Copyright © 2018 Kris Buendia.

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Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

1ra Edición, Noviembre 2018.

Título Original:

B DE BELLA.

ISBN DIGITAL: 978-99979-0-266-5

Diseño y Portada: EDICIONES K.

Fotografía: Shutterstock.

Maquetación y Corrección: EDICIONES K.

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Es como si no existiera nada más que nosotros.

 

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KRIS BUENDIA

 

 

Es guapo y elegante. Misterioso y Bestia. Un importante Senador. Nuestro primer encuentro fue perfecto, pensé que lo había dejado atrás cuando me fui esa noche y me mudé a otro país. Pero un año después, me vuelvo a encontrar con él. Ahora como su asistente.

Él no sabe que hace un año pagó una noche para estar conmigo.

Él no sabe que por algunas noches dejo de ser su aburrida asistente ejecutiva.

Él no sabe que soy Bella, una mujer con heridas y dama de compañía, una porque la que ha vuelto a pagar otra noche.

Mi secreto está a salvo mientras no me reconozca… y mientras no se enamore de mí.

¿La bestia será Dominada por la Belleza?

 

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Las cajas siguen sin abrir en la pequeña sala de mi apartamento. Lo que me recuerda que no pertenezco a este lugar. Y sin importar lo que haga o deje de hacer, ya no puedo regresar atrás.

Y más si hoy es mi primer día de trabajo en el Palacio de Senado de Rusia. No soy rusa del todo, pero mi padre lo era, supongo que ese fue el primer punto a mi favor, el saber dominar bien el idioma. En cuanto a mi madre, ella está en un centro especial de salud mental, ha estado ahí desde que mi padre fue asesinado producto de un asalto con arma de fuego.

Sin importar todos los trabajos que haya tenido, ninguno ha sido suficiente para mantener a mi madre ahí y que pueda recibir la ayuda que necesita. He tenido que hacer cosas que no me enorgullecen, pero tampoco bajaré la mirada ante ello. Tengo que ahorrar todo lo posible para trasladar a mi madre aquí en Rusia y que desde casa pueda recibir la ayuda que necesita y vencer la depresión.

El trabajo parece bueno. Estudié comunicaciones, he trabajado como secretaria para otros senados en Estados Unidos y he sido asistente de ejecutivos importantes también, gracias a ellos obtuve buenas cartas de recomendaciones que me trajeron hasta aquí.

Fui despedida de mi último trabajo gracias al idiota de mi ex jefe, Serkin.

Me enteré de que, trabaja en Rusia y espero, solamente espero que esté tan lejos de mí como sea posible.

No puedo cometer el error y enrollarme con alguien del trabajo. Esa fue la regla número uno que marqué en cada rincón de mi cabeza antes de aceptar este trabajo. Quizá la gente aquí sea más amable y sobre lo otro, quizá deba dejarlo algún día. Solo quizá, pero eso es otra historia que aunque no me enorgullezca, no es momento de pensar en ella.

―Debes encargarte de eso, Ana―Me dice mi mejor amigo y compañero de apartamento, Carli. Mi amigo es una de las mejores personas que he conocido. Ha salvado mi vida muchas veces y le estoy agradecida por todo y por querer venir conmigo a esta nueva aventura.

Llevamos unos meses aquí y él desempacó en tiempo récord. Siempre es tan perfecto en todo. Delgado, ojos verdes y cabello negro. Todo un modelo de revista y por supuesto, lo es, aunque su sueño también es ser actor de telenovelas. Es apasionado y entregado en lo que hace. Lo admiro por eso.

Carli está en el mundo del modelaje y es por eso que también acepté vivir con él y buscar mi suerte en este país, ambos tuvimos la bendita suerte de que nos contrataran, aunque mi amigo es un conquistador todo follador de primera.

Las reglas son claras, una mujer diferente desfila cada noche, no se vale repetir o hay problemas.

No tengo problema con ello. Todos pueden hacer de su vida lo que quieran mientras no afecten a otros. Carli está bien con mi otro estilo de vida y yo con el suyo, jamás he sido juzgada por él y eso lo aprecio.

Nos conocimos hace un par de años al salir de la primaria y prácticamente somos como hermanos. A mi buena suerte no soy su tipo, soy demasiado “perfecta” por lo que no quiso intentarlo conmigo y lo agradezco, hicimos el clic perfecto como mejores amigos y sobre lo de ser perfecta lo sigo discutiendo con él.

