portada

Sobre la autora

La doctora Robin Stern es directora adjunta del Centro para la Inteligencia Emocional de Yale e investigadora adjunta del Child Study Center (Centro de Estudios sobre el Niño) de la Universidad de Yale. Es psicoanalista y tiene más de treinta años de experiencia en terapias individuales, familiares y de pareja. Robin ha colaborado en la creación de RULER, el enfoque utilizado en el Centro Yale para llevar la inteligencia emocional a las escuelas y los lugares de trabajo; también ha colaborado en el desarrollo de RULER para familias y es una de las principales formadoras de los institutos del centro. También trabaja en el Colegio para Profesores de la Universidad de Columbia y es autora de dos libros, Efecto luz de gas y Project Rebirth [Proyecto renacimiento].

Robin fue uno de los miembros fundadores del Instituto Woodhull, donde trabajó durante quince años creando y facilitando programas de desarrollo para líderes femeninas. Ha sido invitada a muchos programas de radio a nivel local y nacional y ha viajado para dar conferencias sobre inteligencia emocional y acoso en las relaciones. Asesora a escuelas y empresas de todo el mundo y durante los últimos cinco años ha colaborado con Facebook para crear herramientas que ayuden a adultos y niños a desarrollar la inteligencia emocional y para resolver conflictos a través de Internet. Actualmente trabaja en el hospital oncológico Smilow, en New Haven (Connecticut), ayudando a médicos y enfermeras a desarrollar la inteligencia emocional. Del 2014 al 2015 fue uno de los miembros de Yale Public Voices Fellowship, y su trabajo fue publicado en los medios de comunicación más populares, como por ejemplo Psychology Today, Huffington Post, Time.com, Washington Post, The Hill y Harvard Business Review. También colabora con Emotional Intelligence Consortium (Consorcio de Inteligencia Emocional) y con el consejo asesor de Crisis Text Line y I’ll Go First.

Robin vive en Nueva York y mantiene una excelente relación con sus hijos, Scott y Melissa. Ambos se dedican a actividades que responden a sus propios intereses.

Las ideas y técnicas que aparecen en este libro no pretenden sustituir la consulta o el tratamiento de un profesional de salud mental autorizado. Ni la editoral ni la autora asumen ninguna responsabilidad por las posibles consecuencias de cualquier tratamiento, acción o aplicación de medicamento, hierbas o preparados por parte de cualquier persona que lea o siga la información de este libro. Los nombres y las características de los personajes de este libro se han modificado para proteger su identidad.

Título original: The Gaslight Effect: How to Spot and Survive the Hidden Manipulation Others Use to Control Your Life

Traducido del inglés por Julia Fernández Treviño

Diseño de portada: Editorial Sirio, S.A.

Diseño y maquetación de interior: Toñi F. Castellón

© de la edición original

2007, 2018 Robin Stern

Publicado con autorización de Harmony Books, un sello de Crown Publishing Group, del grupo Penguin Random House LLC

© de la presente edición

EDITORIAL SIRIO, S.A.

C/ Rosa de los Vientos, 64

Pol. Ind. El Viso

29006-Málaga

España

I.S.B.N.: 978-84-17399-80-1

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Dedicado a todos los pacientes, estudiantes y jóvenes de los que he sido mentora, y a todos los que han hecho conmigo el viaje hacia una vida sin luz de gas, con profunda gratitud. Todos vosotros sois mis maestros.

Y para mis hijos, Scott y Melissa, por ser los «regalos más especiales de mi vida».

Agradecimientos

Estoy profundamente agradecida a muchas personas que me acompañaron en distintas etapas de mi vida, y cuya amistad, inspiración, conversación, apoyo y colaboración sentaron las bases de mi trabajo e hicieron que esta obra fuera una realidad.

Es una bendición haber conocido a mi maravilloso agente, Richard Pine, que dio nombre a este libro en el 2007 y se dio cuenta de que era el momento oportuno para volver a publicarlo. Quiero expresar mi profundo agradecimiento a mi colaboradora Rachel Kranz, que ya no está entre nosotros, por su constante convicción de que era importante que este trabajo viera la luz ¡y por su originalidad, talento y sabiduría! También quiero dar las gracias a los estupendos editores que a lo largo de los años se han convertido en mis amigos, Amy Hertz y Kris Puopolo, por creer en mí desde el principio. Y también a Diana Baroni y Alyse Diamond de Crown, por reconocer la necesidad de volver a editar este libro y hacerlo posible. Mi gratitud también para Les Lenoff, cuyas ideas ­brillantes, comprensión y consejos me ayudaron a traducir conceptos psicoanalíticos con el objetivo de que llegaran a una audiencia más amplia. Y también para Frank Lachman, que me ayudó a entender el verdadero poder que tenemos para mantener la luz de gas fuera de nuestra vida.

A mis maestros y mentores del Postgraduate Center for Mental Health, muy especialmente a Manny Shapiro, mi amigo y mentor durante mucho tiempo (y, por supuesto, también a Barbara), y a Marty Livingston, Jeffrey Kleinberg y Al Brok.

Agradezco a todas las mujeres de Woodhull, en especial a mis queridas amigas Wende Jager Hyman y Helen Churko; a Joan Finsilvera, por los desayunos en el west side, y a Naomi Wolf por animarme a escribir este libro y por apoyar a las mujeres para que sean psicológicamente libres. También quiero agradecer a Erica Jong, Karla Jackson Brewer, Tara Bracco, Jennifer Jones, Leeat Granek, Melissa Bradley, Gina Amaro, Susan Cain, Joie Jagar Hyman y Shan Jager Hyman, y a todas las mujeres jóvenes que atravesaron nuestra puerta para recorrer nuestro hermoso territorio y se empeñaron en cumplir sus sueños. Gracias por haber hecho el viaje con nosotras.

