John Jairo Ladino

 

Víctimas del olvido

 

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Primera edición: agosto de 2018

 

© Grupo Editorial Insólitas

© John Jairo Ladino

Ilustraciones: José Luis Jiménez, ilustrador colombiano

 

ISBN Digital: 978-84-17467-32-6

 

Difundia Ediciones

Monte Esquinza, 37

28010 Madrid

info@difundiaediciones.com

www.difundiaediciones.com

 

IMPRESO EN ESPAÑA - UNIÓN EUROPEA

 

Cuatro relatos realistas sobre las consecuencias sociales que tienen las acciones de las organizaciones guerrilleras y paramilitares en las zonas rurales de Colombia. En estos relatos llenos de crudeza, violencia, extorsión, amenazas…

Nos adentramos en una serie de haciendas, ríos y caminos polvorientos por los que transitan unos personajes que ven interrumpida su apacible existencia por una lucha de la que se intentan mantener al margen. La guerra termina por acorralar a los protagonistas de estas historias, dejándoles dos opciones: Huir de sus hogares o enfrentarse a una más que probable muerte.

 

A mis padres, Blanca y Luis,

quienes me enseñaron que la paz de un país

comienza por casa.

 

ÍNDICE

 

 

NOTA DEL AUTOR

El 10% de los derechos percibidos por el autor se donan a organizaciones sin ánimo de lucro en Colombia.

 

 

CLAUDIA

Claudia corre descalza sobre la hierba húmeda. Arriba, el despejado cielo nocturno está dividido de izquierda a derecha por un uniforme sendero de estrellas parpadeantes. La niña, de un salto, se eleva hacia el cielo y la granja de su padre se hace más pequeña. Observa sonriente, es una vista extraña desde un lugar diferente. La granja es su lugar favorito, y este, su sueño favorito. Contempla la parte trasera de la casa y su techo sin paja, por donde se filtra el agua en el invierno. El mismo invierno culpable de mojar su cuaderno de dibujos meses atrás. «Algún día mi padre lo arreglará…», piensa mientras desciende suavemente sobre el techo, como una hoja, controlando su caída para no estropear la paja que cubre el cuarto principal donde duerme con su padre y su madrastra.

Se lanza nuevamente para tocar el cielo, aunque siente que su cuerpo se vuelve más pesado. El sonido estridente del aire rompiéndose en golpes rítmicos interrumpe su vuelo y la obliga a descender forzosamente.

¡Claudia, despierta! ¡Amor, debemos irnos!

En la penumbra, su padre no es más que una silueta. Los ojos de Claudia se adaptan despacio a la oscuridad y le permiten verlo a él y a su madrastra empacando ropa en una bolsa. El sonido del aire quebrándose rítmicamente en su sueño impone su amenaza en la realidad, su padre la toma de la mano. Claudia está aún sentada en su cama de mimbre y no ha logrado ponerse las sandalias cuando es sacada rápidamente de la cabaña, apenas vestida con su viejo pijama rosa. Afuera, con el viejo rancho a sus espaldas, observan a lo lejos, sobre el pálido azul de la madrugada, cómo un helicóptero negro se acerca.

—¡Susana, mija! ¡Salgamos por atrás, por el cultivo, loma abajo!

Sin soltar la mano de Claudia, los tres se abren paso a toda prisa entre las grandes hojas de plátano, mientras el ruido de las hélices aumenta con cada segundo. Claudia pisa una acacia y un calambre consume su pierna. La niña cojea sin detener su marcha.

¡Papá, algo se clavó en mi pie! grita Claudia, al borde del llanto.

¡Silencio, amor, no hagas ruido!responde Carlos en voz baja, mientras separa los alambres de púas que rodean su parcela.

¡Salgan ya!Carlos apresura a su familia, Susana empuja a la niña y deja entre las púas mechones de cabello. Un estampido de dolor la sumerge en llanto, Carlos tapa su boca ahogando el grito de Claudia que palpita reprimido en las manos de su padre.

 

La niña prueba a la fuerza el sabor amargo de la tierra húmeda mezclada con sus lágrimas mientras que tras ellos irrumpe una voz fuerte, ordenando buscar más personas en la zona. La familia, oculta entre las zanjas de riego, cubriéndose apenas con la hojarasca, escucha cómo las chozas son registradas. Llaman por su nombre propio con lista en mano a José y a su esposa Luisa, vecinos de El progreso, parcela que como muchas otras nombraron años atrás, como quien invoca una esperanza.

El suelo vibra con el paso de los uniformados a su alrededor y les hace apretar los dientes. Carlos aún sujeta la boca de la niña. Metidos en la zanja ven pasar numerosos hombres armados, vistiendo uniformes verde olivo, sin insignias. En medio de los gritos una pareja es sacada a rastras de uno de los ranchos. Por un segundo la mirada de Carlos y su vecino se cruzan entre el rastrojo; uno escondido y el otro con una bota sobre la nuca. Respira fuerte y mira el suelo, como intentando comprender cómo esa tierra negra y húmeda sería finalmente la causa de su desgracia. El estampido de un fusil rompe la calma en las montañas y el grito desgarrador de una mujer es cortado de inmediato por otro disparo.

—¡El que nada debe, nada teme, Carlos!dice José abriendo surcos en la tierra, azadón en mano y con el peso del sol en su espalda.

Le brinda a su compadre un trago de guarapo que reposa fresco bajo un árbol de teca, Carlos compara las sombras de los dos en el arado, José siempre se destacó por su talla, su figura robusta y mirada protectora, su amistad de infancia alentó a Carlos a pedirle que fuera padrino de Claudia.

¡Esa gente no se anda con rodeos, compadre! responde Carlos—, mire que en El Portazo llegaron en la noche con antorchas, para quemar los ranchos, así fue como sacaron a la gente de allá…