Manuel Hidalgo Fernández

 

El libro de Horacio

 

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El contenido de este libro es ficción y está hecho con la sola intención de entretener, cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.

 

Primera edición: abril de 2017

 

© Grupo Editorial Insólitas

© Manuel Hidalgo Fernández

 

ISBN: 978-84-17029-22-7

ISBN Digital: 978-84-17029-23-4

 

Difundia Ediciones

Monte Esquinza, 37

28010 Madrid

info@difundiaediciones.com

www.difundiaediciones.com

 

IMPRESO EN ESPAÑA - UNIÓN EUROPEA

 

Dedicado a mi mujer Melbis,
por tantas horas de espera

 

CAPÍTULO 1

Sobre las ocho de la mañana Horacio dormía plácidamente en la habitación 205 del hotel gótico, situado en la calle Jaume, en pleno barrio antiguo de Barcelona. En general el hotel estaba lejos de las cuatro estrellas que tenía otorgadas, la fontanería era vieja, y eran por así decirlo, rácanos hasta con el gel de baño. Pero a Horacio le gustaba porque su situación era inmejorable, a solo dos minutos de la catedral de Barcelona donde trabajaba en la restauración de los libros de la biblioteca. Era el mes de abril, una mañana apacible sin viento ni lluvia. Abajo en la cocina del hotel se sentía el aroma de los ricos almuerzos que los ayudantes del chef de cocina preparaban con dedicación, mientras el horno cocía el pan y los fogones calentaban con sus mágicas llamas azules las diferentes delicias matinales. Horacio dejó dicho en recepción que le despertasen a las ocho y media. Este debería de ser un tranquilo día de trabajo. Se dedicaba a la tasación y restauración de libros entre otras cosas, también era profesor de historia y lingüística, aunque ya no ejercía como tal. Hoy tenía una reunión con Luisa Ibáñez, una joven maestra de secundaria que había heredado una antigua edición del Quijote, en concreto, cuatro volúmenes de 1780 editados por La Real Academia Española, con una serie de grabados y mapas de España, para seguir las andanzas del Quijote. Se puso en contacto telefónico con Horacio a través de su página web. Luisa Ibáñez pareció alegrarse pues le pareció que por fin iba a vender los cuatro volúmenes a un buen precio. No quería venderlos por separado, como si de sus hijos se tratase, quería colocarlos a todos juntos en una buena familia.

–“Si la edición es la que me dice, está completa y en buen estado, yo mismo le haré una oferta que no podrá rechazar.”

Le dijo Horacio sin vacilar. Por regla general la vida de Horacio era tranquila y sosegada. Era una persona de hábitos asentados y rara vez se alteraba, salvo cuando le sacaban de sus libros. Ya desde niño leía todo lo que caía en sus manos, le daba igual el tema, los devoraba tanto si eran novelas o libros académicos. Gastaba todo el dinero que ganaba ayudando a su padre en comprarlos. El primer libro que obtuvo fue el sagrado Corán traducido al castellano. Su madre le preguntó por qué había elegido ese libro.

–“Quiero hacer un estudio sobre las diferentes religiones que existen en el mundo.”

-“¿Qué tipo de estudio?      

–“Estoy buscando analogías entre ellas.”

-“¡Vaya! ¿Es un trabajo para el colegio?”

- “¡no!

– “¿y por qué quieres saber esas cosas?

–“porque si separamos todo en lo que no están de acuerdo las diferentes religiones y nos centramos en lo que sí coinciden, es porque debe de ser cierto, ¿no crees mamá?”

-“Bueno, esto no tiene por qué ser así, separar el grano de la paja no te dirá dónde fue sembrado el grano. Yo creo que cuando encuentres ese paralelismo entre las diferentes religiones del mundo, lo siguiente que deberías investigar, es de que lugar provienen estas coincidencias, y entonces te sorprenderá el hecho de que la verdad está escondida bajo toneladas de mentiras, sepultada en lo más profundo de nuestra historia. Pero dime una cosa ¿qué esperas encontrar en realidad?”

–“Quiero saber la verdad, de dónde venimos y hacia dónde vamos. Quiénes son nuestros dioses. ¿Nos hizo alguien por algún motivo o somos fruto de una evolución natural? ¡Creo que la religión me acercará más a la verdad que la ciencia!”

-“Puedes empezar por buscar el significado de la palabra religión, pero busca desde la base, como dice el Corán, la palabra es el camino“.

– “¿El significado de la palabra religión?”

–“Sí, pero busca en la Antigüedad y verás que esa verdad que buscas está sustentada sobre una base hecha de mentiras y que la palabra religión es errónea conceptualmente hablando en su significado.”

– “¿Y por qué no me dices tú su significado?”

-“Porque entonces no sería divertido. Pero te daré una pista. Mira, te lo escribiré aquí: la primera lengua fue escrita por los sumerios en tablillas de barro, antes de que el señor de la Tierra, Enki, codificase el lenguaje y lo esparciese por los cinco continentes. Como si de un puzzle se tratara, extendió los idiomas, las palabras y su verdadero sentido, para que las fuerzas negativas no entendiesen lo que decimos, ya que la mayoría del lenguaje conocido parte de un mismo origen y éste era ya conocido por ellos.”

