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MOVIMIENTOS
SOCIALES
E INTERNET

Juan Carlos Valencia Rincón
Claudia Pilar García Corredor
(EDITORES)

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RESERVADOS TODOS LOS DERECHOS

© Pontificia Universidad Javeriana

© Juan Carlos Valencia Rincón

Claudia Pilar García Corredor

Patricia Bernal

Irene Vélez-Torres

Francia Márquez-Mina

Claudio Maldonado Rivera

Gustavo Cimadevilla

Claudia Kenbel

Camilo Tamayo Gómez

Isaura Castelao

Eduardo Viveros

Ana Lúcia Sá

Carla Mansilla Hernández

Alcides Velásquez

Primera edición: septiembre del 2014

Bogotá, D.C.

ISBN: 978-958-716-717-7

Número de ejemplares: 300

Impreso y hecho en Colombia

Printed and made in Colombia

CORRECCIÓN DE ESTILO:

Nicolás Barbosa López

DISEÑO Y DIAGRAMACIÓN:

Claudia Patricia Rodríguez Ávila

DISEÑO DE CUBIERTA:

Claudia Patricia Rodríguez Ávila

DESARROLLO EPUB:

Lápiz Blanco SAS

Editorial Pontificia

Universidad Javeriana

Carrera 7 No. 37-25, oficina 1301

Edificio Lutaima

Teléfono: 3208320 ext. 4752

www.javeriana.edu.co/editorial

Bogotá, D.C.

 

Movimientos sociales e internet / editores Juan Carlos Valencia Rincón y Claudia Pilar García Corredor. -- 1a ed. -- Bogotá : Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2014.

272 p. : ilustraciones, tablas ; 24 cm.

Incluye referencias bibliográficas.

ISBN: 978-958-716-717-7

1. MOVIMIENTOS SOCIALES. 2. INTERNET (RED DE COMPUTADORES) -- ASPECTOS SOCIALES. 3. CIUDADANÍA. 4. TECNOLOGÍA Y CIVILIZACIÓN. I. Valencia Rincón, Juan Carlos, Ed. II. García Corredor, Claudia Pilar, Ed. III. Pontificia Universidad Javeriana. Facultad de Comunicación y Lenguaje.

CDD 303.484 ed. 21

Catalogación en la publicación - Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, S.J.

dff.                                                 Agosto 12 / 2014

Prohibida la reproducción total o parcial de este material,

sin autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana.

Prólogo

Los movimientos de la sociedad. Descolocación, reajustes y cambios desde las tecnologías

Germán Rey Beltrán

Mientras leía el borrador de este libro, los jóvenes reunidos en la plaza Taksim de Estambul protestaban contra el proyecto del Gobierno de construir un centro comercial en el Parque Gezih. El primer ministro Recep Tayyip Erdogan se lamentaba de los estragos de Twitter, al que calificó como productor de “mentiras absolutas”, y de las redes sociales, a las que consideró “una fuente de problemas para la sociedad actual”. Por supuesto, no mencionó que, de las cuentas en Twitter de políticos del mundo, la suya es la quinta con más seguidores, cerca de 2.700.000. Unos días después, las calles de varias ciudades del Brasil se llenaron de manifestaciones, muchas de ellas convocadas a través de redes sociales y móviles, para rechazar, inicialmente, el incremento de las tarifas del transporte público y, después, para criticar los actos de violencia policial, la corrupción de los políticos, el despilfarro estatal en estadios construidos para el Mundial de Fútbol y las necesidades apremiantes en servicios de salud y educación para la ciudadanía. Una de las consignas que se escucharon en las calles no dejaba mucho lugar para el equívoco: “No es un problema de centavos, sino de derechos”.

Mientras avanzaba en la lectura de los once capítulos que componen el libro coordinado por Juan Carlos Valencia y Claudia Pilar García, un joven estadounidense, Edward Joseph Snowden, revelaba a The Guardian y The Washington Post que la Agencia de Seguridad Nacional (ANS), en la que trabajaba, utilizaba el programa Prisma para acceder a millones de correos electrónicos, búsquedas de Internet, archivos enviados y conversaciones online de ciudadanos. Más adelante, se supo que la práctica de vigilancia y control se expandía a los propios países amigos de la Unión Europea, quienes reaccionaron airadamente frente a lo que llamaron una “práctica de la Guerra Fría”. Esta cuenta con la ayuda de grandes corporaciones privadas de la era digital, como Google, Apple, Facebook, Microsoft y Skype, las cuales se escudan en declaraciones elusivas y se rebotan tímidamente sus propias complicidades.

