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Debates presidenciales televisados en el Perú (1990-2011)

Una aproximación semiótica

Lilian Kanashiro

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Colección Investigaciones

Debates presidenciales televisados en el Perú (1990-2011).

Una aproximación semiótica

Primera edición digital, septiembre de 2016

© Universidad de Lima

Fondo Editorial

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Lima - Perú

Se prohíbe la reproducción total o parcial de este libro sin permiso expreso del Fondo Editorial.

ISBN versión electrónica: 978-9972-45-359-5

Prólogo

Es una gran satisfacción para mí acceder a la invitación con la que Lilian Kanashiro me ha honrado al solicitarme que prologue su libro Debates presidenciales televisados en el Perú (1990-2011). Una aproximación semiótica. En esta grata circunstancia, invito, por mi parte, a los estudiantes y a los estudiosos de los sistemas y procesos de significación política a leer atentamente este libro y a involucrarse en la prudente aventura que en él propone la autora. Se trata, en líneas generales, de comprender una de las puestas en escena más espectaculares y decisivas de la vida política moderna: los debates electorales televisados.

Me atrevo a usar el oxímoron «prudente aventura» porque encuentro un justo balance entre la minuciosa recopilación de antecedentes históricos internacionales y nacionales; y la aventura semiótica de configurar, en el último capítulo, un modelo de análisis e interpretación en el que se compatibilizan, no sin dificultad, las teorías de las prácticas semióticas –el modelo de seis planos de inmanencia– con las teorías sobre los regímenes de interacción: programación, manipulación, ajuste y accidente. Esa aventura, al final del libro, se convierte en la conquista de un nuevo modo de ver. En ella pondré énfasis.

En efecto, la práctica del espectáculo político, en este caso, la del debate preelectoral, se aprehende ahora bajo el prisma de un sistema conceptual original, complejo y riguroso. Desde un comienzo, se presta atención a la eficiencia y optimización de las prácticas entre las instancias discursivas de emisión y de recepción con vistas a dar cuenta de las formas de construcción y de representación de las identidades y de las identidades y de las alteridades políticas. Emergen así tres grandes áreas analíticas: la de los mecanismos de manipulación enunciativa inscritos en el lenguaje televisivo, la de los regímenes de interacción entre los actores representados y la del juego político de configuraciones y reconfiguraciones entre el «nosotros» y los «otros».

En la primera de esas áreas, se observa la combinación de dos lógicas determinadas por el formato de cada debate: la lógica de la propaganda y la de la confrontación. En realidad, la combinación de esas lógicas suele modularse desde la distinción hasta la confusión, ya que el mismo acto de persuadir para que A vote por B puede ser leído como acto de disuadir a A de que vote por C. Más aún cuando el debate, por sus códigos y formatos, aparece como una forma esclerosada, suspendida en el tiempo.

Las formas verbales del discurso se complementan con las formas plásticas y rítmicas, las cuales no son meros recursos fáticos. Las primeras son objeto de lectura, las segundas lo son de captación. De ahí que uno de los aspectos más sobresalientes del análisis resida en la captación discursiva de la gramática corporal de los candidatos, centrada en la cabeza, las manos y el torso; interesa en particular lo que se refiere a la gestión de la mirada: miradas directas al observador espectador, miradas vacilantes en las que cobra más presencia la figura del observador asistente al auditorio, miradas más articuladas con gestos y movimientos según el actante blanco. Se desprende un juego de valores semánticos que oscila entre la dominante propagandística y la de la confrontación.

En el marco de un formato estrictamente programado, esto es, regulado y controlado, el debate queda configurado como un espacio en el que se disponen y ejecutan tácticas diversas para manipular al contendor y a la audiencia, bien sea apelando a la motivación consensual o a la decisional. Los candidatos se mueven así dentro de un régimen de riesgo limitado. Asimismo, dentro del mismo formato programado y determinado exógenamente por los cánones del objeto-soporte, la televisión como institución, cada candidato se da maña para ceñirse a una especie de guion, esto es, para «jugar a la segura» neutralizando el riesgo y reproduciendo una programación propia, endotáctica, preparada con anticipación. Esas interacciones dejan ver, en acto, de acuerdo con la sensibilidad de los candidatos, una serie de ajustes, desajustes y reajustes que, en realidad, se relacionan más que nada con la gestión de los cuerpos. Si bien pienso que este análisis debió integrar las interacciones y no separarlas como reconociendo «tipos» de candidatos a partir de ellas, pues todos los participantes del ritual necesariamente recurren a programaciones, manipulaciones y ajustes, no dejo de reconocer el valor heurístico de esta aproximación.

En lo que respecta a la segunda de las áreas reseñadas, es clave el reconocimiento de una organización sintagmática estandarizada. La lógica de la propaganda articulada en la exposición representa el aspecto incoativo del debate: las cartas están sobre la mesa; la lógica de la confrontación, mientras tanto, articulada con réplicas y dúplicas, representa su aspecto durativo y terminativo; las cartas han sido jugadas.

En la lógica de la propaganda, el análisis detecta un régimen de asimilación del «otro», es decir, del virtual elector, a quien hay que educar y civilizar políticamente, ora convenciéndolo directamente, ora exponiendo argumentos para convertirlo a las propias filas, ora familiarizándolo por la vía del lenguaje coloquial.

