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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Nina Harrington. Todos los derechos reservados.

LA SOÑADORA Y EL AVENTURERO, N.º 2430 - noviembre 2011

Título original: Her Moment in the Spotlight

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, logotipo Harlequin y Jazmín son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-074-5

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

CAPÍTULO 1

MIMI Fiorini Ryan agarró el programa informativo del fin de semana de la moda en Londres y, con el corazón palpitándole con fuerza, lo ojeó hasta encontrar el pequeño párrafo del que dependía su futuro:

La empresa Langdon Events tiene el placer de presentar una colección de moda sin igual en ayuda a la fundación Tom Harris de alpinismo de discapacitados.

Mimi Ryan, una de las nuevas diseñadoras londinenses de más talento, presentará la colección New Classics de Studio Designs.

Dense prisa, las entradas se están agotando.

Mimi tuvo que parpadear varias veces para convencerse de que no estaba soñando.

–Bueno, ¿qué te parece? Se te ve algo aturdida.

Poppy Langdon se inclinó sobre la mesa del despacho.

–¿No te gusta? Porque, faltando sólo una semana, no creo que pueda cambiar nada.

¿Que si no le gustaba? Después de diez años de estudiar y trabajar, incluidos fines de semana, ¿que si no le gustaba tener la oportunidad de presentar sus diseños de ropa?

Mimi sonrió a la parlanchina rubia. Sólo hacía unas semanas que la había conocido, pero se estaban haciendo buenas amigas y estaba convencida de que podía confiarle algo tan importante como la organización de su desfile de modas.

–Claro que me gusta. Es sólo que…

–Vamos, dímelo. Dime qué es lo que no te acaba de convencer –insistió Poppy, preocupada.

Mimi sacudió la cabeza antes de rodear el escritorio para darle un cariñoso abrazo a Poppy.

–Lo que pasa es que llevo mucho tiempo preparándome para este día. No puedes imaginar lo que significa para mí. Gracias por todo lo que has hecho. Y te aseguro que me encanta.

Poppy, abrazándola con fuerza, lanzó un suspiro de alivio.

–De nada. Aunque soy yo quien debería darte las gracias. De no haber sido porque apareciste el mes pasado, no tendría un desfile de modas con fines benéficos. Vas a tener un gran éxito, estoy convencida de ello. Ya hemos vendido un montón de entradas, así que deja de preocuparte y disfruta.

Poppy sonrió traviesamente y arrugó la nariz antes de añadir:

–A pesar de estar en medio de una ola de calor –se agarró la larga melena y se la retiró momentáneamente del cuello–. ¿Cómo es posible que haga este calor en junio? ¿Y cómo consigues tener un aspecto tan sereno y elegante vestida de negro?

Mimi tomó aliento e intentó contestar a Poppy enmascarando su agitación.

Poppy no sabía los esfuerzos que había hecho para conseguir ese aspecto sereno y elegante. Se trataba de la imagen que quería proyectar, desde el traje pantalón negro que había tardado una semana en confeccionar hasta la blusa de seda color moca y el reloj de pulsera de oro que había heredado de su madre. Todo lo que llevaba tenía una finalidad: convencer a Poppy Langdon de que había acertado al elegir su primera colección de ropa para el desfile de modas con fines benéficos.

–¿Yo? –respondió Mimi, mirándose los pantalones y la blusa suelta–. Supongo que es porque llevo tejidos naturales y paso dentro la mayor parte del tiempo –Mimi ladeó la cabeza y preguntó–: ¿Cómo está el café con hielo?

–Maravilloso –contestó Poppy abanicándose con un folleto–. No tenía idea de que había un café italiano a la vuelta de la esquina. Eres una mujer de muchos recursos.

–No creas. Mis padres y yo veníamos mucho por esta zona de Londres cuando yo estudiaba en la universidad. Me alegro de que el establecimiento siga abierto y que el café continúe estando tan bueno como siempre.

–Es extraordinario. Y ya que me has salvado la vida con este café, tengo un último obsequio para ti –Mimi dio un último trago al café y comenzó a rebuscar entre los papeles de su escritorio–. Los del hotel me han explicado algunas ideas que se les han ocurrido en relación con el desfile de modas. Sé que lo tuyo es la elegancia y la sofisticación, y la sala de fiestas del hotel es perfecta para eso; pero tenemos que decirles el espacio que vamos a necesitar antes de que ellos comiencen el trabajo de restauración del resto del hotel. ¿Podrías quedarte un poco más de tiempo?