Muchas personas maravillosas han llegado a mi vida y se han convertido en amigos y colegas «para siempre» desde que este libro se publicó por primera vez. Estoy profundamente agradecida a todos los miembros del Yale Centre for Emotional Intelligence y a todos nuestros seguidores, pues su espíritu, visión y pasión hacen que el trabajo de cambiar el mundo sea una alegría día tras día: en particular, al director del centro, mi colega y estimado amigo Mark Brackett, y a su familia. A mi «otra» familia, mis queridos Horacio Martínez, Irene Crespi, Ellyn Solis Maurer y Esme.

También quiero expresar mi enorme gratitud a nuestra gran familia del centro: a mi compañera de escritura y querida amiga Diana Divecha y, por supuesto, también a Arjun Divecha; a nuestro mentor y amigo Charley Ellis; a nuestro fundador Peter Salovey y a nuestra inspiración, el fallecido Marvin Maurer, y a todos los ­amigos y seguidores, muy especialmente a Andy Faas y Patrick Mundt. Y mi sincero agradecimiento a nuestros colegas en el mundo más extenso de la inteligencia emocional y el aprendizaje socioemocional que siguen enriqueciendo este campo, cada uno a su manera: David Caruso, Dan Goleman, Richard Boyatzis, Cary Cherniss, Maurice Elias, Linda Bruene Butler, Tom Roderick, Pam Siegle, Mark Greenberg, Tish Jennings, y John Pelliterri. Y a Diana y Jonathan Rose por proporcionarnos el espacio para nuestras conversaciones fundacionales.

Mi gratitud también para todas las personas con las que trabajo y que siguen enriqueciendo mi vida, muy en especial a Kathryn Lee, Zorana Pringle, Bonnie Brown, Charlene Voyce y muchos otros colegas y amigos extraordinarios que han llegado a mi vida a través del trabajo en Yale: Jochen Menges, Wendy Baron, Jim Hagen, Kathy Higgins, Alice Forrester, Elaine Zimmerman, Steven Hernández, Vipin Thek, Allison Holzer, Michelle Lugo, Dena Simmons, Danica Kelly, Claudia Santi-Fernández, Wendy Baron, Jim Hagen, Nikki Elbertson, Madeline Chafee, Craig Bailey, Jessica Hoffman, Seth Wallace, Grace Carroll, Mela Waters, Elisabeth O’Bryon, Dan Cordero, Lisa Flynn, Erik Gregory y Laura Koch y Susan Rivers. Mi agradecimiento especial a mis colegas y queridos amigos Andrés Richner y Marianne Korangy por reunir la información necesaria y establecer las conexiones entre los datos a lo largo de los años. Y también a los queridos amigos y colegas Laura Artusio y Andre Portero, que llevaron nuestro trabajo a Italia.

Muchas gracias a Katie Orenstein y al grupo de compañeros de la confraternidad de Yale Public Voices del 2014, por haberme brindado la oportunidad de aprender cómo transmitir al público el importante trabajo realizado en mi consulta y en mis clases.

Gracias también a mis colegas del hospital para pacientes de cáncer Smilow y del hospital New Haven de Yale por defender el enfoque de que la comunicación compasiva es importante para la salud y el bienestar, en especial a Cathy Lyons, Roy Herbst, Kathleen Moseman, las enfermeras y los cuidadores de los pacientes de Smilow y los jefes de los servicios médicos de oncología. Mi agradecimiento también para Dawn Kapinos y Philip Grover.

Estoy profundamente agradecida a los colegas y amigos que trabajan y han trabajado conmigo en Facebook para acercar la inteligencia emocional y la compasión a nuestro mundo digital, y muy en especial a Arturo Bejar, Jamie Lockwood, Nikki Staubli, Kelly Winters, Emily Vacher y Antigone Davis. Y a Dacher Keltner y Emiliana Simon Thomas, de Greater Good.

Muchas gracias a todos los coaches de Star Factor porque gracias a su dedicación e inspiración los distritos y escuelas están cambiando; y un agradecimiento especial a Dolores Espósito, que está dirigiendo este trabajo en Nueva York. Y, por supuesto, a mi querida amiga Janet Patti, por mantener la llama encendida de nuestra concepción, y por muchas cosas más.

Mi gratitud a los que trabajan en Project Rebirth, en especial a Brian y Helen Rafferty, Jim Whitaker y Jack De Goia. Y también a Courtney Martin, mi compasiva y elocuente coautora. Y mi más profundo agradecimiento a todas las personas que han abierto su corazón para contarnos sus historias.

A nuestro equipo de instructoras de Inner Resilience, Carmella B’han, Lynne Hurdle Price y Martha Eddy. Y, por supuesto, a mi amiga y mentora Linda Lantieri, cuya visión creó este grupo y ofreció herramientas de sanación a miles de personas, muchas gracias por todos los años en los que hemos enriquecido juntas nuestra vida interior.

Gracias a Craig Richards, por incluirme en su perspectiva; y a Nicole Limperopulos y Brian Perkins. Y también a todas las personas de Summer Principals Academy, especialmente a nuestro maravilloso grupo de mujeres de las noches de los viernes: Dawn Decosta, Ife Lenard, Kelly Lennon, Sarah Sherman y Asheena Baez.

Mi agradecimiento y aprecio a todos los amigos y familiares extraordinarios que he heredado de Frank (primos, tíos y tías): Midge y Lou Miele, Lisa y Bill Lahey, Mary y John Dluhy, Luyen y Rachel Chou, Tucker Harding, Sibyl Golden y Chip White, Kevin Griffin, Bill y Francie Schuster, Gardner Dunnan y Francee Sugar, Mike y Tiiu Frankfurt, Peter Awn y Jewelnel Davis. Especialmente, a Teresa González y, por supuesto, a nuestra familia: Nicco Moretti, Antonio Moretti y Kiki Mwaria.

