Cubierta

ARIEL HARTLICH

LA COMUNIDAD IMAGINADA POR LA COMUNIDAD ORGANIZADA

La representación cartográfica durante el primer peronismo
1943-1955

Editorial Biblos

Prólogo
Norberto Galasso

Este ensayo –que tengo la satisfacción de prologar– reúne varias virtudes que el lector descubrirá a medida que avance en sus páginas. Algunas son científicas; otras, políticas. Asimismo, posee la característica de que son muy escasos los trabajos de investigación realizados sobre nuestra zona austral, con tanta seriedad y profundidad.

Ariel Hartlich empieza por señalarnos que la cartografía habitual con que nos han formado en colegios y libros debe ser cuestionada por su carácter eurocéntrico y debe reemplazarse por la concepción del mapa bioceánico donde la Argentina ocupa el lugar que le corresponde por sus derechos históricos y geográficos.

Los antecedentes sobre el tema han llegado muy poco a las aulas y a los estrados de conferencias. En mi caso, recuerdo al forjista Darío Alessandro, el discípulo más cercano a Arturo Jauretche, cuando allá por los años 70 me relataba que, en 1936 o 1937, don Arturo había dado una conferencia en el teatro Politeama de la calle Corrientes explicando al público que el planisferio con que nos habíamos formado en la escuela tenía el grave defecto de que expresaba a nuestro planeta desde una óptica eurocéntrica que no era la nuestra. Agregaba que ello resultaba del poderío de los grandes países, especialmente Gran Bretaña, por lo cual –a pesar de que la Tierra es redonda– la retrataban con un eje o meridiano pasando por un suburbio de Londres (Greenwich) que expresaba el predominio de los países del norte, mientras nosotros, como el resto de América Latina, quedábamos abajo, en el sur, casi al borde del planisferio. Desde allí –en el abajo inferior frente al norte superior– se ratificaba nuestra subordinación al Imperio Británico, cuyas inversiones, desde el empréstito Baring Brothers contratado por Bernardino Rivadavia y la política de concesiones ferroviarias y financieras efectuadas por el mitrismo, signaban nuestra condición semicolonial que producía, a su vez, el colonialismo mental.

Por otra parte, desde allí era imposible trazar rutas marítimas (para Chile peor aún que para la Argentina, porque se salían del mapa).

Con un planisferio de fondo, en el escenario del teatro, Jauretche proponía un planisferio distinto, no eurocéntrico como el tradicional sino observada la Tierra desde la Argentina, con nuestro país en el centro. Y señalaba Darío que ello solo provocó críticas por asumir una posición nacionalista, que muchos consideraban “no científica”, tal era la naturalidad con habían incorporado el planisferio tradicional.

Sin embargo, cuatro décadas después, allá por 1975, la Armada Argentina citó a conferencia de prensa para mostrar un “mapa de proyección cenital equidistante” con la Argentina en el centro, y así se lo presentó luego en el Instituto Geográfico Militar (IGN).

Sin embargo, este replaneo no fue suficientemente difundido, probablemente por la declinación que sufría el peronismo después de la muerte de su líder y la dictadura implantada poco después con la economía manejada por José Martínez de Hoz y una fuerte represión a todo aquello que significase la reivindicación de nuestra soberanía.

Solo en algunos círculos intelectuales se comprendió la importancia política de una cartografía nacional –y no colonialista–, por lo cual la cuestión no conmocionó a la mayor parte de los argentinos, en especial a los sectores educativos que continuaron enseñando la vieja cosmovisión eurocéntrica.

Sin embargo, el director cinematográfico Gerardo Vallejo en su película El rigor del destino sorprendió a muchos retomando la cuestión. Un estudiante de escuela nocturna para adultos –interpretado notablemente por Carlos Carella– colocado frente al tradicional globo terráqueo le pregunta a la maestra: “¿Por qué, si la Tierra es redonda, la fotografiamos cuando nosotros estamos abajo y ahora me cuesta encontrar a la Argentina, ahí, en el fondo, mientras Estados Unidos y Europa son muy visibles en el norte? ¿Por qué no dar vuelta el globo y así nosotros caminamos como corresponde y son ellos los que quedan cabeza abajo?”.

Esto fue, por supuesto, un hecho aislado y de ahí la importancia de que Hartlich venga ahora a hablarnos del mapa bioceánico, de la cartografía nacional y no europeizada ni colonial.

