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nombres: | Suárez Argüello, Ana Rosa
título: Ramón Elices Montes: redactor de El Centinela Español y El Pabellón Español (1881-1885) / Ana Rosa Suárez Argüello, compilación y estudio introductorio
descripción: Primera edición | Ciudad de México : Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2018 | Serie: Colección Testimonios
identificadores: ISBN 978-607-8611-27-0
palabras clave: Ramón Elices Montes | España | México | Periodistas españoles | Prensa | Publicaciones periódicas españolas | Siglo XIX | El Centinela Español (México) | El Pabellón Español (México)
clasificación: DEWEY 079.72 SUA.r | LC AP1 S8

Imagen de portada: Ramón Elices Montes, litografía en C. De Soto y Corro, Americanistas ilustres. Excmo. e Ilmo. Sr. D. Ramón Elices Montes, Madrid, Imprenta de José Perales, 1890.

Primera edición electrónica, 2018

D. R. © 2018 Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora
Calle Plaza Valentín Gómez Farías 12, San Juan Mixcoac,
03730, Ciudad de México.
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ISBN de ePub: 978-607-8611-27-0

Hecho en México/Made in Mexico

A Clara Elena, mi querida hermana, amiga y colega.

Índice

Estudio introductorio

Ana Rosa Suárez Argüello

La vida

El país al que llegó

La colonia de la que formó parte

Un exilio voluntario

La vuelta

Fuentes consultadas

RAMÓN ELICES MONTES
TESTIMONIOS

El periodista

Al público y a la prensa

Provocación insolente

A nuestros lectores

La defensa de los intereses españoles

A los españoles

Siempre las preocupaciones

La estatua de Colón en Barcelona

Nuestros propósitos

Una explicación necesaria

Carta y contestación

Al público y a la prensa

La degradación de la prensa

Nuestra actitud

Siempre en la brecha

Advertencias importantes

A nuestros lectores

No hay tales carneros

Nuestros lectores

La asociación de la prensa

Fraternización hispano-mexicana

La colonia española

Un español que no existe

Horrible desgracia

México y España

La inmigración para México

¡Pícaros gachupines!

Otro español pernicioso

Un pensamiento patriótico

¡Pobres pescadores!

Suscripción de Laredo

La colonia española en México

Cruzada antiespañola

La Voz de Juárez

La Asociación Ibérica

Los españoles en las elecciones

Siempre los españoles

Las fiestas del 16 de septiembre

La inmigración

La emigración a las Américas

La inmigración

El artículo 33 de la Constitución mexicana

La inmigración canaria

La inmigración española

Las relaciones México-España

El patriotismo español. Apuntes para un libro recordando las viejas patrias

No sabe lo que es Asturias

Polémica referente a Asturias

Polémica terminada

El tratado de comercio con España

El tratado de comercio con España. La importación de los vinos

La deuda española

Fraternización hispano-mexicana

Los asuntos mexicanos

Libre exportación de la plata y el oro

El Banco Mercantil Mexicano

La exportación de metales y la dimisión del secretario de Hacienda

La Ley del 4 de agosto

El clamoreo contra el níquel

La Compañía Trasatlántica Mejicana

La Ley del Timbre

La cuestión del día

La cuestión del timbre

El reglamento de la ley del timbre

La verdad se abre paso

El timbre en los estampados y mantas

Nuestra oposición

Sus viajes por México

Zacatecas

Un viaje a Toluca

Centenario de Santa Teresa

Centenario de Santa Teresa en Puebla

Centenario de Santa Teresa en Toluca

Mi visita a Puebla

Un viaje a Cuautitlán

Un día de campo en Tepotzotlán

Un viaje a Guanajuato

Las fiestas de Toluca

Otra fiesta en Toluca

Aguascalientes

Estudio introductorio

Ana Rosa Suárez Argüello

El propósito de este libro es acercarse a un personaje poco conocido en las relaciones culturales México-España de la segunda mitad del siglo xix, pero que resaltó por su participación en la prensa nacional, así como por su discurso hispanista, dirigido primero a los integrantes de la colonia de la que formaba parte y después a los lectores mexicanos.

La presencia de Ramón Elices Montes en la prensa de México sirvió para fortalecer entre sus compatriotas la imagen civilizadora de España, con el argumento de que podían estar orgullosos de pertenecer a la nación española, de gran abolengo histórico, y por haber puesto sus capitales, talento y trabajo al servicio del país en el que residían, y a cuya prosperidad y progreso contribuían de manera definitiva. Esta imagen debía de replicarse entre los periódicos locales y en la población del país, con la mira de contribuir de tal manera a la mejor relación y el entendimiento bilaterales.

La obra está organizada de la manera siguiente. En este estudio introductorio, el primer apartado se dedicará a la biografía de Ramón Elices antes de su llegada a México. El segundo a las actividades que llevó a cabo durante el tiempo que vivió aquí como exiliado voluntario de la fracasada república española. El tercero a su regreso a la península ibérica y a su inserción en el servicio de la corona.

En seguida se presentará una selección de textos que ilustran su estancia mexicana a través de los periódicos en los que colaboró y que editó: El Centinela Español y El Pabellón Español. Se eligieron aquellos que firmó, pero no todos, pues resultaban demasiados, y se excluyó a los que pudieron ser suyos, pero de los que no se contó con la certeza de su firma. Por razones de espacio fue necesario eliminar a los más vinculados con la historia y los intereses españoles de la época, y se dio prioridad a los que hacen referencia a su oficio de periodista, a la colectividad española, a las relaciones políticas, económicas y culturales entre México y España, a los temas propiamente mexicanos y a sus viajes por la república mexicana.

Es preciso, antes de continuar, hacer algunas observaciones sobre el manejo del material presentado. A fin de facilitar su lectura se decidió actualizar la ortografía y corregir algunas inconsistencias de la edición, propias muchas veces de la edad de los periódicos que se trabajaron y de la calidad de la impresión que esta tuvo.

