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Siglo XXI / Serie Historia

Jürgen Osterhammel y Jan C. Jansen

Colonialismo

Historia, formas, efectos

Traducción: Juanmari Madariaga

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El ejercicio del dominio colonial tiene una única dirección, de los poderosos a los colonizados. El desplegado por los europeos –y, en la primera mitad del siglo XX, también por norteamericanos y japoneses– fue característica sobresaliente de la historia del mundo desde la Edad Moderna. Todavía hoy perduran las devastadoras implicaciones y terribles consecuencias del colonialismo, y por ello es más necesario que nunca una revisión no solo de su evolución espacial y cronológica, sino que urge un análisis de la variación de las formas y estructuras que el sistema colonial adoptó a lo largo de la historia.

En Colonialismo. Historia, formas, efectos, se presentan los métodos de conquista, soberanía y explotación económica, formas de resistencia, el surgimiento de sociedades coloniales especiales, variedades de colonización cultural y de pensamiento tanto en colonias como en metrópolis. Jürgen Osterhammel y Jan C. Jansen, en la presente obra, no solo arrojan luz para comprender la actualidad, sino que nos permiten desentrañar la responsabilidad de nuestras sociedades para con el resto del mundo.

«Colonialismo no es solo una lectura fundamental por su amplia cobertura de las consecuencias políticas, económicas y culturales, sino que resulta imprescindible para cualquier estudio de enfoque poscolonial.»

SHELLEY WALIA, PANJAB UNIVERSITY

«Este trabajo es valioso no solo porque desbroza la discusión sobre el tema, sino también porque resulta absolutamente imprescindible para ubicar la discusión en el contexto adecuado.»

MARTIN RUBIN, WASHINGTON TIMES

«Osterhammel nos obliga a repensar los problemas actuales desde una mirada histórica.»

JOSEBA LOUZAO VILLAR, ABC CULTURAL

Jürgen Osterhammel, profesor de historia moderna en la Universidad de Constanza, es autor, entre otros títulos, de El vuelo del águila: El mundo actual en una perspectiva histórica (2019), Unfabling the East: The Enlightenment’s Encounter with Asia (2018), La transformación del mundo: Una historia global del siglo XIX (2015), Globalization: A Short History (2005) o Max Weber and His Contemporaries (editado junto a Wolfgang J. Mommsen, 1987).

Jan C. Jansen, investigador asociado en el Instituto Alemán de Historia en Washington, es autor, junto a Jürgen Osterhammel, de Dekolonisation. Das Ende der Imperien (2013).

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RAG

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Título original

Kolonialismus. Geschichte, Formen, Folgen

© Verlag C. H. Beck o HG, 1995

© Siglo XXI de España Editores, S. A., 2019

para lengua española

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.sigloxxieditores.com

ISBN: 978-84-323-1960-0

I. «COLONIZACIÓN» Y «COLONIAS»

El «colonialismo» aparece hoy más presente incluso que hace un tiempo. En varios países se han experimentado recientemente acontecimientos particularmente violentos que recuerdan poderosamente el pasado colonial[1]. Aspectos significativos como la heteronomía, el racismo, la usurpación violenta y la apropiación ilegítima también marcan el uso metafórico del «colonialismo» en la polémica política. Detrás se esconde la valoración negativa de todo lo que está relacionado con el «colonialismo». Pero ¿qué es lo que hay que entender por «colonialismo» en una descripción por principio neutra? ¿Cuáles son las características de ese fenómeno que lo distinguen de la multitud de relaciones de dominación y procesos de expansión conocidos en la historia mundial? Con otras palabras: ¿cómo hacer suficientemente distintivo el concepto histórico de «colonialismo»? ¿Cómo situarlo en relación con los términos «colonización», «colonia», «imperialismo» y «expansión europea»? ¿Cómo hay que afrontar la peculiaridad de la colonización moderna y de la formación de colonias en una primera aproximación conceptual?