Quiero expresar mi mayor aprecio por todos los amigos que he hecho a lo largo de los años, a quienes agradezco nuestras importantes y a menudo conmovedoras conversaciones que me han permitido conocer más profundamente el autodescubrimiento y la dinámica relacional: Jan Rosenberg, Joan Finkelstein, Janet Patti, Linda Lantieri, Beryl Snyder Trost, Madaleine Berley, Suzi Epstein, Robin Bernstein, Kenny Becker, Donna Klein, Marilyn Goldstein, Julie Appel, Sheila Katz, Sheila Erlich, Tripp y Patti Evans, Robert Sherman, Pamela Carter, Yael Wender, Elana Roberts, Jolie Roberts, Julien Isaacs, Jim Fyfe, Bill Zito, Stephen Rudin, Susan Collins y Andy Caploe. Y por toda una vida de conversaciones, a mis primos Mona Van Cleef, que ya no está entre nosotros, Cheryl Filler, Leslie Sporn, y Terri Yagoda.

Mi reconocimiento a muchos otros colegas que imaginan un mundo mejor, porque ellos me inspiran cada día, en particular Nancy Lublin, de Crisis Text Line, Jessica Minhas, de I’ll Go First, Leslee Udwin, de Think Equal, Denise Daniels, de JellyJam Entertainment, Naomi Katz, de HerWisdom y Janine Francolini, de Flawless Foundation.

Mi más profunda gratitud a todos mis pacientes y alumnos. Gracias por compartir pensamientos y sentimientos, sueños y desafíos, y por ser mis maestros más importantes.

Mi sincero agradecimiento a Larry Hirsch y Bertie Bregman por cuidar a mi familia. A todos los que trabajan en CURE por estar ahí, especialmente Susan Kaufman y Lisa Siegle. Y muchas gracias también a Enrique Michel.

A mis maravillosos padres, Roz y Dave Stern, que me amaron, cuidaron, creyeron en mí y me respaldaron. ¡Estarían tan felices de saber cuánta gente se ha beneficiado de la lectura de Efecto Luz de gas! A mi difunto marido, Frank, gracias por ser mi defensor más apasionado, por tu apoyo durante el proceso de la redacción del libro... y por todo lo demás.

Y, por supuesto, mi eterna y profunda gratitud a mi amada y divertida familia: Eric, Jacquie, Justin, Chelsea, Daniel, Julia, Lainey, Jan, Billy y, cómo no, Lena y Lisa. Y muy especialmente a mis maravillosos hijos, Scott y Melissa, que alumbran mi vida día tras día.

Prólogo

En algunas ocasiones se producen interesantes coincidencias en la vida.

Cuando Robin Stern me comentó por primera vez que estaba pensando escribir un libro sobre el tema del maltrato emocional, estábamos sentadas en un parque infantil viendo jugar a mis hijos. En los alrededores del parque había un sendero serpenteante. Un niño de unos cuatro o cinco años que caminaba junto a su padre de pronto echó a correr, tropezó y se cayó sobre la gravilla. Era evidente que se había hecho daño y que estaba intentando no llorar. El rostro de su padre se puso tenso: «¿Qué te has hecho ahora? –le dijo bruscamente mientras tiraba de uno de sus brazos para ponerlo de pie–. No puedo creer lo torpe que eres. Te he dicho mil veces que tengas cuidado».

Fue un momento muy desagradable. La falta de empatía del padre nos estremeció. Por un momento nos preguntamos si deberíamos intervenir. Y todavía fue más doloroso ver cómo el niño intentaba recomponerse y encontrar sentido a lo que había dicho su padre. Se veía claramente que estaba tratando de interpretar sus palabras para que no sonaran tan crueles. Casi se lo podía oír pensando: «Soy torpe. Me siento fatal, y no porque mi padre acabe de herir mis sentimientos sino porque no le hago caso. Es mi culpa».

En aquel momento le pedí a la doctora Stern que pensara seriamente en escribir este libro, y estoy muy contenta de que lo haya hecho. El maltrato emocional es un tema que por fin está recibiendo la atención que merece. En los últimos tiempos se ha escrito mucho sobre este problema. Hoy en día la gente parece considerarlo como lo que realmente es, a diferencia de lo que sucedía en la generación anterior. En esa época ese tipo de relaciones eran más aceptadas socialmente, en especial con respecto a la crianza de los niños, y se justificaban como «amor severo» o «formación del carácter». No obstante, el tipo particular de maltrato emocional que la doctora Stern identifica y analiza en Efecto luz de gas, un maltrato más encubierto y caracterizado por el control, hasta el momento no había sido abordado con la empatía y el conocimiento adquirido a lo largo de todos los años dedicados a la práctica clínica y, en particular, con su singular interés por el bienestar emocional de las mujeres jóvenes. Es una gran noticia que haya escrito sobre este tema basándose en su amplia experiencia.

La doctora Stern trabaja con decenas de jóvenes brillantes, con talento e idealistas, muchas de las cuales proceden de familias cariñosas, que se encuentran atrapadas en relaciones caracterizadas por diversas variaciones de este tipo de maltrato. Realiza un trabajo milagroso ayudándolas primero a recordar y luego a trabajar a partir del momento en que comenzaron a perder su fuerza y el respeto por sí mismas. De este modo, ellas consiguen recuperar su vida a lo largo del proceso. Ahora los lectores de todo el país, y también de más allá de nuestras fronteras, podrán beneficiarse de sus conocimientos como lo han hecho todas estas jóvenes que han aprendido a identificar este tipo de control y maltrato emocional velado, y a desarrollar estrategias para liberarse de él. Es una herramienta muy importante para todos aquellos que desean salvaguardar su bienestar emocional, resistir la manipulación y el control de terceras personas y elegir relaciones que enriquezcan y potencien su desarrollo.

He tenido la oportunidad de observar cómo trabaja la doctora Stern con estas jóvenes, y puedo decir que su visión sobre el efecto luz de gas puede ser enormemente sanadora. Sin embargo, estoy plenamente convencida de que el valor de su trabajo no solamente es ventajoso para las mujeres. Hombres y mujeres han sufrido por igual situaciones de maltrato y control emocional en su infancia por parte de los adultos. Aunque la mayoría de los ejemplos citados aquí –casos clínicos de pacientes de la doctora Stern– se refieren a mujeres sometidas a maltrato, también he visto a muchos hombres que, al escucharla describir su trabajo, le abrieron su corazón y describieron sus propias luchas para liberarse de esa clase de relaciones tóxicas, y se sintieron aliviados mientras ella analizaba su problema. Me parece de vital importancia que los padres lean este libro, porque muchas veces dañamos a nuestros hijos o los manipulamos emocionalmente de una manera inconsciente. Cuanto más conscientes seamos de que cualquiera de nosotros, independientemente de nuestras mejores intenciones, podemos herir o manipular emocionalmente a un niño que está a nuestro cuidado sin siquiera darnos cuenta, más dichosa será la próxima generación.

Los lectores pueden sentirse afortunados de que exista una psicoterapeuta plenamente comprometida con su crecimiento emocional y desarrollo personal como la doctora Stern. Cada página está escrita desde el corazón. Y lo que es todavía más importante, cada página nos permite reconocer lo que le sucedió a ese niño en el parque, y también comprender a los adultos que podrían identificarse con él.

Este libro ayudará a muchas personas a encontrar una nueva fuerza interior y un nuevo respeto por sí mismas.

NAOMI WOLF

Introducción
Una idea a la que le ha llegado su hora

En la actualidad prácticamente no pasan más de uno o dos días sin que oigamos la expresión hacer luz de gas. Al hacer una búsqueda rápida en Google encontramos docenas de artículos: «Ocho características de una relación con un maltratador que hace luz de gas», «¿Son conscientes de lo que hacen los manipuladores que practican la luz de gas?», «Luz de gas: el juego mental que todos deberían conocer». El diccionario Urban tiene una definición para este tipo de maltratadores. Incluso el cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos ha sido identificado como uno de ellos.

Cuando hace diez años escribí Efecto luz de gas, la expresión era prácticamente desconocida aunque el fenómeno en sí mismo ya estaba bastante difundido. En aquel momento escribí que utilizamos la expresión «hacer luz de gas» para referirnos a una manipulación emocional en la que el maltratador intenta convencerte de que no recuerdas, no comprendes o malinterpretas tus propias conductas o motivaciones, sembrando así dudas en tu mente y dejándote vulnerable y confundido. Este tipo de maltratadores pueden ser hombres o mujeres, cónyuges o amantes, jefes o compañeros de trabajo, padres o hermanos, pero todos tienen en común la habilidad de hacerte cuestionar tus propias percepciones de la realidad. La luz de gas es en todos los casos una situación creada por dos personas, un manipulador que siembra duda y confusión, y una víctima que está «deseando» dudar de sus propias percepciones con el fin de que la relación perdure.

A mi modo de ver esa responsabilidad compartida constituía la esencia de lo que se conocía como luz de gas. No se trataba únicamente de abuso emocional, sino de una relación creada por las dos partes implicadas. Y la denominé «tango luz de gas» porque requiere la participación activa de dos personas. Como es evidente, el maltratador induce a su víctima a dudar de sus propias percepciones, pero ella está igualmente interesada en que el manipulador la vea como desea ser vista.

«Eres tan descuidada...», podría decir el maltratador. Y en lugar de echarse simplemente a reír y responder: «Así es como tú lo ves», la víctima se siente forzada a insistir: «¡No lo soy!». Por estar excesivamente pendiente de lo que el maltratador piensa de ella, es incapaz de descansar hasta haberlo convencido de que no es descuidada.

«No puedo entender cómo puede ser tan derrochadora», podría decir el manipulador. Una mujer que no se dejara someter a la luz de gas respondería sencillamente: «Bueno, todos somos diferentes y después de todo se trata de mi dinero», y seguiría adelante con su vida. Por el contrario, una mujer maltratada podría pasar horas compadeciéndose desesperadamente de sí misma y diciéndose que su maltratador podría tener razón.

Tal como escribí al principio del libro:

El efecto luz de gas es el resultado de una relación entre dos personas: un maltratador que necesita mantener el control para preservar su propio ser y la sensación de tener poder y una víctima que le permite definir su propia realidad porque lo idealiza y necesita su aprobación [...] Si existe una mínima porción de ti que piensa que no eres lo suficientemente bueno, si una ínfima parte de tu ser siente que necesitas el amor o la aprobación de un manipulador que practica la luz de gas para sentir que vales como persona, eso significa que eres propenso a convertirte en una víctima de este tipo de abuso emocional. Y un maltratador que recurre a la luz de gas se aprovechará de tu vulnerabilidad para conseguir que dudes de ti mismo una y otra vez.

Algunas veces la víctima se enfrenta a un castigo aún mayor que la mera desaprobación. Por ejemplo, si ella y el maltratador están criando a sus hijos, puede sentirse incapaz de convertirse en una madre sin pareja debido a su dependencia emocional y económica. Si el manipulador es su jefe, la víctima puede temer las repercusiones profesionales que podría acarrearle enfrentarse a él o renunciar a su trabajo. Tal vez es un pariente o un viejo amigo, y la víctima tiene miedo de las posibles consecuencias en su círculo familiar o social. También puede darse el caso de que el maltratador amenace a la víctima con lo que yo denomino un «apocalipsis emocional», es decir, la someta a un bombardeo de insultos, amenazas de suicidio o peleas espantosas, todas ellas situaciones tan desagradables y angustiosas que la víctima hace prácticamente cualquier cosa por evitarlas.

Independientemente del castigo, la luz de gas depende de que ambas partes participen en el proceso. La persona que manipula es responsable de sus propios actos, pero la que es manipulada también lo es de los suyos. La vulnerabilidad de la víctima del maltrato se basa en la necesidad de idealizar al maltratador, ganar su aprobación o preservar la relación a cualquier precio.1

La buena noticia es que la participación es mutua, ya que eso significa que la persona objeto del maltrato tiene las llaves de su propia prisión. En cuanto comprenda qué es lo que está sucediendo, podrá encontrar el coraje y la claridad mental para rechazar los comentarios nocivos del manipulador que pretende volverla loca y conseguirá mantenerse fiel a su propia realidad. Cuando sea capaz de confiar en sus propias opiniones y criterios ya no necesitará la aprobación del maltratador ni de ninguna otra persona.

