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Dubersarsky, Claudio

Cáncer : historias de pacientes / Claudio Dubersarsky ; Andrea Orlando ; Marcelo Mazzeo. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2019.

Libro digital, EPUB


Archivo Digital: online

ISBN 978-987-87-0362-6


1. Literatura Testimonial. I. Orlando, Andrea II. Mazzeo, Marcelo III. Título

CDD A863



Editorial Autores de Argentina

www.autoresdeargentina.com

Mail: info@autoresdeargentina.com




Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

Impreso en Argentina – Printed in Argentina

A nuestras

familias por el apoyo incondicional.


A nuestros hijos,

David, Nicolás y Sofia,

las personas que más amamos en este mundo.

Los admiramos y estamos orgullosos por la clase de personas que son,

por sus valores y su sensibilidad para con el prójimo.

Son nuestros maestros en la vida.


A nuestros pacientes

que nos eligieron para acompañarlos

Índice

Agradecimientos

Prólogo

Introducción

Entrevista imaginaria

La vida en centímetros

Onelio

Bernardo

Pedro

Pablo

EL CÁNCER EN EL PODER

Evita

Patricia

Juan

Agustín

Taxi: el segundo viaje

Prevención, la madre de todas las batallas

Prevención primaria y secundaria

Nutrición y cáncer,
íntimamente relacionados

La importancia
del odontólogo en el equipo interdisciplinario

Estrés, ansiedad y depresión en pacientes con cáncer

Mindfulness, una herramienta eficaz

¿Quién cuida al que cuida?

Top 100 de preguntas y respuestas Segunda parte

Llagas y úlceras en la boca: ¿son siempre aftas?

Terapia financiera

Acerca de los autores

Agradecimientos

Prof. Graciela Balegno

Mariano Leibovich

Dra. Evelin Bachmeier

Econ. Sebastián Visotsky

Prof. Dr. Marcelo Mazzeo

Ing. Ana Sturam

PRÓLOGO

Cuando en 2004 regresé a la Cátedra de Fisiología de la Facultad de Odontología de la UNC (Universidad Nacional de Córdoba), luego de un autoexilio de casi nueve años, tuve la oportunidad de retomar mi pasión por la docencia y, junto a ello, la posibilidad de motorizar la actividad de investigación y extensión aletargada por circunstancias que no vale la pena rememorar. Había encontrado, gracias a la ayuda invalorable de mi querida maestra y amiga, la Prof. Dra. Ana Beatriz Finkelberg, una nueva veta para resignificar mis sueños frustrados por medio de la iniciación de la tesis de doctorado en Odontología. Ensayamos durante varios meses dentro de su línea de investigación alguna temática que me permitiese no solo cumplir mis anhelos, sino también en “devolver”, tal como ella siempre expresara, a la “comunidad de pacientes”, los posibles nuevos conocimientos para ponerlos a su “servicio” en un intento por mejorar su calidad de vida, desde nuestro rol en el equipo interdisciplinario de salud oncológico.

Jamás imaginé que ese juego de variables orientadas hacia las metas propuestas culminaría en la posibilidad de adentrarme en el mundo de las enfermedades crónicas, más específicamente en la enfermedad de cáncer y en su vinculación con la odontología.

Es así como comenzamos a esbozar una hipótesis, con objetivos generales y específicos sobre un modelo de investigación en pacientes que recibían quimioterapia ambulatoria sobre la base de dos de los diagnósticos más comúnmente frecuentes como son el cáncer de colon y de mama.

El desafío consistía en evaluar los cambios o complicaciones que podrían advertirse en diversas estructuras de la cavidad bucal, con especial énfasis en el funcionamiento de las glándulas salivales y el mantenimiento de la homeostasis local, por efecto de las toxicidades secundarias a partir del tratamiento con drogas oncológicas.

El planteo era concreto: debía efectuar estudios observacionales de la boca durante cuatro a seis meses (dependiendo del tratamiento terapéutico indicado) en pacientes que debían sistemáticamente concurrir a un hospital de día, efectuando en ellos actividades de diagnóstico clínico, evaluación de índices de salud bucal, confección de historias clínicas, fichas odontológicas y recolección de muestras de saliva, analizando sobre ellas algunas modificaciones en la cantidad y su composición antes, durante y al finalizar sus respectivos tratamientos.