Mientras paso las páginas de Movimientos sociales e Internet, Snowden deambula como un tránsfuga sin identidad por el aeropuerto de Moscú, el avión del presidente boliviano Evo Morales no recibe permiso de Francia, Italia, España ni Portugal para aterrizar y abastecerse de combustible en su viaje de regreso a La Paz, y los militares egipcios derrocan al presidente Mursi mientras vuelven las manifestaciones a la plaza Tahir, ahora sobresaltadas por la caída del representante de los Hermanos Musulmanes. La Primavera Árabe no parece ceder.

Es posible que, mientras concluya este prólogo, las turbulencias sean aún mayores. Pero ocurra lo que ocurra, el propósito del libro que el lector tiene entre sus manos es aún más pertinente. Los acontecimientos históricos dejan mella en los trazos de la escritura y los discursos, pero la realidad móvil en que se inscriben las ideas que aquí se plantean continúa siendo válida por los debates que propone, los conceptos que arriesga y hasta los parentescos inevitables de las experiencias que analiza. Porque si de familiaridades se trata, en este libro las hay -y muchas- con los sucesos presentes y, probablemente, con otros que se escaparán de las páginas de este texto. Es interesante observar la tensión originaria que le da sentido a este libro: por una parte, la puesta en cuestión del concepto de “movimientos sociales” y, por otra, la irrupción en el panorama de la política contemporánea de otras formas de relación y de comunicación afianzadas en las nuevas tecnologías.

El concepto de movimientos sociales, tal como se conoció en las últimas décadas, parece hacer agua no solo en su conceptualización teórica, sino sobre todo en su protagonismo social. En América Latina, los movimientos sociales han tenido una presencia muy activa, insertados entre los tiempos de las dictaduras y la época de la imaginación de la democracia, y dibujados con rostros, propósitos y caracterizaciones muy diversas: desde los movimientos sociales de resistencia, hasta los movimientos juveniles, pasando por los movimientos de los sin tierra, los habitantes urbanos, las mujeres o las minorías. Con una visión premonitoria, Orlando Fals Borda escribió en la conferencia inaugural del VII Congreso de Sociología, celebrado en Barranquilla en 1989, que los movimientos sociales, que para entonces tenían dos décadas, no eran nuevos y estaban adquiriendo otras modalidades.

Millones de personas subordinadas y olvidadas por los poderosos -dijo- han logrado articular expectativas propias y realizar luchas independientes por soluciones democráticas. Con ello se ha demostrado una vez más la fuerza del impulso creador del hombre y de la mujer y su capacidad de resistencia ante las injusticias. La mayoría de los observadores de estos movimientos los ha visto con buenos ojos y les ha deseado buena suerte. Estiman que los movimientos han asumido la necesaria función histórica de articulación para la protesta. Los movimientos todavía alimentan la esperanza del progreso real en las comunidades, ven la posibilidad de construir un nuevo orden social más equitativo y próspero con paz y justicia, para contribuir a resolver las contradicciones del capitalismo y enmendar las inconsistencias éticas de la democracia burguesa.1

Con estructuras partidarias muy desiguales y, en muchos países, endebles, con temporalidades que tenían la fugacidad de lo episódico o por el contrario la persistencia de la obstinación, los movimientos sociales irrumpieron combinando capacidad de movilización con debilidades estructurales, vocerías de actores invisibles con posibilidades relativas de incidir en las agendas del poder. Pero, en general, estos movimientos tenían líderes identificables, objetivos que se alimentaban discursivamente y estrategias que se concertaban a pesar de las dificultades para construir consensos.

En los días de internet, los movimientos sociales parecen definitivamente descolocados, pero no por la acción de las tecnologías, sino por las transformaciones de la sociedad. Si esta descolocación fuera solamente tecnológica, caeríamos en una explicación nuevamente instrumental que nada tiene que ver con los procesos que unen, como sucede en este libro, a las organizaciones afrocolombianas con las luchas del pueblo mapuche, el movimiento verde de Irán, el movimiento nacional de la no violencia de Birmania y la defensa de los derechos de participación ciudadana en Guinea Ecuatorial. Este es uno de los tejidos que intenta proponer este libro: el de los hilos que unen y a la vez diferencian a movimientos sociales de nuestra contemporaneidad, que son fuertemente locales y comprometidamente globales. La que se “descoloca” es la sociedad, pues, de sobra, ya se conocen los cambios de encuadres, lugar y perspectiva que vivimos en la economía, la política o la cultura.