Si consideramos la luz de gas en el ámbito de las relaciones personales (en una relación amorosa o de amistad, en el trabajo y en la familia), hoy en día sigo sosteniendo esa descripción. La esencia del maltrato basado en la luz de gas es el tango luz de gas, el baile de dos personas que dependen de su mutua participación.

DESCUBRIR EL EFECTO LUZ DE GAS

Este libro fue inspirado por la alta incidencia de este tipo de maltrato en la vida de mis pacientes y mis amigos, y también en mi propia vida. He observado innumerables veces el efecto luz de gas, un patrón insidioso que puede minar la autoestima de la persona más segura de sí misma, y que fue la causa del fin de mi primer matrimonio. Todas las mujeres que he conocido que lo han sufrido, ya fueran pacientes o amigas, eran mujeres de éxito, competentes, poderosas y atractivas. Sin embargo, estaban atrapadas en relaciones laborales o familiares que no eran capaces de abandonar, a pesar de que su autoestima se deterioraba cada vez más.

En su forma más leve, la luz de gas genera inquietud y ansiedad en las mujeres y las lleva a pensar por qué siempre eligen lo que no les conviene, o por qué no son felices con su compañero, que aparentemente es «un buen chico». En su manifestación más grave, la luz de gas produce una profunda depresión y mujeres que antes eran fuertes y dinámicas quedan reducidas a la miseria más absoluta, hasta el punto de llegar a aborrecerse a sí mismas. En cualquiera de los dos casos siempre me ha sorprendido, no solo como terapeuta sino también en mi vida personal, el grado de falta de confianza y parálisis que puede inducir la luz de gas.

Me propuse encontrar la forma de definir este patrón particular de maltrato, cuya definición no había encontrado en ninguna publicación profesional ni en la cultura popular. Hallé mi inspiración en una película de 1944, Luz de gas, interpretada por Ingrid Bergman, Charles Boyer y Joseph Cotton. En ella el héroe romántico interpretado por Boyer convence paulatinamente a Bergman de que se está volviendo loca. Le pregunta por un broche que le ha regalado y observa su desazón al no encontrarlo en su joyero donde estaba segura de haberlo guardado, y de donde él lo ha tomado. «¡Ay, cariño, eres tan olvidadiza!», insiste él. «No es verdad», responde el personaje de Bergman. Pero poco a poco comienza a creer en la versión de Boyer y a dudar de la suya, y cada vez es menos capaz de confiar en su propia memoria y percepciones.

En la película Boyer intenta enloquecerla con plena conciencia para poder quedarse con su herencia, y consigue realmente trastornarla convenciéndola poco a poco de que no puede fiarse de sus propias apreciaciones. En la vida real, este tipo de maltratadores rara vez son tan conscientes de su propia conducta. Tanto el maltratador como la víctima parecen actuar impulsados por sus propias compulsiones, bloqueados en un tango luz de gas fatal que depende de la visión distorsionada que el maltratador tiene de su víctima y de la creciente convicción de esta última de que aquel tiene razón. En aquel momento no conseguí encontrar ningún otro libro que analizara este patrón particular de abuso emocional, ni siquiera uno que lo definiera claramente con indicaciones específicas para ayudar a las mujeres maltratadas a romper el hechizo y recuperar el respeto por sí mismas. De manera que le puse nombre a este fenómeno, escribí el libro... y quedé absolutamente asombrada por la respuesta obtenida.

A mi consulta acudieron muchas nuevas pacientes y todas destacaron que mi libro describía la situación exacta que estaban viviendo. «¿Cómo podía usted saber por lo que estaba pasando? –me decían–. ¡Yo pensaba que era la única!». Algunas amigas que creían tener una relación feliz con su pareja descubrieron que estaban siendo sometidas al maltrato luz de gas, o que lo habían sufrido en anteriores relaciones, en el trabajo o en su círculo familiar. Los colegas me agradecieron por dar nombre a un nuevo modelo de maltrato emocional del que ahora podrían hablar con sus propios pacientes. Este fenómeno que previamente carecía de nombre parecía estar más difundido de lo que jamás hubiera podido sospechar.

Poco después de publicar el libro comencé a pasar consulta en Facebook junto con mi colega Mark Brackett, director del Centro para la Inteligencia Emocional de la Universidad de Yale. En aquella época, las redes sociales estaban empezando a despegar y los usuarios de Facebook estaban preocupados por su potencial para el ciberacoso de personas jóvenes vulnerables. Mark y yo realizamos docenas de entrevistas a adolescentes y adultos en un esfuerzo por desarrollar un protocolo online para denunciar y resolver diversos tipos de acoso, incluidas la divulgación de rumores, las conductas mezquinas y la falta de respeto, las ofensas y las amenazas directas.

Este trabajo y las clases sobre inteligencia emocional que impartimos en los colegios de todo el país pusieron todavía más en evidencia los efectos perniciosos de la luz de gas. Mark y yo escuchamos innumerables historias de adolescentes que habían sufrido este tipo de maltrato, y no solamente de una persona sino de docenas de amigos de la vida real y de Facebook. Una joven podría calificar a una amiga de ser «exageradamente sensible» por disgustarse por algo sin importancia, y otras veinte o treinta personas podrían publicar «Me gusta» en dicho comentario, o incluso añadir todo tipo de críticas. Los efectos devastadores de la luz de gas se multiplicarían ya que la destinataria del maltrato tendría que afrontar no solamente la manipulación de los implicados, sino también la humillación de que «todas las personas conocidas» y algunas docenas de desconocidos también la consideraran «exageradamente sensible».

Nuestro proyecto dio como resultado el Centro de Prevención del Acoso en Facebook, un sitio donde los adolescentes pueden notificar el maltrato que sufren, y donde padres y educadores pueden encontrar temas con los cuales iniciar conversaciones para abordar el problema. A lo largo del proceso realmente me impresionó comprobar que la luz de gas era el arma favorita del acoso con gran frecuencia. Uno de los aspectos más complicados de la luz de gas reside en las dificultades para identificarla. Tú sientes que estás hundiéndote en la duda y en la confusión, pero ¿por qué? ¿Qué es lo que te ha llevado repentinamente a cuestionarte? ¿Cómo ha podido una persona que supuestamente te quiere y te cuida hacerte sentir tan mal?