―Lo creas o no, estoy limpiando poco a poco. Estoy por ir de compras para encontrar donde guardar cada cosa en su lugar.

Él sabe que parte de eso es cierto.

―Puedes guardar en mi armario, lo sabes.

―¿Y encontrarme con una de tus chicas? No gracias. Suficiente tuve la última vez con que una de ellas me confundió con tu novia.

Recuerdo eso como que fuese ayer.

―Sí, me costó el polvo de mi vida. Me costó convencerla.

―Me imagino cómo―Pongo los ojos en blanco―Estuviste toda la noche convenciéndola que solamente era tu hermana.

―Preciosa, con ese trasero que tienes todas las chicas se sentirían celosas.

―Coincido. Todas son esqueléticas ¿Qué pasa contigo?

Se echa a reír a carcajadas y yo lo sigo después. Termino mi café y sirvo una taza para él.

―Gracias, cariño. Te veo después.

―Deséame suerte―Le grito por el umbral de la puerta antes de salir. Entro al elevador y marco el primer piso.

 

Me miro por el espejo del elevador, inspeccionando el atuendo que Carli ha elegido para mí. Unos magníficos pantalones negros ajustados, una blusa de seda color crema y una chaqueta a juego con mi pantalón. También mis zapatos de tacón y mi cabello casi rubio alisado ha sido elección de Carli. Siempre me gusta que sea mi emergencia en cuanto a estilo se trate. No sabía cómo tenía que vestirme aquí, en Estados Unidos no es tan remilgados, pero está bien eso.

El Palacio del Senado es un palacio neoclásico en el Kremlin de Moscú. Fue construido a finales del siglo XVIII por órdenes de Catalina la Grande y sirve desde 1991 como la residencia laboral del presidente de Rusia.

O eso fue lo que leí en Wikipedia antes de ponerme al día. Todavía no sé cuáles serán mis asignaciones o para quién trabajaré directamente. Lo que sí sé es que la línea de senados es bastante importante y metódica.

Mi blanca piel aterciopelada le hace burla a mi atuendo de traje tal cual una empresaria exitosa.

Mi largo cabello claro como el champán es mi parte favorita. Siempre me gusta llevarlo suelto, incluso cuando estoy en casa, pero hoy tuve que acomodarlo todo en una coleta alta que hace alzar mis pequeños zarcillos de blancas perlas que dan a juego con mi collar.

Ni siquiera me reconozco. Y espero que esto haya valido tanto la pena como la espera y lo tedioso que sé que será mi estadía en ese palacio lleno de rusos.

Yo también soy rusa, pero de mi padre no tengo nada. Me parezco mucho a mi madre. Su tés blanca, su cabello color negro que quizá tuvo cuando aún era joven. Ahora tiene el cabello cenizo y es hermoso.

Mis ojos verdosos también los saqué de ella, supongo que fue el carácter lo que heredé de mi padre, como si eso fuese un vil cumplido.

Me lo digo a mí misma siempre. Si tan solo él estuviese aquí, las cosas quizá no sean fáciles pero tampoco me sentiría sola al saber que ambos están juntos y qué él cuida a mi madre en mi ausencia.

Me siento fatal de estar a miles de kilómetros lejos de ella.

El gran océano que nos separa quisiera que se convirtiera en una simple laguna y estoy segura que iría al otro lado nadando.

Pero la realidad me da una terrible cachetada y me recuerda que debo trabajar. Dos trabajos que uno, no es lo que amo. Y estoy segura que olvidé por completo a la mujer en la que quería convertirme por ser una mujer de veintitrés años que lucha y se rompe el lomo trabajando como campesina en apuros.

A lo mejor un día de estos mis sueños se hagan realidad. Como lo es que mi madre esté cerca de mí y reciba la ayuda que necesita fuera de ese terrible lugar del cual no he logrado que salga.

Tener un trabajo decente, uno en el cual no sea humillada por mi jefe y sea respetada y que mi trabajo hable por mí.

En cuanto aterrizo fuera del elevador, el portero me sonríe de manera exagerada.

En el momento en que me encuentro afuera, me abraza los olores y sonidos de Moscú. Nunca antes había estado aquí. Lo que me hace mitad rusa. Mi madre por otro lado era una empedernida neoyorquina. Y digo era porque dejó su esencia desde que murió mi padre. Siempre quise venir aquí con él. Pero desde que era una niña se la pasaba trabajando y cuando me convertí en una adulta, los accidentes pasan y mueres.