Horacio pasó años buscando el significado de la maldita palabra, hasta que un día, en unos textos sumerios traducidos, encontró lo que ya sospechaba. Religión=”obligación, deuda, los que están sometidos, la tabla que enseña a los corderos”. Horacio había pasado mucho tiempo investigando en la dirección que le aconsejó su madre, se dio cuenta de que la búsqueda de todas aquellas analogías entre diferentes religiones siempre le llevaban a un mismo lugar, Sumeria. Horacio comprendió de esta forma que para entender el presente primero debería entender el pasado. Que todos los hechos encriptados de nuestro presente tienen su clave de entendimiento en el pasado, y supo entonces que una persona versada en la enmarañada madeja de nuestra historia humana es, sin duda, una persona difícil de engañar. Pues todo proyecto tiene una tendencia copiada de otro lugar en un tiempo más antiguo. Lo que te llevaría a vislumbrar el verdadero interés de cada iniciativa. Todos los deseos humanos tienen su reflejo en el pasado. Horacio empezó a entender estas cosas gracias a su madre y por una palabra religión, lo que le llevó a plantearse la siguiente pregunta: ¿cómo demonios sabía su madre tal cosa? Bien cierto era que su madre fue una persona muy versada en estos temas, una prestigiosa maestra que enseñaba protohistoria en la universidad de Barcelona, pero así y todo, no entendía como pudo saber una cosa así, teniendo en cuenta la dificultad para entender unos textos tan antiguos, que por lo que se sabe, nadie fue capaz de traducir hasta años después. ¿Tal vez su madre ya conociera la respuesta por el estudio de otros textos? ¿Griegos quizás? O, por el contrario: ¿es posible que su madre quisiera de alguna manera que su hijo se iniciase en el enigmático mundo de la escritura mesopotámica? En la escritura cuneiforme, la primera lengua escrita conocida. Gracias a su madre y sin darse cuenta, Horacio se había aficionado a la protohistoria, un mundo tan enigmático como apasionante. ¿Pero por qué la madre de Horacio quiso que su hijo siguiera sus mismos pasos en cuanto al estudio se refiere? ¿Tal vez solo quería lo mismo que otros padres? ¿Que su hijo ejerciera la misma profesión que ella? De alguna manera Horacio sospechaba que su madre le indujo al estudio del mundo antiguo por alguna razón muy especial. Sospechaba que su madre sabía cosas sobre la historia de los hombres que chocaban con la historia escrita hasta ahora. Horacio planeaba sobre un mar de dudas. ¿Es posible que su madre le estuviese preparando para algo? Horacio siempre había sido una persona indagadora en extremo, y tal vez debiera a eso su aspecto desaliñado y su exagerada delgadez desde siempre. Como el gran genio que era, nunca tuvo una relación estable y por supuesto, tampoco hijos, aunque de un tiempo para aquí, parece que su curiosidad estuviera colmada.

Ahora se toma el estudio con más calma, sus lentes para vista cansada reposan mucho más tiempo sobre el escritorio, y duerme como un lirón todas las horas que puede. Hoy cumplía 49 años, una edad maravillosa para pararse a observar el mundo que lo rodea desde su trono intelectual, un trono fraguado en el estudio de miles de documentos antiguos, a base de años, tesón y viajes por todo el mundo en busca del tesoro más importante para él, la sabiduría, el despertar de su conciencia a través del conocimiento: Egipto, donde se empapó del misterio de las pirámides de Guiza, Irak, donde pasó en su museo interminables horas sumido en el estudio de sus esculturas y manuscritos mesopotámicos (Horacio sintió una gran tristeza cuando todas estas reliquias, patrimonio de la humanidad, años después fueron destruidas por el Isis en la guerra de Irak), Stonehenge, Inglaterra, donde se fascinó con el monumento megalítico y el estudio del alba el día de San Juan, Isla de Pascua, Chile, donde ayudó en el desentierro de los gigantescos Moáis, Baalbek, que significa “la ciudad de Baal”, se encuentra en el Líbano, asentamiento fenicio, donde Horacio pudo observar atónito, con sus propios ojos las increíbles piedras de veinte metros de longitud y mil toneladas de peso talladas con perfectos ángulos rectos… Pero más emocionante le pareció visitar Machu Picchu, Perú, el gran imperio Inca escondido en los Andes, donde de paso, aprovechó para maravillarse con las líneas de Nazca, grabadas en la pampa de arena, con cientos de enigmáticas figuras geométricas que solo pueden ser vistas desde el aire. Horacio pasó también mucho tiempo en Tiahuanaco, antigua ciudad arqueológica, cerca del lago Titicaca, llamada también la “ciudad de los gigantes” por sus monolitos de hasta dieciséis toneladas de peso y por la utilización de piedras excesivamente grandes en su construcción, a las cuales no se encuentra una explicación lógica de su procedencia, ya que no existen canteras a su alrededor, pero lo más enigmático de esta antigua ciudad boliviana es su datación, que la sitúa quince mil años atrás en el tiempo. Y Chichén Itzá (México), antigua ciudad construida por los mayas, de la que Horacio se llevó un gran recuerdo pues fue allí donde conoció a la única mujer que fue capaz de sacarle de su enigmático mundo, al menos por un tiempo. Costa Rica, donde Horacio pudo examinar uno de los misterios más extraños, cientos de esferas de piedra precolombinas, alguna con hasta dieciséis mil kilos de peso perfectamente pulidas. Pero más enigmáticas le parecieron aún las esferas de Jalisco con una datación de cuarenta millones de años. Las ruinas bajo el agua en Japón, donde Horacio tuvo que aprender submarinismo para poder acceder a las ruinas de la antigua ciudad bajo las oscuras aguas, en la costa sur de Yonagumi.

