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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2002 Amy J. Fetzer

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Conquistar tu corazón, n.º 1205 - marzo 2016

Título original: The Seal’s Surprise Baby

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2003

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-8057-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

¡Enhorabuena! ¡Es una niña!

 

El teniente Jack Singer pestañeó y leyó la postal de nuevo. En la foto aparecía la imagen de una antigua plantación y en el reverso figuraba la letra de su hermana.

–Eh, soy tío. ¡Tengo una sobrinita!

Reese Logan, el compañero de Jack, sonrió.

–¡Bien! Dales la enhorabuena de mi parte a Lisa y a Brian.

«Una niña», pensó Jack y frunció el ceño. Le extrañaba que su hermana no le hubiera enviado ninguna foto y más aún que ni siquiera le hubiera dicho que estaba embarazada. Claro que solo podría haberlo localizado por carta. Jack había estado quince meses destinado en una operación especial y no tenía más contacto con el mundo que el que le permitía su capitán. Era la parte más dura de ser agente secreto, ya que a menudo se veían obligados a cortar relaciones y la gente se olvidaba de ellos.

Era evidente que Melanie Patterson se había olvidado de él.

Revisó el correo, pero no encontró lo que buscaba. Una carta. Un mensaje de la mujer con la que había pasado una noche maravillosa después de la boda de su hermana, diciéndole que no lo había olvidado. Cerró el buzón, guardó la llave en el bolsillo y caminó hasta el centro de mando. Tenía treinta días de descanso y sabía perfectamente dónde iba a pasarlos. Iría a ver a su hermana, y a su nueva sobrina y, quizá, trataría de buscar a Melanie para preguntarle por qué lo había apartado de su vida de una manera tan radical.

«Quizá se haya olvidado de mí», pensó. Una pena, porque lo único que él recordaba de la boda de su hermana era Melanie. Era la mejor amiga de Lisa, tenía tres años más que ella y había sido su dama de honor. Era el tipo de mujer que hace que un hombre se alegre de ser hombre.

Jack se acercó al teléfono y marcó el número de Lisa. Sabía que debía de estar más emocionado por tener una sobrina que por tener la oportunidad de preguntarle a su hermana si sabía algo de Melanie Patterson.

Meses atrás, cuando le dieron permiso para comunicarse con tierra, trató de localizarla pero descubrió que tenía el teléfono desconectado. Era como si ella ya no existiera. Había llamado a su hermana para preguntar por ella, pero Lisa le dijo que no sabía nada de Melanie desde hacía meses. Jack estaba preocupado y enfadado al mismo tiempo.

¿Por qué no quería hablar con él? Juntos lo pasaban bien, tanto en la cama como fuera de ella, y Jack, había recordado los detalles de aquella noche una vez más. El recuerdo de cómo había hecho el amor con Melanie lo volvía loco.

–¿No tienes carta de ella? –Jack negó con la cabeza mientras esperaba a que contestaran el teléfono. El resto de sus compañeros se estaba quitando el equipo y entregando los componentes más caros y delicados al oficial–. Olvídalo. Hasta yo he captado el mensaje.

Jack miró a Reese.

–Un agente secreto nunca abandona.

–Luchan las batallas que pueden ganar, y esa mujer ha dejado bien claro lo que siente por ti.

Jack se preguntó por qué su hermana no tenía encendido el contestador automático y contestó:

–Merece la pena buscar a Melanie Patterson aunque solo sea para que me diga lo que piensa.

–Busca un salvavidas, teniente, porque tu barco se está hundiendo.

Jack frunció el ceño al oír las palabras de su amigo. Nunca había pensado así de sí mismo. Por supuesto, había pensado muchísimo sobre Melanie y quería encontrarla. Habían conectado muy bien en la cama y quería volver a verla para descubrir si esa conexión era real o solo un recuerdo convertido en fantasía.

