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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid

© 2010 Janice Maynard. Todos los derechos reservados.
EL HOMBRE AL QUE AMO, N.º 1770 - febrero 2011
Título original: The Secret Child & the Cowboy CEO
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
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I.S.B.N.: 978-84-671-9779-2
Editor responsable: Luis Pugni

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El hombre al que amo

JANICE MAYNARD

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Capítulo Uno

Media docena de años. Con sólo una mirada, esos fabulosos ojos le hacían comportarse como un adolescente.

Trent sintió los latidos de su corazón. «Cielos, Bryn».

Recuperó la compostura y se aclaró la garganta, fingiendo ignorar a la mujer al lado de la cama de su padre.

La presencia de ella le hizo sudar. Deseo, aversión e ira se le agarraron al estómago, imposibilitándole comportarse con naturalidad; sobre todo, al no saber si su ira estaba dirigida contra sí mismo o no.

Su padre, Mac, les observó con ávida curiosidad; después, lanzó a su hijo una perspicaz y calculadora mirada.

–¿No vas a decirle nada a Bryn?

Trent echó a un lado la húmeda toalla con la que se había estado secando el cabello al entrar en la habitación. Cruzó los brazos a la altura del pecho, los descruzó y se metió las manos en los bolsillos traseros del pantalón. Se volvió hacia la silenciosa mujer con lo que esperaba era una expresión impasible.

–Hola, Bryn. Cuánto tiempo…

La insolencia de su tono la hizo parpadear, pero la vio recuperarse rápidamente. Sus ojos eran frescos y claros como las mañanas de Wyoming.

–Trent –ella inclinó la cabeza con movimiento tenso.

Por primera vez en semanas, Trent notó expectación en el rostro de su padre que, aunque pálido y débil, dijo con voz fuerte:

–Bryn ha venido para hacerme compañía durante un mes. Ella no me molestará como esas otras plastas. No soporto que una desconocida hurgue en mí… –la voz se le apagó, arrastrando las últimas palabras.

Trent, preocupado, frunció el ceño.

–Creía que habías dicho que ya no necesitabas una enfermera. Y el médico estaba de acuerdo contigo.

Mac refunfuñó.

–Y así es. ¿Es que un hombre no puede invitar a una vieja amiga sin que lo interroguen? Que yo sepa, este rancho aún es mío.

Trent disimuló una débil y desganada sonrisa. Su padre era un cascarrabias por lo general, pero últimamente se había convertido en Atila. Tres enfermeras habían dejado el trabajo y Mac había despedido a otras dos. Físicamente, el patriarca Sinclair estaba sanando, pero aún se encontraba frágil mentalmente.

A Trent le reconfortó ver a su padre tan irascible como de costumbre, a pesar de las muestras de agotamiento en su rostro. El ataque al corazón que había sufrido hacía dos meses, a causa de la muerte de su hijo menor por una sobredosis de heroína, había costado a la familia casi dos vidas.

Bryn Matthews dijo:

–Me alegré mucho de que Mac me llamara para pedirme que viniera. Os he echado de menos a todos.

La espalda de Trent se tensó. ¿Había mofa en las amables palabras de ella?

Se obligó a mirarla. Cuando ella tenía dieciocho años, su belleza le había calado a fondo. Pero, por aquel entonces, él era un joven ambicioso de veintitrés años sin tiempo para pensar en el matrimonio.

Bryn había madurado, convirtiéndose en una mujer adorable. Su piel parecía de marfil bañado por el sol. Una brillante melena negra adornaba los delicados rasgos de su rostro mientras unos ojos casi violeta lo miraban cautelosamente. No parecía sorprendida de verle, pero él sí lo estaba. El corazón le latía con fuerza y temía que ella lo notara en su mirada.

Llevaba ropa muy formal: un traje pantalón oscuro y una blusa blanca debajo. Tenía una cintura estrecha, y generosas y curvas caderas. El corte de la chaqueta le disimulaba el pecho, pero la imaginación de él no escatimó detalles.