Todos estos fantásticos lugares y otros, fueron curtiendo la extensa y comprimida vida de Horacio, el cual había tenido días muy extraños en su existencia, pero hoy, en el día de su cumpleaños, iba a vivir un día inusualmente raro para él. Horacio a un no era consciente de lo que estaba a punto de sucederle. El destino había hecho una pausa en el principio de su vida para retomar ahora con la fuerza de un volcán la deuda pendiente, y ahí estaba listo para recordarle que tenía un don increíble. Un regalo de los dioses que nadie jamás soñó con tener. Desde niño tuvo la capacidad de viajar a vidas pasadas. Entonces dejaba de ser Horacio por un tiempo para encarnarse en algún personaje del pasado, un personaje que él mismo había interpretado en otra vida. Pero una de sus vidas pasadas en especial iba a cambiar para siempre las leyes de su razonamiento, una de sus antiguas vidas en especial, haría temblar hasta los cimientos todas las creencias de Horacio a una edad demasiado temprana. Horacio seguía sumido en un confortable sueño, cuando de repente un estridente golpe lo despertó. Fue como si alguien se hubiera caído y dado con sus huesos contra el suelo. Escuchó claramente un grito ahogado contenido de dolor de alguna persona que en su desesperación intentaba mantener la serenidad. Se incorporó en su cama y, exaltado, miró aturdido todo a su alrededor. Desde su catre se quedó allí mirando fijo el alfombrado suelo de la habitación. –“¡Ha sido tan real! Bueno no sé. ¿Habrá sido un sueño?” Le sobrevino una sensación de desesperanza, un amargo sentimiento anegó su corazón y, sin venir a cuento y sin saber el porqué, se sorprendió diciendo estas palabras: -“¡No saldré nunca de aquí!” Pudo ver como toda la habitación del hotel Gótico, donde se hospedaba, cambiaba. La cama desaparecía, la luz que entraba por la ventana se fue apagando como una vela encendida cuando se le corta el suministro de oxígeno. Las cortinas verde manzana se transformaron en frio hormigón, que, como la pólvora prendida, corría cambiando el bonito papel pintado por el mohoso y sombrío color gris. Una enorme sombra fue avanzando por toda la habitación hasta quedar totalmente oscura. Y allí, en la penumbra, se vio a sí mismo un hombre solo, desnudo en la oscuridad, tirado en el suelo llorando de dolor e impotencia. De súbito, Horacio había viajado a otro lugar, a un tiempo diferente al suyo. Sin venir a cuento y sin saber cómo, su mano sangraba abundantemente y todo su cuerpo temblaba de frio y miedo. Alzó la cabeza pidiendo ayuda a Dios y al momento se dio cuenta de que había alguien más allí, acechando en la oscuridad, una fiera hambrienta observando, un ser descomunal en todos los sentidos. Horacio ya conocía a ese enorme ser, ya lo había visto antes, esto no era la primera vez que le pasaba. Recordó, con la mirada fija en el suelo, la casa de sus padres, construida a las afueras de un pueblecito de Barcelona, recordó los cañaverales en los que de niño tantos buenos ratos había pasado jugando con sus compañeros de fechorías. Recordó como le apaciguaba mirar las fotos de la casita blanca que su padre con mucho esfuerzo y cariño, a fuerza de ingenio, construyó. Horacio pasó allí su niñez, hasta el fatídico día en que su madre murió, todo cambió para él y su padre.

“Víctima de un cáncer de mama que más tarde se extendió a los pulmones, mi joven madre fallecía entre agónicos dolores. Después del entierro, mi tío Francisco se quedó unos días para apoyarnos en aquellos momentos tan dolorosos. Siempre recordaré la compasión con que nos miraba, cómo intentaba ayudarnos en todo, y mo se empeñaba en distraerme para que no pensara. La verdad es que de mi tío Francisco solo puedo decir cosas buenas. Después de que mi tío nos dejara para volver a su vida cotidiana junto a mi tía y sus tres hijas, comencé a tener una serie de flases que me transportaban a otro sitio. Era como una especie de trance. Veía los diferentes paisajes, los sentía, podía oler las fragancias que embriagaban mi corazón con su dulce aroma. Hablaba en voz alta un idioma más antiguo que el mismísimo arameo, un idioma que entendía perfectamente y no sabía cómo. Con la exactitud de un reloj suizo, siempre a la caída de la tarde, los flases venían como un chorro de luz entrándome por la cabeza desde arriba. Se repetían un día tras otro, eran extraordinarias revelaciones que me mantenían en ese estado mucho tiempo. A veces tenía la sensación de haber pasado días, incluso semanas en trance, aunque cuando volvía a mí estado normal tan solo habían pasado unos segundos, por lo que nunca nadie supo de mis revelaciones, al menos sin que yo se lo contara. Mi padre, ajeno a todo aquello, después de la muerte de mi madre, se convirtió en un hombre huraño, casi no decía palabra en todo el día. Pasaba las horas en la huerta o arreglando el muro que rodeaba la finca. Siempre acompañado por nuestra perrilla Laica. Olisqueando a su alrededor, mirándolo con ojitos de pena como si supiese el padecimiento que a mi padre, la muerte de mi madre le estaba causando. Nunca llegué a comentarle nada de lo que me estaba pasando, no creo que en aquellas circunstancias hubiera podido entender ni una sola palabra. Me habría mirado fijamente sin saber que decir a todo aquello.

Mi amigo Pedro dejó de hablarme. Así sin más, casi siempre estábamos juntos y de la noche a la mañana no había manera de dar con él. Tampoco le pude ver en el instituto porque en aquellos días estábamos de vacaciones. Era evidente que me estaba evitando, así que fui a pedirle explicaciones. Anduve el camino que iba de mi casa hasta su casa. Lo encontré en la explanada que había cerca de donde vivía. Estaba al filo del terraplén, mirando las golondrinas dar vueltas en su incansable planear. Cuando me vio pareció sorprenderse.”

-“¡No parece que te alegres mucho de verme! ¡Oye, si molesto, me voy!” Dijo Horacio, que no tenía pelos en la lengua. – “¿Se puede saber que te he hecho? Si tienes algo que decirme, no te cortes, dímelo ahora.”

-“Bueno hacer, lo que se dice hacer, no me has hecho nada, la verdad, pero no sé qué es lo que te está pasando desde que murió tu madre, que en paz descanse, no eres el mismo.”

-“¿por qué lo dices?”

