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SECCIÓN DE OBRAS DE HISTORIA

Fideicomiso Historia de las Américas

Serie
HISTORIAS BREVES

Dirección académica editorial: ALICIA HERNÁNDEZ CHÁVEZ

Coordinación editorial: YOVANA CELAYA NÁNDEZ

NUEVO LEÓN

ISRAEL CAVAZOS GARZA
ISABEL ORTEGA RIDAURA
 

Nuevo León

HISTORIA BREVE

Fondo de Cultura Económica

EL COLEGIO DE MÉXICO
FIDEICOMISO HISTORIA DE LAS AMÉRICAS
FONDO  DE  CULTURA  ECONÓMICA

Primera edición, 2010
Segunda edición, 2011
Primera edición electrónica, 2016

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

contraportada

PREÁMBULO

LAS HISTORIAS BREVES de la República Mexicana representan un esfuerzo colectivo de colegas y amigos. Hace unos años nos propusimos exponer, por orden temático y cronológico, los grandes momentos de la historia de cada entidad; explicar su geografía y su historia: el mundo prehispánico, el colonial, los siglos XIX y XX y aun el primer decenio del siglo XXI. Se realizó una investigación iconográfica amplia —que acompaña cada libro— y se hizo hincapié en destacar los rasgos que identifican a los distintos territorios que componen la actual República. Pero ¿cómo explicar el hecho de que a través del tiempo se mantuviera unido lo que fue Mesoamérica, el reino de la Nueva España y el actual México como república soberana?

El elemento esencial que caracteriza a las 31 entidades federativas es el cimiento mesoamericano, una trama en la que destacan ciertos elementos, por ejemplo, una particular capacidad para ordenar los territorios y las sociedades, o el papel de las ciudades como goznes del mundo mesoamericano. Teotihuacan fue sin duda el centro gravitacional, sin que esto signifique que restemos importancia al papel y a la autonomía de ciudades tan extremas como Paquimé, al norte; Tikal y Calakmul, al sureste; Cacaxtla y Tajín, en el oriente, y el reino purépecha michoacano en el occidente: ciudades extremas que se interconectan con otras intermedias igualmente importantes. Ciencia, religión, conocimientos, bienes de intercambio fluyeron a lo largo y ancho de Mesoamérica mediante redes de ciudades.

Cuando los conquistadores españoles llegaron, la trama social y política india era vigorosa; sólo así se explica el establecimiento de alianzas entre algunos señores indios y los invasores. Estas alianzas y los derechos que esos señoríos indios obtuvieron de la Corona española dieron vida a una de las experiencias históricas más complejas: un Nuevo Mundo, ni español ni indio, sino propiamente mexicano. El matrimonio entre indios, españoles, criollos y africanos generó un México con modulaciones interétnicas regionales, que perduran hasta hoy y que se fortalecen y expanden de México a Estados Unidos y aun hasta Alaska.

Usos y costumbres indios se entreveran con tres siglos de Colonia, diferenciados según los territorios; todo ello le da características específicas a cada región mexicana. Hasta el día de hoy pervive una cultura mestiza compuesta por ritos, cultura, alimentos, santoral, música, instrumentos, vestimenta, habitación, concepciones y modos de ser que son el resultado de la mezcla de dos culturas totalmente diferentes. Las modalidades de lo mexicano, sus variantes, ocurren en buena medida por las distancias y formas sociales que se adecuan y adaptan a las condiciones y necesidades de cada región.

Las ciudades, tanto en el periodo prehispánico y colonial como en el presente mexicano, son los nodos organizadores de la vida social, y entre ellas destaca de manera primordial, por haber desempeñado siempre una centralidad particular nunca cedida, la primigenia Tenochtitlan, la noble y soberana Ciudad de México, cabeza de ciudades. Esta centralidad explica en gran parte el que fuera reconocida por todas las cabeceras regionales como la capital del naciente Estado soberano en 1821. Conocer cómo se desenvolvieron las provincias es fundamental para comprender cómo se superaron retos y desafíos y convergieron 31 entidades para conformar el Estado federal de 1824.

El éxito de mantener unidas las antiguas provincias de la Nueva España fue un logro mayor, y se obtuvo gracias a que la representación política de cada territorio aceptó y respetó la diversidad regional al unirse bajo una forma nueva de organización: la federal, que exigió ajustes y reformas hasta su triunfo durante la República Restaurada, en 1867.

La segunda mitad del siglo XIX marca la nueva relación entre la federación y los estados, que se afirma mediante la Constitución de 1857 y políticas manifiestas en una gran obra pública y social, con una especial atención a la educación y a la extensión de la justicia federal a lo largo del territorio nacional. Durante los siglos XIX y XX se da una gran interacción entre los estados y la federación; se interiorizan las experiencias vividas, la idea de nación mexicana, de defensa de su soberanía, de la universalidad de los derechos políticos y, con la Constitución de 1917, la extensión de los derechos sociales a todos los habitantes de la República.

En el curso de estos dos últimos siglos nos hemos sentido mexicanos, y hemos preservado igualmente nuestra identidad estatal; ésta nos ha permitido defendernos y moderar las arbitrariedades del excesivo poder que eventualmente pudiera ejercer el gobierno federal.

