A mis padres.

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LAS CERILLAS RECIÉN APAGADAS huelen a cumpleaños. Mamá dice que las cerillas apagadas huelen solo a cerillas apagadas, pero no es verdad. Hay cosas que huelen a otras cosas. Los libros nuevos huelen a septiembre y a empezar el cole. La tierra mojada huele a tormenta, y las palomitas huelen a películas en el sofá. Podría pasarme todo el día oliendo cerillas y palomitas, eso seguro. O la tierra mojada.

Cuando un olor me gusta, huelo muy fuerte. Mamá dice que no se puede oler fuerte o flojo, que se huele y punto. Pero tampoco es verdad.

Aquel día me daba igual que mis amigos me pidieran que soplara ya las velas. Era mi cumpleaños, y en los cumpleaños puedes oler el tiempo que tú quieras.

Pero una cosa es oler mucho, y otra que se te derrita una tarta de chocolate y nata, así que al final me coloqué la melena detrás de las orejas, hinché los pulmones, cerré los ojos, pensé en mi deseo y...

Y justo en ese momento, mi madre señaló la ventana y se puso a gritar:

–¡Celeste, un tigre! ¡Corre, que se te escapa!

Algunos de mis amigos se cayeron de la silla, como si les hubieran empujado o algo, del susto. Yo abrí los ojos despacio, fastidiada.

–Ya tengo muchos tigres, mamá.

Con el alboroto se apagaron las ocho velas, y mi madre quiso encenderlas otra vez, pero no le dejé. Ya le he dicho mil veces que tengo muchos tigres, muchos elefantes y muchos de todo, pero cada poco está igual.

–¡Celeste, un elefante! ¿No vas a cazarlo?

–No, mamá.

Y al poco:

–¡Celeste, un caballo!

–Ya tengo.

–¡Celeste, un taxi!

–¿Otro más?

–¡Celeste, un dragón!

–Tengo siete.

Es verdad que me gusta cazar nubes, eso sí. Al principio, las cazaba con lápiz y papel. Quiero decir que dibujaba la nube en cuanto adivinaba su forma. Hay gente que no se lo cree, como lo de los olores. Pero me da igual: las nubes, a veces, parece que están vivas.

Si alguien me preguntara, le diría que los días soleados con nubes muy blancas son los mejores. Aunque si me preguntaran otra vez... a lo mejor les diría que los mejores son los sábados. Así que tengo claro que los mejores de todos son los sábados soleados con nubes muy blancas.

Cuando era más pequeña, me levantaba muy pronto los sábados y me sentaba delante de la ventana, sin lavarme ni nada, a esperar a las nubes. Seguro que algunos creen que estoy loca o algo así, pero también me da igual porque siempre, en el horizonte, podía verse un punto blanco que se iba acercando...

–Dime qué eres –decía yo, por lo bajo.

Horizonte es una palabra que me gusta. Además, si te gustan las nubes tienes que decir «horizonte». Y las palabras con zeta son chulas, como zambomba o cazuela.

Al poco, la nube, que ya estaba cerca, empezaba a encogerse, o le salían curvas nuevas, o se estiraba por un lado, y se estiraba más y más...

–¡Una trompeta! ¡Eres una trompeta!

Es verdad que gritaba muy alto y despertaba a mis padres, pero es que me hacía ilusión, y me ponía a dibujar como una loca antes de que la nube trompeta volviese a ser solo una nube normal.

Aunque en el fondo... eso me gusta. Lo de que vuelva a ser una nube normal, digo, porque así parece que la trompeta, o lo que sea, es mi secreto.

A veces me quedaba un rato mirándola y volvía a hablar por lo bajo.

–Esa nube es una trompeta, y no lo sabe nadie más.

Pero otras veces la nube se deshacía antes de que me diera tiempo a dibujarla, y me enfadaba porque ya no podía enseñársela a papá y mamá, y porque ya nunca podría ponerla en mi colección.

Yo creo que por eso, cuando cumplí siete años, mis padres me regalaron una cámara de fotos. Así es mucho más fácil cazar. Ya no hace falta sujetar fuerte el lápiz para empezar a dibujar en cuanto la nube te enseñe su forma. Ahora basta con mirar por la pantallita de la cámara y apretar el botón.

–¡Eres una cara de pirata con parche! –grito justo antes de hacer la foto, y me voy corriendo a buscar a mis padres.

–¡Un pirata! ¡Mamá! ¡Papá! ¡Un pirata! ¡No tenía ningún pirata!

Tengo una colección que ocupa todas las estanterías de mi habitación. Mamá siempre le dice a sus amigas que soy muy ordenada porque todas mis fotos están guardadas y clasificadas en cajas: animales, coches, insectos... Y en algunas cajas también hay separaciones: moscas, abejas, gusanos...

Ahora ya no me gusta tanto como antes, porque ya he cazado de todo y paso un poco. Pero no aguanto que nadie toque mis cajas. A veces mamá quiere enseñárselas a sus amigas, y entonces yo le digo: «Si quieren ver nubes, que miren al horizonte». Con la zeta bien marcada, porque mi colección es lo mejor que tengo y no quiero que la toque nadie. Colección debería escribirse con alguna zeta; es una palabra demasiado importante como para no tener ninguna.

Pero mi madre sigue como siempre.

–¡Celeste, un astronauta con su nave espacial!

–Ya tengo con nave y sin nave.

–¡Celeste, un ciempiés!

–No necesito más.

Aquel día, cuando se apagaron las velas, vi que mamá le guiñaba un ojo a papá a escondidas. Normalmente no me importa que se guiñen los ojos, porque son cosas de amor y eso, pero esta vez fue distinto. Estaba segura de que tenía que ver conmigo.