Jane Austen


Emma


(texto completo, con índice activo)




e-artnow, 2013

ISBN 978-80-268-0354-6


Nota Editorial:
Este libro es una transcripción completa del texto original.

-Sí, Frank ha venido a vernos esta mañana sólo para saber cómo estábamos. Apretaron el paso y no tardaron en llegar a Randalls.

-Bueno, querida -dijo al entrar en el salón-, ya ves que te la he traído; ahora supongo que pronto te sentirás mejor. Os dejaré solas. No serviría de nada seguir aplazándolo. No me iré muy lejos por si me necesitáis.

Y Emma oyó claramente que añadía en voz más baja antes de abandonar la estancia:

-He cumplido mi palabra, no tiene ni la menor idea.

La señora Weston tenía tan mal aspecto y parecía tan preocupada que la inquietud de Emma aumentó; y apenas estuvieron solas la joven dijo rápidamente:

-¿Qué ocurre, mi querida amiga? Veo que ha sucedido algo muy desagradable; dime inmediatamente de qué se trata. He venido durante todo el camino sin saber qué pensar. Las dos odiamos los misterios. No me tengas por más tiempo en esta incertidumbre. Te hará bien hablar de esta desgracia, sea lo que sea.

-¿Es cierto que aún no sabes nada? -dijo la señora Weston con voz temblorosa-. ¿No adivinas, mi querida Emma… no eres capaz de adivinar lo que vas a oír?

-Supongo que es algo referente al señor Frank Churchill, ¿no?

-Sí, lo has acertado. Es algo que se refiere a él, y voy a decírtelo sin más rodeos -reemprendiendo su labor y pareciendo decidida a no levantar los ojos de ella-; esta misma mañana ha venido a vernos para decirnos algo inimaginable. No puedes imaginar la sorpresa que hemos tenido. Ha venido para hablar con su padre… para anunciarle que estaba enamorado…

Se interrumpió para tomar aliento. Emma primero pensó en sí misma y luego en Harriet.

-Bueno, en realidad se trata de algo más que de un enamoramiento -siguió diciendo la señora Weston-; es todo un compromiso… un compromiso matrimonial en toda regla… ¿Qué vas a decir, Emma… qué van a decir los demás cuando se sepa que Frank Churchill y la señorita Jane Faírfax están prometidos; mejor dicho, ¡que hace ya mucho tiempo que están prometidos!?

Emma, boquiabierta, se incorporó… y exclamó llena de estupefacción.

-¡Jane Fairfax! ¡Cielo Santo! ¿No hablarás en serio? No puedo creerlo.

-Comprendo que te quedes asombrada -siguió la señora Weston aún sin levantar los ojos y hablando con rapidez para que Emma tuviese tiempo de rehacerse-, comprendo que te quedes asombrada. Pero es así. Entre ‘ellos hay un compromiso formal desde el pasado mes de octubre… la cosa ocurrió en Weymouth y ha sido un secreto para todo el mundo. Nadie más lo ha sabido… ni los Campbell, ni la familia de ella ni la de él… Es algo tan fuera de lo común que aunque estoy totalmente convencida del hecho a mí misma me resulta increíble. Apenas puedo creerlo… yo que creía conocerle…

Emma apenas oía lo que le decían… su mente se hallaba dividida entre dos ideas… Las conversaciones que ellos dos habían sostenido tiempo atrás acerca de la señorita Fairfax y la pobre Harriet; y durante un rato sólo fue capaz de emitir exclamaciones de sorpresa y de pedir una y otra vez que le confirmasen la noticia, que le repitiesen la confirmación.

-Bueno -dijo por fin tratando de dominarse-; es algo en lo que tendré que pensar por lo menos medio día antes de llegar a comprenderlo del todo… ¡Vaya!… Ha estado prometido con ella durante todo el invierno… antes de que ninguno de los dos viniera a Highbury, ¿no?

-Se prometieron en octubre… en secreto… eso me ha dolido mucho, Emma, muchísimo. También ha dolido mucho a su padre. Hay detalles en su conducta que no podemos excusar.

Emma reflexionó durante unos momentos y luego replicó:

-No voy a pretender que no te entiendo; y para consolarte dentro de lo que me es posible, te diré que puedes estar segura que sus atenciones para conmigo no han tenido el efecto que tú temes.

La señora Weston levantó la mirada como sin atreverse a creer lo que oía; pero la actitud de Emma era tan firme como sus palabras.

-Para que tengas menos dificultad en creer esta jactancia de que ahora me es totalmente indiferente -siguió diciendo-, te diré algo más: que hubo una época en los primeros tiempos de nuestra amistad en que me sentía atraída por el, en que estaba muy propensa a enamorarme de él… mejor dicho, en que estuve enamorada… y tal vez lo más extraño es cómo terminó ese enamoramiento. Sin embargo, por fortuna el hecho es que terminó, y la verdad es que hace ya tiempo, por lo menos estos últimos tres meses, que ya no siento ninguna atracción por él. Puedes creerme; ésta es la pura verdad.

La señora Weston la besó con lágrimas de alegría; y cuando pudo articular unas palabras le aseguró que lo que le acababa de decir le había hecho más bien que ninguna otra cosa del mundo.

-El señor Weston se alegrará casi tanto como yo misma -dijo ella-. Este detalle nos ha preocupado muchísimo. Era nuestro mayor deseo el que os sintierais atraídos el uno por el otro. Y nosotros estábamos convencidos de que había sido así… imagínate lo que hemos sufrido por ti al saber todo eso.

-Me he salvado de este peligro; y el haberme salvado es una agradable sorpresa tanto para vosotros como para mí. Pero eso no le libra de su responsabilidad; y debo decir que su proceder me parece muy censurable. ¿Qué derecho tenía a presentarse aquí de una manera tan desenvuelta estando ya prometido?21 ¿Qué derecho tenía a querer agradar (porque eso es lo que hizo), a distinguir a una joven con sus constantes atenciones (como lo hizo), cuando en realidad ya pertenecía a otra? ¿Cómo no pensaba en el mal que podía llegar a hacer? ¿Cómo no pensaba que podía inducirme a mí a enamorarme de él? Todo esto es indigno, totalmente reprobable.