El propósito final del libro es contribuir, como hizo Ramón Elices Montes, a estudiar y alentar las buenas relaciones entre dos países que siempre han sido cercanos y sin duda tendrían y podrían estarlo mucho más.

La vida

Ramón Elices Montes nació en Baza, ciudad al norte de la provincia de Granada, el 14 de marzo de 1844, en el seno de una familia modesta, con la que pasó privaciones, pero que le brindó “una educación esmerada y exquisita”.1 Sobresalió como estudiante mostrando desde muy pronto afición por las letras, al punto que a los catorce años de edad ya había publicado varios escritos en periódicos liberales como La Nación y La Soberanía Nacional.2 Joven aún –tenía 21– publicó una novela titulada Amor, virtud y deber, cuya edición quedó agotada en poco tiempo.3

Atraído por la milicia, sentó plaza en el ejército el 17 de febrero de 1861, cuando apenas iba a cumplir los 17 años.4 Su trayectoria militar sería destacada, obteniendo todos los ascensos por “antigüedad, elección o mérito de guerra”.5 De tal modo, a los quince años de servicio había alcanzado el rango de comandante. Participó en numerosos hechos de armas, ganándose la confianza de sus superiores, quienes le confiaron misiones difíciles y secretas, como la que realizó en 1876 en el imperio marroquí.6 Por su conducta valerosa, La Gaceta de Madrid señaló el 22 de octubre del mismo año que “después de estar herido se excedió en el cumplimiento de su deber, llevando órdenes a los puntos avanzados”.7

Elices fue condecorado varias veces con la Cruz Roja del Mérito Militar. Más tarde recibiría la Gran Cruz de Isabel la Católica, honores como jefe superior de Administración en Puerto Rico, las medallas de Cuba y Alfonso XII, siendo declarado en dos ocasiones benemérito de la patria.8

Vale señalar que, a partir de que abrazara la carrera de las armas, se preocupó por hacer propuestas para dar una organización más sólida y firme al ejército. Dio así a conocer las Nociones sobre el derecho de petición en asuntos militares, en 1866,9 un folleto titulado El faro de las clases de tropa del ejército y armada, en 1867, que fue censurado por la Dirección General de Infantería, pero impulsó su carrera.10 Otros escritos fueron el folleto político militar titulado El progreso del ejército, en 1869; Los asturianos en el norte: folleto histórico político, en 1876 y El gobierno y el ejército de los pueblos libres, en 1878.11

A su regreso a la madre Patria, después de haber estado tres años en la campaña de Cuba entre 1870 y 1873, Elices Montes se encontró con el advenimiento de la república en España. Si bien no participó en el movimiento que llevó a la dimisión de Isabel II y su gobierno, “como lo había soñado, se asoció a él con todo el calor, con todo el entusiasmo del que ve realizadas sus ideas”. Deseoso de consagrarse a sus creencias políticas, pidió una licencia en el ejército y fijó su residencia en el puerto de La Coruña y allí, en el club político y a través de sus escritos en el diario El Adalid y el semanario satírico La Chispa Eléctrica, defendió apasionadamente las ideas del partido federal y atacó incluso la presidencia de Emilio Castelar.12 A la vez que ejercía el periodismo político, reanudó sus actividades literarias; entre las obras que salieron a la luz estuvieron dos comedias La vida en alta mar y El rey Babieca en Castilla, el drama Ferrol por la libertad y una colección de poesías, charadas y epigramas titulada Ecos del alma.13 En La Coruña, puerto-ciudad abierto al tráfico con América desde el siglo xviii y donde el comercio y el movimiento de emigrantes iban en aumento, Ramón Elices debió de haber empezado a discurrir sobre la relación de España con el nuevo continente.14

A principios de 1874, cuando resultó evidente que las tropas del gobierno perdían la batalla contra el carlismo, solicitó volver a filas, sirviendo en el batallón de Oviedo, en el que se desempeñó con brillantez. En tal posición le sorprendió en 1875 el golpe de Estado que dio fin a la que sería la primera república española y la restauración monárquica.15 Esto le afectaría muchísimo.

Luego de dos años de acción en el norte de la península y habiendo sido herido de gravedad, pidió ser destinado a la guarnición de Zaragoza, en Madrid. Allí estuvo hasta el 2 de junio de 1877, cuando fue arrestado en su casa por órdenes del ministro de Guerra y enviado a Piedrahita, Ávila, sin ser informado del motivo de su detención, aunque probablemente se debió a sus ideas políticas. En este lugar permaneció asignado por algún tiempo. Aunque por las campañas en Cuba y el norte de la península su salud estaba muy deteriorada, varias veces se le negó un cambio de adscripción a un clima más benigno. Pero él supo aprovechar el tiempo para escribir el ya mencionado El gobierno y el ejército de los pueblos libres, mismo que le traería múltiples disgustos, dado que sus propuestas de reforma militar molestaron a los grupos conservadores, para los cuales el libro era –dijo alguno– “clandestino y sedicioso”.16

Dejó Piedrahita para ser encerrado en la prisión de San Francisco, en Madrid, y la del Castillo de Santa Catalina, en Cádiz, entre tanto se llevaba a cabo el proceso derivado de la obra, acusado de no haber pedido el permiso necesario para publicar un texto de carácter militar y de propagar ideas republicanas. Finalmente, se le declaró inocente el 11 de junio de 1879 y se le devolvieron los ejemplares recogidos, pues el tribunal juzgó, según dijo la sentencia, que no advertía en la obra que “las doctrinas vertidas por su autor […], aunque contrarias a la forma del gobierno que actualmente rige en España, constituyan actos directamente encaminados a conseguir fuera de las vías legales lo que las leyes reprueban”.17