Al menos el culpable también murió en el impacto.

No he tenido la oportunidad de caminar por las calles, en esta temporada.

 

Un auto espera por mí y eso es algo que no me esperaba pero era una opción a la cual no estaba dispuesta a dejar ir.

—Señorita Petrova, buenos días. —El hombre de traje se dirige a mí. Lo ha enviado el palacio. Supongo que es algo que se podían costear o que mi presencia es fundamente importante y mi puntualidad también que se vieron en la obligación de darme mi propio chofer.

—Buenos días. ¿Cuál es su nombre?

El hombre podría ser mi hermano mayor. Sus rasgos son suaves y desde aquí puedo ver su alianza de matrimonio. Es amable y poco tímido.

—Me llamó Ryan, señorita.

Le tiendo la mano amablemente para presentarme.

—Bien, Ryan si vamos a trabajar juntos más te vale que me llames por mi nombre. Anabella, sin más. Aunque mis amigos me dicen “Anabella” si llegamos a ser amigos tienes permitido llamarme así.

Él sonríe y arrugas se forman en sus ojos y expresiones ante mis palabras.

—Mucho gusto, señorita.

Él toma mi mano y la sacude en el aire.

—Gracias por venir por mí. —Le digo mientras abre la puerta del Mercedes para mí.

Segundos después él entra y damos marcha al palacio.

Hay demasiado silencio por lo que eso también tiene que cambiar.

—¿Qué música te gusta, Ryan?

Me mira por el retrovisor confuso ante mi pregunta. Por lo que decido ayudarle un poco.

—No me gusta el silencio y dudo mucho que seas un hombre que le guste conversar mucho, por lo que la música puede ayudar.

—En todo caso ¿Qué música le gusta a usted, señorita Anabella?

No voy a lograr que deje lo oficial, así que le permito al menos que me llame así. Al menos me dice mi nombre y no me llama por mi apellido.

—Me gusta mucho la música en inglés.

A pesar de que hablamos en ruso no estoy segura si habla inglés por lo que le hablo en ese idioma también y por suerte logra entenderme.

—No sabía que no era rusa.

—Al menos la mitad de mí lo es. Y respondiendo a tu pregunta. Me gusta la música en inglés, Rihanna, Lorde, Michael Jackson. La ópera. En realidad me gusta un poco de todo.

Él sonríe de nuevo como si la vida llegara a su cuerpo. Se relaja y decide encender el reproductor. Escucho de inmediato a Michael Jackson y sonrío para mis adentros.

—Nos vamos a llevar bien, Ryan.

Llegamos al palacio. La entrada es un gran protocolo tal cual el ingreso en una Casa Blanca. Los guardias de seguridad me piden mi identificación. Observan la fotografía y a mí.

—Es mi primer día de trabajo, señor oficial.

Como estaca en el culo, apenas y levanta una ceja ante mis palabras. Sin más me entrega mi identificación y le hace una nueva a Ryan para que continúe el camino. Si así tendrá que ser todos los días, paso. Desde ya el primer amargado de la mañana. Menos mal que Ryan es amable y tiene muy buen gusto por la música.

Me deleito viendo el recorrido del palacio. Es un trayecto como de dos minutos o más antes de llegar a la entrada principal, la otra entrada y última.

Todo está repleto de área verde, árboles perfectamente podados y muchas flores diminutas por todo el camino de cemento.

Me pregunto cómo será por dentro o cuántas personas habrá, eso ya lo sabré en unos minutos y además, cuáles serán mis tareas asignadas. Espero y me toque con el bueno. Siempre este tipo de trabajo es para ser la asistente/secretaria de uno de los senadores, espero y no me toque el peor de todos o peor aún él más importante de todo el senado.

En mi hoja de vida ponía que había sido una simple asistente ejecutiva y que había sido asistente de política y otras personas importantes y empresas. En realidad mi currículo es impresionante si debo admitir.

Me he partido toda mi vida buscando el mejor trabajo y cubriendo las mejores plazas, pero todas se han convertido en trabajos temporales y con malas experiencias, aunque he aprendido en el ámbito laboral todo lo que sé, quisiera encontrar uno lo suficientemente bueno para quedarme y poder tener a mi madre conmigo.