En la segunda lógica, el «otro», es decir, el adversario actual, es sometido a un régimen de exclusión con una serie de estrategias de anulación política, llámeseles de desenmascaramiento, de revelación de «pecados mortales» en el pasado, o de una panoplia de denuncias de todo tipo. En esa dinámica de batalla «todo vale»: desde los ataques vinculados a la vida pública, pasando por la vida privada, hasta los que se refieren al fuero más íntimo. Se borran así los límites entre las esferas pública, privada e íntima.

Esos «juegos ópticos» dan lugar a una serie de confrontaciones modales manifiestas en ciertas expresiones verbales que, si bien no han sido agotadas en este análisis, estarían en condiciones de dar pistas de lo que pueden ser, más adelante, estudios exhaustivos sobre la degradación «circense» de la vida política. Si bien la lógica de la propaganda tiende a refinarse y a sofisticarse; al menos en nuestro medio, la lógica de la confrontación parece involucionar groseramente, guiada más por el hambre de poder que por la voluntad de servir.

En la última de las áreas, se retoma el juego político «nosotros»/«otros», esta vez para desmenuzar ese mundo ilusorio saturado de máscaras. En términos lógicos, se trata de colocar al adversario en el lugar del actante contradictorio o incoherente; pero como esas imputaciones son recíprocas, asistimos a una «competencia de camaleones», a una danza de apariencias y de contraapariencias en las que el sujeto, instalado en un ideal de inmutabilidad intemporal, «pinta» al antisujeto como un oportunista que muta en el tiempo de acuerdo con las circunstancias que se van dando. En este punto, se halla un importante aporte de Lilian Kanashiro, que puede ser interpretado como una severa denuncia racional: constata que ese modo de encarar el «diálogo» electoral, al prohibir radicalmente la evolución, el cambio, identifica soterradamente la praxis política con el dogma; en efecto, en este mundo suspendido en el tiempo, tolerancia, diálogo, apertura, flexibilidad, valores esenciales de una vida política madura, devienen antivalores.

Otra denuncia que resalta a este nivel es el resultado de configurar al «otro» como amenaza para el sistema político en su totalidad. El terrorismo discursivo y la satanización llegan a ser formas reiteradas de construcción apocalíptica que sitúan a los electores en un proceso político frágil confrontado con un riesgo permanente. Ese modo infantil de hacer política se basa así en la sistemática producción discursiva de sensaciones de peligro e inestabilidad encarnadas en el rival antes que en argumentos expuestos racionalmente. El simulacro extremista de la democracia amenazada que «se juega la vida» en cada proceso electoral, que debe optar dramáticamente por su salvador o por su verdugo, se instala en los discursos confrontados: cada candidato se convierte en adalid de la seguridad del sistema, relativizando así la libertad, la pluralidad, la deliberación; y, sobre todo, la legítima discrepancia característica de una forma de vida realmente democrática.

En la lógica de la propaganda, el «otro», virtual elector que quiere y debe votar, pero que interesa en cuanto tiene el poder de convertir a uno de los candidatos en presidente, es interpelado mediante estrategias afectivas de asimilación («hermano», «compatriota», «trabajador», «trabajadora», etc.) que lo colocan modalmente en el no-saber y en el no-poder (tocado por la carencia). El correlato temático de esa modalización es el sujeto que demanda afecto y conocimiento. De ahí que el candidato se transmute en amable «docente». He aquí otra denuncia: lamentablemente prima un «otro» a quien seducir frente a un «otro» al que habría que convencer racionalmente. La campaña electoral se asemeja así a un proceso publicitario en el que se venden productos a un consumidor antes que a un proceso articulado por razonamientos claros y distintos expuestos a un ciudadano.

El déficit de institucionalización de los partidos políticos y, por tanto, de representatividad orgánica de los mismos da lugar a una fuerte personalización que, en tiempos electorales, recarga la figura del candidato improvisado, sin experiencia electoral previa. Este fenómeno se ha hecho global. A este respecto, resulta sintomática la etimología de candidato: el término en cuestión remite a «cándido», «blanco», «sin malicia», esto es, a un espacio vacío, aún no marcado, neutro, expuesto. En el mundo grecolatino los candidatos se vestían con toga blanca. Se era candidato en la medida en que la elección, la marca, no se había dado aún. Eso nos lleva a pensar que si los partidos fuesen instituciones orgánicas de la vida política, entonces, en la elección nacional se confrontarían sujetos ya marcados, ya distinguidos por una comunidad significativa de votantes de la que serían legítimos representantes. Al no ocurrir esto, las figuras, e incluso los íconos, de las personas que postulan a la presidencia dan lugar a valores semánticos típicos del «caudillismo» o del «mesianismo», es decir, a valores extraños a la democracia como forma de vida que emerge desde instituciones políticas denominadas partidos ‘partes de un todo’. Llama la atención que esa evidente degeneración forme parte de la modernización de la política. Sea como fuere, coherencia, seguridad, saber y poder son, obsesivamente, los valores predominantes que dan forma política a ese «nosotros» que pugna por ocupar el centro del campo de presencia electoral.

La perplejidad ante ciertos efectos perversos de la modernización de las prácticas políticas lleva a insistir en el carácter espectacular del debate electoral; la fascinación ideológica de la imagen se ha convertido quizá en el instrumento más eficaz en el trabajo mítico de «conversión de creyentes». Y esa fascinación ha crecido exponencialmente con las redes sociales. Hace ya bastante tiempo, Barthes (1981) advertía:

Subrayando la noción de clima físico con toda la violencia mítica que supone (fotogenia, telegenia, audiogenia, etc.), así como el fondo paternalista que infantiliza al ciudadano, ampliaría la reflexión de Barthes hacia lo icónico en general, hacia todo aquello que es elipsis y que tiende a reducir el recorrido temático del (e)lector a un mero estado de ánimo. La avalancha de intimidad y ecología afectiva se lleva de encuentro cualquier recurso intelectual, por más válido que este sea. De ese modo, algo irracional extensivo a la política hace que sus representaciones estén impregnadas de móviles antes que de proyectos. El espectador, virtual elector, está ante distintos especímenes, dispuestos en un espectro, que aparecen ante él como si se tratase de un campeonato. Duda, coteja, especula; se identifica luego con el espécimen que más lo ha impactado afectivamente, lo convierte en espejo, en cómplice de sus deseos, pasiones y temores.

