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ÍNDICE

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Índice

INTRODUCCIÓN

Para que no haya olvido

Ahora sí lo vamos a contar todo


PRIMERA PARTE INFANCIA Y JUVENTUD

PRIMERA SANGRE

Sólo la imagen

Cerca del mar

Retrato de familia

Un litro de nieve

Era más bien pobre

Una concha en la panadería

Mi tía Carmela

En Santa María de la Ribera

Una época turbulenta

Cosa de grandes

¡Un animal, un animal!

No ande haciendo payasadas

Época de aventuras

No todo era épico

La bata blanca

El origen de la vida

¡A trabajar!

La rueda de la fortuna

Aspirantes a toreros

Zanjas profundas

Tremenda mulata

Una mina de arena

Vueltas de trompo

La felicidad general

Francamente de izquierda

El maestro Garcés

Jóvenes Esperanza de la Fraternidad

Algo muy peligroso

Aprendiz de nota roja

Tan independiente como irresponsable

La izquierda revolucionaria

La Patrulla de Batán

El miedo a los golpes chiquitos

Resonó el silencio de nuestro paso

Un lugar llamado Palomas

Puntas, chamorro, muslo, cadera y lomo

En la covacha

La época de saltar

Lo que quiere es que le pegues

Herido de muerte

Tirar el miedo

El significado de la palabra fiasco

Con la complacencia de doña Clementina

Algún día sería periodista

Solución a mi mal desempeño

A dibujar mejor su letra

El Enano

No le dé pena

¿La mamá de Lilia?

Mi maltrecho orgullo


SEGUNDA PARTE. LA CARRERA DIPLOMÁTICA

APRENDIZ DE BRUJO

Carrillo Flores en persona

La pavorosa casa de Usher

24 horas

Una señora grandota y gruesa

El santo temor de Dios

¡Eureka! Inventé la carpeta

Ya está dado de baja

La oficina de don Carlos

La crisis nuclear más grave

Un tipo simpático y bromista

Una conversación telefónica memorable

Nadie perdió la figura

Operaciones quirúrgicas

Una prestación especial

Para mejorar mis ingresos

Era como James Bond

EL CAIMÁN VERDE

En el Tropicana

Incrédulo y maravillado

Ahí supe que era militar

Notas cruzadas

La embajada nos prestaba

Moral revolucionaria

Lo fusilaron esta mañana

Un escándalo mayúsculo

Ocho largos y costosos meses

La olimpiada de ajedrez

La torre de los asilados

El soldado y el doctor

El gallego

Usted reparta los chicles

Modus vivendi

Las denuncias

Un buen embajador

La despedida del Che

Mi amor, mi cómplice y todo

Pobre gente de París

El negro millonario

Mucho trabajo en la noche

El palacio de piedra

El espía

El Triunfo de la Flor

Todas las mujeres son iguales

Una visa para mi embajador

Una especie de leyenda

Solidaridad y frialdad

Amigo de los americanos

Un gesto de apoyo

Las palomas de San Jerónimo

EL PEQUEÑO ESCRIBIENTE FLORENTINO

Fue en el 68

El grupo de Echeverría

Relaciones no sabía nada

2 de octubre en Buenos Aires

Trataba de hablar a La Habana

Nos fuimos a Buenos Aires

Personajes interesantes

El cuarto redondo

No puede venir así

Se llamaba Florecita

La intriga era tremenda

Las carpetas negras

El escritorio del consejero viejo

El permiso

Espacios en blanco

A su imagen y semejanza

Del baño al Palacio

Era un hombre muy sabio

Casi un año de diferencia

Notas curiosas

El cuadernito negro

La sentencia de Juan Corona

Me cambio de sillón

Los cancilleres de América

Moderna, pero muy fea

Perder una vida

A nadie le importó un comino

El más alto rango

No había nadie

Un hotel de dos dólares

Telegrama cifrado

La Conferencia de la Mujer

EL POTRILLO

Me mandan a El Salvador

Una fotografía brutal

De los diez que me quedaban

El asesinato del padre Grande

Yo sé que estoy en esa lista

Me van a hacer lo mismo que con Poma

Que Gustavo les dé la visa de inmediato

Libertad al doctor Madriz

Me pusieron entre los 100

El asesor general

Gajos del Oficio

El muchacho de los zapatos grandes

Mejor mándenme a Managua

Vaya usted a hacer todo lo que pueda por esa gente y su revolución

La noticia era que había una insurrección

Esa bandera es sandinista

Monos en la selva

En Nicaragua la gente sí estaba a la altura

No me explique nada, siga como va

Me mandaron a espiarte

Revolución que transa, revolución perdida

Nuestros hijos en la montaña

Los Doce en Managua

Los “Siete Doceavos”

Los salvoconductos

Felicidades, doña Susie: FSLN

Patria Libre o Morir

¿Romper o no romper?