Hartlich aplica el pensamiento nacional a la geopolítica y entonces no solo restaura la verdad científica alterada por los países poderosos sino que en varios capítulos de su libro se refiere a la importancia derivada del cambio de óptica, especialmente en el plano de la soberanía, como ratificación de nuestros derechos sobre Malvinas, el archipiélago que la continúa y el triángulo antártico que nos pertenece.

Para llegar a estas conclusiones, el autor ha indagado en viejos mapas, así como en antiguas estampillas, cartografías escolares, etc., demostrando de qué modo –bajo la sencilla y aparentemente inocente tergiversación de los mapas– se esconde la mano del colonialismo y el imperialismo ávido de nuestras riquezas y de las rutas comerciales más convenientes.

Se trata entonces de un valiosísimo aporte a la ciencia y a la política nacional que muestra el planeo nacional llevado al campo de la geopolítica y a la cartografía, por los gobiernos nacionales (como los del peronismo entre 1945 y 1955), así como fundamenta las críticas al viejo sistema.

En esta investigación aparecen personajes desconocidos por la mayoría de los argentinos que jugaron valientemente sus vidas para ratificar nuestros derechos en zonas tan inhóspitas y peligrosas, algunos de ellos reconocidos en congresos internacionales pero que el colonialismo mental imperante en la mayor parte de nuestra historia ha dejado de lado, ignorándolos, y que son recuperados por Hartlich, quien los saca del silenciamiento. El lector se asombrará quizá al encontrarse con argentinos desconocidos como Hugo Alberto Acuña, el primero en izar la bandera argentina en la Antártida en 1904; con el general Jorge Leal, quien dirigió la Operación 90 (así llamada por el grado de latitud) y quien concretó la hazaña de la primera expedición terrestre argentina que alcanzó al Polo Sur; con el argentino José María Sobral, quien integró una expedición sueca a la Antártida, o con el vicealmirante Julio Irízar, quien rescató a una expedición que debió refugiarse entre los hielos ante los desperfectos de su buque, y más cerca en el tiempo con el general Hernán Pujato, cuya primera expedición científica a la Antártida erigió la base San Martín en la bahía Margarita, en 1951, y quien sufriría persecución después de la caída de Juan Domingo Perón en 1955, e incluso el vicealmirante Segundo Storni,1 quien más allá de su defección como canciller del gobierno militar de 1943 –lo cual provocó su caída–, mantuvo siempre su preocupación por la soberanía en nuestro sur, que desarrolló en su libro Intereses argentinos en el mar.

Pero, más allá de esta revisión histórica –dirigida a combatir al mitrismo colonizador que aún persiste en muchas cabezas coloniales–, lo importante del libro está en su aporte científico, muy fundamentado con materiales escasamente conocidos, y su contribución a las futuras luchas por la soberanía argentina en Malvinas, el archipiélago y el triángulo antártico, ante las peligrosas ambiciones de los imperialismos de siempre.

Por esta razón me reconforta y me halaga, en estos tiempos duros que vivimos, haber sido elegido para ser la puerta de ingreso de este ensayo que seguramente dará mucho que hablar y pensar a los argentinos.

1. Segundo Rosa Storni nació el 16 de julio de 1876 en la provincia de Tucumán, en su homenaje esa fecha fue declarada Día de los Intereses Argentinos en el Mar por la ley 25.860 del 4 de diciembre de 2003. Murió en la misma provincia el 4 de diciembre de 1954. Fue vicealmirante de la Armada Argentina y llegó a desempeñarse como ministro de Relaciones Exteriores y Culto durante la presidencia de facto del general Pedro Pablo Ramírez en 1943. Pero su labor más destacada estuvo dirigida a reivindicar los intereses marítimos argentinos, a los que dedicó sus trabajos fundamentales. Para más información sobre Storni puede consultarse Potash (1981).

