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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid

© 2009 Kimberly Kerr. Todos los derechos reservados.
UNA SEMANA DE PASIÓN, N.º 1884 - febrero 2011
Título original: The Secret Mistress Arrangement
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
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I.S.B.N.: 978-84-671-9796-9
Editor responsable: Luis Pugni

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Una semana de pasión

KIMBERLY LANG

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Capítulo 1

—¡Maldita sea!

Matt Jacobs tocó el claxon cuando un Cadillac cambió a su carril sin poner el intermitente y redujo la velocidad hasta unos cuarenta kilómetros por hora. Ya llegaba una hora tarde al ensayo de la boda y, a ese paso, ni siquiera llegaría a tiempo para la cena; lo cual le disgustaba especialmente porque Matt siempre había pensado que presentarse tarde era cosa de idiotas.

Se preguntó cómo era posible que un compromiso tan sencillo estuviera resultando tan difícil. Ir de Atlanta a Chicago debería haber sido pan comido, pero las cosas se habían complicado por culpa de una reunión de última hora con un cliente. Perdió su vuelo nocturno y descubrió que los de la mañana siguiente salían con retraso o los habían cancelado por el mal tiempo.

Cuando aterrizó al fin en el aeropuerto O'Hare, se dio una ducha rápida y salió disparado hacia la iglesia de Berwyn, donde se iba a celebrar el ensayo. Pero había un atasco monumental.

Justo entonces, sonó su teléfono. Reconoció el número y consideró la posibilidad de hacer caso omiso; a fin de cuentas, aquéllas eran sus primeras vacaciones en tres años. Sin embargo, contestó la llamada, puso el manos libres y se dedicó a dar instrucciones al ayudante de abogado que estaba al otro lado de la línea.

Minutos después, detuvo el vehículo en el aparcamiento de la iglesia. Al ver que un par de camareros llevaban comida al salón de la parroquia, pensó que al menos no había llegado tarde a la cena.

—Mira, haz los cambios que quieran. No es un problema, pero encárgate de que Darren compruebe el contrato antes de que nadie firme nada —dijo al ayudante—. Tendrás que solucionar ese asunto sin mí. Comprobaré los mensajes el lunes que viene, pero voy a desconectar el teléfono ahora mismo.

Matt cortó la comunicación y metió el móvil en la guantera. Lo habían acusado muchas veces de ser un obseso del trabajo, pero todo tenía un límite. Iba a estar una semana de vacaciones y no permitiría que se las estropearan.

La brisa de octubre le sentó bien después de todo un día de aeropuertos y carretera, aunque su frescor ya advertía de que faltaba poco para el invierno. Sacó la chaqueta del asiento trasero y se la puso. Estaba acostumbrado al frío y no le molestaba.

Brian, sus familiares y unos cuantos viejos amigos del instituto estaban representando su papel en el ensayo de la boda. Matt olvidó las complicaciones del día en cuanto Brian lo saludó con la mano y Jason, otro de sus amigos de la infancia, se acercó a él con una gran sonrisa.

—Lo has conseguido. Empezaba a preguntarme si llegarías.

Matt se pasó una mano por el pelo, cansado.

—Yo también —dijo—. ¿Recogiste mi esmoquin?

—Sí, está en casa de Brian.

Él asintió.

—Gracias. Espero que no se haya enfadado mucho con mi retraso...

—No, ni mucho menos. El problema no es Brian, sino Elaine; se lo ha tomado francamente mal —afirmó.

Jason señaló al grupo de mujeres que estaban con Melanie, la novia.

—¿Elaine? ¿A quién te refieres?

—A la dama de honor, aunque deberían llamarla dama de horror. Te recomiendo que mantengas las distancias con esa mujer.

Matt la reconoció al fin. Era una de las amigas de Melanie. Había oído hablar de ella, pero sus caminos no se habían cruzado nunca.

—Bueno, estoy seguro de que...

—Demasiado tarde —lo interrumpió Jason—. Mira, ya le han dicho que has llegado.