Pero la amargura lo embargó. Bryn había ido a causar problemas. Lo sabía. Y en lo único en lo que podía pensar en ese momento era en lo mucho que deseaba acostarse con ella.

Apretó los dientes y, bajando la voz, dijo:

–Sal al pasillo un momento, quiero hablar contigo.

Bryn le precedió y, en el pasillo, se volvió de cara a él. Estaban muy cerca el uno del otro y pudo oler aquel aroma floral que le resultaba tan familiar. Un aroma delicado, como ella. La cabeza de Bryn apenas le alcanzaba la barbilla.

Trent ignoró la excitación sexual que le corría por las venas.

–¿Qué demonios estás haciendo aquí?

–Lo sabes muy bien –respondió ella con expresión de sorpresa–. Tu padre me pidió que viniera.

–Si lo ha hecho ha sido porque antes tú le has metido esa idea en la cabeza. Mi hermano Jesse acaba de morir como quien dice y aquí estás tú, a ver qué puedes sacar de ello.

–Eres un imbécil –le espetó ella.

–Eso da igual –contestó él, sintiendo odio contra sí mismo. Bryn era una mentirosa. Y había intentado responsabilizar a Jesse de los pecados de otro hombre. Pero eso no le impedía desearla.

Apretando la mandíbula, añadió:

–Ni siquiera pudiste tomarte la molestia de asistir al funeral, ¿verdad?

Los labios de ella temblaron brevemente.

–Cuando me comunicaron que Jesse había muerto ya era demasiado tarde.

–Muy conveniente –Trent sonrió burlonamente, utilizando la ira para evitar tocarla.

El dolor que vio en la mirada de ella le hizo sentirse como si estuviera dándole patadas a un cachorro. En el pasado, Bryn y él habían sido buenos amigos. Y después… podía haber habido algo más entre ellos. Algo que quizá hubiera desembocado en una relación física de no ser porque él lo había echado todo a perder.

Bryn, inocente y no cumplidos aún los dieciocho. Él, asustado por lo mucho que la deseaba. Ella le había pedido que fuera su acompañante al baile de graduación del instituto; y él, de malos modos, la había rechazado. Unas semanas más tarde, Bryn y Jesse empezaron a salir juntos.

¿Había salido Bryn con Jesse para vengarse de él?

Trent no se había enfadado con Jesse. Jesse y Bryn eran de la misma edad y habían tenido mucho en común.

El rostro de Bryn estaba pálido. Su lenguaje corporal indicaba que habría preferido estar en cualquier parte a encontrarse en ese pasillo con él.

Bueno, mala suerte.

–Si crees que voy a dejar que te aproveches de un viejo enfermo es que eres idiota –dijo él.

Bryn alzó la barbilla y se apartó un paso.

–No me importa lo que opines de mí, Trent. He venido para ayudar a Mac, nada más. Y otra cosa, ¿me equivoco al pensar que pronto vas a volver a Denver?

Trent ladeó la cabeza. ¿Qué era lo que realmente la había hecho regresar a Wyoming?

–Mala suerte, Bryn, pero voy a quedarme aquí durante bastante tiempo. Voy a estar a cargo del rancho hasta que mi padre se recupere. Así que vas a tener que aguantarme, cielo.

Las mejillas de ella enrojecieron y su aire de sofisticación se disipó. Y por primera vez aquel día, Trent vio en ella la sombra de la chica de dieciocho años. Su nerviosismo le hizo desear tranquilizarla cuando lo que realmente debía hacer era acompañarla a la puerta y echarla de allí.

Pero su sentido común estaba en guerra con su libido. Quería estrujarle la boca con la suya, despojarla de esa chaqueta y acariciar esas curvas.

El pasado lo incitó. Recordó una de las últimas veces que Bryn y él habían estado juntos antes de que todo se estropeara. Él había tomado un avión para asistir a la fiesta de cumpleaños de su padre. Bryn había ido corriendo a verle, toda ella piernas y delgada energía. Y encaprichada con él.

