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Primera edición digital: junio 2017
Composición de la cubierta: Libros.com
Diseño de la colección: Jorge Chamorro
Corrección: Sandra Soriano
Revisión: Juan Francisco Gordo

Versión digital realizada por Libros.com

© 2017 Roberto Martín Gómez
© 2017 Libros.com

editorial@libros.com

ISBN digital: 978-84-17023-79-9

Roberto Martín Gómez

Náufr@gos

Una novela en la Red

A María José, mi fuente de energía y madre de Nico.

A mis padres, por apoyarme y aguantarme.

Índice

 

  1. Portada
  2. Créditos
  3. Título y autor
  4. Dedicatoria
  5. Nota del autor
  6. Presentación de personajes
  7. Náufr@gos
  8. Epílogo
  9. Mecenas
  10. Contraportada

Nota del autor

 

Este libro ya está anticuado. Cuando lo leas, la historia de sus personajes habrá cambiado. Mientras yo la escribía ya estaba cambiando. Cuando tú la leas, habrá cambiado aún más. Porque todas nuestras historias cambian a cada instante.

Percibidos por otros, los cambios son aún mayores. Casi tanto como cuando nosotros mismos alteramos la historia de nuestros propios acontecimientos al convertirnos en un lector más de un relato personal ya escrito. Eso es el recuerdo. Sólo una presa en el río. Y hay que tener en cuenta que el agua, si no fluye, si se estanca demasiado tiempo, puede llegar a pudrirse. De hecho, no puede… Se pudre sí o sí.

Presentación de personajes

 

I. El agua siempre fluye, cuesta abajo

 

Capítulo 1

La lluvia cae por su propio peso

Intentan convencernos del calentamiento global y del deshielo de los polos. Por eso, nado diariamente desde hace 11 años. 20 largos a braza, 20 a crol y otros 20 a braza y crol. Entreno, por si acaso.

Está claro que los polos se derretirán. Son ciclos, como la vida misma.

Blog 4 jinetes guardanmicama, de Álvaro Waitingfortheend

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NICO, camarero y fotógrafo

Nico empezó el día frotándose los ojos para amortiguar su vuelta a la luz. Se incorporó, pensó en sus compromisos hogareños y metió los pies, uno por uno, en sus calentitas zapatillas de cuadros y borreguillo por dentro. Completó la última fase para alcanzar la verticalidad total y se dirigió a su ordenador. El portátil estaba encendido para que el pirateo surcara libremente los mares de la nocturnidad. Nico abrió el Facebook y escribió su tradicional cita espontáneomatutina:

Si consigues memorizar y repetir los gestos que haces cuando escuchas con atención, podrás disfrutar de la libertad de escuchar sin atención.

Proverbio de una conversación para oyentes ausentes

Este ha sido mi pensamiento n.º 1 de hoy. Os dejo, que tengo que ir a recorrer los puticlubs de nuestro amoroso país. Primero de día… y luego de noche. Ya os contaré.

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Nico era camarero y, como muchos compañeros de gremio, psicoanalista de personalidades noctámbulas. Trabajaba desde hacía quince años en El Submarino Amarillo. Un bar que reproducía el interior de un submarino militar y cuya decoración tenía tintes psicodélicos. Se supone que recordaba a la etapa que los Beatles pasaron en el norte de la India en un seminario de meditación trascendental. Según Nico, este viaje —que los medios de comunicación se encargaron de fotografiar con la misma insistencia que el empleado de un tanatorio busca clientes tras un macabro accidente— fue, sin duda, la clave de discos como el Yellow Submarine. También, según Nico, fue la clave de su separación, sólo dos años después de ese viaje místico a la localidad india de Rishikesh.

A Nico le gustaba el pasado. Eso, tal vez, explicaría por qué llevaba todavía el pelo como en los 80, estilo Michael J. Fox.

La noche anterior Nico había tenido que compartir su habitual sonrisa laboral con tres borrachos solitarios, un ruidoso grupo de cuatro clientes fijos y la mirada ausente de una chica sumida en la burbuja del insomnio.

Quizá por eso, porque la jornada nocturnolaboral había seguido la línea argumental de la pura rutina, Nico se levantó, esta vez rompiendo su proceso habitual.