LA COMUNIDAD IMAGINADA POR LA COMUNIDAD ORGANIZADA

Ariel Hartlich propone un recorrido particular en el que aborda, en el marco de las transformaciones del contexto global de la inmediata posguerra, los posicionamientos específicos que tiene el peronismo en torno a una nueva concepción geopolítica que entra en colisión con intereses coloniales del período. Para ello, nos introduce de manera novedosa en las nuevas formas de la representación de esa comunidad imaginada: la bicontinentalidad, las estrategias de difusión múltiples, las medidas pedagógicas y las nuevas formas dinámicas de la representación cartográfica. Las instituciones impulsoras, la disputa por la soberanía donde el lugar de las Malvinas, la Antártida y el ideario latinoamericano son aspectos claves de ese rescate del pensamiento geopolítico que nos propone el autor a lo largo de esta obra.

El tema analizado es original y relevante; se inscribe en líneas investigativas sobre temáticas escasamente abordadas en los estudios del primer peronismo, así como en términos historiográficos. Es de rescatar los materiales cartográficos y filatélicos que presenta en su desarrollo así como su análisis que demuestra un trabajo serio y profundo de recolección de fuentes y de bibliografía; en este punto es donde el libro gana en profundidad y relevancia. Por su factura y su profundidad, es una importante contribución al estudio de las políticas y la ideología del peronismo y la representación del territorio argentino.

Patricia Berrotarán

Ariel Hartlich Magíster en Ciencias Sociales por la Universidad Nacional de Quilmes. Profesor, licenciado en Educación (UNQ) y Técnico Químico. Docente en el nivel medio y superior DGCYE. Codirector del proyecto de extensión universitaria El Buen Vivir en Nuestra Comunidad Imaginada (UNQ). Cotitular del curso de actualización profesional Entre la Colonización Pedagógica y la Patria Grande (UNQ), junto al veterano de la guerra de Malvinas Miguel Giorgio. Coconductor del programa radial Comunidad imaginada (FM Ahujuna 94.7). Integrante del Centro Cultural Enrique Santos Discépolo.

No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446.

Pensar la historia a través de la cartografías
Gustavo Vallejo

Existen muchas maneras de entender la función de la historia, tan variadas como los intereses que se encuentren en la motivación inicial del acto dirigido a recrear un aspecto del pasado. Así, cada nueva aproximación formulada podrá ofrecernos fuentes desconocidas, objetos que permanecían desconsiderados, reinterpretaciones a miradas instituidas. Pero, por sobre todas las cosas, nos colocará ante una o más preguntas que, según el grado de agudeza para identificar con ella un problema, puede constituirse no solo en la clave interpretativa de los sucesos que se abordan, sino también de las vacancias dejadas por la historiografía. Esto último se vuelve particularmente notorio cuando una pregunta resulta tan incisiva como para interpelar el sentido común y el conocimiento académico, por las nuevas interpretaciones que despierta, pero también por las cuestiones que devela, vale decir, que quedan en evidencia tras quitarles el velo. Porque podemos estar no solo ante lo que otros no vieron, sino quizá también ante un sistema de valoraciones que ayuda a entender qué cosas convino ver y qué cosas no.

El presente libro de Ariel Hartlich nos lleva a reflexionar en torno a estas coordenadas, partiendo de constatar que lo que podría ser una pregunta de obvia respuesta no lo es.

¿Desde cuándo la Argentina es representada a través de un mapa que incluye a las islas Malvinas y la proyección antártica? Y a partir de ese disparador emerge una profunda reflexión por las implicancias ideológicas que tiene la cartografía.

Debo confesar mi sorpresa cuando Hartlich esbozó por primera vez aquella pregunta ante algo que era poco menos que inefable dentro de un extendido sentido común, como también parecía serlo en el mundo académico. La trascendencia de su investigación estaba, entonces, en las cosas importantes que tenía para decir pero, además, en lo que esas muy llamativas ausencias podían estar indicando.

Digo esto porque el tema nos conduce directamente a algo tan notorio como lo es la emergencia del peronismo y a medidas que estuvieron entre las primeras que adoptó Juan Domingo Perón tras su acceso a la presidencia de la Nación por primera vez. Es que si el peronismo ha sido un objeto de estudio que originó internacionalmente una muy vasta producción, dentro de él, el impulso de un inusitado desarrollo cartográfico con precisas funciones ideológicas estuvo llamativamente desconsiderado.

Este libro, entonces, nos insta a reflexionar, con un alto grado de originalidad, sobre el peronismo a través del análisis de la cartografía que esa experiencia política se empeñó en impulsar con especial énfasis.

