SIN RODEOS



V.1: Noviembre, 2018


Título original: Sure Thing

© Jana Aston, 2017

© de la traducción, Azahara Martín, 2018

© de esta edición, Futurbox Project, S. L., 2018

Todos los derechos reservados.


Diseño de cubierta: Taller de los Libros

Imagen: Svyatoslava Vladzimirska - Shutterstock


Publicado por Principal de los Libros

C/ Aragó, 287, 2º 1ª

08009 Barcelona

info@principaldeloslibros.com

www.principaldeloslibros.com


ISBN: 978-84-17333-34-8

IBIC: FR

Conversión a ebook: Taller de los Libros


Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

SIN RODEOS


Jana Aston


Traducción de Azahara Martín
Principal Chic

5

Sobre la autora

2.


Jana Aston es de Nueva York y renunció a su aburrido trabajo como teleoperadora para dedicarse a escribir. Tiene la esperanza de que no haya sido una idea del todo estúpida. En su defensa, hay que decir que era realmente muy aburrido.

Quien la animó a escribir este libro fue la autora J.A. Huss, de quien Jana fue asistente durante más de un año.

Con la publicación de las cuatro entregas de la serie Los chicos, Jana Aston llegó a las listas de más vendidos de The New York Times.

CONTENIDOS

Portada

Página de créditos

Sobre este libro


Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Epílogo


Agradecimientos

Sobre la autora

SIN RODEOS


Hacerte pasar por tu hermana gemela puede ser divertido… y peligroso


En tan solo una semana, Violet ha perdido a su novio, su trabajo y su casa.

Así que su hermana gemela, Daisy, le ofrece alojamiento, pero, a cambio, le pide que se haga pasar por ella en su trabajo.

La noche antes de su primer día, Violet conoce a Jennings, un británico muy atractivo con el que tendrá una aventura. Pero ambos se llevarán una gran sorpresa al descubrir que ninguno de los dos era quien afirmaba ser…


Jana Aston, la reina de la novela chick lit




«Sin rodeos demuestra que todo lo británico es muy sexy… ¡Y me refiero a absolutamente todo!»

Audrey Carlan, autora de Calendar Girl

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Agradecimientos


¡Vaya! Otro libro acabado. «Finiquitado», como diría mi amiga Amy Jennings. Es una de sus palabras favoritas y es justo que comience los agradecimientos con Amy. Gracias por permitirme utilizar tu apellido para Jennings. Para los demás, en caso de que estuvieseis leyendo y pensando «Eh… Jennings no es un nombre habitual», que sepáis que lo cogí de ahí. Honestamente, dar nombre a los personajes es mucho más difícil y menos divertido de lo que parece. Acabas con una página llena de garabatos y, cuando por fin piensas que se te ha ocurrido el nombre perfecto, se lo mandas en un mensaje a tu amiga Kristi y te contesta algo como: «Me gusta mucho el nombre de Camden, ¿no lo has usado todavía?». Tres horas después, recuerdas que Camden lo utilizaste como apellido de un personaje principal. #Faena

Así que al final me incliné por Jennings. Soy exigente con los nombres. Normalmente no me convencen los que son demasiado raros, pero a veces me gusta usar apellidos como nombres. Y Jennings encaja. Cuando pensé en el personaje con el nombre de Jennings, no pude imaginármelo con otro.

En cuanto a este libro, la trama principal se me ocurrió hace tres años (mientras escribía El chico equivocado y no pensaba que fuera a escribir ningún otro libro). Estaba de vacaciones (visitando un mercado navideño de Alemania, que, por cierto, me encantó). Los mercados navideños europeos son mágicos. Se trataba de una visita guiada, muy parecida a la que hacía Violet en Sin rodeos. Son muy populares en Europa (en todos los sitios donde parábamos había autobuses/autocares de diferentes compañías de viaje). En Estados Unidos también los hay, pero no son gran cosa.

De repente, se me ocurrió. ¿Qué pasaría si alguien se hiciera pasar por guía turística? ¿Cómo lo sabríamos? ¿Cómo lo sabría la empresa? Como soy así, tuve que preguntar: «Hola, ¿el conductor y tú ya os conocéis o bien os acabáis de conocer?». Debieron de pensar: «Pasajera entrometida, en el pasillo 3». Así nació la idea. No recuerdo si desde el principio pensé en gemelas o si eso vino después, pero así empezó todo.

Como siempre, gracias a mi editora RJ Locksley y a mi maquetador Erik Gevers por aguantarme hasta el último momento del último día del plazo de entrega. ¡Os lo agradezco! Gracias a Marion Making Manuscripts y a Karen Lawson por la primera lectura y sus opiniones.