-“Todas las tardes nos juntamos pero tu parece que no estás, te hablo y tú solo asientes con la cabeza, tienes la sesera en otro lugar, tanto como si digo una cosa, como si te digo otra, tú te limitas a contestar si o no. Tu madre murió hace poco y entiendo que necesites tiempo para superar su muerte. Pensé que sería mejor para ti que no te molestase con mis cosas, al menos por un tiempo.”

-“¡Pedro, ven a comerte la merienda!”

Gritó su madre desde el patio de la casa.

-“tengo que irme ¿vale?

-“Oye, te pido disculpas, tienes razón pero podrías haberme dicho algo.”

-“No quería molestar pero no pasa nada, a lo mejor yo también tendría que pedirte disculpas a ti.”

-“¡Oye, podríamos quedar mañana!”

- “Vale, te voy a buscar, iremos al embalse a bañarnos.”

-“¡Pero si aún hace frio!”

-“A ver si así se te quitan las tonterías, jajaja…”

-“Ya, muy gracioso.”

-“¡Hasta mañana, Hori!”

-“¡Vale, hasta mañana!”.

Horacio comprendió que su amigo Pedro se sintiera desplazado. Pensó en lo que le había dicho y sabía que era cierto. Aun así Horacio respiró aliviado. Por un momento pensó que Pedro sabía lo de sus visiones y que por ese motivo había dejado de hablarle, tenía miedo de que sus amigos lo vieran como un bicho raro, pero no era ese el caso. Horacio seguiría teniendo sus revelaciones y nadie se daría cuenta. Sin saberlo, este chico de catorce años estaba siendo testigo en primera fila, por medio de sus visiones, del auténtico origen de la Humanidad, ese origen que tanto se han preocupado las fuerzas contrarias a la verdad en ocultar. Atravesando los límites de las leyes físicas, Horacio se adentraba cada vez más en una enmarañada historia sin principio ni fin, como si de un puzzle se tratara. Con el paso de los años Horacio fue atando cabos y uniendo las piezas que conformaban sus muchas revelaciones, para formar con ellas la verdadera historia de los hombres, la más trágica de las historias, entre las historias trágicas.

 

De regreso a casa con la caída del sol, una suave brisa acarició su marcado rostro. Horacio se dio cuenta de que no caminaba solo. No se sorprendió, ni siquiera un poco, cuando cayó en la cuenta de que su acompañante era una lagartijota de al menos tres metros de altura que parecía escuchar muy atentamente lo que Horacio decía. Aunque su forma era humanoide, su piel en lo que se averiguaba era escamosa, de un color verde con algunas zonas en negro como la de algunos reptiles. Vestía un uniforme militar parecido a los que portaban los antiguos romanos, con una vistosa capa roja que le daba el porte de un gran emperador. Era un ser potente, todo su cuerpo era exageradamente musculado, sus ojos brillaban con una mirada penetrante capaz de ver en lo más profundo de tu corazón. Su voz parecía provenir de la caverna más profunda y hacía temblar la tierra cuando se alzaba enojada. Tampoco se sorprendió al ver que él mismo era muy parecido a su acompañante. Horacio sin saber cómo, se había transformado en un ser totalmente diferente. Una especie de inteligencia reptil, sus rasgos eran más sofisticados que los de su acompañante y su piel era más clara. Sus ojos, de un color ámbar, parecían tristes, como si guardaran un secreto que lo atormentaba día y noche. Vestía una especie de toga blanca, parecida a la que usaban los frailes, con una capucha que le cubría la cabeza. Llamaba la atención el colgante que llevaba sujeto al cuello, una gran piedra verde engarzada, que semejaba un ojo, que se balanceaba sujeto a una cadena de oro. Se averiguaba un ser bondadoso de templanza e inteligencia sin igual. Eran dos seres físicamente parecidos pero totalmente diferentes en lo demás, si uno era la sabiduría y la ternura, haciendo caso y teniendo en cuenta los designios de su corazón, el otro era la brutalidad y la crueldad, anteponiendo los fríos cálculos de su perversa mente, por encima de todo. Caminaban por un sendero que atravesaba El Bosque Sombrío. Lo llamaban así porque sus árboles eran tan gigantescos como antiguos y su vegetación exuberante no dejaba pasar ningún resquicio de luz, dándole un aspecto oscuro, de una belleza tétrica. Se dirigían hacia las montañas Tauro en busca de su punto más alto, donde se encontraba la atalaya de Mamitu Nambu, desde donde tenían una panorámica perfecta de las llanuras del Edim, el lugar que estos seres habían escogido para establecerse.

-“Te pedí esclavos fuertes que trabajen en las minas y en la reconducción de los ríos Tigris y Éufrates. Te he hecho venir porque no sé si eres consciente de lo que necesitamos exactamente. En toda la llanura del Edim hay veinticinco puertas estelares. Es un escenario geológico perfecto e inmejorable para que nuestras aeronaves puedan hacer su entrada a través de estos portales. El problema es que todo este extenso terreno es demasiado árido, necesitamos desviar el curso de los dos ríos para poder abastecer de agua nuestras cosechas. Luego estableceremos aquí dos asentamientos, Catzam 1 y Catzam 2. Pero por desgracia no tenemos mano de obra. Estos últimos esclavos que han salido de tus laboratorios no me sirven. Son demasiado inteligentes. No quiero mejorar a estos estúpidos monos para que un día nos destierren. Solo te solicité obedientes trabajadores que sepan bien cuál es su sitio.

- “¡Estos esclavos te servirán! me ha costado mucho esfuerzo dar con la fórmula: el Lulú es un ser más consiente para poder entender mejor tus ordenes.”

Enlil y Enki llegaron hasta un arroyo que atravesaba el sendero. Enlil se detuvo junto al agua pensativo, parecía estar conteniendo su irritación, mientras Enki aguardaba con la templanza que le caracterizaba.

