La primera década del siglo XXI fue testigo de un huracán que convulsionó el mundo de la música. Bastaron solo once años para que The Empire conquistara el muy codiciado título de «leyenda del rock». Vendieron millones de discos, abarrotaron cientos de auditorios en todo el planeta y recibieron los principales premios de la industria fonográfica. Sin embargo, aun con la enorme exposición que se les dió, hay una pregunta que quedó sin respuesta: ¿Quiénes son en realidad los The Empire?

Para la realización de esta biografía se entrevistó a decenas de personas, incluidos los propios músicos, su familia y amigos; se recabaron cientos de artículos de revistas, periódicos, blogs, sitios web y programas de televisión. Muchas de las fuentes que ayudaron a (re)construir esta historia pidieron permanecer en el anonimato. Este relato pretende ser fiel a esa voluntad. Su interpretación dependerá de cada lector.

PRÓLOGO

La noche del 2 de diciembre de 2003 Ricardo Gomes atravesó una prueba de fuego que no pudo superar.

Acostado en el suelo de una sala sin muebles trataba de acordarse del concierto más reciente de The Empire. Estaba en su casa de Lisboa, pero lo que le rondaba la cabeza era el recuerdo de un escenario cualquiera en Nueva York. Los acordes de «My Conversation With Lady Death» narraban una historia, y él la repetía de forma mecánica, como un trovador. Parecía haber olvidado que la historia que contaba aquella canción era la suya. Ese ritual se repetía desde hacía dos años. Al final de la noche los gritos y las voces del público cantando con diferentes acentos se mezclaban con los olores a sudor, tabaco y cerveza. Pero Ricardo no hacía caso del alboroto en el escenario. La idolatría inmerecida le salía sobrando.

Al poco rato estos recuerdos fueron sustituidos por las voces confusas de quien lo rodeaba. La letra de la canción se volvió premonitoria. Ricardo, perdido en la noche lisboeta, alcanzó a percibir el olor a madera quemada. Frente a él, en lugar de la multitud delirante, estaban los rostros alarmados de los bomberos que lo rescataban de un departamento en llamas. A continuación vinieron las miradas inquisidoras de los vecinos: fisgones, criticones, chupasangres.

Hello? A Jimmy Duncan se le olvidó que estaba en Lisboa y que debía hablar en su mal portugués— Fuck! ¿Él está bien? Voy para allá. No hablen con nadie. ¡Con nadie!, ¿oyeron?

El escocés saltó fuera de la cama, se puso la ropa arrugada que encontró más a la mano y salió hacia la casa de Ricardo. Las luces de los bomberos y de la policía le dieron la bienvenida. Encontró al guitarrista acostado en una camilla, recibiendo los primeros auxilios. El paramédico le advirtió que no hablaran mucho.

Ricardo percibió lo que seguro pasaba por la mente de su mánager y lo tranquilizó: el incendio había sido accidental, no había intentado suicidarse. Al menos no de manera consciente. Duncan quiso saber si había consumido. «¿Eso qué importa?», le preguntó Ricardo. ¿Acaso no lo habían dejado solo? ¿No era un miserable payaso del circo en el que se había convertido The Empire? Duncan iba a responderle, pero el paramédico lo sacó a empujones de la ambulancia y acabó con la conversación. El mánager se tragó dos Vicodin y sacó la billetera. La policía y los bomberos acordaron declarar un director’s cut de lo sucedido. «Amo Portugal», pensó luego de entregarles un cheque de cinco cifras. Garantizó a los vecinos que todos los gastos serían cubiertos por la Aberdeen Records, y que Ricardo Gomes nunca más regresaría ahí. El comunicado que llegó a los escritorios de los editores de música de las principales redacciones del mundo era un case study de control de daños:

Un cigarro encendido casi acaba en tragedia. Richie Gomez,* guitarrista de The Empire, se encuentra hospitalizado para recuperarse de complicaciones respiratorias y de quemaduras ligeras, resultado del incendio ocurrido el día de ayer por la noche en su casa de Lisboa. La policía reveló que el origen del incendio fue un corto circuito [...]

The Empire era una máquina de hacer dinero que viajaba a alta velocidad directo a un precipicio. Los críticos, que nunca los recibieron de brazos abiertos, afilaban sus cuchillos para el día del ajuste de cuentas. Paul Simpson publicó un artículo en la Sound Machine de diciembre de ese año donde conjeturaba el final de la banda después de la tragedia que los había devastado:

Es posible que nunca se sepa la verdad acerca de los acontecimientos del 24 de noviembre. Tal vez no haya culpables por lo que sucedió, o tal vez nunca salgan a la luz. Sin embargo, los The Empire conocen la verdad y se comportan como si ellos fueran los responsables de la tragedia. El ritual cotidiano de autodestrucción que practican anuncia su disolución. En nuestra memoria quedarán media docena de canciones razonables y un enorme despliegue de fuegos artificiales que hicieron ruido, iluminaron la noche y desaparecerán en un ápice.

Si esos críticos supieran, si tan siquiera soñaran que el incendio en casa de Ricardo fue provocado por la vela que usaba para calentar heroína, y que el guitarrista se había desmayado en el piso de su sala, irían corriendo a esculpir una lápida para The Empire.

¿Qué partida cruel tenía reservada el destino para Ricardo, Mário, Tiago y Eddie? Se había dado a la tarea de suscitar el encuentro casual de cuatro desconocidos. Se había ocupado de que se hicieran amigos. Más todavía: los había convertido prácticamente en hermanos. Después les mostró un sueño irrealizable y les hizo creer que podían vivir ese sueño.

La aventura comenzó en callejones oscuros. Poco a poco las calles mal iluminadas dieron paso a otras, más limpias. Por fin llegaron a las grandes avenidas iluminadas con luces de neón. Cuando se acostumbraron a esa luz artificial que suele encandilar a los recién llegados, el destino, vestido con la capucha del verdugo, les mostró aquello que desconocían: que las seductoras avenidas esconden grandes cañerías deseosas de acoger a quienes tengan el infortunio de caer en ellas. Porque por amplias que sean esas avenidas no hay espacio para todos. Por cada nuevo transeúnte maravillado que llega, hay un peón que ya tuvo su oportunidad y tendrá que partir.

¿A qué estaba jugando con ellos el destino? ¿Se aprovechaba de la juventud, de la inmadurez y el asombro de cuatro amigos solo para divertirse? ¿Lograrían los The Empire mantener su identidad, su alma y, sobre todo, su amistad, o serían consumidos por las llamas voraces de la fama? El incendio que casi mató a Ricardo era una metáfora de los desafíos que los amenazaban. Ellos jugaban el juego lo mejor que podían, pero desconocían sus reglas. Los lanzaron a la arena sin saber a lo que se enfrentarían. Durante años trabaron una lucha desigual con el destino, y esta es la crónica de esa lucha. ¿Ganaron? Es momento de hacer rewind.

Notas:

* Richie Gomez es el nombre americanizado de Ricardo Gomes. A pesar de que la mayoría de las personas lo conocen por Richie Gomez, decidió mantener su nombre original, excepto cuando la ocasión ameritara su alteración. [N. del A.]

1.

B I G M A M M A,

F A T P U S S Y