Abrió los ojos como si algo hubiera golpeado, de manera rápida y contundente, su cerebro. No se frotó. Nada amortiguó su vuelta a la luz. No se incorporó pensando en compromisos hogareños para meter los pies, uno por uno, en sus calentitas zapatillas de cuadros y borreguillo por dentro. Esta vez, Nico saltó como un resorte para dar con las plantas desnudas de los pies sobre el parqué. Esta vez, sólo pensó en batir el récord de velocidad en la disciplina cama-ordenador. Esta vez, en la tradicional cita espontáneomatutina de su Facebook, Nico dejó una nueva perspectiva para el concepto de la espontaneidad.

Ayer tuve una revelación. A esa hora en la que el amanecer todavía se encontraba entrelazado con la noche, vi una señal en el aire. El neón me susurró 3 veces con su zumbido… REFUGIO DE AMANTES ESPONTÁNEOS… REFUGIO DE AMANTES ESPONTÁNEOS… REFUGIO DE AMANTES ESPONTÁNEOS. Sólo puedo decir que, aunque no soy de esos que se dejan guiar, esta vez, seguí la señal.

Sé que algunos de los que me leéis sois muy listos y habréis pensado que tanta poesía no enmascara una confesión muy poco habitual en mi muro. Pero hoy quería empezar el día borrando todo rastro de la rutina que dirige mi cíclica existencia. Quería pensar que es posible salir de una curva infinita y por eso os he confesado que anoche, anoche me fui de putas.

Supongo que ya lo habréis imaginado pero, por supuesto, no era la primera vez.

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Si trabajas para una empresa tienes que recordar que los jefes siempre tienen razón, todos ellos.

Si trabajas por tu cuenta tienes que recordar que los clientes siempre tienen razón, todos ellos.

Si trabajas, nunca tienes razón.

Blog Silogismos digitales

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FRAN, fast food gourmet, empleado de una cadena de comida rápida

Fran llevaba quince años haciendo un trabajo tan habitual, típico y basura, como el de preparar y servir comida rápida. McDonald’s, Pans, Burger King, Wok Delight, Vips, Rodilla, zona de precocinados de Carrefour… y así hasta dieciséis establecimientos de rápida nouvelle cuisine. Ese era el principal motivo por el que, desde hace quince años, Fran aprovechaba los excedentes empresariales para vivir, prácticamente, ingiriendo sándwiches desde el amanecer hasta el ocaso diario. Eso sí, los bocatas que Fran se preparaba en casa no podían compararse con la comida basura que servía en su trabajo. Sus creaciones culinarias con base de pan hubieran cautivado los paladares más exquisitos de la mismísima alta cocina francesa.

Fue un día lluvioso y gris en el que parecía que el mundo se había borrado. Fue un día nublado en el que llovió como para borrar el mundo.

Fue el día en que Fran rompió su carnet de socio del sindicato obrero. El mismo día en que firmó su décimo primer contrato temporal con su empresa habitual. Y fue en el mismo momento en el que Fran tomaba el noveno gin-tonic en la fiesta de despedida de su duodécimo piso compartido.

Fue entonces cuando Fran pensó, una vez más: «Se acabó la lucha social, empieza la lucha personal».

La diferencia es que, esta vez, Fran tuvo ese pensamiento en voz alta. Salido con furia y poca vocalización de un cuerpo alcoholizado, rodeado de otros veintidós cuerpos alcoholizados.

Al día siguiente Fran despertó con la confusión más común. La que se puede tener un sábado si han pasado las doce de la mañana y aún sigues en la cama, solo. Una confusión que te conduce, irremediablemente, siempre a la misma pregunta: pero… ¿cuánto bebí anoche? Da igual las vueltas que le des. Da lo mismo las sumas y restas que hagas. Que si tres cervezas, no, cuatro; que si después un vino blanco, ¿o fue uno blanco y un rosado?; que si cinco o seis cubatas, ¿pero cuántos chupitos de tequila fueron? Da lo mismo. Las cuentas se atascan, pero el resultado es siempre el mismo. Fran tenía una resaca de las de toda la vida. Vamos, una señora resaca tan pegada a su cama y abrazada a su cuerpo que pretendía retozar con él toda la tarde.