No es solo que hoy los movimientos sociales se convoquen por Internet, sino que crezcan sin las predicciones del pasado cuando lentamente se fraguaban, con un denso trabajo de grupos y liderazgos que se comprobaban en la acción. Las inmensas manifestaciones del Brasil desconcertaron a los políticos, acostumbrados a las grandes convocatorias masivas que los partidos controlaban con detalle milimétrico. Las protestas que aparentemente brotaron por las intromisiones gubernamentales en un parque que “conserva los recuerdos de millones de personas”, según lo recordaba el premio nobel turco Orhan Pamuk, suscitaron el fervor de un político a la vieja usanza, que encaramado sobre el techo de un autobús reconvenía a sus simpatizantes mientras se sorprendía de esta insurrección de jóvenes que, además, no aceptaban la prohibición de besarse libremente en el metro de Ankara. Es posible que las causalidades del pensamiento político del pasado presentes en preguntas como, por ejemplo, hasta dónde estos movimientos son salidas efectivas frente al poder o qué grado de permanencia tienen las propuestas políticas ante las oscilaciones de las voluntades, ya no sean apropiadas para explicar los ascensos y descensos de la protesta e inclusive sus ceremonias y rituales.

La idea de lo internacional se vuelve demasiado pequeña y casi anacrónica cuando se intentan percibir los flujos que, como oleadas, permiten afirmar que todos ellos forman parte de un mar semejante y familiar. Uno de estos flujos es el que dibuja Camilo Tamayo en su texto cuando resalta “la manera como se están reclamando y exigiendo contemporáneamente los derechos fundamentales en las diversas esferas públicas” y explicita los que conforman a las ciudadanías comunicativas. Diferentes ciudadanías dan lugar a nuevos derechos que se agregan a los conocidos o, peor aún, a los olvidados. He aquí una clave para entender los movimientos sociales contemporáneos y, por ende, algunas de las prácticas políticas más habituales en nuestros días.

Los análisis de la situación turca y de la brasileña parecen ir por esta senda. No son los céntimos sino los derechos, como decía la pancarta de Sao Paulo, no es solamente la defensa de un parque sino también el repudio del autoritarismo, la protesta social por la pérdida de libertades civiles y la intromisión de las disposiciones religiosas en el transcurso de la vida cotidiana de millones de personas. Refiriéndose a la aparición de otras ciudadanías, Tamayo escribe que todas ellas han querido llamar la atención “sobre las nuevas formas con las cuales los ciudadanos buscan reclamar, apropiarse, vivir, expresar o experimentar nuevos niveles de ciudadanía y de acción política a través de la conformación de movimientos sociales de cuarta generación (Keane, 2001), algunos muy ligados a la apropiación de las nuevas tecnologías y en especial del uso de Internet”. Aquí esta otra clave. Desde los estudios de la comunicación, los movimientos sociales han interesado ya sea por sus reivindicaciones comunicativas, el uso estratégico de la comunicación en la práctica política y social, las relaciones/reacciones comunicativas frente al poder político o las conexiones de democracia y ciudadanía con comunicación. Pero las cosas han cambiado radicalmente desde que las nuevas tecnologías se convirtieron en un campo específico de la lucha política y en un mediador del encuentro, la protesta y las formas organizativas de la política.

El viejo problema de los medios de comunicación y la política, ya sea desde la perspectiva de las formas de representación, los modos de narrar o su democratización, ha sido desbordado por las discusiones -provechosas política y comunicativamente- que han traído las nuevas tecnologías y, más concretamente, Internet. Durante años, la ficción mediática de la política atrajo a los investigadores e incluso a los mismos políticos: a los primeros porque trataban de explicar fenómenos como la construcción de la opinión pública, los contradiscursos de los que hablaba Nancy Frazer o la revelación social de las acciones y las propuestas de los gobernantes o de las instituciones políticas (por ejemplo, de los partidos). A los segundos, porque calificaron a los medios como poderes fácticos, opuestos a los poderes institucionales y, por lo general, generadores de desconfianzas, de paso los mayores causantes del descenso de la reputación, la credibilidad y la legitimidad de los políticos.

En “Panorama desde la plaza Taksim”, la escritora turca Elif Shafak escribió que salvo algunos periódicos, los grandes medios de comunicación se han mostrado increíblemente reacios a informar sobre las protestas, agregando además que: “a falta de una cobertura amplia e imparcial, las redes sociales han florecido. Un estudio de la Universidad de Nueva York revela que, en solo ocho horas, se enviaron dos millones de tuits sobre el Parque Gezi”.2

Lo que atrae a los ojos de los investigadores, como sucede en este libro sobre los movimientos sociales, son sus nuevas conexiones comunicativas y tecnológicas. No se trata de la preocupación de hace unos años sobre medios y política, sino de dos oportunidades inéditas: la primera, contrastar el significado de los movimientos sociales contemporáneos con los sentidos comunicativos que hoy se tramitan en la sociedad, es decir, la íntima vecindad que existe en nuestros días entre la política y la comunicación; y la segunda, indagar con mayor propiedad el nuevo campo de derechos, ciudadanías, debates y conflictos que compagina a la política con las nuevas tecnologías y, sobre todo, con el catálogo de sus apropiaciones.