–“Nuestro rey te envió a la Tierra para solucionar el problema de la mano de obra, pero no estoy obteniendo buenos resultados, los Anunnakis no quieren seguir excavando y, por si esto fuera poco, se habla de pactar una tregua con los Kíngu, y tú, solo te dedicas a crear seres inadecuados que no nos sirven para nada, pasas los días encerrado en tu laboratorio con tu hermana susurrándote al oído.”

– “¡Uma es una gran alagni!” (Genetista)

-“¡Silencio! ¿Acaso crees que soy estúpido?”

Gritó Enlil, su voz se alzó de súbito como un relámpago en plena tormenta, el bosque se estremeció y el agua pareció lamentarse, pero Enki permaneció impasible, ocultando el temor que Enlil le provocaba.

– “Deben ser destruidos, esa es mi decisión”.

- “¿Eso es lo que nuestro rey haría?

- “El señor de los Usungal está muy lejos, él me envió a la Tierra para que gobernara en su nombre, yo soy el martillo del rey aquí en la Tierra.”

-“¿Y ordenarás con ese martillo a tus ejércitos excavar la Tierra para extraer el oro y todos los metales que hacen falta? ¿Será ese martillo el que nos traiga el agua?”

- “¡Siempre has sido un insolente! ¡Te lo advierto! No habrá lugar para los Lulú en nuestro universo.”

– “Solo te pido que te apiades del Lulú, igual que yo me apiadé de ti. ¿Cuándo vas a reconocer que también eres hijo mío? Yo os creé a ti y a todos los Nungal, ya no te acuerdas de que tú y seis más de tu mismo linaje violasteis a una hembra Amasutum, y que por ello fuisteis condenados a muerte, yo me apiadé de ti entonces. Porque eres hijo mío, te salve la vida. Ahora te pido clemencia para el Lulú que también es creación mía. Eres príncipe porque te casaste con mi hermana que es hija del rey An, mi padre…”

-“Me creasteis con los genes de An, por mis venas corre la sangre del rey, él es mi verdadero padre. Y ahora que nombras a los Nungal, te diré que no me gustan los rumores que estoy escuchando.” Dijo Enlil en un tono de seca tranquilidad. –“Los Nungal están mudando la piel y su piel nueva es blanca como la leche, igual que la de nuestro peor enemigo el Kíngu baba. Se comenta que mezclaste ADN, del los Kíngu, para crearlos. Los guerreros Anunnakis están aprovechando la situación, dicen que deberían ser los Nungal los que caven las minas puesto que ellos tienen ADN de nuestro enemigo. Y mi pregunta es: ¿tengo yo genes de los Kíngu corriendo por mis venas?”

Aulló Enlil con el semblante encolerizado.

-“Por supuesto que no, tu creación fue anterior a la de los Nungal actuales, ¿acaso te ha pasado a ti lo mismo que a ellos? ¿Acaso tu piel es blanca?”

-“No estás siendo práctico en tu trabajo, te olvidas de las órdenes y haces lo que tú crees conveniente para tus intereses. Tu misión es crear los seres que se te encargan y nada más. Estas son mis órdenes. Como castigo por tu error en la creación de los Nungal, ellos se encargarán de reconducir los ríos Tigris y Éufrates. Trabajarán como esclavos hasta nueva orden. En cuanto al Lulú, sufrirá su extinción total.”

– “Pero los Nungal son guerreros, no fueron creados para trabajos tan denigrantes y, por otro lado, estás despreciando a un ser que podría ser nuestra mejor arma contra los Kingu baba mientras los usas como esclavos. La capacidad reproductiva por si sola del Lulú, es tremenda, este hecho, los hace muy significativos.”

-“Sí, ya he visto que se pasan el día y la noche fornicando. ¿Cómo usamos esto en nuestra guerra?”

–“El tiempo en la Tierra trascurre vertiginosamente debido a que su movimiento es muy rápido. Tres mil seiscientos años para el Lulú equivale a un año en nuestro planeta. Esto hace de la Tierra el mejor campo de experimentación. Un gigantesco jardín a nuestra disposición. Piénsalo, miles de años de evolución en un tiempo relativamente efímero para nosotros. El Lulú podría ser el ejército más numeroso y preparado tecnológicamente que la galaxia haya conocido. El tiempo es relativo dependiendo de la velocidad del movimiento.”

Enlil miraba a Enki estupefacto, incrédulo por lo que acababa de oír. Y en su mirada un destello de ansiedad hizo latir su codicioso corazón. Una luz brilló en sus ojos, un brillo que dio esperanzas a Enki.

-“¿Entonces crees que el Lulú podría ser un ejército tan numeroso? ¿Tanto como para poder aplastar a los Kingu?”

-“Con nuestra ayuda sí, pero debemos de ser pacientes y acompañarles en su evolución hasta que consigan aprender. No será fácil guiar sus pasos pero: ¿qué tenemos que perder?”

-“Entiendo, es interesante, me gusta la idea, les daré a los Lulú una oportunidad. Siempre y cuando sean capaces de hacer los trabajos sin ocasionar problemas. Pero los Nungal serán enviados igualmente como esclavos. A nadie le gusta ver seres de piel blanca paseándose por aquí, tienes suerte de que los necesitamos como esclavos, de otro modo no habría dejado ni uno solo con vida. En cuanto al Lulú, mantenlos alejados de nuestra raza. Los Anunnakis serán los que tengan contacto directo con ellos. A los Usungal no les gusta el jaleo que hacen. Como compensación a tu trabajo, si consigues del Lulú un esclavo eficiente, en cuanto la reconducción de los ríos esté terminada, liberaré a tus Nungal de la esclavitud. Pero te advierto de que si esto es una de tus estratagemas para mantener al Lulú con vida, tú y todos tus estúpidos Nungal de piel blanca moriréis en la mazmorra más apestosa y profunda de este oscuro planeta.”