Los historiadores están muy lejos de un acuerdo sobre estas cuestiones; ni siquiera se han molestado mucho en aclararlas. A diferencia del «imperialismo», hay pocas investigaciones históricas conceptuales sobre las ideas modernas y contemporáneas del «colonialismo»; no aparece siquiera entre los 119 «conceptos históricos básicos» del diccionario de O. Brunner, W. Conze y R. Koselleck[2]; no existe nada comparable a los textos canónicos de las «teorías del imperialismo»; y un intento de conceptualización crítica particularmente ingenioso proviene no de un estudioso de la expansión ultramarina de Europa, sino del historiador de la Antigüedad sir Moses Finley[3]. Fue precisamente este conocedor de la fundación de ciudades y la construcción de imperios en la Antigüedad quien alegó en favor de una determinación conceptual precisa del colonialismo específicamente moderno, considerando problemática la traslación apresurada de los conceptos aplicables a la Antigüedad y la Edad Media[4].

En algún momento entre 1500 y 1920, aproximadamente, la mayoría de los espacios y pueblos de la tierra quedaron bajo el control, al menos nominal, de los reinos europeos: toda América, toda África, casi toda Oceanía y –teniendo en cuenta también la colonización rusa de Siberia– la mayor parte del continente asiático. La realidad colonial era abigarrada, multifacética, rebelde a las presuntuosas estrategias imperiales, caracterizada por las condiciones locales en ultramar, por las intenciones y posibilidades de las potencias coloniales individuales, por las grandes tendencias en el sistema internacional. El colonialismo debe contemplarse desde todos estos aspectos, y también directamente desde la perspectiva de los involucrados y afectados a nivel local. Pero incluso si se simplifica y se acepta la equiparación convencional entre colonialismo y política colonial (euro­pea)[5], se pierde y confunde la complejidad de los dispositivos coloniales. Hasta el más completo de todos los imperios mundiales modernos, el Imperio británico, fue el resultado del solapamiento de improvisaciones y adaptaciones ad hoc a circunstancias especiales «on the spot»; e incluso sobre el Imperio colonial francés, supuestamente construido de acuerdo con el patrón más cartesiano posible, pudo decir uno de sus historiadores más respetados: «En realidad, solo era un sistema colonial sobre el papel»[6]. La colonización es, por lo tanto, un fenómeno de colosal ambigüedad.

FORMAS DE EXPANSIÓN EN LA HISTORIA

La «colonización» se refiere a un proceso de conquista y apropiación de tierras; «colonia», a un tipo especial de grupo político-social de personas; y «colonialismo», a una relación de dominio o señorío. La base de los tres conceptos es la noción de expansión de una sociedad más allá de su espacio vital tradicional. Tales procesos expansivos son un fenómeno fundamental de la historia mundial. Se producen en seis formas principales:

1) La migración total de pueblos y sociedades enteras: grandes colectivos humanos, en principio de naturaleza sedentaria, por lo que normalmente no practican grandes traslados como los cazadores o pastores nómadas, abandonan sus asentamientos tradicionales, sin dejar atrás una parte apreciable de la sociedad matriz. Esa expansión suele estar relacionada con la conquista militar y el sometimiento de los pueblos de la región, y a veces también con su expulsión forzada. Sus causas son variadas: superpoblación, cuellos de botella ecológicos, la presión de vecinos expansivos, persecución étnica o religiosa, la atracción de centros de civilización más ricos, etc. Esa migración del tipo éxodo, conocida en todos los continentes, dio lugar a menudo, en el mundo todavía no dividido en Estados-nación, a la formación de nuevos ámbitos de poder de duración variable. Por definición, no son colonias, porque no se remiten a un centro de expansión original. Las migraciones totales son raras en la historia de los siglos XIX y XX; como caso especial se pueden mencionar las deportaciones, esto es, traslados obligados, de pueblos enteros bajo el estalinismo a principios de la década de los cuarenta del siglo pasado. Un ejemplo relativamente tardío de migración colectiva voluntaria sería el de los bóers de El Cabo hacia el interior de Sudáfrica en el Gran Trek (1834-1854), con la subsiguiente fundación del Estado Libre de Orange y la República de Transvaal; pero no se puede considerar un caso puro, ya que la mayoría de los bóers siguieron residiendo en la colonia británica de El Cabo, desvinculándose del grupo de emigrados en el Gran Trek.