Kari March, cualquier agradecimiento se queda corto contigo, pero gracias por aguantarme y ayudarme a conseguir la portada adecuada para la edición en inglés.

Jade West, no tienes ni idea de lo mucho que significó para mí tu apoyo y tus ganas de leer más capítulos. Gracias por escucharme cuando me obsesionaba con lo que debía ocurrir en el capítulo siguiente. En este libro has sido un pilar muy importante para mí.

Franzi, Jean, Kristi, Bev y Michelle, gracias por leerme y animarme.


¿Te gustaría saber qué será lo próximo?

Bueno, está Daisy. Creo que merecemos saber en qué estaba metida cuando le dejó el viaje a Violet y se largó. Tenía una muy buena razón, lo juro. A esta «serie» solo le veo dos libros, uno de Violet y otro de Daisy.

Luego están Rhys y Canon. Y algún que otro chico que todavía no he presentado. Imagino la serie de Las Vegas con un mínimo de dos libros y un máximo de quién sabe cuántos. Me imagino a un grupo de solteros que vive en un hotel pasándoselo en grande. Una combinación de diversión y libertinaje. Estos libros serán individuales, sobre diferentes parejas, pero estarán relacionados.

Por último, GRACIAS, querido lector. Sinceramente, no me creo que sea escritora. Todavía me encojo de hombros cuando la gente me pregunta a qué me dedico y respondo como si no estuviera segura: «Eh, ¿soy escritora?». Y, entonces, contestan algo como: «Oh, qué guay», y yo ofrezco una gran réplica en plan: «Sí». Vuestro apoyo me permite tener una conversación incómoda con los desconocidos en relación a mi situación laboral y, sobre todo, me permite trabajar en pijama mientras bebo cantidades ingentes de café helado que he comprado en el Starbucks en la ventanilla para automóviles, en pijama.


Besos y abrazos,

Jana

Capítulo 1

Violet


Puedo hacerlo.

Daisy lo hace, lo hace constantemente. No pretendo insinuar que mi hermana sea la libertina, pero es así.

Echo un vistazo al bar del hotel y le sostengo la mirada al desconocido durante tres segundos. Tres largos y agonizantes segundos en los que sonrío y no aparto los ojos de los suyos. Leí esta recomendación en una revista femenina. El artículo se llamaba «Cómo cazar al hombre que deseas en menos de veinte minutos», o algo así. La mirada de tres segundos y la sonrisa era el consejo número dos. El número tres consiste en sostenerle la mirada mientras te pasas la lengua por los labios, pero esto va más allá de mis capacidades. Pertenece a un nivel de seducción medio y está claro que yo soy una novata.

El consejo número uno era lanzarle una mirada mientras me tocaba el pelo. Una chorrada.

Aun así, lo hago.

Tiempos desesperados y todo eso.

Pero si el consejo número dos no funciona, regreso a la habitación, sola. Espera un momento, ¿había que llevar a cabo todas las recomendaciones de forma simultánea? Es decir, ¿se suponía que tenía que sostenerle la mirada durante tres segundos, sonreír y tocarme el pelo al mismo tiempo? Puede que la haya cagado. Bueno, qué se le va a hacer. En cualquier caso, ¿habría alguna posibilidad de que esto funcionase? ¿Para tirarme a un desconocido buenorro lo único que tenía que hacer era tener contacto visual con él durante tres segundos en el bar de un hotel? ¿Pero eso funciona?

Daisy lo sabría.

A veces, odio que siempre lo sepa todo, como si hubiera vivido mucho más que yo, cuando en realidad no es así.

Suspiro mientras observo la cereza al marrasquino del poso de mi copa. Me pregunto si podría cogerla si la inclinase o si, por el contrario, se quedaría en el fondo. Eso me hace sentir como una idiota.

Una completa idiota.

Tendría que pagar la cuenta y marcharme, pues me espera una semana muy larga. Larga y casi seguro que desastrosa. Debería disfrutar de una buena noche de sueño y no estar practicando técnicas de seducción de una vieja revista escondida bajo el sofá de mi hermana. Pero cuando levanto la cabeza para pedir la cuenta, me sirven otra copa.

—Del tío de la camisa azul —dice la camarera mirando en su dirección. Me sonríe y levanta una ceja en señal de aprobación antes de dirigirse a alguien que pide otra copa.

Joder, ¿ha funcionado? ¿La mirada y la sonrisa de tres segundos realmente han funcionado? Con los ojos como platos, echo un vistazo al hombre situado al otro lado del bar y luego a la bebida. ¿En qué demonios estaba pensando? ¿Qué se supone que tengo que hacer ahora? Debería haber leído el artículo completo.

—¿Te importa que me siente?

