Diplomacia en tiempos de Guerra : memorias del embajador Gustavo Iruegas
Primera edición, Instituto Mora, 2013
ISBN 978-607-9294-13-7 Rústica
Esta edición se realizó con el apoyo de la Dirección General de Asuntos del Personal Académico (DGAPA) de la UNAM, a través del proyecto “México ante el conflicto centroamericano, 1976-1996. Una perspectiva histórica” (PAPIIT IN 400512).
Fotografía de portada: Gustavo Iruegas durante la Conferencia contra la Privatización del Petróleo, ciudad de México, 2008, colección particular. Todas las fotografías publicadas en esta obra pertenecen a la colección particular de Gustavo Iruegas. Queda estrictamente prohibida la reproducción parcial o total de las imágenes de la publicación.
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Primera edición electrónica, 2015
ISBN Instituto Mora 978-607-9475-28-4
ISBN UNAM (CIALC) 978-607-02-8215-7
Fecha de aparición: 15 de septiembre de 2015.
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Página Legal
Índice
INTRODUCCIÓN
Para que no haya olvido
Ahora sí lo vamos a contar todo
PRIMERA PARTE INFANCIA Y JUVENTUD
PRIMERA SANGRE
Sólo la imagen
Cerca del mar
Retrato de familia
Un litro de nieve
Era más bien pobre
Una concha en la panadería
Mi tía Carmela
En Santa María de la Ribera
Una época turbulenta
Cosa de grandes
¡Un animal, un animal!
No ande haciendo payasadas
Época de aventuras
No todo era épico
La bata blanca
El origen de la vida
¡A trabajar!
La rueda de la fortuna
Aspirantes a toreros
Zanjas profundas
Tremenda mulata
Una mina de arena
Vueltas de trompo
La felicidad general
Francamente de izquierda
El maestro Garcés
Jóvenes Esperanza de la Fraternidad
Algo muy peligroso
Aprendiz de nota roja
Tan independiente como irresponsable
La izquierda revolucionaria
La Patrulla de Batán
El miedo a los golpes chiquitos
Resonó el silencio de nuestro paso
Un lugar llamado Palomas
Puntas, chamorro, muslo, cadera y lomo
En la covacha
La época de saltar
Lo que quiere es que le pegues
Herido de muerte
Tirar el miedo
El significado de la palabra fiasco
Con la complacencia de doña Clementina
Algún día sería periodista
Solución a mi mal desempeño
A dibujar mejor su letra
El Enano
No le dé pena
¿La mamá de Lilia?
Mi maltrecho orgullo
SEGUNDA PARTE. LA CARRERA DIPLOMÁTICA
APRENDIZ DE BRUJO
Carrillo Flores en persona
La pavorosa casa de Usher
24 horas
Una señora grandota y gruesa
El santo temor de Dios
¡Eureka! Inventé la carpeta
Ya está dado de baja
La oficina de don Carlos
La crisis nuclear más grave
Un tipo simpático y bromista
Una conversación telefónica memorable
Nadie perdió la figura
Operaciones quirúrgicas
Una prestación especial
Para mejorar mis ingresos
Era como James Bond
EL CAIMÁN VERDE
En el Tropicana
Incrédulo y maravillado
Ahí supe que era militar
Notas cruzadas
La embajada nos prestaba
Moral revolucionaria
Lo fusilaron esta mañana
Un escándalo mayúsculo
Ocho largos y costosos meses
La olimpiada de ajedrez
La torre de los asilados
El soldado y el doctor
El gallego
Usted reparta los chicles
Modus vivendi
Las denuncias
Un buen embajador
La despedida del Che
Mi amor, mi cómplice y todo
Pobre gente de París
El negro millonario
Mucho trabajo en la noche
El palacio de piedra
El espía
El Triunfo de la Flor
Todas las mujeres son iguales
Una visa para mi embajador
Una especie de leyenda
Solidaridad y frialdad
Amigo de los americanos
Un gesto de apoyo
Las palomas de San Jerónimo
EL PEQUEÑO ESCRIBIENTE FLORENTINO
Fue en el 68
El grupo de Echeverría
Relaciones no sabía nada
2 de octubre en Buenos Aires
Trataba de hablar a La Habana
Nos fuimos a Buenos Aires
Personajes interesantes
El cuarto redondo
No puede venir así
Se llamaba Florecita
La intriga era tremenda
Las carpetas negras
El escritorio del consejero viejo
El permiso
Espacios en blanco
A su imagen y semejanza
Del baño al Palacio
Era un hombre muy sabio
Casi un año de diferencia
Notas curiosas
El cuadernito negro
La sentencia de Juan Corona
Me cambio de sillón
Los cancilleres de América
Moderna, pero muy fea
Perder una vida
A nadie le importó un comino
El más alto rango
No había nadie
Un hotel de dos dólares
Telegrama cifrado
La Conferencia de la Mujer
EL POTRILLO
Me mandan a El Salvador
Una fotografía brutal
De los diez que me quedaban
El asesinato del padre Grande
Yo sé que estoy en esa lista
Me van a hacer lo mismo que con Poma
Que Gustavo les dé la visa de inmediato
Libertad al doctor Madriz
Me pusieron entre los 100
El asesor general
Gajos del Oficio
El muchacho de los zapatos grandes
Mejor mándenme a Managua
Vaya usted a hacer todo lo que pueda por esa gente y su revolución
La noticia era que había una insurrección
Esa bandera es sandinista
Monos en la selva
En Nicaragua la gente sí estaba a la altura
No me explique nada, siga como va
Me mandaron a espiarte
Revolución que transa, revolución perdida
Nuestros hijos en la montaña
Los Doce en Managua
Los “Siete Doceavos”
Los salvoconductos
Felicidades, doña Susie: FSLN
Patria Libre o Morir
¿Romper o no romper?