Se procede a invitar a los sandinistas

Movimos armas, dinero, gente

En la embajada de México se comía mejor

¿Cuándo se cae el aguacate del árbol?

El nuevo secretario era Castañeda

La bella Nora

Una granada en la mano

La monja mexicana

Concierto en la Sala Neza

Insurgencia y beligerancia

“La Potranca” y “El Potrillo”

Un rozón tangencial

Susie era muy joven, muy franca

Implacables en el combate, generosos en la victoria

La fuente seca

El párrafo brincado

Le pido que me mande a El Salvador

OTRA VEZ LA GUERRA

Mataron al periodista

Bajo la luz del farol

No íbamos a hacer contactos

Era un aviso

Partido, ejército y organización de masas

La relación diplomática

Hacíamos la denuncia

A Castañeda sí

Mataron a los corresponsales extranjeros

¿A dónde se iban a esconder los guerrilleros?

El rastro

No es como Nicaragua, es otra cosa

Diplomático mexicano herido en El Salvador

El coronel y los periodistas

Cuando supo que éramos de la embajada, respiró

Presumiblemente mexicano

La carta de Lil Milagro

Ya te identificaron y te van a matar

Entre bombas y granadas

Agarra tus archivos, tu bandera y tu escudo

Ese era el estilo para hacer contactos

En el campamento de la guerrilla

Lo primero era saber

La posibilidad de negociar

El largo oficio

¿Fuerza beligerante o fuerza representativa?

No somos intervencionistas

La nota de protesta

La hora de la negociación

El proyecto estaba agotado

Valorando la declaración

El compañero perdido en Guatemala

Castañeda y Buendía

Le estaba rezando a Castañeda

El ridículo del secretario de Estado

Forcejeo en el avión

Periodistas en la embajada

El padre de Villalobos

Que los gringos no invadan

Una política onerosa

Muchas diferencias

El dinero o la dignidad

Rolando, Salinas y Menchú

La Doctrina Iruegas

Interés y responsabilidad

Una política de Estado

Una mínima congruencia

DOS TERREMOTOS Y UN HURACÁN

A cualquier lugar, menos a Protección

La valiente Marianela

Los mexicanos en El Salvador

Ansias de novilleros

La oficina fue creciendo

Las hojas verdes

Los programas de visitas

Las cárceles gringas

El resto del mundo

Las curvas coincidentes

Era una verdadera farsa

El mito y el lenguaje

Un problema de conciencia

Elogios al trabajo

Una decisión ya tomada

Justo, correcto y legal

Trinidad o Jamaica

La Dirección ya no existe

Mexicanos allá y acá

La doble nacionalidad

¿Qué venían a hacer los extranjeros?

Rejas, sirenas y alarmas

Algo de lo que nadie hablaba

Dos crímenes

Un discurso para el presidente

Las primeras épocas

Unos libros maravillosos

El ojo del huracán

El dolor nos impide acompañarlos

700 islas

Nos querían dar una propina

ENTRE MILITARES TE VEAS

Estorbándole a Estados Unidos

En el Colegio de la Defensa

Entonces se invitarían civiles

¿Y por qué no hay mujeres?

Tres etapas, cuatro campos

Las tres restricciones

¿Cómo votó el Ejército?