Levanto la mirada y veo que está a mi lado, con un vaso en la mano con el que señala hacia el asiento vacío junto a mí. ¿Qué ha sido eso? ¿Creo haber percibido cierto acento? Diría que sí, pero dudo que tenga tanta suerte. Trato de calmarme mientras le echo un vistazo rápido. Alto, en forma, con camisa Oxford por fuera haciendo juego con unos vaqueros desgastados, mocasines de piel, barba de tres días, cabello oscuro, espeso, bien cortado y bien peinado y unos ojos marrones expresivos que me observan con interés.

—Espero que la bebida sea de tu agrado. —Agacha la cabeza hacia mi copa—. Le pedí a la camarera que te sirviera otra, pero si quieres algo distinto… —Su voz se va apagando mientras observa mi copa con el ceño fruncido.

Dios. Mío.

Acento confirmado. Acabo de dar con el Santo Grial de un posible rollo de una noche.

—Eres británico —digo luchando contra la sonrisa que se forma en mi cara.

—Tomaré eso como un sí —contesta. Deja el vaso en la barra mientras se apoya en el taburete situado a mi lado, con las largas piernas flexionadas ligeramente y los pies descansando en el suelo—. A menos que tengas algún problema con mi país… —comenta con la frente levantada y un atisbo de sonrisa en los labios.

¿Sabes qué es lo bueno de los hombres británicos?

Todo.

Este es el primero que conozco y lo que los diferencia de los americanos es el acento. Es lo más, ¿no? Posiblemente pienses que es un cliché, pero venga ya. Es muy sexy. Sé que habla el mismo idioma, pero las palabras que salen de su boca suenan mucho mejor.

—Soy Jennings —dice mientras extiende la mano. Por poco me echo a reír. ¿Jennings? Obviamente es una broma. Este tío es demasiado mayor para tener un nombre tan moderno como Jennings. Además, eso de inventarse un nombre falso es tan británico… Pero bueno, juguemos.

—Rose —contesto estrechando su mano, que envuelve la mía y no se apresura a retirar. Al contrario, me recorre suavemente el dorso de la mano con el pulgar. Me gusta mucho la sensación; el tacto y la calidez de su piel me provocan el deseo apremiante de acariciar todo su cuerpo.

—Rose —repite. Hace una pausa e inclina un poco la cabeza como si no me creyera. No debería creerme, ya que no es mi nombre. Pero se parece mucho y, además, él no me ha dado su nombre real, así que esto es lo que hay. En cualquier caso, se supone que yo no debería estar aquí ahora mismo, pero Rose sí.

—Rose —corroboro—. Y no, no tengo ningún problema con tu país. —Sonrío y lo miro un instante. De hecho, soy un poco anglófila, la verdad sea dicha. Cuando Guillermo y Catalina se casaron, madrugué para ver la boda en directo e hice un doble maratón de las seis temporadas de Downton Abbey. Y aunque nunca haya tomado el té de la tarde, estoy segura de que me encantaría—. Gracias por la copa —añado mientras la elevo.

—De nada. ¿Qué bebes exactamente? —pregunta, y observa de nuevo mi copa mientras toma un sorbo de la suya. 

Diría que el líquido ambarino que oscila en su vaso sobre un único cubito de hielo es bourbon. Parece caro, si es que es posible juzgar el precio de una bebida con solo ver la pequeña cantidad que hay en la copa. El acento británico es lo que probablemente hace que parezca elegante en un insulso hotel Sheraton ubicado junto al aeropuerto.

—Un cóctel de cava —contesto sonrojándome. Es una bebida estúpida, pero me gusta.

—Ahh —responde, e incluso esa interjección suena mejor con su acento—. ¿Es una bebida popular en este país?

No.

Pero él no lo sabe, ¿no?

—Mucho. —Asiento con la cabeza. Guau. ¿Quién me iba a decir que era tan buena mintiendo? Esta semana podría ser más fácil de lo que pensaba—. Y ¿qué te trae a Washington? —pregunto para cambiar de tema. 

Recorro el borde de la copa con un dedo mientras me planteo si en realidad puedo hacer esto. Es una gran oportunidad, ¿no? Es perfecto, parece interesado y nunca lo volveré a ver. Si voy a volver al ruedo, esta no podría ser una mejor plaza. O un mejor semental. Un ejemplar purasangre totalmente fuera de mi alcance que me encantaría montar.

—Negocios —responde—. ¿Y a ti?

—Ídem —contesto rápidamente y zanjo el tema con un movimiento de la mano—. Aburrido —añado con una sonrisa y pongo los ojos en blanco.

—Sí, aburrido. —Coincide mirándome directamente a los ojos antes de bajar la mirada a mis labios.