Hablar de espectáculo no es referirse solamente al debate, sino a todo lo que lo rodea. El contexto está en el corazón del lenguaje. La elección puesta en horizonte es tratada por los medios como un «juego que hay que ganar». Se opera así con el esquema «voto ganado vs. voto perdido». La pragmática del juego invade todo. Pero no se trata de cualquier juego, se trata de un juego ofrecido como «fiesta democrática» que todos celebramos («nosotros» mayestático machacado por los medios). Los vaivenes de los pronósticos, de los prejuicios, de lo fortuito. Reino de la conjetura, de la elucubración; en suma, de la especulación. Hasta astrólogos y adivinos han tomado la palabra con sus pirotecnias textuales. Las encuestadoras computan sin cesar las oscilaciones de la popularidad de los candidatos. Se habla del favorito como del puntero en una imaginaria tabla de posiciones: pululan las figuras de la hípica, del deporte. ¿Y al día siguiente del debate por qué está preocupada la teleaudiencia? Pues por saber quién «lo ganó».

Greimas (1982), con su notable perspicacia, recordaba que «una danza folclórica, instalada en la escena como espectáculo, deja de ser una comunicación participativa del actante colectivo y se transforma en un hacer-ver dirigido al observador-público» (p. 290). Se reconoce, entonces, que es imposible que los debates electorales dejen de ser un espectáculo o se conviertan como por arte de magia en comunicación participativa, pero eso no es óbice para hacer que una sociedad civil vigilante, de la que forman parte los técnicos audiovisuales y los científicos de la política, tome el control del dispositivo enunciador televisivo y de su lenguaje para garantizar un mínimo de información pertinente con vistas a que los electores tomen decisiones más racionales. En ese sentido, un observatorio ciudadano acataría algunas de las útiles recomendaciones finales de Lilian Kanashiro y quitaría algunas armas a ese ritual antiintelectual que escamotea la política entendida como cuerpo de problemas y de soluciones. Por cierto que esos intentos de mejora del debate caerían en saco roto si no hay un verdadero cambio que eleve la calidad educativa en nuestro país.

Creo que este libro marca un punto de no retorno en la investigación de los debates electorales televisados. A partir de su rigor formal controlado por los planos de inmanencia (signos, enunciados, soportes, prácticas, estrategias, formas de vida), hay clara conciencia de que los debates valen como experiencia, como fenómeno que configura un ethos político. Y de que ese valor debe ser acrecentado. Es difícil mantener el nivel de calidad de los contenidos ofrecidos, por ejemplo, en un medio académico, a una élite profesional y homogénea, cuando se tiene la necesidad de ofrecerlos también en un medio de comunicación social a una audiencia masiva y heterogénea. La calidad se nivela hacia abajo. La democratización cobra así un alto precio en cuanto obliga a degradar la calidad de los contenidos. La utopía estaría en difundir la mejor calidad de contenidos a la mayor cantidad de teleaudiencia.

Un trabajo de análisis e interpretación como el ofrecido aquí no pierde de vista ese horizonte utópico, axiológico, ético. Se trata de evolucionar a una forma de vida argumentativa colectiva (una macroescena compartida por toda una cultura). El tiempo de la argumentación no es el del texto, sino el de la acción; es en realidad el tiempo de su praxis enunciativa. Si bien en el debate, en cuanto género deliberativo, esa praxis mira predominantemente hacia el futuro, hacia lo que se va a realizar, hacia las programaciones de la acción política, y expresa entonces una actitud existencial fundada en una prospectiva, también es cierto que, en su aspecto forense, retrospectivo, no deja de mirar al pasado para medir y evaluar la ejecución de las cosas, para extraer lecciones de las experiencias vividas; y, en su aspecto epidíctico, en una perspectiva concomitante, se ocupa del presente de los valores, de lo actualizable en el presente, de lo que es presentable o representable (Fontanille, 2014, pp. 125-128).

Urge, pues, moderar los excesos de la espectacularización y ponderar con criterio el valor del debate público como acción política común. Este trabajo provoca la apertura de espacios de análisis, de interpretación y de reflexión; como tal, es el eslabón inicial de una cadena de esfuerzos orientados a la comprensión y mejora de los debates electorales televisados, entendidos como procesos que crean las condiciones más favorables para una decisión racional.

Para terminar, reitero mi recomendación a los investigadores de la vida social y política: aquilaten este valioso aporte incorporándolo como instrumento de comprensión de una problemática central en lo que debe ser una forma de vida cada vez más participativa y democrática.

Óscar Quezada Macchiavello

Referencias

Barthes, R. (1981). Mitologías. México D. F.: Siglo XXI.

Fontanille, J. (2014). Prácticas semióticas. Lima, Perú: Fondo Editorial de la Universidad de Lima.

Greimas, A. J. (1982). Semiótica. Diccionario razonado de la teoría del lenguaje. Madrid, España: Gredos.