El respeto a las reglas

Unos mejores que otros

Todo misterioso

El coronel De Palo y el almirante Miembro

Se trataba de apantallar

El diagnóstico

Ser y crecer

Órdenes y principios

Con puras mayúsculas

La historia de México es otra

Un militar de pensamiento muy moderno

Las hipótesis de conflicto

El privilegio de las armas

Cierto grado de complicidad

Un paso al frente

Ellos me aceptaron

Porque siempre ha trabajado en la cancillería

Bañaditos, boleados y con corbata

La seguridad nacional llegó tarde

Era un curso político

Enviando recursos y recibiendo influencias

Intereses y principios

Compartir la experiencia

DE SAN DIEGO A SAN ANDRÉS

Un día en la vida de un cónsul

Los niños de la frontera

Mi máximo error

Una gran rebelión indígena

De paso por la Oficialía Mayor

La cuestión de la beligerancia

Las tres llamadas

Nadie de la cancillería

Un año muy agitado

El gran error de Salinas

No sabían en lo que se habían metido

Un helicóptero para Colosio

Se suspenden las negociaciones

Un asesino solitario

El otro crimen

Tengo dos cosas que decir

Reiniciar las negociaciones

Las negociaciones se hacen en guerra

Los tres comandantes

Territorio zapatista

El asalto

La cita en San Miguel

Entramos caminando al campamento

Las bases para la negociación

Democracia y libertad

Dos asuntos y tres lugares

Yo pido el lado izquierdo

En San Andrés Larráinzar

La convicción negociadora será la misma

Toda una estrategia

Por el bien de todos

Por primera vez, la autonomía

Todo estaba mezclado

Discutir con un enmascarado

No habían tenido una respuesta nacional

Ese primer año se perdió completamente

No los enseñaron a combatir

Un caballo ensillado

La idea de la identidad indígena

Negociador del gobierno

El Libro Blanco

Un crimen de odio

Popular sí, revolucionario no

Un servicio al país

La historia de las brujas

El lugar donde sale humo

Sus héroes son exploradores

Para lo que se ofrezca

Personajes secundarios

EL ÚLTIMO TRAMO

Siempre había querido ir al Uruguay

La historia de los tupamaros

Primera y segunda vuelta

Una de esas trampas típicas

Atrapado entre las dos grandes economías

No era pobre, pero estaba ajustado

Las venas que van al corazón

Todos venían del Grupo San Ángel

Los tres eran mis amigos

Agente del imperialismo chino-comunista

Un simple acuerdo

Una tensión fuerte

Era un provocador

¿Por qué te fuiste de la negociación?

No hablaban inglés

Un acto poco amistoso

Va a ser muy mal canciller

El pánico a Fidel

Relaciones estratégicas

Los dedos detrás de la puerta

El perfil de las complicidades

Una muestra de lo que iba a ser él

El oso y el puercoespín

La enchilada completa

La práctica de la reserva

No problem, no comments

Un nuevo escándalo

Dieron al traste con todo

Una vieja idea

No sabían qué era el TIAR

Cambiamos el discurso

Venimos a ver si lo aprobamos

Adolfo es mano

Ahí todo cambió

Descarrilar la denuncia

Lo que a ti te convenga más

Una palmada en el hombro

Se retrasó un año

Episodios difíciles

Las FARC en México

Dos versiones

Quería darle el documento

No había nada

Dos diputados cantaron

Hablar o no con los disidentes

El calibre de las cosas

La embajada está rodeada

¿Por qué atacaron a México?

Alguna mano negra

Lamentablemente me tengo que ir

La traición del Güero

Eso es un golpe de Estado

Uno de los episodios más lamentables

Siempre estuvo muy cerca

Perversos y torpes

Otra cartera

¿Qué hacía ahí Felipe González?

Un secretario que era mi amigo

Con su ánimo exaltado

Esa doble actitud

Una mala interpretación

Se le indigestó el poder

APRENDER DE LA HISTORIA

¿De qué color era el caballo blanco de Napoleón?

No respaldar la guerra

El episodio del patio trasero

He decidido sustituirte

O se es periodista o se es diplomático

No acostumbro escribir en primera persona

Condenados a tener éxito

Salir a ganarse la vida

Lo mismo por menos

Padrino de promoción

Mira quién vino

Corría el rumor

El momento del anuncio

Coordinador o presidente

Nuevas circunstancias

Solidaridad en el extranjero

Doctrina de política exterior

Migración y seguridad

Un método pacífico

Tiene que ser desde abajo

La voz de México

Dos condiciones y dos tareas

El verdadero mal de América

Una humillación de origen

La potencia que tenemos junto

Cambiaron las circunstancias

¿A qué aspiramos?


TERCERA PARTE. EL TESTIMONIO DE SUSIE IRUEGAS

LA POTRANCA

El compañero de toda mi vida

Mi carrera de bailarina se acabó

Un hombre íntegro con ideas revolucionarias

Entre Brasil y África

Primera vez en El Salvador

Mañana me voy a Nicaragua

De repente me vi haciendo desayunos, comidas y cenas

El jefe era Gustavo

Aquí sí dan de comer

Ya llegó doña Susie

La sábana que se movía

Los “Siete Doceavos” y el oso meón

Ya llegó el pintor

No les voy a dar de comer esto a mis muchachos

Todos tenían que compartir

El día de mi cumpleaños

Ayudando a una causa justa

La señora del millón de dólares

Sacaste a Tito y a Sergio

Haciendo las cosas como deben ser

No me pude despedir de los muchachos

Ya entiendo por qué me tuvieron que dejar

Sólo por unos días

Bombas y pupusas

Luna de miel virtual

San Diego

Las renuncias

Con el Peje

Fue así toda la vida


CRONOLOGÍA

Índice onomástico

Para Susie, Ix-Nic y Valentina

INTRODUCCIÓN

Para que no haya olvido

Para hablar del embajador Gustavo Iruegas podría hacer un recorrido de su brillante carrera diplomática, mencionar su habilidad negociadora, destacar su intuición política o reseñar su paso por Cuba, Argentina, Estados Unidos, Brasil, El Salvador, Nicaragua, Jamaica, Noruega y Uruguay, trayecto que culminó con su gestión al frente de la Subsecretaría para América Latina y el Caribe. Podría también referirme a su excelente pluma, a su capacidad de análisis crítico, a los títulos irónicos de sus artículos publicados en La Jornada a lo largo de casi seis años, a su manera de dar en el blanco y abordar el aspecto central de los problemas políticos nacionales e internacionales, todo lo cual confirmaba su decisión juvenil de inscribirse en la carrera de periodismo de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), cuando creía tener vocación para ese oficio. Sin embargo, prefiero hablar de los recuerdos de Gustavo. De esos recuerdos que generosamente compartió conmigo a lo largo de casi un año, en que nos reunimos en su casa a conversar acerca de su historia.