Claro está que dicho estudio comprendía la valoración de los tejidos duros y blandos de la boca, más el consentimiento previo de cada paciente observado, sumado a su generosa voluntad de participar en un protocolo de investigación sin ningún otro interés que el de encontrar nuevos hallazgos que tendiesen a mejorar la calidad de vida de otros pacientes, que en el futuro debiesen enfrentar terapéuticas similares.

Creo imaginar a esta altura del prólogo que el lector manifestará (y tiene todo el derecho de hacerlo): ¿qué relación existe entre esta historia de un odontólogo que quería hacer una tesis con el prólogo del libro Cáncer: historias de pacientes? Lo cierto es que el proyecto había quedado pautado, pero nos faltaba el eslabón más importante: necesitábamos de la ayuda y orientación de un especialista en el área de la clínica oncológica que nos permitiese la capacitación adecuada y el soporte hospitalario donde formalizar la tarea con los debidos permisos legales de un comité de ética perteneciente a un nosocomio, que resguardase los intereses de los pacientes y la seriedad de nuestras acciones.

En ese tiempo, una querida colega de mi cátedra estaba cursando un cáncer de mama y fue precisamente ella quien dio el puntapié inicial para darle rienda suelta a un largo camino de encuentros. Aquí es, querido lector, donde se entrelaza la narración de mi proyecto, constituyendo el punto de partida, en el que las circunstancias de la vida me hicieron conocer a uno de mis más grandes amigos: el médico oncólogo Claudio Gastón Dubersarsky. Por ese entonces Claudio ejercía su novel especialidad en el Sanatorio Allende de Córdoba, en el cual ya se había desempeñado como residente y posteriormente como jefe de Residentes.

A medida que fuimos integrando e intercambiando nuestros conocimientos, comprendimos que Claudio era un médico con condiciones humanitarias destacadas que le permitían no solo abordar específicamente la enfermedad, sino que ahondaba en otras dimensiones de la vida de sus pacientes.

Desde el estudio y diagnóstico de las distintas posibilidades de cáncer sistémico, existía un hilo conductor en la relación paciente-profesional que lo vinculaba y comprometía con quienes requerían de sus servicios profesionales en una devolución sin fin.

La contención del paciente con cáncer y de su entorno familiar, además de su intachable trayectoria profesional, fueron mostrándonos uno de sus más fuertes pilares, en su desempeño como médico.

Todas estas virtudes, sumadas a un trato transversal y afectuoso con gran pertinencia, hacen de este amigo un ser de cualidades excepcionales. Más allá de su labor asistencial, el Dr. Dubersarsky quiso “acercar” y “amigar” una especialidad compleja como la oncología a un lenguaje más cotidiano, despejando “tabúes” propios de la sociedad frente a la temática del cáncer, por medio de la edición del segundo libro de su autoría: Cáncer: historias de pacientes.

En 2010 nos sorprendía con un primer libro destinado a la comunidad titulado Cáncer: oportunidad y aprendizaje, en el que claramente transmitía sus vivencias desde las enseñanzas de sus queridos pacientes, trascendiendo la dimensión científica para transitar a una dimensión holística de la enfermedad, como proceso atravesado por otras perspectivas, más allá del diagnóstico y del tratamiento de rigor para su cura.

Hoy, nos acerca una nueva propuesta para entender desde un lenguaje coloquial, claro, simple, ameno y preciso, un conjunto de relatos ordenados que permitirán a quien desee adentrarse en tomar un conocimiento aproximado sobre el cáncer, su incidencia, factores de prevención, índices de prevalencia y tratamiento desde los aportes de la ciencia para remediarlo.

En su dos facetas tanto como profesional y como persona, el Dr. Dubersarsky es un claro ejemplo de vida y sus acciones reflejan su tenacidad por seguir irrumpiendo con nuevos desafíos, que se tornan aún más valederos sabiendo que son para el bienestar de los otros.

Por todo ello, nada mejor que citar a la autora Elizabeth Kübler-Ross, quien oportunamente expresó: “Las personas son como ventanas con vidrieras: a la luz del sol brillan y relucen, pero en la oscuridad solo son bellas si algo en su interior las ilumina”.