 

Quince meses antes

 

La boda había terminado. Jack había ocupado el puesto de su difunto padre y había acompañado a su hermana pequeña hasta el altar para entregársela al hombre que amaba. Después, los recién casados se habían subido a una limusina y habían partido para comenzar una nueva vida juntos. Su madre estaba con sus amigas, así que Jack podía centrarse en lo que había sido la causa de su tormento durante las dos semanas anteriores.

La dama de honor, Melanie Patterson. Solo con estar junto a ella Jack sentía que la cabeza se le llenaba de pájaros. No quería ni pensar en lo que su presencia hacía en el resto de su cuerpo. Llevaba trescientas treinta y seis horas luchando contra ello. Desde que posó la mirada por primera vez en la mejor amiga de su hermana.

Había tenido varios problemas a la hora de preparar los últimos detalles de la boda, pero Melanie estaba allí para ayudarlo. Tranquilizando a su hermana, haciendo recados y volviendo loco a Jack.

Era una mujer alta, decidida y muy sexy, tanto que Jack pensaba que moriría de deseo por ella.

Había pasado mucho tiempo con Melanie, hablando hasta altas horas de la noche y navegando en el río cuando encontraban un rato para relajarse del caos de la boda. Cuando no la tenía cerca, Jack no podía dejar de pensar en ella, esperando a que llegara el momento de llevar a la atractiva pelirroja a una lugar privado y oscuro para probar el sabor de su piel.

Jack estaba convencido de que a ella le pasaba lo mismo, y había ciertos indicios en su manera de actuar que hacían que la deseara aún más.

A medida que la limusina se alejaba, Jack se despidió de su hermana con la mano y miró a Melanie. Estaba sujetándose la falda del vestido para agacharse a recoger una bolsita de alpiste. El director del club donde celebraron la boda les había prohibido que echaran arroz, pero Melanie lo había convencido de que el alpiste no era dañino para el medioambiente. Solo quería que la boda de Lisa tuviera todas las tradiciones. Ninguna novia debía marcharse sin el deseo de prosperidad de aquellos que la amaban.

Y ningún hombre debía quedarse allí mirando a una mujer como aquella.

–¿Melanie?

–Hola, teniente –dijo ella con una sonrisa al levantar la vista–. ¿Te he dicho lo apuesto que estás con ese uniforme blanco?

–Puedes empezar a decírmelo ahora.

–Una agente secreto de la Marina presumido –bromeó ella–. ¡Qué raro!

Jack tendió la mano hacia ella y Melanie le dio la bolsa de alpiste. Él la miró y la guardó en el bolsillo.

–¿Te has puesto sentimental? –preguntó ella.

–No. Las facturas harán que me acuerde de esto para siempre.

Melanie se rio y dijo:

–Así que te sale el cinismo. Sabía que no eras todo lo paciente y caballeroso que aparentas.

Alrededor de ellos, los camareros estaban recogiendo. La banda tocaba la última canción y, mientras los invitados comenzaban a marcharse, Jack tomó a Melanie entre sus brazos y la llevó a la pista de baile.

–Estabas guapísima esta mañana.

–¿Lo contrario de ahora?

Él sonrió.

–La reina de la fiesta.

–Gracias, y no le diré a tu hermana que has dicho eso.

Jack la atrajo hacia sí y, al sentir el roce de su cuerpo, se estremeció.

–Jack –dijo ella y trató de separarse un poco.

–Sss –murmuró él, y continuó bailando–. Lo notas, ¿verdad?

–Oh, sí –susurró ella, y apoyó la cabeza en su hombro.

–Bien. Esperaba que no estuviera solo en este tormento.

–Te aseguro que no, marino –le acarició la espalda con delicadeza.

Jack deseaba sentir sus caricias sobre la piel y estar desnudo junto a ella, retozando sobre la cama.

–Me estabas volviendo loco –le susurró al oído.

–No lo parecía.

–No habría estado bien perseguir a la dama de honor cuando Lisa estaba a punto de casarse.

–Hay que reconocer que tienes mucho autocontrol, teniente.

–Por lo que he estado pensado podrían haberme llevado ante un consejo de guerra.