Gustavo nunca vivió la vida a medias. Desde el principio fue fiel a sus convicciones y consecuente con su forma de pensar. Una de sus tantas decisiones de juventud fue cuando a los 18 años se presentó a inscribirse al Servicio Militar. Contaba cómo vio llegar en un auto deportivo negro al Campo Militar Número Uno a un oficial que parecía prusiano, con un pañuelo blanco en el cuello, botas lustrosas y un uniforme especial. “Igualito a Errol Flynn en La patrulla de Batán”, me decía. Este oficial fue quien invitó a los jóvenes ahí reunidos a formar parte de la Primera Compañía de Fusileros Paracaidistas del Servicio Militar. Aunque con algo de miedo, a Gustavo le fascinó la idea y dio un paso al frente para formar parte de esa unidad pensando que algún día podría gritar ¡Jerónimoooo!, al momento de lanzarse de un avión.

Sus primeros pasos por la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE) los recordaba como su época de aprendiz de brujo, cuando a las seis de la mañana había que revisar la prensa diaria y escribir una síntesis de la información en seis hojas de “esténcil”, para luego imprimir un centenar de copias en un mimeógrafo manual. Compaginar, engrapar, doblar y meter en sobres eran los últimos pasos antes de repartir el boletín llamado 24 horas. Años más tarde participaría también en la elaboración de la Gaceta de Tlatelolco con una sección especial en la cual incluía algún documento del archivo que le parecía de interés, y a la cual había bautizado con el nombre de “Gajos del Oficio”.

Durante el tiempo que estuvo en Cuba a mediados de los años sesenta, a donde lo enviaron con el encargo de atender los asuntos culturales y lo relativo al asilo diplomático, recordaba haber aprendido que un “bocadito” cubano era un “sangüichote” con una cantidad exagerada de jamón y queso y sin aderezo alguno; que en un camión militar los soldados podían cantar y bailar al ritmo de sus propias tumbadoras; que un MIG 17, un avión ruso de combate, podía circular por una calle al impulso de su propio motor y ser estacionado como si fuera un Volkswagen. Pero, de manera muy entrañable, recordaba haber conocido a Susana Peón, Susie, como cariñosamente le decía, con quien fue a oír a Fidel Castro a la Plaza de la Revolución, sentados en la lomita de pasto antes de las gradas para los invitados especiales y los diplomáticos, muy cerca del monumento a Martí. Y se acordaba que ese día, un 2 de enero, hablaron tanto que cuando se acercaban a su casa había sentido la necesidad de decirle: “No tienes que contestar nada por ahora, pero quiero que sepas que tú vas a ser la compañera de toda mi vida.” Así fue como Susie se convirtió en la compañera de Gustavo, madre de su hija Ix-Nic y abuela de su nieta Valentina.

Gustavo siempre hablaba de su Volkswagen, en el que se fue a Washington y a El Salvador. En él iba a todos lados, con dos baulitos chicos en el techo, y todo repleto. Ese fue el mismo Volkswagen en donde, años más tarde, escuchó en la radio al presidente José López Portillo ordenar al canciller Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa la ruptura de relaciones con Nicaragua. La anécdota no tendría mayor relevancia si no fuera porque Gustavo había venido a México, sin permiso, a insistir en la necesidad de romper relaciones con el gobierno de Anastasio Somoza, por lo que tuvo que regresar clandestinamente a Managua para poder cerrar la embajada.

Gustavo Iruegas tuvo dos estancias en El Salvador, a mediados de los años setenta y a principios de los ochenta. Desde su arribo, la realidad política y social lo impactó intensamente. Relataba que al llegar a San Salvador, vio en el puesto de periódicos la portada de un diario con la fotografía de un hombre asesinado, una fotografía brutal, que fue la primera visión que tuvo de la violencia política y la represión que ejercían las autoridades. En su memoria de esos primeros años estaban también presentes el asesinato del padre Rutilio Grande y los secuestros y las muertes de los ministros de Turismo, Roberto Poma, y de Relaciones Exteriores, Mauricio Borgonovo.

Su segunda estancia en El Salvador, ya como encargado de negocios, se inauguró con una noche en que les balacearon la embajada y, a la mañana siguiente, encontraron una bolsa con 64 cartuchos de dinamita y una mecha apagada. Era un aviso. También le tocó que todos los días, a las seis de la tarde, sonara una bomba. Esa era de la guerrilla. Explicaba Gustavo que las bombas de la guerrilla explotaban normalmente en comercios, en lugares de personas adineradas, o de quienes eran considerados sus adversarios, pero siempre lo hacían cuando no había gente. En cambio, las que sonaban en la mañana, eran las que ponía la derecha, que casi siempre se ubicaban en una parada de autobús repleta o en algún sitio muy concurrido.