De las dos oportunidades se tienen ejemplos en este libro. De la primera, porque interesa la autorrepresentación de los indígenas mapuche en Chile, que acuden al espinoso tema de los vínculos entre comunicación e identidad. También muestran la confrontación entre lo que representa el retorno del PRI y su pasado, el cual pocos jóvenes conocieron, a través del movimiento “Yo soy 132”. De la segunda, porque Internet es un campo fecundo para convocar, movilizar, protestar, ponerse en contacto. La política es mucho más que esto, pero parece que esta opción ayuda a derrumbar los modos en que la política movilizaba en el pasado. De la plaza a los medios y de los medios a Internet, este es el camino que se ha recorrido en poco tiempo desconfigurando las maneras en que los partidos o inclusive los movimientos sociales originarios convocaban a la protesta. Lo que se observa en los movimientos de conectados es una complementariedad de los modos de movilizar políticamente. Ahí están las plazas, ahora no solo como recipiente sino sobre todo como contenido. Tahir, Taksim, Wall Street y la plaza del Sol son íconos con una carga simbólica y política indudables. También los medios, aunque muchos de ellos se han convertido en objeto de la protesta, como sucedió con las críticas a O Globo o los cercos a Televisa en México. Se les criticaba precisamente los compromisos políticos de sus agendas, así como las distorsiones de sus relatos. Y en todos los movimientos recientes, las redes sociales y el teléfono celular han sido instrumentos rápidos y flexibles de convocatoria y diálogo. La política es más que Twitter o las redes sociales, como es más que la televisión o la concentración pública. Significa proyecto, sentido colectivo, organización durable, liderazgos, accountability. ¿O es precisamente todo ello lo que se está replanteando?

Pero hay otra vertiente de los análisis sobre las relaciones entre movimientos sociales e Internet que Juan Carlos Valencia plantea desde el inicio del libro. Es la aparición de movimientos y grupos de activistas que tienen como lugar de expresión el mundo de las nuevas tecnologías e Internet: “hackers, defensores del software libre, abanderados del copyleft, diseñadores de virus informáticos, anarquistas del mundo digital, cyberpunks, grupos antimarcas y anti grandes compañías, propulsores de los digital commons; estos y más activistas convergen, se comunican, complotan y proponen en Internet.” Se trata de uno de los campos más abigarrados de la lucha política, que además pone en evidencia uno de los ejes centrales de la vida contemporánea: el de las tecnologías. Un campo que atraviesa los comportamientos más disímiles, que une globalmente lo que es diferente y que revela las tensiones de sectores de la sociedad que en el pasado tenían límites muy precisos. El de la política que ya no es un sistema tan monolítico y homogéneo, el de la economía que empezó hace unas décadas a pesar enormemente en las decisiones públicas y a tener un poder que desafiaba a los propios Estados, el de la cultura que hoy transita de manera muy importante por los flujos informáticos y la multiplicidad de los soportes técnicos. Pero no se trata de replanteamientos abstractos o generales. Por el contrario, hacen que política, economía o cultura se encuentren a bruces entre ellos, con las tecnologías y, sobre todo, con su apropiación social por parte de hombres y mujeres. Las discusiones sobre las grandes corporaciones empresariales se cuelan en las casas de la mano de los problemas del servicio de banda ancha o de la oferta televisiva por cable, así como de los sistemas globales de control y vigilancia. La política, que antes tenía un conjunto de mediadores institucionalizados, se replantea con los procedimientos de interacción tecnológica de los ciudadanos con el Estado, así como con las posibilidades inmediatas de reacción de las redes sociales frente a las decisiones de los gobernantes y la cultura. En el pasado, esta se aposentaba -a veces demasiado complacientemente- en instituciones reconocidas, como los grandes teatros de cine, espacios cerrados para los museos, archivos bibliográficos para los museos o inclusive los CD de música, los cuales ahora conforman redes multimediales con prácticas de consumo autónomas y sin la rigidez de los tiempos obligados.

Lo que nos muestra este libro es que la magnitud de los cambios que están ocurriendo es inmensa y que algunos conceptos, y no pocas prácticas que estaban dentro del horizonte cotidiano de las sociedades, se están replanteando profundamente. La que está en movimiento es toda la sociedad.