Mi agradecimiento a la Secretaría de Educación Pública, por el apoyo recibido para la realización de esta obra. A Joaquín Díez-Canedo, Consuelo Sáizar, Miguel de la Madrid y a todo el equipo de esa gran editorial que es el Fondo de Cultura Económica. Quiero agradecer y reconocer también la valiosa ayuda en materia iconográfica de Rosa Casanova y, en particular, el incesante y entusiasta apoyo de Yovana Celaya, Laura Villanueva, Miriam Teodoro González y Alejandra García. Mi institución, El Colegio de México, y su presidente, Javier Garciadiego, han sido soportes fundamentales.

Sólo falta la aceptación del público lector, en quien espero infundir una mayor comprensión del México que hoy vivimos, para que pueda apreciar los logros alcanzados en más de cinco siglos de historia.

ALICIA HERNÁNDEZ CHÁVEZ
Presidenta y fundadora del
Fideicomiso Historia de las Américas

 

I. EL TERRITORIO DE NUEVO LEÓN

EL ESTADO DE NUEVO LEÓN se ubica en el noreste de la República Mexicana. Tiene una extensión de 64 081.94 km2 (3.26% de la superficie nacional), divididos en 51 municipios. Colinda al norte con el estado de Texas, de los Estados Unidos de América, en una estrecha franja de 14 km; al noreste y este con Tamaulipas; al oeste con Coahuila y Zacatecas, y al sur y suroeste con San Luis Potosí.

Su localización al norte del Trópico de Cáncer (que atraviesa el estado en el extremo sur, tres kilómetros al norte de la cabecera de Mier y Noriega), en la latitud donde se encuentran los grandes desiertos del mundo, hace de Nuevo León un territorio árido.

PROVINCIAS FISIOGRÁFICAS Y CLIMA PREDOMINANTE

Para el inicio del periodo cuaternario (Era Cenozoica), el territorio de Nuevo León ya estaba formado tal como lo conocemos, excepto por su clima, que era frío a causa de las glaciaciones. Desde entonces ya existían las tres provincias fisiográficas del estado que hoy se conocen como Llanura Costera del Golfo Norte, Gran Llanura de Norteamérica y Sierra Madre Oriental.

La Llanura Costera del Golfo Norte es una región de llanuras y lomeríos que se ubica en el centro y sureste del estado. En esta provincia se encuentran los municipios de Monterrey, Montemorelos, Linares, Hualahuises, Allende, Cadereyta, Terán, Los Ramones, Pesquería, Juárez, Guadalupe, Marín, Zuazua, Ciénega de Flores, Apodaca, Escobedo, San Nicolás de los Garza, San Pedro, el norte de Santa Catarina, el sur de Salinas e Higueras, el oeste de Doctor González y el este de Santiago. Se caracteriza por una pequeña sierra baja (Las Mitras), lomeríos suaves con bajadas y llanuras de extensión considerable.

El clima predominante en esa subprovincia es semicálido subhúmedo con lluvias en verano. Sus extremos se encuentran en el norte de Monterrey, muy seco, y en el sur de Santiago y de Allende, con mayor humedad. La vegetación que más abunda son los matorrales submontano y mediano espinoso (anacahuita, guayacán, barreta, huizache), así como los encinales y pequeños bosques de galería en las riberas de los arroyos y ríos.

La provincia de la Gran Llanura de Norteamérica se caracteriza por sus amplias llanuras, muy planas y cubiertas de vegetación de pradera. Sólo tiene una subprovincia dentro del territorio mexicano: las Llanuras de Coahuila y Nuevo León. Esta región se ubica al norte, noreste y este del estado.

Una de sus llanuras más amplias es la que se extiende desde Anáhuac, Nuevo León, hasta Nueva Rosita, Coahuila. Esta subprovincia está conformada por cerros, serranías, lomeríos y mesas, que pueden alcanzar altitudes hasta de 2 600 msnm y cuya orientación es de noroeste a sureste. Entre estas formaciones podemos mencionar Las Mesillas, Mesa de Catujanos, Sierra de Lampazos, Sierra de la Iguana, Lomas de Vallecillo, Sierra del Carrizal, Cerro Boludo, Sierra Morena, Sierra de Santa Clara, Sierra de Milpillas, Sierra de Picachos y Sierra de Papagayos.

Esta gran llanura comprende los municipios de Anáhuac, Lampazos, Sabinas Hidalgo, Vallecillo, Parás, Agualeguas, Cerralvo, General Treviño, Ocampo, Los Aldamas, Los Herreras, General Bravo, Doctor Coss, China, el norte de Los Ramones y el oriente de General Terán.

La provincia Sierra Madre Oriental es un conjunto de sierras menores de estratos plegados. Domina por su amplitud el territorio estatal, al ocupar más del 49% del total.

La subprovincia de las Sierras Transversales corre casi perpendicularmente a la orientación de la Sierra Madre Oriental. Sólo una pequeña porción de ésta penetra en territorio neolonés, en el municipio de Galeana.

La subprovincia de las Sierras y Llanuras Occidentales, también conocida como Sierras y Llanos del Altiplano, toca San Luis Potosí, parte de Tamaulipas y casi todo el sur de Nuevo León (Mier y Noriega, Doctor Arroyo, el oeste de Galeana, Aramberri y Zaragoza). Los llanos tienen una altitud promedio de 1 500 msnm, interrumpidos por bajas serranías, como las del Orégano, El Muerto y El Gateado, en el municipio de Galeana, y las sierras Ipoa, Santa Gertrudis, El Tisú, Las Murallas y La Manteca, entre otras, en Doctor Arroyo. El tipo de clima es seco estepario, templado, con lluvias escasas en verano. La vegetación está dominada por el matorral desértico micrófilo, como mezquite, gobernadora, hojasén, lechuguilla, maguey, palma y nopal.