Amargado con esta experiencia y acaso con temor a ser de nuevo arrestado o de una deportación a las islas africanas o el extranjero, como sucedió con otros civiles y militares durante los primeros años del reinado de Alfonso XII,18 Elices prefirió dejar no sólo el ejército después de 19 años de servicio, sino España, renunciando tanto a la vida de soldado como a la política militante. Marchó en primera instancia a Francia, donde dio a conocer en un manifiesto las razones de su decisión, si bien señaló “que únicamente en el caso (que ojalá no llegue nunca) de una guerra internacional o en la que peligrasen los altos intereses de la integridad nacional, regresaría gustoso y ofrecería incondicionalmente mi espada al gobierno de la nación, cualquiera que fuesen sus principios y sus hombres”.19

A fines de 1880, Elices se embarcó rumbo a Veracruz.20 No había tenido antes contacto con México, si bien en 1870 publicó algunos artículos sobre el país que ahora elegía como residencia en dos acreditados periódicos de Madrid: La Correspondencia Militar y La Unión. Los artículos encomiaban “las virtudes del pueblo mexicano, la riqueza de su suelo, la variedad de sus producciones, la bondad de su clima, el heroísmo de sus hijos y la bizarría de su ejército”. Fueron bien recibidos por el general Ramón Corona, ministro mexicano en España desde 1874, de quien se convertiría en amigo y que tal vez lo invitó a viajar a América.21

En él nació así el deseo de “pisar su rico y fértil suelo, teatro de tantas y tan heroicas hazañas, realizadas desde los tiempos de Cortés a nuestros días; deseo que aumentaba doblemente la circunstancia de sustentar yo las mismas ideas políticas aquí planteadas y sancionadas por las leyes, aunque no siempre cumplidas en la práctica”. Planeó residir y trabajar en él, así como estudiarlo desde el punto de vista político y social. Con esta mira atravesó el océano Atlántico a fines de 1880.22

El país al que llegó

México era en ese tiempo gobernado por el general Manuel González, quien había tomado posesión el 24 de septiembre de 1880. La república se adentraba, por lo menos desde que el general Porfirió Díaz ocupó la presidencia en 1877, en una etapa de gran estabilidad política y social, de consolidación de instituciones y un crecimiento económico apresurado –aunque no incluyente para todos–, en el que la atracción de capitales y mano de obra del extranjero resultaban imprescindibles. Las líneas de ferrocarriles, telégrafos, teléfonos y luz eléctrica así como el desarrollo del mercado interno y externo cambiaban la fisonomía del país, y la relación con el Viejo Mundo se reducía gracias a los viajes mensuales de la Compañía Mexicana Transatlántica. Sin embargo, si bien los primeros años del cuatrieno de González fueron considerados como de progreso, en los segundos hubo una crisis económica y, en buena medida derivadas de ella, protestas por la implantación de la moneda de níquel, el impuesto del timbre y el posible arreglo de la deuda inglesa, todo lo cual coadyuvó sin duda a una mayor miseria para las capas miserables de la población.23

A Ramón Elices le tocó ser parte de una época de acercamiento y abandono de la mutua y hasta entonces perenne desconfianza entre México y España. Influyeron en esto la tranquilidad y prosperidad logrados por la primera administración de Díaz y la de González. También la resolución de la monarquía de Alfonso XII de evitar dificultades externas, de donde, ante la sensibilidad mexicana, la legación en México prefirió abstenerse de intervenir u opinar en la política interna, no insistir demasiado en el viejo y delicado tema de la deuda y moderar la índole combativa de una parte de la colonia española.24

Pese a algunas dificultades, la relación entre los dos gobiernos se tradujo en una creciente cooperación. Se puso de tal modo en práctica un nuevo tratado de extradición, las marinas de guerra comenzaron a colaborar entre sí, México reconoció la soberanía hispana en las islas del Caribe y ambas naciones coincidieron en el rechazo a los ambiciosos planes panamericanistas de Washington.25

Sin embargo, la intención mexicana de atraer inmigrantes, manifestada a través de la ley de colonización promulgada por el presidente González en 1883, que se proponía colonizar tierras baldías y nacionales en zonas periféricas para contrarrestar el creciente poderío estadunidense, pero también para modernizar al país, no fue bien acogida por las autoridades hispanas, advertidas tanto por Guillermo Crespo, ministro en México a partir del 1 de enero de 1882, como por periódicos de la península y de México sobre las malas condiciones con que sus compatriotas se topaban al llegar. Pese a ello, con el apoyo del secretario de Relaciones Exteriores Ignacio Mariscal, Ramón Corona, el ministro mexicano en Madrid, negoció con un agente de colonización un contrato para establecer varias colonias agrícolas en Campeche y Yucatán y en 1883 llegaron 257 emigrantes, reclutados en Las Palmas de Gran Canaria. Finalmente, ante el fracaso de las colonias, las autoridades mexicanas acabaron por renunciar a sus planes.26

Ahora bien, la buena relación existente llevó a Crespo a confiar en que podría sacar de nuevo a la luz el tema de la convención de la deuda suscrita en 1853. A mediados de 1883, su gobierno lo autorizó a reanudar la negociación, pero se le aleccionó para que procediese de manera pragmática. De ahí que, poco después, el diplomático manifestara al gobierno de González que, a juicio de España, aquella seguía vigente pues en su artículo 4º quedaba previsto que, para ser alterada, se requería la aprobación de ambas partes. En ausencia del secretario de Relaciones Ignacio Mariscal, la extensa nota de respuesta del secretario interino, José Fernández, fue que México no reconocía ningún tratado internacional firmado antes de 1867, amén de que la reanudación de las relaciones había estado sujeta a que España admitiera esta condición.27