Michel Foucault señaló la fuerte injerencia que tradicionalmente tuvo la geografía en el poder, a través de las metáforas espaciales, frente a las cuales el pensamiento moderno sobrepuso a ellas las metáforas temporales. De estas últimas devinieron la idea de progreso y derivaciones como la idea de desarrollo que sustentaron la consolidación de las ciencias sociales. Consecuentemente, la geografía estuvo ligada a lo estático, mientras que las ciencias sociales eran consideradas dinámicas.

Si bien desde fines del siglo pasado una creciente producción afianzó la certeza de que el espacio es impensable sin el tiempo y todas sus connotaciones sociales, el ejercicio de poner en interacción ambas dimensiones con originalidad, como sucede con este libro, genera sorpresa y, al hacerlo, nos indica cuánto falta avanzar por este camino. En efecto, podemos ver ese cruce ya en el título, donde la dimensión geográfica expresada en un concepto de Benedict Anderson, “la comunidad imaginada”, se integra con la dimensión social de una noción creada por Perón, “la comunidad organizada”. Y, a partir de allí, se presenta con naturalidad una permanente interacción entre mapas y política, al punto de reflejar muy convincentemente que el desarrollo cartográfico que se describe expresa a la ideología que estimuló su realización, porque el poder político en algún momento descubre que para visibilizar, consensuar y trascender en sus propósitos necesita también crear mapas.

Boaventura de Sousa Santos ha destacado la importancia ideológica del mapa, algo que puede decirse constituye el hilo argumental del libro de Hartlich.

El propio Sousa Santos nos recuerda algunas características básicas que debe cumplir el mapa. La primera de ellas es que no puede coincidir con la realidad, aun cuando esa distorsión se dirija a exponer la verdad. El mapa distorsiona la realidad a través de la escala, la proyección y la simbolización. La escala más indicada es aquella en la que la facilidad de su uso no impide mantener datos esenciales. La proyección, que implica convertir en planas superficies que son curvas, contiene un compromiso con el uso específico al que el mapa se destina. Y la simbolización contiene señales que introducen una orientación buscada.

Podemos pensar que la función de la historia comparte aspectos básicos del mapa y, así, retos fundamentales del historiador se asemejan a los que tiene el cartógrafo. Las similitudes resultan más claras cuando se las observa desde las aporías que ambas tareas presentan en común. Esto último fue lo que, desde el absurdo, Jorge Luis Borges expresó justamente en la década de 1940 para demostrar la inutilidad de aprehender la realidad y expresarla fielmente. En un caso, por medio de un emperador que encargó a los mejores cartógrafos la realización del mapa más fidedigno de su imperio, trabajo del cual resultó una obra absolutamente inútil: un mapa exactamente igual a su imperio. En otro caso, una persona tan memoriosa que puede recordarlo todo vive abrumada porque la acumulación de información en su cabeza le impide distinguir lo importante de lo accesorio.

Vale decir, ni la cartografía ni la historia cumplirían debidamente su función si repitieran la realidad. En ambos casos su función es interpretarla y explicarla a través de una representación que logre conducirnos a la verdad o cuanto menos a formas de aproximarnos a ella.

En un plano hermenéutico, entender la cartografía como un campo estructurado de intencionalidades, antes que expresión literal de la realidad, conlleva la tarea de situar el mapa como un vehículo de ideologías, o también como un insumo cualificado para iluminar el diálogo entre saber y poder. De la misma forma, sabemos bien que solo la voluntad interdisciplinaria que insta a que la historia trascienda la mera repetición textual de la realidad permite arribar a interpretaciones más cercanas a la verdad.

Sobre muchas de estas cuestiones nos hace pensar Hartlich con su libro, que nos ofrece una forma de hacer historia a partir de la cartografía. Y esta historia logra dar cuenta de facetas desconocidas del peronismo a partir de la interpretación de mapas y de su contexto de emergencia. Fundamentalmente, la defensa de la soberanía funge como un problema central, para instalarnos ante un diálogo espacio-temporal que interpela muchas certezas establecidas (y también ciertos vacíos historiográficos).

De la naturalidad del relato se desprende que lo estático o lo dinámico no son condiciones inherentes a un mapa, sino que remiten al campo de representaciones ideológicas que originaron ese mapa.