Pero Fran se hizo fuerte. Él no era de los que se comprometían con mujeres fácilmente. Por eso, tomó la vía de escape clásica cuando quieres salir de una situación así. Plantas cara al aire y dices: «Señora Resaca, me va usted a perdonar, pero hay otra dama que me reclama. La señora W.C.».

Fue justo en el instante en el que Fran dejaba escapar su cuarto bloque de ladrillo marrón-resaca, cuando se dio cuenta de que no había papel higiénico en su baño. Fue sólo dos, o quizá tres segundos después, cuando decidió arrancar la página número 12 de El péndulo de Foucault. Fue en ese mismo lapso de tiempo cuando Fran tuvo otro pensamiento recurrente, esta vez, también en voz alta: «Esto no es una metáfora. Me cago literalmente en los libros escritos por y para pedantes vanidosos».

Después, el agua del váter, el ladrillo marrón-resaca y el ego manchado de Umberto Eco giraron formando un vórtice imparable hacia la derecha. Si Fran hubiera vivido en el hemisferio sur, hubiera sido hacia la izquierda y quizás, sólo quizás, los siguientes acontecimientos no ocurrirían tal y como se narra a continuación.

Fue entre los escalones número 23 y 24 de su nuevo piso compartido. En el preciso momento en el que Fran iba en busca de pan de molde al supermercado, porque el suyo había caducado. Fue justo en ese preciso espacio-tiempo, como diría Doc de Regreso al futuro, cuando Fran se hizo la primera y última promesa interior del día (antes de pasar la tarde fumando marihuana, también de interior, y viendo películas de Tarkovski): «Voy a cambiar de vida».

Puede que fueran entre 1.200 y 1.300 las veces que Fran había tenido esa reflexión en los últimos quince años, pero… era la primera vez que a Fran le había caducado el pan de molde en su casa.

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Fran había decidido cambiar su vida buscando una nueva afición. Creía que si era capaz de hacer los mejores sándwiches caseros del mundo con material reciclado de fast food, ¿por qué no iba a poder perfeccionar su técnica y paciencia en otras áreas?

Rastreando en el periódico encontró un anuncio: «Teléfono de la esperanza busca colaboradores altruistas para ayudar a los demás sólo prestando sus oídos». ¡Justo lo que necesitaba Fran! Una fuente inagotable de quejas y miserias humanas sin ningún contacto físico. Únicamente el de una voz y un oído en la distancia.

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MARÍA, inquieta por naturaleza, esclava del destino por pereza

María era una de esas personas con el don, o el castigo, según quién dicte sentencia en su juicio de personalidad, de la inquietud. Como diría su abuela, ella siempre había sido «un culete de mal asiento».

Sí, es verdad que María podía aparecer en el libro Guinness de los récords por haber alcanzado la cifra de 42 trabajos distintos, y remunerados económicamente, durante los últimos cinco años. Desde los más típicos como camarera, cajera de supermercado o mascota de un equipo de baloncesto hasta algunos un poco menos clásicos como fotógrafa de platos combinados, probadora de camas de lujo o crítica de aerolíneas (un trabajo en el que espiaba los servicios de la competencia para una compañía aérea).

Sí, también es verdad que María no sufría el castigo, o el don, según quién dicte sentencia en su juicio de aceptación social, de la paciencia y el aguante laboral. Para ella, la idea estaba muy clara: «No puedo dedicar toda mi vida a un sólo trabajo. Eso sería perder el tiempo».

Pero también es verdad que María perdía toda su inquietud y ganas de probar cosas nuevas cuando llegaba la hora de vivir fuera de su país. Aunque había tenido varias oportunidades claras, nunca se atrevió a dar el paso de marcharse fuera de su casa.

¡Ah, se me olvidaba! María también podía aparecer en el libro Guinness de los récords por ser la persona que más veces había cambiado de color de pelo en un sólo año. Veinticinco colores diferentes. Ahora lo lleva rojo fuego.

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Antes de ponerse a filosofar sobre el mundo en cualquiera de sus múltiples blogs, chats o foros, como era tradición para María, bucearía por el mundo digital buscando conversaciones al azar. Hoy le había llamado la atención esta conversación anónima o, mejor dicho, seudónima.

Chat, Filosofía de lo friki

Aliceinwonderland: Si se hundiera el mundo ahora mismo, ¿qué sería lo primero que se te pasaría por la cabeza?