Las cosas se tensaron a tal punto que el presidente González autorizó a Fernández publicar en el Diario Oficial las notas intercambiadas y contra toda práctica diplomática, arguyendo que su conocimiento resultaba importante para todos, pero en particular para los tenedores de bonos, y provocando que la prensa y la opinión en ambos países debatiera y se enfrentase al respecto. Crespo, quien interpretó mal las instrucciones de sus superiores, entendió que debía retirarse y se marchó a la ciudad de Puebla, dando a pensar que, como señala Antonia Pi-Suñer, “siguiendo las viejas usanzas, cortaba las relaciones oficiales”.28

El gobierno español procedió con sensatez ante esta crisis. Nuevas órdenes superiores hicieron que Crespo no nada más volviera a la capital, sino además dejase de lado la convención de 1853. La discrepancia y tirantez terminaron en octubre del mismo año con un intercambio de notas, en el que ambos gobiernos lamentaron lo sucedido. Por su lado, el mexicano prosiguió la política que venía siguiendo desde hacía algunos años, esto es, efectuar la compra especulativa de títulos de la deuda mediante acuerdos particulares con los acreedores, así como –dado que no contaba con recursos para amortizarlos– permitió que se pudieran emplear para efectuar cualquier pago al gobierno federal. De tal modo, la deuda española se convirtió en deuda nacional.29

Esta actitud prudente derivaba, en buena medida, de la debilidad de España en las Antillas. La negativa de la monarquía a reformar la organización colonial había agitado de nuevo al numeroso exilio cubano. Era preciso que México, situado estratégicamente, no brindara apoyo alguno a los separatistas. Se consiguió por tanto la colaboración del régimen de González, el cual se obligó a impedir la salida desde Veracruz de cualquier expedición hacia Cuba, autorizó el establecimiento de una red de espionaje por parte de la legación hispana y después se hizo cargo él mismo de vigilar a los activistas.30

La colonia de la que formó parte

La colectividad a la que Elices Montes se incorporó de manera muy activa desde su llegada a México poseía una gran energía, más que por su gran número –aunque había venido creciendo con relativa rapidez, de una forma que marcaba ya la tendencia a futuro: de aproximadamente 6 380 en 1877 a unos 7 000 hacia 1880–, sí por su poderío económico. Constituía el grupo más numeroso de inmigrantes radicado en México. Agustín Sánchez Andrés y Pedro Pérez Herrero señalan que son varios los factores que explican su notable éxito y progreso material: el control que hasta entonces habían ejercido sobre el mundo comercial y financiero –gracias a sus vínculos mercantiles y de recursos–; a la influencia política adquirida como acreedores y contratistas del Estado; a las redes de parientes y coterráneos existentes desde antes; a la índole empresarial que muchos poseían y por último a la seguridad y el adelanto alcanzados desde los primeros años del Porfiriato en el país que los recibió.31 Podríamos agregar a lo anterior la ya mencionada mejoría general de las relaciones México-España y el hecho de que la hispanofobia había disminuido, si bien no lo suficiente.32

El éxito de la colonia podía medirse en el peso primordial y creciente de muchos de sus miembros en el comercio al menudeo y de importación, pero también por sus inversiones en el rubro agropecuario, minero y de caminos y transportes. Y, en particular, por su participación en los primeros bancos mexicanos. Así, el Banco Mercantil Mexicano, formado en 1882 con recursos de comerciantes y empresarios mexicanos y españoles, el cual se fusionaría en 1884 con los capitales franceses del Banco Nacional Mexicano, para constituir el Banco Nacional de México, en cuyo consejo de administración participaron muchos peninsulares, que concentró grandes recursos y pudo incluso otorgar al gobierno, casi de inmediato, un préstamo de 8 000 000 de pesos para enfrentar la falta de liquidez que estaba padeciendo.33

Esta minoría se había mostrado muy agitada meses antes del arribo de Ramón Elices al país, debido a que La Colonia Española, el periódico dirigido por Adolfo Llanos Alcaraz, portavoz de los sectores peninsulares más exaltados, libraba una feroz batalla contra las autoridades y la sociedad mexicanas, misma que lo había llevado a duras y ásperas pugnas con diversas publicaciones nacionales.34

El entonces predecesor de Crespo en la legación española, Emilio Muruaga, había preferido deslindarse de esta campaña, lo que le ganó el rechazo de un grupo pequeño, pero poderoso y exaltado, de comerciantes y empresarios textiles, que eran socios activos del Casino Español donde dominaban. La situación se complicó tanto que, de manera reservada, el diplomático hizo ver al gobierno mexicano que no protestaría si optaba por aplicar a Llanos el artículo 33 constitucional –que le permitía desterrar a los extranjeros que juzgase “indeseables”–, pues este se hallaba “divorciado completamente de la legación, el Sr. Llanos era responsable por sus propios actos y que en nada [Muruaga] podía ni debía intervenir”.35 De tal forma, a fines de mayo de 1879, el periodista fue detenido, llevado a Veracruz y expulsado hacia La Habana. Como el ministro plenipotenciario se negó a hacer una protesta diplomática, señalando que “no reconocía a la minoría díscola y revoltosa del Casino Español […] el derecho ni la autoridad de dirigirse a los españoles de la república”, esa minoría emprendió una cruzada de prensa en México y Madrid para destituirlo. Afortunadamente, el asunto se apagó cuando el ministerio de Estado español rechazó las exigencias de los disgustados.36

En adelante, si bien hubo conflictos entre quien tenía la representación oficial y una asociación constituida por los mismos inmigrantes, que, como bien señala Aurora Cano, “se sentía con todo el derecho de intervenir y encabezar una comunidad que luchaba día a día por vivir en México”,37 acabaron por imponerse tanto la aspiración de ambos gobiernos a sostener una relación cordial como el apoyo y protección que el régimen mexicano brindó a la colonia española, que se fue tranquilizando poco a poco entretanto se convertía en un puntal del proceso iniciado para modernizar al país, mediante la atracción de capitales e inmigrantes del exterior. De ahí que sus integrantes comenzaran a acudir a las instituciones locales para la defensa de sus intereses y dejasen de generar problemas a la legación.38