Y así fue que Sa’amm logró preservar a sus hijos de la extinción. Y así fue que Enki, título que le fue otorgado pues en verdad Enki significaba señor de la Tierra, siendo Sa’amm su verdadero nombre, tuvo que someter a los Lulú al yugo de Enlil. Mirad que yo os envío como ovejas entre los lobos. Enki y Enlil siguieron caminando, subiendo la montaña hasta que llegaron a la atalaya de Mamitu Nambu, desde donde se divisaba toda la extensa llanura Del Edim, el viento soplaba con fuerza, mientras Enlil intentaba imaginar lo que sería su futura ciudad: dos grandes ríos la bordearían y la abastecerían de agua, dos grandes ríos que traerían consigo la prosperidad a su pueblo. ¿Pero iba a ser tan fácil? Enlil no entendía de paz. Prosperidad y guerra, dos palabras incompatibles, como incompatibles son Enlil y Enki, uno no soportaba al otro pero lo necesitaba y el otro, sin soportarlo, no tenía más remedio que obedecer sus órdenes, pues su vida y la de los seres que le seguían corría peligro de no ser así. Enki mantenía la esperanza de que tarde o temprano los Usungal tuvieran que marcharse de la Tierra, debido a que no soportaban bien la vibración de esta, cosa que no ocurría con él y sus Nungal, los cuales se adaptaron perfectamente a su vibración y climatología. Enki albergaba la esperanza de que al menos, si no se marchaban, tuvieran que pasar a una dimensión más baja. Esto no significaría en absoluto escapar del yugo de los Usungal pero al menos, sin la presencia física de estos desarmados seres, sería una existencia más llevadera. Desde la altura que le proporcionaba la atalaya de Mamitu Nambu, llamada así en honor a su madre, Enki pudo ver con tristeza el lugar donde los Usungal habían ejecutado a un grupo de enemigos Kingu.

Estos fieros adversos de los Usungal tenían un sistema de vida jerárquico, su sociedad estaba dividida en tres grupos fundamentales: los Kingu baba de piel blanca, eran los saurios en lo más alto de la pirámide jerárquica, siendo considerados la realeza; los Kingu rojos era el ejército, expertos guerreros de una ferocidad que amedrentaba los corazones de sus enemigos y los verdes, los seres comunes de su sociedad, la plebe por así decirlo, aunque todos ellos luchaban con valentía cuando la situación lo requería.

Fue en la tarde del día anterior cuando dos Kingu albinos, tres rojos (éstos estaban dotados de alas y tenían una fuerte cola que usaban mortalmente en el combate cuerpo a cuerpo) y un grupo de Kingus verdes estaban esperando ser ejecutados. Hacía calor y el ambiente estaba cargado: el odio que los Usungal sentían hacia los Kingu hacía prever lo peor. Enki y su hermana intentaban no temblar de miedo cuando Enlil hizo poner de rodillas a un Kingu albino y, mientras que con la izquierda sujetaba su enorme cabeza, con la derecha, espada en mano, empezó a golpear su cuello. Hicieron falta varios golpes para que la cabeza cayera al suelo. La sangre caliente del gran saurio empezó a deslizarse por las juntas de las baldosas como pequeños riachuelos de líquido rojo. Los Usungal junto con Enlil se arrodillaron desesperados para beber su sangre. En contra de lo que se pueda pensar, los Usungal no eran carnívoros, estos se alimentaban de trigo y otros cereales que acompañaban con algo de leche. Beber sangre de un muerto reciente les proporcionaba un eufórico placer que les hacia entrar en éxtasis, les gustaba el sufrimiento ajeno y disfrutaban con los rituales de tortura hasta un punto que los volvía locos de placer. A Enki estos macabros actos le repugnaban y le costaba mucho disimular su miedo.

 

-“Hemos cerrado todas las puertas estelares que comunican con los territorios Kadistu. No queremos que vengan aquí a meter sus narices y decirnos lo que está bien o mal, ahora este sistema solar es nuestro, pero me preocupa el planeta Murge, pues los kadistu tienen bases allí. Estoy pensando en destruirlo.”

Explicó Enlil, esperando la opinión de Enki, que lo miraba incrédulo. Los Usungal ya habían destruido varios planetas de la Galaxia. De hecho, eran verdaderos expertos en ello.

-“Pero sin duda, Murge está entre Marte y Plutón, y destruirlo podría tener consecuencias desastrosas para la Tierra y para los demás planetas colindantes. La órbita actual de los planetas cercanos podría resultar gravemente alterada. Mucho antes de que los Usungal nacieran como raza, los Kadistu ya trabajaban en este sistema solar. Ellos colocaron su satélite artificial, la Luna, y sincronizaron su movimiento de rotación con el de la Tierra, para que sus ciclos fueran relativamente estables, e incluso dieron a la Tierra la inclinación necesaria para poder albergar toda la diversidad de la fauna. Fue entonces cuando la vida se hizo posible en todo el planeta, ya que hasta entonces solo lo era en el ecuador de ésta. Los Kadistu contribuyeron con su ADN, y generaron todo tipo de vida. ¿Por qué ese empeño en ir en contra de las leyes naturales? ¿Qué sentido tiene escupir en el plato donde comes?”

-“Todo es cuestión de cálculo. Nuestros matemáticos están estudiando los daños colaterales de un impacto de tales dimensiones, aunque esto no tiene porqué llegar a suceder. Tú tienes sangre Kadistu porque tu madre es una Kadistu auténtica. Los dos podríais ir a Murge e iniciar las conversaciones para que se mantengan al margen de nuestros procedimientos. Con los Kadistu fuera del planeta será más fácil recuperar a nuestro ejército.”

-“¿Quieres pedirle a la raza que nos creó a todos, que se mantengan alejados de nuestros asuntos?”

-“Su política es la de no intervenir en la evolución de las razas. Tampoco estamos pidiéndoles nada que no hagan ya.”