Vale decir, si la estática del mapa Mercator es la del determinismo causal en las relaciones internacionales establecidas por un sistema colonial y eurocéntrico, podría pensarse que la perduración de ese mapa nos estaría hablando de la consecuente perduración del colonialismo; en tanto que la dinámica de mapas que son capaces de hacer dialogar la representación de lo que somos con la orientación que buscamos, más allá del corsé que pueden imponer las pervivencias coloniales y endocoloniales, supone identificar allí formas de ejercicio de la soberanía a través de un acto emancipatorio.

Pensar la historia a través de la cartografía tiene así ribetes muy particulares. Hacerlo en un país sometido por un colonialismo que cíclicamente avanza sobre el abandono de los intereses generales tiene una singularidad mucho mayor aun. Por eso el libro de Hartlich, más que valioso, es imprescindible en los tiempos que corren.

Palabras preliminares

A mi egreso de la Escuela de Educación Técnica Nº 2 de Quilmes “Paula Albarracín de Sarmiento”, popularmente conocida como “El Chaparral”, inauguré el título de técnico químico en una curtiembre de la localidad de Sarandí sobre la calle Maradiaga. Dentro de esa planta industrial, en un ambiente atestado de anilinas, cromo y corrosivos vapores, compartí innumerables jornadas con Luis “Prensa” Casas, quien me describió como un croquis a su Sumampa natal y su esplendoroso cielo. Las vivencias de Prensa estuvieron siempre negadas en la miope visión escolarizada del mundo que yo llevaba a cuestas, es que para observar esos astros es necesario arraigar los pies en la tierra del bombo legüero. De esta manera, Prensa me habló encumbrado en el propio terruño, como un amplio y fraternal abrazo del majestuoso firmamento santiagueño capaz de dar cobijo a seres formidables, como al propio Homero Manzi en el cenit de Añatuya.

Es posible que esas constelaciones sean en definitiva la referencia apropiada para lanzar sobre Buenos Aires la palabra de un espacio sin contaminación urbana, ni luces de neón, donde la realidad no transmuta en espejismo publicitario o escolar, sino que se yergue en exclusiva vivencia y saber. De esta manera, junto a la memoria de Prensa, me envuelvo en recuerdos, rodeado de los eternos compañeros curtidores con quienes vivenciamos un centenar de quincenas a mediados de la década de 1980 y perduran al compás de pesados fulones –esos gigantescos toneles de madera que giraron incesantemente para curtir pieles de bovinos descuartizados–. De ello resulta el cuero producto final, y destino inevitable del desprevenido ganado que alguna vez pastó en la fértil pampa argentina, a la luz del nunca fenecido modelo agroexportador, que niega grandeza a la Patria e infunde una turbia resignación pastoril en las conciencias argentinas.

Entre el fulón en movimiento y los recuerdos de Sumampa me instruí en rotar la materia junto a las ideas en una unidad indisoluble. Dentro de ese contexto también conocí las voces de Montevideo y del monte chaqueño, de Villa Corina donde alguna vez amanecí junto a la neblina de una Avellaneda proletaria que resistía. Tucumán, Jujuy, Entre Ríos, Formosa, La Pampa, todos los lugares de la Patria dieron vuelta entre los cueros y mi cabeza ultramovilizada por el amanecer democrático, el juicio y castigo a los genocidas de la dictadura cívico-militar y la guerra contra el imperialismo inglés.

En ese vertiginoso devenir un viejo militante comunista, de apellido García, atento a los tumultuosos interrogantes que pugnaban por saber hacia dónde iba mi gente, me entregó un ejemplar de El medio pelo en la sociedad argentina, una obra que hizo aterrizar mis ojos al ras del suelo, desde donde se debe mirar la realidad, como lo hizo Prensa al observar la estrella que arribó a su cenit, orientando su camino.

Desde entonces, amigos y compañeros invalorables, y de los otros, sumaron en mi rasgado morral cuantiosas obras, como La comunidad organizada o el Manual de conducción de Juan Domingo Perón, los que en alguna ocasión me proveyó un ex dirigente de la Unión Obrera Metalúrgica de la República Argentina (UOMRA), que en los años 80 sobrevivía como un humilde vendedor ambulante que viajaba en bondi y nunca se inclinó hacia el norte. Al mismo tiempo, junto a los escritos de Leandro Alem e Hipólito Yrigoyen, que empañaron mis ojos con la emoción de una juventud que bregó por no doblarse, modelaron mis neuronas eternos pensadores como Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, Manuel Ugarte y José Martí, quienes alzaron mi vista y siempre acompañan mis pasiones junto a la insigne poesía de Celedonio Flores, Manuel J. Castilla, Nicolás Guillén o Luis Alberto Spinetta.