La subprovincia de la Gran Sierra Plegada se inicia al este de Saltillo, Coahuila, y atraviesa el centro del estado, de sureste a noroeste. En Nuevo León, comprende la mayor parte de los municipios de Santa Catarina y Santiago; toca Rayones, Iturbide, Aramberri, Zaragoza, el oriente de Galeana y el occidente de Montemorelos y Linares. Entre sus sierras y picos están el Pico del Potosí (que presenta la altura máxima de Nuevo León: 3665 msnm), en Galeana; Sierra La Marta, en Rayones-Arteaga, Coahuila; Sierra Peña Nevada, en Zaragoza; Sierra San Juan, en Santiago-Santa Catarina, y Sierra La Ascención, en Aramberri, por mencionar algunas. En la parte media y alta de las serranías predomina el clima templado subhúmedo, con lluvias en verano, dando lugar a zonas con pino y encino, asociados con chaparrales.

La subprovincia de los Pliegues Saltillo-Parras ocupa sólo una pequeña porción del noroeste del estado (3 003.90 km2), en los municipios de García y Mina.

De la subprovincia de las Sierras y Llanuras Coahuilenses únicamente una parte penetra en el estado, a manera de sierras pequeñas de caliza agrupadas en tres subconjuntos: la Sierra de Sabinas Hidalgo, El Potrero y la de Picacho, al norte y noreste de Monterrey. Esta subprovincia abarca los municipios de Lampazos, Sabinas Hidalgo, Bustamante, Villaldama, Agualeguas, Cerralvo, Higueras, Doctor González, Salinas Victoria y pequeñas porciones de Mina, García y Santa Catarina. En ella predomina el clima seco desértico cálido, con lluvias muy escasas en verano. Abundan la palma china, la gobernadora, el tasajillo, el granero, el ocotillo y la barrera.

HIDROGRAFÍA

Nuevo León está irrigado por una serie de ríos y afluentes que pertenecen a dos grandes regiones hidrológicas: la del Río Bravo-Conchos (que ocupa 63.66% del estado) y la de San Fernando-Soto La Marina, cada una con una serie de cuencas hidrológicas agrupadas. Entre las más importantes del Río Bravo-Conchos están:

Cuenca Río Bravo-San Juan, que riega el 32.91% de la superficie estatal. Comprende el Río San Juan, segundo afluente en importancia del Bravo y el más importante del estado, que abastece a la presa El Cuchillo, que provee de agua a Monterrey y a su área metropolitana. También abastece a la presa Marte R. Gómez y a los ríos Pesquería, Salinas, San Miguel, Monterrey, Ramos y Pilón.

Cuenca Presa Falcón-Río Salado, que abarca 20.63% de la superficie estatal. La presa Falcón se encuentra 136 km aguas abajo de Nuevo Laredo, Tamaulipas, en el municipio de Mier. El Río Salado se origina en Coahuila, donde confluyen los ríos Sabinas y Nadadores, y atraviesa Nuevo León con rumbo sureste, por el municipio de Anáhuac, donde recibe las aguas de varios arroyos hasta llegar a la presa Falcón. Esta cuenca está altamente contaminada, principalmente por las descargas de las poblaciones por donde transita.

Las otras cuencas que forman parte de la región Río Bravo-Conchos son la Río Bravo-Sosa, la Río Bravo-Matamoros-Reynosa y la Río Bravo-Nuevo Laredo.

En la región hidrológica San Fernando-Soto La Marina destacan las cuencas siguientes:

Cuenca Río San Fernando. Éste es uno de los ríos más importantes del país que desembocan en el Golfo de México. Nace con el nombre de Pablillo, corre en dirección noreste y pasa por Linares. Representa 13.4% de la superficie estatal.

Cuenca Sierra Madre Oriental. Aunque carece de corrientes de importancia y se compone básicamente de escurrimientos, abarca 12.58% de la superficie irrigada de Nuevo León. Tiene como subcuencas intermedias Santa Ana y San Rafael.

Conforman también esta región las cuencas Río Soto La Marina, Río Tamesí, Sierra Madre, Matehuala y Presa San José-Los Pilares y otras.

Las tres presas de mayor tamaño son El Cuchillo, José López Portillo (Cerro Prieto) y Rodrigo Gómez La Boca. Otras presas en la entidad son Agualeguas, Sombreretillo, El Porvenir, Loma Larga, Lagunas, Salinillas y El Negro. La laguna natural más importante es la de Labradores y la depresión más importante es el Pozo del Gavilán, ambas en el municipio de Galeana.

VEGETACIÓN Y FAUNA

Si consideramos las condiciones físicas del medio y el claro dominio de los climas secos (73.16% del territorio estatal), es posible entender que la vegetación preponderante sean los matorrales en sus diversos tipos. De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI), el matorral tiene una cobertura de 67.25% de la superficie de Nuevo León; le sigue el mezquital, con 9.46%; el bosque, con 9.0%; los cultivos, con 6.72%; el chaparral, con 2.75%; el pastizal, con 1.89%, y otros, con 2.93 por ciento.