En su relato también apareció la historia de Lil Milagro, la compañera de Roque Dalton. A Gustavo le pidieron rescatar un archivo de la guerrilla en una casa abandonada y ahí encontró una carta de ella para Dalton, en la que le avisaba que lo iban a matar. Era la carta de amor de una mujer comunista, que no perdía ni el lenguaje ni la forma, pero que no dejaba de ser una mujer enamorada frente a una tragedia de esa naturaleza. La carta le causó una impresión tan fuerte que no la quiso copiar.

La visita de una semana a un campamento guerrillero en El Salvador fue muy importante para Gustavo porque era la manera de ir, ver y determinar cuál era la capacidad real de actuación de la guerrilla, la organización militar que tenían, cómo se podían defender. Rumbo al campamento, después de una larga caminata, estando ya muy cansado, llegaron a un río e hicieron un alto. Uno de los guerrilleros le propuso entonces que un “escuinclito” flaquito y chiquito lo cargara de caballito para cruzar el río y que no se mojara los pies. Ofendido, Gustavo únicamente respondió: “Sáquese de aquí.” Y cruzó él solo. Tiempo después, cuando algunos comandantes se entrevistaron con el canciller Jorge Castañeda y Álvarez de la Rosa le mostraron un mapa de sus campamentos y le señalaron: “Este fue en donde estuvo Iruegas.” Castañeda, sorprendido, únicamente preguntó: “¿Por qué no me avisaste, cabrón?”

Gustavo platicaba que cuando fue enviado a Nicaragua, a finales de 1978, el entonces canciller de México, Santiago Roel, le dijo: “Vaya usted y haga todo lo que pueda por esa gente y su revolución, cuidando las formas.” Esas fueron sus instrucciones y se las sabía de memoria, nunca se le olvidaron. Al llegar encontró una Managua incendiada, la insurrección en siete ciudades y grupos de jóvenes pidiendo asilo, primero diez, quince, veinte, hasta llegar a ser cientos de ellos. En su memoria quedaron los barrios bombardeados, los volantes que tiraban desde los aviones ofreciendo recompensa a quien entregara información para encontrar a los “subversivos comunistas leninistas”, el traje blanco de ceremonia que se tuvo que mandar a hacer para ir a saludar a Somoza, la creación del Grupo de los Doce y la entrevista de sus integrantes con el presidente José López Portillo, la llegada de Sergio Ramírez y varios de los miembros del Grupo de los Doce para asilarse en la embajada de México, la bandera del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) que custodió durante varios años.

Cada vez que conseguían cuarenta o cincuenta salvoconductos para los asilados, de México mandaban un avión del Estado Mayor que les llevara comida a la embajada: sacos de frijoles, latas, arroz y todo aquello que estaba dispuesto para las situaciones de emergencia y, de regreso, el avión se llevaba a los asilados. Gustavo narraba que, cuando esto sucedía, era un tanto surrealista, pues todas las mujeres salían arregladísimas, vestidas de rojo y negro, que eran los colores del Frente Sandinista.

Adentro de la casa dormían las mujeres, que eran menos, y afuera los hombres en tiendas de campaña de la Cruz Roja. Susie era quien administraba toda la cuestión de los asilados: cocinaba desayuno, comida y cena, junto con una señora que le ayudaba. Preparaban la comida en la residencia y la llevaban a las oficinas, que estaban a una cuadra y que pronto dejaron de funcionar como tales. Sólo permaneció el despacho de Gustavo y en el resto de la casa se distribuyó a la gente.

Contaba Gustavo que en el cumpleaños de Susie los asilados se organizaron para cocinar y prepararon un acto, con música y una pequeña representación dramática. Ya en la noche, alguien tocó a la puerta, y cuando fueron a abrir, vieron que se trataba de un muchacho y una muchacha que traían una caja. Adentro había un pastel que decía: “Felicidades doña Susie, FSLN.” Además, le regalaron unos rollitos con poemas, unas hojas de papel con las orillitas quemadas para que parecieran pergaminos viejos, y los canallas, decía Gustavo, también le habían escrito poemas de amor. Al final, una vez que el gobierno mexicano rompió relaciones con Somoza, acompañó a los asilados en su traslado a México en el avión Quetzalcóatl, concluyendo así su paso por Nicaragua.

Lo que más disfrutaba Gustavo durante su estancia en Buenos Aires era cruzar el río en ferry. Lo tomaba al atardecer y llegaba en la madrugada a Montevideo; ahora el cruce se hace en dos horas, pero en esa época duraba toda la noche. Decía que en Montevideo las calles eran anchas y había muchos carros viejitos, muchas carcachitas. Por ello, prefería ir a caminar con Susie los sábados o domingos en la noche, las calles desiertas, la gente en sus casas o en el cine, donde seguramente exhibían una película de Mario Moreno “Cantinflas”.