Él había sido consciente de ello. Por tanto, aquel largo día la había tratado con la misma camaradería de siempre. Y había intentado ignorar la atracción que sentía por ella.

Eran muy distintos.

Al menos, eso era lo que él se había dicho a sí mismo.

Ahora, en el silencio del pasillo, se encontró atrapado entre el pasado y el presente. Le tocó la mejilla. Era suave y cálida. Tenía los ojos del color de la flor disecada de la lavanda, igual que los ramos de flores secas que su madre, antaño, colgaba en los armarios.

–Bryn –sintió tensos los músculos de su garganta.

La mirada de ella era cautelosa, sus pensamientos un misterio. Ya no veía adoración en su expresión. No se fió de la aparente y momentánea docilidad de ella. Quizá tuviera intención de aprovecharse de él. Pero pronto descubriría que no podría hacerlo. Él haría lo que fuera necesario para proteger a su padre, aunque ello significara acostarse con el enemigo para descubrir sus secretos.

Sin pensar ni razonar, la besó. Le acarició los pechos. Creyó que ella le respondía, pero no estaba seguro. Cuando las afiladas puñaladas de la erección le dejaron sin respiración, se apartó de ella e inspiró hondo.

Trent se pasó una mano por el cabello.

–No –no se le ocurría ninguna explicación. ¿Le había hablado a ella o a sí mismo?

El rostro de Bryn estaba pálido, a excepción de dos redondeles encarnados en sus mejillas. Se pasó una temblorosa mano por los labios y se apartó de él.

Con ojos llenos de turbación, se dio media vuelta y se alejó con paso vacilante.

Tren se la quedó mirando con un nudo en el estómago mientras ella se alejaba. Si había ido allí para intentar convencerles de que Jesse era el padre de su hijo iba a llevarse una gran decepción. Era de muy mal gusto acusar de algo a un hombre muerto.

Recordar a Jesse en ese momento fue una equivocación. Le hizo revivir el tormento que le causó que su hermano menor empezara a salir con la mujer que él deseaba. La situación se volvió intolerable y fue eso lo que le llevó a pasar en Denver el mayor tiempo posible, con el fin de evitar la tentación.

Bryn no se pudo permitir el lujo de encerrarse en su habitación y dar rienda suelta a las emociones que le cerraban la garganta. ¿Por qué no habían sido los otros hijos de Mac, Gage o Sloan, los que habían ido allí? Quería mucho a ambos y se habría alegrado de verles. Pero Trent… ¿Se había delatado a sí misma? ¿Se había dado cuenta Trent de que no había logrado superar la fascinación que sentía por él?

Tras asegurarse de que Mac estaba echándose una siesta, Bryn se dirigió al coche para sacar el equipaje. Trent estaba ocupado con algunas tareas del rancho y ella se alegró de poder evitar su presencia.

Allí de pie, levantó los brazos y se estiró un momento, tenía los músculos tensos del vuelo y el consiguiente viaje en coche. Se le había olvidado el límpido y claro cielo azul de Wyoming. En la distancia, los picos nevados de las montañas, a pesar de estar a mitad de mayo, se alzaban hacia el firmamento.

A pesar del estrés y la confusión y tras seis años de exilio, el conocido nombre del rancho, Crooked S, con su marca tan familiar, una s torcida, entrelazada en las enormes puertas de hierro al final del sendero, pareció darle la bienvenida. Aquel imponente trabajo de hierro forjado se arqueaba hacia el cielo como si quisiera advertir a cualquier inoportuno visitante: «Usted es un don nadie. Si cruza, asuma las consecuencias».

Antes de volver a entrar, Bryn miró la casa con añoranza. Había cambiado muy poco durante su ausencia. La extensa construcción de madera de dos plantas había costado millones cuando se hizo, en los años setenta. Mac la había hecho construir para su joven esposa.