Groucho 75: Eeeehhhh… ¿habrá un colchón debajo?

Aliceinwonderland: Pues, yo creo que siempre hay colchón.

Groucho 75: Pero ¿en qué país te crees que vives Alicia? El mundo es un pañuelo y está lleno de mocos je, jeee.

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La noche iba a ser muy dura para María. La culpa de ello: una flor y una nota que Javier había dejado en su cama por la mañana. Los dos objetos, aparentemente románticos, le ahorraban a Javier el siempre difícil trago de una despedida verbal y… definitiva.

Cuando la gente normal aún escuchaba, pegando mucho la oreja, lo que su almohada tenía que susurrarle entre sueños, María ya había desayunado. Había bajado a la frutería a comprar naranjas, había hecho su cama y había abierto todas sus ventanas para dejar que el aire correteara a su antojo por casa. La casa, como María, necesitaba ventilación tras una noche de insomnio y, sobre todo, de pañuelos llenos de mocos y lágrimas esparcidas por el salón, la habitación y el cuarto de baño.

Pegada frente al ordenador, hoy María se iba a saltar su habitual búsqueda de conversaciones al azar por la red. Tampoco iba a filosofar sobre el mundo vía internet. No, hoy cambiaría de dirección para retomar el rumbo de una tarea pendiente: la de escribir el relato de su ruptura.

Hace tres meses, dos amigas que María había conocido en un taller de escritura en su barrio le habían hecho una propuesta. July y Sara querían superar sus recientes rupturas «forzosas» poniendo en práctica lo aprendido en el taller, buscaban desahogarse escribiendo. Se les había ocurrido crear un relato conjunto titulado Un ramo de flores y una caja de bombones. Como sabían que María era una ciberescritora compulsiva, tomando un café le pidieron que recordara alguna ruptura pasada y se sumara a la historia-dueto para hacer un relato colectivo. María aceptó y dijo que buscaría en su memoria alguna historia de desamor para completar el tríptico.

Pero había pasado el tiempo y María no encontraba nunca el momento para repasar sus archivos nemotécnicos en busca de una amarga ruptura. Sólo pensaba y vivía la felicidad que llevaba dentro. No quería recordar sucesos tormentosos ahora que su corazón latía a pleno rendimiento. Desde hacía varios meses disfrutaba como una quinceañera de sus encuentros ocasionales con Javier; un chico acostumbrado a las relaciones esporádicas que había atrapado a María con su red del amor libre.

Hoy, por fin, María estaba preparada. Lista y dispuesta para completar la trilogía de rupturas amorosas. Ella también buscaría desahogo con el ejercicio de escritura catártica que le habían propuesto sus amigas. Les dijo que la historia podría llamarse así: Una flor, un ramo y una caja de bombones.

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www.relatosenmascarados.com

Una flor, un ramo y una caja de bombones

Una caja de bombones

July llamó, una y otra vez, sin éxito a Carlos. Estaba desconcertada. A pesar de llevar sólo 1 año en España, creía conocer bien al sexo opuesto del país. Sus 5 líos de una noche y sus 4 rollos de menos de 3 semanas eran un buen respaldo para su creencia. Al final tuvo que joderse, como nos ha pasado a todos, y quedarse con las ganas de saber el porqué, siempre mucho más doloroso, que un simple qué. ¿¿¿Qué???, que te dejo, ah, vale, ¿¿¿qué???, que me he liado con otra, ah, vale, pero ¿por qué?… Un silencio, una pregunta sin respuesta o un enigma sin solución, joden mil veces más que una respuesta cualquiera.

Carlos escuchaba sonar el teléfono dejando, una y otra vez, que las llamadas se convirtieran en fracasos. Estaba cabreado. A pesar de haberse acostado con bastantes más mujeres que la media del país, nunca le había pasado algo parecido. Delante de su ordenador, desconcertado por su reacción a lo ocurrido, abrió su Messenger. Se conectó, única y exclusivamente, con su hermana.

Carlos: Ana, ¿estás ahíííííí?

Ana: El agua siempre fluye y yo siempre frente a la pantalla. ¿Qué te cuentas broder?

Carlos: Nada. Ayer me lie con una tía.

