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psicología

y

psicoanálisis

 

DIRIGIDA POR OCTAVIO CHAMIZO

BF371

B73

2008        Braunstein, Néstor A.

La memoria, la inventora / por Néstor

A. Braunstein . —

México : Siglo XXI, 2008.

1 contenido digital — (Psicología y psicoanálisis)

 

ISBN-13: 978-607-03-0467-5

 

1. Memoria. 2. Psicoanálisis. I. t. II. Ser.

 

primera edición impresa, 2008

edición digital, 2013

© siglo xxi editores, s.a. de c.v.


isbn digital 978-607-03-0467-5 



Conversión eBook:

Information Consulting Group de México, S.A. de C.V.

INTRODUCCIÓN

Sólo concibo una manera de iniciar este libro: ubicarlo en la serie de investigaciones y escritos a los que vengo dedicándome desde hace años. Por supuesto, toda referencia a los orígenes tiene un costado mítico y no querría excluir esa vertiente de esta introducción. Fue en 1982 cuando, de manera casual (si tal cosa existe), cayó en mis manos y bajo mis ojos una nota periodística en la que Julio Cortázar daba cuenta de su primer recuerdo y asentaba una frase llamativa: “La memoria empieza en el terror.” El recuerdo infantil de Cortázar era banal: simplemente la angustia de un niño que se despierta cuando escucha el canto matinal de un gallo en un cuarto donde está solo, la evocación de sus llantos y del auxilio que recibe de los otros por medio de palabras y explicaciones que lo tranquilizan.

Impresionado por ese relato y, en él, por esa frase tajante, escribí un breve artículo que fue publicado en el periódico Uno más Uno, en el que, por entonces, era colaborador regular. Esa nota, cuyo título era “Cristales de silencio”, llegó a ser el embrión de una serie de reflexiones que me llevaron a refinar el análisis del texto de Cortázar. Veinte años pasaron (“que veinte años no es nada”) y en 2001, para abrir un volumen con distintos textos que fui preparando después de la publicación de la primera edición en español de Goce (1990), decidí que sería oportuno poner al frente de la recopilación un artículo más explícito y en el que resaltaría con mayor precisión mis apreciaciones sobre la atrevida fórmula del escritor argentino. El nuevo texto se tituló “Un recuerdo infantil de Julio Cortázar” y figura en Ficcionario de psicoanálisis.1

El tema seguía trabajando en mí. ¿Cuál o cuáles eran mis primeros recuerdos y cuáles los de quienes se analizaban conmigo? ¿Por qué Freud había sostenido que el primer recuerdo de una persona lleva consigo las llaves de los armarios de su vida anímica? ¿Qué testimonios podía recoger de mis amigos conocidos y de los otros con los que nunca pude hablar, los grandes escritores que me alimentan (y a veces me atormentan) desde la infancia? ¿Estaba satisfecho con lo que había alcanzado a comprender (o imaginar) acerca del recuerdo de Cortázar o consideraba que mi análisis era aún insuficiente? ¿Qué relación hay entre el episodio vivido, el recuerdo que se tiene de él, la forma en que se lo transmite a otro y los efectos que la narración produce en quien lo escucha o lo lee? Un vasto territorio, quizás insuficientemente explorado, se abría para mi curiosidad clínica y literaria; quise internarme en él.

El ofrecimiento, en 2005, de impartir una cátedra extraordinaria en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM me abría una posibilidad tentadora; dispondría allí de un público amplio, ilustrado, entusiasta y decidido a acompañarme en la discusión de los argumentos a favor y en contra de la que, tal vez, sea excesivo llamar “tesis” de Julio Cortázar, una que nunca había sido registrada ni por la psicología ni por el psicoanálisis. Semana tras semana en ese seminario pude ir adelantando conclusiones sobre el tema de la memoria en general, sobre los recuerdos de infancia que, en realidad —coincido en ello con Freud—, no existen, pues todos los que se alegan son recuerdos sobre la infancia elaborados en épocas posteriores al supuesto suceso que habría tenido lugar en los inicios de la vida.

Los escritores, empezando por el propio Cortázar, siguiendo con muchos otros (Freud, Borges, Piaget, García Márquez, Woolf, Robles, Amat, Canetti, Perec, Leiris, Nabókov, Stendhal, Tolstoi, Kafka, Proust, Yourcenar, Sarraute), fueron llamados a declarar y, finalmente, pude valorar las virtudes y las trampas que se encierran en ese tan transitado “género literario” que es la autobiografía. El resultado fueron los quince capítulos del libro de inminente aparición que lleva el título de Memoria y espanto O el recuerdo de infancia.

