cover.jpg
portadilla.jpg

 

 

Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Barbara Hannay

© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

Su mejor alumna, n.º 103 - abril 2014

Título original: A Wedding at Windaroo

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Este título fue publicado originalmente en español en 2003.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-4325-7

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Prólogo

 

Tres semanas después de su duodécimo cumpleaños, Piper O’Malley pasó casi una tarde entera llorando, acurrucada detrás de un cobertizo para tractores. ¡Y lo estúpido era que odiaba llorar! Llorar era de chicas y ese día ella no quería ser una chica.

Cuando Gabe Rivers la encontró, redujo los sollozos a un esporádico moqueo, pero sabía que aún tenía los ojos rojos e hinchados.

–Eh, sonríe, ranita –él se puso en cuclillas a su lado y un brazo fuerte rodeó sus flacos hombros–. Las cosas nunca son tan malas como parecen.

Ella se secó los ojos con el borde de la camiseta.

–Es por hoy. Es el peor día de mi vida.

Gabe se mostró tan sorprendido que ella realizó una rápida corrección. Después de todo, Gabe tenía dieciocho años y, como todos los adultos, tenía un modo de saber cuándo no se decía toda la verdad.

–Bueno, supongo que el peor día de mi vida debió de ser cuando murieron papá y mamá. Pero yo era demasiado pequeña para recordarlo, solo tenía un año.

–¿Y este es el segundo peor día? –preguntó–. Suena mal. ¿Cuál es el problema?

Enterró la cara en su hombro grande.

–No puedo contártelo. Es terrible.

–Claro que puedes. Nada me sorprende.

Ella lo espió y vio tanta ternura en sus ojos verdes que el corazón se le desentumeció.

–Periodo –susurró.

–Comprendo –comentó tras una pausa–. Bueno, sí..., eso es duro, supongo.

Casi había esperado que Gabe se apartara de ella, que le dijera que después de haber terminado de ayudar a su abuelo marcando a los becerros, tenía que irse a su casa en Edenvale. Pero se quedó a su lado. Permanecieron siglos sentados con la espalda contra la pared de uralita del cobertizo, masticando briznas frescas de hierba y contemplando el atardecer.

–Después de un tiempo te acostumbrarás a la idea –le dijo

–No, Gabe. Sé que nunca voy a poder. ¿Por qué tengo que ser una chica? Ojalá fuera un chico. Quiero ser como tú.

Él sonrió.

–¿Y qué tiene de especial ser como yo?

–Todo –gritó con la entusiasta sinceridad de la devoción fanática–. Eres más alto y más fuerte que el abuelo, y él nunca trata de impedirte hacer lo que quieres. Y puedes ser lo que te apetezca. Cuando crezca, yo me veré obligada a tener bebés y a lavar los calcetines y la ropa interior sucia de algún hombre.

Gabe rio.

–Aguarda hasta que el año próximo vayas al internado. Tus profesoras te dirán que en la actualidad las mujeres tienen las mismas oportunidades de ser lo que les apetezca.

–Pero yo quiero ser ganadera. Apuesto a que nunca has oído hablar de una ganadera, ¿verdad?

Él rio entre dientes y le bajó el sombrero de ala ancha sobre los ojos. Cuando ella se lo volvió a subir, quedó sorprendida al ver que la risa que había en los ojos de Gabe había desaparecido. De pronto estaba serio y triste.

–¿Qué sucede?

Él movió la cabeza.

–Nada de lo que debas preocuparte, ratoncito.

–Vamos, Gabe. Yo te he contado mi horrible secreto y ni siquiera lo hice con Miriam, mi mejor amiga. Si me lo dices, no se lo contaré a nadie.

Él le sonrió como si viera dentro de ella y le gustara lo que encontraba.

–Bueno –comenzó despacio–, los chicos también pueden tener sus problemas.

–¿Como tener que afeitarse?

–Ese es uno –sonrió–. Pero con el tiempo empeora.

–¿Que os quedáis calvos?

–No me refiero a eso. Quiero decir que no siempre es tan fácil para nosotros hacer lo que nos apetece. Mi padre espera que me quede en Edenvale para siempre.

–Claro –lo miró, ceñuda–. ¿Qué hay de malo en eso?

–Probablemente te sorprenda, pero no quiero ser ganadero.

–Bromeas –estaba atónita. El estómago, que ya le dolía, se le contrajo. No sabía cómo alguien podía rechazar la vida maravillosa de un ganadero. Si Gabe no deseaba ocuparse del ganado, ¿qué diablos quería ser? ¿Y adónde quería ir? La posibilidad de que no estuviera en el rancho vecino, en Edenvale, la asustó–. ¿Qué quieres hacer?

–¡Eso! –señaló a un águila que volaba en círculos sobre ellos.