Índice

Prólogo

Introducción

Capítulo I. Los debates electorales televisados

1. Los debates como aprendizaje político y sus efectos

2. Las negociaciones detrás de los debates

3. El formato de los debates

4. El primer debate televisado: Nixon vs. Kennedy

5. Debates electorales televisados en Estados Unidos

6. Debates electorales televisados en Francia

7. Debates electorales televisados en España

8. Debates electorales televisados en Brasil

9. Debates electorales televisados en México

Capítulo II. Los debates electorales presidenciales en el Perú (1990-2011)

1. El primer debate (1990): Fujimori vs. Vargas Llosa

2. ¿Hubo debate electoral en 1995?

3. Debate electoral de 2001: Toledo vs. García

4. Debate electoral de 2006: García vs. Humala

5. Debates electorales de 2011

5.1 Primera vuelta: ¿todos contra todos?

5.2 Segunda vuelta: Humala vs. Fujimori

6. Los temas del debate

6.1 Línea económica

6.2 Línea política

6.3 Línea de seguridad

7. Perspectivas futuras

7.1 La institucionalidad del debate

7.2 ¿Cuántos debates son posibles? ¿Más debates?

7.3 Mejora del formato: espontaneidad vs. cálculo

7.4 Seguimiento posdebate y poselecciones

Capítulo III. Aproximación semiótica a los debates electorales televisados

1. El modelo

1.1 ¿Por qué elegir este modelo?

2. La centralidad de la práctica en los debates electorales presidenciales televisados

3. La escena práctica: entre la emisión y la participación

3.1 Eficiencia y optimización de la emisión en vivo

3.1.1 Rupturas de lo cotidiano

3.1.2 Transmisión en cadena y homogeneización de la identidad del destinador

3.1.3 Continuidad y sincronía temporal

3.1.4 Segmentación televisiva

3.1.5 La ruptura del equilibrio escénico por la televisión

3.2 Eficiencia y optimización de la participación de los candidatos

3.2.1 Hacerse esperar

3.2.2 La amenaza

3.2.3 Cuerpos atrapados en el podio

3.2.4 Imprevisibilidad: el ajuste en acto o la imposición de la programación

3.3 Eficiencia y optimización compartida entre la emisión y la participación

3.3.1 Ritmo narrativo de la práctica: entre la mesura y la modorra narrativa

3.3.2 La voluntad pasiva del broadcaster y la resistencia pasiva de los candidatos

4. Texto-enunciado: el debate

4.1 Interacciones unilaterales

4.2 Formatos de interacción

4.2.1 Interacción entre candidatos

4.2.2 Interacción entre candidatos y la ciudadanía representada

4.2.3 Interacción de cierre y despedidas

5. Figuras I. Los candidatos

5.1 Gramática corporal

5.2 Mirar a la cámara, a la audiencia, a mí

5.2.1 Alberto Fujimori: exrector

5.2.2 Alan García: expresidente

5.2.3 Ollanta Humala: excomandante (versión 2)

5.3 Miradas vacilantes: entre la cámara y el auditorio

5.3.1 Mario Vargas Llosa: escritor

5.3.2 Alejandro Toledo: expresidente

5.3.3 Ollanta Humala: excomandante (versión 1)

5.4 Candidatos bisagra: gestionando la mirada

5.4.1 Pedro Pablo Kuczynski: exministro

5.4.2 Keiko Fujimori: ex primera dama

5.4.3 Luis Castañeda: exalcalde

5.4.4 Ollanta Humala: excomandante (versión 3)

5.5 De los candidatos y sus interacciones

5.5.1 Candidatos manipuladores

5.5.2 Candidatos programados

5.5.3 Candidatos en ajuste

5.5.4 Dispositivos de inscripción

6. Figuras II. Expresiones verbales

6.1 Los moderadores: en busca de la altura política

6.2 Narrativas paralelas: entre la confrontación y la propaganda

6.3 Yo soy: declaración de identidades

6.4 Estrategias figurativas para el contacto

6.4.1 El espacio como un saber

6.4.2 «Tener calle», estrategias de familiarización

6.5 Estrategias de batalla: cómo golpear a un candidato

6.5.1 Desenmascarando al «otro»

6.5.2 El pasado como condena

6.5.3 Dime con quién andas: los aliados

6.6 Interacciones verbales: reorientaciones del sentido

6.6.1 Resemantización

6.6.2 El acoso

6.7 Formas de despedidas

6.7.1 Golpes finales

6.7.2 Despedidas autobiográficas

6.7.3 La gran oportunidad

Conclusiones

Referencias

Introducción

Qué son los debates electorales y el porqué de su relevancia

La noche del 3 de junio de 1990, luego de un intenso debate entre el escritor Mario Vargas Llosa y el ingeniero Alberto Fujimori, estaba por finalizar el primer debate electoral presidencial televisado en la historia peruana. Durante su última intervención, el ingeniero Fujimori, después de una reflexión, señaló que estaba obligado a hacer una denuncia. Mostró ante cámaras la portada de un periódico peruano que anunciaba la victoria del escritor Vargas Llosa en el debate cuando aún no había concluido. En una expresión irónica, el candidato señaló: «¡Cuánto han progresado las comunicaciones en el mundo!», lo que arrancó las risas de todos los presentes en el auditorio.