A Mimi le dieron ganas de echarse a reír. Por ella, se quedaría el resto de la semana, si a Poppy no le molestaba.

–Naturalmente. Pero… ¿qué te parece si voy a por más café? Volveré enseguida.

De existir un Óscar al protagonista de su propio drama, Hal Langdon se habría presentado como candidato.

Hal se agarró al pasamanos y a una muleta para salir del taxi londinense con cierta facilidad producto de la práctica, perfeccionada durante los numerosos viajes de su chalé de los Alpes franceses al hospital de la zona.

Un agudo dolor le subió por la pierna en el momento en que apoyó el peso en el pie que calzaba una bota hinchable. La alegría de que le quitaran la escayola, después de haberse roto el tobillo y la pierna, se había visto frustrada al darse cuenta de lo mucho que le faltaba para poder andar por sí mismo.

No obstante, estaba decidido a demostrarle al mundo entero que iba a caminar otra vez; y, de paso, quizá lograra convencerse a sí mismo de ello.

Tenía que seguir adelante y fingir que su antiguo estilo de vida no se había visto truncado del todo; al mismo tiempo, su nueva vida seguía siendo un misterio para él.

Los médicos se lo habían dejado claro: nada de escalar, nada de deportes de alto riesgo, nada de viajar por el mundo en busca de las experiencias más excitantes que un adicto a la adrenalina podía encontrar en el planeta con el fin de filmarlas.

Todo eso se había acabado.

Y, en el fondo, sabía que los médicos tenían razón. No sólo porque su cuerpo ya no era capaz de seguir recibiendo semejante tratamiento, sino por algo más importante.

El día que perdió a su compañero de escaladas fue el día que se acabó la vida que había llevado hasta ese momento.

Tom Harris le había salvado la vida en más de una ocasión desde aquellos primeros y locos tiempos de aventuras en la universidad. Tom había sido su mejor amigo, el hermano mayor que nunca había tenido.

Y ahora Tom estaba muerto. Había fallecido en una caída que le atormentaba en sus sueños todas las noches, una caída que recordaba cada vez que se miraba la pierna o se tocaba la señal de la fractura de cráneo de que había sido víctima. De eso hacía ya cinco meses, pero le parecía que había sido el día anterior.

Una parte de sí mismo había muerto también aquel día.

Eso era lo que le había decidido a volver a Londres y a trabajar en la obra benéfica que a Tom, por aquel entonces, le había parecido bien hasta cierto punto y, en parte también, ridícula.

Pero ¿qué otra cosa podía hacer? Era él quien había sugerido a Tom que la empresa de organización de eventos que había creado con su hermana organizara un evento para recaudar fondos destinados a ayudar a los escaladores discapacitados con los que Tom se había implicado el último año.

No le había extrañado que Poppy le hubiera telefoneado para pedirle que fuera a Londres a ayudarla, alegando estar desbordada de trabajo. Desde luego, su hermana sabía manejarle bien y hacerle sentirse aún más culpable. Había sido decisión suya dejar a Poppy a cargo de la empresa mientras él se lanzaba a la vida de acción y aventura con la que había soñado durante los años que habían levantado la empresa juntos.

Pero era algo más que eso y Poppy lo sabía.

En cualquier caso, se esperaba su presencia en el evento, tanto por ser amigo de Tom como por ser cofundador de Langdon Events, aunque ello significara que le recordaran constantemente la clase de hombre que Tom había sido.

Lograría sobrevivir la semana que se le presentaba de la misma manera que había sobrevivido los últimos cinco meses: dando tiempo al tiempo. No pasaba día que no estuviera enfadado y resentido por la forma como Tom había muerto; al mismo tiempo le embargaba un profundo sentimiento de fracaso y se veía víctima de una férrea autocensura.

Tenía que hacer algo, trabajar en algo; de lo contrario, no lograría dejar de sentirse culpable por no haber evitado la muerte de Tom.

Hal echó la cabeza atrás, levantó la barbilla, hinchó el pecho y miró las enormes puertas de cristal de la entrada del elegante edificio de piedra en el que Langdon Events tenía sus oficinas en el segundo piso.