-Por una cosa que él dijo, mi querida Emma, yo más bien imagino…

-Y ¿cómo podía ella tolerar una conducta semejante? ¡Verlo todo con tanta sangre fría! ¡Ver cómo se tenían constantes atenciones a otra mujer, en presencia suya, sin demostrar nada! ¡Éste es un tipo de impasibilidad que no puedo ni comprender ni respetar!

-Había desavenencias entre ellos, Emma; él lo ha dicho con toda claridad. No ha tenido tiempo de dar muchas explicaciones. Sólo ha estado aquí un cuarto de hora, y su excitación no le permitía aprovechar el poco tiempo de que disponía… pero que había desavenencias entre ellos lo ha dicho explícitamente. Parece ser que ésta ha sido la causa de esta crisis de ahora; y las desavenencias posiblemente surgieron debido a lo impropio de su proceder.

-¡Impropio! ¡Oh, querida, eres muy benigna al censurarle! ¡Mucho peor que impropio, mucho peor! Ha sido algo que le ha desmerecido tanto a mis ojos… ¡Oh, tanto…! ¡Es tan indigno de un hombre hacer una cosa semejante! Es algo tan opuesto a la honradez inflexible, a la fidelidad a la verdad y a los buenos principios, al desdén por el engaño y la ruindad que debe demostrar siempre un hombre en todas las situaciones de su vida…!

-Bueno, querida Emma, me obligas a salir en defensa suya; porque aunque en este caso haya obrado mal, le conozco lo suficiente para poder tener la seguridad de que posee muchas, pero que muchas buenas cualidades; y…

-¡Cielo Santo! -exclamó Emma interrumpiendo a su amiga. Y además lo de la señora Smallridge! ¡Jane que estaba a punto de irse a trabajar como institutriz! ¿Qué pretendía con esa horrible falta de delicadeza? ¡Consentirle que se comprometiera a ponerse a trabajar…! ¡Consentirle que incluso pensara en tomar una decisión como ésta!

-Frank no sabía nada de todo esto, Emma. En ese asunto sí que tengo que justificarle. Fue una decisión que tomó ella por sí misma… sin comunicárselo a Frank… o por lo menos sin comunicárselo de un modo resuelto… Hasta ayer sé que él dijo que no sabía nada de los planes de Jane. Se enteró, no sé cómo… debió de ser por alguna carta o por alguien que se lo dijo… y al saber lo que ella iba a hacer, al enterarse de este proyecto, fue cuando se determinó a descubrirlo todo en seguida, a confesarlo todo a su tío y a acogerse a su bondad, y en resumen a poner fin a esta lamentable situación de engaños y disimulos que ya había durado tanto tiempo.

Emma empezó a escuchar con más atención y sosiego.

-Pronto tendré noticias suyas -continuó diciendo la señora Weston-. Al irse me dijo que me escribiría en seguida; y lo dijo de una manera que parecía prometerme que daría muchos detalles más que entonces no tenía tiempo de aclarar. Por lo tanto esperemos esta carta. Quizá contenga muchos atenuantes. Quizás entonces podamos comprender y excusar muchas cosas que ahora nos resultan incomprensibles. No seamos severas, no tengamos tanta prisa por condenarle. Tengamos paciencia. Yo le quiero; y ahora que ya me has tranquilizado sobre una cuestión que me preocupaba, una cuestión muy concreta, deseo con toda mi alma que todo termine bien y no pierdo la esperanza de que así sea. Los dos tienen que haber sufrido mucho en medio de tantos secretos y tantos disimulos.

-¿Sufrir él? -replicó Emma secamente-. No parece que todo esto le haya hecho mucha mella. Bueno, ¿y cómo se lo tomó el señor Churchill?

-Pues muy favorablemente para su sobrino… dio su consentimiento apenas sin poner dificultades. ¡Imagínate cómo los acontecimientos de esta semana han llegado a introducir cambios en la familia! Mientras vivía la pobre señora Churchill supongo que no había ni una esperanza, ni la menor posibilidad… pero apenas sus restos descansan en el panteón de la familia, su esposo se deja convencer para hacer todo lo contrario de lo que ella hubiese querido. ¡Qué gran suerte es el que las influencias que se ejercen indebidamente no nos sobrevivan! Le costó muy poco dejarse convencer para dar su consentimiento.

«¡Ah! -pensó Emma-. Igual hubiese ocurrido si se hubiera tratado de Harriet.»

-Eso se acordaba ayer por la noche, y Frank salía de Richmond al amanecer. Se detuvo algún tiempo en Highbury… en casa de las Bates, supongo… y luego vino directamente hacia aquí; pero tenía tanta prisa por volver al lado de su tío que ahora le necesita más que nunca, que, como ya te he dicho, apenas pudo estar con nosotros un cuarto de hora… Estaba muy nervioso… sí, mucho… hasta el punto de que me parecía ser casi otra persona distinta a la que yo conocía… Y añade a todo lo demás la inquietud que tenía porque acababa de ver que Jane estaba tan enferma, de lo cual él no tenía la menor sospecha… y por todas las apariencias, yo deduje que eso le tenía preocupadísimo.

-Pero ¿crees de veras que este asunto ha sido llevado tan en secreto como dice…? Los Campbell, los Dixon… ¿ninguno de ellos sabía nada de su compromiso?

Emma no podía citar el nombre de Dixon sin un ligero rubor.

-Nadie; nadie lo sabía. Insistió en que no lo sabía absolutamente nadie, salvo ellos dos.

-Bueno -dijo Emma-, supongo que ya nos iremos acostumbrando poco a poco a la idea, y les deseo que sean muy felices. Pero siempre pensaré que el suyo ha sido un proceder odioso. ¡Ha sido algo más que toda una red de hipocresías y de engaños… de intrigas y de falsedades! Presentarse aquí fingiendo espontaneidad, sinceridad… y haber urdido toda esa combinación en secreto para poder conocernos y juzgarnos a todos… Durante todo el invierno y toda la primavera hemos vivido completamente engañados, imaginando que éramos todos igualmente sinceros y francos mientras había entre nosotros dos personas que se comunicaban sin que nadie lo supiera, que comparaban y juzgaban sobre sentimientos y palabras de las que nunca hubieran debido enterarse ambos… Ahora tienen que atenerse a las consecuencias si han oído hablar el uno del otro de un modo no del todo agradable…

-Eso no me preocupa lo más mínimo -dijo la señora Weston-. Estoy completamente segura de que nunca he dicho nada a uno de los dos respecto al otro que los dos no pudieran oír.