La escena resulta sumamente ilustrativa del momento que se vivía en el Perú. Ese momento estaba siendo transmitido en vivo por radio y televisión a todo el país. Un candidato sostenía un supuesto ejemplar de un diario popular e ironizaba sobre el desarrollo de las comunicaciones; los debatientes eran dos candidatos que mucho antes de sus campañas electorales habían conducido programas de televisión; sin contar con las repercusiones que las elecciones de 1990 tendrían para la historia política del país. Son raros los momentos en los que la intensidad mediática puede estar tan concentrada en tan pocos segundos. No hay signo más genuino de la integración de los medios de comunicación a la política peruana.

Sin embargo, mientras otros países han contado con siglos para esa integración, en el caso peruano hemos vivido esos procesos de manera acelerada en cuestión de años, razón por la cual nuestras frágiles instituciones políticas no terminan aún de adecuarse cuando otras innovaciones tecnológicas ya están acechando a nuestro alrededor. Dicho de otra manera, no hemos terminado de comprender en profundidad los alcances de la televisión cuando internet y las redes sociales entran sin tocar la puerta. El presente texto es el resultado de una investigación de carácter longitudinal que ha tomado como objeto de análisis los debates electorales presidenciales televisados en el Perú (1990-2011) y como objeto de estudio las prácticas semióticas.

¿Qué es un debate electoral?

Junto con la publicación de los sondeos de preferencia electoral, los debates electorales televisados constituyen uno de los fenómenos mediáticos que concitan mayor atención en las campañas electorales. Como todo ritual, los debates electorales están rodeados de mitos, devociones y decepciones.

Los debates electorales televisados constituyen, hoy en día, una de las expresiones más claras de la mediatización de la política (Gauthier, 1998, p. 394). No obstante, los procesos de mediatización en la sociedad peruana no actúan de modo uniforme en todos los espacios ni en todas las prácticas sociales (Verón, 2001, pp. 15-42). En esa misma lógica, dichos procesos son abiertos, dado que con cada avance tecnológico se modifica la concepción de los eventos políticos. No cabe duda de que las computadoras e internet están alterado los procesos políticos y la manera como las campañas han sido manejadas (Kraus, 2000, p. 8).

Los debates electorales televisados pertenecen al campo de estudio de la comunicación política. En tal sentido, la conceptualización del debate electoral puede destacar su relación con la comunicación, lo que subraya su carácter de género periodístico orientado hacia el infoespectáculo (Marín, 2003, p. 213) o el carácter de su producción mediática (Schroeder, 2008). Pero, a su vez, la conceptualización puede poner el énfasis en su relación con la política, entendiéndose que el debate electoral es ante todo una herramienta útil para la consolidación de la democracia, la cual debe estar basada en decisiones informadas (Echeverría-Victoria y Chong-López, 2013, pp. 344-352). En ambas orientaciones se rescata el común denominador de identificar el debate como una fuente de información que, a diferencia de otras fuentes presentes en la campaña electoral, se caracteriza por la relación directa entre políticos y electores (Vasconcellos, 2011, p. 2).

Pero en este punto cabe preguntarse: ¿cuáles son los rasgos mínimos que debe reunir dicho acontecimiento para ser calificado como un debate electoral? Al final de cuentas, ¿qué es un debate electoral? Desde la perspectiva asumida por este estudio, considero que el debate electoral debe reunir tres características básicas: interacción entre los participantes, estar inserto en la campaña electoral y ser organizado por un ente neutral e independiente.

Interacción entre participantes

De acuerdo con la Real Academia de la Lengua Española, el término debate puede tomar dos significaciones formales más o menos compatibles entre sí. Por un lado, es «controversia o discusión», y por otro lado, significa «contienda, lucha o combate» (2001). A ambas las une un rasgo común: la interacción competitiva. Sin interacción no hay debate en sentido general, sin confrontación tampoco. Es decir, se acepta o asume que los contendientes tienen posiciones diferentes; si no fuera así, si todos los participantes tuviesen la misma posición, no cabría la necesidad de un debate. El debate guarda en su naturaleza un carácter competitivo.

En la amplitud de la definición planteada, la relación entre entrevistador y entrevistado puede ser un debate, una discusión en un bar entre amigos puede ser un debate, un seminario académico puede ser un debate; siempre y cuando los participantes interactúen entre sí; tengan opiniones, juicios y afirmaciones diferenciadas; y compitan por demostrar la calidad de sus posiciones. Si los participantes no interactúan entre sí o, lo que es peor, se ignoran entre ellos, no hay debate.

Si los candidatos solo dicen lo que van a hacer, pero no interactúan entre ellos, ignorándose mutuamente como una manera de evadir el conflicto: ¿califica como debate? Este es un aspecto controvertido, sobre todo para aquellos que observan con especial cuestionamiento el carácter conflictivo que puede adquirir el debate electoral y la competencia electoral, en general; asimismo, aprecian el debate como fuente de información al elector. Probablemente, esta será la característica que más discusión traiga sobre una definición del debate electoral y que ha sido recogida en varios espacios de discusión donde los avances preliminares han sido expuestos. Desde la perspectiva que asume este estudio, considero que un debate electoral debe mínimamente incorporar la intención de interactuar con los competidores, y que dicha interacción suele ser regulada por el formato del debate.

Como bien se sabe, los significados no se regulan solo por la normativa de la lengua natural. La práctica o puesta en escena puede revelar alteraciones notables en ese sentido. Así pues, cuando el habla entra en juego, se encuentra la posibilidad de llamar debate a algo que carece de interacción o que se halla sumamente programado, al punto de anular cualquier posibilidad de competición. Ante este escenario, cobra valor este tipo de intervenciones analíticas, que permite desmitificar las obviedades de las prácticas sociales.

