Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2011 Kimberly Kerr. Todos los derechos reservados.

EL PLACER DE AMARTE, Nº 1964 - diciembre 2012

Título original: The Power and the Glory

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

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I.S.B.N.: 978-84-687-1239-0

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo 1

VIVE la Révolution otra vez.

Brady Marshall desvió la atención del mensaje de texto que estaba escribiendo para mirar al jefe de gabinete de su padre, que estaba junto al ventanal que daba a la avenida de la Constitución.

—¿De qué se trata ahora?

—De una protesta, pero al menos no es multitudinaria. Serán unas cincuenta personas —dijo Nathan sacudiendo la cabeza—. ¿No tienen nada mejor que hacer un viernes por la mañana?

Nathan era una persona pesimista, resultado de muchos años dedicado a la política en Washington. Era un buen jefe de gabinete gracias al cual la oficina del senador Marshall funcionaba a la perfección, pero hacía tiempo que había perdido la ilusión. Después de aquellas elecciones, Brady iba a tener que hablar con su padre para buscar savia nueva.

—Quizá prestaron más atención a la parte de «ciudadanía comprometida» de la clase de educación cívica del instituto y han decidido emplear este bonito día de otoño para ejercitar los derechos de la primera enmienda y mostrar su disconformidad con… Por cierto, ¿de qué va la protesta?

—¿Acaso importa?

—Sí —contestó Brady acercándose al ventanal—. Si voy a soportar el acoso, me gustaría saber al menos si están molestos con alguna medida en concreto o simplemente les caigo mal.

—¿Para qué ibas a salir ahí fuera?

Nathan se fue a su escritorio y abrió un cajón.

—He quedado con un amigo en el Mall y el camino más directo es pasando por mitad de ese grupo.

Al volver junto al ventanal, Nathan se llevó unos pequeños prismáticos a los ojos y se fijó en la muchedumbre que había abajo.

—No puedo contestar con seguridad, pero a juzgar por los carteles apuesto a que son ecologistas.

—¿Guardas unos prismáticos en tu escritorio?

Nathan se encogió de hombros.

—Han resultado útiles hoy, ¿no?

«No quiero saberlo».

—Escucha —dijo y se apartó de la ventana para empezar a recoger sus cosas—. El senador necesita echar un vistazo a todo esto antes de reunirnos el miércoles con el nuevo asesor. Claro que eso será si quiere participar en la estrategia. En caso contrario, me ocuparé yo.

Aquella era la primera vez que oficialmente dirigía una campaña. No disfrutaba especialmente el trajín diario de la política y, a pesar de las especulaciones, no tenía intención de optar al escaño que había ocupado su familia durante más de cuarenta años. Sin embargo, las campañas le gustaban por el desafío que suponían.

Nathan asintió mientras Brady abría la puerta que daba al resto de oficinas y a la sala de espera. El resto del equipo de su padre estaba ocupado con sus cosas y lo saludaron al pasar. La sala de espera estaba prácticamente vacía, a excepción de unas cuantas personas que esperaban para encontrarse con algunos de los miembros del equipo. Todas ellas estaban pendientes de una joven que estaba junto al mostrador de recepción hablando con la secretaria. Se detuvo para comprobar qué era tan interesante.

—Señorita, tiene que pedir una cita —dijo Louise con paciencia y comprensión, pero sin ceder terreno.

—Lo sé y por eso me gustaría concertar una cita. Estoy a disposición del senador.

La mujer tenía que ser nueva en aquello. Era muy difícil que consiguiera una cita con su padre, especialmente vestida de aquella manera en la que nadie la tomaría en serio. Llevaba una camiseta ajustada con un cinturón sobre una falda larga y suelta, bisutería artesanal, y los rizos morenos retirados de la cara con una banda multicolor. Era menuda, sin parecer frágil, con un aspecto agradable. Parecía sana, fresca y en consonancia con el aspecto que lucía, incluidas las sandalias de sus pies.

El puñado de pulseras que llevaba en el brazo tintineaban al chocarse mientras remarcaba sus palabras con las manos.

—Como fundadora y portavoz de Iniciativa de un Planeta para Personas, me gustaría ofrecerle al senador la oportunidad de trabajar con IPP y sus miembros. Es el momento perfecto para que el senador Marshall adopte una postura más agresiva en relación con la legislación medioambiental y destaque como líder de…

Louise interrumpió aquel torrente de palabras alzando una mano.

—¿Señorita…

—Breedlove —dijo la mujer.