De Jamaica recordaba la llegada del huracán Gilberto que tiró 40 árboles en la residencia de la embajada, incluido un árbol gigante que ni siquiera entre tres personas hubieran podido abrazar el tronco, pero que afortunadamente no cayó encima de la casa sino que se inclinó hacia el otro lado. Relataba cómo la noche del huracán todos se fueron a dormir al coche, dentro del garaje, y ahí permanecieron hasta la una de la tarde. La llegada del ojo del huracán les permitió ver la salida de los pájaros y otros animales que se habían escondido, pero también pudieron darse cuenta de que el follaje que rodeaba la casa había desaparecido, y ahora el jardín estaba lleno de cosas de las casas vecinas que nunca habían visto. Comieron una sopa y se metieron a bañar. Al salir del baño, Gustavo encontró a Susie, a Ix-Nic y a una muchacha que trabajaba con ellos, deteniendo apenas una puerta de la sala, que finalmente el viento les arrancó. Todos de nuevo al garaje y luego a los cuartos a pasar la noche, a esperar que se alejara poco a poco la fuerza del huracán. De peores tormentas había salido bien librado y esta no fue la excepción.

Gustavo tenía una especial fascinación por los barcos y, siempre que pudo, tuvo una embarcación. Cuando estaba en Noruega se hizo de un velero, en el cual le gustaba mucho salir. A veces salían en grupo de la embajada, a veces con otros amigos, a veces únicamente con Susie y, a veces, él solo. Navegar solo le encantaba. Para él era una maravilla ver la puesta del sol a las once y media de la noche, y a las dos de la mañana la salida. Al final de su estancia en ese país, contagiado quizás por el espíritu de exploración de los noruegos, realizó con Susie un recorrido de quince días en el último viaje de un antiguo barco que llevaba correo, pasaje y carga a todos los pueblitos, hasta el Cabo Norte. Acostumbraba ir a escribir al comedor, al bar del barco, o a veces a un camarote, a transcribir en su laptop la historia de su tía, Josefa Iruegas, que según los documentos contenidos en un legajo del ramo de Inquisición del Archivo General de la Nación (AGN), había sido acusada de bruja. Para Gustavo, el libro que finalmente se publicó con el título de La complicidad de Coahuila, se refería a una historia de familia pero, también, a una historia del norte agreste de la colonia, de la miseria humana y de una institución imperdonable.

Estos son algunos de los recuerdos de Gustavo Iruegas, que he querido retomar para reafirmar la huella que ha dejado en la diplomacia mexicana, para valorar el coraje de un hombre comprometido con sus ideas y con la defensa de las causas justas, para compartir su sensibilidad ante el sufrimiento de quienes huían de la represión y la tortura, para apreciar su sencillez en la convivencia diaria, lo mismo con los asilados que con los amigos, para confirmar su pasión por la vida. Son los recuerdos que quiero conservar, para preservar su memoria e impedir el olvido.

Ahora sí lo vamos a contar todo

En diciembre de 2006 asistí a una mesa redonda sobre Cuba organizada en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Uno de los participantes era Gustavo Iruegas y, al terminar el evento, me acerqué a saludarlo. Fue entonces cuando le pregunté si estaría dispuesto a que yo lo entrevistara con la finalidad de hacer un libro en torno a su historia de vida. La idea era recoger su testimonio acerca de las distintas etapas de su carrera diplomática y, al mismo tiempo, reconstruir una parte de la historia de la diplomacia mexicana durante la segunda mitad del siglo XX. De inmediato me respondió que sí y, generosamente, estuvo dispuesto a recibirme en su casa para realizar las entrevistas al comenzar el siguiente año.

Durante varios meses, entre abril y agosto de 2007, me reuní con él casi todas las semanas. Lo primero que hizo fue darme su hoja de servicios y a partir de ella establecimos los temas en torno a los cuales conversaríamos. Además, en una de las primeras sesiones me dijo que él ya había empezado a escribir sus memorias y me entregó los archivos electrónicos relativos a sus primeros años, su ingreso a la Secretaría de Relaciones Exteriores y una parte de su misión en Cuba.

Quedamos de vernos todos los miércoles a las seis de la tarde y empezamos a platicar acerca de su experiencia como diplomático. De especial interés para mí resultaba su labor como encargado de negocios en las representaciones diplomáticas mexicanas en El Salvador y Nicaragua a fines de los años setenta y principios de los ochenta. Asimismo, deseaba escuchar el relato de su participación en las negociaciones con los dirigentes del movimiento zapatista en Chiapas a mediados de los años noventa. Este interés era compartido por Mario Vázquez Olivera, colega y amigo con el que desde hace más de una década he realizado una labor de equipo para investigar, enseñar y difundir los temas de la historia de Centroamérica y su relación con México. Por ello, le propuse a Gustavo Iruegas que Mario pudiera asistir a esas sesiones y aceptó con gusto. Su presencia contribuyó a enriquecer en mucho el desarrollo de la entrevista.