En cuanto a la fauna silvestre, Nuevo León presenta una biodiversidad media con relación al país. La distribución de la fauna en el estado se vincula al tipo de vegetación, la temperatura, la altura sobre el nivel del mar y otros factores y elementos climáticos. En el caso del matorral desértico, encontramos animales carroñeros, búhos, aguilillas, halcones, jaguarundis, gatos monteses, cenzontles aliblancos, venados cola blanca y lechuzas, entre otras especies.

El matorral submontano se caracteriza por albergar una gran diversidad de flora y fauna. Se encuentran varias especies de gavilán y aguilillas, perico aliverde, martín pescador menor, carpintero tropical, armadillo, puma, ocelote, tigrillo, tecolotito, guajolote silvestre, venado cola blanca y oso negro. También el bosque de coníferas, presente principalmente en la Sierra Madre Oriental, registra una gran riqueza animal, de la que destacan aves como águila real, perico aliverde, guajolote, cotorra serrana oriental y paloma corraleja, y reptiles, como víbora de cascabel, además de mamíferos, como armadillo, puma, jaguar, ocelote y oso negro. Esta fauna también se encuentra en los bosques de encino.

PRIMERA PARTE

por Israel Cavazos Garza

II. LA POBLACIÓN INDÍGENA

QUIENES EN EL ÁMBITO NACIONAL se han ocupado de estudiar los grupos indígenas prehispánicos que habitaron nuestro país apenas si dedican escasas y vagas referencias a los de la región noreste, donde se halla Nuevo León. “En términos de historia cultural indígena, el noreste de México es una de las áreas menos conocidas del Nuevo Mundo”, asienta el arqueólogo Jeremiah F. Epstein:

[…] existiendo en el centro y sur de México ruinas espectaculares, era natural que se prestara toda la atención a ellas y quedara olvidada esta comarca de Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas, que, con el sur de Texas, forman una unidad y es lo que podríamos considerar como el verdadero núcleo de lo que los etnólogos llamamos “Aridamérica” o “Norteamérica desértica”, es decir, el área de los nómadas, por contraste con “Mesoamérica”, que era el área de los sedentarios.

En lo que respecta a la distribución de estos grupos, con base en la clasificación lingüística, los especialistas no han logrado unificar su criterio. En tanto que unos los incluyen en la familia athapascana, algunos en la hokana y otros en la del complicado nombre de macro-yuma, subgrupo coahuilteco-karankawa, predominan aquellos que simplemente los sitúan en la familia tamaulipeca. Estos últimos siguen al historiador Manuel Orozco y Berra, quien en 1864 ideó esta clasificación, obedeciendo sólo al nombre moderno de la región y no al hecho de que hubiese familia indígena alguna de este nombre. Los primeros colonizadores hicieron, por su parte, clasificaciones convencionales, y subdividieron a los grupos indígenas conforme a los tatuajes que empleaban, llamándolos borrados, rayados, pelones, barretados o con otras denominaciones parecidas.

VESTIGIOS

La región noreste, y para el caso que nos ocupa la de Nuevo León, fue habitada por muchos pequeños grupos que vivían en las cuevas, en los montes, en los repechos de las rocas o en los barrancos de los ríos. Desconocían la agricultura y eran recolectores-cazadores.

Los únicos vestigios que nos legaron consisten en puntas de flecha arrojadizas, raspadores u otros objetos hechos de material lítico. Piezas líticas las hay en todo el estado neolonés, por supuesto de épocas diversas: con antigüedad de varios milenios, o tan relativamente recientes como las de los comanches de las praderías texanas que hasta la segunda mitad del siglo XIX bajaban a robar ganado.

Del mismo modo que en la antigüedad, esas piezas difieren en la calidad de la piedra: tosca y burda en el oriente de Nuevo León, donde son de cantera grisácea; blanca en los límites de Coahuila, y de pedernal negro en todo el suelo nuevoleonés. Las hay, además, desde las diminutas, primorosamente trabajadas, hasta las grandes “de una cuarta”, como las describe el cronista, y que más bien son navajas, cuchillos y puntas de lanza.

Sólo eventualmente ha sido encontrado algún tipo de cerámica. Si acaso, piedras ahuecadas a manera de morteros o molcajetes, usadas para triturar mezquites, tunas u otros frutos. En algunas de estas piezas se advierten glifos o líneas, como indicios remotos de una incipiente expresión artística.

La huella permanente más notable de esta expresión es la de ingenuas pinturas rupestres, no exentas de belleza; o la de indescifrables y enmarañados petroglifos. Hasta hace poco, sólo eran conocidos los del frontón de Piedras Pintas en el municipio de Parás, casi en los límites con Tamaulipas. En las últimas décadas (1955-1990) han sido descubiertos no menos de 100 lugares por investigadores locales, nacionales y extranjeros. Pueden ser consignados como más importantes, al noreste: los de Piedra Parada, entre General Treviño y Agualeguas; los del Cerro del Fraile en Doctor González, y los de La Tarima en la Sierra de Papagayos. Al oriente: los del Paso del Indio en Los Ramones; Villa Vieja en Cadereyta, y La Ceja en China. En este último lugar han sido hallados enterramientos en los barrancos de los arroyos, acompañados de collares de caracoles y restos de indumentaria. Al sureste: los de Monte Huma, Loma de Barbecho y Loma del Muerto en General Terán, y los de Sabinitos y Trinidad en Linares. En esta ciudad existe un pequeño museo arqueológico formado por Pablo Salce. Al poniente: los de Guitarritas en Santa Catarina, notables por tratarse de dos enormes paños graníticos, uno frente al otro, separados por unos cuantos metros y totalmente grabados; los de Nacataz, Icamole, Fierros y Cueva Ahumada en García.