Me quedo impresionada viendo el palacio por dentro. Hay alrededor de cien personas en el lugar, al menos esta área. Hombres trajeados hablando por un auricular. No tengo idea de con quién tengo que hablar, pero me adentro a la incertidumbre y al bullicio de la sala principal. Al momento de hacerme presente me encuentro con una sala inmensa y una conferencia de prensa a punto de comenzar. Me pregunto de qué se tratará y si tengo permitido estar en este lado de la sala.

—Buenos días, la conferencia de prensa comenzará en breve.

Comienza a decir un hombre de traje. Quizá uno de los voceros. Yo qué sé, me mantengo cerca de un rincón pero soy empujada por un par de periodistas. El bullicio se hace eco en mi cabeza cuando la multitud se emociona al tomar su lugar y en unos pocos segundos después se hace presente el protagonista principal de todo este circo de personas.

Un traje inmaculado de tres piezas.

Una mirada fría y un porte varonil.

Un cabello castaño y poco desaliñado es tocado por unas grandes y fuertes manos adornadas por unos dedos largos y perfectos. No sé por qué me fijo en ese tipo de cosas pero lo hago.

Su mandíbula está apretada como si este tipo de cosas le enfadara. Eligió una mala carrera entonces y algo me dice que esta parte no es su favorita.

Los periodistas y cámaras tienen su atención. Y al momento en que abre la boca me estremezco al escuchar el sonido de esa voz.

—Buenos días.

Algunos levantan la mano en un perfecto orden y esperan ser elegidos como si se tratara del mismo aire para respirar.

Me quedo a observar, aún no he conocido a la persona a que me dirigirá mi lugar de trabajo. Y me deleito a observar a este hombre de armadura de hielo frente a mí a lo lejos. Responde preguntas y otras las evade con maestría.

Hablan sobre la mejora de algunos hospitales, como también propuestas para recaudar fondos.

Tras un par de minutos, comienzo a aburrirme cuando toda la multitud se voltea hacia mí al momento en que doy un paso hacia atrás.

Mi instinto me dice que vea hacia la pequeña tarima y me encuentro con un par de ojos azules taladrándome de pies a cabeza como si esperara algo de mí. Se supone que tengo hablar.

¿Y por qué tengo que hablar?

No sé qué otra cosa hacer, así que sonrío, pero no parece suficiente.

—H...Hola.

El hombre, cuyo nombre desconozco por una ilógica razón, sigue mirándome con cara de pocos amigos.

Escucho un susurro detrás de mí y me sobresalto.

—Señor Vólkov.

Es su apellido. Uno que le hace justicia a ese porte duro que tiene. La gente espera a que continúe y yo ni siquiera consigo articular o formar las palabras en mi cabeza. Entonces su nombre y su rostro hacen memoria en mi cabeza.

Valentino Vólkov. El presidente del consejo de la Federación de Rusia. Un hombre respetado y temido por todo el consejo y también mano derecha del presidente. Muchos le han puesto precio a su cabeza, no se deja dominar ni comprar por nadie. Su reputación es intachable aunque de su vida privada no se sabe absolutamente nada.

—Sí se va a quedar ahí muda será mejor que le dé la palabra a alguien más, señorita.

Escucho algunas risas. El muy cabrón sin conocerme quiere humillarme o más bien lo está intentando. No se da cuenta que no soy una periodista y que no me interesa hacerle ninguna pregunta. Bueno sí, pero serían para otro tipo de público y en otro lugar.

Como por ejemplo si es heterosexual. El hombre necesita un buen polvo. Ya sea de una mujer o de un hombre lo que sea para que quite esa cara, está bien por mí, aunque el nudo en mi garganta por imaginarme que sea homosexual es desconcertante al punto de sentirme decepcionada.

—¿Disculpe? —Escucho que dice. Ni siquiera he abierto mi boca ¿O sí?

¡Mierda! ¡¿Acaso he hecho la pregunta en voz alta?!

¡Qué me trague la tierra!

Madre mía, ahora estoy despedida y ni siquiera he comenzado mi trabajo.

La gente comienza a hablar entre sí, me giro sobre mi propio eje y la persona que susurró su nombre en mi oído ha desaparecido. Un hombre alto me fulmina con la mirada, viste de traje y se dirige hacia mí, algo me dice que es con él que debía encontrarme, pero en vez de ello estoy aquí parada.

—Un momento, Fox—El señor Vólkov le habla y hace una pequeña reverencia.

Me detengo sin hacer nada, incluso sin respirar hasta que vuelvo a escuchar su voz y se apodera de cada una de mis entrañas.

—Señorita, le daré la oportunidad de repetir su pregunta, esta vez viéndome a la cara.