De hecho, la luz de gas es un tipo de acoso sutil y encubierto practicado a menudo por un compañero sentimental, un amigo o un miembro de la familia que no deja de repetir que te ama, incluso mientras no cesa de minar tu propia confianza. Tú sabes que algo va mal, pero no puedes detectar qué es. La expresión luz de gas por fin pone nombre a este tipo de maltrato y te permite ver con claridad lo que de verdad está haciendo tu novio, tu tía Martha o la persona a la que consideras tu mejor amiga. Por eso Mark y yo recordamos continuamente a nuestros alumnos: «Tienes que ponerle nombre para poder dominarlo».

LUZ DE GAS EN LAS NOTICIAS

Durante algunos años después de que mi libro se publicara, ocasionalmente encontré artículos en los que se utilizaba el término. Por ejemplo en The Week, una reseña de la película La noche más oscura2 se refería a ciertas técnicas de interrogación como un ­maltrato del tipo luz de gas. La escena muestra a un interrogador muy experimentado que cita hechos que nunca han sucedido, induciendo así al prisionero a pensar que su memoria está fallando. El interrogador comprende que pocas cosas son más desestabilizadoras que conseguir que dudes de tu propia percepción de la realidad. La luz de gas puede afectar a tu mente de una manera todavía más poderosa que el maltrato físico.

Entretanto, un número cada vez mayor de blogs comenzaron a relacionar la luz de gas con el acoso, tanto en las relaciones personales como laborales. «¿Es la luz de gas una forma de violencia de género en el lugar de trabajo?», preguntaba David Yamada en su blog Minding the Workplace (tener cuidado en el lugar de trabajo’). Numerosos blogs de citas y autoayuda mencionaron la importancia de identificar a este tipo de maltratadores y enfrentarse a ellos. La luz de gas se ha definido incluso en Wikipedia, donde se sugiere la lectura de mi libro.

Pero realmente fue en el 2016 cuando la luz de gas fue catapultada a la conciencia popular. En marzo de ese año el comediante y presentador del canal de televisión HBO John Oliver afirmó que Donald Trump le había hecho luz de gas. A primera vista, la historia parecía simple. Trump anunció que había rechazado una invitación para aparecer en su programa. «John Oliver y su equipo de colaboradores me llamaron para pedirme que asistiera a ese programa aburrido y de baja audiencia –publicó Trump en Twitter–. Yo le respondí: ¡No gracias, solo será una pérdida de tiempo y energía!».

Pero el caso es que Oliver nunca le pidió que asistiera a su programa. No tenía ningún interés en que Trump fuera su invitado. «¿Por qué habría de invitarlo?».

Cuando Oliver intentó aclarar las cosas, Trump complicó todavía más la situación, insistiendo en una entrevista de radio en que se lo habían pedido no solamente una vez, sino cuatro o cinco veces.

Ante esta situación se podría pensar que Oliver podría haberse encogido de hombros, incluir la controversia en su monólogo inicial y tal vez hacer algún chiste al respecto y compartir unas risas con sus colaboradores. Sin embargo, admitió que en verdad había comenzado a cuestionarse su propia realidad. Trump parecía tan seguro de su versión de lo que había sucedido que quizás Oliver lo había invitado. «Haber sido víctima de una mentira que parecía tan convincente fue una situación muy desestabilizadora –afirmó en su programa–. Incluso me vi obligado a asegurarme de que nadie lo había invitado accidentalmente y, por supuesto, nadie lo había hecho».

John Oliver, comediante, presentador de televisión y comentarista de la izquierda liberal evidentemente no era del agrado de Donald Trump. A Oliver le daba igual lo que Trump pudiera pensar de su persona ni cómo podría ser su relación futura. Por tanto, Trump no tenía ningún poder para controlarlo emocional, familiar ni económicamente. Y según todas las apariencias, Oliver es un tipo seguro de sí mismo que confía en su visión de la realidad. Sin embargo, Trump se las arregló para hacerlo dudar de su memoria, hasta el punto de no estar seguro de si lo había invitado o no a asistir a su programa.

La experimentada periodista Melissa Jeltsen, del Huffington Post, escribió: «La afirmación de Trump fue tan entusiasta que Oliver comenzó a dudar de lo que consideraba verdadero a pesar de saber que Trump estaba mintiendo. Ese es el poder de la luz de gas».

De hecho, Jeltsen me entrevistó antes de escribir ese artículo, en el que afirmé que la conducta que Trump exhibía frente a Oliver y al mundo correspondía a la manipulación de tipo luz de gas que se describe en los libros de texto. «Cuando no asumes la responsabilidad de tus propios actos, delegas responsabilidades o intentas minar la credibilidad de la persona que te pregunta por tus acciones, estás haciéndole luz de gas», le comenté.

De repente, la expresión aparecía por todas partes: CNN, Teen Vogue, Salon y docenas de posts en sitios web, medios sociales y blogs. Súbitamente, todo el mundo hablaba de ello.

NUEVO ANÁLISIS DEL EFECTO LUZ DE GAS

Cuando mi editor me comunicó que quería volver a editar Efecto luz de gas, lo consideré una oportunidad para volver a reflexionar sobre lo que había escrito diez años atrás. Basándome en mi propia práctica como terapeuta, tanto en mi consulta como en Facebook, y en mi trabajo actual en el Centro para la Inteligencia Emocional de Yale, me pregunté qué era lo que yo sentía en ese momento en relación con el libro.

Volví a leerlo y me sentí muy satisfecha al comprobar que estaba completamente vigente. No tuve ninguna necesidad de corregirlo. Lo que me sorprende más ahora que hace diez años es que cuanto mayor es la seguridad de alguien –y tal vez mayor es su narcisismo–, más cómodo se siente ateniéndose a su propia realidad, independientemente de cuántos pongan en duda sus percepciones. Ese narcisismo es una defensa para no tomar seriamente a otras personas ni preocuparse por la visión que tengan del mundo. Un narcisista puede enfadarse cuando los demás no comparten sus ideas, y muchos maltratadores que hacen luz de gas reaccionan del mismo modo. Pero su rabia no se debe a que duden de su propia rectitud esencial, sino a que no pueden soportar el hecho de no controlarlo todo. En otras palabras, no es posible hacer luz de gas a un maltratador que la practica; o lo que es lo mismo: si alguien se dedica a hacer luz de gas a otra persona, es muy difícil conseguir que él mismo la padezca.