La casa descansaba en la cima de una colina. Todo en ella exultaba dinero, desde el enorme porche que la rodeaba hasta los canalones de cobre que brillaban al sol. Los postes de madera del porche eran troncos de árbol cepillados. Los florecientes arbustos pegados a la fachada la suavizaban, pero a ella no le engañaron.

Ésa era una casa de hombres poderosos y arrogantes.

Otra vez dentro, agarró su teléfono y marcó el número de su tía. Aunque el rancho Sinclair estaba en medio del campo, Mac había hecho construir una torre cerca de la casa para poder utilizar los móviles. Con dinero se podía comprar cualquier cosa.

Cuando su tía Beverly contestó, Bryn se tranquilizó inmediatamente al oír aquella voz. Seis años atrás, la hermana mayor de su madre había acogido a una adolescente embarazada y no sólo la había ayudado a apuntarse a una escuela para estudiar y a encontrar trabajo temporal, sino también había asumido el papel de abuela de Allen, en todos los sentidos.

Bryn charló con un ánimo que no sentía y luego pidió que le pusiera con su hijo. El entusiasmo de Allen por el teléfono era limitado, pero a ella le reconfortó oír su voz. Los vecinos de al lado habían tenido perritos, dos. La tía Beverly iba a llevarle a la piscina al día siguiente. Al coche de bomberos se le había caído una rueda.

–Adiós, mamá. Te quiero mucho.

Y tras esas palabras soltó el teléfono y se marchó.

Beverly volvió al teléfono.

–¿Seguro que todo está bien, cariño? No puede obligarte a estar allí.

–Estoy bien, en serio. Mac está más débil de lo que imaginaba y todavía no han superado la muerte de Jesse.

–¿Y tú qué?

Bryn hizo una pausa mientras trataba de ordenar sus caóticos sentimientos.

–Aún estoy tratando de asimilarlo. Jesse no me rompió el corazón, lo nuestro era más una cuestión hormonal. Pero casi destruyó mi mundo. Eso jamás se lo perdonaré; no obstante, no le deseaba la muerte.

–Hemos logrado arreglárnoslas sin su dinero, Bryn. No merece la pena perder el orgullo y el amor propio. Si te causan problemas, prométeme que te irás de allí inmediatamente.

Bryn sonrió.

–Allen merece parte del dinero. Yo quiero depositarlo en una cuenta para sus estudios y para lo que pueda necesitar en el futuro. Volveré dentro de cuatro semanas. No te preocupes por mí.

Charlaron unos minutos más hasta que Allen exigió la atención de la tía Beverly. Tras cortar la comunicación, Bryn parpadeó rápida y repetidamente para contener una oleada de nostalgia. Nunca se había separado de su hijo durante más de una o dos noches.

Fue a cambiarse y se puso unos cómodos vaqueros y un suéter color rosa. Era hora de ir a ver a Mac.

Caminó de puntillas al acercarse a la habitación. Mac necesitaba descansar sobre todo. Por suerte, aquel ala de la casa era silenciosa como una tumba, por lo que quizá aún siguiera durmiendo.

Estaba a punto de meter un pie en la habitación cuando se dio cuenta de que Trent estaba sentado al lado de la cama de su padre. Ella contuvo el aliento y se echó hacia atrás instintivamente.

Trent hablaba con voz suave mientras Mac dormía. Bryn no podía entender lo que decía. Trent acarició la frente de su padre con suma ternura y a ella se le hizo un nudo en la garganta.

El anciano se veía débil y frágil en la enorme cama. Todo lo contrario que su hijo mayor: varonil, fuerte y sano. Le conmovió ver a Trent mostrando semejante ternura. Siempre había sido un hombre reservado y difícil de comprender. Sorprendente e impresionante, pero un hombre de pocas sonrisas.

Sus ojos gris acero y su cabello negro azabache, salpicado de unas prematuras hebras plateadas en las sienes, eran el complemento de una piel profundamente bronceada por el sol. A pesar de los años que Trent había pasado fuera de Wyoming, aún tenía aspecto de una persona que pasaba mucho tiempo al aire libre.