El Casino Español –del que como veremos Elices no sólo formó parte, sino en cuya junta directiva colaboró– era el órgano principal de la elite peninsular radicada en la ciudad de México, amén de centro de acuerdos económicos, reunión social e incluso actividades académicas. A él tenían acceso los sectores menos acomodados de la colectividad. Con frecuencia, y como se vio en el caso de Adolfo Llanos, fue vocero de los peninsulares y sirvió de mediador y grupo de presión con las autoridades locales y nacionales.39

Ahora bien, el creciente acercamiento, durante estos años, de esta elite y el poder político mexicano no evitó las expresiones mutuas de hostilidad de algunos sectores de la sociedad. Fueron así usuales los conflictos los días 15 y 16 de septiembre, en los que no faltaban las expresiones de violencia física y verbal contra los “gachupines”. Aimer Granados señala que eran tres las actitudes nacionales frente a los emigrantes hispanos: la promovida por las autoridades, las cuales los consideraban causa de progreso; la tradicionalista, xenófoba y “mestizófila”, que los rechazaba y se reivindicaba como mestiza, y la más nacionalista, que a lo anterior sumaba su deseo de rescatar el pasado prehispánico, la diatriba contra la conquista y el virreinato y la recriminación por los privilegios de que parecían gozar los peninsulares. Granados deja también ver que la hispanofobia era compartida tanto por el llamado “pueblo bajo”, como por una parte de los intelectuales, que solían expresarla a través de la prensa o en los discursos patrióticos que pronunciaban en los espacios públicos.40

Un exilio voluntario

Elices llegó a México al inicio de 1881.41 Había dejado atrás familia, carrera militar y país por voluntad propia, si bien resuelto a no olvidar jamás que él era “un español dispuesto a defender la honra de su patria y la de todos sus compatriotas, sin distinción de partidos ni preocupaciones de localidad”. Por lo demás, las varias semanas que duró la travesía no debieron de ser siempre amables; aunque él posiblemente gozó de cierta comodidad, presenciar el traslado a América de sus compatriotas de escasos recursos no resultaba nada gratificante:

A bordo son tratados con el mayor desprecio y falta de consideración. En la proa del buque son hacinados como fardos de podrida mercancía. Donde sólo hay localidad para ciento, colocan quinientos o seiscientos: allí, confundidos en apilado tropel los sexos, sufriendo los rigores de la intemperie, cayendo sobre los unos los efectos del mareo de los otros, sin poder siquiera recostarse sobre la dura tabla sin caer sobre el abatido cuerpo de un desgraciado compañero […] ¡A cuántos he oído pedir a voces la muerte […]!42

Es posible que Elices Montes contara con algunos medios económicos, lo bastante para cubrir el pasaje y sus gastos más inmediatos, pero sin duda las redes de sus compatriotas le fueron fundamentales para la supervivencia.43 En efecto, una vez en la capital, ingresó en el equipo de redacción de El Centinela Español, propiedad de su compatriota Telésforo García, un exitoso comerciante español cuya situación económica le permitía financiar publicaciones periódicas, y que tenía un carácter informativo, político y literario, que recogía y publicaba noticias del mundo hispánico.44 Constituía, además, el principal medio de expresión del grupo más privilegiado de la colonia española, organizado en torno al Casino Español y de inclinación conservadora. Su propósito consistía en propiciar la formación de una imagen favorable de la colectividad en México y, de algún modo, protegerla del ya mencionado y no desaparecido rechazo de lo español.45

Elices trabajó intensamente; tan sólo de su entrada a El Centinela hasta mediados de septiembre de 1881, unas veces con su firma y otras sin ella, publicó 47 artículos.46 Esto, más la seriedad con que tomaba el oficio de periodista, que para él constituía un “elevado magisterio”,47 lo convertirían a partir del 5 de agosto en redactor gerente. El 14 de octubre ocupaba ya la posición de propietario, director y responsable de la publicación, que pasó de una periodicidad de dos veces a la semana a otra de tres. Por entonces declaraba:

la mayor parte de mis escritos en El Centinela, si no todos, han sido dedicados a recordar las glorias de la patria, a hablar de su actual situación, a plantear problemas que se relacionan con sus cuestiones políticas de latente actualidad y, por último, a la defensa de sus preciados intereses, de su inmaculada honra y de su esclarecido nombre; haciendo siempre abstracción completa de mis ideales y particulares creencias porque a dos mil leguas de España no hay, no debe haber entre nosotros más que españoles, sin distinción de matices políticos, filosóficos o religiosos.48

Respecto al cambio de propietario de El Centinela, Telésforo García afirmó que no habría dejado el periódico a nadie más y que lo entregaba en las manos de Elices con absoluta confianza.49 Tenía motivos: no sólo la dedicación y seriedad con que este se desempeñaba, sino el hecho de que no fuese la primera vez que asumía un cargo de tal índole y responsabilidad, sino la quinta,50 pues ya lo había hecho en España. Es más, en el mes de mayo emprendió en México la publicación de El Teatro, Periódico Dedicado Exclusivamente a los Asuntos de Espectáculos, si bien al parecer este tuvo pocos números.51

A partir del 1 julio de 1883 El Centinela Español cambió de nombre por el de El Pabellón Español. Se comunicó que seguiría la línea del primero, saldría también tres veces a la semana, pero que no sólo estaría al alcance de todas las fortunas, sino se consagraría:

a España y a los españoles, [sería] completamente neutral en las cuestiones interiores de México, deferente y respetuoso con las autoridades, el público y la prensa, imparcial y digno siempre en la controversia; y que, fuerte por la bondad de la noble causa que está llamado a defender, ni se doblegará ante nadie, ni aceptará subvenciones ni otro género de apoyo que el que la suscripción le proporcione.52