Piper la observó y admiró la fuerza de sus oscuras alas mientras se elevaba más y más en el cielo azul menguante de la tarde.

El rostro de Gabe mostraba un gran entusiasmo.

–¿No es fantástico? Daría cualquier cosa por aprender a volar de esa manera, por surcar los aires con esa libertad. Tanto poder y tanto control. Estoy harto de verme atado a la tierra con un montón de ganado sucio y estúpido.

Era una faceta de Gabe que ella nunca había visto ni imaginado que existía.

–¿Dónde podrías aprender a volar?

–La semana pasada un tipo del ejército estuvo en Mullinjim –el rostro encendido aún se hallaba clavado en el águila, cada vez más pequeña–. Me aceptarán y me entrenarán para pilotar helicópteros... Black Hawk.

Contemplaba el ave con un anhelo tan intenso que incluso a su tierna edad, Piper pudo captar la determinación de la decisión ya tomada. Y aunque instintivamente sabía que era el tipo de sueño que se lo llevaría, quizá para siempre, también era el tipo de sueño que Gabe tenía que seguir.

El nudo de miedo en la boca del estómago se apretó más. Deseó ser mayor y tener menos miedo, y esperó que él no notara cómo se desmoronaba ante la idea de su partida.

–¿Y cuál es el problema? –preguntó con voz trémula–. ¿Tu familia no dejará que te vayas?

Él esbozó una mueca de dolor.

–No están contentos con la idea, pero me voy, Piper. Lo tengo decidido.

Ella se esforzó por sonreír.

Capítulo 1

 

Once años después...

 

DeberÍa haber sido una noche perfecta.

A Piper le encantaba estar fuera cuando oscurecía, cuando el sol duro se retiraba y la fragancia limpia y penetrante de los eucaliptos flotaba en el aire fresco mientras extendían sus ramas plateadas hacia la luna.

Y esa noche Gabe había vuelto.

De modo que todo habría sido perfecto de no haberse sentido tan tensa. La tensión había estado creciendo en su interior toda la tarde y, en ese momento, le resultaba insoportable.

Había ensayado una y otra vez lo que necesitaba pedirle a Gabe y, cualesquiera que fuesen las palabras elegidas, todas sonaban patéticas. Pero tenía que soltarlas, tenía que hablar en ese momento antes de volver a acobardarse.

Cerró los ojos, respiró hondo y se lanzó:

–Gabe, necesito tu ayuda. Necesito encontrar marido.

¡Cielos! La petición sonaba más ridícula en voz alta que mentalmente. Pero era demasiado tarde para retirar sus palabras. Lo único que podía hacer era aguardar una respuesta.

Aguardar...

Y aguardar más... mientras se agazapaba en la oscuridad y vigilaba los pastizales circundantes en busca de alguna señal de ladrones de ganado.

¡Ojalá pudiera verle la cara! Pero la luna no llegaba detrás de la roca enorme en la que se escondían.

–¿Gabe? –susurró.

Quizá él pensaba que era una pregunta demasiado tonta para merecer una respuesta. Debería olvidarse de toda la idea. Después de todo, Gabe había llegado hacía tan solo unos días y ya le había pedido que la ayudara a capturar a unos ladrones de ganado.

Las botas de montar de él aplastaron unas piedrecillas cuando cambió de postura, y luego su voz se escuchó en la oscuridad.

–¿Desde cuándo tienes urgencia por encontrar marido?

Ella hizo una mueca al captar el tono burlón. Si pudiera verle el rostro duro y atractivo... ¿Se estaba burlando de ella?

–Desde hace... poco –tan poco como la noche anterior, después de que su abuelo le hubiera contado la impactante noticia.

Una vez más, Gabe no contestó. Se puso de pie y estiró unas extremidades entumecidas. Se alejó unos pasos, situándose bajo la luz de la luna. Ella vio la mueca de dolor cuando flexionó la rodilla derecha.

Cualquiera que desconociera el accidente que había tenido, vería a un hombre atlético, alto, de caderas estrechas y hombros fuertes, con el pelo negro corto, al estilo militar, y una mandíbula dura ensombrecida por la barba incipiente.

La rigidez en la pierna derecha era el único signo de que su cuerpo, duro y agreste, había recibido una sacudida. Era fácil olvidar que se estaba recuperando de un accidente de coche que lo había obligado a abandonar el ejército y que casi le cuesta la vida.

Recogió una brizna de hierba, jugueteó con ella entre los dedos, volvió a acercarse a Piper y le hizo cosquillas en la nariz.

–¿Qué es eso de buscar marido? No tienes edad para casarte.

–Tonterías. Tengo veintitrés años.

–¿De verdad? –pareció sorprendido.

–Claro –ella se preguntó por qué parecía tan asombrado. Gabe tenía seis años cuando ella nació. Y era bastante bueno en aritmética.