2) Migración individual masiva, la clásica «emigración» en el sentido más amplio. Individuos, familias y pequeños grupos abandonan sus áreas de residencia original por motivos principalmente económicos, sin intención de retornar a ellas. A diferencia de la migración total, las sociedades originales permanecen estructuralmente intactas. La migración individual suele tener lugar como una expansión de segundo nivel dentro de las estructuras políticas y económicas mundiales ya establecidas. Los emigrantes no constituyen nuevas colonias, sino que se insertan de diversos modos en sociedades multiétnicas ya existentes. A menudo se reúnen en «colonias» en un sentido amplio, enclaves socioculturales que preservan su identidad, cuya forma más desarrollada es la Chinatown americana. El grado de voluntariedad o coacción en tales migraciones es una variable a considerar dentro de este tipo, que incluye no solo la emigración al Nuevo Mundo y diversas colonias británicas de asentamiento durante los siglos XIX y XX, sino también la migración de africanos forzada por la trata de esclavos, así como el «tráfico de culíes» principalmente chinos en la región del Pacífico y el asentamiento de indios en África Oriental y Meridional y en el Caribe.

3) Colonización fronteriza. En la mayoría de los espacios civilizados se conoce así la ampliación extensa del territorio para su uso humano, desplazando el límite de la zona poblada («frontera») en el «desierto» con destino a la agricultura, la ganadería o la extracción de minerales. Tal colonización está intrínsecamente ligada al asentamiento; económicamente considerada, se trata de un traslado de los factores de producción móviles (mano de obra y capital) a un lugar donde abundan determinados recursos naturales[7]. Con ese tipo de colonización rara vez se trata de establecer colonias como nuevas unidades políticas, ya que en general se sitúan junto a asentamientos ya existentes. Un ejemplo es la expansión paulatina de la zona de cultivo han a costa de la economía pastoril de Asia Central, que alcanzó su punto culminante durante el siglo XIX y a principios del XX. Sin embargo, dicha colonización también puede estar asociada secundariamente con núcleos de reasentamiento en el extranjero. El ejemplo más conocido es la ampliación del territorio colonizado en el continente norteamericano desde su costa oriental. La tecnología industrial ha acrecentado enormemente el alcance –y el efecto destructivo sobre la naturaleza– de la colonización. El ferrocarril, sobre todo, reforzó el papel del Estado en un proceso que históricamente habían realizado en su mayor parte comunidades no organizadas estatalmente. La colonización ferroviaria más completa dirigida por el Estado fue la de la Rusia asiática desde finales del siglo XIX[8].

4) Colonización de asentamiento en ultramar. Es un tipo especial de colonización fronteriza, cuya primera manifestación tuvo lugar en el movimiento colonizador de la antigua Grecia (y anteriormente de los fenicios): se llevaba a cabo mediante la «siembra» de pequeños núcleos de población en zonas al otro lado del mar en las que por lo general solo se necesitaba un despliegue relativamente pequeño de fuerza militar. Pero no solo en la Antigüedad, sino también en las condiciones de principios de la Era Moderna, la logística representaba la diferencia decisiva para una auténtica colonización fronteriza continental. La distancia inducía a que de la colonización surgieran auténticas colonias en el sentido no solo de asentamientos fronterizos, sino de nuevas comunidades. El caso clásico es el comienzo de la colonización británica en América del Norte. Los grupos fundadores de colonias de asentamiento –«plantaciones» en el lenguaje de la época[9]– trataron de constituirse como cabezas de puente económicamente autosuficientes, que no dependían existencialmente de la protección del país de origen ni del comercio con el medio ambiente circundante. El territorio se consideraba «despoblado», sin someter a la población indígena y sin tratar de integrarla en un estatus subordinado, como en la América española, sino reprimiéndola violentamente y superando su resistencia. Los hábitats de los colonos y de la población local quedaban separados territorial y socialmente. A diferencia de lo sucedido con los romanos en Egipto, los británicos en la India y en parte los españoles y portugueses en América Central y del Sur, los europeos no encontraron en Norteamérica, o más tarde por ejemplo en Australia, sistemas agrícolas eficaces cuyos excedentes, sometidos a tributo, hubieran podido sostener un aparato militar de dominio, por lo que no era posible traspasar a los nuevos señores un gravamen del que antes se hubiera beneficiado una clase privilegiada. Además, la población amerindia era poco propicia a rendir obligatoriamente una productividad mínima en una agricultura de tipo europeo. Esas circunstancias dieron lugar a un primer tipo de desarrollo de colonización por asentimiento de una población agraria, el «neoinglés», cuya necesidad de mano de obra se cubría con el propio crecimiento vegetativo y mediante la incorporación de «sirvientes por deudas» europeos («indentured servants»), desplazando implacablemente del territorio colonizado a la población autóctona, inservible económicamente y demográficamente débil. De esa manera surgieron en torno a 1750 en Norteamérica –hasta entonces solo allí en el mundo no europeo– áreas europeizadas altamente homogéneas social y étnicamente, como núcleos de una construcción nacional neoeuropea. En Australia, con la particularidad de una migrración al principio forzada de convictos, y más tarde también en Nueva Zelanda, venciendo la fuerte oposición de los maoríes indígenas, los británicos siguieron ese mismo modelo de colonización.

Un segundo tipo de colonización por asentamiento en ultramar se da allí donde una minoría políticamente dominante de colonos asentados puede arrebatar –generalmente con la ayuda del Estado colonial– las mejores tierras a la mayoría indígena que tradicionalmente las cultivaba, aunque esta siga dependiendo del producto de su trabajo y compitiendo con los recién llegados por un suelo escaso. A diferencia del tipo «neoinglés», los colonos de este segundo tipo, a los que se puede llamar «africanos» por sus manifestaciones contemporáneas más importantes (Argelia, Rhodesia, Kenia, África del Sur) dependen económicamente de la población indígena[10], lo que explica la la inestabilidad de este segundo tipo. Solo la colonización europea de Norteamérica, Australia y Nueva Zelanda se ha convertido en irreversible, mientras que en las colonias de asentamiento africanas se produjo una descolonización particularmente violenta.

Un tercer tipo de colonización por asentamiento regula el suministro de fuerza de trabajo después de la expulsión o aniquilación de la población original mediante la importación forzada de esclavos y su empleo en una economía de plantaciones de tamaño medio o grande. Debido al lugar en que se dio su manifestación más clara, hablamos del tipo «caribeño», aunque también se dio, con menor preeeminencia, en la Norteamérica británica. Una variable importante es la proporción demográfica entre los distintos grupos de la población. En el Caribe británico los negros suponían alrededor de 1770 un 90 por 100 de la población total; en las colonias septentrionales de lo que luego serían los Estados Unidos solo el 22 por 100; y en las meridionales no más del 40 por 100[11].

5) Guerras de conquista: la forma clásica –«romana»– de instauración del dominio de un pueblo sobre otro. En este caso permanece como última fuente de los medios de poder y legitimidad un centro imperial, aunque la expansión militar se alimente principalmente de los recursos que encuentra sobre el terreno durante su avance. Pero no en todos los casos se mantiene el mismo centro de poder centralizado: la expansión árabe-musulmana del siglo VIII llevó rápidamente a un policentrismo de autoridades particulares; el Imperio mongol de Gengis Kan se desintegró después de dos generaciones repartiéndose entre varios herederos; e incluso el moderno Imperio británico constaba en su momento de máximo esplendor de tres esferas vagamente relacionadas entre sí: los dominios «blancos», las colonias «dependientes» y el «Imperio» de la India, cuyo gobierno mantenía sus propios intereses «subimperialistas». La construcción del imperio militar no se dio en general mediante la conquista de territorios «vacíos», sino por la subordinación de instituciones estatales y sociales ya existentes, que respondían a las necesidades de los conquistadores y que no fueron totalmente destruidas. Una aniquilación repentina y completa del sistema anterior de gobierno, como en el caso de la invasión española de México, fue la excepción y no la regla. En la historia de la expansión moderna, la conquista fue a menudo un proceso prolongado después de unos primeros contactos en los que los europeos podían ser socios de igual nivel o incluso menores. Los conquistadores militares se comportaron de manera parásita con respecto a la economía dominada; las principales funciones de los órganos de autoridad fueron, junto al aseguramiento del orden y la facilitación del comercio exterior, la reorganización de la recaudación de impuestos, que solía ser una de las primeras tareas de una potencia colonial. La conquista militar llevó consigo en casos excepcionales –partes del Imperio romano, Irlanda, Argelia– el establecimiento de colonos y con él expropiaciones de terrenos a gran escala y la transferencia directa parcial de la producción agrícola a los extranjeros recién llegados. El producto moderno clásico de un imperialismo militar, que sirvió de modelo para el mundo tropical, la India británica, nunca fue un territorio de asentamiento de colonos. En general, este tipo de expansión daba como resultado el dominio colonial sin colonización. Hablamos en este caso de colonias por dominio/control, concepto que hay que preferir al de «dominación colonial» porque el dominio se ejerce en cada tipo de colonia. Un caso especial es el de Hispanoamérica. Allí llegó una considerable inmigración de Europa y, a diferencia de colonias del tipo de la India, se constituyó una capa de población «criolla» capaz de autorreproducirse demográficamente. A diferencia de Norteamérica, en Sudamérica el objetivo principal de la colonización no era el desplazamiento de la población autóctona; la mayoría de los inmigrantes se establecieron en ciudades y nunca como una mayoría de la población: en torno a 1790, esto es, hacia el final del periodo colonial, los inmigrantes de primera generación y criollos de origen español no constituían más que una cuarta parte de la población total de Hispanoamérica[12].

La expansión mediante las guerras de conquista llevó a diferentes formas de integración de las regiones sometidas en las distintas configuraciones imperiales. En cada caso, eso dependía de las tradiciones políticas del poder conquistador. En los imperios premodernos era habitual la incorporación de las regiones recién conquistadas al gobierno territorial del imperio existente, en forma de provincia. Los imperios de la Era Moderna conocen principalmente autoridades coloniales separadas en la metrópoli, que supervisan la administración en la periferia. Esto se aplica, por cierto, no solo en los imperios europeos: también la dinastía manchú Qing en China (1644-1911) gobernaba las regiones anexionadas en Asia Central (Mongolia, Tíbet, Turquestán/Xinjiang) mediante una «administración de bárbaros» especial (Lifan Yuan). El diplomático y politólogo estadounidense Paul Reinsch veía en esas autoridades especiales la definición política y formal característica de una «colonia»: se trataba de «una posesión extranjera de un Estado nacional, administrada por un aparato separado del gobierno del territorio nacional, pero subordinado a él»[13].

6) Conexión a partir de un punto de apoyo. Esta forma de expansión marítima consiste en la construcción planeada de factorías comerciales militarmente protegidas, desde las que ni se emprenden esfuerzos de colonización tierra adentro ni parten impulsos dignos de mención a una conquista militar de territorio más amplia (la ampliación del poder británico a partir de Calcuta, Bombay y Madrás es atípica, al menos antes de 1820). El propósito es asegurar una hegemonía comercial, en principio mediante bases marítimas laxamente vinculadas como las de la República de Génova en el Mediterráneo, luego de forma más planeada y organizada como las del Imperio comercial portugués (Mozambique, Goa, Malaca, Macao) y los Países Bajos (Batavia, Ceilán, Nagasaki). Cuando se inició en el siglo XVIII la era de la política mundial, ganaron un peso propio estratégico global enclaves costeros mutuamente ligados de la principal potencia marítima de la época, Gran Bretaña, más allá de la protección de los intereses comerciales. Tales puntos de conexión para la flota (Bermuda, Malta, Chipre, Alejandría/Suez, Adén, Ciudad del Cabo, Gibraltar) e importantes «colonias portuarias» militares[14] (Singapur, Hong Kong) se encontraban entre los componentes más longevos y más firmemente defendidos del Imperio británico. Como tipo de colonia, el punto de apoyo militar era susceptible de modernización al largo plazo. Se desarrolló de nuevo a partir de la era de los cañoneros en relación con las tácticas de las fuerzas aéreas.

COLONIAS: UNA CLASIFICACIÓN

Los términos «colonización» y «colonia» no deberían identificarse entre sí demasiado estrechamente, como se verá a partir de este intento de caracterización tipológica. Hay colonización sin formación de colonias, en la situación que aparece con frecuencia en la historia de la colonización fronteriza; pero también hay formación de colonias que no derivan de una colonización, sino de una conquista militar, basada en la espada y no en el arado. Entre ambos casos «ideotípicamente» puros está la colonización de asentamiento del tipo «africano» (como la practicada con mayor notoriedad en Argelia), en el que la conquista creó las condiciones para el asentamiento a gran escala. En general, no debe pasarse por alto que los colonos también están armados; solo que la violencia que ejercen, por lo menos en las primeras etapas de la colonización, no es una violencia estatal.

Una definición de «colonia» válida para los tiempos modernos, a partir de estas reflexiones, debería ser lo bastante estricta como para excluir situaciones históricas como la ocupación militar temporal o la anexión violenta de áreas fronterizas a Estados nacionales modernos. La siguiente sugerencia debería satisfacer esa condición; su prolijidad casi jurídica es un sacrificio que la precisión del uso del lenguaje científico debe arrostrar:

Una colonia es una entidad política de nueva creación a partir de una situación precolonial, realizada mediante la invasión (conquista o colonización de asentamiento), cuyos gobernantes extranjeros mantienen una relación de dependencia duradera con una «madre patria» o centro imperial alejado espacialmente, que reclama derechos de «propiedad» exclusiva sobre la colonia.

Las colonias solían estar integradas en un imperio colonial que abarcaba varias; las relaciones entre las colonias de un imperio permanecían en general subordinadas a la «relación primaria» entre colonias y metrópoli[15]. La asimetría básica en la relación entre colonia y metrópoli no excluye su reciprocidad. Sus consecuencias y efectos no iban en una sola dirección, desde un «centro» (productivo) a «la periferia» (receptivo). Las posesiones coloniales tenían más bien múltiples repercusiones sobre la «madre patria», no siempre pretendidas.

En la Era Moderna surgieron, a raíz de la expansión de los Estados europeos, de Estados Unidos y de Japón, los siguientes tipos principales de colonias (así se pueden resumir en relación con las seis formas de expansión):

1) Colonias de dominación

– resultado, en la mayoría de los casos, de una conquista militar, a menudo después de largas fases de un contacto no agresivo;

– objetivos: explotación económica (mediante monopolios comerciales, aprovechamiento de recursos minerales, recaudación de tributos), aseguramiento estratégico de la política imperial, obtención de mayor prestigio;

– presencia colonial, relativamente insignificante desde el punto de vista numérico, principalmente en forma de enviados, burócratas civiles que vuelven a la «madre patria» tras completar su actividad, soldados y hombres de negocios (no colonos asentados);

– gobierno autocrático de la metrópoli (sistema de gobernadores), con elementos de asistencia paternalista a la población indígena.

Ejemplos: la India británica, Indochina (fr.), Egipto (brit.), Togo (alem.), Filipinas (estadoun.), Taiwán (jap.).

Variante hispanoamericana: la inmigración europea lleva a una sociedad urbana mixta con minoría criolla dominante.

2) Colonias a partir de un punto de apoyo

– resultado de la acción de las flotas;

– objetivos: aprovechamiento comercial indirecto del interior de un país o contribución a la logística del desarrollo de una potencia marítima y control informal de estados formalmente independientes («política de las cañoneras»).

Ejemplos: Malaca (port.), Batavia (neerl.), Hong Kong, Singapur, Adén (todos brit.), Shanghái (internacional).

3) Colonias de asentamiento

– resultado de procesos de colonización amparados militarmente;

– objetivos: uso de tierras y mano de obra (extranjera) baratas, práctica de formas de vida socio-culturales minoritarias, cuestionadas en la «madre patria»;

– presencia colonial, principalmente en forma de granjeros y plantadores permanentemente residentes;

– primeros intentos de autogobierno de los colonos «blancos» desatendiendo a los derechos e intereses de la población indígena.

Variantes:

a) tipo «neoinglés»: desplazamiento y destrucción parcial de la población indígena económicamente prescindible; ejemplos: las colonias británicas de Nueva Inglaterra, Canadá (francés/británico), Australia;

b) tipo «africano»: dependencia económica de la fuerza de trabajo nativa; ejemplos: Argelia (fr.), Rhodesia del Sur (brit.), Sudáfrica;

c) tipo «caribeño»: importación de mano de obra esclava extranjera; ejemplos: Barbados (brit.), Jamaica (brit.), Saint-Domingue (fr.), Virginia (brit.), Cuba (esp.), Brasil (port.).

[1] Para un repaso de los principales debates al respecto, véase D. Rothermund, «The Self-Consciousness of Post-Imperial Nations: A Cross-national Comparison», en India Quarterly 67 (2011), pp. 1-18.

[2] Véase O. Brunner, W. Conze y R. Koselleck (eds.), Geschichtliche Grundbegriffe. Historisches Lexikon zur politisch-sozialen Sprache in Deutschland, 7 vols., Stuttgart, 1972-1992, y en particular el artículo sobre «Imperialismo» de J. Fisch et al. (Vol. 3, 1982, pp. 171-236).

[3] M. I. Finley, Colonies: An Attempt at a Typology, en Transactions of the Royal Historical Society, 5.a serie, 26 (1976), pp. 167-188.

[4] Por ejemplo, W. Y. Adams, «The First Colonial Empire: Egypt in Nubia, 3200-1200 B. C.», en Comparative Studies in Society and History 26 (1984), pp. 36-71; J. Prawer, The Crusaders’ Kingdom: European Colonialism in the Middle Ages, nueva ed., Londres, 2001.

[5] Véase, por ejemplo, Duden. Fremdwörterbuch, Mannheim, 2005, p. 551.

[6] H. Brunschwig, Noirs et blancs dans l’Afrique noire française, París, 1983, p. 209.

[7] Véase la definición teórica de J. J. McCusker y R. R. Menard en The Economy of British America, 1607-1789, Chapel Hill, 1985, p. 21.

[8] Véase S. G. Marks, Road to Power: The Trans-Siberian Railroad and the Colonization of Asian Russia, 1850-1917, Ithaca 1991, pp. 196 y ss.

[9] Véase F. Bacon, «Of Plantations» [1625], en The Essays, ed. de J. Pitcher, Harmondsworth, 1985, pp. 162-164.

[10] Véanse P. Mosley, The Settler Economies: Studies in the Economic History of Kenya and Southern Rhodesia, 1900-1963, Cambridge, 1983, pp. 5-8 y 237, y también Ch. Marx, «Siedlerkolonien in Afrika – Versuch einer Typologie», en F. Becker (ed.), Rassenmischehen – Mischlinge – Rassentrennung. Zur Politik der Rasse im deutschen Kolonialreich, Stuttgart, 2004, pp. 82-96.

[11] R. W. Fogel, Without Consent or Contract: The Rise and Fall of American Slavery, Nueva York, 1989, pp. 30 y ss.

[12] M. A. Burkholder y L. L. Johnson, Colonial Latin America, Nueva York, 2010, p. 132.

[13] P. S. Reinsch, Colonial Government: An Introduction to the Study of Colonial Institutions, Nueva York, 1902, p. 16.

[14] Sobre los tipos de colonias portuarias, véase E. Grünfeld, Hafenkolonien und kolonieähnliche Verhältnisse in China, Japan und Korea, Jena, 1913.

[15] Como introducción a la investigación sobre los imperios cabe mencionar S. Howe, Empire: A Very Short Introduction, Oxford, 2002.

II. «COLONIALISMO» E «IMPERIOS COLONIALES»