Tanto El Centinela Español como El Pabellón Español sirvieron como heraldos y portavoces de la colectividad hispana. De ahí que Elices pudiera darse el lujo de depender nada más de los suscriptores, pues estos eran sobre todo sus connacionales –en 1883 declaró que estos habían pasado de 323 a 800–, y que se jactara de no aceptar subvención alguna. Esto se debió, además, a la ayuda representada por los numerosos avisos y anuncios que llenaban la última página de ambos periódicos y que probaban la fuerza económica de la colectividad española, y le permitió introducir mejoras, tales como tener una imprenta propia, el empleo de nuevos caracteres, la contratación en La Habana de un servicio de remisión de telegramas directos desde España, siendo además vocal de la comisión resultante de la primera reunión de editores celebrada en febrero de 1882, la cual se propuso arreglar con la Compañía del Cable Mexicano la recepción de telegramas de la Prensa Asociada de Nueva York, con noticias diarias procedentes de Europa y Estados Unidos.53

Elices Montes fue siempre consciente de cuán difícil le sería practicar el periodismo en un país ajeno, pero realizó la tarea con entusiasmo, persuadido de que era lo único que, a corto plazo, podía hacer por España y de que, por lo pronto, “no debía ser otra cosa que [un] español incondicional, sin otra bandera que la de mi patria ni otro interés que el de mis compatriotas”.54 Se propuso no ser más liberal y republicano, sino “siempre español y nada más que español”. Su lema sería –declaró al hacerse cargo de la dirección de El Centinela– “por españa y para españa”. Y agregó: “Donde quiera que se alce una voz para deprimir o insultar a mi patria, allí acudirá El Centinela Español a cumplir con su deber; donde quiera que se trate de atacar, en cualquiera forma que sea los intereses españoles, allí acudirá El Centinela para defenderlos con las poderosas armas de la justicia, de la razón y de la lógica”.55

Como es evidente, a lo largo de estos casi cuatro años fueron muchos los asuntos abordados por Elices en los tres periódicos en los que participó. Dados el carácter de estos y sus propios fines, dio preferencia a la historia, la cultura y la política españolas. Procuró siempre “presentar los hechos tales y como son”; considerando que su misión era decir la verdad a los lectores, trató en cada caso de conocer todos los datos y de conciliar los distintos intereses.56 Se propuso también “mantener viva […] la poderosa llama del entusiasmo nacional” entre sus compatriotas,57 por lo cual se refiere una y otra vez a “los grandes hechos” del pasado peninsular y reitera las glorias nacionales. Trataba, pues, de exaltar el orgullo de ser hispanos.58

A sus principales lectores, que eran los miembros de la colonia española, Ramón Elices trató de transmitirles y/o robustecer el discurso compartido por muchos en la península y el Nuevo Mundo, lo que Tomás Pérez Vejo ha descrito acertadamente como la imaginación de ser parte de “una raza española anterior a la propia España, la herencia romana, el papel de los visigodos, el lugar de los distintos reinos peninsulares, la cultura nacional, la fundación de los Reyes Católicos, las gloria de la dinastía de los Austrias, imaginadas como glorias de España…, los polvorientos relatos sobre el pasado […]”. A ella contribuían “desde la historia y la literatura hasta el folclore y los medios de comunicación de masas”. Se trataba, últimamente, de persuadir a quienes lo leían de que España, por estar definida en la lucha por la libertad y contra la tiranía, constituía una nación progresista. 59

Elices entendía a su nación como una comunidad formada “por los que tienen el mismo origen, lengua y costumbres”, lo cual determinaba ­–también a su juicio– los rasgos del carácter histórico español: valor, recogimiento, apego al pasado, fe en Dios, tenacidad en los peores momentos, indisciplina, etc.60 De ahí que no dejara de alentar el orgullo nacional, haciendo ver a sus compatriotas que, si bien mediante la conquista, su país había sido el portador de la civilización occidental a México y al Nuevo Mundo en general, dando a sus habitantes el idioma, la religión católica, las artes e instituciones tales como los cabildos y ayuntamientos. No obviaba, por supuesto, las aportaciones económicas a la agricultura, la minería, los transportes y las manufacturas. Pero también les señalaba que no era suficiente con sentirse orgullosos de lo anterior, sino que tenían que dar continuidad a esta herencia, poner muy en alto el nombre de España, siendo personas honradas, trabajadoras, religiosas, de buenas costumbres, ser “por sus virtudes la viva encarnación de la patria”. En suma, sin importar las circunstancias, debían cuidar y defender el nombre y el honor español. 61

En este contexto, Elices se ocupa de la conquista española:

En los anales de la historia del mundo entero no se registra conquista alguna más humanitaria, más civilizadora, más provechosa y más útil para el pueblo conquistado, que la conquista de América por los españoles […El…] estúpido fanatismo [de los nativos] fue por los españoles reemplazado con la sana moral del Evangelio, con la salvadora doctrina del Redentor del Mundo, sabiamente difundida en estos dilatados países por una brillante pléyade de evangelizadores que, sin excepción alguna, fueron en este país un incomparable modelo de sacerdotes, de maestros, y de hombres notables durante todo el siglo xvi.62

Desde luego realzó la “paternal solicitud” de la corona española hacia sus dominios americanos, la cual permitió que, muy pronto, se fundaran dos universidades, una en México y otra en Perú, y se fomentase la instrucción popular. Ahora bien, aunque reitera en “lo saludable, salvadora y altamente provechosa” que fue la labor de sus antecesores, esto no significa –aclara– que defienda a capa y espalda el régimen colonial, que le parece “muy lejos del ideal político de la época presente” o que repruebe la independencia de México, pues se trata esta de algo “muy natural a todos los pueblos que se hallan en aptitud de ejercer la soberanía […]”.63 No supo entenderlo así, sin embargo, para el caso cubano.