Bryn tragó saliva y, con esfuerzo, entró en la habitación.

–¿Cuándo tiene la próxima cita con el médico?

Al oír su voz, Trent se puso en pie. Su expresión sombría.

–El martes que viene, creo. Está anotado en el calendario de la cocina.

Bryn asintió.

–Bien –al pasar junto a él, Trent le puso una mano en el brazo, deteniéndola.

Trent aún lloraba la pérdida de su hermano, era incapaz de contemplar la posibilidad de perder también a su padre. ¿Cómo podía Bryn afectarle de esa manera? Le apretó el brazo con la fuerza suficiente para hacerla saber que no se iba a dejar manipular.

Acercó el rostro al de ella, quizá para demostrarse a sí mismo que podía resistir la tentación de besarla.

–No te interpongas en mi camino, Bryn Matthews. Sólo de esa forma podremos llevarnos bien.

La miró fijamente y vio unas líneas casi imperceptibles alrededor de sus ojos. Bryn ya no era una niña, sino una mujer madura. Y, durante un instante, vio que ella también había sufrido.

–No te preocupes, ni siquiera notarás mi presencia –declaró Bryn en voz baja para no despertar a su paciente.

Trent salió fuera, se sentía sofocado y fuera de control. Necesitaba hacer ejercicio para despejarse. Media hora más tarde, pasó una pesada silla de montar por encima de la valla del corral y se secó el sudor de la frente. El ejercicio en el gimnasio de Denver no era lo mismo que el trabajo de rancho. Hacía diez años que Trent no trabajaba activamente en el rancho, pero a pesar de encontrarse algo oxidado, empezaba a recuperar las habilidades adquiridas en el pasado.

Había arreglado unas vallas, había limpiado establos, había ido a buscar a terneros perdidos y había ayudado en el parto de dos potrillos. Hasta el día anterior, sus hermanos Gage y Sloan también habían puesto su granito de arena. Pero ya se habían marchado y uno de ellos no volvería hasta pasado un mes, para relevarle.

Un mes le parecía una eternidad.

Su padre tenía contratado un ejército de empleados, pero ya mayor se había tornado un cascarrabias e intolerante con los desconocidos, y no quería que éstos se enteraran de los aspectos del negocio del rancho. Poco antes de la muerte de Jesse había despedido al capataz. La tragedia les había afectado a todos, pero a Mac le había hecho envejecer enormemente.

Incluso ahora, ocho semanas después del fallecimiento de Jesse, Trent no podía dejar de pensar en su hermano. El informe del forense seguía sin tener sentido. Causa del fallecimiento: sobredosis de heroína. Era ridículo. Jesse había sido un Boy Scout. ¿Acaso alguien le había dado drogas sin él haberse dado cuenta?

Trent terminó de cepillar al caballo y se miró el reloj. Había tomado la costumbre de ir a ver a su padre al menos una vez cada hora; y con Bryn allí, hacerlo le parecía más importante que nunca. No se fiaba de ella. Seis años atrás ella había mentido para infiltrarse en la familia, ahora había vuelto para intentarlo de nuevo. Las próximas semanas iban a ser un infierno.

Sobre todo, si él no lograba controlar su traicionero cuerpo.

Capítulo Dos

Cuando Trent salió de la habitación, Bryn no sabía si se sentía desilusionada o aliviada. La había puesto furiosa pero, al mismo tiempo, la hacía sentirse viva. Seis años no habían cambiado eso.

Se quedó sentada junto a la cama de Mac durante media hora. En cierto modo, era como si no hubiera pasado el tiempo. Aquel hombre, en el pasado, había significado mucho para ella.

Por fin, cuando despertó y se incorporó en la cama, ella le dio un vaso de agua, que Mac bebió con sed y dejó en la mesilla de noche.

Entonces, se la quedó mirando con expresión seria.

–¿Me odias, hija?

Bryn se encogió de hombros y optó por ser honesta.

–Lo hice durante mucho tiempo. Rompiste la promesa que me habías hecho.