De alguna forma, el Dr. Dubersarsky desde su interior ilumina su entorno, contagiando entusiasmo y alentando entre quienes padecieron o tienen cáncer un camino de esperanza como “oportunidad” y como “aprendizaje” para revalorizar desde la enfermedad el sentido de la vida.



Prof. Dr. Marcelo Adrián Mazzeo


Introducción

Luego de algunos años de la presentación de mi primer libro, Cáncer oportunidad y aprendizaje, siento que es el momento de comenzar a transitar nuevamente este camino de transmitir ideas, pensamientos, sueños y vivencias a través del milagro de un libro.

Mi primera experiencia como autor fue maravillosa, cientos de pacientes, colegas, amigos y familiares asistieron a la presentación.

Aquel 25 de agosto de 2010 algo mágico sucedió… un clima de emoción invadió la sala.

Canciones de Eladia Blázquez, interpretaciones actorales de “Cambalache” (uno de los textos del libro) y testimonios de pacientes hicieron de aquella noche una inolvidable.

En el primer libro, intenté transmitir que el cáncer puede ser una oportunidad para aprender a vivir en plenitud.

Busqué la manera de conciliar la idea de que una situación tan grave podía ser la llave para un cambio.

Sin embargo, en este momento quiero expresar también mi enojo por esta enfermedad que hace sufrir a la gente, sin distinción de edad, sexo, raza o condición socioeconómica.

El título de este libro trasluce un juego de palabras, que intenta ser un grito de desahogo… “Cáncer H D P”…

En esta obra invité a participar a mi compañera en la vida, la Dra. Andrea Orlando, desde hace unos años trabajamos en un equipo interdisciplinario en donde ella trata a los pacientes en el aspecto psicológico y emocional.

Su sensibilidad y su don para escuchar e interpretar en profundidad las circunstancias del proceso salud-enfermedad ha sido el complemento ideal para ayudar a los pacientes y familiares en el camino de sanación.

También convoqué para que me acompañe al Dr. Marcelo Mazzeo, con quien desde hace años compartimos la pasión por la investigación y la docencia. Agradezco y me enorgullezco por su amistad.

Los invitamos a transitar juntos historias de personas famosas, y no tanto, que padecieron o padecen cáncer, y por medio de ellas aprender más acerca de la enfermedad y de los tratamientos, pero por sobre todas las cosas, las experiencias de vida de cada uno de ellos.



“El creer y el crear están a una letra de distancia, y relacionar ambos conceptos es muy sencillo: si tú crees en un sueño, él se crea”.

Albert Espinosa

Entrevista imaginaria

Dra. Andrea Orlando

Años atrás mientras estaba en plena búsqueda de explicaciones acerca del dolor de la gente, llegó a mis manos el libro Cuando la gente buena sufre de Harold Kushner.

El contenido de este libro posee una riqueza de reflexiones y pensamientos que ayudan a aquellos que están sufriendo y no le encuentran sentido a ese sufrimiento.

Personalmente este libro me conmovió e imaginé una entrevista personal con él, en la que tenía la posibilidad de hacerle preguntas para tratar de develar nada más ni nada menos las causas del sufrimiento de las personas, cuál es rol que tiene Dios y su influencia para que esto suceda, entre otras cosas…

En esta entrevista imaginaria, le planteo diferentes preguntas, a las que él contestará con párrafos de su libro.


A las nueve en punto estaba ya sentada en el Café de la Cañada y Colón, aguardando que llegara Harold para el reportaje.

Observaba los rostros que había a mi alrededor, por las dudas él hubiese llegado antes de lo previsto.

—¿Más café, señora? —preguntó el mozo. Asentí con la cabeza. Volví a consultar el reloj.

Alguien se puso de pie en una mesa contigua. ¡Allí estaba! Tenía que ser él. Canoso, frente descubierta y unos grandes anteojos que acentuaban aún más su aspecto de hombre bueno e inteligente.

Hice unos pasos, y ya estaba junto a él.

—Doctor Kushner, soy Andrea Orlando. Un gusto conocerlo. ¿Nos sentamos? Quiero agradecerle su tiempo y predisposición para realizar esta entrevista. La primera pregunta que le quiero hacer es acerca de la motivación para escribir Cuando la gente buena sufre.