Se procede a invitar a los sandinistas
Movimos armas, dinero, gente
En la embajada de México se comía mejor
¿Cuándo se cae el aguacate del árbol?
El nuevo secretario era Castañeda
La bella Nora
Una granada en la mano
La monja mexicana
Concierto en la Sala Neza
Insurgencia y beligerancia
“La Potranca” y “El Potrillo”
Un rozón tangencial
Susie era muy joven, muy franca
Implacables en el combate, generosos en la victoria
La fuente seca
El párrafo brincado
Le pido que me mande a El Salvador
OTRA VEZ LA GUERRA
Mataron al periodista
Bajo la luz del farol
No íbamos a hacer contactos
Era un aviso
Partido, ejército y organización de masas
La relación diplomática
Hacíamos la denuncia
A Castañeda sí
Mataron a los corresponsales extranjeros
¿A dónde se iban a esconder los guerrilleros?
El rastro
No es como Nicaragua, es otra cosa
Diplomático mexicano herido en El Salvador
El coronel y los periodistas
Cuando supo que éramos de la embajada, respiró
Presumiblemente mexicano
La carta de Lil Milagro
Ya te identificaron y te van a matar
Entre bombas y granadas
Agarra tus archivos, tu bandera y tu escudo
Ese era el estilo para hacer contactos
En el campamento de la guerrilla
Lo primero era saber
La posibilidad de negociar
El largo oficio
¿Fuerza beligerante o fuerza representativa?
No somos intervencionistas
La nota de protesta
La hora de la negociación
El proyecto estaba agotado
Valorando la declaración
El compañero perdido en Guatemala
Castañeda y Buendía
Le estaba rezando a Castañeda
El ridículo del secretario de Estado
Forcejeo en el avión
Periodistas en la embajada
El padre de Villalobos
Que los gringos no invadan
Una política onerosa
Muchas diferencias
El dinero o la dignidad
Rolando, Salinas y Menchú
La Doctrina Iruegas
Interés y responsabilidad
Una política de Estado
Una mínima congruencia
DOS TERREMOTOS Y UN HURACÁN
A cualquier lugar, menos a Protección
La valiente Marianela
Los mexicanos en El Salvador
Ansias de novilleros
La oficina fue creciendo
Las hojas verdes
Los programas de visitas
Las cárceles gringas
El resto del mundo
Las curvas coincidentes
Era una verdadera farsa
El mito y el lenguaje
Un problema de conciencia
Elogios al trabajo
Una decisión ya tomada
Justo, correcto y legal
Trinidad o Jamaica
La Dirección ya no existe
Mexicanos allá y acá
La doble nacionalidad
¿Qué venían a hacer los extranjeros?
Rejas, sirenas y alarmas
Algo de lo que nadie hablaba
Dos crímenes
Un discurso para el presidente
Las primeras épocas
Unos libros maravillosos
El ojo del huracán
El dolor nos impide acompañarlos
700 islas
Nos querían dar una propina
ENTRE MILITARES TE VEAS
Estorbándole a Estados Unidos
En el Colegio de la Defensa
Entonces se invitarían civiles
¿Y por qué no hay mujeres?
Tres etapas, cuatro campos
Las tres restricciones
¿Cómo votó el Ejército?