Enki no quiso discutir con Enlil, pues esto abría puesto en duda su lealtad y pensó, ante la absurda petición, que tal vez aquello fuera una prueba, una especie de trampa para desacreditarle ante el Consejo de los Siete. Años muy difíciles tendría que superar la Tierra y todos los seres vivos que la habitaban si los Usungal decidieran establecerse indefinidamente. Con la retirada de los verdaderos guardianes de la Tierra, sobre hombros de Enki caía todo el peso de la responsabilidad. Enki soportaría el papel de mediador. Su alma había tomado la decisión de encarnar en esa situación, pues teniendo sangre de los Kadistu y de los Usungal, mediar entre estas dos fuerzas del bien y del mal, era su karma. Aunque Enki aún no lo sabía, ese era el extenuante destino que su alma había elegido para su evolución. Enki, sin quererlo, se convertiría en el encargado de equilibrar la balanza donde se compensan la paz y la armonía de nuestro universo. ¿Cómo puede un solo ser soportar una responsabilidad de tal magnitud? Enki pidió prestado a las Amaargi una de sus aeronaves estelares para viajar hasta el planeta Duku, de donde provenían originalmente los Usungal y donde se encontraba An, uno de los siete señores de los Usungal y el más poderoso de todos ellos. Lo hacía con la intención de que su padre liberase a los Nungal de las órdenes esclavistas de Enlil. Llevó consigo a dos humanos recién salidos de las vasijas clonadoras de su laboratorio para que su padre pudiera apreciar por él mismo su trabajo, pero sus corazones estallaron a causa del viaje estelar. Este accidente entristeció muchísimo a Enki que siempre trataba a sus creaciones como si fueran sus hijos biológicos. Viajar a través de estos portales exigía de los pasajeros una total relajación, sobre todo en la bajada, cuando la aeronave desaceleraba. Cuando Enki llegó a Duku se encontró con un planeta circumbinario y totalmente devastado por la guerra. An se encontraba en los refugios interiores del planeta y recibió a Enki tumbado en su cama, cubierto con sedas en rojo y azul. A los lados de la cama había dos Kingu albinos, con las manos atadas y encadenados por el cuello. A Enki le pareció un espectáculo ridículo y deleznable, desde luego aquello no era digno de ningún rey y Enki empezaba a arrepentirse de haber venido. Comprendió entonces a su madre Mamitu Nambu, cuando se negó a hacer ese viaje y le advirtió de lo que se encontraría.

-“¡El mejor de mis hijos ha venido a verme! ¡La creación de la que más orgulloso me siento! ¡Dime, hijo mío!” –Exclamó el rey An irónicamente desde su tálamo. “¿Cómo van las cosas por la Tierra?”

Enki saludó a su padre con una inclinación de su cabeza en señal de respeto y, luego, contestó:

-“De eso venía a hablarte. Las cosas en la Tierra no están funcionando todo lo bien que deberían. Entiendo que estamos en guerra, pero esto no debería servir para que el despotismo se adueñe de nuestra raza. Enlil está gobernando la Tierra con mano de hierro. Ha cerrado todas las puertas estelares que usan los Kadistu para acceder a la Tierra pero, no contento con eso, está pensando en destruir Murge para eliminar todo rastro de los creadores de vida en la Tierra. Me ha exigido que haga de intermediario para que los Kadistu abandonen Murge por las buenas e incluso ha tenido la desfachatez de esclavizar a mis Nungal con la sola excusa de que su piel blanca perturba a nuestra raza. Esta turbulenta forma de gobernar no hará más que llevar al planeta hacia un declive que no conviene a nadie.”

-“¿Y qué quieres de mi exactamente, hijo mío?”

-“El señor de los Usungal podría redactar algún tipo de documento que evite que Enlil actué con total impunidad. Yo mismo me encargaré de entregárselo a Enlil personalmente.”

-“No puedo hacer eso que me pides, pero hablaré con él sobre tus inquietudes y le haré sabedor de que a partir de ahora se me debe informar de todos los asuntos de la Tierra. Aunque por otro lado te diré, hijo mío, que estoy de acuerdo con Enlil en la cuestión de los Kadistu. Sería bueno que hicieras de intermediario. Tu buen hacer en asuntos diplomáticos, del cual no podemos privarnos, siempre nos ha servido de ayuda. Y ahora dime: ¿cómo van tus experimentos con los Ucubi de la Tierra?” -dijo An, dando por concluido el tema.

Enki se sintió ofendido porque la conversación no llevaba ni dos minutos y An ya lo había despachado, desviando el tema hacia otra cuestión.

-“Bien, había traído dos ejemplares para que pudieras ver mi obra por ti mismo pero murieron los dos en la deceleración.”

-“Deberías haberlos dormido, pero no tiene importancia, yo mismo iré a la Tierra en breve y revisaré tu trabajo, aunque no dudo que tu creación de nuevo habrá sido un gran éxito y eso es precisamente lo que me preocupa. Tu trabajo debe ajustarse a lo requerido y nada más.”

-“Pero este caso es diferente porque no se trata de crear a un ser a partir de unos genes concretos. Estos seres ya existen y nosotros estamos interviniendo en su evolución natural, cambiando el origen de su naturaleza al mezclar su ADN con el de las Amaargi. Con ello estamos robando su destino y aprovechándonos de su juventud como raza, esclavizándolos para nuestro beneficio propio: ¿no deberíamos darles un mínimo de dignidad a cambio?”

-“Hijo mío, a veces me pregunto si eres un Usungal.” An cambió su tono amable por uno más seco. No le estaba gustando lo que Enki le proponía. –“Debes mermarlos hasta lo imposible. No permitiré de ninguna manera que esta raza de monos nos trascienda en un futuro. Regresa a la Tierra, prosigue con tu trabajo y dile a tu hermano Enlil que pronto os visitaré. Después me instalaré en el Abzu de Marte,… puedes retirarte.”

