Niños exploradores, niños creativos

1.2.7. Imaginación

De la imaginación hablaremos mucho en este libro ya que es uno de los ingredientes fundamentales de la creatividad. Pero cuidado, una cosa es ser un ingrediente fundamental, y otra cosa es ser el plato entero. Imaginación no es creatividad, como creen algunos. Lo veremos en el siguiente capítulo más extensamente.

La imaginación es la capacidad de ver cosas en nuestra mente sin necesidad de que lo que veamos sea válido o solucione algo. Los niños imaginan. Les encanta hacerlo. Es una defensa natural para enfrentarse a un mundo que no entienden porque no lo conocen. Lo que no saben se lo inventan. Y por eso inventan tanto. Otra cosa es la calidad o la cualidad de sus invenciones. La «suerte del novato» se da mucho en los niños pequeños. Es bastante común que, con sus invenciones, den en el clavo y entonces es cuando los adultos sonreímos y decimos lo creativos que son nuestros hijos. Como veremos luego, esto es un error.

Como también es un error importante coartar la imaginación de chavales y adultos. Sin darnos cuenta consideramos que la imaginación, a partir de cierta edad, es contraproducente. Incluso nos inventamos enfermedades relacionadas con un exceso de imaginación. Nos preocupa que esa «plaga» permanezca en edades más adultas. Y nos confunde porque no la entendemos, sobre todo cuando la juzgamos de forma demasiado literal. Pero si aprendemos a manejarla, veremos cómo se convierte en el mejor aliado de nuestra nueva forma de pensar que nos llevará a donde ninguna otra habilidad es capaz de hacerlo.

9544.png

¡Niños exploradores, niños creativos

KOLIMA BOOKS

Primera edición: Septiembre 2015

©2015 Editorial Kolima, Madrid

www.editorialkolima.com

Autor: Guzmán López Bayarri

Diseño de cubierta: Patricia Fuentes

Dirección editorial: Marta Prieto Asirón

Ilustraciones: Fluye Studio

Imagen portada: ©Stock.com/BorisMrdja

ISBN: 978-84-163642-7-5

Nota del autor

Este libro nunca se hubiera escrito si yo no hubiera odiado tanto el colegio. Lo recuerdo como una cárcel para niños. Y eso que fui a un colegio normal, no a un internado ni a nada más radical. Mi madre siempre me cuenta que el primer día que todos lloraban menos yo. Cuando salí me preguntó si me había gustado. Al decirle que no, se extrañó: «Entonces, ¿por qué estás tan contento?» «Porque no pienso volver más», le contesté con toda la verdad que da la inocencia infantil. Al día siguiente empezó mi condena.

Lo aborrecía tanto que me prometí a mí mismo dos cosas: que nunca tendría un jefe ni nadie que mandara sobre mí, y que, al igual que decía el escritor Mark Twain, nunca permitiría que la escuela interfiriese en mi educación. Por eso nunca he dejado de explorar. Y, por tanto, de aprender. Ahora me gano la vida enseñando a pensar a los demás. Algo que me hubiera gustado que hubieran hecho conmigo desde el principio. Pero, en general, nunca fue así.

Ahora, después del periplo de estos casi 40 años en los que he estudiado música, psicología, filosofía, publicidad, mucho pensamiento creativo, leído cientos de libros, escrito cuatro, ayudado a todo tipo de empresas a crear nuevos productos, servicios y culturas, me he dado cuenta de que, como yo, muchos otros niños pasaron por el colegio sufriendo su metodología y sin oportunidad de encontrar lo que realmente les gustaba y en qué eran buenos. No pudieron encontrar su vocación para desarrollarse como buenos profesionales y excelentes personas. Quizá por mi carácter y por la educación de mi casa, yo sí tuve esa suerte. Eso, junto a cientos de maestros informales que he encontrado por la vida (soy incapaz de enumerarlos a todos), ha hecho que llegue a ciertas conclusiones de cómo deberíamos educar a los niños, ya seamos sus padres, profesores, tutores o cuidadores.

Explorar, para mí, es un método para ser creativo. Para aprender. Para reflexionar y entender cómo funciona el mundo. Pero, sobre todo, creo que se trata de una actitud ante la vida que diferencia a las personas de éxito de las que no lo tienen. No es su inteligencia, ni su talento, sino su actitud y su perseverancia para conseguir lo que desean. Y la actitud se forma, se entrena y se practica hasta que se consolida.

Sencillamente éste es un libro que me hubiera gustado que leyeran mis padres, pero, más aún, mis profesores y aquéllos que intentaron educarme.

1. Por qué necesitamos fomentar la creatividad en nuestros hijos

1.1. Contextualizando

10180.png

1.1.1. El mundo tal y como lo conocemos ya no existe

Visualiza a un familiar de cierta edad al que llevas tratando toda la vida. Puede ser alguno de nuestros padres, algún hermano o incluso la propia pareja. Sea quien sea el que tengas en mente, le conoces bien. Tienes claro su físico, su forma de vestir, sus gustos. También su tono de voz, la forma en la que anda. Todo lo que uno puede saber de alguien cercano con quien lleva años relacionándose íntimamente.