—Señorita Breedlove, esta semana el senador y todo su equipo están muy ocupados. Nadie tiene tiempo para recibirla, independientemente de los objetivos de su organización —dijo Louise con una amable sonrisa—. ¿Qué le parece si se pone en contacto con nosotros, digamos la semana que viene? Veremos si alguien del equipo del senador puede atenderla.

La mujer frunció los labios. Por fin se había dado cuenta de que no iba a conseguir más que palabras amables. Se sintió mal por ella. El que una pasión se diera de cara con la realidad por primera vez siempre dolía.

—Entiendo. ¿Puedo dejar información para que el senador le eche un vistazo?

Louise sonrió sabiéndose vencedora.

—Claro.

Mientras la señorita Breedlove revolvía en su bolso de lona, Louise se giró hacia él.

—Brady, lo siento, pero no tendré la información que pediste hasta mañana.

—No importa. Ambos sabemos que no la mirará hasta diez minutos antes de la reunión.

—Cierto.

Louise recogió los papeles que la señorita Breedlove le entregaba mientras él salía de la oficina y la puerta se cerraba a sus espaldas.

Louise era una de las empleadas leales que habían trabajado con su abuelo antes de que se jubilara y había permanecido después de que su padre consiguiera un escaño. A Brady le había sorprendido su decisión, puesto que después de años trabajando con su familia, había llegado a conocer muchos trapos sucios. Pero al final, había dejado a un lado la antipatía que sentía por Douglas Marshall como persona por el Douglas Marshall senador.

Al igual que había hecho él.

—¡Señor Marshall! Señor Marshall, por favor, espere.

Se giró y vio a la señorita Breedlove corriendo por el pasillo. Las puertas del ascensor se abrieron y, la educación que había recibido de Nana, le impidió meterse y dejar que las puertas se cerraran.

—Gracias —dijo ella mientras las puertas se cerraban y recuperaba el aliento.

La carrera le había aportado un toque de color en las mejillas y algunos mechones de pelo le caían por la frente. Apenas llevaba maquillaje.

—Señor Marshall —dijo y sus brillantes ojos verdes se encontraron con los suyos—. Soy miembro de la Iniciativa de un Planeta para Personas y…

—Siento interrumpir, pero no soy la persona con la que tiene que hablar.

—Usted es Brady Marshall, ¿verdad? Es el hijo del senador Marshall, ¿no?

—Sí, lo soy, pero no formo parte de su equipo.

—Lo sé, es su director de campaña.

La señorita Breedlove había hecho sus deberes. Brady no sabía si debía estar impresionado o incómodo.

—Y como tal, no tengo control de su agenda. No puedo ayudarla a conseguir una cita.

—Pero al menos podría escucharme.

Dado que sus buenos modales lo habían atrapado en un ascensor con aquella mujer, Brady no sabía cómo escapar de la situación.

—Si el senador Marshall pudiera apoyar los objetivos de IPP y nuestros esfuerzos, los miembros de IPP podrían convertirse en un apoyo muy valioso para conseguir su reelección. Nuestros miembros son muy activos y están muy involucrados en sus comunidades, comunidades por toda Virginia, además de contar con una importante presencia en internet. Ya sabe lo importante que es el apoyo de las bases.

Por fortuna, las puertas de la primera planta se abrieron en aquel momento, dándole la oportunidad de escapar.

—Louise tiene su información y si su programa demuestra que…

—Lo cierto es que no tenemos programa —lo interrumpió y al ver que salía, se apresuró a seguirle el paso sin dejar de hablar—. Simplemente tenemos la misión de convertir este planeta en un lugar mejor para vivir.

—Eso es admirable —dijo empujando la puerta que daba al exterior y guiñó los ojos bajo la luz del sol.

La señorita Breedlove estaba justo detrás de él y no paraba de hablar.

—Con la ayuda del senador Marshall…

Se dirigía hacia los manifestantes. Con la señorita Breedlove hablándole a toda velocidad de la misión de IPP, vio cómo los manifestantes reparaban en ella antes de fijarse en él. Unos segundos más tarde, tres de ellos abandonaron el grupo y salieron a su encuentro en los escalones.

No se sentía con ganas de enfrentarse a aquello.

—El planeta no puede continuar siendo explotado por este y todos los gobiernos —gritó un hombre vestido con una camiseta verde.

—No podemos seguir… —añadió otra mujer.

Brady intentó mantener la calma y disimular su desesperación al pasar entre ellos.

—Admiro su pasión. Y estoy seguro de que ya sabe que el senador Marshall hace tiempo que apoya a varias asociaciones medioambientales en sus iniciativas. Pero como ya le he dicho, señorita Breedlove, no soy la persona con la que tiene que hablar.