Aprovechando sin lugar a dudas su primogenitura y usando los genes de su padre, Enki creó a su hermano Enlil, a imagen y semejanza de su padre An. De hecho, gran parte de los Nungal más antiguos fueron creados por voluntad del rey con genes donados por él mismo, siendo todos ellos descendientes de An. De esta forma se entiende que Mamitu Nambu, madre de Enki, fuera al mismo tiempo su amante, hecho perturbador entre los seres humanos pero que para estos seres era algo totalmente natural, ya que la mayoría eran reproducidos a la carta en los laboratorios de los maestros genetistas.

Enfurecido por el talante de su padre, que no distaba mucho del de Enlil, Enki regresó a la Tierra con la certeza de que su largo viaje y efímero encuentro no había servido de nada. El rey An, dudaba de la lealtad de su hijo, había intentado tocar con su llama a Enki para ver en su alma sus verdaderas intenciones, pero Enki había cerrado sus chackras como siempre. Cada vez más se alejaba de los sueños de conquista de su padre y An lo había notado. Podría haber liberado a los Nungal con un solo chasquido de sus dedos, pero el odio que sentía hacia los Kingu pudo más que la desdicha de su hijo. Los Nungal tendrían que trabajar en la reconducción de los ríos Tigris y Éufrates como esclavos y Enki no podría hacer nada por evitarlo. Enki bajo la incertidumbre de tener que manejarse en un ambiente de total intransigencia, regresó a la Tierra y siguió trabajando con los Lulú, lo cual dio como resultado una gran variedad de humanos.

Después de acabar su trabajo, buscó refugio en el Abzu, allí, en el interior de la Tierra, en la compañía de las Amaargi y bajo la protección de su reina Dimeure. Enki se mantuvo al margen del estresante sistema de vida al que Enlil había sometido a todos sus súbditos pero, pasados unos cuantos años, Enki decidió nuevamente vivir en el exterior, en una isla en medio del océano Atlántico donde creó la Atlántida. Era un lugar dedicado al estudio del cosmos, donde el cansado viajero descansaba, mientras las innumerables revelaciones de nuestro universo empapaban su alma de la sabiduría que almacenaba. Pero un gran terremoto hundió la isla en las profundidades del océano y la Atlántida desapareció sin dejar ningún vestigio de su glorioso esplendor. Entonces los antiguos habitantes de la misteriosa Atlántida se instalaron a orillas del río Nilo y fue entonces cuando Enki fundó lo que más tarde sería el gran imperio egipcio. Grandes sabios acudían desde Asia y Europa para iniciarse en la sabiduría que ofrecían los magnánimos eruditos instalados en los majestuosos templos construidos para el sosiego del alma y el estudio de la evolución espiritual. Mas desde la antigua Mesopotamia, Enlil observaba con envidia el esplendor de Egipto y, harto de la decadencia a la que él mismo había sometido a su pueblo, decidió idear un plan para asesinar a Enki con la sola intención de apoderarse del trono. La muerte de Enki coincidió con el acercamiento del amenazante planeta Nibiru al sistema solar. Nibiru tenía una órbita extremadamente elíptica. Cada cuatro mil años aproximadamente, este fenómeno cósmico cruzaba nuestro sistema solar amenazando con impactar con algunos de los planetas más cercanos al sol, causando un gran trastorno que afectaba levemente los movimientos gravitatorios de los planetas. Fue la excusa perfecta que necesitó Enlil para hacer explosionar Murge y así quitarse a los Kadistu de en medio de una vez por todas. Cuando Nibiru hizo su aparición en el sistema solar, Murge, un planeta con unas dimensiones parecidas a las de Saturno y que se encontraba entre Marte y Júpiter, estalló en cientos de millones de fragmentos. La onda expansiva fue tan potente que aceleró en mucho la velocidad del temible planeta Nibiru. Este llegó a acelerar tanto su velocidad que se salió de su órbita natural, convirtiéndose así en un planeta errante. Nibiru vagó por toda La Vía Láctea sin rumbo alguno, siempre bajo la incertidumbre de colisionar con otro astro, y así fue hasta que fue detenido en su peregrinaje, al girar sobre sí mismo por influencia de las dos fuerzas magnéticas ejercidas por sendos agujeros negros, manteniéndolo eternamente estático y causando un fenómeno atemporal fuera de lo común, pues el tiempo en Nibiru era tan estático como su órbita. Enlil, siempre sediento de protagonismo, colonizó de inmediato Nibiru e introdujo una raza de esclavos con aspecto demoníaco llamados los Musgir, luego irónicamente cambió el nombre de Nibiru por el de Nuevo Murge. A su vez, la luna de Murge, que se llamaba Murge Tap, salió despedida, debido a la fuerte explosión, liberándola de su órbita planetaria para quedar atrapada en la órbita del sol. Acabó orbitando alrededor de éste, mientras los restos de su madre muerta formarían lo que es hoy el cinturón de asteroides de Saturno. Pero Murge resurgió, resucitó para dar nombre a un nuevo planeta en nuestro sistema solar. Murge Tap, la luna de Murge pasó a llamarse el planeta Venus. Sin embargo el plan de Enlil no acababa ahí, porque de igual modo la Tierra, en esos momentos, aunque lejos de la fatídica explosión, se vio afectada por aquel acontecimiento cósmico, perturbando gravemente su climatología e inundando por completo todo el globo terráqueo. Devastadoras tormentas barrieron de norte a sur todo el planeta. Después de esto la vida continuó, el nivel de las aguas bajó y tanto Enlil como Enki lograron preservar gran parte de la gran variedad de especies, así como los archivos genéticos de todas las razas humanas. Cada uno salvó lo que consideró más afín a su condición. La resurrección de Enki coincidió con el nacimiento de Venus,Anubis