperatura, la humedad, la luz, la sombra y el cuerpo, generando un empleo corporal total en la experiencia del espacio.

Respecto a la espacialidad árabe, Hall (1999: 191-193, 200) explica que está directamente ligada a la noción de interioridad y exterioridad del cuerpo y los derechos con él relacionados, donde la idea de persona existe en algún lugar del cuerpo y el ego no es algo oculto, es posible asirlo. Hay una marcada disociación entre cuerpo y personalidad, diferente a la occidental, que se manifiesta en que sean tolerables a estar apretados en espacios abiertos, pero no gusten de encontrarse solos o entre paredes cerradas sin vistas prolongadas. Menciona las diferencias en los modales al manejar vehículos y moverse en las rutas, las diferencias en el léxico, en la arquitectura, y resalta la dificultad de relacionar la noción abstracta de límite, ya que para los árabes, si bien las ciudades tienen “bordes” o “términos”, no se piensan como líneas ocultas o linderos permanentes, así como tampoco existe un término exacto para el concepto jurídico de extralimitarse.

Hall (1999: 201) resume su estudio al decir que “todas las normas proxémicas difieren y al examinarlas es posible revelar ocultos marcos culturales que determinan la estructuración del mundo perceptual de un pueblo dado”, lo cual produce diferentes ideas acerca de la vida en hacinamiento, de las relaciones interpersonales y de los modos de ver la política regional e internacional. En esta dirección, se propone que considerar la espacialidad de un grupo social permite caracterizarlo y ponerlo en tensión con otros grupos que pueden tener otras espacialidades, no solo interculturalmente (como la mocoví, la japonesa, la árabe), sino intraculturalmente (como los grupos identificados para los tres casos aquí presentados (esquemas 1, 2 y 3), de modo de no naturalizar que la noción propia, la de cualquiera de estos grupos, sea la única posible.

En cuanto a la operatividad metodológica del concepto espacialidad, se argumentó en el capítulo anterior que para reconocer la temporalidad que caracteriza a un grupo es menester aprehender los diferentes ritmos de vida