Félix María Samaniego
Fábulas en verso castellano para el uso del Real seminario vascongado
Barcelona 2022
linkgua-digital.com
Título original: Fábulas en verso castellano para el uso del Real Seminario Vascongado.
© 2022, Red ediciones S.L.
e-mail: info@linkgua.com
Diseño de cubierta: Michel Mallard.
ISBN rústica: 978-84-96290-57-0.
ISBN ebook: 978-84-9897-747-9.
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Sumario
Créditos 4
Brevísima presentación 9
La vida 9
Espíritu «didáctico» 9
Prólogo 11
Libro I 15
Fábula I. El asno y el cochino 17
Fábula II. La cigarra y la hormiga 19
Fábula III. El muchacho y la Fortuna 20
Fábula IV. La codorniz 21
Fábula V. El águila y el escarabajo 22
Fábula VI. El león vencido por el hombre 23
Fábula VII. La zorra y el busto 24
Fábula VIII. El ratón de la corte y el del campo 24
Fábula IX. El herrero y el perro 25
Fábula X. La zorra y la cigüeña 26
Fábula XI. Las moscas 27
Fábula XII. El leopardo y las monas 28
Fábula XIII. El ciervo en la fuente 29
Fábula XIV. El león y la zorra 30
Fábula XV. La cierva y el cervato 30
Fábula XVI. El labrador y la cigüeña 31
Fábula XVII. La serpiente y la lima 32
Fábula XVIII. El calvo y la mosca 33
Fábula XIX. Los dos amigos y el oso 33
Fábula XX. La águila, la gata y la jabalina 34
Libro II 37
Fábula I. El león con su ejército 39
Fábula II. La lechera 41
Fábula III. El asno sesudo 42
Fábula IV. El zagal y las ovejas 43
Fábula V. La águila, la corneja y la tortuga 44
Fábula VI. El lobo y la cigüeña 44
Fábula VII. El hombre y la culebra 45
Fábula VIII. El pájaro herido de una flecha 45
Fábula IX. El pescador y el pez 46
Fábula X. El gorrión y la liebre 47
Fábula XI. Júpiter y la tortuga 47
Fábula XII. El charlatán 48
Fábula XIII. El milano y las palomas 49
Fábula XIV. Las dos ranas 50
Fábula XV. El parto de los montes 51
Fábula XVI. Las ranas pidiendo Rey 52
Fábula XVII. El asno y el caballo 53
Fábula XVIII. El cordero y el lobo 53
Fábula XIX. Las cabras y los chivos 54
Fábula XX. El caballo y el ciervo 55
Libro III 57
Fábula I. La águila y el cuervo 59
Fábula II. Los animales con peste 61
Fábula III. El milano enfermo 62
Fábula IV. El león envejecido 63
Fábula V. La zorra y la gallina 64
Fábula VI. La cierva y el león 65
Fábula VII. El león enamorado 65
Fábula VIII. Congreso de los ratones 66
Fábula IX. El lobo y la oveja 67
Fábula X. El hombre y la pulga 68
Fábula XI. El cuervo y la serpiente 68
Fábula XII. El asno y las ranas 68
Fábula XIII. El asno y el perro 69
Fábula XIV. El león y el asno cazando 70
Fábula XV. El charlatán y el rústico 71
Libro IV 73
Fábula I. La mona corrida 75
Fábula II. El asno y Júpiter 76
Fábula III. El cazador y la perdiz 77
Fábula IV. El viejo y la muerte 78
Fábula V. El enfermo y el médico 78
Fábula VI. La zorra y las uvas 79
Fábula VII. La cierva y la viña 79
Fábula VIII. El asno cargado de reliquias 80
Fábula IX. Los dos machos 81
Fábula X. El cazador y el perro 81
Fábula XI. La tortuga y la águila 82
Fábula XII. El león y el ratón 83
Fábula XIII. Las liebres y las ranas 84
Fábula XIV. El gallo y el zorro 84
Fábula XV. El león y la cabra 85
Fábula XVI. La hacha y el mango 86
Fábula XVII. La onza y los pastores 86
Fábula XVIII. El grajo vano 88
Fábula XIX. El hombre y la comadreja 88