Sin embargo, otros tenemos más dificultades para mantener nuestra visión del mundo. Nos cuestionamos si estamos seguros de lo que hemos visto u oído. Nuestra humildad y autoconciencia nos convierten en personas vulnerables a situaciones que no llegan a afectar a individuos que son más narcisistas. Además, nos han enseñado desde la niñez que las percepciones o los conocimientos de los demás a menudo son más exactos que los nuestros. Cuando oímos a alguien decir «negro es blanco» o «arriba es abajo» una y otra vez, resulta difícil no preguntarse al menos si esa persona sabrá algo que nosotros ignoramos.

En Efecto luz de gas ofrezco un remedio que todavía considero fiable: lo denomino «mira a tus auxiliares de vuelo». Tal como sucede en un avión, la conducta de los auxiliares de vuelo nos señala si una sacudida del aparato es un problema menor de turbulencias o el inicio de un desastre mayor. En tu propia vida tus «auxiliares de vuelo» te ayudan a reconocer si tu nuevo novio solo tiene un mal día o es un abusador. Me refiero a tus amigos, familiares, tal vez incluso un terapeuta, que pueden ayudarte a evaluar correctamente la situación cuando empiezas a cuestionarte tu propia realidad.

Del mismo modo, cuando hablamos de luz de gas política o social, quizás todos nos convertimos en nuestros mutuos auxiliares de vuelo. Nos corresponde a nosotros encontrar fuentes de noticias creíbles, observaciones de las que podemos fiarnos, hechos que resisten el análisis. Ninguno de nosotros puede hacerlo solo, necesitamos a los «expertos» que nos merecen confianza, y a los amigos, vecinos, parientes y compañeros de trabajo cuyas opiniones nos parecen sensatas. La luz de gas es profundamente desestabilizadora. Tal vez se necesite «todo un pueblo» para encontrar un terreno común sólido.

Mientras tanto, si tú o cualquier persona que conoces estáis luchando por poner fin a una relación caracterizada por este tipo de maltrato, este libro te ayudará a comprender, reflexionar y en última instancia liberarte, entendiendo por ello transformar la relación o abandonarla de una buena vez. Mi objetivo a lo largo de mi vida profesional siempre ha sido ayudar a mis pacientes a vivir de una forma más compasiva, efectiva, productiva y satisfactoria. Pero eso sencillamente no es posible cuando se mantiene una relación caracterizada por la luz de gas, en la que dudas continuamente de tus propias respuestas y terminas disculpándote por tus fallos y equivocaciones. Hace diez años escribí:

Tienes una gran fuente de poder dentro de ti para liberarte del efecto luz de gas. El primer paso es tomar conciencia de tu propia participación en el maltrato, reconocer cuáles son las conductas, deseos y fantasías que te llevan a idealizar al maltratador y buscar su aprobación.

Pues bien, aquí comienza tu viaje. Efecto luz de gas está aquí para ayudarte en cada paso del camino. Se necesita coraje para embarcarse en este recorrido, y estoy francamente entusiasmada por todo lo que estás a punto de aprender.


1 Evidentemente, si el maltratador amenaza a su víctima o la maltrata físicamente, ella tiene otra razón para ser vulnerable y en tal caso probablemente su prioridad no sea acabar con esa relación de maltrato, sino preservar su seguridad y la de sus hijos.

2 N. de la T.: título en inglés, Zero Dark Thirty.

Capítulo

1

¿Qué significa
hacer luz de gas?

Katie es una persona amigable y optimista que camina por la calle sonriendo a todo el mundo. Trabaja como agente de ventas, lo que significa que pasa mucho tiempo hablando con personas que acaba de conocer, y eso le encanta. Es una mujer atractiva que ronda la treintena; pasó bastante tiempo manteniendo amoríos pasajeros antes de tener una relación estable con su pareja actual, Brian.

Brian puede ser dulce, protector y considerado, pero también es un hombre ansioso y temeroso y se comporta con cautela y cierto recelo con las personas que acaba de conocer. Katie es extrovertida y conversadora y cuando los dos salen juntos a dar un paseo puede entablar rápidamente una conversación con el hombre que acaba de preguntarle por una dirección o con la mujer cuyo perro se interpone en su camino. Brian es sumamente crítico con su forma de ser. ¿Acaso no se da cuenta de que los demás se ríen de ella? Ella cree que a esos desconocidos les gustan esas conversaciones casuales, pero en realidad levantan la vista al cielo mientras se preguntan a qué viene tanta charla. Aquel hombre que le preguntaba por una dirección solo estaba intentando seducirla, ella debería haberse percatado de la mirada lasciva que le echó cuando estaba a punto de darle la espalda. Y, por otra parte, su conducta es una falta de respeto hacia él, su novio. ¿Cómo cree que se siente cuando la ve intercambiando miradas con cualquier tío con el que se cruzan en la calle?

Al principio Katie se ríe de las quejas de su novio. Ella ha sido así toda la vida, le dice, le encanta ser sociable. Pero tras unas semanas de críticas incesantes comienza a dudar de sí misma. Tal vez la gente realmente se ría de ella y la mire con desdén. Quizás sea verdad que cuando pasea con Brian coquetea con otros hombres delante de sus narices. ¡Vaya forma horrorosa de tratar al hombre que la ama!

Katie no sabe comportarse de otro modo cuando va por la calle. No desea renunciar a su forma de relacionarse afablemente con el resto del mundo, pero ahora cada vez que sonríe a un desconocido no puede evitar pensar en lo que diría Brian.