Al noroeste: los del Milagro, el Delgado, Carricitos, la Campana y Presa de la Mula en el municipio de Mina. Los de la Mula son comparables, por su extensión (más de 500 m), a los de Piedras Pintas. Al sur: los del cañón de San Cristóbal en Santiago; los de la cueva del Cordel en Aramberri (asociados a restos humanos), y los de San Isidro en Mier y Noriega, el municipio más meridional de Nuevo León. En este último lugar ha sido hallada la única pieza de cerámica (una olla pequeña), de probable procedencia huasteca. Se conserva en el Museo Regional de Nuevo León. A partir de 1960, gracias a investigaciones de carácter científico, fueron descubiertos y estudiados otros sitios, que citaremos más adelante.

DISTRIBUCIÓN DE LOS GRUPOS

El nombre genérico de chichimecas, con el cual son conocidos los grupos indígenas que habitaron el norte de la línea con que los etnólogos han separado Aridoamérica y Mesoamérica, incluía grandes subgrupos. Tomando Monterrey como centro geográfico, los alazapas vivían, hacia el norte, hasta las márgenes del Río Bravo; los huachichiles abajo, hacia el sur; los coahuiltecos al poniente, y los borrados al oriente, hasta la costa. Estos grupos se subdividían, a su vez, en innumerables parcialidades, llamadas también por los colonizadores “naciones” o “rancherías”. Antes de 1660, el gobernador Martín de Zavala hizo una lista —incluida en la crónica de Juan Bautista Chapa— de las parcialidades que entonces existían en Nuevo León, cuya cifra asciende a 251. Algunas de las más notables fueron, al norte: los catujanos o catujanes, que dieron nombre a la mesa situada al poniente de Lampazos. Vivían también al norte los cuanaales, denominación que fue dada por muchos años al Río Salinas. Al noreste habitaban los gualeguas, recogidos en pueblo a fines del siglo XVII; los amapoalas, en el municipio de Cerralvo; los ayancuaras, en Los Ramones, en Doctor González. Y en el sur, en la región del Río Blanco (municipios de Zaragoza y Aramberri), los negritos o bozalos (en los documentos antiguos aparecen como bogalos).

De los nombres indígenas que han perdurado en la toponimia, Hualahuises y Agualeguas dieron nombre a dos municipios. Conviene citar, entre otros, Nacataz e Icamole, en García; Huinalá, en Apodaca; Camaján, en Higueras; Mamuliqui, en Sabinas Hidalgo, e Ipoa y Pucacili, en Aramberri.

ESTUDIOS ARQUEOLÓGICOS

Es extraño que los cronistas del siglo XVII, tan puntuales en sus relatos, no hicieran alusión alguna a este tipo de rastro indígena. Al parecer, lo ignoraron o no lo juzgaron de importancia.

Los petroglifos del frontón de Piedras Pintas, en el municipio de Parás, se refieren en documentos del siglo XVIII del Archivo Municipal de Monterrey. En la década de 1960, investigadores locales aficionados: Boney Collins Espinosa, Apolinar Núñez de León y otros, ubicaron casi un centenar de sitios. Basada en informaciones de éstos, la arqueóloga Antonieta Espejo elaboró el primer informe profesional sobre este aspecto.

En esos mismos años (1960-1967), un grupo de arqueólogos de la Universidad de Texas en Austin, encabezado por Jeremiah F. Epstein, emprendió un amplio programa de investigación en el noreste mexicano.

ANTIGÜEDAD

Entre los sitios descubiertos y estudiados por aquel equipo, figuran el de Puntita Negra, en la ribera norte del arroyo del Ayancual, a 2.2 kilómetros del poblado del mismo nombre, en el municipio de Los Ramones. Los hallazgos en este sitio acusaron una antigüedad superior a los 11 000 años. En el de San Isidro, por esa misma zona, fueron encontradas puntas de proyectil de los tipos Matamoros, Plainview y Lerma, correspondientes al periodo Paleo-indio y al Arcaico Temprano, cuya antigüedad se sitúa entre los años 8900 y 2500 a.C., esto es, en los tiempos prehistóricos iniciales. Epstein clasificó tres etapas de ocupación: una de 8900 a 7000 a.C.; otra de 7000 a 5500 a.C., y una tercera de 5000 a 2500 a.C.

El mismo grupo científico realizó excavaciones en Sabinitos, en Linares, donde detectó una cueva obstruida por casi dos metros de grava, a causa de una inundación ocurrida hace 5 000 años.

Años más tarde, en 1971, Roger C. Nance, del mismo equipo, estudió el sitio llamado La Calzada, en el Río Casillas, del municipio de Rayones, que abarca el periodo de 8690 a 1370 a.C. Otro de los lugares objeto de estudio y de singular importancia, por contener vestigios de petrograbados y de pictografía, es el de Cueva Ahumada, en el Cerro de la Mota, del municipio de García. La antigüedad de éste, al decir del arqueólogo Herald Jansen, se establece entre 2680 y 1850 años a.C.