Con todo esto intento decir que en mi texto subyace el genio de El hombre que está solo y espera, al que llevo a cuestas con la firme convicción de que todo el arte de la vida está en “atreverse a erigir en creencia los sentimientos arraigados en cada uno, por mucho que contraríen la rutina de creencias ya extintas”. Porque en definitiva este trabajo intenta dar testimonio de una patria que aún tiene que soportar la humillación colonial en su territorio y exhibir los grilletes que encadenan su destino a los burdos preceptos de la división internacional del trabajo.

Además, deseo destacar el apoyo fundamental que recibí de innumerables personas para llevar adelante esta tarea. Entre ellas se encuentra el veterano de la guerra de Malvinas Miguel Giorgio, con quien nos encontramos enredados desde hace años entre mapas y la descolonización de nuestra cultura. De la misma manera hago llegar mi infinita gratitud a todas y todos los que compartieron la experiencia del curso “Entre la colonización pedagógica y la Patria Grande” y nutrieron mi pensamiento con ideas nuevas.

Asimismo, debo destacar la valiosa contribución de Gabriel Fernández Gasalla, el de las extensas charlas compartidas en el éter; Guillermo “Cuco” Ñañez, quien siempre encontró el libro preciso; Pablo Quival, que le dio sentido al cielo austral y está siempre en lo alto como chacana para acariciar mis oídos desde el ancestral legado aymara; a los integrantes del Grupo Choiols de La Plata, especialmente a Patricia Knopoff y Daniel Badagnani, que me enseñaron a pararme en la cima del mundo y emancipar los pensamientos; a Néstor Coria y Mariano Memolli, que compartieron gentilmente toda su experiencia antártica, me aportaron valiosísima bibliografía e invalorable fraternidad; a Diego Dellagiovana, que abrió un espacio en la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) para que podamos desarrollar una importantísima experiencia de reflexión decolonial; a Bárbara Aguer, que nos sumó junto a Miguel Giorgio a la valiosa experiencia que llevó adelante la Escuela de Defensa Nacional para revisar nuestra cartografía; al equipo de Fines II Quilmes, básicamente a Alejandra Mingrone, Silvia Korondi y Belkys Gómez, por confiar en mí y me permitirme concretar un proyecto didáctico donde pude obtener la experiencia necesaria para encarar esta investigación; al padre Alberto Montiel, con quien escudriñamos algunos pormenores de la cultura de Nuestra América entre la bruma habanera; a Nicolás Rodríguez, quien tradujo fielmente las citas en lengua extranjera superando mi rudimentario y desafecto inglés; a Ángel “Mingo” Pizzorno, quien siempre me brindó el comentario apropiado y extendió la experiencia de repensarnos como nación soberana a toda la militancia quilmeña, y muy especialmente a Alberto Borrelli, que desinteresadamente y con un profundo sentido nacional dio el apoyo necesario para que este libro pueda publicarse.

Igualmente quiero agradecer la colaboración que recibí por parte del personal de la Biblioteca del Congreso de la Nación y en particular a las encargadas de la sección de colecciones especiales donde se encuentra la Biblioteca Peronista, quienes han demostrado su total disposición para apoyar la investigación histórica poniendo en juego toda su pericia y conocimiento sobre el material existente; de la misma manera deseo reconocer a las trabajadoras y los trabajadores de la Biblioteca Coronel Manuel J. Olascoaga del IGN, del Archivo Histórico de Geodesia del Ministerio de Infraestructura y Servicios Públicos de la Provincia de Buenos Aires; del Instituto Nacional Juan Domingo Perón, de la biblioteca del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani y de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno.