Liz es una ejecutiva de alto nivel de una importante agencia publicitaria. Es una mujer elegante de cuarenta y tantos años, con un matrimonio sólido desde hace veinte años y no ha tenido hijos. Se ha esforzado mucho para llegar al lugar donde está, invirtiendo toda su energía en su profesión. Ahora parece estar a punto de conseguir su objetivo de ser la máxima responsable de la nueva oficina de la empresa en Nueva York.

Sin embargo, en el último momento el puesto es asignado a otra persona. Liz se traga su orgullo y le ofrece al nuevo jefe toda la ayuda que necesite. Al principio, él se muestra agradecido y también encantador, pero pronto Liz comienza a observar que la excluye de las decisiones fundamentales y no la invita a las reuniones importantes. Oye rumores de que los clientes han recibido la información de que no quiere trabajar más con ellos y que les han sugerido que hablen con su nuevo jefe. Cuando lo comenta con sus colegas, ellos la miran perplejos. «Pero ¡si él habla maravillas de ti, te pone por las nubes! –insisten–. ¿Por qué habría de decir cosas tan maravillosas si pretendiera deshacerse de ti?».

Finalmente, cuando Liz decide hablar con su jefe, él le da una explicación creíble para cada una de las cuestiones que le plantea. «Mira –le dice amablemente al final de la conversación–, creo que le estás dando demasiada importancia a este tema, quizás incluso estés un poco paranoica. ¿Por qué no te tomas unos días de descanso para relajarte un poco?».

Liz se siente completamente impotente. Sabe perfectamente que la está saboteando, pero ¿por qué es la única que piensa eso?

Mitchell es un estudiante de poco más de veinte años que quiere ser ingeniero eléctrico. Es alto, desgarbado y un poco tímido, y ha tardado mucho tiempo en encontrar a la mujer adecuada. Ahora ha empezado a salir con una chica que le gusta de verdad. Cierto día, su novia le señala discretamente que se viste como si fuera un niño. Mitchell se siente un poco avergonzado pero comprende lo que ella pretende decirle, así que decide ir a unos grandes almacenes y le pide a un vendedor que lo ayude a elegir su nueva indumentaria. La ropa que se ha comprado lo hace sentir un hombre nuevo, sofisticado y atractivo, y en el autobús de camino a casa disfruta de las miradas que le echan las mujeres.

El domingo siguiente se viste con su ropa nueva para ir a comer a casa de sus padres. Su madre se echa a reír en cuanto lo ve. «Oh, Mitchell, esa ropa no te sienta nada bien, estás ridículo –le dice–. Por favor, la próxima vez que decidas ir de compras déjame ayudarte». Los comentarios de su madre le sientan fatal y Mitchell le pide que se disculpe. Ella mueve la cabeza con gesto triste y responde: «Solo estaba intentando ayudarte. Pero ahora soy yo la que quiere que tú también te disculpes por el tono de voz con que me has hablado».

Mitchell se siente confundido. Su nueva ropa le gusta, pero quizás sea verdad que tiene un aspecto ridículo. ¿En realidad ha sido grosero con su madre?

COMPRENDER EL EFECTO LUZ DE GAS

Katie, Liz y Mitchell tienen algo en común: todos ellos sufren el efecto luz de gas. El efecto luz de gas se produce en una relación entre dos personas: un maltratador que necesita tener la razón con el fin de preservar su sentido de identidad y su sensación de tener poder y una víctima que le permite definir su sentido de realidad porque lo idealiza y necesita su aprobación. Las dos partes pueden pertenecer a cualquier sexo, y este tipo de maltrato puede presentarse en cualquier relación. No obstante, me referiré a los maltratadores en masculino y a las víctimas en femenino, porque es lo que veo con mayor frecuencia en mi consulta. Voy a analizar varias clases de relaciones (amigos, familiares, jefes y colegas), aunque me centraré especialmente en la relación amorosa entre un hombre y una mujer.

Tomemos por ejemplo al novio de Katie, que le hace luz de gas. Él insiste en que el mundo es un lugar peligroso y que la conducta de Katie es inapropiada y desconsiderada. Cuando se siente estresado o amenazado, necesariamente ha de tener razón respecto a estas cuestiones y además conseguir que Katie esté de acuerdo con él. Katie valora la relación y no quiere perderlo, y por este motivo comienza a ver las cosas desde el punto de vista de Brian. Tal vez es verdad que las personas con las que conversa en la calle se ríen de ella. Quizás sea cierto que flirtea con los hombres. El efecto luz de gas se ha puesto en marcha.

En el segundo caso, el jefe de Liz insiste en que realmente se preocupa por ella y afirma que sus inquietudes no son más que pura paranoia. Liz quiere que tenga una buena opinión de ella –des­pués de todo está en juego su carrera– y por eso comienza a dudar de sus propias percepciones y tiende a adoptar las opiniones de su jefe. Sin embargo, las explicaciones que le ofrece este hombre realmente no tienen ningún sentido para ella. Si no está intentando sabotearla, ¿por qué no la incluye en las reuniones? ¿Por qué sus propios clientes no devuelven sus llamadas? ¿Por qué se siente tan confusa y preocupada? Liz es una persona tan confiada que no puede creer que alguien pueda ser tan descaradamente manipulador como parece ser su jefe; ella debe de estar haciendo algo para que la trate tan mal. Liz desea desesperadamente que su jefe tenga razón, pero en lo más profundo de su ser está convencida de que no la tiene. Se siente completamente desorientada, y ya no está segura de lo que ve ni de lo que sabe. La luz de gas está en su apogeo.

La madre de Mitchell insiste en que ella tiene derecho a decirle a su hijo cualquier cosa que se le ocurra, y le recrimina que se comporte de una manera tan grosera cuando ella no aprueba sus comentarios. A Mitchell le gustaría que su madre fuera una persona cariñosa y bondadosa, y no alguien que por lo general le hace comentarios negativos. Por ese motivo cuando hiere sus sentimientos, él se culpa a sí mismo en lugar de culparla a ella. Ambos están de acuerdo: la madre tiene razón y Mitchell está equivocado. Juntos están creando el efecto luz de gas.