—Creo que sí —dijo tranquilamente mientras le ponía una mano en el brazo—. Su familia tiene mucha influencia y eso podría suponer una gran diferencia.

Aquellos ojos verdes eran cautivadores, y a punto estuvo de ceder.

—Lo siento, pero llego tarde.

El hombre de la camiseta verde se acercó más.

—Yo también lo siento —dijo el hombre.

Antes de que pudiera comprender el significado de aquellas palabras, Brady sintió algo frío en la muñeca y a continuación el mordisco de algo metálico en su piel.

—Qué demonios…

Al levantar el brazo, levantó también el brazo de la señorita Breedlove. Los habían esposado el uno al otro. El hombre de la camiseta verde salió escalones abajo gritando algo, antes de ser engullido por el resto del grupo.

—¡Kirby, vuelve! —gritó ella, tirando del metal y arrastrando con aquel movimiento su muñeca—. ¡Quítanos esta cosa!

En aquel momento, los manifestantes enloquecieron.

De alguna manera, parecía que la imagen de su portavoz encadenada a otra persona los hubiera animado.

Aquello era ridículo. Por suerte, miembros del equipo de seguridad llegaron enseguida. Los manifestantes se habían acercado demasiado al edificio y fueron apartados a la distancia debida. Uno de los agentes, a quien Brady hacía años que conocía, rio al pasar al lado.

—¿Quiere seguir esposado a esta dama? ¿Quiere que le acompañe a algún sitio?

—Muy gracioso, Robert. Quítanos estas esposas.

Robert le dirigió una mirada seria a la señorita Breedlove.

—¿Sabe que retener a alguien en contra de su voluntad es un delito muy grave?

Ella abrió los ojos como platos y volvió a intentar soltarse.

—Soy tan víctima como él. No he sido yo la que nos ha esposado.

—Ya nos preocuparemos luego de averiguar de quién es la culpa —dijo Brady Marshall levantando las esposas para bajarlas inmediatamente al ver que empezaban a aparecer algunas cámaras—. ¿Nos vamos dentro?

Robert asintió y señaló hacia las puertas.

Lo absurdo de la situación se acentuó por el modo en que la señorita Breedlove trataba de mantener la máxima distancia que las esposas le permitían, llegando incluso a adoptar las posiciones más incómodas en su intento por evitar rozarlo.

Al menos, el estar esposado a aquella mujer había logrado una cosa: que dejara de hablar.

Aspyn se mordió el interior del labio mientras seguía a Brady Marshall y al agente de policía al interior del edificio. No le quedaba otra opción, gracias a la estupidez de Kirby.

Además de la evidente humillación, la proeza de Kirby echaba a perder cualquier buena intención que hubiera podido arrancar de Brady Marshall y acababa con la posibilidad de conseguir una reunión con su padre.

Había ocasiones para alardear y ocasiones para discretas muestras de fuerza. Todos los activistas lo sabían. Kirby era demasiado novato para darse cuenta de la diferencia y ahora ella, además de IPP, iban a pagar por ello.

Mantuvo la cabeza alta mientras el agente los acompañaba por el vestíbulo, tratando de mantener la máxima distancia entre el señor Marshall y ella. Por suerte, en aquel momento, él parecía más desesperado que enfadado.

Había sido precipitado acosar al hijo y director de campaña del senador Marshall, pero había pensado que funcionaría. En aquel momento, necesitaba deshacerse de aquellas esposas y asegurarse de conseguir algo de sus esfuerzos.

Una puerta con el emblema de la policía del Capitolio daba a una habitación sin ventanas. Parecía un lugar destinado a interrogar a sospechosos y Aspyn se preguntó si estaba a punto de ser arrestada por primera vez.

El oficial, R. Richards por la insignia que llevaba, levantó las esposas y las examinó.

—Aquí tenemos problemas.

—¿Por qué? —preguntaron a coro.

—No son esposas normales —dijo señalando el cierre.

El señor Marshall suspiró, pero Aspyn no logró entender el alcance de aquella declaración.

—¿Y?

—Una llave normal no funcionará —dijo el oficial Richards dirigiéndole aquella mirada tan severa—. Por una casualidad no tendrá la llave, ¿verdad, señorita?

—¡No! Estas esposas no son mías. Esto no fue idea mía.

—Entonces, tendremos que cortarlas.

Aquello provocó que esta vez suspirara ella. La desesperación se estaba convirtiendo en otra cosa.