El respeto a las reglas
Unos mejores que otros
Todo misterioso
El coronel De Palo y el almirante Miembro
Se trataba de apantallar
El diagnóstico
Ser y crecer
Órdenes y principios
Con puras mayúsculas
La historia de México es otra
Un militar de pensamiento muy moderno
Las hipótesis de conflicto
El privilegio de las armas
Cierto grado de complicidad
Un paso al frente
Ellos me aceptaron
Porque siempre ha trabajado en la cancillería
Bañaditos, boleados y con corbata
La seguridad nacional llegó tarde
Era un curso político
Enviando recursos y recibiendo influencias
Intereses y principios
Compartir la experiencia
DE SAN DIEGO A SAN ANDRÉS
Un día en la vida de un cónsul
Los niños de la frontera
Mi máximo error
Una gran rebelión indígena
De paso por la Oficialía Mayor
La cuestión de la beligerancia
Las tres llamadas
Nadie de la cancillería
Un año muy agitado
El gran error de Salinas
No sabían en lo que se habían metido
Un helicóptero para Colosio
Se suspenden las negociaciones
Un asesino solitario
El otro crimen
Tengo dos cosas que decir
Reiniciar las negociaciones
Las negociaciones se hacen en guerra
Los tres comandantes
Territorio zapatista
El asalto
La cita en San Miguel
Entramos caminando al campamento
Las bases para la negociación
Democracia y libertad
Dos asuntos y tres lugares
Yo pido el lado izquierdo
En San Andrés Larráinzar
La convicción negociadora será la misma
Toda una estrategia
Por el bien de todos
Por primera vez, la autonomía
Todo estaba mezclado
Discutir con un enmascarado
No habían tenido una respuesta nacional
Ese primer año se perdió completamente
No los enseñaron a combatir
Un caballo ensillado
La idea de la identidad indígena
Negociador del gobierno
El Libro Blanco
Un crimen de odio
Popular sí, revolucionario no
Un servicio al país
La historia de las brujas
El lugar donde sale humo
Sus héroes son exploradores
Para lo que se ofrezca
Personajes secundarios
EL ÚLTIMO TRAMO
Siempre había querido ir al Uruguay
La historia de los tupamaros
Primera y segunda vuelta
Una de esas trampas típicas
Atrapado entre las dos grandes economías
No era pobre, pero estaba ajustado
Las venas que van al corazón
Todos venían del Grupo San Ángel
Los tres eran mis amigos
Agente del imperialismo chino-comunista
Un simple acuerdo
Una tensión fuerte
Era un provocador
¿Por qué te fuiste de la negociación?
No hablaban inglés
Un acto poco amistoso
Va a ser muy mal canciller
El pánico a Fidel
Relaciones estratégicas
Los dedos detrás de la puerta
El perfil de las complicidades
Una muestra de lo que iba a ser él
El oso y el puercoespín
La enchilada completa
La práctica de la reserva
No problem, no comments
Un nuevo escándalo
Dieron al traste con todo
Una vieja idea
No sabían qué era el TIAR
Cambiamos el discurso
Venimos a ver si lo aprobamos
Adolfo es mano
Ahí todo cambió
Descarrilar la denuncia
Lo que a ti te convenga más
Una palmada en el hombro
Se retrasó un año
Episodios difíciles
Las FARC en México
Dos versiones
Quería darle el documento
No había nada
Dos diputados cantaron
Hablar o no con los disidentes
El calibre de las cosas
La embajada está rodeada
¿Por qué atacaron a México?
Alguna mano negra
Lamentablemente me tengo que ir
La traición del Güero
Eso es un golpe de Estado
Uno de los episodios más lamentables
Siempre estuvo muy cerca
Perversos y torpes
Otra cartera
¿Qué hacía ahí Felipe González?
Un secretario que era mi amigo
Con su ánimo exaltado
Esa doble actitud
Una mala interpretación
Se le indigestó el poder
APRENDER DE LA HISTORIA
¿De qué color era el caballo blanco de Napoleón?
No respaldar la guerra
El episodio del patio trasero
He decidido sustituirte
O se es periodista o se es diplomático
No acostumbro escribir en primera persona
Condenados a tener éxito
Salir a ganarse la vida
Lo mismo por menos
Padrino de promoción
Mira quién vino
Corría el rumor
El momento del anuncio
Coordinador o presidente
Nuevas circunstancias
Solidaridad en el extranjero
Doctrina de política exterior
Migración y seguridad
Un método pacífico
Tiene que ser desde abajo
La voz de México
Dos condiciones y dos tareas
El verdadero mal de América
Una humillación de origen
La potencia que tenemos junto
Cambiaron las circunstancias
¿A qué aspiramos?
TERCERA PARTE. EL TESTIMONIO DE SUSIE IRUEGAS
LA POTRANCA
El compañero de toda mi vida
Mi carrera de bailarina se acabó
Un hombre íntegro con ideas revolucionarias
Entre Brasil y África
Primera vez en El Salvador
Mañana me voy a Nicaragua
De repente me vi haciendo desayunos, comidas y cenas
El jefe era Gustavo
Aquí sí dan de comer
Ya llegó doña Susie
La sábana que se movía
Los “Siete Doceavos” y el oso meón
Ya llegó el pintor
No les voy a dar de comer esto a mis muchachos
Todos tenían que compartir
El día de mi cumpleaños
Ayudando a una causa justa
La señora del millón de dólares
Sacaste a Tito y a Sergio
Haciendo las cosas como deben ser
No me pude despedir de los muchachos
Ya entiendo por qué me tuvieron que dejar
Sólo por unos días
Bombas y pupusas
Luna de miel virtual
San Diego
Las renuncias
Con el Peje
Fue así toda la vida
CRONOLOGÍA
Índice onomástico
Para Susie, Ix-Nic y Valentina
Para hablar del embajador Gustavo Iruegas podría hacer un recorrido de su brillante carrera diplomática, mencionar su habilidad negociadora, destacar su intuición política o reseñar su paso por Cuba, Argentina, Estados Unidos, Brasil, El Salvador, Nicaragua, Jamaica, Noruega y Uruguay, trayecto que culminó con su gestión al frente de la Subsecretaría para América Latina y el Caribe. Podría también referirme a su excelente pluma, a su capacidad de análisis crítico, a los títulos irónicos de sus artículos publicados en La Jornada a lo largo de casi seis años, a su manera de dar en el blanco y abordar el aspecto central de los problemas políticos nacionales e internacionales, todo lo cual confirmaba su decisión juvenil de inscribirse en la carrera de periodismo de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), cuando creía tener vocación para ese oficio. Sin embargo, prefiero hablar de los recuerdos de Gustavo. De esos recuerdos que generosamente compartió conmigo a lo largo de casi un año, en que nos reunimos en su casa a conversar acerca de su historia.