Jason se marchó a toda prisa y se unió a sus amigos, que saludaron a Matt, pero no hicieron el menor intento de acercarse a él.

A Matt le extrañó mucho. Ya era bastante raro que Jason saliera con el rabo entre las piernas, y la actitud del resto no presagiaba nada bueno.

Se giró hacia la joven que caminaba hacia él sobre unos zapatos de tacón alto y la observó con atención.

Era pequeña, incluso más bien minúscula, pero con un cuerpo perfecto para su tamaño. Tenía la piel clara y el pelo de color oscuro, por encima de los hombros. Llevaba un vestido azul que resaltaba maravillosamente sus formas y, desde luego, no parecía ser la arpía que el comportamiento de Jason y el resto de sus amigos parecía indicar.

Sin embargo, la opinión de Matt cambió en cuanto se acercó un poco más. Su cara, que en condiciones normales habría resultado muy bella, mostraba signos inequívocos de enfado.

—Soy Elaine, la dama de honor de Melanie. Tú eres Matt, ¿verdad?

Matt le dedicó una sonrisa encantadora, con la esperanza de ganar su simpatía, y le estrechó la mano.

—En efecto. Soy Matt Jacobs, el padrino.

—Ya —dijo Elaine—. Empezábamos a pensar que no llegarías.

Hasta ese momento, ella ni siquiera lo había mirado a los ojos. Hablaba sin apartar la vista de la libreta que llevaba en la mano.

—David Parks ha ocupado tu puesto en el ensayo —continuó la mujer—. Tendrás que hablar con él para que te enseñe lo que tienes que hacer. No tenemos tiempo para repetir toda la ceremonia, pero supongo que David y Brian se podrán encargar de ese problema... si tienes alguna duda, habla conmigo.

Elaine tenía una voz suave y rasgada que contrastaba vivamente con su tamaño, aunque su tono no podía ser más frío y profesional. Por su acento, Matt llegó a la conclusión de que no era de aquella zona del país.

—El padre Mike quiere reunirse contigo y con el resto después de la cena, así que no desaparezcas —insistió Elaine—. Ah, una cosa más... ¿sabes si alguien se ha encargado de recoger tu esmoquin?

Matt se limitó a asentir sin decir nada. Aquella mujer era un tornado; ya no le extrañaba que Jason hubiera huido.

—Excelente —dijo—. Pruébatelo esta noche y asegúrate de que te queda bien y de que tienes la camisa, la pajarita y los gemelos. Si hay algún problema, llámame a la tienda por la mañana y haremos los arreglos oportunos. Guárdate mi tarjeta.

Elaine le dio una tarjeta y lo miró a la cara por primera vez, entrecerrando los ojos. Matt tuvo la sensación de que lo estaba examinando; pero debió de pasar el examen, porque asintió y pasó al asunto siguiente de su lista.

—También tengo que hablar contigo sobre la despedida de soltero. Supongo que habrás organizado algo para esta noche y que...

Matt la interrumpió con una carcajada.

—No te preocupes por eso. Como ya le he dicho a Melanie, no haremos nada especialmente terrible.

—No me importa lo que hagáis.

Al ver la cara de sorpresa de Matt, Elaine hizo un gesto de desdén y añadió:

—En serio, me da igual... Siempre y cuando te asegures de que Brian esté en la iglesia a la una en punto, perfectamente vestido y perfectamente sobrio. ¿Comprendido?

Matt contempló sus ojos grandes y verdes y pensó que era de armas tomar.

—Comprendido.

—Muy bien. Encárgate de que los demás lo entiendan. No quiero tener que enfrentarme a un grupo de hombres medio borrachos y sin afeitar —afirmó—. En fin, sé que Brian te estaba buscando, así que dejaré que te encuentre. Hasta luego.

Elaine se marchó y Jason se le acercó un segundo después.

—¿Me entiendes ahora? —preguntó.

Matt asintió.

—Por todos los diablos... no me habían tratado así desde que la hermana Mary Thomas me llamó a su despacho cuando descubrió que alguien había forzado las taquillas de las chicas —le confesó.