—¿Y cuánto tiempo llevará?

—Tan solo un par de minutos en cuanto encuentre una cizalla. Encontrar la cizalla es lo que más tiempo va a llevar.

El señor Marshall la miró, y la intensidad de sus ojos le provocó algo indescriptible en el estómago. Luego sacudió la cabeza y se giró hacia el oficial.

—Supongo que no nos queda otra opción.

El oficial Richards inclinó la cabeza señalándola.

—¿Estará bien si se queda a solas con ella unos minutos?

El señor Marshall la miró y sonrió.

—Creo que estaré a salvo.

Los dos hombres siguieron hablando como si no estuviera allí y Aspyn intentó mantener la calma hasta que el oficial se dirigió a la puerta.

—¿Nadie va a preguntarme si a mí me parece bien quedarme en una habitación sin ventanas, esposada a un desconocido?

—Puedo responder por el señor Marshall. Estará bien.

Entonces se quedaron a solas. A pesar de que no había hecho en serio la pregunta, enseguida cayó en la cuenta de la situación en la que estaba. Era una habitación pequeña y Brady Marshall era un hombre bastante grande, casi un palmo más alto que ella, con anchos hombros que destacaban bajo el traje hecho a medida que llevaba. Ya había sentido la fuerza de sus músculos al tocarlo. Como solo podía apartarse de él la distancia de un brazo, se había acostumbrado al olor de su loción para el afeitado y el modo en que su piel parecía irradiar calor. Aquello, combinado con una mandíbula cuadrada, su pelo rubio color miel que no dejaba de caerle sobre la frente y sus profundos ojos verdes…

Lo peor de aquella situación no era la humillación pública ni tampoco la irritación que Brady Marshall estaba tratando de contener. No, lo peor era que no le importaba estar esposada a él. Realmente no era su tipo… Pero solo por su aspecto, si le hubieran preguntado por la clase de hombre a la que le habría gustado pasar un rato esposada, Brady Marshall habría encajado en la descripción. Y en aquel momento estaban solos… Él la miraba como si se hubiera escapado de un carnaval y ella no dejaba de pensar en cosas inapropiadas que hacer con aquellas esposas, provocando un cosquilleo en su vientre.

El silencio era ensordecedor. Aspyn se sentó en la mesa, dejando que le colgaran las piernas y trató de relajarse con su brazo unido al de él. Para su sorpresa, Brady Marshall se sentó a su lado en la mesa, dejando que sus manos descansaran sobre el tablero.

—¿Cómo sabe que está seguro a solas conmigo? —preguntó ella—. Podría ser una experta en artes marciales.

Él arqueó una de sus cejas rubias y la miró de la cabeza a los pies. Eso provocó que le ardiera la piel.

—¿Lo es?

—No —admitió—, pero usted no lo sabía.

La comisura de sus labios se arqueó.

—Dadas las alternativas, era un riesgo que estaba dispuesto a correr. Y Robert hace años que me conoce. En caso contrario, no me hubiera dejado aquí solo. Le aseguro que no tiene nada de qué temer.

¿Por qué le parecía que se estaba burlando de ella?

—Me alegro de saberlo.

—Señorita Breedlove…

—Llámeme Aspyn. No me gusta que me llamen señorita Breedlove. Mi nombre es Aspyn.

Él sonrió y su rostro se iluminó, lo que le hizo parecer más real y menos burócrata. Unas finas arrugas aparecieron alrededor de sus ojos. Aquel cambio en su actitud estaba teniendo un efecto devastador en sus nervios.

—Siento todo esto, señor Marshall —añadió.

—Teniendo en cuenta la situación, creo que deberíamos tutearnos. Llámame Brady.

Su humor parecía estar mejorando y aquel Brady Marshall parecía una persona completamente diferente.

—De acuerdo, Brady —dijo extendiendo la mano para estrechar la de él.

Al instante, se dio cuenta de que a él le resultaba imposible, así que volvió a dejar que las manos reposaran de nuevo sobre la mesa.

—Encantada de conocerte —añadió rápidamente.

—Yo también, aunque me gustaría que las circunstancias fueran un poco diferentes —dijo él y una sonrisa asomó en sus labios—. Necesito avisar a la persona con la que he quedado a comer que voy a llegar tarde.

—Muy bien.

—Necesito el teléfono.

Había un tono de burla en su voz, pero no acababa de entender cuál era el motivo.

—Soy diestro —añadió, señalando las esposas que los mantenía unidos.

Ella seguía sin entender.