Gustavo nunca vivió la vida a medias. Desde el principio fue fiel a sus convicciones y consecuente con su forma de pensar. Una de sus tantas decisiones de juventud fue cuando a los 18 años se presentó a inscribirse al Servicio Militar. Contaba cómo vio llegar en un auto deportivo negro al Campo Militar Número Uno a un oficial que parecía prusiano, con un pañuelo blanco en el cuello, botas lustrosas y un uniforme especial. “Igualito a Errol Flynn en La patrulla de Batán”, me decía. Este oficial fue quien invitó a los jóvenes ahí reunidos a formar parte de la Primera Compañía de Fusileros Paracaidistas del Servicio Militar. Aunque con algo de miedo, a Gustavo le fascinó la idea y dio un paso al frente para formar parte de esa unidad pensando que algún día podría gritar ¡Jerónimoooo!, al momento de lanzarse de un avión.
Sus primeros pasos por la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) los recordaba como su época de aprendiz de brujo, cuando a las seis de la mañana había que revisar la prensa diaria y escribir una síntesis de la información en seis hojas de “esténcil”, para luego imprimir un centenar de copias en un mimeógrafo manual. Compaginar, engrapar, doblar y meter en sobres eran los últimos pasos antes de repartir el boletín llamado 24 horas. Años más tarde participaría también en la elaboración de la Gaceta de Tlatelolco con una sección especial en la cual incluía algún documento del archivo que le parecía de interés, y a la cual había bautizado con el nombre de “Gajos del Oficio”.
Durante el tiempo que estuvo en Cuba a mediados de los años sesenta, a donde lo enviaron con el encargo de atender los asuntos culturales y lo relativo al asilo diplomático, recordaba haber aprendido que un “bocadito” cubano era un “sangüichote” con una cantidad exagerada de jamón y queso y sin aderezo alguno; que en un camión militar los soldados podían cantar y bailar al ritmo de sus propias tumbadoras; que un MIG 17, un avión ruso de combate, podía circular por una calle al impulso de su propio motor y ser estacionado como si fuera un Volkswagen. Pero, de manera muy entrañable, recordaba haber conocido a Susana Peón, Susie, como cariñosamente le decía, con quien fue a oír a Fidel Castro a la Plaza de la Revolución, sentados en la lomita de pasto antes de las gradas para los invitados especiales y los diplomáticos, muy cerca del monumento a Martí. Y se acordaba que ese día, un 2 de enero, hablaron tanto que cuando se acercaban a su casa había sentido la necesidad de decirle: “No tienes que contestar nada por ahora, pero quiero que sepas que tú vas a ser la compañera de toda mi vida.” Así fue como Susie se convirtió en la compañera de Gustavo, madre de su hija Ix-Nic y abuela de su nieta Valentina.
Gustavo siempre hablaba de su Volkswagen, en el que se fue a Washington y a El Salvador. En él iba a todos lados, con dos baulitos chicos en el techo, y todo repleto. Ese fue el mismo Volkswagen en donde, años más tarde, escuchó en la radio al presidente José López Portillo ordenar al canciller Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa la ruptura de relaciones con Nicaragua. La anécdota no tendría mayor relevancia si no fuera porque Gustavo había venido a México, sin permiso, a insistir en la necesidad de romper relaciones con el gobierno de Anastasio Somoza, por lo que tuvo que regresar clandestinamente a Managua para poder cerrar la embajada.
Gustavo Iruegas tuvo dos estancias en El Salvador, a mediados de los años setenta y a principios de los ochenta. Desde su arribo, la realidad política y social lo impactó intensamente. Relataba que al llegar a San Salvador, vio en el puesto de periódicos la portada de un diario con la fotografía de un hombre asesinado, una fotografía brutal, que fue la primera visión que tuvo de la violencia política y la represión que ejercían las autoridades. En su memoria de esos primeros años estaban también presentes el asesinato del padre Rutilio Grande y los secuestros y las muertes de los ministros de Turismo, Roberto Poma, y de Relaciones Exteriores, Mauricio Borgonovo.