-Tienes suerte… yo fui la única que me enteré de tu error… cuando imaginaste que cierto amigo nuestro estaba enamorado de esta señorita.

-Sí, cierto. Pero como siempre he tenido muy buena opinión de la señorita Fairfax, ningún error ha podido hacerme hablar mal de ella; y en cuanto a criticarle a él, de eso jamás he sentido la menor tentación.

En aquel momento apareció el señor Weston a cierta distancia de la ventana, evidentemente vigilando lo que ocurría. Su esposa le invitó a entrar con un ademán; y mientras él iba a dar la vuelta, la señora Weston añadió:

-Ahora, mi querida Emma, te suplico que digas a mi marido todo lo que creas que pueda servir para tranquilizarle y hacerle ver esta unión como algo ventajoso. Hagamos lo que podamos para convencerle… y al fin y al cabo sin necesidad de mentir pueden hacerse casi todos los elogios de ella. No es que sea una boda como para quedar excesivamente satisfecho; pero si el señor Churchill no pone obstáculos, ¿por qué vamos a ponerlos nosotros? Y en el fondo tal vez sea una suerte para él… Quiero decir que puede ser muy beneficioso para Frank haberse enamorado de una muchacha de tanta firmeza de carácter y de tanto criterio como yo siempre he creído que tenía Jane… y aún estoy dispuesta a creerlo, a pesar de que en esta ocasión se haya desviado tanto de las normas que rigen una conducta leal. Y a pesar de todo, en una situación como la suya no sería muy difícil justificar un error como éste…

-Sí, es verdad -exclamó Emma vivamente-. Si puede disculparse a una mujer por pensar sólo en sí misma es en una situación como la de Jane Fairfax… En esos casos casi puede decirse que «no pertenece al mundo, ni a las normas del mundo…»

Emma recibió al señor Weston con un aspecto sonriente, y exclamó:

-¡Vaya! Veo que me ha gastado una buena broma… Supongo que todo eso estaba destinado a excitar mi curiosidad y ejercitar mis dotes de adivinación. Pero la verdad es que me asustó usted. Yo ya creía que por lo menos había perdido la mitad de su fortuna. Y ahora resulta que en vez de ser una cosa como para consolarles, es algo que merece que le den la enhorabuena… Señor Weston, le doy mi enhorabuena de todo corazón porque va usted a tener por nuera a una de las jóvenes más encantadoras y de mejores prendas de toda Inglaterra.

Una mirada o dos que cambiaron marido y mujer acabaron de convencerle de que todo iba tan bien como parecían proclamar aquellas palabras; y el beneficioso efecto de esta convicción se dejó sentir inmediatamente en su estado de ánimo. Su porte y su voz recobraron su habitual jovialidad. Lleno de gratitud, estrechó cordialmente la mano de la joven, y empezó a hablar de la cuestión en un tono que demostraba que ahora sólo necesitaba tiempo y persuasión para creer que aquel compromiso matrimonial después de todo no era una cosa demasiado mala. Ellas sólo le sugirieron lo que podía paliar la imprudencia y suavizar las dificultades; y una vez hubieron hablado de ello todos juntos, y el señor Weston hubo vuelto a hablar con Emma en el camino de regreso a Hartfield, se acostumbró totalmente a la idea y llegó a no estar lejos de pensar que había sido lo mejor que Frank hubiese podido hacer.



CAPÍTULO XLVII


-HARRIET, pobre Harriet!

Éstas eran las palabras que compendiaban las tristes ideas de las que Emma no podía librarse, y que para ella constituían el peor de los males de aquel caso. Frank Churchill se había portado muy mal con ella… muy mal en muchos aspectos… pero lo que le hacía estar más encolerizada con él no era sólo su proceder para con ella. Lo que más le dolía era la confusión a que la había inducido respecto a Harriet… ¡Pobre Harriet! Por segunda vez iba a ser víctima de los errores y del afán de casamentera de su amiga. Las palabras del señor Knightley habían sido proféticas cuando le había dicho en cierta ocasión: «Emma, usted no es una buena amiga para Harriet Smith…» Ahora temía que sólo le hubiera causado males… Claro que esta vez no podía acusarse, como la anterior, de haber sido la única y exclusiva responsable de la desgracia; entonces había insinuado la posibilidad de unos sentimientos que, de otro modo, Harriet nunca se hubiera atrevido a concebir; mientras que ahora Harriet había reconocido su admiración y su predilección por Frank Churchill antes de que ella hubiese insinuado nada acerca de la cuestión; pero se sentía totalmente culpable de haber alentado unos sentimientos que hubiese debido contribuir a disipar; hubiese podido evitar que Harriet se complaciera en esta idea y alimentara esperanzas. Su influencia hubiera bastado para ello. Y ahora se daba perfecta cuenta de que hubiese debido evitar aquella situación… Comprendía que había estado exponiendo la felicidad de su amiga sin tener motivos lo suficientemente sólidos. De haberse guiado por el sentido común, hubiese dicho a Harriet que no debía permitirse pensar en él, que había una sola posibilidad entre quinientas de que Frank llegase alguna vez a interesarse por ella.

«Pero me temo -añadía para sí- que sentido común no he tenido mucho.»