En campaña electoral

La práctica que convoca este estudio no es un debate en el sentido general del término. El adjetivo electoral entra en escena. Un debate electoral requiere como segunda condición mínima desarrollarse en el contexto de una campaña electoral. Esto significa que en la vida social existen infinidad de debates, pero no necesariamente son debates electorales. Se puede citar como ejemplo el debate sobre la reforma universitaria o el debate sobre la eutanasia; ambos se dan fuera del contexto electoral, aunque eventualmente podrían ser considerados dentro de los temas de un debate electoral. Son debates, mas no electorales. Ahora bien, siempre existen puntos ciegos o excepciones: si en la comunidad política se está discutiendo una reforma del sistema electoral, a ello podría llamarse debate electoral, pero en un sentido diferente.

El hecho de que un debate electoral deba estar inserto en una campaña electoral trae ciertos conflictos: ¿cuándo empieza la campaña electoral? En el caso peruano, el proceso electoral se inicia oficialmente con la convocatoria a elecciones por parte del presidente de la República con una anticipación de 120 a 150 días (Ley Orgánica de Elecciones, 1997). No obstante, las campañas electorales impulsadas por los partidos políticos en competencia empiezan con mucha más antelación que el proceso electoral. Otros podrían postular que las campañas tienen como punto de partida la publicación de los primeros sondeos con casi un año de anticipación. ¿O las campañas electorales comienzan con las primarias o la puesta en ejecución de los mecanismos de selección y nominación de candidatos al interior de los partidos? Incluso algunos investigadores sostienen que la campaña electoral ya no responde a procesos con inicio y fin, sino que vivimos permanentemente en una campaña electoral.

En el caso de lo que se ha denominado debates electorales, la institucionalización del acontecimiento permite eliminar las ambigüedades anteriormente citadas. Estos debates se efectúan no solo en el marco de las campañas electorales, sino en fechas muy cercanas a las elecciones. También cabe señalar que en la mayoría de las experiencias se realizan varios debates electorales, aunque uno adquiere mayor visibilidad.

Dicho esto, los debates electorales pueden clasificarse en nacionales y subnacionales, según el tipo de representación que se somete a elección. Los debates electorales nacionales son aquellos en los cuales los participantes compiten para ser representantes de nivel nacional: presidente, primer ministro (en sistemas parlamentaristas) y congresistas. Los debates electorales son subnacionales cuando se busca elegir representantes de nivel subnacional, como presidentes regionales, alcaldes provinciales y distritales. De vuelta al punto inicial, un segundo requisito mínimo para que un acontecimiento pueda ser calificado como debate electoral es que se desarrolle dentro del contexto de una campaña electoral.

Organización independiente

Un tercer rasgo importante para caracterizar los debates electorales es que son organizados o promovidos por agentes que no compiten en la campaña electoral. Si un partido decide organizar un debate, no suele ser considerado un debate electoral. Lo que sí puede suceder, y sucede, es que un candidato convoca o desafía a otros candidatos a debatir, pero esto no es más que una provocación. Cuando esto ocurre, se entiende que no será ese candidato el organizador del debate, sino que la organización debe ser asumida por un agente imparcial. Los agentes promotores u organizadores pueden ser de tres tipos: asociaciones civiles, empresas (medios de comunicación, por ejemplo) o instancias estatales. Cualquiera que sea el agente organizador, se requiere que este demuestre neutralidad e independencia.

Dadas estas tres características mínimas que debe tener cualquier práctica para ser considerada un debate electoral, se agrega un cuarto rasgo que no se considera esencial en el marco pluralista sobre el que se apoya este estudio: el debate electoral puede ser transmitido por un medio de comunicación (televisión, radio, prensa, medios digitales). No se lo incluye como un requisito mínimo, en virtud de las decenas de debates electorales que reúnen las tres condiciones anteriormente señaladas y que considero que pertenecen a la dinámica que adquieren las campañas electorales. No todo debate electoral se transmite por medios de comunicación; la riqueza deliberativa no puede ni debe reducirse a aquello que se mediatiza; sin embargo, no es posible negar la relevancia que el debate adquiere cuando se emite por algún medio de comunicación.

En este punto, se puede afirmar que un debate electoral debe reunir como rasgos mínimos: la interacción competitiva, su inserción en la campaña electoral y la organización de un agente independiente. El presente estudio se concentra en los debates electorales presidenciales televisados; esto significa que la historia de los debates electorales en el Perú será evaluada a la luz de la conceptualización que se acaba de hacer.

Tendencias académicas en el estudio de los debates electorales

Una revisión bibliográfica de la literatura académica da cuenta de varias tendencias en el estudio reciente de los debates electorales. En primer lugar, existe un interés por sus efectos en la definición del voto que se ha desarrollado en los «estudios de recepción», que toman en cuenta variables generacionales, sociodemográficas o predisposiciones políticas (Domínguez, 2014, p. 11; Domínguez, 2011, p. 108; Luengo, 2011, p. 86). Los estudios sobre los efectos han logrado demostrar que los debates electorales, más que producir un cambio en la orientación del voto, básicamente refuerzan decisiones electorales ya tomadas. No obstante, los referentes de estos estudios son norteamericanos y resulta conveniente contrastar esta afirmación en contextos con mayor volatilidad y en sistemas electorales mucho más competitivos (Canel, 1998, pp. 62-64; Luengo, 2011, p. 93).