Por último, quiero expresar mi absoluta gratitud por la orientación, el aliento y dirección que generosamente me brindaron durante todo el trabajo de investigación a Osvaldo Graciano, ex coordinador de la orientación en historia de la Maestría en Ciencias Sociales y Humanidades de la UNQ, que siempre estuvo atento a mi desempeño y de quien recibí un total apoyo; a Mariana Cabrera, ex directora de Posgrado de la UNQ, que en todo momento estuvo dispuesta a resolver las más diversas situaciones y organizar mis dispersos actos administrativos, los que de alguna manera también fueron víctimas del grave accidente que sufrí hace unos años; a Gustavo Vallejo, codirector de mi trabajo de tesis, que no dejó ningún detalle sin atender y resultó un aporte vertebral en toda mi obra; a Julio Burdman, director de tesis, que le dio sentido geopolítico a mi proyecto y a toda mi investigación; y al maestro Norberto Galasso, como un faro que siempre alumbra mi turbulenta travesía hacia el sur.

1. La orientación del sentido geopolítico

Un lugar en el mundo

Concebir la Argentina bicontinental remite a situarnos en el espacio austral, en territorio americano y antártico, donde el sur se reafirma y proyecta la dimensión nacional. Además, este concepto supone la necesaria intervención estatal, capaz de acuñar en el imaginario popular una figura impresa en forma de mapa, que sintetiza la identidad colectiva como logo. Es decir, percibida de manera instantánea y proyectada en el mundo como comunidad nacional dentro del complejo marco de referencias identitarias que nos legó la modernidad.

Este esquema de representación territorial, plasmado en los mapas geográficos modernos, hunde sus raíces en la expansión europea de ultramar del siglo XV, que estuvo signada por el ávido ojo imperial con que el conquistador cateó los confines del planeta, transformó su toponimia. Además, reorganizó la administración de todos sus recursos y homogeneizó las diversas relaciones entre culturas y espacio geográfico. De esta manera, dio inicio a una innovadora práctica territorial que condujo al desarrollo del capitalismo y la formación de los Estados modernos, que desde el siglo XIX recortaron los espacios nacionales americanos y trazaron límites precisos entre las poblaciones. Como resultado de esta organización el mapa se erigió en paradigma para la instrucción pública, como un logotipo que sintetizó lo que Benedict Anderson definió con el concepto de comunidad imaginada.1

Particularmente, en la República Argentina el recorte territorial y la consiguiente producción cartográfica tuvieron un prolongado proceso de consolidación asociado a la construcción del Estado. Desde la denominada Organización Nacional en la segunda mitad del siglo XIX hasta la segunda presidencia del general Juan Domingo Perón, cuando se llevaron adelante una serie de actos de gobierno que supusieron el trazado efectivo de la mayoría de los límites internacionales del país.

En efecto, durante el período que va de 1946 a 1955 se resolvieron la mayoría de los temas territoriales que habían permanecido pendientes por décadas, generando tensiones y conflictos con países vecinos.2 A la vez que se dispusieron mayores esfuerzos y recursos para reafirmar la soberanía nacional en la Antártida y jurisdicciones del Atlántico Sur. Por otra parte, en línea con esta política territorial, la gestión peronista contempló una serie de acciones pedagógicas destinadas a instalar en la población una conciencia austral, que incluyó tanto a las islas Malvinas y demás archipiélagos adyacentes como al Sector Antártico Argentino, además del denominado mar epicontinental.3

Conviene subrayar que estas políticas se desarrollaron dentro de un esquema de amistad y colaboración regional, donde el Estado argentino celebró acuerdos bilaterales con la mayoría de los Estados de la región. En particular, estos acuerdos incluyeron la reivindicación de Antártida Sudamericana como concepto estratégico, en contraposición a las acciones imperialistas del Reino Unido de Gran Bretaña en territorio austral. De manera que el mapa bicontinental presentado durante el primer peronismo fue concebido dentro de una concepción geopolítica que propició convenios fraternales con los Estados vecinos, en contraposición a los intereses colonialistas de potencias extracontinentales. Al mismo tiempo que impulsó la articulación con distintas organizaciones gremiales y estudiantiles a nivel continental, a partir de la Confederación General Universitaria (CGU) y la ya mencionada ATLAS.