Su segunda estancia en El Salvador, ya como encargado de negocios, se inauguró con una noche en que les balacearon la embajada y, a la mañana siguiente, encontraron una bolsa con 64 cartuchos de dinamita y una mecha apagada. Era un aviso. También le tocó que todos los días, a las seis de la tarde, sonara una bomba. Esa era de la guerrilla. Explicaba Gustavo que las bombas de la guerrilla explotaban normalmente en comercios, en lugares de personas adineradas, o de quienes eran considerados sus adversarios, pero siempre lo hacían cuando no había gente. En cambio, las que sonaban en la mañana, eran las que ponía la derecha, que casi siempre se ubicaban en una parada de autobús repleta o en algún sitio muy concurrido.
En su relato también apareció la historia de Lil Milagro, la compañera de Roque Dalton. A Gustavo le pidieron rescatar un archivo de la guerrilla en una casa abandonada y ahí encontró una carta de ella para Dalton, en la que le avisaba que lo iban a matar. Era la carta de amor de una mujer comunista, que no perdía ni el lenguaje ni la forma, pero que no dejaba de ser una mujer enamorada frente a una tragedia de esa naturaleza. La carta le causó una impresión tan fuerte que no la quiso copiar.
La visita de una semana a un campamento guerrillero en El Salvador fue muy importante para Gustavo porque era la manera de ir, ver y determinar cuál era la capacidad real de actuación de la guerrilla, la organización militar que tenían, cómo se podían defender. Rumbo al campamento, después de una larga caminata, estando ya muy cansado, llegaron a un río e hicieron un alto. Uno de los guerrilleros le propuso entonces que un “escuinclito” flaquito y chiquito lo cargara de caballito para cruzar el río y que no se mojara los pies. Ofendido, Gustavo únicamente respondió: “Sáquese de aquí.” Y cruzó él solo. Tiempo después, cuando algunos comandantes se entrevistaron con el canciller Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa le mostraron un mapa de sus campamentos y le señalaron: “Este fue en donde estuvo Iruegas.” Castañeda, sorprendido, únicamente preguntó: “¿Por qué no me avisaste, cabrón?”
Gustavo platicaba que cuando fue enviado a Nicaragua, a finales de 1978, el entonces canciller de México, Santiago Roel, le dijo: “Vaya usted y haga todo lo que pueda por esa gente y su revolución, cuidando las formas.” Esas fueron sus instrucciones y se las sabía de memoria, nunca se le olvidaron. Al llegar encontró una Managua incendiada, la insurrección en siete ciudades y grupos de jóvenes pidiendo asilo, primero diez, quince, veinte, hasta llegar a ser cientos de ellos. En su memoria quedaron los barrios bombardeados, los volantes que tiraban desde los aviones ofreciendo recompensa a quien entregara información para encontrar a los “subversivos comunistas leninistas”, el traje blanco de ceremonia que se tuvo que mandar a hacer para ir a saludar a Somoza, la creación del Grupo de los Doce y la entrevista de sus integrantes con el presidente José López Portillo, la llegada de Sergio Ramírez y varios de los miembros del Grupo de los Doce para asilarse en la embajada de México, la bandera del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) que custodió durante varios años.
Cada vez que conseguían cuarenta o cincuenta salvoconductos para los asilados, de México mandaban un avión del Estado Mayor que les llevara comida a la embajada: sacos de frijoles, latas, arroz y todo aquello que estaba dispuesto para las situaciones de emergencia y, de regreso, el avión se llevaba a los asilados. Gustavo narraba que, cuando esto sucedía, era un tanto surrealista, pues todas las mujeres salían arregladísimas, vestidas de rojo y negro, que eran los colores del Frente Sandinista.
Adentro de la casa dormían las mujeres, que eran menos, y afuera los hombres en tiendas de campaña de la Cruz Roja. Susie era quien administraba toda la cuestión de los asilados: cocinaba desayuno, comida y cena, junto con una señora que le ayudaba. Preparaban la comida en la residencia y la llevaban a las oficinas, que estaban a una cuadra y que pronto dejaron de funcionar como tales. Sólo permaneció el despacho de Gustavo y en el resto de la casa se distribuyó a la gente.
Contaba Gustavo que en el cumpleaños de Susie los asilados se organizaron para cocinar y prepararon un acto, con música y una pequeña representación dramática. Ya en la noche, alguien tocó a la puerta, y cuando fueron a abrir, vieron que se trataba de un muchacho y una muchacha que traían una caja. Adentro había un pastel que decía: “Felicidades doña Susie, FSLN.” Además, le regalaron unos rollitos con poemas, unas hojas de papel con las orillitas quemadas para que parecieran pergaminos viejos, y los canallas, decía Gustavo, también le habían escrito poemas de amor. Al final, una vez que el gobierno mexicano rompió relaciones con Somoza, acompañó a los asilados en su traslado a México en el avión Quetzalcóatl, concluyendo así su paso por Nicaragua.