Jason respondió con más acritud de la cuenta, como si Elaine le hubiera jugado alguna mala pasada.

—Exactamente —dijo—. Es una mujer tan estricta que hace un rato nos ha obligado a formar para ver si necesitábamos un corte de pelo.

En ese momento apareció Brian, que se había librado de su familia y se acercó al grupo que se empezaba a arremolinar alrededor de Matt.

—Y tanto —declaró el recién llegado—. Llamó a la peluquería para que me dieran cita y me llamó después para que lo recordara... Pero me alegra observar que, en esta ocasión, el idiota has sido tú, Matt.

—Lo sé... lo siento mucho. La aerolínea canceló mi vuelo y... Brian se encogió de hombros y lo interrumpió.

—No te preocupes, no tiene importancia. Además, tampoco es una misión tan complicada; sólo tienes que permanecer de pie, caminar un poco y guardar los anillos hasta el momento oportuno. Eres un tipo inteligente. Te las arreglarás.

—No estoy seguro de que ella opine lo mismo.

—¿Elaine? Sabe que lo harás perfectamente. Melanie y la organización de la boda la tienen algo tensa, pero mi prometida ya habría sufrido un ataque de nervios si no hubiera contado con su ayuda. Ha hecho un gran trabajo.

—Bueno, no sé mucho de esa mujer, pero empiezo a pensar que se ha equivocado de profesión —comentó Matt.

Brian asintió.

—Sí, ¿verdad? Ya le he dicho varias veces que debería fundar una agencia dedicada a la organización de bodas.

—Yo no me refería a organizar bodas. En mi opinión, sería un sargento excelente. O una monja excelente —ironizó.

Brian rompió a reír.

—¿Elaine? ¿Una monja? Pero si es un perro de presa... pequeño, pero feroz. Sin embargo, tienes razón con lo del sargento. Se le daría muy bien.

Matt miró a Elaine, que estaba charlando con Melanie y su familia. Ya debía de haber solventado todos los asuntos pendientes, porque había cambiado de actitud y sonreía de forma encantadora. Pero eso no fue lo que más llamó su atención.

Definitivamente, Elaine no tenía alma de monja. Debajo de su ropa se escondía un cuerpo que era un verdadero pecado.

La observó con detenimiento y llegó a la conclusión de que la boda de sus amigos iba a ser muy interesante.

El día de la boda amaneció despejado. Elaine perdió toda la mañana con los masajes, la manicura y la peluquería; además, la interrumpían constantemente con llamadas porque había desviado las del teléfono de Melanie para que nadie la pusiera más nerviosa.

Mientras le daban los masajes, llamaron de la floristería para ultimar los detalles de la ceremonia; cuando le estaban haciendo la manicura, llamaron los del servicio de catering; y más tarde, ya en la peluquería, tuvo que responder a dos llamadas de la madre de Brian. Al final, se sentía tan frustrada que le dio un dolor de cabeza.

Pero horas más tarde, pensó que el esfuerzo había merecido la pena. Estaba sentada en la mesa de los recién casados, observando a Melanie y a Brian mientras bailaban. La ceremonia había salido maravillosamente bien. Los dos estuvieron radiantes y era evidente que se amaban con locura.

Elaine no habría podido estar más satisfecha. Ni más cansada.

La cara le dolía de tanto sonreír; la mano se le había quedado medio dormida de tanto saludar y le dolía todo el cuerpo porque empezaba a sentir los efectos de varias semanas de planificación, organización y apoyo emocional a su amiga.

En el fondo de su corazón, sentía un poco de envidia por Melanie. Sin embargo, era normal; Mel estaba tan contenta que cualquier persona habría sentido envidia.

En momentos como aquél, casi llegaba a creer que el amor eterno era posible. Sin embargo, no conocía a muchas personas con relaciones duraderas. Incluso sus abuelos se habían llevado mal; y en cuanto a sus padres, que siempre habían llevado una forma de vida diferente, basada en la libertad, habían fallecido cuando ella era muy joven.