Siento que el rubor desciende por mi cuello y trago saliva.

—Entonces, ¿te quedas en la ciudad un quinquenio o así?

—¿Sabes lo que significa quinquenio, Rose? —Se ríe y bebe un sorbo de su vaso mientras me mira.

—Eh, ¿quince días? —Trato de adivinar. No tengo ni idea de lo que es un quinquenio, pero me gusta cómo suena y nunca he tenido la oportunidad de usarlo en una conversación.

—Un quinquenio son quince años, y no, no me quedaré en Estados Unidos tanto tiempo.

Perfecto.

Sonrío y dejo caer la mirada en busca de un anillo. Puede que esté dispuesta a utilizarlo para recuperar el tiempo perdido, pero me niego a hacerlo con un adúltero.

—¿Y qué hay de ti, Rose? Cuando no te hospedas en este hotel, ¿dónde vives?

Tema delicado.

—Aquí y allá. —En el sofá de mi hermana, pero no lo digo. Soy muy mayor para no tener un lugar fijo, ni un trabajo fijo. Así que no digo nada de eso. 

En su lugar, sonrío antes de tomar un gran sorbo de cava. Esta es la semana de las mentiras.

—¿Aquí y allá? —inquiere con una ceja arqueada e inclina la cabeza. 

Genial, probablemente piensa que no tengo una vida lo suficientemente estable como para tener sexo esporádico. Necesito redirigir la conversación.

—¿Dónde me has dicho que vivías tú? —pregunto—. ¿En Londres? —añado como una suposición, porque sí, mi conocimiento de geografía es tan extenso que Londres es la única ciudad de Inglaterra que me viene rápidamente a la cabeza.

—Sí, Londres —afirma mientras me mira—. En Mayfair. Hertford Street —añade. Estoy segurísima de que está siendo tan específico para dejar clara mi imprecisión. Qué mal.

—Suena bien.

—¿De verdad? —Me sonríe como si le hiciera gracia. 

Bebo otro sorbo y contemplo la cereza del fondo del cóctel. La última me la quitaron cuando la camarera me cambió la copa por la que me pidió Jennings.

—Me gusta tu camisa —comento. Cambio de tema, toma dos—. ¿Está sastreada?

—¿Puedo preguntar si sabes qué significa «sastreado» o es solo otra palabra «rara» que ansías usar? —Esta vez niega con la cabeza mientras se ríe.

—¿Significa «hecho por un sastre»? —pregunto, porque tiene razón. Tampoco sé lo que significa esa palabra.

—Significa remendado. Y no. —Se detiene y echa un vistazo a su camisa—. Esta camisa no está remendada.

La pausa hace que me plantee si tiene alguna. Parece un poco ridículo, pero ¿quién tiene camisas remendadas? Nadie que yo conozca, eso seguro.

Me distraigo cuando una pandilla de lo que parece ser un equipo de fútbol de preadolescentes atraviesa el vestíbulo en dirección a los ascensores. Se oyen voces emocionadas hablando sobre quién va a dormir con quién y sobre una quedada en la piscina del hotel.

—Hay mucho ruido aquí —comento dirigiendo la mirada hacia la entrada del vestíbulo por donde los chicos acaban de pasar. En realidad, no, pero ¿cómo paso de las bebidas al sexo? ¿Cómo?

Mmm —murmura mientras me observa.

—¿Te apetece ir a algún sitio más tranquilo? —sugiero.

Se detiene, con el vaso a medio camino de sus labios, y me mira sorprendido. Esto se me debe de dar fatal. ¿Mi hermana está en lo cierto? Uff, me duele solo de pensarlo. Señor, ayúdame si alguna vez tengo que admitirlo en voz alta. Mi hermana casi nunca lleva razón, pero puede que esta vez sí. Puede que sea incapaz de lograrlo.

—Yendo al grano, ¿no? —pregunta con una sonrisita en los labios—. Me daba la impresión de que te ibas a andar por las ramas un buen rato antes de tener ganas de eso.

¿Tener ganas de eso? ¿Eso significa sexo? Vuelvo a observar la cereza de mi copa y luego me obligo a mirarlo directamente a los ojos. Sostengo su mirada durante tres segundos antes de hablar. Funcionó la primera vez, ¿no?

—Mira, no me ando con rodeos —digo encogiéndome de hombros mientras aparto la mirada durante un instante.

—¿De verdad? —La diversión en su cara es evidente.

No. No soy así. Nunca lo he sido, pero tampoco soy Rose, así que al carajo, esta noche sí lo soy.

—Sí —afirmo con más seguridad de la que siento.