¿Acaso se ha vuelto loco?

—Ni siquiera sé qué pregunta hice—Digo en voz baja. Fox quien está cerca de mí me habla y me ayuda a recordar mi pregunta.

—Le has preguntado si le gustan las mujeres.

Abro los ojos como platos y él hace lo mismo. Parece que ambos no podemos respirar. La gente está esperando que hable, menos mal que no hay cámaras. Me obligo a ver a mi alrededor y en efecto. Hay una, aunque no sé de dónde sea, esto estará en televisión nacional ¡O internacional!

Respiro hondo y lo veo. Sigue ahí con su porte duro y serio. Si he de ser despedida al menos lo haré con la frente en alto.

—Lo siento, señor Vólkov—Le hablo alto y firme—Ya que se me ha dado la oportunidad de repetirme, reformularé mi pregunta.

Los demás están atentos y yo tengo mis puños bien apretados a ambos lados de mi cuerpo.

—Ya que, en ningún medio se habla o se sabe más allá de su vida como senador, quise hacer la pregunta sobre si es gay o no para que esto sirva como inspiración a la comunidad LGBT. Hace un rato usted hablaba sobre recaudar fondos a varios centros, pero ninguno sobre el apoyo a ellos. Recordemos que, más de alguno votó por usted.

Se hace silencio de nuevo y Fox maldice por lo bajo.

Espero no haberla cagado más.

Ahora todos esperan su respuesta y yo también. Al cabo de unos segundos él abre sensualmente su boca para responder.

—¿Su nombre?

—¿Mi… nombre?

—No me haga repetir, señorita.

Joder.

—Mi nombre es Anabella Petrova—Digo en un perfecto ruso como lo era mi padre.

Enarca las cejas un poco sorprendido. No parece que corriera sangre rusa por mis venas, desconozco muchas cosas de aquí, menos el idioma.

—Bien, señorita Petrova. Supongo que es su primera vez aquí, de ser así no estaría haciéndose pasar una burla internacional, dada a su pregunta. De haber estado en las conferencias anteriores se habría dado cuenta de que, una de nuestras campañas es apoyar a la comunidad LGBT.

—Yo…

—Y respondiendo a su pregunta incoherente e irrelevante en esta junta. No, no soy gay ¿Y usted?

Abro los ojos como platos y no respondo.

—Es lo que pensé—Corta de inmediato.

Más personas levantan la mano y es mi momento para salir corriendo. Él no me quita la mirada en ningún momento y me siento pequeña, me siento ridícula y me siento una extraña, bueno, eso lo soy. Me clavó la estaca que tenía en el culo directo al pecho. Que te pregunten en televisión internacional si eres gay es una de las peores cosas que alguien debe hacer. Ahora seré la burla y la reina de los memes.

Alguien me toma del brazo, Fox.      

—¿Cómo demonios se te ocurre preguntar eso?

—Lo siento, me perdí y llegué sin querer.

Soy arrastrada del brazo por todo el pasillo del palacio hasta que llegamos a una oficina. Soy la primera en sentarme. Fox me da un vaso con agua y él se sirve un trago.

—Creo que necesito uno también.

Lo piensa por un segundo y termina dándome otro a mí, me lo llevo enseguida a la boca y me escoce la garganta. No puedo creer lo que acabo de hacer.

—Yo lo siento mucho, de verdad tengo ese defecto que a veces no tengo filtro y no me doy cuenta cuando hablo en voz alta.

—Esa no es excusa, niña.

—Lo sé.

Tras un par de minutos y el pulso aun acelerado. Fox abre una carpeta y la analiza. Es mi carpeta dónde está mi hoja de vida.

—Anabella Gisse Petrova Smith—Repasa mi nombre—Tienes un currículo impresionante, no dudo mucho el por qué te elegí entre todas las candidatas, ahora déjame hacerte una pregunta ¿Crees que te lo mereces después del numerito que acabas de hacer?

No sé qué decir.

—Y al señor Vólkov. El jodido presidente del palacio.

Por su tono de voz, creo que está en trance, como yo.

—Me iré de inmediato, claramente acabo de cagar…—Me hace mala cara—Perdón, acabo de arruinarlo todo. Y yo soy la única culpable.

Se lleva otro trago a la boca y se peina el cabello con los dedos. Fox es un poco mayor que mí, pero su forma de ser es como la de un hombre joven, tiene ojeras y ya me imagino por qué. A pesar de ser un hombre guapo creo que no sabe cuándo fue la última vez que tuvo una cita. A menos que sea gay.