Pero su opinión carecía de importancia en lo relativo a su amiga. Mel creía en el amor eterno y Brian la idolatraba.

Pensó en sus propias experiencias amorosas y llegó a la conclusión de que, en cualquier caso, ella no tenía el carácter necesario para mantener relaciones tan estables. Además, los hombres como Brian eran muy excepcionales.

Justo entonces, se empezó a sentir algo mareada. Quizás fuera por el agotamiento o porque ya se había tomado cinco copas de champán, pero cruzó los dedos para que Mel y Brian se retiraran y le concedieran la oportunidad de marcharse a casa.

Necesitaba dormir y descansar.

Segundos después, alguien le puso una mano en el hombro. Cuando giró la cabeza, vio que se trataba de Matt Jacobs.

—¿Quieres bailar? —le preguntó.

La propuesta de Matt la dejó sorprendida, pero disimuló, arqueó una ceja y asintió.

—Me encantaría.

El amigo de Brian le puso una mano en la espalda y la llevó a la pista de baile. Todo el cuerpo de Elaine pareció despertar de repente. No había prestado mucha atención a Matt durante los preparativos de la boda, pero aquel día habían estado tan cerca que se había fijado perfectamente bien en él.

Melanie ya le había comentado que era un hombre guapo, pero desde el punto de vista de Elaine, se quedaba corta. Matt le parecía un hombre extraordinariamente atractivo, sobre todo con esmoquin. Era de hombros anchos y caderas estrechas, y tan alto que junto a él se sentía minúscula a pesar de los tacones altos que llevaba.

Sin embargo, la altura y el tamaño de Matt resultaron ser muy convenientes cuando llegó el momento de abrirse camino entre la gente que abarrotaba la pista de baile. Por una vez en su vida, Elaine no se sintió como si intentara atravesar un muro de espaldas. Todo el mundo se apartó a su paso.

Matt la tomó entre sus brazos y Elaine alzó la cabeza para mirarlo a los ojos. Eran unos ojos intensos, de color chocolate, con unas pestañas que habrían vuelto loca a cualquier jovencita enamoradiza.

Mel se había quedado bastante más que corta con su descripción. Y por si eso fuera poco, Elaine empezó a sentir una humedad inquietante entre las piernas.

Hablaron muy poco. Matt casi tenía que doblar toda la espalda para poder oír sus palabras; pero cada vez que lo hacía, el pulso de su compañera de baile se aceleraba.

Para ser tan grande, se movía con elegancia y facilidad. Aquello también fue una sorpresa. La mayoría de los hombres que conocía no sabían bailar.

—No dejas de asombrarme, Matt.

—Espero que en el buen sentido...

—Oh, sí, definitivamente.

Ella se acordó de la ceremonia nupcial y pensó que le debía una disculpa por haber sido tan dura con él la noche anterior. No sólo había sido el padrino perfecto; además, había estado al tanto de todos los detalles e incluso había solventado un problema menor con la limusina que debía llevar a Melanie a la iglesia.

Lo miró de nuevo e intentó hablar con naturalidad.

—Creo que debo disculparme por mi comportamiento de ayer. He estado bastante estresada estos días y supongo que he sido algo intolerante con la gente.

Matt arqueó una ceja.

—¿Intolerante? ¿Así es como lo llamas? —preguntó con ironía.

—Bueno, es una forma adecuada de decirlo entre personas educadas —dijo ella, agradecida por su buen humor—. Sé que tus amigos han estado haciendo comentarios poco elogiosos sobre mí cuando creían que no los oía.

—Pero los oías...

—Por supuesto. Y les puedes decir de mi parte que ser una obsesa del control no me parece un insulto.

—¿Tampoco te parece un insulto lo de tu humor de perros?

—Si se hubieran comportado como adultos, no me habrían puesto de un humor de perros — observó.

Matt soltó una carcajada profunda cuyo eco recorrió las venas de Elaine con un estremecimiento cálido y sumamente agradable.

—Bueno, no se puede negar que los has asustado.