Ana: ¡¡¡Vaya novedad!!! Lo que yo decía, el agua siempre fluye y la cabra siempre tira pal monte. ¿¿¿Y qué tal???

Carlos: Pues, la verdad, es que la tía me molaba bastante. Y en la cama la cosa fue bastante bien… pero paso de ella.

Ana: Vaya, ¡¡¡otra novedad!!! Pero ¿por qué?

Carlos: Pues nada, porque la tía se ha quedado a dormir en mi casa, yo me he ido a currar, teniendo antes el detallazo de levantarme 15 minutos antes, bajar al súper de la puerta, comprar una caja de bombones y dejársela junto a la cama. ¿Y qué hace la tía?

Ana: ¿¿¿Quééé???

Carlos: Se va de casa y deja la cama sin hacer. Y eso está muy feo. Ahí te das cuenta si alguien merece la pena. Coño, el primer encuentro, el primer polvo, todo de buen rollo, y ¿ni siquiera tiene el detalle de hacer la cama? ¡Vamos, no me jodas!

Ana: ¿¿¿Me lo dices en serio??? ¿¿¿Vas a pasar de ella sólo por eso???

Carlos: Ya te digo. Me ha dejado jodido. A veces, un detalle así es la respuesta más clara a una gran pregunta: me gusta, ¿merecerá la pena?

Un ramo

El ramo de orquídeas amarillas se posó lentamente sobre la losa. No lo hizo solo. Al final del celofán, justo por debajo del lazo negro de papel charol, la estriada mano de Sara acompañaba ese movimiento. Sus ojos iban por otro camino.

Mientras acostaba el ramo sobre el mármol la mirada de Sara permanecía fija en la lápida. Pero había otra ruta mucho más lejana para esa húmeda mirada. La que empezaba traspasando el bloque de piedra para viajar campo a través hasta llegar, en un suspiro, a una de esas máquinas de filminas antiguas que se compraban en vacaciones. Los ojos de Sara se situaron frente a ambas lentes. En cuanto tuvo el primer contacto visual, la humedad dio paso a la primera gota. Pronto habría que achicar. En el interior de la máquina, el círculo de diapositivas no era como ella recordaba. Sí, había fotos, pero no eran cuatro ni tenían monumentos o parajes típicos de Mallorca. La colección de imágenes era interminable. En ellas, dos figuras como únicos protagonistas. Bajo cada foto se podía leer «52 años de amor y un final inesperado». Sara rompió a llorar desconsoladamente a partir de la tercera, en la que ella y Julián iban por primera vez juntos al campo. Él y ella sonreían. Él, mientras se miraba una mancha de vino en su camisa más elegante. Ella, mientras miraba su cara. Sólo la cortina de lágrimas separaba a Sara de esa imagen proyectada en un reproductor antiguo con los mejores recuerdos de su vida con él. Casi sin darse cuenta llegó a una imagen en la que él estaba en la cama. Sara creyó volver a estar junto a él, junto a esa cama. Volvió a ver y tocar su cara blanquecina. Y de nuevo ese intenso dolor punzante recorrió su cuerpo dejándola vacía, vacía de vida. Cuando la imagen cedió su hueco a otra diapositiva en negro con las letras FIN impresas en blanco, Sara ya no estaba mirando por las lentes. Sus ojos, difícilmente reconocibles bajo el caudal de lágrimas, ahora sólo tenían un camino. El que llegaba hasta la frase inscrita en la lápida: «Sólo el amor más puro sigue doliendo con el tiempo».

Una flor

En la otra mitad de la cama, marcada por la irregular silueta de un sueño a la deriva, sólo quedaba una flor. Junto a la flor, una nota escrita con tinta de pluma antigua.

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Cuando María despertó, leyó la nota. Enseguida comprendió que era la última que ese marinero errante dejaba sobre su almohada.

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La red te atrapa en sus redes. Más que ninguna. No pesca peces. No caza animales del bosque. No sirve para contener ningún tipo de vida planetaria salvo una, la más especial de todas. La vida humana.

Bajo la falsa ilusión de navegación, la red fluye en todas direcciones capturando tu vida en una sola. La dirección que sólo te permite la libertad de vivir dentro de ella. Olvidando todo lo que hay fuera.

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