COSAS APARENTEMENTE
INTRASCENDENTES
y otros cuentos

 

 

Pere Calders

 

Ilustraciones y presentación:
Agustín Comotto

Traducción:
Juan Carlos Gentile Vitale

© Hereus de Pere Calders

© De las ilustraciones: Agustín Comotto

© De la traducción: Juan Carlos Gentile Vitale

Edición en ebook: mayo de 2017

 

© Nórdica Libros, S.L.

C/ Fuerte de Navidad, 11, 1.º B 28044 Madrid (España)

www.nordicalibros.com

ISBN DIGITAL: 978-84-16830-63-3

Diseño de colección: Diego Moreno

Corrección ortotipográfica: Victoria Parra y Ana Patrón

Maquetación ebook: emicaurina@gmail.com

Contenido

Portadilla

Créditos

Autor

Ilustraciones

 

El escritor que dibujaba con letras

De Crónicas de la verdad oculta (1955)

El desierto

Cosas de la Providencia

El árbol doméstico

El espíritu guía

Hecho de armas

Historia natural

La hedera helix

Una curiosidad americana

Cosas aparentemente intrascendentes

La maleta marinera

De Invasión sutil y otros cuentos (1978)

Invasión sutil

La rebelión de las cosas

De todo se aprovecha (1981)

La legión extranjera

La mosca

De De tuyas a mías (1984)

Cuarenta y cinco grados a cubierto

Juicio precipitado

Espejismo

Otras dimensiones

Obituario

Agujeros negros

Espacios blancos

El hado

La hora en punto

El orden de los factores

Meteorología aplicada

Somos así

Las buenas costumbres

Triunfos seguros

Ars poetica

No cuesta nada ser amable

Contraportada

Pere Calders

(Barcelona, 1912-1994)


Nacido en Barcelona, es uno de los escritores más leídos de la literatura catalana, destacando como cuentista. Se dio a conocer en los primeros años treinta con dibujos, artículos y cuentos en periódicos y revistas. Exiliado en México durante veintitrés años, escribió los que han sido considerados sus mejores textos, que obtuvieron desde el primer momento el reconocimiento de la crítica. Recibió el Premio de Honor de las Letras Catalanas (1986) y poco antes de su fallecimiento fue distinguido con el Premio Nacional de Periodismo (1993).

Agustín Comotto

(Buenos Aires, 1968)


Aprendió a dibujar cómics de la mano de Alberto Breccia y Leopoldo Durañona, publicando para diversos medios en Argentina y en Estados Unidos. Desde los 90 se dedica exclusivamente al campo de la ilustración como ilustrador y autor. Tiene libros publicados en México, Venezuela, Argentina, España, Corea e Italia. En el 2000 recibe el premio «A la orilla del Viento» de la editorial Fondo de Cultura Económica y en el 2001 la mención White Raven por el álbum Siete millones de Escarabajos del cual es autor e ilustrador. Desde el año 1999 vive en Corbera de Llobregat, pueblo cerca de Barcelona.

El escritor que dibujaba con letras

Uno de los momentos más interesantes al ilustrar es, tras recibir el encargo de un trabajo, comenzar a leer al autor con ojos de dibujante. Al leer, buscas elementos susceptibles a crear algún tipo de imagen, algo que aporte complementariamente al relato. Cuando tuve la suerte de trabajar sobre los cuentos de Calders que conforman este libro no pude más que sentir gratitud. Calders, que había leído con anterioridad, me resultaba tentador por no decir un autor perturbador.

Por ello, creo que se hace justicia en este libro a este verdadero titán de las letras, cuentista como nadie (en los dos sentidos de la palabra), al abrir su obra al público castellano. Porque, investigando el mercado del libro, descubrí que hay muy pocas ediciones de sus cuentos en castellano, lo que hace que sea un gran desconocido para buena parte del público español, exceptuando el área de Cataluña. Esto es porque Pere Calders escribió casi toda su obra en catalán y fue poco traducido. Así pues, me dispuse a abordar sus textos para ilustrarlos y aquí comenzaron los problemas.

Cuando lees como ilustrador, puedes toparte con autores de esos que «labran» sus frases, buscando las palabras concretas demostrando como, con precisión de cirujano, construyen belleza. Pero, en el caso de Pere Calders, de un estilo absolutamente único, me di cuenta que lo que aparentemente es un esfuerzo literario, por el contrario, no lo es en absoluto. Calders pensaba exactamente igual a como escribía. Su cerebro era único o de otro planeta. Sus frases son de una espontaneidad increíble por su asimetría extraña y ajustada perfección. Pareciera que las dibuje en lugar de escribirlas.

Y fue en ese punto cuando me pregunté: ¿Qué demonios haces ilustrando a un ilustrador? Porque sus cuentos lo tienen todo: humor, fantasía, imagen, absolutamente todo. Y eso te deja poco espacio para hacer tu oficio.

Así pues, no sin algún que otro problema (no explicaré ahora los problemas del pánico al papel en blanco), espero haber ilustrado a este ilustrador de palabras (que por cierto, se ganó la vida en más de una ocasión como dibujante), de una manera correcta. Pero eso, ya lo juzgará el lector.

Agustín Comotto

El desierto

A fines de un mes de junio amable, apareció Espol con la mano derecha vendada, marcando el puño cerrado bajo la gasa. Su presencia, llena de aspectos antes no conocidos, hacía nacer presentimientos, pero nadie podía imaginar el alcance del golpe que lo sometía.

La expresión de su rostro, que nunca había suscitado ningún interés, adquiría ahora el aire de victoria llena de tristeza tan propio de las guerras modernas.

El día en el que su vida sufrió el cambio no había sido anunciado en ningún aspecto. Se levantó con el mal humor de siempre y paseaba por el piso, del baño al comedor y del comedor a la cocina, para ver si caminar lo ayudaba a despertarse. Tenía un dolor en el costado derecho y un ligero ahogo, dos molestias que sentía juntas por primera vez y que crecían tan deprisa que la alarma lo desveló del todo. Arrastrando los pies y apoyándose en los muebles que encontraba, volvió al cuarto y se sentó al borde de la cama para comenzar una agonía.

El miedo le cubrió todo el cuerpo. Lentamente, la salud le subía por el árbol de los nervios con la intención de huirle por la boca, cuando se produjo a tiempo la rebelión de Espol: en el momento del traspaso, aferró algo con la mano y cerró el puño con fuerza, apresando la vida. El dolor del costado cesó y la respiración se volvió normal; con un gesto de alivio, Espol se pasó la mano izquierda por la frente, porque la derecha ya la tenía atenta a una nueva misión.

La prudencia aconsejaba no especular con posibilidades demasiado diversas. Estaba seguro, desde el primer instante, de que sólo una cosa valía la pena: no abrir el puño por nada. En la palma se agitaba levemente, como un pececito o una bola de mercurio, la vida de Espol.

Para evitar que un olvido momentáneo pudiera perjudicarlo, adoptó el artificio de envolverse la mano, y, tranquilizado a medias, se trazó un plan provisional de primeras providencias. Iría a ver al gerente de la casa donde trabajaba, pediría consejo al médico de familia y a los amigos, y procuraría ir poniendo el hecho en conocimiento de las personas con las cuales lo unían más lazos.

Así fue la nueva aparición de Espol. Con la cara transformada (un natural estupor ya no lo dejó), caminaba por la calle con la mirada ausente. Los ciudadanos, a pesar de estar acostumbrados a ver tantas cosas, intuían que aquella venda era diferente y a menudo se volvíanpara dirigirle miradas furtivas.