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Capitulo 1

Propuesta de tipología de los movimientos sociales en Internet

Juan Carlos Valencia Rincón

I. ¿Un conjunto de nuevos movimientos sociales?

La literatura académica sobre movimientos sociales no ha cesado de crecer en las últimas décadas. Acontecimientos de tanta trascendencia como las protestas contra la Organización Mundial del Comercio en Seattle, en 1999, el ataque a las Torres Gemelas en Nueva York, en 2001, la movilización ciudadana tras el atentado en la estación ferroviaria de Atocha en Madrid, en 2004, las acciones de Occupy Wall Street que tuvieron eco no solo en Estados Unidos sino en países de Asia como Hong Kong y Japón, en 2011, la llamada Primavera Árabe de 2010, las movilizaciones estudiantiles en Chile y Colombia en 2011, las protestas de los Indignados en España, en 2011 y las de Yo Soy 132 en México, en 2012, por solo mencionar algunos hitos, demuestran que vivimos una época de gran frustración y creciente movilización ciudadana alrededor del sistema-mundo (Fuchs, 2012).

La evolución de Internet en las cuatro últimas décadas hacia una poderosa red de comunicaciones descentralizadas no ha pasado desapercibida para los grupos activistas. Aunque hay algunos que no recurren a ella, la red misma, una metáfora de las dinámicas y conflictos de la globalización, se convirtió en el objetivo de múltiples actores y en el lugar de nuevas luchas sociales: hackers, defensores del software libre, abanderados del copyleft, diseñadores de virus informáticos, anarquistas del mundo digital, cyberpunks, grupos antimarcas y anti grandes compañías, propulsores de los digital commons; estos y más activistas convergen, se comunican, complotan y proponen en Internet. Todos, a su manera y en medio de disensos que a veces les permiten renovarse, perciben los fenómenos que emergen o se reflejan en la red, los límites y excesos de una modernidad que no encuentra soluciones a los problemas que ha creado y sigue creando (Flórez, 2011).

Las metas, ideologías, recursos, planes de acción y expresiones de estos actores divergen notablemente, sin embargo, tal como Castells (1998) afirma con respecto a los activistas reunidos bajo la bandera del ecologismo, podría decirse que es precisamente su diversidad la que caracteriza a estos grupos que operan en Internet como “una nueva forma de movimiento descentralizado, multiforme, articulado en red y omnipresente” (p. 137). La diversidad ideológica es una característica que algunos expertos (Laraña, 1999) le atribuyen a importantes movimientos sociales contemporáneos, y por eso es tentador abordarlos como un objeto de estudio empleando la etiqueta de movimientos sociales, y considerarlos como una expansión o renovación de lo que se ha descrito de esa manera. Pero, al hacerlo, entramos en el terreno difuso y polémico de las categorías que emplean las Ciencias Sociales y en las controversias sobre la conveniencia de agrupar formas de activismo contemporáneas bajo la etiqueta de nuevos movimientos sociales. Tenemos que preguntarnos por el lugar de enunciación desde el cual levantamos categorías, sobre su pertinencia y utilidad y, de manera más pragmática, tenemos que reconocer que existen dudas sobre “si poseemos los instrumentos analíticos necesarios para, dentro de la complejidad empírica de estos fenómenos, descubrir los elementos que no pueden situarse en el marco de la sociedad industrial [...]” (Melucci, 1998, p. 368).

Los múltiples actores de lo que autores como Castelles (2012) reúnen bajo el paraguas de “movimientos sociales en Internet” plantean cuestiones que sobrepasan los límites nacionales con “aspectos, niveles y elementos bien definidos analíticamente que no pueden explicarse en el marco del análisis tradicional” (Melucci, 1998, p. 368). Por medio de tecnologías como los blogs (Wordpress, Blogspot, Tumblr), las redes sociales (Facebook, Linkedln, Diaspora, VK), microblogs (Twitter, Weibo), wikis (Wikipedia) y sitios de contenidos compartidos con potencial de interactividad (YouTube, Flickr, Instagram) (Fuchs, 2012, p. 777), actores muy diversos han convertido a Internet en un escenario importante para el desarrollo de movilizaciones en diferentes lugares del mundo.