—Se lo merecen. Sobre todo, Jason... sé que es un buen amigo tuyo, pero también es un perfecto inútil.

Ella miró hacia la barra del bar, donde estaba Jason. En ese momento tomaba una copa con una de las damas de honor.

Matt siguió su mirada y se encogió de hombros.

—Sí, eso es verdad. Pero también es un gran tipo.

—Si tú lo dices... Esperaba que los amigos de Brian fueran más responsables, pero vuelvo a pedirte disculpas por mi comportamiento. No lo merecías.

—Está bien, acepto tus disculpas aunque no sean necesarias —dijo él—. Por cierto, ¿por qué has hecho todo eso?

Elaine no entendió la pregunta.

—¿A qué te refieres?

—A la organización de la boda —respondió—. ¿Por qué te has ocupado tú? Melanie podría haber contratado a una profesional.

—Podría, pero soy su mejor amiga y me pidió que me ocupara en persona. Quería que la boda saliera perfecta y tomé la decisión de hacer lo que fuera necesario para concederle ese deseo... Ahora se lo está pasando en grande, así que estoy contenta.

—¿Y tú? ¿También te lo estás pasando en grande?

Matt le acarició suavemente la espalda. Sólo fue un movimiento leve, apenas perceptible, pero bastó para que Elaine perdiera el hilo de la conversación.

Todas sus terminaciones nerviosas cobraron vida de repente. Además, Matt olía tan bien que, cada vez que respiraba, Elaine se estremecía y su pulso se aceleraba un poco más.

Tragó saliva e intentó mantener el aplomo.

—Sí, por supuesto que sí. La boda ha sido maravillosa —respondió al fin—. Pero cuando Mel y Brian se marchen, me iré directamente a casa. No he dormido mucho últimamente. Estoy agotada.

—Lo comprendo. Yo también me acosté tarde anoche. Ya sabes, con tantas bailarinas y prostitutas de lujo... —declaró, guiñándole un ojo.

—Ni me importa lo que hicisteis ni lo quiero saber —le recordó entre risas.

La música se detuvo en ese momento y se anunció que se iba a lanzar el ramo de flores de la novia y a subastar una liga de la mujer que se quedara con el ramillete. Mientras Matt la sacaba de la pista de baile, Elaine recordó algo.

—Brian dijo que te alojas en su casa durante tu estancia en la ciudad.

—Sí, así es...

—Todavía tengo que llevar unos cuantos regalos a su piso. ¿Te parece bien que pase mañana por la tarde? Tengo llave, pero no quiero interrumpirte, así que llamaré al timbre antes de entrar —afirmó.

—Bueno, mañana voy a estar casi todo el día en casa de mi madre, así que puedes pasar cuando te apetezca.

Elaine se llevó un buen chasco. Su intento de volver a ver a Matt había fracasado.

Pero entonces, él la sorprendió otra vez.

—¿Qué te parece si te llevo a cenar mañana por la noche? Después, iremos a tu casa, recogeré los regalos y los llevaré al piso de Brian. Así te ahorraré el viaje.

—¿A cenar?

—Sí, a cenar.

Como seguía confusa, Matt añadió en tono de broma:

—Ya sabes, eso que hace la gente por la noche... Venga, deja que te invite. Has hecho un gran trabajo con la boda y me gustaría celebrarlo.

Elaine sonrió.

—Está bien. Acepto encantada.

—¿Te parece bien a las siete en punto?

—Sí, muy bien.

—Podríamos ir a Salvador, aunque no sé sigue siendo tan buen restaurante como antaño. Hace siglos que no voy.

Salvador era un restaurante chic del Sound Pond, frecuentado por jóvenes. Elaine iba pocas veces porque no se consideraba muy chic, pero la comida era magnífica y Matt encajaba perfectamente en el ambiente del local.

—Por qué no...

—Entonces, no se hable más. Te recogeré a las siete.

—Excelente.

Matt sonrió, se despidió y desapareció entre la multitud. Como Elaine ya no contaba con su ayuda para abrirse paso, tardó un buen rato en llegar al lugar donde se encontraba Melanie.