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Introducción

Sergio Fernández

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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO
MÉXICO 2012

INTRODUCCIÓN

UN MEMBRILLO LO ES TODO O NO ES NADA, SI POR MEMBRILLO ENTENDEMOS LA PRESENCIA EMPONZOÑADA DEL AMOR. TAL el tema central de este relato de Cervantes, efectuado unos tres años antes de su muerte. Pero antes de abordar la presentación de una novela que no la necesita, primero será decir que es difícil que un gran escritor obedezca a tales o cuales normas literarias, o que encontró una sola estética en su larga pesquisa de pensar y sentir, cosas, ambas, meollo de la genialidad de una novela. Porque en realidad, sus caminos son impredecibles.

Es el caso que en estas últimas lecturas a sus Novelas ejemplares, no todas me parecen atinadas: van desde los errores de perspectiva histórica que se presentan en La española inglesa hasta los aciertos de novelas como El coloquio de los perros, antecedente de los movimientos surrealistas, pues ya hubiera querido Breton haber pensado en algo como darle almas a los animales haciéndolos hablar y concebir, de paso, estrategias que dan al clavo para vivir menos angustiosamente la existencia. Entre ambos textos los hay de todos, como las hipérboles de El celoso extremeño, la ingenuidad de La fuerza de la sangre o el mal solucionado conflicto de El Licenciado Vidriera, acaso la que más se acerca a las excentricidades de Cervantes, que no por haber estado fuera de su patria tantos años, dejó de entenderla como ningún otro, concediéndole dos cosas en las que ponemos siempre atención: su falta de genio político y su enjundia artística, llámese poesía, literatura o artes plásticas. Acaso de la música se ocupa poco, y habría que entender sus razones.

Nunca pensé que Vidriera se acercara tanto a la novela picaresca, no por el lado del personaje en sí, sino por la crítica -certera y rabiosa- que logra al observar a la sociedad de su época. Sin embargo esta su novela es singular si por ello entiendo que poco o nada tiene en común con el genio de don Pablos o el de Guzmán de Alfarache. Éstos son hombres de mal vivir, con pésima crianza, nacidos en la miseria, alimentando piojos, sarna y ganas de reír de la vida, aun a costa propia. Vidriera es por lo contrario gente de clase media, jovencito de estudios que desea alcanzar fama, poner el honor en su lugar (no sabemos cuál sea) y ser hombre de letras distinguido aun cuando el cervantino gusanito de las armas no deja de inflamarle sangre y corazón. Y si es verdad que el lector debe andar con el diccionario bajo el brazo para seguirlo más desahogadamente, también es cierto que su lectura, por única, siempre resulta “ejemplar”. Es como si la anécdota (un hombre que es de vidrio; un hombre que se cree de vidrio), en sí tan original como espléndidamente novelesca, perdiera profundidad ya que la locura, como eje de la trama, no implica necesariamente estar suficientemente explorada, como en El Quijote. ¿Por qué? ¿Acaso porque Vidriera está entre tomo y tomo de su máxima obra? ¿Acaso porque le falta la experiencia de haber finalizado lo más importante de su escritura? Si amén de ello lleva un vocabulario a veces picaresco o, en ocasiones, de germanía, se vuelve un sembradío de púas ya que sus connotaciones, en la organizada búsqueda que de ellas hacemos, dan curso a otras connotaciones, así, al infinito.

Qué duda cabe que Cervantes fue un hombre cultísimo (se implica que no únicamente por viajado sino por leído) pero ignoro, cuando cita a Ovidio en el original, si conoció el latín, pues cuando echa mano de Platón no hace sino seguir a todos aquellos que de él no se apartan desde el siglo XV italiano. Esto no es de extrañar en Góngora y Quevedo, pero de un soldado maltrecho, con la mitad de la parte superior del cuerpo baldada (nunca fue manco de verdad), en busca permanente de trabajo, alcabalero a sus finales, suponemos una poca monta económica que le permitiere el ocio indispensable para estudiar; es por ello que nos deja un sí que no aturdidos, aunque en un genio todo sea estrictamente irregular. Ya en otra parte he escrito que su ego es descomunal, como se observa a lo largo de los dos tomos de El Quijote en los que su poética acompaña de punta a cabo las hazañas del héroe, o sea que el escritor está en primer plano siempre, aun cuando “n” sean los narradores de la novela. Por lo que de inmediato aclara que es él el primero en lengua castellana en hacer “novelas” ya que las otras que corren por España son meras traducciones, tal vez del toscano, del latín o del griego.

Empero estos relatos son meras “pepitorias” que “no tienen pies ni cabeza”, pero a ser verdad el fingimiento de tal confesión, Cervantes miente ya que por primeras providencias él mismo las juzga “ejemplares” en el más alto sentido de la expresión. Y como por lo visto entre tareas no se cansa jamás de escribir (novela, entremeses, poesía) aquí nos previene de la próxima aparición de su Persiles, obra rara si las hay y por eso sin continuadores posibles. Y es que el genio tiene sus límites, aunque sea el de Cervantes.

De que sean “descabezadas” o descoladas acaso tenga la culpa el su “amigo” que lo ayudó con el Prólogo a la Primera Parte de El Quijote, escrito con serias dificultades de comprensión, no por lo arduo de la prosa sino por los fingimientos que implica desdoblarse en el amigo, que no es otro que Cervantes mismo, puesto delante de un espejo para tener así más campo visual y atender de cerca aciertos y errores de su ardorosa pluma. Pero ¿por qué liga al amigo con Vidriera? Porque ambos son críticos exigentes y a Tomás Rodaja, después de su envenenamiento, se le irá un trecho de su vida en juzgar a la sociedad que lo circunda a la manera de Vélez de Guevara o el propio Quevedo, en cuyas manos caen los mismos personajes a quienes los tres escritores desprecian: sastres, genoveses, banqueros, médicos, alguaciles, la Justicia, los poetas güeros (nunca la poesía) y diablos, alcahuetas, sisones, despenseros y demás gente -menuda y de pacotilla- impresionantemente caricaturizados.

Por otra parte qué duda cabe que el gran tema literario de Cervantes es la enfermedad. Si conoció o al menos merodeó hospitales y nosocomios es algo que sólo les interesa a lectores apegados al verismo de un Zola, ya que alguien como Cervantes (que carga el Universo en su cerebro) no necesita de tales constataciones para cimentar sus realidades literarias. Por eso ya se entere de “oídas” como en el caso de Vidriera, ya lo haya visto en un nosocomio, ya que de todos haya sido pasto común, para el caso es lo mismo pues la pluma no requiere de referencias inmediatas, como el Alférez Campuzano, recién salido de un hospital en que se intenta curarlo de sífilis con cuarenta sudores, lo que lo vuelve tan peculiarmente sensible que “oye” hablar a Cipión y Berganza, dando como resultado el apendicular relato de El coloquio de los perros.