La visión moderna de los movimientos fundada en “una concepción historicista, lineal y objetivista de la acción colectiva, que los consideraba como un agente clave del cambio social y la modernización de la sociedad a través de los conflictos que suscitaba” (Laraña, 1999, p. 71), se muestra claramente insuficiente para explicar y analizar a los grupos que operan a través de y en Internet. Muchos de ellos son comunidades virtuales de corta duración que actúan a partir de individuos dispersos (pero no aislados ya que forman parte de redes anteriores a la acción colectiva), con diversos grados de compromiso, en medio de tensiones y fricciones internas (Flórez, 2011, p. 16), y algunos ni siquiera aspiran a hacerse visibles, sino que, como observó Melucci (1998), “permanecen sumergidos en esas redes subterráneas en las que todo lo que se manifiesta en la movilización publica ya existía, ya se había diseñado y se le había dado nombre” (p. 379). Analistas como Castells (2012), impulsados por la euforia y el potencial que vislumbran en las redes sociales, atribuyen a la tecnología unas propiedades y acciones que realmente residen en sus usuarios (Fuchs, 2012, p. 777) y pasan por alto el hecho de que los activistas de nuestro tiempo a veces no tienen siquiera acceso a esos medios tecnológicos (Fuchs, 2012, pp. 776, 782) o emplean otros que les son más familiares o útiles, tales como los teléfonos celulares (Wilson y Dunn, 2011). Pensando con el deseo, importantes analistas se dejan llevar por sofisticadas teorizaciones sobre agrupaciones nómadas de carácter rizomático (Hardt y Negri, 2006; Castells, 2012), cuando estudios empíricos indican que en estos nuevos movimientos trabajan los que Gerbaudo (2012) describe como “líderes suaves”. Estos, según Gerbaudo (2012), construyen “coreografías en ensamble” (p. 139) y logran “controlar los flujos comunicativos” (p. 135) por medio de nuevas tecnologías que les permiten direccionar a personas interesadas hacia eventos de protesta específicos, aportar sugerencias sobre cómo actuar y construir, apoyándose en sus redes, narrativas emocionales que ayudan a mantener la cohesión y el idealismo de los movimientos que integran.

¿Cómo explicar el surgimiento y caracterizar a estos nuevos movimientos sociales? Si aceptamos la crítica que Laraña hace de la lógica de la ciencia social convencional e intentamos trascender las explicaciones referentes a modificaciones de la estructura de oportunidad política o de disponibilidad de recursos para, desde una perspectiva constructivista, centrarnos en “procesos multidimensionales de carácter cultural para comprender analíticamente la existencia de un movimiento” (Laraña, 1999, p. 72), ¿es factible agrupar a las diferentes vertientes de resistencia que acuden a Internet bajo un único denominador? ¿Cómo llegar a caracterizarlas desde el punto de vista de sus ideologías y sus sujetos de deseo?

A riesgo de caer en correlaciones causales simplistas y de insistir en la tendencia de vieja data que denuncia Melucci de concebir a los movimientos como formas de acción que cuestionan el sistema político y atribuirles ideologías emancipatorias, en este artículo propongo reunir múltiples expresiones y actores bajo el nombre de movimientos sociales en Internet. Intentaré presentar los lineamientos ideológicos fundamentales de sus vertientes a partir de la perspectiva neomarxista planteada por Hardt y Negri (2006) en su libro Multitud -con su “énfasis en la importancia de la conciencia, la ideología, la lucha social y la solidaridad para la acción colectiva” (Arato y Cohen, 2000, p. 572)- y propondré una categorización de cada una a partir de una revisión preliminar de la abundante literatura académica disponible sobre este tema. Me concentro en aquellos grupos cuyos malestares y objetivos se centran en temas relacionados con Internet, libertad de información y el derecho a la comunicación, a sabiendas de que muchos otros movimientos utilizan la red para fines que la trascienden. Otros artículos en este libro se ocupan de estos últimos movimientos en detalle.

Considero que los diversos grupos de activistas de y en Internet pueden ser considerados parte de movimientos sociales ya que:

Insisto en usar lo que Melucci describe como el dualismo teórico clásico de las interpretaciones de los movimientos sociales (considerarlos producto de crisis estructurales o fruto de creencias colectivas). Lo hago porque considero que estos movimientos reaccionan de frente a una lógica dominante identificable, aunque como afirma Melucci (1998), “la idea de una lógica dominante no contradice la idea de la complejidad” (p. 367). Internet y el contexto de globalización y auge de la producción inmaterial en el que surge parecen promover la unidad de acción entre los seguidores de varios movimientos y hacer de estos “una respuesta a las condiciones estructurales del contexto en que surgen” (Laraña, 1999, p. 77). La unidad entre las diversas vertientes que compondrían estos movimientos se puede conceptualizar “en términos de creencias colectivas promovidas por las tensiones estructurales generadas por el surgimiento de una sociedad de la información, en la que el conocimiento se convierte en un valor trascendental, o como la conciencia colectiva creada por interés en conflicto” (Laraña, 1999, p. 78). Desde el lugar de enunciación latinoamericano, un lugar no homogéneo, se puede dar el paso siguiente e identificar a estos movimientos como una reacción múltiple y propositiva a una condición estructural localizada, la de la colonialidad avanzada (Flórez, 2010, p. 97).