Estaba muy enojada consigo misma; y de no estar enojada también con Frank Churchill, su estado de ánimo hubiese sido mucho peor. En cuanto a Jane Fairfax, por lo menos podía desentenderse de sentir inquietud por ella. Harriet le preocupaba ya suficientemente; no necesitaba, pues, seguir preocupándose por Jane, cuyos problemas y cuya falta de salud, como tenían, por supuesto, el mismo origen, debían tener igualmente la misma curación… Su vida de penurias y de desgracias había terminado… Pronto recuperaría la salud, sería feliz y disfrutaría de una buena posición… Emma comprendía ahora por qué su solicitud por ella había sido desdeñada. Aquella revelación había aclarado otras muchas cuestiones de menor importancia. Sin duda la causa habían sido los celos. Para Jane ella había sido una rival; y lógicamente todo lo que quisiera ofrecerle como ayuda o atenciones tenía que rechazarlo. Dar un paseo en el coche de Hartfield hubiese sido una tortura, el arrurruz procedente de las alacenas de Hartfield hubiese sido un veneno. Lo comprendía todo; y cuando lograba desprenderse de los sentimientos injustos que le inspiraba su orgullo herido, reconocía que Jane Fairfax merecía sobradamente todo el encumbramiento y la felicidad que sin duda iba ahora a tener. Pero ¡la pobre Harriet era un reproche viviente para ella! No podía dedicar sus atenciones a nadie que lo necesitase más. A Emma le dolía infinito que esta segunda decepción fuese aún más grave que la primera. Teniendo en cuenta que esta vez sus aspiraciones eran mucho mayores, debía serlo; y a juzgar por los poderosos efectos que aparentemente aquel enamoramiento había producido sobre el espíritu de Harriet, impulsándola al disimulo y al dominio de sí misma, así era… Sin embargo, debía comunicarle aquella penosa verdad lo antes posible. Al despedirse de ella el señor Weston la había conminado a guardar el secreto.

-Por ahora -le había dicho-todo este asunto debe seguir en secreto absoluto. El señor Churchill lo ha exigido así como muestra de respeto por la esposa que ha perdido hace tan pocos días; y todos estamos de acuerdo en que es a lo que nos obliga el decoro más elemental.

Emma lo había prometido; pero a pesar de todo Harriet debía ser una excepción; creía que éste era un deber superior.

A pesar de su mal humor, no pudo por menos de encontrar casi ridículo el que ahora tuviera que dar a Harriet la misma penosa y delicada noticia que la señora Weston acababa de darle a ella misma. El secreto que con tanto miedo se le había comunicado, ahora era ella quien con no menos intranquilidad debía comunicarlo a otra persona. Sintió acelerarse los latidos de su corazón al oír los pasos de Harriet y su voz; pensó que lo mismo debía de haberle ocurrido a la pobre señora Weston cuando ella entraba en Randalls. ¡Ojalá la conversación tuviera un desenlace igualmente feliz! Pero por desgracia de ello no había ninguna posibilidad.

-Bueno, Emma -penetrando apresuradamente en la estancia-, ¿no te parece la noticia más extraordinaria que jamás se ha oído?

-¿A qué noticia te refieres? -replicó Emma, incapaz de adivinar por su aspecto o su voz si Harriet se había enterado de algo.

-Lo de Jane Fairfax. ¿Has oído alguna vez una cosa tan rara? ¡Oh!, no tienes que tener ningún reparo en confesármelo porque el señor Weston ya me lo ha dicho todo. Acabo de encontrarle. Me ha dicho que era un secreto para todos; y por lo tanto yo no pensaba decírselo a nadie excepto a ti, pero me ha dicho que ya lo sabías.

-¿Qué te ha contado el señor Weston? -preguntó Emma, aún sin saber qué pensar.

-Pues… Me lo ha contado todo; que Jane Fairfax y el señor Frank Churchill van a casarse, y que han estado prometidos en secreto desde hace mucho tiempo. ¡Qué cosa tan rara!, ¿verdad?

Ciertamente era muy raro; la reacción de Harriet era tan extremadamente rara que Emma no sabía cómo interpretarla. Parecía como si su carácter hubiese cambiado por completo; como si se propusiera no demostrar ninguna emoción, ninguna decepción, ningún interés especial por aquel hecho. Emma la contemplaba muda de asombro.

-¿Tú suponías -preguntó Harriet-que estaban enamorados el uno del otro? Bueno, a lo mejor tú sí que lo supusiste… Como sabes leer tan bien -dijo ruborizándose-en los corazones de todo el mundo…; pero nadie más.

-Te prometo -dijo Emma-que empiezo a dudar de que tenga semejante don. Pero, Harriet, ¿cómo puedes preguntarme en serio si yo suponía que estaba enamorado de otra mujer cuando (si no de un modo declarado, sí tácitamente) te estaba alentando a concebir esperanzas? Hasta hace una hora nunca he tenido ni la menor sospecha de que el señor Frank Churchill se sintiese atraído por Jane Fairfax. Puedes tener la seguridad de que si yo hubiese sospechado algo de este tipo te hubiera prevenido de acuerdo con mis sospechas.

-¿A mí? -exclamó Harriet ruborizándose llena de asombro. ¿Por qué tenías que prevenirme? No supondrás que yo me interesaba por el señor Frank Churchill…

-No sabes lo que me alegra oírte hablar de este asunto con tanta serenidad -replicó Emma sonriendo-; pero no pretenderás negarme que hubo una época… que por cierto, no está aún muy lejos… en que me diste motivos para suponer que te interesabas por él …

-¿Por él? ¡Oh, nunca, nunca! Querida Emma, ¿cómo pudiste entenderme tan mal? -dijo Harriet, volviendo el rostro, muy dolida.

-¡Harriet! -exclamó Emma, después de un momento de pausa. ¿Qué quieres decir? ¡Por lo que más quieras, dime qué has querido decir…! ¿Que te he entendido mal? Entonces, tengo que suponer…

No pudo seguir hablando… Había perdido la voz; y se sentó esperando con ansiedad a que Harriet contestara. Harriet, que estaba de pie, a cierta distancia, volviéndole la espalda, tardó unos minutos en hablar; y cuando por fin lo hizo, su voz estaba tan alterada como la de Emma.