Uno de los sitios más impresionantes, por su dimensión, es el de Boca de Potrerillos, en el municipio de Mina. Comprende aproximadamente seis kilómetros con alrededor de 1 000 rocas grabadas. Es considerado el sitio más importante del país. En cuanto a su antigüedad, se sitúa entre 1350 y 665 a.C.

PETROGLIFOS Y PICTOGRAFÍA

Las pinturas rupestres y los petroglifos han sido clasificados, según sus motivos, en antropomorfos: cuerpos, manos, pies, etc.; naturales: soles, lluvia, ríos; geométricos; los de Nacataz, por ejemplo, son manifiestamente del siglo XIX, pues combinados con los glifos indígenas, aparecen números arábigos: 1840, 1860, etc., que acusan la presencia de aventureros disfrazados de indios que bajaban de las praderías del sur de Estados Unidos a robar ganado.

Investigadores de nuestros días se lamentan de que estos grabados sólo hayan sido considerados hasta ahora como “arte rupestre”. Epstein opina que “evidentemente mucha energía estaba mezclada con la creación del arte como para suponer que los diseños no tienen significación alguna”. La arqueóloga Leticia González Arratia califica de “cómoda” esta determinación y expresa que “urge considerarlos como elementos de investigación y como un contexto arqueológico”.

Así, tanto esta huella gráfica como los otros vestigios de rocas fragmentadas, piedras de molienda, morteros y puntas de proyectil de tan respetable antigüedad deben ser considerados —en opinión de Moisés Valadez Moreno— para definir en forma particular el tipo de sociedad que ocupó esa entidad del Noreste, que tradicionalmente se ha incluido dentro de una antigua amalgama llamada “chichimecas”.

NUMERACIÓN PREHISTÓRICA

Con fundamento en estos estudios y en los realizados posteriormente por grupos científicos del INAH, Valadez Moreno, uno de sus integrantes, y el profesor William Breen Murray han hecho aportaciones valiosas.

El primero resume en su tesis (1992) lo realizado hasta ahora y hace sus propias observaciones. En relación con los sitios, los clasifica en abiertos (simples y con petrograbados y pictografía) y compuestos (abiertos y de abrigos rocosos).

Murray, por su parte, ha enfocado su interés en dilucidar lo que llama “numeración prehistórica”. Ha encontrado que los petroglifos en forma de puntos aparecen alineados hacia el horizonte y “parecen corresponder a la posición del sol al amanecer, en fechas significativas del año, como solsticios y equinoccios”. En otra enorme roca ha observado “más de 200 rayos en seis líneas horizontales y cuatro verticales” laboriosamente grabados. “Hasta la fecha —dice—, parece ser la expresión numérica más compleja registrada en petroglifos en el mundo.” El mismo autor considera que podría tratarse de “cálculos sinódicos (o fases lunares) que, además de marcar el cambio estacional, regulaban los ciclos nomádicos de los grupos pretéritos de Nuevo León”.

NO ERAN NÓMADAS

La distribución de los grupos perfectamente marcada en el territorio de Nuevo León hace discutible la idea sobre su nomadismo. Es cierto que se movilizaban a grandes distancias, pero esto sucedía en tiempos de guerra, o bien para ir a recolectar tunas o mezquites en temporada a las regiones en que estos frutos se producían; pero volvían, invariablemente, al lugar de su habitación.

En relación con ello, uno de los cronistas es muy claro. Expresa que las familias se separaban o se reunían a su antojo, viviendo dos días en un lugar y cuatro en otro; pero añade: “mas no por eso se ha de entender que salen del término o territorio que tienen señalado con otra ranchería, si no es con su consentimiento y permiso”.

III. DESCUBRIMIENTO Y POBLACIÓN

EL DESCUBRIMIENTO Y POBLACIÓN del Nuevo Reino de León por criollos y europeos data del último tercio del siglo XVI. Hay referencias, sin embargo, a penetraciones o entradas anteriores. El cronista Alonso de León, al referirse a la travesía que Alvar Núñez Cabeza de Vaca y sus compañeros hicieron, en la década de 1530, desde la Florida al Pacífico o a “la mar del sur”, como se decía entonces, comenta: “y parece por buena regla [de] cosmografía, [que] de donde salieron para llegar a donde llegaron, era forzoso pasasen por muy cerca de donde es hoy la villa de Cerralvo, por la parte del norte”.

Historiadores más recientes han expresado su hipótesis de que por aquella misma época, hacia 1544, haya estado en esa región el misionero fray Andrés de Olmos. Tienen también como probable el paso por el actual territorio de Nuevo León de Andrés de Ocampo, ocho años más tarde; así como el de fray Pedro de Espinareda por la parte sur del estado a finales de la década de 1560.