Es de anotar cómo las redes sociales están propiciando formas limitadas de participación e intervención de carácter político que podrían describirse como “suaves”, un activismo en línea que se limita a la mera interacción virtual y se conforma con la ilusión de que esas acciones pueden tener algún impacto en el mundo real (Fuchs, 2012, p. 778). Me interesan formas de activismo que trascienden esa intervención virtual, ilusoria y básicamente improductiva.

II. Sociedad red, producción inmaterial y crisis de la propiedad privada

El capitalismo solo inicia transformaciones estructurales cuando se ve obligado a hacerlo, cuando el régimen del momento se hace insostenible. Es así que se renueva, a partir de crisis parciales desencadenadas por la productividad de la multitud (Hardt y Negri, 2005).

El rechazo al régimen disciplinario de la sociedad-fábrica moderna se empezó a dar tras la Segunda Guerra Mundial y con el auge de los movimientos sociales de los años cincuenta y sesenta. La crisis se vivió tanto en los países centrales como en los periféricos y, de acuerdo a Hardt y Negri, no surgió de la mano oscura de las empresas capitalistas sino de los deseos y demandas de la fuerza laboral taylorista, fordista y disciplinada en todo el mundo. En la periferia del sistema-mundo se empezó a reconocer la insuficiencia trágica de la soberanía moderna y comprender que “la tarea primaria no era entrar en la modernidad sino escapar de ella” (Hardt y Negri, 2005, p. 274). Esta crisis estuvo acompañada por un momento de creación en el que se valoró todo el conjunto de actividades productivas, incluyendo formas inmateriales, y se destacó el valor social de la cooperación y la comunicación. Pero a través de múltiples estrategias, el capitalismo logró adaptarse a las nuevas condiciones sociales. Es una sofisticada máquina de captura, una lógica sumamente adaptable, un virus difícil de controlar y que parece sustentar su accionar en dinámicas muy próximas y entrañables para los sujetos occidentales. La crisis del capitalismo industrial y la adaptación que creó el capitalismo informacional empujó la transición desde procesos de supeditación formal del trabajo (el capital incorpora relaciones de producción con prácticas laborales en su exterior) hacia procesos de supeditación real (no se basan en el exterior sino en el modelamiento aún más intenso de los rasgos de la sociedad por parte del capital). El capitalismo entró en una nueva fase en que la riqueza social acumulada es cada vez más inmaterial; incluye relaciones sociales, sistemas de comunicación, información y redes afectivas y de experimentación cultural.

Al tiempo surgieron expresiones contradictoras: “movimientos sociales que surgen de la resistencia comunal a la globalización, la reestructuración capitalista, la organización en red, el informacionalismo incontrolado y el patriarcado [...] son los sujetos potenciales de la era de la información” (Castells, 1998, p. 260). Estos movimientos hacen visibles los dilemas fundamentales de la sociedad red.

Una de las primeras preocupaciones fue la desigualdad en las posibilidades de acceso a las redes informáticas y en la distribución de recursos, equipos e incluso idiomas de los contenidos. Melucci (1998) comparte estas preocupaciones: el

control no se distribuye de forma igualitaria, como bien sabemos; tener acceso al conocimiento, es decir, a este tipo de código, está conformando las nuevas formas de la estructura de poder y dando lugar a nuevos tipos de discriminación y a nuevos conflictos [...] hoy en día debemos pensar en la desigualdad y las clases sociales no tanto en términos simplemente materiales como en términos de acceso desigual a los nuevos recursos de individuación. (365, 374)

Desde los primeros años de Internet se empezó a hablar de la llamada brecha digital, una realidad en todos los países del planeta que se ha convertido en la razón de ser de grupos de activistas, ONG, Gobiernos y, hay que decirlo, empresas multinacionales de tecnología informática que usan discursos de democratización del acceso a la información como fachada para expandir sus operaciones.