Debía subir tres peldaños para entrar en el edificio. Sabía que había una rampa en la entrada posterior, pero siempre había utilizado la puerta principal y no iba a dejar de hacerlo ahora, a pesar de que su hermana Poppy le llamara cabezota.

Alzó la cabeza, miró las puertas de cristal, agarró con fuerza la muleta y apretó los dientes. Y justo en el momento en que iba a subir el primer escalón con la pierna buena, la derecha, una bonita chica salió por la puerta, descendió los escalones rápidamente y, en cuestión de segundos, estaba en la otra acera de la calle.

Hal la siguió con la mirada mientras ella se escurría entre peatones y turistas en aquella parte de Covent Garden.

Era una bonita joven, de cabello castaño rojizo y rostro pálido. Ni los pantalones negros ni la blusa de color café camuflaban su bonito cuerpo.

Se quedó ligeramente decepcionado cuando ella dobló la esquina y desapareció de su vista.

Diez minutos después, salió del ascensor con el tobillo dolorido y la camiseta empañada en sudor. Tardó unos minutos en recuperar la compostura y, por fin, acercarse al despacho por el que hacía un año que no se pasaba.

Todo estaba igual que antes, incluida la diminuta chica rubia sentada detrás del escritorio doble que con tanto entusiasmo habían comprado años atrás para los dos.

Por aquel entonces, comprar una mesa de despacho tan grande les había parecido buena idea.

Ahora, la chica, rodeada de montones de cajas y papeles, parecía aún más pequeña.

Hal movió la muleta y ella levantó la cabeza.

–Qué rápida has sido, Mimi. ¿Cómo has conseguido…? ¡Hal! –gritó Poppy.

Al momento, Poppy se levantó de la silla de un salto y se arrojó a sus brazos, dándole un golpe en la pierna accidentalmente.

–¡Ay!

–Perdona –Poppy bajó la cabeza–. Se me había olvidado tu pierna –entonces, se apartó de él y, con las manos en jarras, sacudió la cabeza–. Te veo distinto. ¿Será por el pelo? Por cierto, necesitas ir a cortártelo ya. ¿O es la chaqueta?

Hal lanzó un bufido y Poppy se echó a reír. Volvió a acercársele y le dio un beso en la mejilla.

–Esa bota no va a ganar ningún premio en un desfile de modas, pero es mejor que la escayola. Sí, se te ve mucho mejor.

Entonces, su hermana le dio un pequeño golpe en el brazo, juguetonamente.

–¡Eres tonto! Debería enfadarme contigo. ¿Por qué no me has dicho que venías? Habría ido a recogerte al aeropuerto.

–¿En qué? ¿En esa especie de cubo con ruedas hecho sólo para personas diminutas y con sólo un bolso de mano?

–Bueno, sí, puede que en eso tengas razón –Poppy le señaló la silla de oficina y él se sentó con cuidado. El despacho era tan pequeño que Poppy tuvo que saltar por encima de su pierna para sentarse en la silla.

–Bueno, cuéntamelo todo, hermano. ¿Qué tal Francia? ¿Cuánto tiempo puedes quedarte aquí? Porque, por si no lo has notado, el trabajo me supera. Ah, y ya sabes que siempre puedes quedarte chez moi, a mis amigas les encantaría mimarte…

Hal alzó una mano.

–Poppy ¿puedes dejarme decir algo? Bien, Francia, estupenda, pero he alquilado mi casa y he llevado mis cosas a un guardamuebles. Voy a quedarme hasta el final del evento para recaudar fondos, y luego veré qué puedo hacer para ayudarte con el trabajo. Y gracias, será un placer dormir en tu sofá. Pero nada de mimos. Llevo varios meses en los que la gente no ha hecho más que mimarme y estoy harto.

–¡Vaya, lo del chalé sí que me ha sorprendido. Sé que te encanta. ¿Por qué lo has alquilado?

Hal respiró profundamente mientras pensaba en cómo responder.

En Francia, el equipo de Langdon Events le había protegido en todo momento, impidiendo que los periodistas se le acercaran para preguntarle por la muerte de Tom Harris. No le habían dejado solo en ningún momento.

Después de cinco meses así, había acabado sintiéndose agobiado, desesperado por librarse de la constante presión de hablar de Tom. Desesperado por sanar.

Miró a su hermana y vio que su expresión de alegría se desvanecía. Quería contarle muchas cosas, pero era imposible hacerlo sin faltar a la promesa que le había hecho a Tom.

–Es por lo de Tom, ¿verdad? –preguntó Poppy en voz baja–. No podía soportar vivir en el mismo pueblo en el que vivían Tom y Aurelia. Hal, no sabes cuánto lo siento.

–Todo me recordaba a él –Hal se encogió de hombros–. Necesitaba alejarme de allí un tiempo. El equipo de trabajo de la empresa no me necesita para organizar los eventos en Francia.

Se dio unos golpes en la bota con la muleta.

–Ya me han quitado la escayola y estoy listo para volver al trabajo, a pesar de que me han prohibido todo tipo de deportes –Hal sonrió traviesamente a su hermana–. Así que aquí estoy, para ayudar en lo que sea a la función benéfica. Por lo tanto, ahora te toca a ti hablar.

–Y eso es justo lo que necesito, tu ayuda.

Mimi, con los cafés en las manos, entró en el edificio que albergaba la oficina de Poppy. El estrés y el calor de las últimas semanas empezaban a hacer mella en ella.

Por supuesto, Poppy no sabía que había cosido la última pieza de cristal del vestido de noche rosa a las dos de la madrugada de ese día. Había estado tan ocupada organizando la fiesta de fin de curso de sus alumnos en la escuela de diseño que le había resultado un auténtico esfuerzo sacar tiempo para tan delicado trabajo. El vestido de noche era deslumbrante y lo había acabado siete días antes del desfile.

Su primer desfile de modas. Su primera colección, que había diseñado y confeccionado ella misma.

Sólo faltaba una semana. ¡Siete días!

La oportunidad con la que llevaba soñando años, cuando no era más que el sueño de una chica que llevaba una tienda de lanas mientras lloraba la muerte de uno de sus padres en un barrio pobre de Londres.

Sólo pensar en ello la llenó de energía y llegó en un santiamén al despacho de Poppy.

Estaba a punto de abrir la puerta con el pie cuando oyó la suave risa de Poppy, seguida de una voz muy viril.

Prudentemente, Mimi llamó a la puerta con los nudillos y la abrió ligeramente.

Poppy estaba sentada detrás de su escritorio, pero ocupando prácticamente el resto del espacio del reducido despacho estaba un hombre con pantalones vaqueros que, para un diseñador de modas, daba la imagen perfecta de un motero playboy. O la habría dado de no ser por la bota ortopédica.

Consciente de haberse quedado con los ojos fijos en la pierna del desconocido, Mimi alzó los ojos y los clavó en el rostro de él. Dos ojos castaño oscuro la miraron con tanta intensidad que estuvo a punto de ruborizarse.

Ese hombre podría haber pasado por un modelo de no ser por la muleta, que estaba apoyada en el escritorio de Poppy, y la fina y blanca cicatriz que le cruzaba la frente y le bajaba por una de las sienes. Y las oscuras y espesas cejas, que le conferían un aspecto casi fiero.

Por otra parte, la chaqueta de cuero era elegante y tenía un corte que acentuaba los anchos hombros y la estrecha cintura cubiertos con una camiseta.

Todo ello mezclado con algo intangible, algo que no tenía nada que ver con el ego de un modelo masculino.

Él no había abierto la boca, pero notó en sus ojos y en su rostro algo poderoso, al tiempo que sosegado y profundo.

Ese hombre llenaba el pequeño despacio con su presencia, aunque no de un modo intimidante. Simplemente, advirtió que se trataba de un hombre acostumbrado a dar órdenes y a que éstas se cumplieran al pie de la letra. Era dominante, autoritario y, probablemente, el hombre más guapo que había visto en mucho tiempo. Desde luego, no era la clase de hombre que entraba en su tienda de lanas.

Podía ser un novio de Poppy, pero todo en él indicaba poder, alta posición social y autoridad. Tenía que ser uno de los clientes de Poppy, uno de sus clientes importantes, uno de los que pagaban grandes sumas de dinero, lo que a Poppy le permitía organizar otros eventos con fines benéficos.

Riendo por algo que él había dicho, Poppy alzó la cabeza y, con un gesto de la mano, le indicó que entrara.