Mmm —repite, y eso me envalentona. Su susurro es el sonido más sexy de la historia. Inclina mi copa y tira de la cereza con un único y largo dedo. La saca y la coloca sobre mis labios. Yo abro la boca para cogerla y deslizo la lengua bajo sus dedos mientras tiro de la dulce fruta. Me la paso por la lengua al mismo tiempo que lo miro a los ojos y me pregunto qué es lo siguiente.

—Bueno, vámonos, ¿no?

Oh, mierda. Me trago la cereza y, por un segundo, pienso que se me va a quedar atascada en la garganta y me voy a atragantar. ¿Acabo de decirle a un completo extraño que no me ando con rodeos?

Capítulo 2

Jennings


Esta chica miente. No sé muy bien qué es mentira; obviamente su nombre y a saber qué más. Aunque no importa. A mí me da exactamente igual, ¿no? Es una distracción, solo eso. Una distracción fantástica e inesperada antes de comenzar una aburrida pero reveladora semana.

Según ella, es una chica que no se anda con rodeos. Contengo una risita cuando presiono el botón del ascensor y añado eso a la lista de mentiras. La invité a una copa después de pillarla mirándome en el bar, pero no imaginaba que eso llevaría a ninguna parte. Esperaba, por su tímida sonrisa, que estuviera lo bastante interesada como para dejar que me sentara a su lado y pasar una o dos horas conversando antes de marcharse discretamente con la excusa de tener que madrugar. Cuando respiró hondo y sugirió que nos fuéramos a un lugar más tranquilo, me sorprendió. Y en el momento en el que incliné la cabeza a modo de pregunta y ella espetó «no me ando con rodeos», me dejó sin palabras.

—Rose —digo cuando las puertas del ascensor se abren. 

No responde, tiene la vista fija en su teléfono mientras trata de enviar un mensaje con discreción. Si tuviera que adivinarlo, diría que se lo está enviando a una amiga para que sepa que está bien y que se está asegurando de tener el GPS del teléfono encendido. Es probable que me haya hecho una foto sin darme cuenta y se la haya enviado.

Qué tierno.

—Rose —repito mientras apoyo una mano en su brazo. 

Por un instante, parece confundida. Sucede tan rápido que no lo habría notado si no lo hubiera provocado adrede. Definitivamente, no se llama Rose.

Me sonríe y entra en el ascensor antes que yo mientras me pregunto qué la ha traído aquí, a este hotel y en este preciso momento. ¿El aburrimiento? ¿Una ruptura difícil? ¿Trata de probarse a sí misma que es sexualmente deseable?

Puedo ayudarla en eso con mucho gusto.

Pero no puedo llamarla Rose porque el nombre de otra no debería formar parte del recuerdo que tenga de esta noche. Y la recordará, estoy convencido.

Las puertas del ascensor se cierran y me giro hacia ella. Lleva una camiseta de manga corta cuyo tejido queda moldeado con la exquisita forma de su pecho. Le recorro el brazo desnudo con la punta del dedo y observo cómo se le endurecen los pezones mientras sus ojos van desde los míos al panel de control del ascensor y, luego, se encuentran con mi mirada otra vez.

—¿Sugieres que lo hagamos en este ascensor? Porque si eres tan rápido como para correrte antes de que esas puertas se abran de nuevo, no me interesa. —Frunce el ceño y su rostro expresa una mezcla de arrepentimiento y excitación. Esta vez me río mientras la alcanzo y pulso el botón de la 3ª planta.

—No, cielo. No sugería un revolcón en el ascensor —le aseguro, y me acerco a ella, pero sin tocarla. 

Se le dilatan las pupilas, se le eleva el pecho mientras respira profundamente e inclina la cabeza hacia atrás para encontrarse con mi mirada. Lleva una falda que le llega a las rodillas y unas sandalias con tacón. La falda tiene una caída suave y se adaptaría fácilmente a la extensión de sus piernas si tuviera que levantarla para rodearme con ellas por la cadera. Es un pensamiento tentador y ella es lo bastante menuda como para cogerla fácilmente y follármela contra la pared. Pero no, eso no entra en mis planes esta noche. Hoy puedo dedicarle más que unos minutos de mi tiempo.

El suelo traquetea un poco para indicar que las puertas del ascensor están a punto de abrirse. Le sostengo la mirada mientras las puertas se deslizan y luego me inclino hacia ella para colocar una mano contra la puerta abierta y bloquearla para evitar que se cierre.

—Después de ti —digo en voz baja. 

Se gira, sale y se detiene mientras observa la pared de enfrente, donde hay unas flechas que señalan en una dirección las habitaciones de la trescientos a la trescientos diecinueve y, en la otra, las de la trescientos veinte a la trescientos cuarenta. Vacila, por lo que me pregunto si esto se ha vuelto demasiado real para ella, si se va a echar atrás.