En segundo lugar, se encuentran los análisis de contenido cuantitativos centrados en las estrategias discursivas verbales (Echeverría-Victoria y Chong-López, 2013, pp. 352-354; Glantz, Benoit y Airne, 2013, pp. 278-280; Téllez, Muñiz y Ramírez, 2011, pp. 258-262). No deja de ser paradójico que los análisis de contenido se hayan centrado tanto en el discurso lingüístico cuando la gran crítica sobre los debates es la excesiva importancia de la imagen en desmedro de lo que se dice. Sin embargo, un estudio dedicado al caso alemán se pregunta por el predominio de lo visual en la comunicación política; en contra de lo que comúnmente se especula, lo verbal prevalece en la apreciación de los televidentes. Estos hallazgos, como los mismos investigadores señalan, deben ser contrastados en otros contextos culturales (Nagel, Maurer y Reinemann, 2012, pp. 13-14). Finalmente, se pueden mencionar análisis de contenidos que han prestado más atención a otros componentes del debate, como el audiovisual (Quintas y Quintas, 2010) o el corporal (Stewart, 2010).

En este marco diverso, he decidido centrarme en el propio terreno de la comunicación política y darle un espacio importante a la reflexión sobre el debate electoral como discurso mediático. Y, en ese sentido, es imposible ignorar un detalle importante: la televisación del debate. Sostengo que el componente audiovisual propio de la televisación puede desvirtuar el concepto de debate definido anteriormente. Por eso, el análisis y la reflexión sobre el dispositivo enunciador televisivo y los alcances de su optimización como práctica discursiva ocupan un rol importante en el orden de un régimen de visibilidad que ilumina ciertos aspectos y oscurece otros.

Si se asume un debate electoral como una interacción cara a cara entre los candidatos en competencia, ¿qué sucede cuando el lenguaje audiovisual niega tal definición? ¿O cuáles son los aportes en materia de significación del componente audiovisual? A las condiciones mínimas planteadas en la primera conceptualización se debe agregar una definición de carácter discursivo que surge como consecuencia de la mediatización de este; el debate electoral televisado es la suma de componentes verbales y gestuales, de una interacción pactada entre candidatos, de un formato audiovisual, de prácticas y de estrategias de optimización.

Relevancia de los debates electorales: ¿información vs. confrontación?

Son pocos los que ponen en duda la importancia de los debates electorales televisados en el contexto de las campañas electorales. Para algunos, la particularidad del debate televisado es la carencia de filtros o intermediaciones dadas por la prensa o los analistas expertos (Luengo, 2011, p. 82). Sin embargo, estudios con diversos enfoques señalan y cuestionan los debates por la calidad de información a la que remiten (Domínguez, 2014, pp. 20-21; Echeverría-Victoria y Chong-López, 2013, p. 344). Como se ha adelantado en líneas anteriores, la definición de debate revela una relación entre información y confrontación; y la discusión sobre lo que un debate debería ser convierte dicha relación en una tensión entre la función de propaganda (información) y la función de confrontación (conflicto).

¿Qué debería ser un debate? ¿Cómo resolver dicha tensión? Si el debate debería ser una fuente de información para un voto razonado, las estrategias discursivas como la aclamación o los denominados common places serían los más adecuados para esos fines. Si el debate debería ser una confrontación, los ataques y ciertas formas espectacularizadas serían las más idóneas (Domínguez, 2014, p. 20; Luengo, 2011, p. 91; Téllez et al., 2010, p. 261). Algunas reflexiones en el marco de la comunicación política inclinan la balanza hacia la idea del debate como una fuente de información que contribuya al fortalecimiento de la institucionalidad democrática.

La discusión que se propone en este estudio presupone la desmitificación de algunos aspectos relacionados con la televisión:

No es posible comunicar todo un plan de gobierno a través de la televisión. ¿Cuántas horas de televisión se requieren para exponer el plan de gobierno de un solo candidato? ¿Cuántas horas de atención puede soportar la audiencia?

En el ámbito de los debates electorales, ¿solo son comunicables los planes de gobierno o promesas electorales? ¿Se ha escuchado a algún candidato invitar a la audiencia a visitar los locales partidarios para obtener más información?

La comunicación de las ideas políticas no solo pasa por las expresiones verbales. Se debe tener en cuenta que el lenguaje televisivo audiovisual involucra aspectos como la imagen y la gestión del contacto.

Estos aspectos abren varias preguntas que es necesario formular: ¿la confrontación está totalmente divorciada de los nobles intereses políticos? ¿El conflicto solo puede conducir a la banalización? ¿Y qué pasa si el espectáculo no es únicamente entretenimiento y cosmetología electoral? Resulta interesante tomar en cuenta el llamado a una revaloración del conflicto en el marco de los debates electorales como generadores de información que permitan a los electores identificar claras diferencias entre los candidatos (Téllez et al., 2010, p. 266). No hay que olvidar que los procesos electorales son competitivos. Asimismo, es necesario tomar en cuenta la distinción que lleva a cabo el análisis funcional del discurso entre los ataques en el debate electoral: los que van contra las cualidades del candidato o los que se dirigen a las políticas que se proponen (Glantz et al., 2013, p. 279). Esta distinción puede permitirnos discriminar la calidad del conflicto de acuerdo con el objetivo que pretende alcanzar.

Un enfoque semiótico

En términos generales, una investigación puede tener tres tipos de impulsos: llenar un vacío existente, extender los estudios que se han realizado con respecto a un fenómeno aportando como novedad un enfoque metodológico que no ha sido utilizado antes, o refutar los planteamientos previos. En cuanto a los debates electorales, llama la atención los escasos estudios acerca del caso peruano. En cambio, para otros países de la región, así como para países europeos, los estudios son numerosos y de diversos enfoques teóricos. Así pues, se abre la necesidad de recuperar el tiempo perdido y estudiar dichos discursos en el Perú como un camino de autocomprensión política. Por otro lado, la inmensa variedad de estudios relacionados con los debates electorales no dejan de ser fragmentados; es decir, se concentran en un proceso electoral, en alguna figura política emblemática, de modo que se pierde de vista el horizonte histórico que une un debate con otro.

