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Título

Gabriel Janer Manila

ESTO QUE VES ES EL MAR



© de esta edición Metaforic Club de Lectura, 2017
www.metaforic.es

© Gabriel Janer Manila

ISBN: 978-84-17156-13-8

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LOS COLORES DEL IRIS

Cuando Berta salió de la escuela y se despidió de la señorita Mónica, sin duda no se imaginaba que aquélla iba a ser una de las tardes más prodigiosas de su vida.

Se puso el abrigo, cogió la cartera y se encaminó hacia su casa. La señorita, que había estado observando durante un buen rato, le dijo:

—Has estado muy distraída hoy, Berta, como ausente. ¿Qué te pasa?

—No lo sé —contestó—. Es como si al pensamiento le crecieran de pronto alas inmensas.

—¿Sientes que el pensamiento se te va?

—Tengo la sensación de que querría levantar el vuelo, pero no se atreve…

—Esta tarde se ha atrevido. ¿Hacia dónde ha volado?

Berta no supo qué responder. Con frecuencia se le olvidaban los caminos que había recorrido con el pensamiento. La señorita insistió:

—¿Hacia qué lugar se te ha escapado el pensamiento? ¿No lo sabes?

—Por más que me esfuerce, no consigo recordarlo, se lo aseguro.

—¿Quieres que te ayude?

¿Para qué? En realidad, lo que importa es el vuelo, señorita, mucho más que haber volado…

A veces, la señorita Mónica se sentía desconcertada por las palabras de Berta. Tenía la sensación de que todo cuando decía: aquellas frases tan redondas, aquellas salidas sorprendentes, como extraídas de una fábula, las había leído la niña en algún libro. «Es posible que en las páginas de un libro que sólo ella conoce —pensaba la maestra—, en un libro que el pensamiento busca, desplegadas las alas, por los caminos del sueño.»

Aquella tarde, como todas las tardes, se puso el abrigo y se dirigió hacia su casa. El invierno imponía una extraña inquietud sobre las cosas: en las ramas de los árboles de la plaza, sobre los tejados, en las manos hinchadas de los hombres que volvían del trabajo al anochecer.

A Berta le gustaba el invierno porque las noches son largas. Le gustaban los días en que la lluvia es delgada como un hilo y el sol se transparenta por ella como a través de un cristal.

Una mañana en que la luz entraba por la ventana de la clase, Berta vio que la señorita Mónica se descomponía súbitamente en una diversidad de colores: los cabellos, amarillos; la cara azul; las orejas, verdes; los brazos y las piernas, de color naranja; el cuerpo, violeta; la falda, roja…«Es como una gota de agua que filtra la luz.» Después, en el patio, cuando lo dijo, las compañeras se burlaron de ella y la amenazaron con contárselo a la señorita, porque pensaban que había perdido el juicio con tanto fantasear y tanto dejar volar la imaginación.

—Berta tiene la cabeza llena de pájaros.

—Dice que la señorita desintegra la luz, como las gotas de agua.

—Berta es tonta.

—Su cabeza es una olla de grillos.

—Se ha vuelto loca. Dice que la señorita Mónica desordena la luz del sol que entra por la ventana.

—Y que la señorita tiene los cabellos amarillos.

—Y las orejas verdes, y los brazos y las piernas de color naranja…

—Está loca.

A Berta le entristecían las risas frescas, el escarnio continuo de sus compañeras, las burlas a las que se veía sometida por culpa de sus fantasías.

Aquella mañana había acabado por buscar refugio en un rincón del patio. Allí, sola, se echó a llorar. El sol fue a caer inesperadamente sobre sus ojos y, antes de que se secaran, las lágrimas filtraron la poca luz que podían abarcar y pintaron en sus mejillas, diminutos y pálidos, los colores del iris.

LA PALABRA EMBRUJADA

A la señorita Mónica habían llegado a preocuparle las fantasías de Berta. Con frecuencia hablaba de ellas a sus compañeros de la escuela, en casa, entre los amigos, y había recogido diversas opiniones.

—Esa niña debe de estar un poco chiflada, porque sólo los locos dicen esas cosas sorprendentes que rompen la lógica.

—Es posible que no le guste la realidad que la rodea: el barrio, la familia, la escuela, e intente refugiarse en un mundo que sólo existe en su imaginación.

Un día, la señorita quiso explicárselo a la madre de Berta. Le dijo un poco perturbada:

—A Berta le es difícil fijar la atención en el trabajo escolar, su imaginación echa a volar… ¿No ha observado usted esa tendencia a evadirse?

—No —contestó la madre.

—Tengo la impresión de que no le gusta la realidad tal como es…

—A mí tampoco. ¿Le gusta a usted? A la madre tampoco le gustaba la vida que le había tocado vivir, por eso su respuesta había sido tan rotunda.

No era una vida fácil la suya: el trabajo, la separación del marido, la miseria económica…Se sentía como en una trampa. Tantas preocupaciones y contratiempos…La madre de Berta apenas sonreía, amargada por vivir entre dificultades.

Un día, Berta tuvo el pensamiento de que la señorita, siempre que le explicaba geometría, tenía el poder de provocar la lluvia.