Pero, como es común que suceda, el interés por un tema no se acaba cuando se concluye una obra; antes bien, por el contrario, aparecen nuevos senderos que invitan a transitarlos. No se trataba, por cierto, de ampliar la casuística incluyendo otros autores que reportaban sus primeros recuerdos. En la pesquisa que condujo a Memoria y espanto O... se había hecho evidente el trabajo de invención al que los escritores se entregaban injertando retoños de su imaginación poética en la sustancia de sus recuerdos. Es desde todo punto de vista insostenible la creencia común, intuitiva, de que la memoria reproduce con variable exactitud los momentos del pasado personal. El recuerdo de los episodios vividos se construye como las fantasías, mezclando cosas vistas y oídas, excluyendo lo que sería inconciliable o inconveniente para el yo, guardando zonas de oscuridad, desplazando los acentos de unas re-presentaciones de lo ausente a otras. En síntesis, que no hay memorias auténticas sino tan sólo ficciones de la memoria y que era conveniente investigar los mecanismos de construcción de esas fabulaciones y las razones que llevaban a producirlas y a interesarse por ellas. Al pasado uno no lo encuentra; lo hace... y luego, como memorioso, uno dice que allí estaba, que uno sólo se tomó el trabajo de recolectar los frutos maduros.

Al recorrer las invenciones que pasan por memorias encontré un subgénero de la literatura, mitad fiction, mitad non fiction, que es el de los informes que los médicos tratantes redactan sobre los pacientes a los que les toca atender. Como se podía prever, los prejuicios y los intereses de los profesionales se hacen presentes en la redacción de los “historiales clínicos” y esa tendencia es rica en enseñanzas cuando lo que ellos querrían transmitir es “la memoria” de los pacientes. Tenemos entonces “casos” que se integran a una nueva disciplina que Aleksandr Luria bautizó como “ciencia romántica”. Los “enfermos” sobre los que él escribió y los casos “ficcionados” por Freud o por Oliver Sacks se parecen a ciertas fábulas inventadas por Jorge L. Borges acerca de extraños avatares de la memoria. Me arriesgo a decir que hay tanto de novela en esos reportajes médicos como en las más atrevidas especulaciones fantásticas de Borges o Pirandello sobre la identidad de sus personajes. A veces, y es el caso del “hombre de los lobos”, el paciente llega a sufrir en carne propia las consecuencias de las memorias de su médico. El género del historial clínico pertenece a las invenciones de la memoria.

Por otra parte, cualquiera constata que, hoy en día, el eje de los estudios sobre la memoria se ha desplazado hacia la investigación con avanzadas técnicas de las estructuras químicas y cerebrales que la hacen posible. La exploración de este tema debe tomar en cuenta a las mnemociencias hoy en boga. Como no era cuestión de presentar un panorama actualizado de esos desarrollos (me falta la competencia para ello) podía, eso sí, trabajar el testimonio de científicos que estuvieron (Luria) o están (Kandel) involucrados en esa empresa. Por científicos que sean sus trabajos y reconocidos por la comunidad que estén sus autores, el componente subjetivo se infiltra en los estudios que publican. Y allí ellos, como todos los demás, se entregan a las delicias de la invención.

La memoria implica siempre la idea de conservación del pasado. ¿Por qué el interés tan universal, en todas las disciplinas, por el tiempo anterior y por sus efectos perdurables en el sujeto y en la cultura? ¿Por qué la memoria ha fascinado a la imaginación filosófica, científica y artística desde que hay registros de las actividades humanas? ¿Por qué existe una ciencia de la historia —la memoria del Otro, de la que habrá que separar las formas colectivas de la memoria— y qué relación tiene ella con la memoria personal? ¿Es que se considera al olvido como un anticipo de la muerte y a la memoria como una manera de afirmar la vida frente a la conocida transitoriedad de todos nuestros actos y nuestras palabras? Una de las respuestas clásicas a estas interrogaciones es la de postular que la identidad personal depende de la memoria y de la posibilidad de hacer una narración continua y coherente de quién se ha sido para dar cuenta de quién se es. Uno es en la medida en que puede recordar lo que ha sido. El sujeto, con su variable cuota de narcisismo, se aferra a la memoria para escapar de la disolución que lo amenazaría si renunciase a ella. Creemos tener una memoria cuando, en verdad, sería más justo decir que somos una memoria en movimiento (así como la nube es memoria de las aguas evaporadas y los vientos que le dieron forma). Muchos hay para decirnos que somos lo que hemos aprendido, es decir, lo que recordamos.