Tomando en cuenta las consideraciones previamente establecidas, me he planteado los desafíos de estudiar en profundidad el caso peruano desde una perspectiva longitudinal y un enfoque metodológico integrador. Me he preguntado: ¿cuáles han sido las formas de construcción y representación de las identidades y alteridades políticas en los debates electorales presidenciales televisados en el Perú?, interrogante que me llevó a formular como objetivo el análisis de la evolución de los mecanismos de manipulación enunciativa, los regímenes de interacción entre los actores representados y las configuraciones intelectuales y afectivas tanto del «nosotros» como del «otro» político en los debates electorales peruanos.

La pregunta principal de investigación requiere ser desglosada en preguntas específicas, dado que no hay estudios precedentes de corte semiótico que permitan formular y contrastar hipótesis concretas. Por tanto, me concentraré en tres aspectos: la puesta en escena, las formas de interacción y la proyección del «nosotros» y el «otro» político. Con relación a la puesta en escena, me pregunto por la evolución de los mecanismos de manipulación enunciativa propios del lenguaje televisivo. En segundo lugar, por la evolución de las formas de interacción y de los regímenes de significación contenidos. Y, finalmente, por la evolución en las formas de construcción y proyección del «nosotros» político y del «otro» político.

El enfoque seleccionado para el estudio del dispositivo enunciador televisivo pertenece al ámbito de la semiótica de las prácticas, heredera de la semiótica francesa. El modelo orientador del estudio toma como principio base la integración de diferentes planos de inmanencia o semióticas-objetos representados en el siguiente esquema:

Planos de inmanencia

Signos o figuras

Texto-enunciado

Objeto

Práctica

Estrategia

Formas de vida

Fuente: Prácticas semióticas (Fontanille, 2014)

Ello se complementa con los regímenes de interacción propuestos por Landowski, con especial atención en los regímenes de la programación y el ajuste (Landowski, 2009). Desde este enfoque, postulo que un debate electoral televisado involucra una variedad de planos.

Planos de inmanencia

Debates electorales televisados

Signos o figuras

Expresiones verbales y gestuales de los candidatos

Texto-enunciado

Interacción entre candidatos

Objeto

Imagen televisiva

Práctica

Emisión de la imagen/Participación de los candidatos

Estrategia

Acomodación a los intereses de los candidatos

Formas de vida

Puritanismo político

Fuente: Elaboración propia

Este enfoque metodológico permite un análisis integral del debate televisado como discurso mediático, así como la discusión en torno a las consideraciones conceptuales del debate político y su representación a través del lenguaje audiovisual, corporal y verbal. El objeto de estudio se centra en los planos de inmanencia y los regímenes de interacción correspondientes. El objeto de análisis está compuesto por los cinco debates electorales presidenciales que cumplían con el requisito de haber sido emitidos en vivo y en cadena nacional.

El análisis semiótico comparativo ha tenido en cuenta tres tipos de fuentes para la reconstrucción del corpus de análisis como práctica significante: los videos de los debates presidenciales, las publicaciones periodísticas de la época de dos diarios de circulación nacional y de actual vigencia: El Comercio y La República, y entrevistas a los moderadores y organizadores de los debates.

El orden seguido para el análisis tuvo en cuenta los siguientes procedimientos. Con respecto a los videos de los debates presidenciales, un equipo de asistentes de investigación conformado por estudiantes de la Facultad de Comunicación de los últimos ciclos de la especialidad de Medios Audiovisuales y Periodismo transcribió los discursos verbales de los candidatos1, desglosó técnicamente los videos y anotó las disposiciones corporales de los expositores. Todo este material fue revisado, contrastado y discutido. Con respecto a las publicaciones periodísticas, y considerando las fechas de los debates, se hizo una revisión de las ediciones de 15 días antes y 15 días después de su realización. De este modo, se obtuvo una selección de las publicaciones periodísticas que mencionaron explícitamente el debate presidencial. La información periodística recabada y el tratamiento de los videos de los debates aportaron un conjunto de detalles que permitió elaborar una pauta de entrevista muy contextualizada a los moderadores y a los organizadores de los debates.

El procedimiento anterior dio lugar a una gran cantidad de información que requirió ser estudiada y ordenada adecuadamente. Las investigaciones en el campo semiótico, muchas veces, se concentran en el tipo de estudio denominado lectura minuciosa, pequeños textos en donde se desarrollan análisis de mucha profundidad. En este caso, y dados los objetivos que se trazaron para este estudio, se disponía de muchos textos y se requería no perder la profundidad en el análisis. Por ello se procedió de la siguiente manera. Primero, se organizó el análisis de cada debate en orden cronológico para obtener su particularidad, su contextualización como práctica semiótica y el carácter longitudinal del estudio. En cada debate se ordenó la información según el plano de inmanencia correspondiente, destacando los respectivos elementos semióticos. Segundo, por cada plano de inmanencia se efectuó la comparación, yuxtaposición y generalización de los elementos semióticos, lo que generó un primer índice de concordancias por cada plano de inmanencia. Tercero, se realizó un análisis de las correlaciones entre los planos de inmanencia para obtener los rasgos principales del proceso de significación de la práctica analizada.

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