Fábula XX. Batalla de las comadrejas y los ratones 89
Fábula XXI. El león y la rana 90
Fábula XXII. El ciervo y los bueyes 90
Fábula XXIII. Los navegantes 91
Fábula XXIV. El torrente y el río 92
Fábula XXV. El león, el lobo y la zorra 93
Libro V 97
Fábula I. Los ratones y el gato 99
Fábula II. El asno y el lobo 100
Fábula III. El asno y el caballo 101
Fábula IV. El labrador y la providencia 102
Fábula V. El asno vestido de león 103
Fábula VI. La gallina de los huevos de oro 104
Fábula VII. Los cangrejos 104
Fábula VIII. Las ranas sedientas 106
Fábula IX. El cuervo y el zorro 107
Fábula X. Un ojo y un picarón 108
Fábula XI. El carretero y Hércules 108
Fábula XII. La zorra y el chivo 109
Fábula XIII. El lobo, la zorra y el mono juez 110
Fábula XIV. Los dos gallos 110
Fábula XV. La mona y la zorra 110
Fábula XVI. La gata mujer 111
Fábula XVII. La leona y el oso 112
Fábula XVIII. El lobo y el perro flaco 113
Fábula XIX. La oveja y el ciervo 114
Fábula XX. La alforja 115
Fábula XXI. El asno infeliz 115
Fábula XXII. El jabalí y la zorra 115
Fábula XXIII. El perro y el cocodrilo 116
Fábula XXIV. La comadreja y los ratones 116
Fábula XXV. El lobo y el perro 117
Libros a la carta 121
Félix María Samaniego (Laguardia, la Rioja, 1745-1801). España.
Pertenecía a una familia de la nobleza guipuzcoana. Estudió leyes en la Universidad de Valladolid, pero no acabó la carrera. Luego se casó y vivió en Vergara.
Sus Fábulas fueron escritas para que sirvieran de lectura a los alumnos del Real Seminario Patriótico Vascongado, de Vergara. En 1781 se publicaron en Valencia los cinco primeros libros con el título de Fábulas en verso castellano y en 1784 aparecieron en Madrid en su versión definitiva. Están inspiradas en las obras de los fabulistas clásicos Esopo y Fedro, del francés Jean de La Fontaine y del inglés J. Gay. Tienen propósito didáctico y un estilo sencillo.
Samaniego se enemistó con su amigo Tomás de Iriarte cuando éste publicó sus propias fábulas, un año después que las suyas, y afirmó haber escrito «las primeras fábulas originales en lengua castellana».
Muchos son los sabios de diferentes siglos y naciones que han aspirado al renombre de Fabulistas; pero muy pocos los que han hecho esta carrera felizmente. Este conocimiento debiera haberme retraído del arduo empeño e meterme a contar fábulas en verso castellano. Así hubiera sido: pero permítame el público protestar con sinceridad en mi abono, que, en esta empresa no ha tenido parte mi elección. Es puramente obra de mi pronta obediencia debida a una persona en quien respeto unidas las calidades de tío, maestro, y jefe.
En efecto: el Director de la Real Sociedad Vascongada mirando la educación como a basa en que estriba la felicidad pública emplea la mayor parte de su celo patriótico en el cuidado de proporcionar a los jóvenes alumnos del Real Seminario Vascongado cuanto conduce a su instrucción y siendo por decirlo así el primer pasto con que se debe nutrir el espíritu de los niños las máximas morales disfrazadas en el agradable artificio de la fábula; me destinó a poner una colección de ellas en verso castellano, con el objeto de que recibiesen esta enseñanza ya que no mamándola con la leche, según deseó Platón a lo menos antes de llegar a estado de poder entender el latín.