De la misma manera, en las sesiones dedicadas a temas caribeños y a lo relativo a las estancias de Iruegas en países de América del Sur, invité también con su anuencia a dos amigos y colegas más: a Laura Muñoz, investigadora dedicada al estudio de la historia del Caribe y su relación con México, así como a Pablo Yankelevich, investigador especialista en el estudio de la historia Argentina y el exilio argentino en México. Igualmente, su participación coadyuvó a una mayor profundización en los temas tratados durante esas sesiones.

Aunque al principio pensamos que conversaríamos durante dos horas cada semana, las reuniones se prolongaron y algunas de ellas duraron más de cinco horas. Gracias a la amabilidad de Susie, su esposa, pudimos continuar la plática acompañándola siempre de un té o un café, galletas, fruta, queso, huevo con migas y hasta mole de olla. Recuerdo con mucho gusto una de las sesiones, tal vez la más larga, la cual inició en la sala y terminó en la cocina, sentados todos alrededor de una mesa llena de ricas viandas.

En total se realizaron doce sesiones: una sobre política exterior y temas generales, una sobre Cuba, dos sobre Centroamérica, una sobre Chiapas, una sobre su experiencia en la maestría de la Secretaría de la Defensa Nacional (SEDENA), una sobre su estancia en Argentina, Brasil y Uruguay, otra sobre El Caribe, una sobre la Dirección de Protección Consular, otra relativa a su gestión como subsecretario para América Latina durante el sexenio de Vicente Fox y una más sobre el retiro y su vinculación con Andrés Manuel López Obrador, las cuales correspondieron a más de 40 horas de grabación. Entre ellas, es necesario destacar también la sesión dedicada a entrevistar a Susie, esposa y compañera de vida de Gustavo. En especial, la plática con Susie se centró en la manera en que ella colaboró para atender a los cientos de asilados en la embajada de México en Nicaragua a fines de 1978 y principios de 1979, así como su experiencia durante los años del inicio de la guerra en El Salvador.

Desde luego, para la realización de las entrevistas, además de mi conocimiento de la historia de la región centroamericana y de la política exterior de México hacia los países que la integran, realicé una labor previa de consulta acuciosa de la documentación relativa a la carrera diplomática de Iruegas, localizada en el Acervo Histórico Diplomático de la Secretaría de Relaciones Exteriores (SRE). Asimismo, con el fin de precisar una serie de temas y aspectos específicos de la gestión de Iruegas dentro del Servicio Exterior Mexicano (SEM), tuve también acceso a algunos documentos del archivo particular del entrevistado. Por ello, aunque el relato no está basado en este material, las referencias correspondientes a los documentos consultados aparecen en notas a pie de página a lo largo del texto, por tratarse de una rica documentación que confirma y complementa lo narrado por Iruegas. De manera paralela y con el fin de que la conversación pudiera ser más fructífera, leí también muchos de los artículos que publicó en La Jornada durante los años de su retiro.

Una vez concluidas las entrevistas acordé con Gustavo que, en cuanto tuviera listas las transcripciones, nos volveríamos a ver para que él las revisara y decidiéramos en conjunto qué cosas quedarían en el libro, aclaráramos dudas y abundáramos en aspectos que hubieran quedado pendientes. Por ello, a mediados de 2008 le mandé un correo electrónico pidiéndole una cita para que Mario Vázquez y yo fuéramos a conversar sobre algunos temas que consideramos que podrían enriquecerse. En ese momento él me respondió diciéndome que estaba por salir de viaje a Cuba para realizar un tratamiento médico pero que, a su regreso, podríamos encontrarnos nuevamente. Esto no pudo ser así. Iruegas ya no regresó a México y murió en La Habana el 22 de octubre de ese mismo año.

A partir de entonces decidí retomar la labor de transcripción y redacción del libro, no sólo por el interés tan grande que podría tener para los estudiosos de la historia de Centroamérica y de la política exterior mexicana, sino como parte de un compromiso moral para con él y su familia, que tan generosamente me acogieron, de dar a conocer el testimonio de un hombre íntegro, comprometido con las causas sociales y que tanto aportó al desarrollo de la política exterior mexicana a lo largo de más de tres décadas. Lamentablemente, Gustavo ya no pudo leer las transcripciones y menos aún la versión final del texto. Pero su testimonio fue tan claro y contundente, que no tuve dificultad para reconstruir la narración y darle la coherencia necesaria.

Concebido como un ejercicio de testimonio asistido, el relato aparece en primera persona y se tuvo mucho cuidado en dejar fuera los temas o asuntos que Gustavo señaló de manera expresa que no quería que aparecieran en el libro. Por lo demás, se incluye el testimonio completo de Iruegas, quien desde la primera sesión dijo: “Susie, ahora sí lo vamos a contar todo.”