–¿Por qué las prisas? –preguntó él al final.

–El matrimonio es mi única solución, Gabe.

–¿Solución para qué? –inquirió él con comprensible desconcierto.

–Anoche el abuelo me dijo... –a Piper se le quebró la voz cuando las lágrimas que había estado conteniendo durante veinticuatro horas le llenaron los ojos y la garganta. Era justo que se lo explicara–. Los médicos le han dicho que otro ataque al corazón... colmaría el vaso.

La inmensa tristeza que había contenido todo el día la envió a sus brazos. Y el bueno de Gabe la recibió en ellos.

Parecía natural arrojarse a los brazos de su amigo más antiguo y que él le apoyara la cabeza en su musculoso hombro. Llevaba puesto un viejo jersey de lana que lo volvía suave y enorme, y cálido, justo lo que ella necesitaba en ese momento.

–¿Han dicho que han hecho todo lo que podían? –preguntó Gabe con gentileza.

Ella asintió.

–En los últimos cinco años lo han sometido a tres operaciones y a una prueba tras otra...

Gabe suspiró.

–Me sorprende que lo expusieran de forma tan directa.

–Ya sabes cómo es el abuelo. Los habrá obligado a que le contaran la verdad sin adorno alguno.

–Y supongo que ahora quiere prepararte. Ya sabes cuánto te quiere.

–Lo sé –Piper sollozó–. Y no desea que me preocupe por él –contuvo otro torrente de lágrimas y alzó la cabeza–. Pero la otra noticia mala es que no cree que sea capaz de dirigir Windaroo yo sola. Planea vender el rancho.

Gabe volvió a tardar siglos en hablar.

–Supongo que a Michael le preocupa dejarte tratando de dirigir esto tú sola.

–¡Pero no puedo creer que quiera vender la propiedad! Ya es bastante malo saber que voy a perderlo, no soporto la idea de perder también Windaroo –respiró con ritmo entrecortado–. He trabajado mucho para mantener esto en marcha y amo este lugar.

Se confiaba a su viejo amigo para que entendiera lo deshecha que se sentía, pero quizá era pedirle demasiado. Después de todo, él había estado en el ejército diez largos años, y había tenido sus propios problemas durante doce meses entrando y saliendo del hospital.

Gabe aflojó el abrazo y se echó hacia atrás para poder observarle la cara.

–¿Y crees que si encuentras marido Michael cambiara de idea sobre vender Windaroo?

Ella suspiró y dio un paso atrás. Si quería obtener la ayuda de Gabe, debía explicarle la situación con mucha claridad.

–Es la única solución que se me ocurre. Los hombres de la generación del abuelo no terminan de reconciliarse con la idea de dejar a una chica a cargo de un rancho ganadero. Un marido lo cambiaría todo.

–Creo que tienes razón –volvió a mirarla detenidamente–. Supongo que el matrimonio podría ser una solución. Pero es un paso muy importante.

–Lo sé. Por eso me vendría bien un poco de ayuda.

–Pero Piper, por el amor del cielo –movió la cabeza–, ¿por qué diablos necesitas mi ayuda para conseguir un hombre?

Ella pasó saliva y apartó la vista. Era hora de tragarse el orgullo y realizar una confesión dolorosa.

–Porque los chicos de por aquí no parecen haber notado que soy mujer.

Gabe tuvo la poca elegancia de reírse.

Piper le golpeó el brazo.

–Hablo en serio. Tu hermano Jonno y todos los demás... no piensan en mí como mujer.

–Oh, Piper –soltó entre risitas–. No puedes hablar en serio.

–¿Por qué me inventaría algo así? De verdad, los hombres de por aquí me ven como a uno de ellos, y estoy harta de eso.

–Nadie puede pensar que eres un colega. Eres tan... tan... pequeña. Además, todos sabemos que eres una chica –la miró–. No bromeas, ¿verdad?

–¡Claro que no! –ella estuvo a punto de patear el suelo.

–Bueno, pues creo que te equivocas.

–¿Cómo puedes saberlo, Gabe? ¿Cuándo fue la última vez que asististe a una fiesta aquí? No tienes ni idea. El problema es que como puedo reunirme con ellos, sé lazar al ganado y capar a los toros, se olvidan de que soy una chica. Ni siquiera intentan tirarme los tejos. Tengo el rango de compañera, y eso es todo. Soy una buena amiga para ellos... como para ti.

Gabe se frotó el mentón con gesto pensativo.

–Bueno, tienes que recordar que a los chicos les gusta impresionar a una mujer. Tal vez tu problema es que puedes hacer todo lo que hacen ellos y que lo haces demasiado bien.

–Espero que no estés sugiriendo que me vuelva débil e inútil.

La recorrió con la vista y sonrió.