Respecto a las independencias iberoamericanas, Elices opinaba que había que aceptarlas e insistió en que la ruptura con la metrópoli había sido política, no cultural. La consolidación de las nuevas naciones del continente americano, que fueron a su juicio el punto de partida para entablar una necesaria relación fraternal de España con México y, de forma más general, con Hispanoamérica, sustentada en que ambas partes tenían una irrefutable conexión histórica, además de la lengua y la religión comunes. Aborda este tema en diversas ocasiones, reiterando que España debía ver a México como una madre lo hace con un hijo, y que así lo hizo en el pasado, respetándolo cuando este mostró su madurez con instituciones gubernamentales modernas consolidadas –no mostraba la misma comprensión para el caso cubano, siendo un firme defensor de la posición de la metrópoli en el Caribe y opositor absoluto del separatismo isleño–. México, por su parte, había de renunciar a lo que él llamaba “exclamaciones patrioteras, más propias de un orador de callejuela o rancho,” por parte de aquellos que gustaban de injuriar a España y a los españoles.64 Argumentaba:

Pasada la época de la infancia de los pueblos americanos, independidos [sic] estos de la que fue su madre patria y que les dejó como un legado precioso de existencia imperecedera su sangre, su idioma, su religión y sus costumbres; y no abrigando ya, ni pudiendo abrigar en lo sucesivo, la nación heroica que un día fue soberana de dos mundos ideas de general dominio, la noble España sólo mira a las que fueron sus colonias en la América con el cariño con que una madre amante mira a sus hijos que salieron del regazo maternal.65

Su discurso preludiaba el pensamiento que adquiriría fuerza un poco después, a saber el que nacía del deseo de defender el periodo colonial español, resguardar y enaltecer la fe católica, lo que significaba la búsqueda, como señala Isidro Sepúlveda Muñoz, de “la reconquista espiritual de América por España, entendida esta como la proyección de una hegemonía moral de España sobre sus antiguas colonias”.66

No dejó de tocar temas de actualidad y seguramente de interés para la colectividad, tales como la situación de Marruecos o el asesinato de súbditos españoles en el territorio francés de Orán.67 Asimismo, abogó por una unión más firme de los pueblos americanos con la madre patria y por la integridad del imperio español.68 Condenó por tanto la actitud separatista cubana y rechazó firmemente el expansionismo de Estados Unidos sobre el Nuevo Continente así como los planes panamericanos de este último país.69

Argumento principal para justificar la unión de los países hispanoamericanos que compartían la raza, la religión, y la lengua era la amenaza que Estados Unidos y sus planes expansionistas y panamericanistas representaban para ellos:

El peligro para estos pueblos jóvenes y entusiastas [de América Latina] está en su propio continente, en la parte de él dominado por una raza ambiciosa, absorbente, despótica, avasalladora y eterna y cruel enemiga de la raza latina. Por eso, sin duda, profundos pensadores americanos, ilustres filósofos de la América española, han concebido la feliz idea de llegar a la realización del bellísimo ideal de una federación hispanoamericana, federación que, uniendo en apretado haz a todos los pueblos de una misma raza, que tienen un mismo idioma, una misma sangre, unas mismas costumbres y unos mismos destinos que cumplir en el concierto de la humanidad, tendría siempre a raya las locas pretensiones de la raza anglosajona, ansiosa siempre de universal dominio.70

Otro objetivo de Elices fue informar a sus compatriotas de los asuntos mexicanos que les atañían. Su política era abogar por “la exclusiva defensa de los intereses españoles”. de ninguna manera entrometerse “en los asuntos públicos de México”,71 y en esto mostró mucha mayor cautela de la que había exhibido su predecesor Adolfo Llanos. Y es que el oficio de periodista representaba para él ser mesurado, nunca derivar en la ofensa.72

De tal manera abordó temas propiamente mexicanos, tales como las dificultades generadas por la introducción de la moneda de níquel, la libre exportación de oro y plata o las medidas para gravar el comercio, que le parecieron prestarse “al abuso y a la falta de equidad” y que, como señalamos arriba, hicieron mucho ruido en el México de Manuel González. Se guardó para sus adentros mucho de lo que realmente pensaba, pues tenía “siempre sobre mi cabeza la espada de Damocles del artículo 33 de la Constitución mexicana que, aunque nunca descargó sus iras contra mí, no por eso dejó de amenazarme y la verdad es que bien impunemente podía hacerlo”. 73 Recomendaba a sus compatriotas hacer todo lo posible para que el gobierno mexicano entrara en razón, ser firmes en la defensa de los intereses propios, más apegados a la legalidad.74

Ahora bien, cuando se trataba de resguardar los intereses de España o de la colectividad a la que pertenecía Elices mostró la seriedad y la energía necesarias. Sucedió con temas como el de la deuda, la firma de un tratado de comercio, la Compañía Trasatlántica Mexicana y el nuevo Banco Mercantil Mexicano.75 Actuó con mayor agresividad en lo relativo a la Ley del Timbre del 22 de marzo de 1884, que llamó perniciosa, pues afectaba a los españoles, quienes debían timbrar las mercancías que importaban y efectuarlo de nuevo cuando las ponían a la venta en sus almacenes. Esto hacía que, en general, comerciantes, tenderos, abarroteros y demás gastaran –aseguraba– más de lo que podían ganar. Muchos, se lamentaba, habían tenido que cerrar sus negocios. Con todo, ante la acusación del Diario Oficial de incitar a la colonia española a no acatar las leyes mexicanas, optó por retroceder y respondió con prudencia que él sólo había ejercido su derecho “de petición […] de una manera respetuosa, pero no el de protestar contra la ley”.76