-Nunca me hubiese parecido posible -empezó diciendo-que me entendieras tan mal … Ya sé que acordamos que nunca le nombraríamos… pero teniendo en cuenta lo infinitamente superior que es a todos los demás, nunca hubiese creído posible que creyeras que me refería a otra persona. ¡El señor Frank Churchill! Nadie puede fijarse en él estando presente el otro. Creo que no tengo tan mal gusto como para pensar en el señor Frank Churchill, que no es nadie al lado de él. ¡Y que tú hayas tenido esta confusión…! ¡No lo entiendo! Estoy segura de que si no hubiera creído que tú aprobabas mis sentimientos y que los alentabas, al principio hubiese considerado casi como una presunción excesiva por mi parte el atreverme a pensar en él; al principio, si no me hubieras dicho que cosas más difíciles habían ocurrido; que se habían celebrado matrimonios más desiguales (éstas fueron las palabras que empleaste)…; de haberme dicho todo esto, yo no me hubiera atrevido a tener esperanzas… No lo hubiese considerado posible… Pero si tú, que tienes tanta amistad con él…

-Harriet… -exclamó Emma, dominándose resueltamente-. Es mejor que ahora nos entendamos las dos, sin que haya posibilidad de que volvamos a equivocarnos otra vez… Estás hablando de… del señor Knightley, ¿no?

-Desde luego. No podía haber pensado en nadie más… y creía que tú debías de saberlo. Cuando hablamos de él no podía quedar más claro.

-No tan claro -replicó Emma, con forzada calma-, porque todo lo que entonces dijiste me pareció que se refería a una persona distinta. Casi hubiera podido asegurar que habías citado al señor Frank Churchill. Recuerdo perfectamente que se habló del favor que te había hecho el señor Frank Churchill al defenderte de los gitanos.

-¡Oh, Emma! ¡Cómo olvidas las cosas!

-Mi querida Harriet, recuerdo muy bien lo que en substancia te dije en aquella ocasión. Te dije que no me extrañaba que te hubieses enamorado; que teniendo en cuenta el favor que te había hecho era la cosa más natural del mundo… Y tú estuviste de acuerdo, y dijiste con mucho apasionamiento que estabas muy agradecida, e incluso mencionaste las sensaciones que tuviste al verle venir en tu ayuda… Fue una impresión que me quedó grabada en la memoria.

-¡Querida! -exclamó Harriet-. ¡Ahora me acuerdo de lo que quieres decir! Pero es que yo entonces estaba pensando en algo muy diferente. No me refería a los gitanos… ni al señor Frank Churchill. ¡No! -adoptando un tono más solemne-. Pensaba en otra circunstancia más importante… Pensaba en el señor Knightley acercándose e invitándome a bailar, después de que el señor Elton se negó a bailar conmigo, cuando no había ninguna otra pareja en el salón. Éste fue el gran servicio que me prestó; ésta fue su noble comprensión, su generosidad; eso fue lo que hizo que empezara a darme cuenta de que estaba muy por encima de todos los demás seres de la tierra.

-¡Santo Cielo! -exclamó Emma-. ¡Qué error más desgraciado…! ¡Oh, qué lamentable! Y ahora, ¿qué puede hacerse?

-¿No me hubieras alentado si entonces hubieses sabido a lo que me refería? Por lo menos ahora mi situación no es peor que lo que lo hubiera sido de haberse tratado de la otra persona; y ahora… es posible…

Hizo una breve pausa. Emma no se veía con ánimos para hablar.

-Emma, no me extraña -siguió diciendo-que veas una gran diferencia entre los dos… tanto en mi caso como en el de cualquier otra. Debes pensar que está infinitamente mucho más por encima de mí que el otro. Pero yo espero, Emma, que suponiendo… que si… por extraño que pueda parecer… Ya sabes que fueron tus propias palabras: Cosas más difíciles han ocurrido, matrimonios más desiguales se han celebrado, que el que hubiera podido celebrarse entre Frank Churchill y yo; y, por lo tanto, me parece que si, incluso una cosa así puede haber ocurrido antes de ahora… y si yo fuese tan afortunada, tanto, que… si el señor Knightley llegara… si a él no le importara la desigualdad, confío, querida Emma, que tú no te opondrías… que no nos crearías dificultades. Pero estoy segura de que eres demasiado buena para hacer una cosa así.

Harriet estaba de pie, junto a una de las ventanas. Emma se volvió para lanzarle una mirada llena de consternación y dijo rápidamente:

-¿Tienes algún indicio de que el señor Knightley corresponde a tus sentimientos?

-Sí -replicó Harriet, con humildad, pero sin temor-. Puedo decir que sí lo tengo.

Inmediatamente Emma desvió la mirada. Y durante unos minutos permaneció en silencio, meditando, con los ojos fijos. Unos pocos minutos bastaron para revelarle lo que había en su propio corazón. Una inteligencia como la suya una vez concebía una sospecha hacía rápidos progresos hacia su objeto. Emma suponía… admitía… reconocía toda la verdad. ¿Por qué era mucho peor que Harriet estuviera enamorada del señor Knightley en vez de estarlo de Frank Churchill? ¿Por qué aquella contrariedad adquiría proporciones tan enormes con el hecho de que Harriet tuviera esperanzas justificadas de ser correspondida? Una convicción se abrió paso con la celeridad de una flecha en el ánimo de Emma: ¡el señor Knightley sólo podía casarse con ella!

En aquel corto espacio de tiempo comprendió cuál había sido su conducta y vio claro en su propio corazón. Lo vio todo con una lucidez como hasta entonces nunca había tenido. ¡Qué mal se había estado portando con Harriet! ¡Con qué falta de atención y de delicadeza! ¡Qué insensato y qué cruel había sido su proceder! ¿Cómo había podido dejarse llevar por aquella ceguera, aquella locura? Se daba perfectamente cuenta de lo que había hecho y estaba tentada de aplicarse a sí misma los términos más duros. Sin embargo, un resto de respeto por sí misma, a pesar de todas sus culpas… la preocupación por salvar las apariencias, y un intenso deseo de ser justa para con Harriet… (no necesitaba compasión la muchacha que se creía amada por el señor Knightley… pero era justo que ahora ella no pudiera sentirse dolida al verse tratada con frialdad)… impulsaron a Emma a esperar y a soportarlo todo con calma e incluso con aparente afabilidad… Por su propio bien era preciso que se enterara de todo lo posible concerniente a las esperanzas de Harriet; y Harriet no había hecho nada para que le negara el cariño y el interés que ella le había otorgado tan voluntariamente… ni merecía ser ahora menospreciada por la persona cuyos consejos siempre habían sido desacertados… Así pues, abandonando sus reflexiones y dominando su emoción, se volvió de nuevo hacia Harriet y en un tono más acogedor reanudó la conversación; porque el tema que la había iniciado, la sorprendente historia de Jane Fairfax, había ya perdido todo interés; ambas pensaban tan sólo en el señor Knightley y en ellas mismas.

Harriet, que había estado absorta en sus gratos ensueños, no dejó de sentirse halagada cuando la despertaron de ellos, al ver la alentadora invitación a hablar que le hacía una persona de tanto criterio, une amiga como la señorita Woodhouse, y no necesitó más que una insinuación para referir toda la historia de sus esperanzas con gran deleite, pero temblorosa de emoción… Mientras hacía preguntas y recibía las respuestas, Emma lograba ocultar mejor que Harriet su emoción, que no era menor que la suya. Su voz no temblaba; pero su espíritu no podía hallarse más turbado por aquel descubrimiento que acababa de hacer, por la aparición de aquel peligro tan amenazador, por la confusión que producían todas aquellas impresiones tan súbitas… Escuchó el relato de Harriet con un gran sufrimiento interior, pero aparentando una gran serenidad; no podía esperar de su amiga que se expresase de un modo metódico, ordenado ni tampoco demasiado claro; pero, una vez distinguidos los equívocos y las repeticiones de la narración, ésta contenía aún sustancia suficiente como para dejarla muy abatida… sobre todo teniendo en cuenta las circunstancias que su propia memoria evocaba ahora, y que corroboraban el hecho de que el señor Knightley había ido teniendo cada vez una opinión más favorable de Harriet.

Desde aquellos dos bailes decisivos Harriet se había ido dando cuenta de que la actitud del señor Knightley respecto a ella era distinta… Emma sabía que en aquella ocasión él la había encontrado muy superior a todo lo que esperaba. Desde aquel día, o por lo menos desde el momento en que la señorita Woodhouse la alentó a pensar en él, Harriet había empezado a advertir que su amigo hablaba con ella mucho más de lo que antes tenía por costumbre y de que la trataba de una manera totalmente diferente; en su trato había una amabilidad, un afecto… Cada vez iba siendo más consciente de ello. Cuando habían estado paseando todos juntos, ¡él se le había acercado tan a menudo para andar a su lado y le había hablado de un modo tan cariñoso! Parecía como si quisiera tener más amistad con ella. Emma sabía que esta impresión respondía a una realidad. Muchas veces ella misma había observado el cambio casi tanto como su amiga… Harriet repetía frases de aprobación y de elogio que él le había dedicado… y Emma se daba cuenta de que concordaban perfectamente con lo que ella sabía de sus opiniones acerca de Harriet. La elogiaba por carecer de artificio y de afectación, por ser sencilla, sincera, generosa… Sabía que él veía todas estas cualidades en Harriet; le había hablado de ellas en más de una ocasión… Muchas de las cosas que ella guardaba en su memoria, muchos pequeños detalles que revelaban la atención que él le prestaba, una mirada, una frase, el hecho de pasar de una silla a otra, un cumplido disimulado, una preferencia sobreentendida, habían pasado inadvertidos para Emma porque no había sospechado nada semejante. Circunstancias que hubieran bastado para llenar un relato de media hora, y que contenían múltiples indicios para quien las había presenciado, habían pasado por alto a Emma, que ahora escuchando a Harriet se enteraba por vez primera; pero los dos últimos indicios que mencionó, los que constituían las mejores esperanzas para la muchacha, habían tenido como testigo a la propia Emma… El primero era el coloquio que habían sostenido los dos solos en el paseo de los limeros de Donwell, donde habían estado paseando durante un rato antes de la llegada de Emma, y donde él había tenido mucho interés (según ella estaba convencida) por hacer que ambos se separaran de los demás… Y al principio él le había hablado de un modo muy particular, como no lo había hecho nunca antes de entonces, sí, de un modo muy particular… (Harriet al recordarlo no pudo evitar sonrojarse.) Él parecía estar casi preguntándole si había entregado su corazón a alguien… Pero apenas apareció (la señorita Woodhouse) y dio la impresión de que iba a reunirse con ellos, cambió de tema y empezó a hablar de sus cultivos… El segundo indicio era la conversación que sostuvo con ella durante casi media hora antes de que Emma regresase de su visita, la última mañana en que el señor Knightley estuvo en Hartfield… a pesar de que cuando llegó dijo que no podía quedarse más de cinco minutos… y el haberle dicho durante la conversación que aunque debía ir a Londres, era muy contra su voluntad que dejaba su casa, lo cual era mucho más (como advirtió Emma) de lo que su amigo había reconocido ante ella. El que, como este hecho indicaba, tuviera más confianza con Harriet, dejó a Emma muy dolida.

Acerca del primero de estos dos indicios, después de reflexionar un poco Emma se atrevió a formular la siguiente pregunta:

-¿Y si hubiese querido decir otra cosa? ¿No es posible que al preguntarte, según creíste entender, si ya habías entregado tu corazón, estuviese aludiendo al señor Martin? ¿No podía estar pensando en los intereses del señor Martin?

Pero Harriet rechazó enérgicamente la suposición:

-¿El señor Martin? No, no, desde luego que no. No aludió para nada al señor Martin. Creo que ahora tengo demasiada experiencia para pensar en el señor Martin o para que se sospeche que pienso en él.

Una vez Harriet hubo terminado su relato, apeló a la señorita Woodhouse para que le dijera si tenía motivos o no para alimentar esperanzas.

-Yo nunca me hubiese atrevido a pensar en él -le dijo Harriet-si no hubiese sido por ti. Me dijiste que le observara bien, y que mis sentimientos se dejaran guiar por su proceder… y eso es lo que he hecho. Pero ahora empiezo a pensar que tengo motivos justificados para sentir lo que siento; y que si él me elige no me parecerá una cosa tan extraordinaria.

La amargura, la terrible amargura que Emma sintió en su interior al oír estas palabras, le obligó a hacer un gran esfuerzo para dominarse y poder contestar:

-Harriet, yo lo único que puedo decirte es que el señor Knightley es una persona absolutamente incapaz de dar a entender deliberadamente a una mujer que siente por ella más atracción de la que en realidad siente.

Harriet pareció casi dispuesta a adorar a su amiga por una frase tan grata; y Emma sólo logró evitar sus manifestaciones de entusiasmo y de cariño, que en aquel momento le hubieran sido particularmente penosas, gracias a que se oyeron los pasos de su padre que se dirigía hacia el salón; Harriet estaba demasiado alterada para poder presentarse ante él.

-No podría dominarme… El señor Woodhouse se alarmaría… Es mejor que me vaya…

Y así, con la inmediata aprobación de su amiga, salió por otra puerta… Y apenas hubo salido los sentimientos de Emma se exteriorizaron en una espontánea exclamación:

-¡Dios mío! ¡Ojalá nunca la hubiese conocido!

El resto del día y la noche siguiente apenas bastaron a sus pensamientos… Se hallaba turbada por la confusión de todo lo que había irrumpido en su vida en aquellas últimas horas… Cada momento había aportado una nueva sorpresa; y cada sorpresa era un motivo más de humillación para ella… ¿Cómo podía comprenderlo todo? ¿Cómo podía comprender que hubiera estado engañándose a sí misma de aquel modo hasta entonces, viviendo en aquel engaño? ¡Aquellos errores, aquella ceguera de su mente y de su corazón! Se quedó sentada, se paseó, anduvo de una a otra habitación, probó a pasear por el plantío… En todos los lugares, en todas las posiciones no podía dejar de pensar que había obrado de un modo insensato; que se había dejado engañar por los demás de un modo mortificante; que se había estado engañando a sí misma de un modo más mortificante aún; que se sentía desgraciada y que probablemente aquel día no era más que el principio de sus desgracias.

Por el momento lo primero que debía hacer era ver claro, ver totalmente claro en su propio corazón. Hacia este objetivo tendieron todos los momentos de ocio que le permitían tener sus obligaciones para con su padre, y todos los momentos de involuntario ensimismamiento.

¿Cuánto tiempo hacía que sentía aquel afecto por el señor Knightley que ahora sus sentimientos le revelaban con toda evidencia? ¿Cuándo había empezado a ejercer su influencia, aquella clase de influencia, sobre ella? ¿Cuándo había conseguido ocupar en su afecto el lugar que Frank Churchill por un breve espacio de tiempo había ocupado también? Intentó recordar; comparó a los dos… les comparó según la estimación que había sentido por cada uno de ellos desde la época en que conoció a Frank… y como tarde o temprano hubiera tenido que compararlos… ¡Oh! ¡Qué feliz ocurrencia hubiese tenido si se le hubiera ocurrido antes hacer aquella comparación! Se daba cuenta de que en todo momento había considerado al señor Knightley como infinitamente superior al otro, que en todo momento había sentido por él un afecto mucho mayor. Se daba cuenta de que al convencerse a sí misma de lo contrario, al imaginarse que así debía ser y obrar en consecuencia, se había engañado, ignorando totalmente lo que había en su propio corazón… y en resumen… ¡que en realidad nunca había sentido la menor atracción por Frank Churchill!

Ésta fue la conclusión de sus primeras reflexiones. Ésta fue la primera convicción sobre sí misma a la que llegó respondiendo a las primeras preguntas que se había formulado; y sin que necesitara mucho tiempo para ello… Se sentía a un tiempo enojada y apenada… Y se avergonzaba de todos sus sentimientos, menos del que acababa de descubrir… su afecto por el señor Knightley… Todo lo demás que encontraba en su interior le repugnaba.

Con una imperdonable vanidad, se había creído poseedora del secreto de los sentimientos de todo el mundo; con una inexcusable arrogancia, se había propuesto arreglar las vidas de todo el mundo. Y se había demostrado que se había equivocado en todo; y ni siquiera no había hecho nada… porque había provocado desgracias… Había traído la desgracia a Harriet, a ella y mucho se temía que también al señor Knightley…. Si aquella unión, la más desigual de todas las que podían imaginarse, llegaba a ser una realidad, ella sería la responsable de haberla alentado en sus inicios; porque sólo podía pensar que aquel mutuo afecto no había nacido de otra cosa que de la actitud de Harriet; y aunque no hubiera sido así, él nunca hubiera llegado a conocer a Harriet de no ser por las fantásticas imaginaciones de Emma.

¡El señor Knightley y Harriet Smith! Una unión como para hacer olvidar el asombro que pudiera producir cualquier otro enlace… Al lado de éste, el enamoramiento entre Frank Churchill y Jane Fairfax era una cosa corriente, vulgar, que no despertaba ninguna sorpresa ni ofrecía ninguna disparidad, que no se prestaba a decir ni a comentar nada… ¡El señor Knightley y Harriet Smith! ¡Cómo iba a encumbrarse ella y cómo iba a rebajarse él! A Emma le horrorizaba pensar en cómo iba a desmerecer su amigo en la opinión general, le horrorizaba prever las sonrisas, las burlas, las mofas que se harían a sus expensas; la humillación y el desdén de su hermano, las mil dificultades que aquello representaría para él mismo… ¿Era posible? No; no lo era. Y sin embargo estaba lejos, muy lejos de ser algo imposible… ¿Sería la primera vez que un hombre de grandes prendas se sintiese atraído por una mujer muy inferior a él? ¿Sería la primera vez que alguien, quizá demasiado ocupado en sus negocios para buscar por sí mismo, se dejase seducir por una muchacha interesada en agradarle? ¿Sería la primera vez que ocurría en el mundo algo desproporcionado, inconsistente, incongruente… y que un azar o unas circunstancias, como causas segundas, dirigiesen el destino humano?

¡Oh! ¡Ojalá no se le hubiera ocurrido nunca la idea de querer mejorar la posición de Harriet! ¡Ojalá la hubiera dejado en el puesto que debía ocupar y que él siempre le había dicho que era el suyo! ¡Ojalá nunca hubiese impedido, cometiendo una insensatez que no tenía palabras bastantes para expresar, que se hubiese casado con un joven irreprochable que la hubiese hecho feliz y respetada dentro del género de vida al que debía pertenecer, y no hubiese ocurrido nada de todo aquello! No se hubieran producido ninguna de aquellas terribles consecuencias.