El libro tiene una estructura cronológica y cada capítulo corresponde a los momentos relevantes tanto de su vida personal como de su carrera diplomática. El texto está dividido en doce capítulos: “Primera sangre”, en el que se relata la infancia y juventud de Gustavo Iruegas. “Aprendiz de brujo”, que aborda su ingreso al Servicio Exterior Mexicano (1965). “El caimán verde”, que hace referencia al periodo en que estuvo adscrito a la embajada de México en Cuba (1966-1968). “El pequeño escribiente florentino”, que narra los años durante los cuales estuvo adscrito a la embajada de México en Argentina, a la Delegación Permanente de la Organización de los Estados Americanos (OEA) en Washington y a la embajada de México en Brasil (1968-1975). “El Potrillo”, en el que cuenta sus experiencias de cuando estuvo, primero en la embajada de México en El Salvador como jefe de cancillería, y luego en la embajada de México en Nicaragua, esta vez como encargado de Negocios ad hoc (1975-1979). “Otra vez la guerra” refiere su retorno a la embajada de México en El Salvador, como encargado de Negocios interino (1980-1981). “Dos terremotos y un huracán”, en el que da cuenta de sus actividades cuando fue nombrado director general de Protección Consular y embajador en Jamaica (1981-1982 y 1985-1988). “Entre militares te veas”, en el que explica de manera detallada cómo fue designado para cursar la maestría en Administración Militar para la Seguridad Nacional, en el Colegio de Defensa Nacional de la Secretaría de la Defensa Nacional (1989-1990) y el desarrollo de esta maestría. “De San Diego a San Andrés”, en el que narra los acontecimientos que tuvieron lugar cuando fue designado cónsul general en San Diego, oficial mayor de la Secretaría de Relaciones Exteriores, comisionado para formar parte de la representación gubernamental en el Diálogo por la Paz en Chiapas y embajador en Noruega (1993-1999). “El último tramo”, que constituye el relato del periodo en que fue nombrado embajador en Uruguay, al final del gobierno del presidente Ernesto Zedillo (1999-2000), y subsecretario para América Latina y el Caribe en la Secretaría de Relaciones Exteriores durante los primeros años del sexenio del presidente Vicente Fox (2000-2003). “Aprender de la historia”, en el que explica lo acontecido cuando se retiró del Servicio Exterior Mexicano. Destacan sus actividades como articulista en el periódico La Jornada, y como profesor en la Universidad Iberoamericana (UIA) y en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. En especial, hace referencia a su papel como secretario de Relaciones Exteriores del gobierno legítimo de Andrés Manuel López Obrador. Por último, en el capítulo intitulado “La Potranca” se recoge el testimonio de Susana Iruegas, esposa de Gustavo, en particular lo relacionado con sus estancias en Centroamérica y la recepción de asilados en la embajada de México en El Salvador y Nicaragua. Al final se incluye una “Cronología” en la que se detallan los cargos que desempeñó Gustavo Iruegas en el Servicio Exterior Mexicano a lo largo de su carrera como diplomático, la cual permite al lector dar seguimiento a los principales acontecimientos.

Agradezco a Gustavo su generosa disposición a compartir conmigo su testimonio y a dedicar una parte de su valioso tiempo a hablar de sus experiencias pasadas. A Susie por estar siempre presente y ayudar a que las sesiones se desarrollaran en un clima cálido y familiar. En especial, le doy las gracias por permitirme el acceso al archivo personal de Gustavo Iruegas para seleccionar las fotografías que se incluyen en este trabajo, además de colaborar en la identificación de muchas de ellas. A Mario Vázquez, a Laura Muñoz y a Pablo Yankelevich por acompañarme en algunas de las sesiones y contribuir a enriquecer el diálogo con sus expertas opiniones y comentarios. A Silvia López y a Laura Baza por el acucioso trabajo dedicado a la transcripción de algunas de las cintas. A Hugo Martínez, por asistirme en el trabajo de investigación documental, y a Marisol Garzón por su ayuda para la organización de las imágenes. A Ana Covarrubias, Graciela de Garay, Fernanda Paz y Natalia Armijo por su amistad y apoyo a todo lo largo del proceso de elaboración del libro. Y al Bibo, mi esposo, por su paciencia y su disposición a escuchar siempre atento los fragmentos de las transcripciones que despertaban mi emoción y mi deseo de compartirlos.

Agradezco a Mario Vázquez por su invitación a participar en el proyecto PAPIIT intitulado “México ante el conflicto centroamericano, 1976-1996. Una perspectiva histórica”, en el marco del cual pude llevar a cabo la redacción final del libro. Asimismo, agradezco el apoyo del Instituto Dr. José María Luis Mora, del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe de la UNAM y del periódico La Jornada, en especial de su directora Carmen Lira, para la publicación y difusión de este trabajo.

Mónica Toussaint

Instituto Mora

15 de julio de 2013

PRIMERA PARTE INFANCIA Y JUVENTUD