La información se convierte en el recurso más importante en un sistema planetarizado (Melucci, 1998, p. 364) en el que la comunicación es la base de la producción, pero en un entorno así, el régimen de propiedad privada que ha caracterizado al capitalismo desde sus inicios “dificulta de inmediato la creatividad y la productividad” (Hardt y Negri, 2006, p. 220). Por tradición, el pensamiento liberal ha defendido la propiedad privada, entre otras razones, por promover la creatividad, pero en la sociedad la red limita el acceso a las ideas y a la información, y entorpece la creatividad y la innovación: “Los estudiosos y los usuarios de las tecnologías de Internet aseguran que la creatividad inicial de la revolución cibernética y el desarrollo de la red fueron posibles gracias a la extraordinaria apertura y facilidad de acceso a la información y a las tecnologías, todo lo cual se está cerrando últimamente a todos los niveles. La privatización de lo común electrónico ha empezado a ser un obstáculo para ulteriores innovaciones” (Hardt y Negri, 2006, p. 220). El surgimiento de una poderosa, compleja y lucrativa industria de producción de software a partir de los hallazgos e innovaciones desarrollados en los años 60 por una comunidad de ingenieros, matemáticos y físicos vinculados a universidades norteamericanas de elite y talante liberal resultó en una serie de contradicciones. Esa industria se ha convertido en el motor que impulsa la evolución y multiplica la productividad del sistema capitalista posfordista, basado en la información y la producción inmaterial. Pero el hecho de depender de individuos altamente capacitados, formados en ambientes cada vez menos disciplinados en los que aprendieron a valorar el trabajo mancomunado y libre de trabas burocráticas, ha propiciado la creación de comunidades virtuales que chocan contra uno de los valores fundamentales del capitalismo: la propiedad privada. Reconocen que “el trabajo inmaterial es cada vez más una actividad común, caracterizada por la cooperación continua entre innumerables productores individuales” (Hardt y Negri, 2006, p. 221). La transición de los usuarios de Internet hacia lo que autores como Garcia-Canclini (2012, p. 12) describen como prosumidores, difuminando los límites entre productores y consumidores, desestabiliza aún más la legitimidad del concepto de propiedad privada y el de derechos de autor.

De hecho, algunas de las vertientes de los movimientos sociales que funcionan o se conectan por Internet temen la parálisis que la propiedad privada causa en los procesos de innovación y la expropiación para el capital de la riqueza producida colectivamente: “la ciencia misma quedaría paralizada si no fuesen comunes nuestras grandes acumulaciones de conocimiento, información y métodos de estudio” (Hardt y Negri, 2006, p. 223). Este peligro se ha incrementado en la era de la información ya que el auge y predominio de la producción inmaterial y las redes sociales en las que se genera y circula ponen en cuestión o rebasan los mecanismos de protección existentes a la propiedad privada. Los programas y bases de datos son vulnerables a la destrucción o a la corrupción como consecuencia de su conectividad generalizada. Los virus utilizan el propio funcionamiento de la red para destruirla.

Por otro lado, la fácil reproductibilidad de los productos inmateriales “no amenaza a la propiedad misma, sino que simplemente destruye su carácter privado” (Hardt y Negri, 2006, p. 213). La propiedad privada se basa en la lógica de la escasez. En el caso de la propiedad material, este principio es obvio, pero en el caso de la producción inmaterial, con una capacidad de reproducibilidad infinita, la escasez desaparece. La reproducción de programas, contenidos, ideas e informaciones no es un robo en el sentido tradicional del término, no se despoja al dueño de su propiedad original, sino “una violación del carácter privado de la propiedad misma” (Hardt y Negri, 2006, p. 214). Por esto, muchos de los debates y acciones de los movimientos sociales en Internet se dan en espacios legales. Las nuevas formas de propiedad requieren nuevos y más sofisticados mecanismos legales, de índole global, para su legitimación y protección. Internet desbordó las legislaciones nacionales y por eso uno de los campos de acción más fuertes de las entidades que gobiernan el comercio mundial es el establecimiento de pautas transnacionales.

Así mismo, la conectividad creciente que permite y construye a Internet aplana en alguna medida las jerarquías tradicionales del mercado capitalista y acerca de manera inusitada a usuarios y consumidores con los centros de decisión de las grandes empresas. La crítica directa a las acciones de las transnacionales, los Gobiernos y las instituciones globales se torna más posible y efectiva. La red se utiliza para agrupar y convocar a opositores, difundir rápidamente informaciones secretas y desprestigiar acciones, productos o políticas, convirtiéndola en una nueva y sumamente efectiva ágora digital. Las redes sociales de Facebook y sitios web como Wikileaks sortean con brutal eficacia la censura velada o explicita de Gobiernos, corporaciones y grandes medios de comunicación tradicionales (O’Laughlin, Witmer, Thorwardson, 2010). La conectividad hace irresistible la tentación de irrumpir en entornos conectados a la red pero privados y protegidos, ya no por alambres de púas, sino por firewalls digitales, y el éxito al hacerlo convierte a los transgresores en héroes de la contracultura digital o, incluso, en nuevos empleados de las compañías e instituciones violadas, que los reclutan para mejorar su seguridad. Las irrupciones a veces se convierten en episodios de sabotaje imbuidos de un espíritu claramente anarquista o llegan al extremo de la creación de virus y otros programas (algunos bautizados con el sugestivo nombre de Caballos de Troya) que ponen en riesgo la operación misma de las redes. Quienes lo hacen, a veces luchan explícitamente contra una lógica dominante, como en el caso de Wikileaks, pero en otras ocasiones lo hacen como una cuestión de simple rebeldía y anarquismo.

III. Una versión digital de la enciclopedia china de Borges