Lo que más disfrutaba Gustavo durante su estancia en Buenos Aires era cruzar el río en ferry. Lo tomaba al atardecer y llegaba en la madrugada a Montevideo; ahora el cruce se hace en dos horas, pero en esa época duraba toda la noche. Decía que en Montevideo las calles eran anchas y había muchos carros viejitos, muchas carcachitas. Por ello, prefería ir a caminar con Susie los sábados o domingos en la noche, las calles desiertas, la gente en sus casas o en el cine, donde seguramente exhibían una película de Mario Moreno “Cantinflas”.
De Jamaica recordaba la llegada del huracán Gilberto que tiró 40 árboles en la residencia de la embajada, incluido un árbol gigante que ni siquiera entre tres personas hubieran podido abrazar el tronco, pero que afortunadamente no cayó encima de la casa sino que se inclinó hacia el otro lado. Relataba cómo la noche del huracán todos se fueron a dormir al coche, dentro del garaje, y ahí permanecieron hasta la una de la tarde. La llegada del ojo del huracán les permitió ver la salida de los pájaros y otros animales que se habían escondido, pero también pudieron darse cuenta de que el follaje que rodeaba la casa había desaparecido, y ahora el jardín estaba lleno de cosas de las casas vecinas que nunca habían visto. Comieron una sopa y se metieron a bañar. Al salir del baño, Gustavo encontró a Susie, a Ix-Nic y a una muchacha que trabajaba con ellos, deteniendo apenas una puerta de la sala, que finalmente el viento les arrancó. Todos de nuevo al garaje y luego a los cuartos a pasar la noche, a esperar que se alejara poco a poco la fuerza del huracán. De peores tormentas había salido bien librado y esta no fue la excepción.
Gustavo tenía una especial fascinación por los barcos y, siempre que pudo, tuvo una embarcación. Cuando estaba en Noruega se hizo de un velero, en el cual le gustaba mucho salir. A veces salían en grupo de la embajada, a veces con otros amigos, a veces únicamente con Susie y, a veces, él solo. Navegar solo le encantaba. Para él era una maravilla ver la puesta del sol a las once y media de la noche, y a las dos de la mañana la salida. Al final de su estancia en ese país, contagiado quizás por el espíritu de exploración de los noruegos, realizó con Susie un recorrido de quince días en el último viaje de un antiguo barco que llevaba correo, pasaje y carga a todos los pueblitos, hasta el Cabo Norte. Acostumbraba ir a escribir al comedor, al bar del barco, o a veces a un camarote, a transcribir en su laptop la historia de su tía, Josefa Iruegas, que según los documentos contenidos en un legajo del ramo de Inquisición del Archivo General de la Nación (AGN), había sido acusada de bruja. Para Gustavo, el libro que finalmente se publicó con el título de La complicidad de Coahuila, se refería a una historia de familia pero, también, a una historia del norte agreste de la colonia, de la miseria humana y de una institución imperdonable.
Estos son algunos de los recuerdos de Gustavo Iruegas, que he querido retomar para reafirmar la huella que ha dejado en la diplomacia mexicana, para valorar el coraje de un hombre comprometido con sus ideas y con la defensa de las causas justas, para compartir su sensibilidad ante el sufrimiento de quienes huían de la represión y la tortura, para apreciar su sencillez en la convivencia diaria, lo mismo con los asilados que con los amigos, para confirmar su pasión por la vida. Son los recuerdos que quiero conservar, para preservar su memoria e impedir el olvido.
En diciembre de 2006 asistí a una mesa redonda sobre Cuba organizada en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Uno de los participantes era Gustavo Iruegas y, al terminar el evento, me acerqué a saludarlo. Fue entonces cuando le pregunté si estaría dispuesto a que yo lo entrevistara con la finalidad de hacer un libro en torno a su historia de vida. La idea era recoger su testimonio acerca de las distintas etapas de su carrera diplomática y, al mismo tiempo, reconstruir una parte de la historia de la diplomacia mexicana durante la segunda mitad del siglo XX. De inmediato me respondió que sí y, generosamente, estuvo dispuesto a recibirme en su casa para realizar las entrevistas al comenzar el siguiente año.
Durante varios meses, entre abril y agosto de 2007, me reuní con él casi todas las semanas. Lo primero que hizo fue darme su hoja de servicios y a partir de ella establecimos los temas en torno a los cuales conversaríamos. Además, en una de las primeras sesiones me dijo que él ya había empezado a escribir sus memorias y me entregó los archivos electrónicos relativos a sus primeros años, su ingreso a la Secretaría de Relaciones Exteriores y una parte de su misión en Cuba.
Quedamos de vernos todos los miércoles a las seis de la tarde y empezamos a platicar acerca de su experiencia como diplomático. De especial interés para mí resultaba su labor como encargado de negocios en las representaciones diplomáticas mexicanas en El Salvador y Nicaragua a fines de los años setenta y principios de los ochenta. Asimismo, deseaba escuchar el relato de su participación en las negociaciones con los dirigentes del movimiento zapatista en Chiapas a mediados de los años noventa. Este interés era compartido por Mario Vázquez Olivera, colega y amigo con el que desde hace más de una década he realizado una labor de equipo para investigar, enseñar y difundir los temas de la historia de Centroamérica y su relación con México. Por ello, le propuse a Gustavo Iruegas que Mario pudiera asistir a esas sesiones y aceptó con gusto. Su presencia contribuyó a enriquecer en mucho el desarrollo de la entrevista.