Joder conmigo y mi lupa de gays.

—Si no fuera gay—Me saca de mis pensamientos—Te azotaría aquí mismo. Eres bastante guapa y tienes suerte si el senador Vólkov quiere que te quedes.

—¿Acaso he vuelto a decir la palabra con G en voz alta?

Levanta las cejas, fulminándome con la mirada.

—Acabas de echarme un sermón sobre tener citas y que debo relajarme. Tienes razón, pero no es tu asunto. Por lo tanto. Vas a salir a disculparte con la prensa y todo aquel que veas en el pasillo. De castigo, vas a irte a casa y esperar la llamada. Más bien La Llamada.

Mierda.

—Me he perdido, llegué sin saber, se supone que tenía que encontrarme con el encargado y que me diría mis asignaciones.

Fox se pone de pie.

—Yo soy tu encargado y tu primera asignación es que te lleves ese culo a casa y reflexiones.

En ese momento alguien toca a la puerta. Otro hombre con traje, pero usando un auricular en su oído me ve por un segundo.

—Fox, el señor Vólkov quiere ver a la señorita Petrova en su despacho.

Tanto Fox como yo nos sorprendemos por ello.

No puedo creer que él quiera verme. ¿Acaso se volvió loco?

Seguramente quiere despedirme directamente.

Veo a Fox esperando algún tipo de orden o un consejo, ambos me vendrían bien ahora.

—Arréglalo —Me ordena tomando mi brazo, esta vez de manera delicada—Y si todo sale bien, igual lleva tu culo a casa y te espero mañana aquí en mi despacho. No hagas que me arrepienta, Petrova.

—Sí todo sale bien, puedes llamarme Anabella.

 

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Sigo al grandulón hasta al final del pasillo. Acaparo varias miradas y todavía puedo escuchar que otro murmura cosas sobre alguien gay y no gay. Que me trague la tierra de nuevo.

Me dirige hasta estar frente a una puerta y me quedo frente a ella. El hombre se queda de espaldas custodiando la entrada y no tengo otro remedio que llamar a la puerta.

—Pase.

Escucho esa voz ronca que proviene del interior y estoy que me desmayo. No sé si voy a poder soportar su mirada en mí o esa forma que tiene de hablarme. Quizá es más amable en privado, además no lo puedo culpar, le he dejado en ridículo.

Abro la puerta y siento la brisa helada que proviene del interior, como una cueva fría y vampiresa, no sé por qué pero lo pienso así. Como la de una bestia.

Me quedo observando un poco todo a mi alrededor mientras camino dirigiéndome hasta él. Lo veo que se pone de pie por el rabillo del ojo y yo me quedo embelesada con cada movimiento que hace.

Este hombre desprende sensualidad, erotismo como también peligro en cada parte de su cuerpo.

Su gran despacho tiene la mezcla de olor de madera fina y su colonia. No me da tiempo de ver más allá que dos gigantes libreros y un pequeño bar, cuando su voz me saca a la realidad.

—Siéntese, señorita Petrova.

Hago lo que me pide. En cuanto me siento frente a su gran escritorio completamente vacío, tomando un pequeño espacio su laptop de manzanita último modelo, se desabrocha su chaqueta y toma asiento.

Las piernas me tiemblan. Toco mi cabello más de lo que debería, y eso es lo que hago cuando estoy nerviosa. En cuanto a él, está ahí sin más, viéndome, analizando cada movimiento o gesto que hago. Como si se quisiera meter dentro de mi cabeza o mi piel.

De todas maneras no sé qué hago aquí, él no es mi jefe, solamente es el presidente del palacio, no del país.

—¿Y bien? —Veo lo que tiene en las manos ahora, mi hoja de vida, ahora sí no entiendo nada.

Opto por disculparme y excusarme de lo que hace un momento pasó. Pero si sigue mirándome así, creo que me dará algo, jamás en mi vida había visto un hombre tan atractivo como él.

—Lamento mucho lo que pasó, señor Vólkov. Mi comportamiento no tiene justificación, pero si de algo sirve…

—Creo que no sirve de nada lo que pueda decir ahora, señorita Petrova—Me corta las palabras—Se ha humillado públicamente, soy yo quien debería lamentarlo por usted. No es la primera persona que me hace ese tipo de preguntas, pero sí en televisión internacional.

La madre que me parió.