ALBERTO DEL CANTO

El historiador W. Jiménez Moreno halló (1951) en el Archivo del Parral, Chihuahua —antigua capital de la Nueva Vizcaya— el expediente relativo a un pleito sobre límites entre aquella provincia y el Nuevo Reino de León, promovido en 1643. En este litigio, conocido como Documento del Parral, se dice que el capitán Alberto del Canto, comisionado por el gobernador Martín López de Ibarra, fundó en 1577 la villa de Santiago del Saltillo. Se expresa también que el mismo capitán avanzó hacia el noreste y descubrió el Valle de la Extremadura —donde hoy está Monterrey—, en el que estableció, en ese mismo año de 1577, un lugar que llamó Santa Lucía. Como de este suceso existe sólo la referencia, habría que considerar esa fundación sólo como un asentamiento. En igual caso está el descubrimiento de las minas de San Gregorio (hoy Cerralvo), llamadas así en alusión a San Gregorio de Mazapil, lugar de procedencia de Del Canto y los suyos, y de las minas de Trinidad (hoy Monclova), en ese mismo año.

Alberto del Canto nació en la Isla Tercera, una de las Azores, hacia 1547. Alcalde mayor de los lugares establecidos por él, hacia 1578 fue sustituido en el cargo por Diego de Montemayor. Regidor de Saltillo, murió allí en 1611.

LUIS DE CARVAJAL

La conquista, pacificación y población de la región noreste de la Nueva España fue emprendida con autorización real por Luis de Carvajal y de la Cueva.

Era originario de Mogadouro, Portugal. Nació allí en 1539. Gaspar de Carvajal y Catalina de León, sus padres, eran de ascendencia judía y de los llamados “cristianos nuevos”. Cuando tenía ocho años, Luis fue llevado a Sahagún, en el reino de León, al lado de su padre. Estuvo también en Salamanca donde, al parecer, hizo estudios. Muerto su padre y protegido por Duarte de Léon, su tío, fue a Lisboa. Durante 13 años estuvo en Cabo Verde, en África, sirviendo a la Corona de Portugal como contador en el mercado de esclavos. Pasó después a Sevilla, donde se casó en 1564 con doña Guiomar de Rivera.

“Habiendo fracasado en una contratación de trigo”, se trasladó con un navío de vinos a la Nueva España en 1567. Residió en Pánuco, donde compró una hacienda a Lope de Sosa. El virrey Martín Enríquez de Almanza, a quien había sido recomendado desde España, lo ocupó en varios cargos. Fue alcalde mayor de Tampico y le fue encomendada la pacificación de la Huasteca. Participó en diversas campañas y exploraciones. Una de las más importantes fue la que hizo con Francisco de Puga a Valles y Zacatecas, para descubrir el camino a Mazapil y la Nueva Galicia en 1573. Fue también corregidor de Tamaulipas en 1575.

LA CAPITULACIÓN

Era la época en que los reyes de España habían determinado no auspiciar con sus fondos más empresas de descubrimiento y las confiaban a particulares. Carvajal viajó a España y contrató con Felipe II la conquista, pacificación y población de lo que habría de llamarse Nuevo Reino de León. Este contrato o capitulación fue firmado en Toledo el 31 de mayo de 1579. En fechas inmediatas posteriores le fueron expedidas tantas cédulas como capítulos tenía el documento, especificando y ratificando cada uno de éstos. Carvajal recibió como jurisdicción “200 leguas” —1 000 km, aproximadamente—, la “tierra adentro”; pero aunque se le facultaba para actuar en tan vasta extensión, lo cierto es que le fueron impuestos límites:

desde el puerto de Tampico, río de Pánuco y las minas del Mazapil hasta los límites de la Nueva Galicia y de allí al norte lo que está por descubrir de una mar a otra, conque no exceda de doscientas leguas de latitud por otras doscientas de longitud, que se llame e intitule Nuevo Reino de León.

En junio de 1580 Carvajal y los suyos se embarcaron en la urca Santa Catarina, de su propiedad, agregada a la flota en la cual viajaba también el virrey Lorenzo Suárez de Mendoza, conde de la Coruña. En Veracruz la nave se separó de la flota para continuar hasta Tampico, a donde llegó el 25 de agosto.

Quienes, atraídos por el eufónico nombre de Nuevo Reino de León, se hallaron entonces ante una realidad tan distinta experimentaron la más tremenda desilusión. Constantemente habrían de recriminar a don Luis. Éste apenas si les acompañaría en Pánuco de vez en vez, pues de inmediato se ocupó de la realización de su compromiso, pasando largas temporadas en los pueblos de Tamapache, Temotela, Xalpa y Sichú. Al finalizar el año siguiente, 1581, emprendió la población de lo que habría de ser el Nuevo Reino de León. Hasta hace poco, eran desconocidos datos precisos sobre la ciudad de León (Cerralvo). El historiador franciscano Lino G. Canedo ha comprobado que Carvajal la fundó el 12 de abril de 1582. En las cercanías de la nueva ciudad, “a media legua”, fundó otra población que se llamó villa de Cueva.

En ese mismo año o en los inicios del siguiente avanzó hacia Santa Lucía. En este lugar fundó la villa de San Luis Rey de Francia (segundo nombre de Monterrey). La información documental de esa época es sumamente escasa. Una de las referencias en el Archivo Municipal de Monterrey, aunque en testimonio, es la merced otorgada a Manuel de Mederos en la Pesquería Grande (villa de García) el 7 de marzo de 1583. Se sabe que por ese tiempo tomó posesión de Saltillo, en virtud de hallarse dentro de su jurisdicción. Desde esos lugares, en los cuales “llegó a haber hasta doscientos hombres” —al decir del cronista—, hacía “entradas” para capturar “piezas”, esto es, indios, “sebo con que acudían más soldados que llovidos aventureros”.