Desde luego di principio a mi obrilla. Apenas pillaban los jóvenes seminaristas alguno de mis primeros ensayos, cuando los leían y estudiaban a porfía con indecible placer y facilidad; mostrando en esto el deleite que les causa un cuentecillo adornado con la dulzura y armonía poética, y libre para ellos de las espinas de la traducción, que tan desagradablemente les punzan en los principios de su enseñanza.
Aunque esta primera prueba me asegura en parte de la utilidad de mi empresa, que es la verdadera recomendación de un escrito, no se contenta con ella mi amor proprio. Siguiendo éste su ambiciosa condición desea que respectivamente logren mis Fábulas igual acogida que en los niños en los mayores, y aun si es posible entre los doctos: pero a la verdad esto no es tan fácil. Las espinas que dejan de encontrar en ellas los niños, las hallarán los que no lo son en los repetidos defectos de la obra. Quizá no parecerán estos tan de marca, dando aquí una breve noticia del método que he observado en la ejecución de mi asunto y de las razones que he tenido para seguirle.
Después de haber repasado los preceptos de la fábula, formé mi pequeña Librería de Fabulistas: examiné, comparé y elegí para mis modelos, entre todos ellos, después de Esopo, a Fedro y a La Fontaine: no tardé en hallar mi desengaño. El primero más para admirado que para seguido, tuve que abandonarlo a los primeros pasos. Si la unión de la elegancia y laconismo solo está concedida a este poeta en este género, ¿cómo podrá aspirará a ella quien escribe en lengua castellana y palpa los grados que a esta le faltan para igualar a la latina en concisión y energía? Este conocimiento en que me aseguró más y más la práctica, me obligó a separarme de Fedro.
Empecé a aprovecharme del segundo (como se deja ver en las fábulas de La cigarra y la hormiga; El cuervo y el zorro, y alguna otra); pero reconocí que no podía sin ridiculizarme trasladar a mis versos aquellas delicadas nuevas gracias, y sales, que tan fácil y naturalmente derrama este ingenioso fabulista en su narración.
No obstante en el estudio que hice de este autor, hallé no solamente que la mayor parte de sus argumentos son tomados Locmano, Esopo, y otros de los antiguos, sino que no tuvo reparo en entregarse a seguir su propio carácter tan francamente, que me atrevo a asegurar que apenas tuvo presente otro precepto en la narración, que la regla general que él mismo asienta en el prólogo de sus Fábulas en boca de Quintiliano: por mucho gracejo que se dé a la narración, nunca será demasiado.
Con las dificultades que toqué al seguir en la formación de mi obrita a estos dos fabulistas, y con el ejemplo que hallé, en el último, me resolví a escribir tomando en cerro los argumentos de Esopo, entresacando tal cual de algún moderno, y entregándome con libertad a mi genio, no solo en el estilo, y gusto de la narración, sino aun en el variar rara vez algún tanto ya del argumento, ya de la aplicación de la moralidad, quitando, añadiendo, o mudando alguna cosa, que sin tocar al cuerpo principal del apólogo contribuya a darle cierto aire de novedad y gracia.
En verdad que según mi conciencia más de cuatro veces se peca en este método contra los preceptos de la fábula; pero esta práctica licenciosa es tan corriente entre los fabulistas, que cualquiera que se ponga a cotejar una misma fábula en diferentes versiones, la hallará tan transformada en cada una de ellas respecto del original, que degenerando por grados de una en otra versión, vendrá a parecerle diferente en cada una de ellas. Pues si con todas estas licencias, o pecados contra las leyes de la fábula ha habido fabulistas, que han hecho su carrera hasta llegar al templo de la inmortalidad; ¿a qué meterme yo en escrúpulos, que ellos no tuvieron?
Si en algo he empleado casi nimiamente mi atención, ha sido en hacer versos fáciles hasta acomodarlos, según mi entender, a la comprensión de los muchachos. Que alguna vez parezca mi estilo no solo humilde, sino aun bajo, malo es; ¿mas no sería muchísimo peor, que haciéndolo incomprensible a los niños, ocupasen estos su memoria con inútiles coplas?