La tomo de la mano y la dirijo hacia la derecha. Ella me sigue. Siento la suavidad de su mano y el sonido de sus tacones queda casi amortiguado por la moqueta del hotel. Paso la tarjeta de la habitación por la cerradura electrónica y empujo la puerta cuando se enciende la luz verde. Estiro el brazo y la sostengo abierta para ella, que suelta mi mano y entra. En ese momento me doy cuenta de lo bonito que es su cabello: de color castaño oscuro o negro, con largas ondulaciones que le llegan hasta la espalda. Quedará espectacular sobre la almohada. 

Ella se detiene a unos centímetros y mira hacia atrás cuando la puerta se cierra a mi espalda. Al verla aquí, en mi habitación, me arrepiento por un instante. Porque aunque no la conozco, sé que se merece algo más que este hotel. No es que haya nada malo en él; es muy bonito, de clase business y bastante familiar. Pero preferiría haberla llevado a un cinco estrellas con vistas a la ciudad, cuyas luces iluminaran la habitación sutilmente, y con un baño de mármol con una enorme ducha para dos. Pero aquí estamos, así que las vistas al restaurante de comida rápida del otro lado de la calle servirán.

Solo lleva un bolsito en el que no cabe nada más que un móvil y dinero. Lo deja en el aparador frente a la cama y luego se vuelve hacia mí, con la barbilla ligeramente elevada como si se estuviera recordando por qué está aquí, un mantra mental que se refleja en su cara. Luego se humedece los labios y sonríe, pero para sí misma, no para mí.

No tiene ni idea de cómo actuar, ¿verdad? Me he acostado con vírgenes más lanzadas que esta mujer. 

—Entonces, ¿cómo quieres hacer esto? —inquiero mientras reduzco la distancia que nos separa con paso tranquilo y las manos en los bolsillos. 

Me detengo ante ella y, al ver que no se mueve, saco las manos y recorro con un dedo el borde de su oreja. Veo que se muerde el labio inferior.

—Desnuda —contesta con voz seria y desciende la mirada desde mis ojos hasta mi pecho—. Me gustaría hacerlo desnuda.

Definitivamente, la quiero aquí toda la noche.

—Quítatelos —le ordeno mientras acaricio suavemente uno de sus pendientes con un dedo. Se quita los dos y los coloca al lado del bolsito. Luego vuelve a mirarme expectante.

—¿Cómo quieres follar? —pregunto y le agarro la mano. Beso la parte interior de su muñeca y la miro a los ojos—. ¿Suave o duro? ¿Rápido o lento? ¿Lascivo o lascivo?

Mmm… —Parpadea, ruborizada—. Sí.

Ni siquiera estoy seguro de si ha procesado lo que he dicho, pero estoy convencido de que obtuve la respuesta antes de que la puerta se cerrase. Y no lo preguntaba por algún motivo en particular, sino solo para ver lo que respondía. Esta chica no es atrevida. Le encantaría que tomara las riendas, por así decirlo. Al no dejar lugar a dudas de mi interés por ella, queda eliminada cualquier inseguridad que tuviera en mente sobre su atractivo. Y estoy interesado. Estoy interesado en follármela en todas las posturas posibles hasta que pierda el conocimiento, exhausta y saciada. Dejo caer su muñeca y me froto el labio inferior con el pulgar mientras disfruto de las vistas por un instante.

—La blusa —digo en un tono que no admite discusión, aunque tampoco la espero—. Quítatela.

—Está bien. Y tú quítate los pantalones —contesta con completa sinceridad mientras se humedece los labios. 

Ya ha comenzado a desabrocharse el primer botón de la blusa cuando posa su mirada en mi polla.

Me pongo duro a modo de respuesta. Joder, ya estaba empalmado antes de saber que estaba dispuesta a hacerlo. La blusa cae al suelo mientras me desabrocho el cinturón y los vaqueros antes de pasar a desabotonar la camisa de abajo arriba. Detiene las manos una milésima de segundo antes de pasarlas por detrás para bajar la cremallera invisible de la falda. Esta cae a su alrededor y ella da un paso para salir del círculo de tela, dejando las sandalias atrás. Después echa un vistazo hacia abajo con una leve mueca antes de recoger la ropa del suelo y colocarla rápidamente junto al bolso y los pendientes.

Endereza los hombros y se gira en mi dirección. Está desnuda, excepto por un precioso conjunto de braguitas y sujetador. Diría que es de algodón, con un delicado adorno de encaje. Muy tierno, como ella. Vuelvo a preguntarme qué la habrá llevado hasta mí esta noche. ¿Alguien le habrá hecho daño? Pero la idea de que la hayan engañado me parece ridícula, al igual que pensar en eso cuando hace menos de una hora que la conozco. En realidad, ni eso. No la conozco en absoluto. Ni siquiera la he besado. ¿Por qué quiere esto? ¿Por qué ahora?