Sin embargo, poco después de haber dejado México, publicó su verdadera opinión sobre el gobierno con el que le tocó convivir en un periódico de Santo Domingo. Sin duda, el temor al artículo 33 no se lo permitió hacer antes “esta administración ha tenido un gran lunar, su gestión administrativa, que ha sido detestable, ha paralizado la industria, arruinado el comercio, hollado sacratísimos derechos, comprometido altos intereses y conducido al país al borde de un abismo, del cual únicamente el elevado prestigio, el esclarecido talento natural y la indisputable buena fe del general Díaz podrán quizá lograr apartarlo.”77

En general, Elices procuró generar un cambio positivo en la imagen de España en la opinión pública y los políticos mexicanos. Esto derivó, en buena medida, de “la creciente difusión del hispanismo entre amplios sectores de las elites políticas e intelectuales mexicanas”.78 Combatió, por ende, el que Pérez Vejo ha llamado “mito del gachupín”, que en su versión popular constituía “uno de los elementos de movilización nacionalista más importante”.79

Es de especial interés el relato de sus viajes a lugares como Puebla, Toluca, Cuautitlán, Tepotzotlán, Guanajuato y Aguascalientes, donde en cada ocasión se reunió con integrantes de la colonia española, a la que alababa siempre como industriosa y excelente anfitriona y por sus aportaciones a la prosperidad del sitio donde residían. Así, entre otros puntos, de Aguascalientes Elices dijo que eran pocos, pero que “con su prodigiosa actividad, contribuyen poderosamente al fomento de la agricultura y la industrialización del país, así como al mayor crecimiento de su riqueza”. De Guanajuato afirmó que, si algo daba dignidad a la ciudad, era esa colectividad, la cual se ocupaba en la minería como en tiempos novohispanos, al igual que del cultivo de la tierra, del comercio y la industria. En cuanto a Puebla de los Ángeles, destacó sus actividades productivas y comerciales, que a su juicio debían “sus adelantos a entusiastas y aplicadas manos españolas”, amén de que la organización de las festividades dedicadas a Santa Teresa de Jesús le hizo concluir que allí se evidenciaba la “misión civilizadora” de España en el Nuevo Mundo.80

Nuestro periodista se serviría de estos relatos para exaltar el patriotismo y la unión de los españoles y mostrarse convencido de la misión civilizadora pasada y presente de su país en suelo americano.81 Esto le hizo pasar algunos momentos difíciles; por ejemplo, en un reparto de premios a colegiales de primeras letras de Toluca, cuando el discurso de uno de los maestros se refirió a “la nefanda época colonial, que precisamente fue la que trajo a México la ilustración, las mejoras, el adelanto, los bienes de esa misma cultura que tanto encomian hoy, los que […] debieran principiar por venerar el recuerdo de los que la importaron de allende el Atlántico”. Le molestó en particular “una que otra mal sonante exclamación patriotera, más propia de un orador de callejuela o rancho, de esos que sólo se exhiben el 16 de septiembre”.82

Su postura sobre la emigración de europeos resulta interesante, pues se manifestó en el sentido de que el arribo de españoles era más que recomendable, tanto por afinidad histórica como por compartir con la población el idioma y la religión católica. Desde las columnas de sus periódicos, recomendó a los mexicanos dar a conocer a su país en Europa, derogar el infame artículo 33º de la Constitución y que los extranjeros en México fueran considerados como ciudadanos. Dijo así:

[…] lo primero que [se] necesita es hacer que México sea conocido en Europa, que hoy por hoy no lo es […] Al mismo tiempo es necesario que el artículo 33 de la Constitución mexicana, que es la espada de Damocles levantada siempre sobre la cabeza de los extranjeros aquí radicados, desaparezca del código fundamental del Estado. […] es preciso también desterrar añejas y estúpidas preocupaciones contra los extranjeros […] si estos atropellos quedan impunes, ¿cómo ha de venir aquí la inmigración, ni espontánea ni artificialmente?83

Elices acudió a la denuncia cuando advirtió de algún peligro o una injusticia. Así, a raíz del viaje que hizo a Guanajuato, delató “los innumerables defectos de la línea férrea, la poca solidez de sus obras de terracería, que especialmente en la época de las lluvias ha de ocasionar más de un siniestro, y el abandono de los empleados en cuidar la vía”. También alzó la voz por haber visto “a un ingeniero yankee mandar a palos a los pobres indios que no entendían el inglés, mientras su jefe debía más bien recibirlos por no hablar en español, como es de su obligación”.84

Tampoco le asustaba participar en polémicas. Esto lo hizo notar desde que la sostuvo con el periódico Le Trait d’Union, cuando este rechazó su acusación de que Francia era responsable por la masacre de los españoles radicados en su territorio de Orán.85 Aunque sin duda la que debió de llamar más la atención de los lectores mexicanos fue la que lo enfrentó con el connotado escritor Manuel Gutiérrez Nájera, quien en un artículo de El Nacional manifestó lo que para Elices equivalía a no conocer Asturias ni saber “una palabra de sus honrosas tradiciones”,86 esto es, “a no tener ideas propias o a decir lo que otra persona ha sugerido.87 La querella terminó cuando el autor mexicano reconoció su equivocación. “Razón y muy sobrada tiene usted: no puede racionalmente tomarse a Asturias como el tipo de los países célebres por las rapacidades y hurtos de sus pobladores. Hacerlo así, no fue, en rigor, más que una ligereza mía, de la que voluntariamente habríame arrepentido a no ser por el tonillo algo insolente y perdonavidas que usted usó para su réplica.”88

Más ruido debió hacer la controversia entablada con el cónsul de España, a quien nuestro periodista llegó incluso a invitar a que dimitiera de “su puesto oficial” o a pedir una licencia y llamarlo “donde quiera, para someterme a la prueba que crea conveniente”.8990