La memoria es también una ilusión que permitiría negar la desaparición, la del otro, aquel por quien tuvimos que hacer un trabajo de duelo y del que quisiéramos decir que sobrevive en nuestro pensamiento. Es también una manera de negar nuestra propia ausencia en tanto que ese otro es alguien que ya no nos ve ni nos habla, alguien que no podría escribirnos ni tan siquiera un parco e-mail. Antes de poder borrarlo de nuestra memoria, el muerto es quien nos ha borrado de la suya. Esta supervivencia fantasmática y esta muerte propia prefigurada por la muerte del otro, exhibe un costado escatológico de la función de la memoria y de ello también he querido hablar en estas páginas.

Nuevamente, al terminar este segundo libro, surgen otros temas esbozados que piden un tratamiento adecuado y extenso. En particular, las relaciones entre la memoria personal y la historia colectiva y eso que Maurice Halbwachs llamaba “los marcos sociales de la memoria”. ¿Cómo se articulan la memoria subjetiva, tanto la manifiesta como la reprimida, con los documentos que el Otro guarda en sus archivos? ¿Cuáles son las relaciones entre la historia y la memoria? ¿Qué sucede con la memoria de los testigos que apelan a nuestra credulidad y muchas veces despiertan nuestras sospechas sobre la fidelidad de sus recuerdos? En la frontera de estos dos territorios se ubica un ejemplo ilustrativo que ocupa el último capítulo de este volumen: ¿cómo un mismo episodio, una ríspida discusión filosófica, fue registrada por la memoria de los distintos participantes que se reunieron en un día del invierno de 1946? ¿Qué valor tienen como documentos las ficciones de la memoria que los distinguidos pensadores reunidos ese día han construido re-presentándose el episodio que se narra en la autobiografía de Karl Popper, en ciertas alusiones epistolares de Bertrand Russell y en las varias biografías de Ludwig Wittgenstein?

Quedarán para ese tercer volumen temas de indiscutible trascendencia: la memoria de los sobrevivientes de las grandes tragedias del siglo XX, en particular, la forma en que los escritores de uno y otro bando han presentado su papel en la historia que les tocó vivir. Habrá que plantear la significación del supuesto “olvido” del crimen en el que se ha participado y considerar si puede juzgarse al olvido mismo como un crimen así como el lugar que juega la memoria en la psicología de las masas y en la construcción de una identidad colectiva, nacional o religiosa. La pertinencia del sintagma “memoria colectiva” tendrá que discutirse en el nivel literal estricto y en los aspectos metafóricos de tal expresión. ¿Qué relación guardan entre sí “la memoria del uno y la memoria del Otro”, lo que un sujeto recuerda y lo que los demás le atribuyen de un pasado que bien podría querer rechazar o que se empeña en conservar a pesar de las desmentidas?

Se dibuja así el proyecto de una trilogía de libros independientes pero interconectados de los cuales dos han sido presentados ya mientras se termina de elaborar el tercero. Creo que esta obra, más que ninguna que haya publicado antes, es el resultado de la colaboración con compañeros sin los cuales la reflexión seguiría en el estado embrionario al que hice referencia cuando hablé de la primera nota periodística. El testimonio de gratitud es amplio y comienza, necesariamente, por quienes ya no están y fundan a la memoria como un don y como un deber: mis padres y la inolvidable Talila (Frida Saal). Quienes me acompañan (so long as brain and heart have faculty by nature to subsist) son Tamara Francés que me traduce y sabe leerme, Clea Braunstein Saal que me auxilia en la lucha contra los demonios de la computadora, los que están tan lejos en el espacio como cerca en el espíritu: Daniel Koren, Ricardo O. Moscone, Betty Fuks, Marta Gerez Ambertín, Jacques Nassif, José Luis García Castellano y C. Ed Robins, los que me han asistido y enseñado con sus participaciones en el seminario de la UNAM: Margit Frenk, Fabienne Bradu, Susana Bercovich, Mariflor Aguilar, Alberto Sladogna y Federico Campbell, los miembros de la Escuela Freudiana del Ecuador, los colegas psicoanalistas de México y Argentina y el amplio grupo de estudiantes que con sus intervenciones habladas y sus comentarios por escrito han abierto nuevos caminos para orientar mis pasos y me alientan a seguir transitando los senderos del recuerdo y la memoria.