Melanie levantó la cabeza de su hombro. Lo miró y comprendió el mensaje que transmitía su mirada. Calor, pasión, deseo. Llevaba más de catorce días recibiéndolo.

Cuando Jack Singer entró en el salón de Lisa, bastó una mirada para que Melanie se quedara cautivada. No solo era un hombre atractivo al que el uniforme de la Marina le quedaba de maravilla. Tenía una mirada que expresaba a voces sus sentimientos al mismo tiempo que los ocultaba del resto del mundo.

Melanie recordaba cómo aquel día los ojos azules de Jack se llenaron de lágrimas al ver a su hermana, que parecía una princesa vestida con el traje de novia.

Lágrimas de amor y de orgullo. ¿Quién iba a pensar que un hombre fuerte con un trabajo tan peligroso pudiera derretirse al ver a una novia?

–¿Y qué has estado pensando? –preguntó ella de repente.

–Territorio peligroso –le advirtió él y la miró de arriba abajo.

–Estoy preparada para la aventura.

–¿Conmigo? ¿Ahora?

Melanie le rodeó el cuello con los brazos e hizo que bajara la cabeza. Era como si lo hubiera hecho cientos de veces antes, como si lo conociera desde hacía miles de años.

–Me preguntaba cuándo ibas a ponerte manos a la obra –susurró ella, y lo atrajo hacia sí. Él la besó de forma apasionada, al mismo tiempo que le acariciaba la espalda.

Era una pasión devoradora. Algo demasiado íntimo para mostrar en público.

–¡Guau! ¡Singer! –oyó decir Jack en la distancia y se apartó de ella.

–Ya basta, Reese –le dijo a su amigo sin dejar de mirar a Melanie.

–Señor, sí señor –bromeó su compañero.

–¿Nos vamos de aquí? –preguntó él.

Ella se humedeció los labios.

–¿No nos hemos ido todavía?

Él sonrió y la soltó para que recogiera su bolso. Después, se apresuraron para salir del club. Durante el trayecto en taxi hasta el hotel, Jack no la acarició, ni la besó, porque sabía que si lo hacía no podría parar. Solo le sujetó la mano. Era lo más erótico que había hecho nunca. Los dedos entrelazados, las palmas juntas en la intimidad.

Más de lo que había hecho en mucho tiempo con una mujer.

Cuando llegaron al hotel, Jack pagó al conductor y ayudó a Melanie a salir del coche. Entraron en el edificio agarrados de la mano y subieron en el ascensor. No podía mirarla. Todavía sentía el calor y el aroma de su cuerpo.

La gente sonreía al verlos pasar. Una hombre mencionó que había estado en la Marina durante la Guerra del Golfo, y Jack hizo como si lo escuchara con interés. El ascensor se detuvo en varias plantas y bajaron algunas personas. Cuando por fin se quedaron a solas, él no pudo contenerse y se volvió hacia Melanie.

Ella sonrió y lo abrazó. Jack la arrinconó contra la pared y la besó con locura.

Y Melanie respondió de la misma manera.

Jack sintió que algo se quebraba en su interior. Ella le agarró la mano y la llevó hasta su muslo, bajo la abertura del vestido. Jack gimió y le acarició la piel por encima de las medias. Le agarró el trasero y la atrajo hacia sí. Melanie gimió al sentirse tan próxima a él, pero él quería oír más, quería que gimiera de placer.

Entonces metió la mano entre sus muslos y ella le clavó los dedos en los hombros mientras la acariciaba. Dejó de besarlo y susurró:

–Eres muy travieso.

–Ya lo sé. Pero nunca me olvidaré de esto –retiró hacia un lado la ropa interior e introdujo el dedo en su cuerpo.

–Oh, Jack –dijo ella arqueando el cuerpo contra él.

Jack jugueteó con el dedo disfrutando de la suavidad de su carne. Ella comenzó a jadear y, al instante, él introdujo otro dedo.

–¡Oh!

–¡Oh, sí! –exclamó él, y la besó en el cuello. Ella estaba húmeda, caliente y tensa, preparada para la explosión. Entonces, el ascensor se detuvo y ambos se separaron decepcionados. Cuando se abrieron las puertas, él la agarró de la mano y la llevó corriendo hasta su habitación.

Una vez dentro, cerró la puerta y arrinconó a Melanie contra ella.

Melanie se rio al ver lo impaciente que estaba y él la besó. Ella le desabrochó los botones de la chaqueta y después se quitó los zapatos. Él hizo lo mismo y se encogió de hombros dejando caer la chaqueta al suelo. Ella se volvió y apoyó los brazos en la puerta. Jack le bajó la cremallera del vestido de raso y, al ver que llevaba un conjunto de ropa interior de color azul lavanda, se puso tenso. Le besó la espalda y le bajó el vestido con la boca; cuando este cayó al suelo, la volvió y la miró a los ojos.

–Oh, cielos –es todo lo que pudo decir.

Ella arqueó las cejas y se desabrochó el sujetador. Él comenzó a respirar cada vez más rápido y se quitó la camiseta.

Melanie le agarró las muñecas y lo guio para que cubriera sus pechos con las manos. Jack no se hizo de rogar. Estaba preparado y llevaba dos semanas deseándola.

Le acarició los pechos y jugueteó con sus pezones hasta que se endurecieron. Entonces, no pudo resistir la tentación de probarlos. Llevó su boca hasta ellos y succionó con delicadeza.

Melanie levantó la pierna y apoyó el pie sobre la pantorrilla de Jack. Sintió que el placer se apoderaba de su cuerpo haciendo que la sangre que corría por sus venas se moviera al ritmo de las caricias de Jack. Él le acarició el vientre con la lengua, y continuó bajando…

Con los pulgares le bajó la ropa interior y, más tarde, se arrodilló. Le acarició y le besó las piernas hasta llegar a los dedos del pie; después, subió de nuevo la mano, le agarró la pierna y se la colocó sobre el hombro.

La miró a los ojos. Ella sonrió y le acarició los labios con el dedo.

Entonces, él probó la parte más íntima de su cuerpo y ella sintió que todo lo que había a su alrededor se desmoronaba.

–Jack –gimió.

Él introdujo la lengua en su cuerpo y ella gimió más fuerte. Deseaba más. Deseaba todo lo que aquel hombre pudiera ofrecerle, porque sabía que iba a marcharse, que desaparecería entre la niebla. Era un guerrero silencioso. Era su trabajo, su vida. Solo disfrutaría ese momento con él, y quería todo lo que él tenía para darle.

Y él se lo dio. Encontró el punto clave y consiguió que Melanie estallara de placer.

Jack sintió cómo se tensaban sus músculos, le separó las piernas e introdujo dos dedos en su cuerpo.

–¡Jack! –gritó ella. Pero él quería oír más, quería ser el único hombre que pudiera hacerla sentir así, él único que pudiera poseerla.

Sabía que en pocas horas quizá tuviera que marcharse muy lejos, así que decidió disfrutar del momento, igual que había hecho durante años.

La llevó al climax, mucho más allá de la locura y la satisfacción. Se puso en pie y ella se derrumbó sobre él, sintiéndose muy débil durante un momento. Entonces, lo besó y comenzó a desabrocharle el cinturón. Le acarició las piernas, y el bulto que había bajo su pantalón. Le bajó la cremallera y dijo:

–Es mi turno.

–Nada de eso.

–¿Qué pasa, teniente? ¿Te estás quedando sin fuerzas?

–No, tengo miedo de disparar sin un objetivo.

Ella se rio y continuó acariciándolo más rápido. Le bajó los pantalones y acercó su cuerpo al de él. Ambos se estremecieron.

Jack la tomó en brazos y la llevó hasta la cama. La dejó en el centro y ella lo atrajo hacia sí, separando las piernas para que la poseyera.

Sus pieles se rozaron y Melanie pensó: «Nunca había sido nada tan perfecto». Cuando el sacó un preservativo de la mesilla, ella se lo quitó.