Harold levantó la taza e inhaló el aroma del rico café. Y comenzó a hablar…

—Luego de la muerte de mi hijo (Aaron), que solo tenía tres años, tuve que enfrentarme al más duro y terrible interrogante de todo ser humano: ¿por qué sufre la gente inocente? Sabía que algún día escribiría este libro. Lo haría desde mi propia necesidad de poner en palabras algunas de las más importantes cosas que he llegado a creer y a comprender... Quise escribirlo para quienes han sido heridos por la vida, por muertes, enfermedades, rechazos o desilusiones y que íntimamente saben que, si hay justicia en el mundo, ellos merecen algo mejor.

—¿Cuál fue exactamente el diagnóstico de Aaron?

—Te cuento brevemente. Aaron era un niño alegre y feliz, mi esposa y yo nos preocupamos por su salud desde que dejó de crecer a los ocho meses y más aún cuando se le comenzó a caer el cabello poco después de cumplir un año. En Boston, el pediatra nos comunicó que el problema de nuestro hijo se llamaba progeria, “envejecimiento acelerado”. Nos explicó que Aaron no alcanzaría una altura superior a los 90 cm, no tendría cabellos ni en la cabeza ni el cuerpo, su cara sería la de un ancianito aun siendo niño y moriría al comienzo de la adolescencia.

Mientras lo escuchaba, mis ojos se llenaron de lágrimas, y no podía dejar de pensar en mis hijos…

—¿Cómo se maneja una noticia como esa?

—Yo era un rabino joven y sin experiencia, no estaba familiarizado con el proceso de la pena, no como lo estaría más adelante, y lo que más sentí ese día fue una profunda y dolorosa sensación de injusticia. No tenía sentido. Yo había sido una buena persona. Me había esforzado por hacer lo correcto a los ojos de Dios. Más aún, llevaba una vida de mayor compromiso religioso que la mayoría de la gente que conocía. Creía que estaba siguiendo los designios de Dios y haciendo Su trabajo. Me preguntaba: ¿cómo era posible que le estuviese sucediendo eso a mi familia? Si Dios existía, si era mínimamente justo y, aún más, afectuoso e indulgente, ¿cómo era posible que me hiciera eso? Aun cuando pudiera convencerme de que me merecía ese castigo por algún pecado de omisión o de orgullo del cual no era consciente, ¿por qué razón por medio de Aaron?

—¿Tuvo una crisis de fe?

—No sé exactamente si llamarlo crisis de fe… La noticia estaba en contra de todo lo que me habían enseñado. No es así como funcionaba el mundo. Se suponía que esas tragedias les sucedían a personas egoístas y deshonestas a quienes yo, como rabino, debía consolar, asegurándoles que el amor de Dios lo perdonaba todo. Si lo que yo creía acerca del mundo era cierto, ¿cómo podía sucederme a mí, a mi hijo?…

—Entonces, rabino, la pregunta que no podemos eludir es: ¿por qué a la gente buena le pasan cosas malas?

—Te lo puedo explicar de la siguiente manera. El hombre o la mujer que vuelve del médico con un diagnóstico espantoso, el estudiante universitario argumentándome que no hay Dios, o el desconocido en una reunión social, que al enterarse de que soy un rabino, se me acerca con la pregunta: “¿cómo puede creer en…?”, todos tienen en común la preocupación por la injusta distribución del sufrimiento en el mundo. Las desgracias de la gente buena no son solamente un problema para los que sufren y sus familias. Constituyen un problema para todos los que quieren creer en un mundo justo, honesto, habitable. Cuestionan la bondad, la benevolencia, y aun la propia existencia de Dios. He visto a familias e incluso a una comunidad entera unirse para rezar pidiendo la recuperación de una persona enferma, solo para ver que sus esperanzas eran burladas y sus oraciones desatendidas. He visto enfermar a las personas equivocadas, he visto sufrir daño a los que menos lo merecían, he visto morir a los más jóvenes.

—Una sensación similar ocurre con el cáncer, increíblemente vemos padecer la enfermedad a personas buenas, jóvenes, niños, con toda una vida por delante, que sin ninguna duda no merecían nada de lo que les estaba sucediendo… Las preguntas “¿por qué a mí?”, “por qué ahora?”, son recurrentes…

Noté que estaba cómodo y a gusto con el reportaje. Cada tanto sonreía en forma cómplice, cuando notaba mi cara de asombro ante cada uno de sus comentarios.

Tomó el último sorbo de café y me confesó: