La fuga a Dinamarca es un cuento largo que con tono absurdo y humorístico relata una aventura muy argentina, en la que un grupo de hombres, de un desolado paraje de la Patagonia llamado Caleta Delgada, un día decide emprender un viaje hacia Dinamarca. La razón del éxodo que llevarán a cabo por mar en un viejo barco es que parece que el petróleo se está acabando en el pueblo y con él toda fuente de trabajo. Viendo entonces que la vida allí se volverá mucho más dura, luego de asambleas y charlas profundas en asados, una parte de la población empuja la idea de que hay que irse. El destino elegido es nada menos que Dinamarca, pues ellos, de algún lugar, sacaron la idea de que los daneses viven de manera mucho más aburrida que la suya. Mariela Soledad Anastasio

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La fuga a Dinamarca

Gabriel Medina

www.edicionesoblicuas.com

La fuga a Dinamarca

© 2017, Gabriel Medina

© 2017, Ediciones Oblicuas

EDITORES DEL DESASTRE, S.L.

c/ Lluís Companys nº 3, 3º 2ª

08870 Sitges (Barcelona)

info@edicionesoblicuas.com

ISBN edición ebook: 978-84-16967-40-7

ISBN edición papel: 978-84-16967-39-1

Primera edición: abril de 2017

Diseño y maquetación: Dondesea, servicios editoriales

Ilustración de cubierta: Raúl Colinecul

Queda prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro, incluido el diseño de la cubierta, así como su almacenamiento, transmisión o tratamiento por ningún medio, sea electrónico, mecánico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso previo por escrito de EDITORES DEL DESASTRE, S.L.

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Contenido

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Epílogo del autor

El autor

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Las columnas de humo de los seis asados emergían de los distintos puntos de reunión al borde del océano Atlántico. Desde la loma norte, se divisaba el muelle frente a la otra loma, coronada por un tanque de reserva de petróleo detrás del pequeño faro de Punta Delgada. Las construcciones dispersas alternaban con algunos vehículos estacionados en función de las mismas columnas de humo, inclinadas por la acción de una brisa suave. La nota de color la ponía un polvoriento partido de fútbol en la cancha del patio de la escuela, el cual contaba también con su columna blanca correspondiente, un típico domingo.

—¿Che, le habrá pasado algo al Enzo? ¿Le mando un mensaje?

El Tolo Brambilla anticipaba la preocupación del resto, pero ansioso quería hacer algo.

—No seas pájaro de mal agüero, ya va a venir, nunca falta. Capaz que se quedó hablando huevadas por el camino, le encanta —contestó Claudio Domínguez, restándole importancia al comentario del Tolo.

Ese domingo, que parecía igual a los acostumbrados —siempre cargado de comentarios acerca de las vidas ajenas o relacionados a cuestiones climatológicas— iba a ser crucial en el futuro de sus vidas.

Cerca de las once de la mañana, el Gordo Asencio hacía el asado en el chulengo, y Julián Tardini cebaba mate. Enzo, que venía atrasado, ya estaba preocupando la ausencia, nunca había faltado sin avisar, y, para el truco de la sobremesa, cinco jugadores no era un buen número.

Mientras Juan Calfupán cortaba un salamín y miraba de reojo la puerta, llegó Enzo Valle con notable estado de alteración. Cerró la verja de hierro con el aro de alambre que hacía las veces de cerradura y evitaba que el viento azotase. Con el diario en la mano y atropellado como siempre, dijo: «¡No saben lo que dice el diario!». Y con el periódico doblado en dos, mostraba el titular a los cuatro que miraban desde la mesa atónitos, dándole la espalda al gordo, que miraba con curiosidad las letras del revés adivinando la noticia y leyendo los titulares secundarios.

SE TERMINÓ EL PETRÓLEO

En seis meses se cierra la explotación de petróleo en Caleta Delgada.

Mediante un comunicado de prensa, la Empresa Surpetrol informó en la últimas horas de ayer el resultado de los recientes estudios de introspección, por los cuales se determinó que el yacimiento emplazado en la zona denominada Caleta Delgada ya se encuentra en su etapa final de explotación. También puntualiza que se está planificando el cierre de dicho yacimiento con la correspondiente remoción de equipos de terreno.

Así mismo Surpetrol manifestó la intención de llevar tranquilidad a la población en cuanto al sellado final de los pozos en desuso.

—Estamos al horno, estos gringos levantan todo y se van. Nos van a dejar en bolas —vaticinó Claudio, con cara de susto.

El Tolo, que trabajaba en logística, puso cara de superado:

—Yo ya lo venía diciendo, los últimos equipos que trajeron son viejos, estos ya lo sabían y no dijeron nada.

Mientras, el Gordo Asencio estiraba el cogote y movía la cabeza hacia los costados con el atizador en la mano y el repasador en la otra:

—Yo solo leo que hubo un récord de suicidios en Dinamarca, da vuelta que quiero ver, huevón.

—No creo que la empresa nos deje en bolas, siempre colaboran con la gente de acá.

Enzo ya venía reflexionando la noticia con más tiempo que el resto.

—Eso lo decís vos porque el gerente te invita a cenar de vez en cuando. ¿Vos te crees que se van a andar fijando a quién cagan estos? —aportó Claudio meneando la cabeza.

El Tolo estaba al tanto de los movimientos de equipos y del mantenimiento de las unidades, y con fundamento largó:

—Si es verdad, si estos se cagan en unas cubiertas, yo tengo los camiones con las ruedas que brillan de lisas que están, mira si se van a preocupar por nosotros. Creo que vos, Enzo, deberías ir a pedirles explicaciones, a ver qué dicen estos gringos. Es más, deberías convocar a una asamblea del pueblo como la que armaste la vez que pasó lo del puente de la ruta.

Asencio se iba arrimando a la mesa limpiándose las manos con la rejilla del asado. Abel Abdala, revolviendo la ensalada y con la parsimonia acostumbrada, sentenció:

—Mira, en este país no se muere nadie de hambre. Alguna cosa vamos a hacer, siempre que llovió paró.

—Y después volvió a llover… —dilapidó el Tolo, mientras se acomodaba el flequillo blanco.

Juan Calfupán, que seguía con el salame y el queso de la picada, rara vez emitía opinión, pero esta vez dijo:

—Ahí en Dinamarca parece que están más complicados.

Aquel día el asado estuvo signado por la noticia del diario como tema excluyente. Pero el lunes comenzó la movida y de la preocupación pasaron a la ocupación.

El gerente de la empresa se reunió con Enzo Valle y le explicó el cuadro de situación. La cuenca se había terminado y la explotación de petróleo llegaba a su fin. Le hablaron de la responsabilidad social, reconversión de puestos de trabajo, de las acciones previstas para sellar los pozos y el cuidado del medio ambiente. El espíritu altruista y ambiental que siempre distinguió a la empresa y otros versos similares.

Después de dos horas de reunión tensa y acalorada, logró negociar el financiamiento de un estudio de reconversión y desarrollo para Caleta Delgada elaborado por profesionales de la Universidad de Comodoro Rivadavia.

El pueblo hervía de chimentos diversos, comentarios y especulaciones de todo tipo. La más popular refería a la mentira del diario y que no existía tal cosa. «¿El petróleo? Nunca se va a acabar aquí». «Los diarios siempre andan inventando cosas, mire cuántas cosas ponen y después salen a desmentir».

Enzo Valle, como presidente de la comisión de fomento, convocó a una asamblea del pueblo en el salón de usos múltiples de la escuela, ya que era el espacio más grande que disponía el pueblo.

El SUM de la escuela primaria estaba repleto, con personas a las que nunca se veía por la calle ni en reunión alguna. Habían concurrido personajes insólitos dentro de la comunidad, hasta Doña Marcela (todos conocían a la dueña del local de entretenimiento nocturno masculino, pero rara vez se la veía por la calle). El ruso Ressell, que jamás cerraba su almacén ni los domingos ni para navidad ni año nuevo, puso un cartelito de cartón escrito con fibra verde que decía: «Vuelvo después de la asamblea». El padre Francisco, que nunca se mezclaba en cuestiones políticas y tenía gran habilidad para hacerse el desentendido ante un conflicto, también estaba allí.

Abriendo la asamblea, Enzo Valle tomó aire y largó la bomba esperada:

—Bueno, todos ya saben el motivo del llamado a asamblea. El petróleo se termina y tenemos que hacer algo. Me reuní con el gerente de la empresa y prometió básicamente dos cosas: hacerse cargo de las indemnizaciones individuales correspondientes y una ayuda para re-encauzar el futuro productivo de nuestra comunidad. Ofrecen financiar un estudio de la Universidad para que encuentren una salida para Caleta Delgada y ayudar con la reconversión del perfil de desarrollo del pueblo.

Julián Tardini, tomando coraje y haciendo uso de su amistad con Enzo, se animó:

—Esos de la Universidad saben, seguro van a encontrar cómo solucionar esto.

—Dicen que en una ciudad de Santa Fe hicieron no sé qué que cambió todo el pueblo cuando cerró una empresa grande —apoyó Claudio Domínguez, con voz más bien tenue.

—Lo único que saben esos es vivir sin trabajar. ¿Qué van a inventar? Hay que irse a la mierda de este pueblo que ni agua tiene —sentenció el inefable Tolo Brambilla.

Si bien todos conocían su habilidad para encontrar el lado negativo de cualquier cosa, no dejó de ser una opinión más en el aire.

Así siguieron opiniones a favor y en contra de la propuesta, pero todos guardaban un halo de esperanza. Salieron de la asamblea con intriga. Realmente, todos sabían que un pueblo sin servicios ni actividad económica genuina tendría muy pocas probabilidades de sobrevivir. La discusión se prolongó mucho más allá de los límites de la asamblea.

La vista de las paredes, que hasta hace poco tiempo pasaban desapercibidas, hoy se veían roídas. Los revoques con defectos, las medianeras de bloques comidas por el salitre del mar, la erosión del viento y la amplitud térmica abonaban a un paisaje gris. El ripio de las veredas tenía piedras más grandes, la falta de cordones que nunca se había notado ahora cobraba notoriedad. El ancho exagerado de las calles, sumadas las veredas inexistentes con la traza de la calzada sin marcar, molestaba. Las columnas lucían más torcidas que antes. El chillido producido por el vaivén del cartel del negocio de Ressell, movido por el viento, se tornaba tedioso. Hasta los gruesos cabos de antiguas amarras amarillo verdoso que adornaban la única vereda con baldosas de la entrada del hotel se veían desagradables y más deshilachados.

2

Los chaparrales cruzaban como de costumbre la calle, impulsados por el viento este de la mañana. Los remolinos azuzaban el polvo y alguna bolsa de nailon por el aire que pasaba la altura de las columnas de tendido eléctrico. En esos días el pueblo parecía más gris que lo acostumbrado. Una rara mezcla de incertidumbre y esperanza envolvía aquel poblado costero de la Patagonia.

El sol aún proyectaba una sombra corta sobre el ripio de las supuestas veredas que nunca estuvieron. Casi como en caravana llegaron cuatro vehículos de alta gama con personas desconocidas, anteojos negros o de aumento, buscando las oficinas de la empresa.

La mayoría de los vehículos de eran camionetas con el logotipo de SURPETROL de colores celeste, blanco y rojo. Muy de vez en cuando llegaba algún coche con algún supervisor o personal jerárquico, pero esta vez nadie sabía de visita alguna de los capitostes y siempre llegaban temprano para aprovechar el día y no tener que quedarse ahí.

El primer coche se detuvo cerca de unos chicos que jugaban en un baldío.

—Buenos días, ¿me podrán decir por un hotel?

El chico, acomodándose los pantalones, dijo:

—Siga dos cuadras y después doble para el mar, se llama El Gorosito.

—Muchas gracias —dijo el conductor, mientras levantaba el vidrio de la ventanilla tratando de evitar el ingreso del polvo.

Los coches pararon frente al hotel y sus ocupantes empezaron a bajar el equipaje.

El galenso Austin, que ya había terminado su desayuno etílico, caminaba por la vereda de enfrente, se tropezó y cayó de rodillas cuando el viento hizo lo suyo con la minifalda de una rubia que acarreaba unos paquetes desde el baúl de uno de los coches.

El conductor del coche, que usaba anteojos de los que se oscurecen con el sol, se arrimó al mostrador del hotel:

—Buenos días. ¿Tiene nueve habitaciones individuales?

Alejo Molina, dueño de El Gorosito, único hotel de la zona, dijo: