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Félix María Samaniego

Fábulas en verso castellano para el uso del Real seminario vascongado

Créditos

ISBN rústica: 978-84-96290-57-0.

ISBN ebook: 978-84-9897-747-9.

Sumario

Créditos 4

Brevísima presentación 9

La vida 9

Espíritu «didáctico» 9

Prólogo 11

Libro I 15

Fábula I. El asno y el cochino 17

Fábula II. La cigarra y la hormiga 19

Fábula III. El muchacho y la Fortuna 20

Fábula IV. La codorniz 21

Fábula V. El águila y el escarabajo 22

Fábula VI. El león vencido por el hombre 23

Fábula VII. La zorra y el busto 24

Fábula VIII. El ratón de la corte y el del campo 24

Fábula IX. El herrero y el perro 25

Fábula X. La zorra y la cigüeña 26

Fábula XI. Las moscas 27

Fábula XII. El leopardo y las monas 28

Fábula XIII. El ciervo en la fuente 29

Fábula XIV. El león y la zorra 30

Fábula XV. La cierva y el cervato 30

Fábula XVI. El labrador y la cigüeña 31

Fábula XVII. La serpiente y la lima 32

Fábula XVIII. El calvo y la mosca 33

Fábula XIX. Los dos amigos y el oso 33

Fábula XX. La águila, la gata y la jabalina 34

Libro II 37

Fábula I. El león con su ejército 39

Fábula II. La lechera 41

Fábula III. El asno sesudo 42

Fábula IV. El zagal y las ovejas 43

Fábula V. La águila, la corneja y la tortuga 44

Fábula VI. El lobo y la cigüeña 44

Fábula VII. El hombre y la culebra 45

Fábula VIII. El pájaro herido de una flecha 45

Fábula IX. El pescador y el pez 46

Fábula X. El gorrión y la liebre 47

Fábula XI. Júpiter y la tortuga 47

Fábula XII. El charlatán 48

Fábula XIII. El milano y las palomas 49

Fábula XIV. Las dos ranas 50

Fábula XV. El parto de los montes 51

Fábula XVI. Las ranas pidiendo Rey 52

Fábula XVII. El asno y el caballo 53

Fábula XVIII. El cordero y el lobo 53

Fábula XIX. Las cabras y los chivos 54

Fábula XX. El caballo y el ciervo 55

Libro III 57

Fábula I. La águila y el cuervo 59

Fábula II. Los animales con peste 61

Fábula III. El milano enfermo 62

Fábula IV. El león envejecido 63

Fábula V. La zorra y la gallina 64

Fábula VI. La cierva y el león 65

Fábula VII. El león enamorado 65

Fábula VIII. Congreso de los ratones 66

Fábula IX. El lobo y la oveja 67

Fábula X. El hombre y la pulga 68

Fábula XI. El cuervo y la serpiente 68

Fábula XII. El asno y las ranas 68

Fábula XIII. El asno y el perro 69

Fábula XIV. El león y el asno cazando 70

Fábula XV. El charlatán y el rústico 71

Libro IV 73

Fábula I. La mona corrida 75

Fábula II. El asno y Júpiter 76

Fábula III. El cazador y la perdiz 77

Fábula IV. El viejo y la muerte 78

Fábula V. El enfermo y el médico 78

Fábula VI. La zorra y las uvas 79

Fábula VII. La cierva y la viña 79

Fábula VIII. El asno cargado de reliquias 80

Fábula IX. Los dos machos 81

Fábula X. El cazador y el perro 81

Fábula XI. La tortuga y la águila 82

Fábula XII. El león y el ratón 83

Fábula XIII. Las liebres y las ranas 84

Fábula XIV. El gallo y el zorro 84

Fábula XV. El león y la cabra 85

Fábula XVI. La hacha y el mango 86

Fábula XVII. La onza y los pastores 86

Fábula XVIII. El grajo vano 88

Fábula XIX. El hombre y la comadreja 88

Fábula XX. Batalla de las comadrejas y los ratones 89

Fábula XXI. El león y la rana 90

Fábula XXII. El ciervo y los bueyes 90

Fábula XXIII. Los navegantes 91

Fábula XXIV. El torrente y el río 92

Fábula XXV. El león, el lobo y la zorra 93

Libro V 97

Fábula I. Los ratones y el gato 99

Fábula II. El asno y el lobo 100

Fábula III. El asno y el caballo 101

Fábula IV. El labrador y la providencia 102

Fábula V. El asno vestido de león 103

Fábula VI. La gallina de los huevos de oro 104

Fábula VII. Los cangrejos 104

Fábula VIII. Las ranas sedientas 106

Fábula IX. El cuervo y el zorro 107

Fábula X. Un ojo y un picarón 108

Fábula XI. El carretero y Hércules 108

Fábula XII. La zorra y el chivo 109

Fábula XIII. El lobo, la zorra y el mono juez 110

Fábula XIV. Los dos gallos 110

Fábula XV. La mona y la zorra 110

Fábula XVI. La gata mujer 111

Fábula XVII. La leona y el oso 112

Fábula XVIII. El lobo y el perro flaco 113

Fábula XIX. La oveja y el ciervo 114

Fábula XX. La alforja 115

Fábula XXI. El asno infeliz 115

Fábula XXII. El jabalí y la zorra 115

Fábula XXIII. El perro y el cocodrilo 116

Fábula XXIV. La comadreja y los ratones 116

Fábula XXV. El lobo y el perro 117

Libros a la carta 121

Brevísima presentación

La vida

Félix María Samaniego (Laguardia, la Rioja, 1745-1801). España.

Pertenecía a una familia de la nobleza guipuzcoana. Estudió leyes en la Universidad de Valladolid, pero no acabó la carrera. Luego se casó y vivió en Vergara.

Espíritu «didáctico»

Sus Fábulas fueron escritas para que sirvieran de lectura a los alumnos del Real Seminario Patriótico Vascongado, de Vergara. En 1781 se publicaron en Valencia los cinco primeros libros con el título de Fábulas en verso castellano y en 1784 aparecieron en Madrid en su versión definitiva. Están inspiradas en las obras de los fabulistas clásicos Esopo y Fedro, del francés Jean de La Fontaine y del inglés J. Gay. Tienen propósito didáctico y un estilo sencillo.

Samaniego se enemistó con su amigo Tomás de Iriarte cuando éste publicó sus propias fábulas, un año después que las suyas, y afirmó haber escrito «las primeras fábulas originales en lengua castellana».

Prólogo

Muchos son los sabios de diferentes siglos y naciones que han aspirado al renombre de Fabulistas; pero muy pocos los que han hecho esta carrera felizmente. Este conocimiento debiera haberme retraído del arduo empeño e meterme a contar fábulas en verso castellano. Así hubiera sido: pero permítame el público protestar con sinceridad en mi abono, que, en esta empresa no ha tenido parte mi elección. Es puramente obra de mi pronta obediencia debida a una persona en quien respeto unidas las calidades de tío, maestro, y jefe.

En efecto: el Director de la Real Sociedad Vascongada mirando la educación como a basa en que estriba la felicidad pública emplea la mayor parte de su celo patriótico en el cuidado de proporcionar a los jóvenes alumnos del Real Seminario Vascongado cuanto conduce a su instrucción y siendo por decirlo así el primer pasto con que se debe nutrir el espíritu de los niños las máximas morales disfrazadas en el agradable artificio de la fábula; me destinó a poner una colección de ellas en verso castellano, con el objeto de que recibiesen esta enseñanza ya que no mamándola con la leche, según deseó Platón a lo menos antes de llegar a estado de poder entender el latín.

Desde luego di principio a mi obrilla. Apenas pillaban los jóvenes seminaristas alguno de mis primeros ensayos, cuando los leían y estudiaban a porfía con indecible placer y facilidad; mostrando en esto el deleite que les causa un cuentecillo adornado con la dulzura y armonía poética, y libre para ellos de las espinas de la traducción, que tan desagradablemente les punzan en los principios de su enseñanza.

Aunque esta primera prueba me asegura en parte de la utilidad de mi empresa, que es la verdadera recomendación de un escrito, no se contenta con ella mi amor proprio. Siguiendo éste su ambiciosa condición desea que respectivamente logren mis Fábulas igual acogida que en los niños en los mayores, y aun si es posible entre los doctos: pero a la verdad esto no es tan fácil. Las espinas que dejan de encontrar en ellas los niños, las hallarán los que no lo son en los repetidos defectos de la obra. Quizá no parecerán estos tan de marca, dando aquí una breve noticia del método que he observado en la ejecución de mi asunto y de las razones que he tenido para seguirle.

Después de haber repasado los preceptos de la fábula, formé mi pequeña Librería de Fabulistas: examiné, comparé y elegí para mis modelos, entre todos ellos, después de Esopo, a Fedro y a La Fontaine: no tardé en hallar mi desengaño. El primero más para admirado que para seguido, tuve que abandonarlo a los primeros pasos. Si la unión de la elegancia y laconismo solo está concedida a este poeta en este género, ¿cómo podrá aspirará a ella quien escribe en lengua castellana y palpa los grados que a esta le faltan para igualar a la latina en concisión y energía? Este conocimiento en que me aseguró más y más la práctica, me obligó a separarme de Fedro.

Empecé a aprovecharme del segundo (como se deja ver en las fábulas de La cigarra y la hormiga; El cuervo y el zorro, y alguna otra); pero reconocí que no podía sin ridiculizarme trasladar a mis versos aquellas delicadas nuevas gracias, y sales, que tan fácil y naturalmente derrama este ingenioso fabulista en su narración.

No obstante en el estudio que hice de este autor, hallé no solamente que la mayor parte de sus argumentos son tomados Locmano, Esopo, y otros de los antiguos, sino que no tuvo reparo en entregarse a seguir su propio carácter tan francamente, que me atrevo a asegurar que apenas tuvo presente otro precepto en la narración, que la regla general que él mismo asienta en el prólogo de sus Fábulas en boca de Quintiliano: por mucho gracejo que se dé a la narración, nunca será demasiado.

Con las dificultades que toqué al seguir en la formación de mi obrita a estos dos fabulistas, y con el ejemplo que hallé, en el último, me resolví a escribir tomando en cerro los argumentos de Esopo, entresacando tal cual de algún moderno, y entregándome con libertad a mi genio, no solo en el estilo, y gusto de la narración, sino aun en el variar rara vez algún tanto ya del argumento, ya de la aplicación de la moralidad, quitando, añadiendo, o mudando alguna cosa, que sin tocar al cuerpo principal del apólogo contribuya a darle cierto aire de novedad y gracia.

En verdad que según mi conciencia más de cuatro veces se peca en este método contra los preceptos de la fábula; pero esta práctica licenciosa es tan corriente entre los fabulistas, que cualquiera que se ponga a cotejar una misma fábula en diferentes versiones, la hallará tan transformada en cada una de ellas respecto del original, que degenerando por grados de una en otra versión, vendrá a parecerle diferente en cada una de ellas. Pues si con todas estas licencias, o pecados contra las leyes de la fábula ha habido fabulistas, que han hecho su carrera hasta llegar al templo de la inmortalidad; ¿a qué meterme yo en escrúpulos, que ellos no tuvieron?

Si en algo he empleado casi nimiamente mi atención, ha sido en hacer versos fáciles hasta acomodarlos, según mi entender, a la comprensión de los muchachos. Que alguna vez parezca mi estilo no solo humilde, sino aun bajo, malo es; ¿mas no sería muchísimo peor, que haciéndolo incomprensible a los niños, ocupasen estos su memoria con inútiles coplas?