De la misma manera, en las sesiones dedicadas a temas caribeños y a lo relativo a las estancias de Iruegas en países de América del Sur, invité también con su anuencia a dos amigos y colegas más: a Laura Muñoz, investigadora dedicada al estudio de la historia del Caribe y su relación con México, así como a Pablo Yankelevich, investigador especialista en el estudio de la historia Argentina y el exilio argentino en México. Igualmente, su participación coadyuvó a una mayor profundización en los temas tratados durante esas sesiones.
Aunque al principio pensamos que conversaríamos durante dos horas cada semana, las reuniones se prolongaron y algunas de ellas duraron más de cinco horas. Gracias a la amabilidad de Susie, su esposa, pudimos continuar la plática acompañándola siempre de un té o un café, galletas, fruta, queso, huevo con migas y hasta mole de olla. Recuerdo con mucho gusto una de las sesiones, tal vez la más larga, la cual inició en la sala y terminó en la cocina, sentados todos alrededor de una mesa llena de ricas viandas.
En total se realizaron doce sesiones: una sobre política exterior y temas generales, una sobre Cuba, dos sobre Centroamérica, una sobre Chiapas, una sobre su experiencia en la maestría de la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA), una sobre su estancia en Argentina, Brasil y Uruguay, otra sobre El Caribe, una sobre la Dirección de Protección Consular, otra relativa a su gestión como subsecretario para América Latina durante el sexenio de Vicente Fox y una más sobre el retiro y su vinculación con Andrés Manuel López Obrador, las cuales correspondieron a más de 40 horas de grabación. Entre ellas, es necesario destacar también la sesión dedicada a entrevistar a Susie, esposa y compañera de vida de Gustavo. En especial, la plática con Susie se centró en la manera en que ella colaboró para atender a los cientos de asilados en la embajada de México en Nicaragua a fines de 1978 y principios de 1979, así como su experiencia durante los años del inicio de la guerra en El Salvador.
Desde luego, para la realización de las entrevistas, además de mi conocimiento de la historia de la región centroamericana y de la política exterior de México hacia los países que la integran, realicé una labor previa de consulta acuciosa de la documentación relativa a la carrera diplomática de Iruegas, localizada en el Acervo Histórico Diplomático de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE). Asimismo, con el fin de precisar una serie de temas y aspectos específicos de la gestión de Iruegas dentro del Servicio Exterior Mexicano (SEM), tuve también acceso a algunos documentos del archivo particular del entrevistado. Por ello, aunque el relato no está basado en este material, las referencias correspondientes a los documentos consultados aparecen en notas a pie de página a lo largo del texto, por tratarse de una rica documentación que confirma y complementa lo narrado por Iruegas. De manera paralela y con el fin de que la conversación pudiera ser más fructífera, leí también muchos de los artículos que publicó en La Jornada durante los años de su retiro.
Una vez concluidas las entrevistas acordé con Gustavo que, en cuanto tuviera listas las transcripciones, nos volveríamos a ver para que él las revisara y decidiéramos en conjunto qué cosas quedarían en el libro, aclaráramos dudas y abundáramos en aspectos que hubieran quedado pendientes. Por ello, a mediados de 2008 le mandé un correo electrónico pidiéndole una cita para que Mario Vázquez y yo fuéramos a conversar sobre algunos temas que consideramos que podrían enriquecerse. En ese momento él me respondió diciéndome que estaba por salir de viaje a Cuba para realizar un tratamiento médico pero que, a su regreso, podríamos encontrarnos nuevamente. Esto no pudo ser así. Iruegas ya no regresó a México y murió en La Habana el 22 de octubre de ese mismo año.
A partir de entonces decidí retomar la labor de transcripción y redacción del libro, no sólo por el interés tan grande que podría tener para los estudiosos de la historia de Centroamérica y de la política exterior mexicana, sino como parte de un compromiso moral para con él y su familia, que tan generosamente me acogieron, de dar a conocer el testimonio de un hombre íntegro, comprometido con las causas sociales y que tanto aportó al desarrollo de la política exterior mexicana a lo largo de más de tres décadas. Lamentablemente, Gustavo ya no pudo leer las transcripciones y menos aún la versión final del texto. Pero su testimonio fue tan claro y contundente, que no tuve dificultad para reconstruir la narración y darle la coherencia necesaria.
Concebido como un ejercicio de testimonio asistido, el relato aparece en primera persona y se tuvo mucho cuidado en dejar fuera los temas o asuntos que Gustavo señaló de manera expresa que no quería que aparecieran en el libro. Por lo demás, se incluye el testimonio completo de Iruegas, quien desde la primera sesión dijo: “Susie, ahora sí lo vamos a contar todo.”