–Que el cielo me ampare –luego se volvió y echó un largo vistazo a los pastizales antes de mirar la hora.

Piper suspiró. Llevaban allí cuatro horas y no habían visto ni rastro de ladrones de ganado.

–No puedo prometerte que aparecerán –aclaró ella–. Pero por lo general aparecen con la luna llena, cuando les resulta más fácil trabajar.

Los ladrones seguían un patrón familiar: entraban por una zona remota, hacían una rápida recogida y se llevaban a los animales fuera del valle, en vehículos, por caminos secundarios.

Esa noche, Piper y Gabe vigilaban un pastizal del linde oeste. Unos días atrás, ella había visto huellas de motos de trial y sospechaba que alguien inspeccionaba la zona.

–Al menos podríamos ponernos más cómodos –dijo Piper pensando en la pierna mala de Gabe, que probablemente le causaba más dolor del que dejaba entrever–. Podríamos extender nuestras mantas y yo te sobornaría con sopa.

Encontraron un terreno llano, apartaron las piedras y desplegaron sus mantas. Piper hurgó en la mochila, sacó un termo y llenó dos tazas con una sopa de tomate caliente, aromática y casera.

–Lamento haberte soltado mis problemas –se disculpó después de beber el primer sorbo.

–No es necesario que te disculpes –sonrió él–. Estoy acostumbrado.

Y era verdad. Estar sentada con Gabe, tenerlo de nuevo en casa, hizo que recordara todas las veces que había recurrido a él. Y lo desesperadamente sola que se había sentido con su partida. Nunca había terminado de entender la necesidad de Gabe de alejarse, pero sabía que, de algún modo, eso había reforzado en ella un deseo aún más poderoso de quedarse en Windaroo, como si necesitara demostrarle a él y a sí misma que valía la pena luchar por la vida allí.

–Estás seria –observó Gabe devolviéndola a la realidad.

Ella sonrió y se encogió de hombros.

–Tengo mucho en qué pensar.

Él dejó la taza en el suelo pero no apartó la vista de Piper. Ya no era una sombra, y bajo la luz de la luna, sus ojos adquirían una cualidad oscura y taciturna.

–No necesitas preocuparte por encontrar marido, Piper.

–¿Crees que debería rendirme y dejar que el abuelo venda Windaroo? –gimió.

–En ciertas circunstancias, sería una buena idea.

–¿Qué circunstancias?

–¿Y si... y si yo comprara Windaroo? A mí Michael me lo vendería.

Ella estuvo a punto de dejar caer la taza. Tuvo una visión cegadora e instantánea de Gabe y ella viviendo para siempre en Windaroo, dirigiendo la propiedad: compañeros de trabajo y buenos amigos hasta su vejez. ¡Ese sí era un sueño que le gustaría vivir!

–¿Querrías hacerlo? –preguntó en voz baja.

–Bueno, es una posibilidad. Sé que Jonno está interesado en comprar mi parte de Edenvale, y dispongo de una sustanciosa indemnización del ejército. Busco una inversión. Podría comprar Windaroo y contratar a más hombres, nombrarte directora y así podrías seguir viviendo y llevando este lugar el tiempo que te apeteciera.

–¿Y tú? –frunció el ceño–. ¿Qué harías tú?

Él se encogió de hombros y Piper vio que la amargura le tensaba las facciones.

–No estoy seguro. Aún no he decidido lo que quiero hacer con el resto de mi vida. Ya no puedo pilotar más Black Hawks, pero podría entrenar a pilotos de helicóptero para la recogida del ganado o montar mi propio negocio de recogida. Y siempre está la ciudad. Tengo unas cuantas opciones.

Ella intentó desprenderse de una loca sensación de decepción. Claro que Gabe no quería vivir allí: había abandonado el campo porque anhelaba aventuras.

¿Por qué iba a querer vivir en esa descuidada propiedad con ella cuando había todo un mundo tentador más allá del valle del Mullinjim? Un mundo de estímulos, aventuras y mujeres sofisticadas y sexys.

Se tragó el nudo de dolor que le atenazó la garganta.

–Tu oferta es muy generosa, Gabe, pero no me gusta la idea. Yo... no quiero ser la inquilina de las tierras de mi familia. Me produciría una sensación errónea. ¿Lo entiendes?

–Pero creía que querías quedarte aquí sin importar la manera.

–Y así es, pero sería mejor si pudiera encontrar un marido. Entonces el abuelo no necesitaría vender la propiedad y seguiría siendo mía. Bueno, mía y de mi marido, supongo, aunque al menos continuaría en la familia.

Él clavó la vista en la distancia.

–Solo era una idea.

–Por eso esperaba que pudieras brindarme algunos consejos sobre cómo conseguir un chico.

Gabe giró despacio la cabeza hacia ella y la observó una eternidad.