¿Cómo había sido posible que Harriet se hubiera atrevido a pensar en el señor Knightley? ¿Cómo podía atreverse a imaginar que era la elegida de un hombre como aquél antes de que él se lo asegurara formalmente? Pero Harriet era menos humilde, tenía menos escrúpulos que antes… Parecía sentirse menos inferior, tanto intelectualmente como de posición social… Había parecido admirarse más de que el señor Elton accediera a casarse con ella, de que fuese el señor Knightley quien lo hiciese… ¡Pero, ay! ¿No era ésta también su propia obra? ¿Quién si no ella se había preocupado tanto por conseguir que Harriet se valorase a sí misma? ¿Quién sino ella le había inculcado que iba a encumbrarse socialmente, dentro de lo que fuera posible, y que tenía grandes condiciones para aspirar a una situación mucho más elevada? Si Harriet había dejado de ser humilde para ser vanidosa, ésta era también obra suya.



CAPÍTULO XLVIII


HASTA entonces, en que se veía amenazada de perderlo, Emma nunca se había detenido a pensar en lo mucho que dependía su felicidad del hecho de ser la primera para el señor Knightley, la primera en su interés y en su afecto… Convencida de que era así, y creyendo que era como un derecho suyo, había disfrutado de ello sin pararse a reflexionar; y sólo ante el temor de verse suplantada advirtió lo indeciblemente importante que había sido para ella… Hacía tiempo, mucho tiempo que sabía que era la primera; ya que, al no tener mujeres en su familia, sólo Isabella podía aspirar a compararse con ella, y Emma siempre había sabido exactamente hasta qué punto quería y apreciaba a Isabella. Durante muchos años Emma siempre había sido su amiga favorita. Ella no lo había merecido; a menudo se había mostrado indiferente, e incluso con mala intención, había desdeñado sus consejos y en ocasiones incluso se había opuesto voluntariamente a él, sin reconocer ni la mitad de sus méritos, disputando con él porque se negaba a admitir la falsa e insolente idea que tenía de sí misma… pero, a pesar de todo, por la relación familiar y por la costumbre, y gradas a su espíritu superior, él la había querido, y había velado por ella desde niña con el propósito de que fuera mejor y con un afán de que obrara rectamente que nadie más había compartido con él. A pesar de todos sus defectos, Emma sabía que la quería; acaso podía decir que la quería mucho… Sin embargo, cuando pensaba en las posibilidades del futuro no se veía con ánimos de verlas muy halagüeñas. Harriet Smith podía considerarse a sí misma digna de ser amada de un modo especial, exclusivamente, apasionadamente por el señor Knightley. Ella no. No podía engañarse a sí misma pensando que él estaba ciego al sentirse interesado por Harriet. Tenía una prueba muy reciente de su imparcialidad… ¡Cómo se había disgustado al ver su proceder con la señorita Bates! ¡De qué modo tan claro y tan enérgico se había expresado sobre aquel caso! No demasiado enérgico si se tenía en cuenta la ofensa… pero sí, con mucho, demasiado enérgico, como para suponer que detrás de aquella actitud había un sentimiento menos rígido que el de una justicia inexorable y una buena voluntad clarividente… No tenía esperanzas, nada que mereciera el nombre de esperanzas de que pudiera sentir por ella aquella clase de afecto en la que ahora pensaba; pero había una esperanza (a veces débil, otras mayor) de que Harriet se hubiese engañado a sí misma y diera al afecto que el señor Knightley sentía por ella más importancia de la que en realidad tenía… debía desear por el bien de su amigo… que ella fuera la única en pagar las consecuencias, pero que siguiera soltero hasta el fin de su vida. Si Emma hubiera estado segura de esto, de que él nunca se iba a casar, estaba convencida de que quedaría totalmente satísfecha… Sólo que siguiera siendo el mismo señor Knightley para ella y para su padre, el mismo señor Knightley para todo el mundo; que Donwell y Hartfield no perdieran nada de su inapreciable trato amistoso y cordial, y la paz de Emma quedaría asegurada para siempre… en realidad el matrimonio no estaba hecho para ella. Sería incompatible con sus deberes para con su padre y con lo que sentía por él. Nada podría separarla de su padre. No se casaría, ni siquiera si se lo pidiese el señor Knightley.

Su más ardiente deseo debía ser que Harriet tuviera una decepción; y confiaba que cuando pudiera volver a verles juntos por lo menos podría conjeturar qué posibilidades habían para ello. A partir de entonces les observaría con la máxima atención; y por desgracia como hasta entonces ni siquiera había sabido comprender a las personas que había estado vigilando, no sabía cómo llegar a admitir que también en aquella ocasión podía equivocarse… Esperaba volver a ver al señor Knightley un día u otro. No tardaría en poder ejercitar sus dotes de observación… incluso le parecía demasiado pronto cuando pensaba en el rumbo que podían tomar las cosas. Entre tanto decidió no volver a ver a Harriet… No beneficiaría a ninguna de las dos ni se sacaría ninguna ventaja de hablar más de aquel asunto… Estaba decidida a no dejarse convencer mientras pudiera dudar, y sin embargo no tenía motivos para oponer a las esperanzas de Harriet. Hablando sólo conseguiría enojarse… Por lo tanto le escribió de un modo amable pero resuelto rogándole que por el momento no fuera por Hartfield; reconociendo de que estaba convencida que era mejor evitar toda nueva discusión confidencial acerca de cierto tema; y diciendo que confiaba que si dejaban pasar unos cuantos días sin verse excepto en compañía de otras personas… sólo se oponía a un tête-à-tête… podrían obrar como si hubiesen olvidado la conversación del día anterior… Harriet se sometió, aprobó la idea y manifestó su gratitud.

Apenas acababa de resolver esta cuestión, cuando tuvo una visita que vino a distraerla un poco de aquel único tema en el que había estado pensando tanto dormida como despierta, durante las últimas veinticuatro horas. La señora Weston que había visitado a su futura nuera, al regresar a su casa había decidido pasar por Hartfield considerando como un deber para con Emma y un placer para ella misma el referirle todos los detalles de una entrevista tan interesante.