Pongamos el caso de ATLAS, que levantó desde su creación una bandera histórica latinoamericana: el anticolonialismo. En efecto, esta agrupación expresó su decidida posición por la revisión del tratado de arrendamiento del canal de Panamá, la independencia de Puerto Rico y demás enclaves coloniales de la región, y explícitamente rechazó la “intromisión colonialista del imperialismo inglés” en la Antártida –desde la primera reunión de su Comité Ejecutivo celebrada en enero de 1953–, reafirmando a su vez los derechos antárticos argentinos y chilenos (Urriza, 1988: 102). De igual manera se manifestó en ocasión de la acción imperialista de Londres en la isla Decepción el 15 de febrero de ese mismo año, donde treinta y cinco infantes de la Royal Marine irrumpieron en esa ínsula antártica y detuvieron a dos marinos argentinos, destruyendo instalaciones de Chile y Argentina. En esa ocasión ATLAS emitió un comunicado titulado “Los trabajadores libres de América contra el imperialismo inglés”, en el que afirma que “América Latina vive la hora de los pueblos […] decididos a no soportar más tiempo las exacciones de los imperialismos” (citado por Urriza, 1998: 67).

Esta posición explícitamente antiimperialista, que denota el carácter de una época donde emergían movimientos de liberación nacional en gran parte de los países dependientes, formó parte también de la propuesta de la CGT4 para sentar las “bases de una central obrera latinoamericana”. En concreto, el órgano oficial de la CGT, Noticioso Obrero Argentino, en febrero de 1948 presentó un programa de acción regional que suponía la solidaridad entre los pueblos, el apoyo recíproco contra toda política de agresión, “la cooperación recíproca destinada a lograr la independencia integral de todas las naciones del continente” y la “desaparición de toda injerencia o colonias extranjeras en el continente” (Parcero, 1987: 57). De igual manera esta posición estuvo presente en las actividades desarrolladas por la Confederación General Universitaria, organización estudiantil que el peronismo impulsó en esos años. Particularmente, el Congreso Mundial de la Juventud Universitaria celebrado en Buenos Aires del 25 al 29 de abril de 1952 en su plenario por aclamación expresó lo siguiente:

 

La juventud universitaria no puede mantenerse indiferente al dolor de los pueblos oprimidos y esclavizados por el imperialismo, y expresa su fervoroso anhelo por que se ponga término al régimen colonialista vigente en Puerto Rico. Condena la prisión impuesta al líder portorriqueño Pedro Albizu Campos y asimismo reclama de los Estados Unidos de América la liberación del patriota puertorriqueño Oscar Collazo. Anhela la reintegración al patrimonio argentino de las islas Malvinas y la independencia de los pueblos árabes. (CGU, 1952, “Acto de clausura”)

 

Al mismo tiempo, en las conclusiones de la comisión de trabajo Nº 6 de ese Congreso se fijaron las posiciones del movimiento estudiantil frente al panorama político, económico y social mundial. Al respecto, se puntualizó: “Reafirmar la soberanía argentina y chilena sobre los respectivos sectores del continente antártico” (CGU, 1952, Conclusión Nº 6). Así pues, es importante destacar que la reivindicación territorial austral fue un pilar del movimiento estudiantil peronista en su acción política, desarrollada en diversos ámbitos antiimperialistas latinoamericanos. Al respecto resulta revelador el testimonio del líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz, sobre los sucesos vividos en Bogotá en 1948 y su relación con grupos juveniles peronistas cuando aún era estudiante.

Concretamente, en el libro Cien horas con Fidel, Castro refirió que las experiencias vividas en las jornadas del 9 de abril de 1948, conocidas como Bogotazo,5 las narró detalladamente en el libro escrito por Arturo Alape (1983) sobre estos sucesos (Ramonet, 2006: 58). En el trabajo de Alape, Fidel relató en primera persona los pormenores de su activa participación en aquellos turbulentos sucesos de la historia colombiana, cuando fue asistido por un automóvil oficial de la Embajada argentina, en el cual se encontraba un dirigente peronista delegado en la Conferencia Panamericana.6 Este dirigente peronista, de apellido Iglesias, condujo a Castro y sus compañeros sanos y salvos al Consulado cubano, dado que se había dictado el toque de queda y las calles de Bogotá se habían convertido en una trampa mortal para toda la comitiva antillana (Alape, 1983: 669).

En este punto, hay que subrayar que la relación entre los estudiantes cubanos y el funcionario argentino se produjo en el marco de la organización del Congreso Latinoamericano de Estudiantes, que supuso un encuentro previo en La Habana entre jóvenes peronista y estudiantes cubanos para coordinar acciones conjuntas, donde según relató el propio Fidel:

 

Ya por aquella época nosotros sentíamos otras causas latinoamericanas7