Dejo caer la camisa al suelo, a la que le siguen los pantalones, y ella observa la pila de ropa un breve instante, con los dedos crispados. Creo que está contemplando la idea de recoger la ropa del suelo como ha hecho con la suya, pero se abstiene con un ligero movimiento de cabeza y centra su atención en mi pecho desnudo con una sonrisa. Una alegre sonrisita que no le debe parecer muy sofisticada porque inmediatamente trata de esconderla.

—Entonces —comenta con un ligero encogimiento de hombros mientras coloca la palma de la mano en mi pecho y comienza a explorar con los dedos extendidos. La ligera respiración y la graciosa risita me confirman que se alegra por la decisión que ha tomado y que está ganando seguridad en sí misma. Cierra la boca para esconder la sonrisa y pregunta—: ¿Ahora qué? —Mientras lo hace inclina la cabeza a un lado y juguetea con la lengua entre sus labios. Puedo darle a eso un mejor uso, seguro.

Ya está. No voy a esperar más. Paso los dedos por su cuello y tiro de ella mientras cubro su boca con la mía. Tiene los labios suaves y cálidos, y un ligero gusto a la cereza que se ha comido de mis dedos hace un rato. Además, huele a vainilla, o puede que a coco. Creo que es su cabello. En ese momento gime, un sutil gemido de excitación o aprobación de lo más delicioso. Sea lo que sea, me gusta. Hundo las manos en su cabello mientras maniobro para profundizar el beso y es tan sedoso como lo había imaginado. Unos mechones suaves y espesos que me tientan cuando los enredo entre mis dedos. Mechones que puedo agarrar como una correa mientras me la follo desde atrás o mientras se arrodilla ante mí con mi pene entre sus labios.

La levanto del suelo, tiene las piernas en torno a mi cintura mientras me dirijo hacia la cama y, al mismo tiempo, le desabrocho el sujetador. Me rodea el cuello con los brazos y, con los dedos, me acaricia el vello de la nuca. Luego, finaliza el beso y dirige los labios hacia mi mandíbula, mientras frota la pelvis contra mí con un sutil movimiento de caderas. La coloco en el borde de la cama y le deslizo los tirantes por los brazos hasta que estos cuelgan de mis dedos y, luego, lo lanzo a un lado. Hace un leve movimiento con el hombro derecho, pero sin prestar atención al sujetador, así que no creo que esté pensando en recogerlo del suelo. En vez de eso, su mirada descansa en mi pecho y se muerde rápidamente el labio inferior antes de liberarlo de nuevo. ¿En qué estará pensando? Y, ¿por qué me importa? Está buena y le intereso, punto.

—No te esperaba, Rose, pero me alegro de que estés aquí, en mi cama, lista para mí.

Por un instante, parece insegura, como si estuviera reconsiderando su decisión, y me pregunto cuánta experiencia tiene. Si debería estar preocupado por si es menor de edad. Lo dudo, pero vale la pena asegurarse. Siempre he suscrito eso de «pregunta, no supongas» cuando se trata de mujeres.

—¿Qué edad tienes, cielo? —inquiero, y desvía la mirada de mi pecho a mis ojos.

—Veintiséis —responde inmediatamente. Ya no parece insegura, sino irritada—. ¿Qué edad tienes tú?

—Treinta y seis. —Sonrío. 

Me gusta. No veo por qué le tiene que importar mi edad. Creo que solo ha soltado la pregunta como una forma de venganza por querer saber la suya.

—¿Treinta y seis? —Frunce el ceño y me echa un vistazo rápido antes de encogerse de hombros y esforzarse por borrar la sorpresa de su rostro—. Vale, de acuerdo. Supongo que está bien.

Levanto una ceja. ¿A esta chica a la que nunca voy a volver a ver de verdad le importa un carajo mi edad?

Vuelve a recorrerme el pecho con la mirada y luego inclina la cabeza a un lado murmurando un «mmm» para sí misma. A continuación, curva los labios antes de toparse con mis ojos de nuevo y pronuncia un «sí, vale». No recuerdo haber conocido a una mujer de pensamientos tan transparentes. Me encuentro otra vez sonriendo, fascinado con ella.