—Así que —continuó Brady—, el teléfono lo tengo en el bolsillo derecho del pantalón.

Al momento cayó en la cuenta. No podía buscarlo con la mano izquierda y si metía la mano derecha en su bolsillo, tendría que meter la suya también.

—Vaya —dijo ella sintiendo que el rostro empezaba a arderle—. Nunca pensé que fuéramos a intimar tanto hoy.

—Entonces —dijo él y le guiñó el ojo—, me alegro de que ya hayamos empezado a tutearnos.

Aspyn trató de mostrarse indiferente. Con el brazo le rozó la cadera y luego con la mano el muslo. Fue imposible. El teléfono estaba profundo y el bolsillo no era lo suficientemente ancho como para que las dos manos y las esposas cupieran dentro.

Brady soltó una palabrota.

—¿Te importa intentar sacarlo tú?

—¿Hablas en serio?

¿Quería que le metiera la mano en los pantalones? No, se corrigió, lo que quería era que le metiera la mano en el bolsillo.

De pronto, el teléfono comenzó a sonar. Sintió fuego en la cara y carraspeó.

«No pasa nada. Somos adultos y aunque es una situación extraña, podemos sobrellevarla».

Pero meter la mano en el bolsillo de aquel hombre…

Brady se aclaró la garganta y ladeó el cuerpo hacia ella mientras el teléfono seguía sonando. Parecía el número de un contorsionista, con la mano girada en un extraño ángulo dentro de su bolsillo. Había tenido que acercarse más a él para hacer aquella maniobra y eso le aturdía.

Trató de mantener la mano hacia afuera, pero no pudo evitar sentir los músculos de su muslo. ¿Qué hacía aquel hombre en su tiempo libre para tener unos muslos como aquellos?

Por suerte, sus dedos encontraron el teléfono y lo sacó enseguida antes de que su cuerpo evidenciara su apuro.

La sonrisa de Brady al entregarle el teléfono tampoco fue de ayuda, por lo que se dio la vuelta en un intento simbólico de darle intimidad para contestar. Era ella la que necesitaba contar con unos segundos para recuperar la compostura.

Le oyó comentar con alguien que había sido inesperadamente detenido y prometió explicarse luego cuando se vieran más tarde.

—¿Estás bien, Aspyn? —preguntó, guardándose el teléfono en el bolsillo izquierdo.

—Estoy bien. Siento haber estropeado tus planes para comer.

—Me creo que no haya sido tu idea. Quizá quieras informar a Kirby de que tal vez la próxima persona a la que espose no sea tan comprensiva.

—¿Quiere eso decir que no presentarás cargos?

Ser arrestado por traspasar una propiedad o por alterar la calma era una cosa. Retener al hijo de un senador era otra que podía tener peores consecuencias. Sería muy difícil que un juez creyera que era una inocente transeúnte.

—No lo tenía pensado.

Aquello la alivió.

—Gracias. Te prometo que le retorceré personalmente el cuello a Kirby por esto.

—No sé qué pretendía conseguir con ello.

—Al menos consiguió llamar tu atención —dijo ella y Brady la miró sorprendido—. ¿Sabes lo difícil que es captar la atención de alguien en esta ciudad? Y más si no eres alguien importante.

—Me lo imagino. Pero eso no justifica andar esposando a la gente…

—Durante toda la vida nos dicen que nos involucremos para luego acabar descubriendo que nadie quiere realmente que lo hagamos. Nos dicen que nos hagamos oír, pero nadie parece escuchar. Y no me refiero solo a esta protesta o a nuestra asociación. La mayoría de nosotros hace años que somos activistas y enseguida descubrimos que nadie quiere escuchar lo que tenemos que decir.

Brady asintió lentamente.

—Es más que frustrante —añadió ella antes de poder evitarlo.

—Tampoco una protesta abre vías de comunicación. Acaba siendo una cuestión de a ver quién grita más fuerte.

—Pero tenemos que confiar en que si gritamos lo suficientemente fuerte, alguien nos oirá en algún momento. ¿Has visto lo que las detonaciones en las minas están provocando en Appalachia o cómo queda un bosque después de ser talado? ¿Alguna vez has limpiado petróleo de los pájaros? —preguntó ella y Brady negó con la cabeza—. Bueno pues yo sí. Sé que eso para ti no justifica esto —dijo sacudiendo sus manos unidas—, pero entiendo la intención de Kirby. No la apruebo, pero entiendo lo que le ha motivado.

Él se quedó en silencio unos momentos y Aspyn empezó a preocuparse. Quizá se había pasado.