–Mimi, llegas en el mejor momento. Necesito tu ayuda. Acabo de convencer a mi hermano Hal de que nos ayude con el desfile de modas, aunque él se está haciendo de rogar.

–No, no. No he olvidado todos los desfiles que tuve que organizar cuando tú trabajabas de modelo mientras empezábamos con esta empresa. Me harté –respondió él mirando a Mimi y a Poppy–. Ahora, si lo que necesitas es un fotógrafo, cuenta conmigo.

¡Su hermano!

Mimi se quedó inmóvil. Era como si le hubieran clavado los pies al suelo. Al mismo tiempo, clavó la mirada en la bandeja de cartón en la que llevaba los cafés. No se atrevía a darse la vuelta y tampoco se atrevía a dar un paso adelante.

Ignorando su problema, Poppy se acercó a su hermano, le puso un brazo encima y le dedicó una radiante sonrisa.

–Puede que acepte tu oferta. Hay mucho que fotografiar y, además, durante las próximas semanas hay bastantes eventos y necesito un fotógrafo de confianza. Pero esta semana necesito ayuda con el desfile. ¿Qué podemos ofrecerte a cambio de tu ayuda?

–¿Café con hielo? –sugirió Mimi atreviéndose, por fin, a acercarse al escritorio.

Poppy lanzó un dramático suspiro.

–¡Fantástico! Ah, perdonad por no haberos presentado. Hal, ésta es la diseñadora de modas que está trabajando con nosotros en el desfile para recaudar fondos para la obra benéfica de Tom. Mimi, te presento a mi hermano, Hal, la otra mitad de Langdon Events.

Mimi maldijo su excesiva imaginación, absorta con el roce de cuero con cuero, el crujido de la bota y la muleta de Hal en la alfombra cuando corrió el pie. Todo ello acompañado por el ruido de fondo del ventilador de mesa, que no lograba refrescarle la nuca. Sentía el cabello empapado y pegado al cuello. Nada recomendable, cuando quería impresionar a la directora de eventos y a su hermano.

–Por favor, no te levantes –dijo Mimi, y se acercó a Hal justo en el momento en que éste se inclinaba y extendía la mano derecha hacia ella.

La distancia que les separaba era demasiado pequeña y, cuando Mimi se volvió para estrecharle la mano, no pudo evitar chocar con el sólido y musculoso cuerpo de él, ni con su muleta.

La bandeja de cartón se dobló, estrujada entre ambos; pero, en el último momento, Mimi logró reaccionar y evitar una explosión de café con hielo.

No obstante, la brusquedad del movimiento hizo que se derramara un poco de café de uno de los vasos de cartón con la tapadera de plástico algo suelta. El café se salió de la bandeja y le cayó encima, ensuciándole la media y uno de sus zapatos negros preferidos.

Horrorizada, jadeó y tardó varios segundos en darse cuenta de que Hal la había agarrado del brazo y la sujetaba, haciéndola mantener el equilibrio. Y cuando ella apartó la mirada del zapato y la clavó en el hermoso rostro de Hal, él frunció el ceño y dijo en voz baja:

–Perdona. Ha sido una torpeza por mi parte. ¿Estás bien?

A escasos centímetros del cuerpo de Hal, se sintió sobrecogida por la virilidad de ese hombre. De respirar hondo, sus pechos podrían tocarse. Hal olía a tierra, a sudor de hombre y a algo que los fabricantes de perfumes llevaban décadas tratando de embotellar sin conseguirlo: energía masculina y determinación, unas gotas de magnetismo sexual y a saber cuántas feromonas.

Era una mezcla embriagadora.

Ese aroma mágico unido a la sensación que le producía el contacto de las yemas de los dedos de él en su brazo la hizo temblar de placer y la dejó sin habla.

–Sí, bien. Y no ha sido nada –logró contestar ella por fin–. No ha pasado nada.

Mimi se atrevió a lanzar una pequeña sonrisa antes de apartarse de él y dejar la bandeja a salvo encima de la mesa del despacho de Poppy.

Poppy la miró y sacudió la cabeza.

–No prestes ninguna atención a mi hermano, el señor Montañero Famoso, hombre de vida al aire libre. Es la altura, afecta al cerebro.

–No es por llevarte la contraria, pero yo más bien me considero la rama de la empresa en el extranjero –Hal sonrió a Mimi con un leve asentimiento de cabeza y la miró al rostro.