Ahora imagina que un día te encuentras con esa misma persona pero que ella ya no es la misma. No se parece en nada a la persona que conocías. Su físico ha cambiado, no demasiado, pero sí lo suficiente. Pero eso no es lo peor. Lo más sorprendente está en sus hábitos; su forma de pensar es totalmente diferente. Si antes le gustaba tener una conversación larga y agradable con un amigo, ahora prefiere participar en conversaciones simultáneas con mucha gente en las que se intercambian mensajes rápidos y cortos. Si le gustaba la comida tradicional hecha a fuego lento, ahora te sorprende yendo a locales donde sirven fast food. Ciertamente está irreconocible.

Si miramos detenidamente el mundo de hoy, creo que muchos tampoco lo reconoceremos. Físicamente ha cambiado, no hay duda, pero el cambio más radical se ha dado en su funcionamiento. Al igual que sucedía con ese familiar, el entorno que nos rodea se comporta de un modo atípico, extraño. Se ha transformado casi de un día para otro. En muy pocos años, todo o casi todo ha dejado de ser como era.

Y es que, como veremos a continuación, no estamos en una época de cambios sino en un cambio de era.

1.1.2. Nuevo paradigma, nuevo pensamiento

El ser humano es realmente sorprendente. Por su capacidad de adaptación a un entorno cambiante. Pero algo mucho más poderoso que eso es su capacidad de evolucionar y reinventarse constantemente convirtiéndose en el propio generador del cambio.

Siempre ha sido así, pero ahora nos enfrentamos no sólo a otro cambio, sino a su inmediatez. Nunca, en toda la historia de la Humanidad, habíamos experimentado tantos cambios, de tal magnitud y con tanta rapidez como los de las últimas décadas.

El mundo ha cambiado tan rápido de una generación a otra que, si contemplamos ahora mismo a un niño, a su padre y a su abuelo, nos encontraremos con una misma realidad y tres esquemas mentales totalmente diferentes.

Tal situación desemboca en un caos total pues el viejo pensamiento permanece en un mundo completamente nuevo, en el que las herramientas que veníamos utilizando ya no funcionan.

11323.png

1.1.3. Internet y la conectividad. La globalización

Suena el despertador. Nos levantamos para afrontar una nueva jornada laboral. En menos de cinco minutos ya estamos conectados a Internet. Puede que sea para ver la temperatura que hará durante el día. O para ojear los comentarios a la última entrada en redes sociales de la noche anterior. O bien para poner un poco de ritmo a nuestra mañana escuchando música online. En lo que canta un gallo podemos escuchar discos que nunca compramos, leer el periódico gratis sin salir de casa, ajustar el reloj, darle las buenas noches a nuestro amigo en Tokio y obtener la mejor ruta para ir a visitar a un cliente. Sólo se me ocurre una palabra que define todo esto: vértigo.

A pesar de estar totalmente integrada en nuestras vidas, Internet apenas es una recién llegada. Cualquiera que tenga más de 30 años se ha criado sin disfrutar de sus beneficios. Los más jóvenes no entienden cómo pudimos hacerlo. Ellos no conciben la vida sin conexión. Tanto es así que algunos bromean añadiendo el wifi por debajo de las necesidades básicas en la pirámide de Maslow.

Una de las múltiples consecuencias de Internet es que lo ha unido todo. Ha conseguido que a un golpe de click tengamos el mundo en nuestras manos. Y eso da mucho poder. Pero –como decía Spiderman–, «un gran poder conlleva una gran responsabilidad». El problema es que sólo asumimos una parte de esa premisa, la del poder. Eso de la responsabilidad no nos atrae demasiado. Y claro, ahí radica uno de los grandes retos de la nueva era.

Porque la nueva era es conexión, información, rapidez. Pero también es globalización. Hemos pasado de ser de donde nacimos a ser ciudadanos del globo terráqueo de un día para otro y sin elegirlo. Hoy, más que nunca, nuestra casa es el mundo y también lo que pasa a miles de kilómetros nos afecta directamente. Es apasionante. Es delirante. Y, con los modelos de pensamiento que tenemos, da mucho vértigo.

10202.png

1.1.4. El dragón chino y la competencia

Si somos conscientes de que vivimos en un mundo diferente y además globalizado, deberíamos empezar a pensar más en cuál será la competencia de nuestros hijos en el futuro. Hasta hace muy poco uno competía con su entorno, que era más bien pequeño. Su pueblo, su barrio o, como mucho, su ciudad. Tener una carrera universitaria era más que suficiente. Luego vino la movilidad nacional. El número de gente con el que competíamos se hizo mayor y, por tanto, había que prepararse mejor. Pasamos a hacer algún máster y aprender idiomas. Pero ahora todo eso tampoco es suficiente. Ahora competimos en un mundo global y eso incluye grandes masas de población. La mayor parte de ellas está muy alejada geográfica y culturalmente pero nos invade diariamente con sus productos y pronto también con sus ideas. Por encima de todos destaca China, «el gran dragón».

muchas personas, que además, están muy preparadas.