DESPOBLACIÓN

La gobernación de Carvajal era vastísima. Por el oriente la limitaban las costas del Golfo. Hacia el sur comprendía los pueblos que hemos mencionado de Xalpa, Sichú, etc. Por el poniente llegaba hasta Mazapil y los linderos de la Nueva Galicia. Rumbo al norte la jurisdicción era indefinida. Hacia 1585 tenía nombrados tenientes de gobernador para tres grandes zonas: en la de Pánuco, a Felipe Núñez; al noreste, a Gaspar Castaño de Sosa; en el centro, de Santa Lucía a La Laguna, a Diego de Montemayor.

En sus frecuentes ausencias, hacia 1584, había dejado como su lugarteniente en la villa de San Luis a Luis de Carvajal el Mozo, su sobrino. A éste le tenía ofrecido nombrarlo su sucesor en el gobierno.

Fue en esa época cuando el conde de la Coruña abrió proceso contra don Luis, sometiéndolo a averiguaciones porque invadía jurisdicciones que no le pertenecían. Desde dos años atrás empezaron estas diferencias entre el virrey y el gobernador. Por medio de Pedro de Vega, procurador de la Real Audiencia, Carvajal pidió amparo de lo que le pertenecía, y consiguió una real provisión a su favor, fechada en México el 18 de enero de 1582. Resentido el virrey, se propuso perderle. “El peje grande traga al chico”, comenta el cronista. Don Luis ya no podría realizar su obra, y no sólo le sería obstaculizada, sino que él mismo tendría que ser aniquilado.

Hallándose en México, hubo en la villa de San Luis serios problemas. Sublevados los indios por la muerte de uno de los suyos, se rebelaron, robaron y mataron los ganados, incendiaron las casas y los sembradíos y dieron muerte a varios vecinos. La villa quedó despoblada. En la ciudad de León y la villa de Cueva sucedían también cosas semejantes; además de suscitarse escenas violentas, particularmente con Alberto del Canto y su gente, quienes provocaban frecuentes encuentros. Diego de Montemayor, a quien Carvajal había nombrado su teniente, resolvió despoblar o desamparar, como se decía en ese tiempo. Concentró entonces en la hacienda de San Francisco (Apodaca) a los escasos vecinos que quedaban y salió con ellos a Saltillo, de donde muchos se dispersaron a otros lugares. Fue así como quedó “todo el reino despoblado, habiendo costado tanto trabajo y vidas”, se lee en la crónica.

Todo esto sucedía hacia 1587. Luis de Carvajal, autorizado para hacerlo o burlando su prisión (tenía la Ciudad de México por cárcel), volvió por ese tiempo al norte. En 1588 repobló las abandonadas minas de Trinidad (Monclova), a las cuales llamó Nuevo Almadén. De ese año se conocen documentos importantes, tales como el nombramiento que otorgó a Diego de Montemayor como lugarteniente del gobernador de Coahuila (Monclova), con jurisdicción “desde los ojos de Santa Lucía […] hasta las Parras y lo demás que hay hasta el Río Grande y hasta La Laguna”. En este nombramiento, fechado el 5 de abril, le ordena Carvajal repoblar la ciudad de León “para el día de pascua de Navidad” y le faculta para “la población que quisiere hacer en las Parras”.

ANTE LA INQUISICIÓN

En México, mientras tanto, se procedía ya en contra suya. A la causa jurisdiccional en proceso, se agregó la denuncia hecha al Santo Oficio por un “religioso que trujo de la Huasteca”. Disgustado éste porque no le dio la administración de los sacramentos en la ciudad de León, acusó a Carvajal de haber encubierto a Isabel Rodríguez de Andrada, su sobrina, quien dijo a Luis cuando éste terminaba de leer un salmo: “Gloria Patria, et Filio.”…, “No diga eso que el hijo no ha venido”.

Ordenada su aprehensión, ésta fue ejecutada por Alonso López, enviado con gente hasta Almadén. Al ser conducido a México dejó como su teniente a Gaspar Castaño de Sosa, quien poco después despobló y, con todos los suyos, se fue a Nuevo México. Denunciado, fue desterrado a China. Revocada la sentencia, llegó el fallo a México junto con la noticia de la muerte de Castaño, acaecida en un ataque de los chinos a las Islas del Maluco. De su viaje a Nuevo México, Castaño dejó escrito un diario cuyo original, fechado en 1591, se conserva en la Biblioteca Pública de Nueva York.

Por cuanto a Luis de Carvajal, se “rastreó su genealogía” y fue entregado a la Inquisición. Seguida su causa simultánea a la de su hermana, sobrinos y otros parientes, éstos coincidieron en sus declaraciones en que Carvajal era un cristiano íntegro. Con todo, fue declarado “fautor y encubridor” y, sólo por sospecha, condenado a abjurar de vehementi. El 24 de febrero de 1590 leyó la abjuración, en un auto público celebrado en el interior de la catedral de México, con lo cual le fue levantada la excomunión mayor a que también había sido condenado… Se le sentenció también a “destierro de las Indias de Su Majestad por tiempo y espacio de seis años precisos”. Dos días después fue devuelto a la cárcel de la corte. La sentencia de destierro no fue cumplida. Carvajal, en la prisión, murió “de pesadumbre”, dice el cronista.