Le retuerzo el pezón con los dedos y ella toma aliento. Tiene unas reacciones increíbles. Es hora de redirigir el asunto. Me arrodillo en el suelo frente a ella, engancho sus bragas con los pulgares y tiro de ellas hasta que levanta las caderas lo suficiente para poder deslizarlas por su trasero en dirección al suelo. Tiene las uñas de los pies pintadas de un rosa fuerte. Paso las manos por la planta de los pies mientras admiro lo hermosa que es. La suave curva de sus caderas, la forma de sus pantorrillas, los delicados tobillos y la diminuta marca de nacimiento, ubicada en la parte superior del pie izquierdo.

Le separo las rodillas y me muevo entre ellas, con sus muslos abiertos de par en par. Se le corta la respiración cuando aprisiono un pezón con los dientes y tiro ligeramente. Tiene unas tetas tan perfectas como el resto de su cuerpo, pero no me voy a centrar en ellas ahora mismo. Quiero saborearla. No, necesito saborearla. Necesito recordar su sabor en mi lengua cuando piense en esta noche o, de lo contrario, siempre me preguntaré qué me perdí.

La empujo hacia la cama y sigo bajando por su estómago, con un claro destino. Le tiemblan las piernas contra mis hombros, como si estuviera tensa, pero luego se relaja y las deja caer todavía más abiertas mientras sale de su boca uno de esos deliciosos mitad gemido, mitad suspiro, que ya he asociado con ella.

Separo sus labios con los pulgares y ahora agradezco la luz, de neón o lo que sea, que entra en la habitación. Preciosa, es jodidamente preciosa. Es totalmente suave y quiero cubrir cada centímetro de ella con la boca y con la lengua. Ya está mojada y prácticamente no la he tocado. Su radiante excitación es un lujurioso regalo para mis sentidos.

Coloco la lengua en su vagina y la recorro lentamente de arriba abajo. En cuanto tiro del clítoris con mis labios, me agarra el pelo. Un minuto después, coloca un pie sobre la cama para hacer palanca mientras me presiona en la espalda con el talón del otro.

Su entusiasmo es irresistible; su aroma, embriagador. Es todo un regalo que no esperaba esta noche.

Deslizo un dedo en su interior y ella gime algo así como «Dios». Eso no me sirve.

—Jennings. —Le recuerdo. 

Tiene los ojos vidriosos y necesita un momento para comprender que estoy usando la lengua para hablar en vez de estar donde ella quiere.

—Claro. —Parpadea—. Claro, no lo he olvidado. Puedo llamarte Jennings, por supuesto.

Es una persona peculiar. Una bonita fierecilla con un toque sexy, de la que quiero más. Dios, la deseo. Le sostengo la mirada mientras vuelvo a deslizar un dedo dentro de ella. Me encanta lo que se siente al estar en el interior de una mujer (la calidez, la textura y el tacto resbaladizo). Echo de menos la sensación de practicar sexo sin barreras. Joder, ha pasado mucho tiempo desde eso. Aunque no voy a hacerlo esta noche. No soy idiota.

Pero cuando le vuelvo a succionar el clítoris mientras 

presiono con dos dedos ese diminuto bulto lleno de terminaciones nerviosas de su interior y ella grita mi nombre, deseo serlo.

Capítulo 3

Violet


Santo cielo.

Lo que acababa de hacer era como un servicio a la comunidad, algo que debería estar disponible para todas las mujeres de todo el mundo, sin tener en cuenta la ideología política, la raza, la religión o el lugar de nacimiento. «Debería ser por ley o algo así», pienso con una sonrisa mientras dejo caer un brazo sobre los ojos. ¿Qué más puede hacer este chico? ¿Cómo ha logrado que llegue al orgasmo tan rápido? Todavía no hemos terminado y ya pienso que este es el mejor rollo de una noche de la historia. ¡No puedo creer que esto me esté pasando ahora!

—¿Te divierte algo, cielo? —pregunta al ponerse en pie para recoger los pantalones y sacar un condón de la cartera antes de tirarlos de nuevo al suelo. 

Las arruguitas que se le forman alrededor de los ojos me hacen pensar que le hace gracia, no que se siente ofendido por mi risa.

—No, nada —contesto, pero sin poder dejar de sonreír.

Me acomodo en la cama hasta colocar la cabeza sobre la almohada. Entonces, recuerdo aquel reportaje que vi sobre la ropa de cama de los hoteles y un escalofrío me recorre de arriba abajo. Aunque creo que estoy tumbada sobre una colcha y seguro que la lavan, ¿no? Pero, por si acaso, deslizo las piernas por el interior, doblo la colcha y la empujo hasta los pies de la cama. El chico (Jennings) se detiene con una sonrisita en la cara y me observa. «Tú verás, los gérmenes no son ninguna broma». Me apoyo contra el cabecero y le devuelvo la sonrisa.

—Bueno, ¿qué más tienes? —pregunto y, qué demonios, le examino de la cabeza a los pies.