El libro tiene una estructura cronológica y cada capítulo corresponde a los momentos relevantes tanto de su vida personal como de su carrera diplomática. El texto está dividido en doce capítulos: “Primera sangre”, en el que se relata la infancia y juventud de Gustavo Iruegas. “Aprendiz de brujo”, que aborda su ingreso al Servicio Exterior Mexicano (1965). “El caimán verde”, que hace referencia al periodo en que estuvo adscrito a la embajada de México en Cuba (1966-1968). “El pequeño escribiente florentino”, que narra los años durante los cuales estuvo adscrito a la embajada de México en Argentina, a la Delegación Permanente de la Organización de los Estados Americanos (OEA) en Washington y a la embajada de México en Brasil (1968-1975). “El Potrillo”, en el que cuenta sus experiencias de cuando estuvo, primero en la embajada de México en El Salvador como jefe de cancillería, y luego en la embajada de México en Nicaragua, esta vez como encargado de Negocios ad hoc (1975-1979). “Otra vez la guerra” refiere su retorno a la embajada de México en El Salvador, como encargado de Negocios interino (1980-1981). “Dos terremotos y un huracán”, en el que da cuenta de sus actividades cuando fue nombrado director general de Protección Consular y embajador en Jamaica (1981-1982 y 1985-1988). “Entre militares te veas”, en el que explica de manera detallada cómo fue designado para cursar la maestría en Administración Militar para la Seguridad Nacional, en el Colegio de Defensa Nacional de la Secretaría de la Defensa Nacional (1989-1990) y el desarrollo de esta maestría. “De San Diego a San Andrés”, en el que narra los acontecimientos que tuvieron lugar cuando fue designado cónsul general en San Diego, oficial mayor de la Secretaría de Relaciones Exteriores, comisionado para formar parte de la representación gubernamental en el Diálogo por la Paz en Chiapas y embajador en Noruega (1993-1999). “El último tramo”, que constituye el relato del periodo en que fue nombrado embajador en Uruguay, al final del gobierno del presidente Ernesto Zedillo (1999-2000), y subsecretario para América Latina y el Caribe en la Secretaría de Relaciones Exteriores durante los primeros años del sexenio del presidente Vicente Fox (2000-2003). “Aprender de la historia”, en el que explica lo acontecido cuando se retiró del Servicio Exterior Mexicano. Destacan sus actividades como articulista en el periódico La Jornada, y como profesor en la Universidad Iberoamericana (UIA) y en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. En especial, hace referencia a su papel como secretario de Relaciones Exteriores del gobierno legítimo de Andrés Manuel López Obrador. Por último, en el capítulo intitulado “La Potranca” se recoge el testimonio de Susana Iruegas, esposa de Gustavo, en particular lo relacionado con sus estancias en Centroamérica y la recepción de asilados en la embajada de México en El Salvador y Nicaragua. Al final se incluye una “Cronología” en la que se detallan los cargos que desempeñó Gustavo Iruegas en el Servicio Exterior Mexicano a lo largo de su carrera como diplomático, la cual permite al lector dar seguimiento a los principales acontecimientos.
Agradezco a Gustavo su generosa disposición a compartir conmigo su testimonio y a dedicar una parte de su valioso tiempo a hablar de sus experiencias pasadas. A Susie por estar siempre presente y ayudar a que las sesiones se desarrollaran en un clima cálido y familiar. En especial, le doy las gracias por permitirme el acceso al archivo personal de Gustavo Iruegas para seleccionar las fotografías que se incluyen en este trabajo, además de colaborar en la identificación de muchas de ellas. A Mario Vázquez, a Laura Muñoz y a Pablo Yankelevich por acompañarme en algunas de las sesiones y contribuir a enriquecer el diálogo con sus expertas opiniones y comentarios. A Silvia López y a Laura Baza por el acucioso trabajo dedicado a la transcripción de algunas de las cintas. A Hugo Martínez, por asistirme en el trabajo de investigación documental, y a Marisol Garzón por su ayuda para la organización de las imágenes. A Ana Covarrubias, Graciela de Garay, Fernanda Paz y Natalia Armijo por su amistad y apoyo a todo lo largo del proceso de elaboración del libro. Y al Bibo, mi esposo, por su paciencia y su disposición a escuchar siempre atento los fragmentos de las transcripciones que despertaban mi emoción y mi deseo de compartirlos.
Agradezco a Mario Vázquez por su invitación a participar en el proyecto PAPIIT intitulado “México ante el conflicto centroamericano, 1976-1996. Una perspectiva histórica”, en el marco del cual pude llevar a cabo la redacción final del libro. Asimismo, agradezco el apoyo del Instituto Dr. José María Luis Mora, del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe de la UNAM y del periódico La Jornada, en especial de su directora Carmen Lira, para la publicación y difusión de este trabajo.
Mónica Toussaint
Instituto Mora
15 de julio de 2013